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El libro de Hebe: Breve tratado sobre la adolescencia o un paseo por el purgatorio
El libro de Hebe: Breve tratado sobre la adolescencia o un paseo por el purgatorio
El libro de Hebe: Breve tratado sobre la adolescencia o un paseo por el purgatorio
Libro electrónico198 páginas2 horas

El libro de Hebe: Breve tratado sobre la adolescencia o un paseo por el purgatorio

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«Una visión crítica, emotiva y desenfadada sobre adolescentes y adolescentes de cuarenta (o más)».

El libro de Hebe es una reflexión crítica y desenfadada sobre la adolescencia y su mundo, sobre los valores y la demagogia en la que incurren las familias y el sistema educativo y es una crítica sobre los mecanismos de transmisión de valores.

Se analiza la intervención de las familias en la generación de escenarios favorables, mostrando modelos de vida fallidos en contraposición con emociones óptimas; el ocio eficiente basado en la cultura del placer y se apuesta por la transmisión de valores adecuados que implementen en el adolescente un sistema de vida en equilibrio.

En definitiva, se habla sobre adolescentes perdidos, familias confundidas, emociones, valores sociales, modelos de vida fallidos y sistema educativo inoperante.

Por último, es también una vivencia íntima, un relato de amor y paternidad comprometida y un pequeño homenaje al mundo infantil y adolescente del autor.

IdiomaEspañol
EditorialCaligrama
Fecha de lanzamiento14 abr 2021
ISBN9788418665097
El libro de Hebe: Breve tratado sobre la adolescencia o un paseo por el purgatorio
Autor

Antonio Salazar Rivas

Antonio Salazar Rivas (Madrid, 1966) es profesor de Geografía e Historia, con estudios de grado en Ciencias Políticas, periodista y empresario. Su labor profesional se ha desarrollado en múltiples campos del ámbito educativo tales, como la atención a jóvenes y familias en situación de desventaja socioeducativa y la gestión de programas educativos destinados a la prevención del acoso escolar. Es director de la entidad EGLODE PARLA, coordinador de programas de la entidad Agere Integración Social, presidente de la entidad Educadores para la Integración, administrador de la entidad Paidesur Atención Temprana y presidente y coordinador de la entidad Educaglobal Madrid Sur. En esta obra, desde sus experiencias vitales como padre y como hijo, y utilizando vivencias y casos reales de su labor profesional, ofrece una visión crítica, emotiva y desenfadada sobre educación, adolescencia y valores sociales.

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    El libro de Hebe - Antonio Salazar Rivas

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    El libro de Hebe

    Breve tratado sobre

    la adolescencia o un paseo por el Purgatorio

    Antonio Salazar Rivas

    El libro de Hebe

    Breve tratado sobre la adolescencia o un paseo por el Purgatorio

    Primera edición: 2021

    ISBN: 9788418665592

    ISBN eBook: 9788418665097

    Registro de la propiedad intelectual: Asiento registral 16/2020/3860

    Número de Expediente: 09-RTPI-00949.4/2020

    Número de solicitud: M-000843/2020

    © del texto:

    Antonio Salazar Rivas

    © del diseño de esta edición:

    Penguin Random House Grupo Editorial

    (Caligrama, 2021

    www.caligramaeditorial.com

    info@caligramaeditorial.com)

    Impreso en España – Printed in Spain

    Quedan prohibidos, dentro de los límites establecidos en la ley y bajo los apercibimientos legalmente previstos, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, ya sea electrónico o mecánico, el tratamiento informático, el alquiler o cualquier otra forma de cesión de la obra sin la autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a info@caligramaeditorial.com si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

    A Cecilia Rivas Asensio.

    Hebe, diosa de la juventud, tenía la capacidad de rejuvenecer a los ancianos o envejecer a los niños. Ahora nuestros adolescentes no la adoran en la arboleda sagrada de Sición, no obstante su espíritu sigue llenando, ya no las copas de los dioses, pero sí la temprana vida de los hombres con el néctar de la pasión y la locura. Desde el Cinosargo saciará la melancolía de los ancianos y la vanidad de la impetuosa adolescencia.

