Un jefe soltero
Por Pamela Ingrahm
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La atractiva Madalyn Wier tenía impecables referencias y años de experiencia... y pronto tuvo a su guapo jefe rendido a sus encantos femeninos. Pero Philip estaba decidido a negar la atracción entre ellos, especialmente porque Madalyn era una madre soltera que tenía una hija en quien pensar. Y él, un soltero empedernido, no estaba preparado para proponer matrimonio... ¿o sí?
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Un jefe soltero - Pamela Ingrahm
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 1999 Paula D’Etcheverry
© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Un jefe soltero, n.º 1484 - febrero 2021
Título original: Bachelor Boss
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
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Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.:978-84-1375-151-1
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
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Capítulo 1
MADALYN Wier había tenido mejores días de cumpleaños.
Pero si algo podía redimir a una mujer de cumplir treinta años y ser una madre soltera a punto de quedarse en el paro, sería conseguir un trabajo como secretaria ejecutiva en la compañía Ambercroft. Madalyn tuvo que inclinar la cabeza hacia atrás para mirar el impresionante edificio, un monumento al dinero y a la arquitectura moderna. La punta del rascacielos de más de cien pisos arañaba el cielo de Dallas como abriendo camino para los Ambercroft hasta el más allá.
Se cruzó de brazos mientras esperaba que los coches parasen en el paso de peatones. Obviamente, la hospitalidad texana se olvidaba a partir de las cuatro. Al menos, en el centro de Dallas…
Lo primero que la sorprendió al entrar por la puerta giratoria fue ver que la recepcionista parecía muy agitada. Aunque sabía que ese tipo de trabajo podía ser agotador, la actitud de la mujer no le parecía muy acorde con la imagen de la famosa empresa.
Madalyn echó un vistazo alrededor mientras daba tiempo a la recepcionista a contestar las numerosas llamadas de la centralita. El suelo del enorme vestíbulo era de mármol pulido y las paredes estaban forradas de madera noble. Los retratos de varias generaciones de Ambercrofts, todos con impecable traje oscuro, colgaban de aquellas paredes. Los cuadros eran una muestra de la duración de la saga familiar y la ponía un poco nerviosa ser observada por aquellas serias figuras. Madalyn imaginaba que ese era precisamente el objetivo: que los visitantes supieran inmediatamente que entraban en un impenetrable bastión familiar.
Con cada generación, los hombres se habían vuelto más y más serios. Hasta el retrato de Philip Ambercroft IV, el más joven de la saga. Era el más atractivo y el único que ofrecía una sonrisa, que llamó la atención de Madalyn. Quizá era porque había visto muchas fotografías suyas en periódicos y revistas o quizá era sólo su imaginación, pero el retrato la hacía preguntarse qué había detrás de aquella cara inteligente.
Cuando las llamadas en la centralita cesaron por un segundo, Madalyn se acercó a la recepcionista.
–Perdone…
–La señorita Fox ha salido un momento. Yo soy del departamento de contabilidad y… –la mujer volvió a tomar el auricular, mirando a Madalyn como si la nueva llamada fuera culpa suya–. Recepción. Un momento, por favor… –dijo, pulsando la tecla de llamada en espera–. ¿Qué desea?
–He venido a solicitar un puesto de trabajo con…
–Recepción. Un momento por favor.
–… el señor Ambercroft.
–El despacho del señor Ambercroft está en el piso veintiuno.
–No me ha entendido, señorita…
La recepcionista la miró con cara de pocos amigos, mientras volvía a recitar el consabido: «Recepción. Un momento por favor».
–Ya le he dicho que el despacho del señor Ambercroft está en el piso veintiuno.
Apartándose de la belicosa mirada, Madalyn se dirigió al grupo de ascensores. Quizá alguien en el piso veintiuno podría indicarle dónde estaba la oficina de personal con un poco más de educación.
Era en momentos como aquel cuando Madalyn deseaba con todas sus fuerzas arriesgarse y abrir el invernadero con el que siempre había soñado. Al menos, las rosas y los ficus no daban malas contestaciones. Pero aquel sueño era imposible. Necesitaba un sueldo fijo para mantener a la personita que dependía de ella.
El viaje en el ascensor hasta el piso veintiuno fue rápido y suave. Ni siquiera las máquinas se atrevían a cometer errores en la poderosa compañía Ambercroft. Cuando las puertas se abrieron, Madalyn pisó la alfombra verde menta que parecía estar hecha de esponja y se quedó con la boca abierta. Frente a ella había una mesa de recepción más grande que la del despacho de un ejecutivo, con un ordenador y una impresora de última generación. El sofá y los sillones eran del más delicado cuero y la enorme puerta que había a la izquierda proclamaba a gritos que aquella era la entrada al sanctasanctórum.
