Amores inconfesables: La infidelidad desde Eva a Internet
Por Patricia Collyer
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Amores inconfesables - Patricia Collyer
mejor.
Capítulo I
¿Por qué somos infieles?: Vistazo por el ojo de la consulta
La psicología del adulterio ha sido falsificada por la moral convencional, la cual parte del supuesto, en los países que observan la monogamia, de que la atracción por una persona no puede coexistir con un afecto serio por otra. Todo el mundo sabe que esto no es cierto
.
(Bertrand Russel, filósofo y matemático inglés. Premio Nóbel de Literatura en 1950).
Cuando se habla de establecer la psicología
de alguna situación, se está diciendo que se identificarán y analizarán los mecanismos psicológicos que causan, explican, desarrollan y permiten influir o modificar la situación u objeto aludido.
El problema es que, en relación a la infidelidad, no es posible establecer una psicología de la infidelidad
. No existen factores universales que la expliquen. Sin embargo, eso no excluye que en cada caso particular se puedan descubrir los mecanismos que han actuado en su inicio, mantención o término. De hecho, se hace, sin saberlo, en conversaciones cotidianas, y –en una proporción muy grande (mucho más de lo que se podría pensar)– en los cientos de sesiones terapéuticas que cada día se realizan en nuestro país. Pero lo que de esas experiencias se extraiga, solo vale para el infiel en cuestión.
Valga esta explicación para adelantar lo complejo que es tratar nuestro tema desde la perspectiva psicológica
.
El ser humano: Un mamífero infiel y polígamo más...
Debido a la gran cantidad de infieles que detectan las estadísticas y en razón del fuerte impacto psicológico que esta conducta tiene para sus protagonistas, la primera duda que debemos disipar es si el ser humano nace
o se hace
infiel.
Al respecto, parece existir consenso entre los estudiosos de la psiquis humana que la tendencia más natural es a sentirse atraído afectiva y sexualmente por más de una persona en la vida. Ello, aun cuando se tenga una relación conyugal estable y satisfactoria.
Algunos especialistas señalan que la pulsión sexual –definida como la excitación o cambio bioquímico que nos provoca otro ser humano–, no solo es indiferenciada en cuanto al sexo de quien habrá de satisfacerla (lo que se define durante la infancia), sino también respecto de si deberá ser satisfecha por una o varias personas a lo largo de la vida.
El psicólogo Juan Molinari, terapeuta clínico durante más de 35 años y quien ha estudiado y escrito sobre el tema desde el punto psicofisiológico, postula una visión que comparten muchos de sus colegas: el hombre no nace monógamo. No hay ningún mamífero que lo haga. Y el hombre es solo uno más complejo, articulado y social
. Puntualiza que no hacen falta estudios para comprobar que hay una disponibilidad emotiva natural
a sentirse atraído por una pluralidad de personas en la vida. Según expresa, ni mi experiencia personal ni la terapéutica me indican lo contrario
.
Lo que ocurre, según los expertos, es que la infidelidad no es sinónimo de sentirse atraído simultáneamente por dos o más personas. "Eso es imposible, porque anularía la atracción, explica Molinari.
Sin embargo, nada excluye que alguien se sienta atraído por una persona a las 5 de la tarde y por otra a las 7. Eso es contemporáneo, pero no simultáneo. Tanto como puede serlo un largo matrimonio monógamo seguido de otro igualmente monógamo", precisa.
Mañosos e infieles
Molinari entrega algunos aforismos sobre la naturalidad
y la fidelidad
. Precisa que lo natural es la poligamia y lo social es la monogamia y que la naturaleza de lo humano es la socialidad. En esta paradoja entre la fuerza de lo natural y la potencia dominante de lo social, encontramos toda la conflictualidad que rige la relaciones pasionales
. De aquí, añade, lo condenable que nos resulta hoy en nuestra sociedad la fisiológica poligamia, que en rigor debiéramos llamar ‘multigamia’: distintas parejas de cualquier género
.
Por otra parte, indica que el deseo es primo hermano psicofisiológico del apetito; solo sus distintos objetos ennoblecen más al uno respecto del otro: consideramos incomparablemente más compleja y noble una persona que una pizza
. De esta manera, puntualiza, no entendemos mucho mejor las pasiones amorosas que las apetencias gastronómicas: nos parece correcto y loable la adherencia a una sola persona, pero más aconsejable y estimulante la variabilidad de las preferencias alimentarias. Si nos inclinamos amorosamente hacia más de una persona somos infieles; si nos gusta un solo alimento somos mañosos. Así son las consignas sociales. En cambio, naturalmente, la mayoría de nosotros no somos ‘mañosos’ en la cama, ni tan ‘infieles’ en la mesa
.