    Prólogo

    Hace algún tiempo leí un pequeño glosario en el que se detallaban aquellas formas que daban felicidad o, al menos, planteaban algo placentero parecido a la misma. Dentro de las cosas que aparecían, algunas recurrentes o de sentido común, tales como el dinero, la salud o el buen sexo, me llamó la atención una: «… no tener hijos». Ustedes que me leen seguramente tendrán la misma reacción que tuve yo en su momento; pensé en ese cliché que tenemos de la paternidad: un mundo almibarado de ternura y de «realización personal» —alguien me tendrá que explicar de forma técnica esto de la realización personal—; para luego preguntarnos en qué mente descastada se pueden plantear cosas así, nosotros que vivimos todavía bajo la cultura de la cohesionada y patriarcal familia mediterránea.

    Tenemos hijos, primero, bajo agenda biológica, luego, bajo agenda social, en algunos casos, porque el hecho de fabricarlos es sumamente placentero, y para aquellos que somos más reflexivos o quizás más imbéciles, como una forma de creación o de proyección personal. Una realización vital ineludible. De hecho, los orgullosos padres miramos con desconfianza, incluso con desprecio, a aquellos que han tomado la libre determinación de renunciar a tener hijos.

    Después de un leve paseo vital por las experiencias paternas propias y ajenas, uno empieza a tomar conciencia de que, aunque quizás sea exagerado que los hijos nos dan infelicidad, sensu stricto, la experiencia, vista con perspectiva, no es exactamente una verbena y en muchos casos convierte nuestra vida en un camino pedregoso.

    Sea como sea, reduzcamos lo que pasa a un plano de lógica proposicional. La paternidad existe, es indeterminada, incontrolable e imprevisible, ergo no es felicidad aquello que nos hace caminar por un alambre, pero sí —y solo sí— encontramos en la mirada de nuestros hijos algo parecido a la perfección, a la plenitud y algo que quizás se asemeja a un tipo de sentimiento intenso que pasamos buscando toda nuestra vida; debemos afrontar la paternidad como una idea, un mundo de conciencia; alegría, tristeza y desequilibrio con un curro de mil demonios. Me ha quedado algo ampuloso, ¿verdad? Pasen a reflexionar conmigo.

    A aquellos que en su momento me parecen interesantes les pregunto sobre su niñez. Intento vislumbrar si al menos alguno de ellos se suma a aquello de las frases hechas, «la infancia es la patria de cada hombre». Me doy cuenta, con cierta sorpresa, de que la gente tiene una idea muy vaga de su infancia o que han construido su vida sin el recuerdo consciente de la misma. No hay que leer muchos manuales de psicología para saber que nuestros primeros años lo definen todo; todo lo que somos, lo que hemos sido y casi seguramente lo que seremos. Curiosamente, cuando en cierto momento nuestra vida se convierte en mierda y uno acude a terapia, el psicólogo o el psiquiatra empieza a buscar cosas o explicaciones en traumas infantiles. Obviamente, a mí no me interesa en las personas eso de los traumas, tanto si sorprendiste a tus padres en la cama haciendo malabares o si te enamoraste de tu profesora y en base a ello has practicado el onanismo durante tu adolescencia. Lo que me interesa es la infancia en su globalidad, como base de lo que somos y de lo que nos hemos convertido, y cómo esto devenga en el pantanoso y romántico mundo de la adolescencia.

    Cuando viví en el pueblo en el que pasé mi infancia y salía a jugar por las tardes, bien solo o bien con amigos, sabía que había un conjunto de posibilidades de divertimiento que en términos generales se cumplían. Cuando por las tardes, en mi «ciudad-purgatorio», donde viví mi juventud y adolescencia, repetía el mismo gesto, esperaba obtener las mismas satisfacciones. Esto nunca ocurrió; y en el tiempo en el que seguí saliendo, esas expectativas acuñadas en mi infancia nunca se cumplieron. En cierto momento, cuando crecí, racionalicé esto y me di cuenta de que esas expectativas nunca se cumplirían, pero curiosamente en vez de caer en el desánimo, y sobre todo mucho más tarde, cuando te das cuenta por ley de vida que muchos sueños y proyectos se hacen trizas y que las personas te decepcionan o te dejan en soledad, tomé conciencia de que siempre conservo la esperanza de algo bueno al salir de casa. Mi infancia grabó en mí el optimismo de la felicidad y eso me ayuda a vivir.