Madalyn tuvo que ahogar una risita al imaginarse a una secretaria estilo señorita Moneypenny, la secretaria de James Bond, sentada frente a aquel escritorio. Pero allí no había ninguna secretaria y Madalyn estaba segura de que aquel no era el departamento de personal.
Estaba a punto de darse la vuelta para bajar de nuevo a recepción cuando la puerta del sanctasanctórum se abrió. Todo estaba resultando tan extraño que casi no se sorprendió al ver que quien salía leyendo un documento era el mismísimo Philip Ambercroft.
Era mucho más atractivo en persona que en las fotografías, incluso más que en el cuadro y Madalyn se quedó un poco apabullada. Había oído la expresión «rasgos esculpidos», pero nunca había conocido a un hombre cuyos rasgos se ajustaran a esa descripción. Parecía pertenecer a la nobleza europea, pero por lo que había leído, a ninguno de los Ambercroft le haría gracia la comparación. De hecho, era una familia muy orgullosa de su herencia texana.
El hombre, a punto de chocarse con ella, la miró fugazmente y después hizo un gesto de desagrado al ver que la mesa de recepción estaba vacía.
–Siéntese. Volveré enseguida.
Sin decir otra palabra, Philip Ambercroft entró en el ascensor, dejando tras él el aroma de su fresca y elegante colonia masculina.
Cuando Madalyn se recuperó de la impresión, se sentó como él le había ordenado. No tenía elección. Le temblaban las rodillas. Philip Ambercroft había estado a unos centímetros de ella. Lo suficientemente cerca como para ver sus profundos ojos azules. Si hubiera alargado la mano habría podido tocar el cabello negro que le caía sobre la frente. Podría haber rozado sus labios con los dedos…
–¿Te has vuelto loca, Madalyn? –dijo en voz alta, sorprendida. El hecho de que le temblaran los dedos mientras se apartaba el flequillo de la cara no le dio mucha confianza. Tenía que calmarse si pensaba mantener una entrevista de trabajo.
Rezando para que Philip Ambercroft no volviera inmediatamente, intentó recuperar la compostura. Quien estaba buscando una ayudante era Gene Ambercroft, no Philip. De modo que la seudo recepcionista había cometido dos errores: la había enviado al piso equivocado para ver al Ambercroft equivocado.
Pero, después de haberlo visto en persona, no podía quitarse de la cabeza a Philip Ambercroft. Tenía que admitir que ella, igual que unos diez millones de americanos, sentía curiosidad por aquella familia. Eran la realeza americana y los medios de comunicación los trataban como tales.
Y, al contrario que la mayoría de las mujeres americanas, a ella le fascinaba Philip Ambercroft, no su hermano el play boy. No le importaría trabajar para Gene, pero era el mayor de los Ambercroft quien había capturado su imaginación desde la primera vez que había leído un artículo sobre aquella poderosa familia.
Había algo en él, algo que la intrigaba y era mucho más que mero atractivo masculino. Tan guapo como su hermano Gene, Philip daba además una imagen de confianza y seriedad. Mientras al joven de los Ambercroft no parecía importarle que los periodistas insistieran en hablar de su vida privada, cada vez que publicaban un artículo sobre la vida privada de Philip, éste lo consideraba un asalto imperdonable a su intimidad y así lo había dicho públicamente. Aunque Madalyn admiraba a las bellas mujeres que aparecían con él en las revistas, tenía la sensación de que una velada con Philip sería interesante por su conversación, no por su físico.
Madalyn se dijo a sí misma que tenía que marcharse de allí antes de que él volviera y se levantó del sillón, decidida a buscar la oficina de personal. Aquella era una oportunidad única y no pensaba perderla por nada del mundo. Si pudiera, seguiría trabajando para Manufacturas Price durante toda su vida, pero eso no era posible. Los Price, que se habían portado con ella casi como unos segundos padres, se habían visto obligados a despedir a un montón de empleados y Madalyn tenía la obligación de encontrar otro empleo tan rápido como fuera posible. No sólo por ella sino por su pequeña Erin.
Pensar en su hija la hacía sonreír. Tres años atrás, la idea de tener hijos le había parecido algo muy lejano, pero después