Concluye señalando que la llamada ‘fidelidad’ es innatural. Como tal, profundamente humana: nos la representamos como un bien ideal, como virtud, pero la vivimos como imposición o tedio
.
El sociólogo, Fernando Villegas quien trabaja en diversos medios de comunicación chilenos, también coincide en que lo natural en el ser humano no es la monogamia. Más importante que mi opinión es atenerse a lo que ratifican todos los estudios realizados sobre el tema: lo natural en el ser humano es la poligamia. Caer en la tentación es lo normal. Si no fuese así, no habría necesidad de tantas normas y frenos sociales para evitar infidelidades. Ahora, si las cosas son así, ¿qué nos impide asumir lo que por naturalezas somos? Obviamente, los posibles resultados nefastos de la acción. Entre estos, los consabidos castigos ofertados por la sociedad, el meterse en problemas con la religión –para los creyentes–, el contraer SIDA, el destruir la familia, etc. Es decir, miedos reales y otros no tanto. La contradicción entre esa tendencia natural y las estructuras diseñadas para impedir la concreción de la tendencia lleva a que la conducta sea siempre clandestina
. Y dictamina: Está claro que, a pesar de todos los frenos que se ha diseñado el hombre para evitar que aflore lo que le es natural, emerge igual. Y lo hace –como todos lo sabemos, aunque se niegue– en forma masiva y cotidiana. Hay incluso toda una industria para permitir y satisfacer el clandestinaje de la infidelidad
.
Villegas se extiende en su argumentación: Creo que –como especie– no estamos lo suficientemente desarrollados para aceptar un hecho que está probado por la ciencia y que forma parte de la vida. Tal vez el hombre de unos 500 mil años más acepte su esencia y la viva sanamente. Pero los hombres de hoy estamos limitados, entre otras cosas, por nuestro ego. La posesión, por ejemplo, gatilla reacciones irracionales y absurdas. Como que si vemos a nuestra pareja en ‘algo’ con otro, se nos reanime automáticamente la pasión. No podemos aceptar la alegría y el crecimiento que podría representar para nuestra pareja una relación erótica con otro. Para nosotros sí lo aceptamos con manga ancha. Sé que esto es irracional porque entiendo que la infidelidad no debería concebirse un acto ‘contra’ la pareja. Al amar, uno debiera desear lo mejor para el otro. Sin embargo, en este ámbito, lo de los egos minúsculos corre sin tapujos
.
El psicólogo Alfonso Luco, quien cuenta con una experiencia de más de 30 años en terapia de parejas, indica que él prefiere hablar de relaciones extraconyugales
más que de infidelidad
porque cada persona puede tener su propia interpretación sobre lo que significa ser infiel. Hay personas que, sin tener relaciones sexuales con otra, son muy infieles. Es decir, tienen relaciones fuera del matrimonio donde crean una alianza y una complicidad mucho más fuerte que la que tienen con su pareja
. Destaca un ejemplo que ve con frecuencia en su labor terapéutica: uno de los integrantes de la pareja está fuertemente ligado a un tercero sin que ocurra nada. Ni siquiera existen ‘malas intenciones’. Sin embargo, en la relación sexual con su cónyuge, siempre imagina y fantasea que está con el o la otra. ¿Qué más infidelidad que esa?
, se pregunta.
Para la psiquiatra Angélica Leighton –quien también ha dedicado gran parte de su vida profesional a la terapia con parejas en problemas– el ser humano, a semejanza de algunos animales (como los lobos o los pingüinos, que son de los pocos que se emparejan una sola vez en la vida), nace determinado a estabilizarse con una sola pareja. Pero ello es distinto a que sea monógamo por especie
, aclara.
La profesional relata que en su trayectoria profesional ha conocido solo un caso de pareja humana químicamente loba
. Comenzaron a pololear a los 11 años, estuvieron 40 años casados y nunca hubo infidelidad. Cuando él murió, ella –que aún era joven– no se volvió a casar porque dijo que en su vida había lugar para un solo hombre
.