    Por todo esto, voy midiendo los minutos de la infancia y adolescencia de mis hijas. Si soy capaz de dotarlas de este nivel de expectativas para toda su vida, se verán armadas de forma vital. Su motivación, su actitud para el trabajo, para el esfuerzo, para la excelencia y para aquello que se llama la «cultura del placer» estarán garantizados.

    Aquellos adolescentes que no cuentan con este instrumento pasan el resto de sus días buscando donde no hay o donde no deben. Saben que han perdido algo o no han conseguido algo. Y los que son jóvenes lo buscan en el hedonismo compulsivo basado en el alcohol y las drogas, ese malentender de «vivir la vida a tope», y los que son mayores viven alienados; de tal guisa que las cuarentonas se comportan como adolescentes proyectándose en las vidas de sus hijas más jóvenes, permitiendo la promiscuidad de las mismas o acompañándolas a hacerse un piercing; o los padres amargados con sus fracasos intentan esquivarlos convirtiendo a sus hijos en el modelo de persona que ellos nunca llegaron a ser. En un modelo de persona, también alienado, basado en valores de hombría o de triunfo personal equivocados: el futbolista que no fui, el médico que no fui, el donjuán que no fui.

    Una vez que nos hemos aproximado un poco, nos ponemos en esto de dar forma humana, es decir, convertir a un niño y a un adolescente en una persona digna para sí misma y para su entorno. Nos ponemos a modelar y estructurar a ese amoratado trozo de carne de tres kilos atado a una placenta para convertirlo en uno de los herederos de cien mil años de evolución de sapiens sapiens.

    En los últimos años he visto, en orden a las diversas edades de los chavales, que diversos expertos se han acercado, seguramente con más certeza que yo en este libro, a dar instrucciones a educadores y familias en la educación y formación de niños y jóvenes; sobre todo, en aquellos casos en que los mismos, con escasa edad, son auténticos demonios incontrolables y otros, más crecederos, aparecen ante nosotros como pseudodelincuentes. Supernanny o Hermano Mayor daban cuenta de los fracasos de las familias; los fracasos del sistema o el fracaso de la óptima trasposición por parte de la sociedad de valores eficientes.

    De igual forma, la educación, como concepto general, se ha convertido en una especie de campeonato de echaculpas. Los políticos culpan a los políticos del otro partido; la LODE a la EGB, la LOGSE a la LODE y EGB, la LOMCE a la LOGSE; los padres a los profesores, los profesores a los padres y a la ratio, la pública a la concertada, las ampas al director, los tutores a los orientadores con su protocolos; los niños a tutores, al cabrito que hace bullying o al divorcio de sus padres.

    En los prólogos, entre otras cosas, se suele plantear una pequeña declaración de intenciones para orientar al paciente lector sobre de qué va el tema para que, de esta forma, tenga la opción de dejar de leer y huir hacia algo más acorde con sus expectativas. Esto va simplemente sobre lo que yo veo. Lo de coach educativo me queda grande, y pontificar, aunque a todos nos mola, no creo que sea lo adecuado. Lo que aquí van a encontrar es lo que considero que es la auténtica realidad del mundo desordenado y oscuro del adolescente, de las ideas rancias o almibaradas que tenemos de la incipiente juventud, de las verdades incómodas que familias, educadores y sociedad trasmiten a los jóvenes, de la demagogia ingenua con la que orientadores de centros, padres y sociedad en general tratamos el problema de seres humanos que, en el espacio de los ocho a los veintidós años, deben dirimir y ubicar el resto de su existencia; con el agravante de que si no lo consiguen, quedarán atrapados en un limbo de confusión adolescente por toda la eternidad —el karma que un humorista llamaba el adultescente—.

    Este libro, tal y como he dicho, no es una manual de coaching educativo, ni un manual para la gestión de la adolescencia. Es simplemente un conjunto de reflexiones y experiencias desde mi humanidad, desde mi labor profesional, desde el padre que soy y desde el niño y el adolescente que fui. Es también una pequeña —quizás osada— valoración sociológica de cómo los jóvenes se mueven en su mundo, en su cole y en sus familias, y —siendo más osado todavía— es un tratado sobre la verdad. La verdad realmente es un concepto incómodo, por tanto, tal y como decía Bertrand Russell: «No nos dejemos llevar por lo que queramos que sean las cosas o como las interpretamos según nuestra conveniencia. Centrémonos en los hechos».

    Neil Postman en su libro Divertirse hasta morir decía que una persona inteligente «era aquella capaz de encontrar o saber la verdad». Realmente me parecería muy razonable romper esa cadena de medias verdades, demagogias y pontificaciones, pues vivimos en la paradoja constante del «traje del rey»; no está bien visto alejarse del «formato industrial de verdad», cada cual aguanta su verdad. Me gustaría desde aquí invitar a algunos y algunas a decir aquello del «rey va desnudo».

    Quisiera decirles igualmente que este libro no está sujeto a cuestiones muy científicas, como ya he afirmado; se sustenta básicamente en las emociones, y las emociones que aquí planteo son mis emociones, por tanto, lo que aquí aparece se sustenta a partes iguales en la credibilidad que a mí me quieran otorgar y en mirar hacia dentro de ustedes mismos y determinar si algo de lo que aquí aparece les suena o no.

    Pese a que lo afirmado en el párrafo anterior da cierta pátina de humildad a lo que digo, no se engañen. Lo que aquí propongo se me antoja como cierto y se basa en más de veinticinco años de experiencia en el trabajo con jóvenes y adolescentes, en mi experiencia como padre y en mi experiencia vital como hijo y adolescente. Les garantizo que mis galones no son nada desdeñables.

    Pues bien, comencemos. Me gustaría que cuando terminasen, se recostasen hacia atrás en su sofá y con cierta sonrisa, y una mayor tranquilidad de espíritu, se hayan reconocido o hayan reconocido algo de lo que aquí he escrito. Esto querrá decir que he logrado algo de lo que me proponía.

    Comencemos el paseo.

    Bon apetit.

    PRIMERA PARTE

    Y TODO CAMBIA:

    EL MUNDO INTERIOR. CAMINANDO POR EL PURGATORIO

    Capítulo 1

    Del mundo de los niños al mundo de los hombres. Nuestra responsabilidad

    Un adolescente es un bichejo híbrido que se encuentra en tierra de nadie. Las hormonas han roto su confianza y el niño que era se ha diluido en un crisol de confusión, idealismo y mala hostia. La hipersensibilidad del adolescente es algo demoledor. El adolescente no conoce la mesura, y pretendemos crear un escenario favorable y una proyección de mejora en un ambiente que, de partida, es tremendamente hostil. Es como construir un campo de golf en un desierto, que, aunque sabemos que los árabes lo logran, lo hacen con dinero, voluntad, idealismo e inconsciencia —recomiendo ver la película La pesca del salmón en Yemen—, en nuestro caso vamos a tiro hecho; tuvimos la voluntad de parirlos, solo nos queda la necesidad emocional de criarlos. Ante nosotros la figura desgarbada e insegura de olor indeterminado, que se muestra refractario/a ante cualquier cosa que se le propone. Efectivamente, la sensación es la de pescar salmones en el desierto.

    Mi propuesta desde un principio es tratar el problema desde dentro, porque desde fuera tenemos la batalla perdida. Quizás nos podemos mover por sus emociones, por su sentido común o por su inteligencia; pero difícil nos será competir con las modas, el profesor guay, las popus de la clase, la música latinera con letras guarras, el Facebook, el WhatsApp y las apps para ligar. Desde aquí planteo cuál es la realidad. Me gustaría ofrecer, más allá de la demagogia, visibilidad real sobre lo que pasa en el mundo de los jóvenes. Me gustaría que tomásemos conciencia de qué obstáculos impiden a un niño, a un pequeño ser humano, crecer y desarrollarse en el mundo de los hombres. Sería interesante que las familias fuésemos capaces de interpretar la realidad de nuestros hijos o, al menos, aproximarnos a su mundo interior; que los obstáculos no sean insalvables y queden eternamente anclados, como almas perdidas, en el mundo de la inmadurez y de la superficialidad. Malo puede ser un devenir adolescente con dieciséis años, pero cuando se tienen cuarenta resulta ser demoledor. Aquí quiero proponer una vía de escape, un camino que genere adultos a resultas de niños evolucionados y no adolescentes perdidos. Yo, desde luego, independientemente de que considero que la

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