Andrea Rodó, psicóloga y experta en sexualidad femenina, viene investigando el tema desde la década de los ’80 y ha vertido sus conclusiones en ensayos como El cuerpo ausente, Mujeres y municipio: un espacio para la participación y democratización barrial, Entre el placer y el afecto. Su experiencia le ha permitido descubrir que, en las mujeres, la infidelidad muchas veces aparece cuando la relación de pareja se pierde en una convivencia rutinaria, algo vacía, sin intimidad. No necesariamente es porque haya algo que ande muy mal en la relación conyugal, o estemos frente a una relación desgastada, o atravesada por conflictos graves. La infidelidad, surge cuando un ‘otro’ la confirma como mujer, la valida, la ve. Son razones que dicen relación con ella misma, con sus deseos, con sus necesidades, con una mirada hacia sí misma; necesita verse en otro lugar, y para ello necesita la mirada de otro
, señala.
La profesional añade que, en ese contexto es que, de pronto, se ve envuelta en una relación que le permite volver a reconocerse como mujer o persona. Necesita tener una experiencia de infidelidad ‘privada’. Privada, en el sentido de que no se actúa por reacción, no es en contra del cónyuge, ni por ‘venganza’, sino que se establece una relación con un tercero, para volver a activar en ella, o a conectarse con sus aspectos más lúdicos, más femeninos, mas sensuales, que muchas veces han dejado de estar presentes, en su matrimonio. Es una invitación que la mujer siente que le hará bien
.
Por lo anterior, precisa, en muchos casos la ‘infidelidad’ no llega a ser física (podría no haber sexo de por medio). Sin embargo, sin duda, la mirada, se vuelca hacia otro, aparece un ‘otro’, que ocupa un espacio afectivo, erótico, o simplemente un espacio donde se reencuentra con el asombro, con la fantasía
.
La psicóloga indica que, si se vive de esta forma, la experiencia podría no revestir mayor trascendencia y muchas veces, incluso, refuerza a la pareja y puede hacer resurgir el deseo, o la intimidad perdida
. Ciertamente, puntualiza que no es fácil. Requiere sostener la culpa y la profunda sensación de estar viviendo y haciendo algo impropio. Esto, muchas veces, tira por la borda la posibilidad de mantenerlo en la privacidad de cada uno, y vivirlo como una experiencia acotada que pertenece al mundo privado. Cuando ello se logra, o cuando la pareja logra procesar esta experiencia de un modo adecuado, la crisis da paso a una experiencia de crecimiento y madurez emocional. La vivencia de un amor adulto mas comprometido
.
Según otros especialistas consultados, el problema es que la mayoría de las infidelidades no son sanas sino reactivas. Es decir, responden al hecho de que algo anda muy mal en la pareja.
¿El huevo o la gallina?
La segunda interrogante que se debe dilucidar se refiere a la causa de las rupturas conyugales: ¿La infidelidad surge en una relación conyugal gastada, de poca o mala comunicación? ¿Eso es lo que gatilla la infidelidad?
Advirtiendo que no es partidario de generalizar, Alfonso Luco considera que es el conflicto lo que precede a la infidelidad. "Cuando hay una situación de impasse, de pugna, la relación extraconyugal es como un reventón, un síntoma o una consecuencia. Cree que muchas veces incluso el infiel deja las evidencias, para que el asunto estalle. La infidelidad se transforma, de este modo, en
la gota que rebasa el vaso" y es, mayoritariamente, recíproca. Según Luco, es muy difícil que una mala relación se arregle mediante una infidelidad.
Por cierto, existen también hombres y mujeres que, por su personalidad e historia psicológica, buscan o aceptan la ocasión de ser infieles aún sin tener problemas con su pareja. Sin embargo, según los expertos, son los menos
.
Entre quienes se cuentan en esta minoría hay muchos cuya motivación es ponerle sal y pimienta
al matrimonio, como popularmente justifican sus infidelidades. Según la mayoría de los expertos, estas personas cometen un error, porque no piensan que la relación extraconyugal tiene un peligro grande ya que conlleva asumir sentimientos como el dolor y el caos.
Los terapeutas consultados coinciden en que solo en casos específicos, una pareja en crisis puede salir fortalecida después de una infidelidad. Hay parejas que sufren un desgaste en su relación afectiva y sexual, con el consecuente aburrimiento y necesidad de emoción y novedad. En esos casos, a veces se produce una especie de complicidad frente a la relación extraconyugal
, grafica Alfonso Luco.
Podemos concluir en relación a la sal y pimienta
que la teoría es tan absurda como esa frase sobre la paz y la virginidad: Fighting for peace is like fucking for virginity
(Luchar por la paz es como fornicar en pro de la virginidad...
).
El mito de la media naranja
Un tercer factor ligado al tema que requiere respuestas es aquel relacionado con la idea –difundida, arraigada y tan frecuente al momento de casarse– de que la pareja llenará todas nuestras necesidades de afecto, comprensión y comunicación.
El problema es que esta creencia es, en la mayoría de los casos, frustrada por la cotidiana realidad de vivir en pareja. Y ello ocurre no porque la pareja esté mal orientada o mal encauzada, sino porque es un error pretender que otra persona –espontáneamente– calce con la inmensa gama de necesidades y matices que cada cual tiene o desarrolla. Más erróneo es pretender que no existe una persona, diferente del cónyuge, que pueda calzar mejor con dicha gama.
Los certificados de garantía
Otro factor que merece ser analizado es el sentido de propiedad que parece ligarse al vínculo amoroso. Como lo graficó uno de los psicólogos consultados, muchas veces si uno de los integrantes de la pareja se involucra con un tercero, el afectado siente el hecho como que le hubieran robado un auto que no tenía seguro...
.
Parte del sentimiento de hecatombe que se asocia a una infidelidad radica en este sentirnos dueños
de nuestro cónyuge. Ello tiene su fundamento: el metamensaje que nos entrega la sociedad es que, al casarnos, adquirimos un bien que nos durará para toda la vida
, (incluso, socialmente se exige que así sea). Sin embargo, el amor no trae garantía.
El sentido de propiedad es, al menos en nuestra cultura, un factor importante no solo en el desarrollo de la infidelidad sino en cómo se la vive. Si somos objeto de una infidelidad, nos sentimos despojados, arrebatados de algo que nos pertenecía
. Si, por el contrario, somos nosotros los infieles, nos negamos a aceptar que nuestro cónyuge haga lo mismo. Con frecuencia, también, nos sentimos culpables de haber despojado al otro de nosotros mismos
. El sentido de propiedad tiene, en este caso, dos aspectos: somos dueños
del otro, pero también le pertenecemos
al otro...
Contradictorias señales
Otro elemento que se debe considerar en nuestro análisis tiene que ver con los mensajes contradictorios –explícitos e implícitos– con que a diario nos bombardean, ya sea en nuestro círculo cotidiano o a través de los medios de comunicación.
Por un lado, se nos enseña que lo bueno
es ser fiel. Sin embargo, junto a este valor social explícito, coexiste un mensaje implícito, contradictorio: la infidelidad es un objeto de consumo y un modelo que vale la pena imitar. Vivimos en una cultura que sanciona drásticamente la infidelidad pero que, al mismo tiempo, la pone en oferta e incita a consumirla.
Estas señales contradictorias son dañinas para el ser humano porque, además del sentimiento de culpa que genera el transgredir una norma y un valor social, producen ambivalencia y angustia.
Según los estudiosos de la psiquis humana, el hecho de que valgan lo mismo dos sentimientos que debieran oponerse provoca conflictos severos. Y estos son más severos mientras más profesante se es de los valores que impone la sociedad. Las personas de valores muy rígidos tienen una actitud mucho más defensiva. Luchan por ganarle a la tentación, lo cual es mucho más conflictivo porque acentúa la culpa. En todo caso, según los expertos, tener valores rígidos no impide que se transgredan. En quienes los tienen se da la misma frecuencia y proporción de infidelidades, solo que son más fuertes, más destructivas y, a veces, más sórdidas porque es más difícil integrarlas
, explica Alfonso Luco.
Tras el sillón del terapeuta
Entender la forma en que cada uno de los factores descritos puede desencadenar la infidelidad es algo complejo. Sin embargo, desentrañar cómo se da el proceso (o cómo se mantiene en el tiempo), puede ser más simple. Una forma de lograrlo es espiando, hipotéticamente, por el ojo de una consulta psicoterapéutica.
Imaginemos que se nos concediera la gracia de escuchar y observar todo lo que hombres y mujeres cuentan a sus psiquiatras y psicólogos sobre su vida conyugal y extraconyugal.
Al cabo de esa experiencia, podríamos sacar un sinnúmero de conclusiones. Veamos las principales:
1. Las mujeres son menos disociadas, por ello, cuando son infieles, se separan en mayor proporción que los hombres
El hombre, por el contrario, tiene incorporada socialmente la disociación, es decir es más capaz de ser infiel sin compromiso afectivo y, si ve que se está enamorando, se retira.
En entrevista concedida para este libro por el abogado y exdiputado Jorge Schaulsohn, este reafirmó la mencionada conclusión señalando que había que hacer un distingo entre lo afectivo y lo sexual. "La fidelidad afectiva no tiene que ver con fidelidad sexual, a menos que se entienda como una pre-condición, como imponerse una manera de vivir por respeto a un principio