Repensando la historia desde la fe: Algunas pistas
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Repensando la historia desde la fe - Emilio Martínez Albesa
CUADERNO DE TRABAJO N.º 3
CUADERNO DE TRABAJO N.º 3
REPENSANDO LA HISTORIA DESDE LA FE.
ALGUNAS PISTAS
EMILIO MARTÍNEZ ALBESA
Ateneo Pontificio Regina Apostolorum
© 2018 Emilio Martínez Albesa
© 2018 Editorial UFV
Universidad Francisco de Vitoria
Crta. Pozuelo-Majadahonda, km 1,800
28223 Pozuelo de Alarcón (Madrid)
editorial@ufv.es
www.editorialufv.es
Primera edición: diciembre de 2018
ISBN edición impresa: 978-84-17641-10-8
ISBN edición digital: 978-84-18360-28-2
Depósito legal: M-40427-2018
Preimpresión e impresión: Safekat, S. L.
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Impreso en España - Printed in Spain
En agradecimiento a Mario Hernández Sánchez-Barba
ÍNDICE
REPENSANDO LA HISTORIA DESDE LA FE. ALGUNAS PISTAS
Notas de epistemología de la Historia
Objeto y método
El tiempo histórico
La persona humana
Saber científico
Interdisciplinariedad
La presencia del Absoluto en la historia
Una única historia
Dios en la historia
Razón y fe en el estudio de la historia
La fe en la razón
La razón de la fe
Diálogo entre razón y fe en el trabajo historiográfico
El historiador cristiano. Repensando la disciplina histórica desde la fe
Deontología del historiador
La razón abierta del historiador creyente
La Historia en cristiano
DOCUMENTO DEL MAGISTERIO
BIBLIOGRAFÍA
REPENSANDO LA HISTORIA DESDE LA FE.
ALGUNAS PISTAS
EMILIO MARTÍNEZ ALBESA
Ateneo Pontificio Regina Apostolorum
NOTAS DE EPISTEMOLOGÍA DE LA HISTORIA
Objeto y método
La Historia, en cuanto ciencia o disciplina de conocimiento (historia rerum gestarum), estudia la historia en cuanto vivencia, en cuanto realidad actuada y/o experimentada por la persona humana en el tiempo (res gestae).¹ Lo esencial de su método es la confrontación de fuentes —vestigios del pasado— primarias e independientes entre sí y debidamente depuradas a través de la heurística, la crítica y la hermenéutica, para reconstruir mentalmente, mediante las evidencias resultantes de su cotejo, los sucesos humanos del pasado y compartirlos con los demás. Sin embargo, como nos ha repetido sin descanso el profesor Mario Hernández Sánchez-Barba, la Historia no persigue la simple descripción de hechos del pasado humano, sino que busca la comprensión de los procesos que han venido a conformar nuestro presente. Ella es «empresa razonada de análisis» del «proceso histórico» a partir de la información sistemáticamente recogida; «se basa en los hechos pero no se detiene en su descripción de acuerdo con los documentos que los avalen aunque incluso se les aplique la crítica histórica, sino que se interesa por los procesos sociales y colectivos».² La significación histórica de un hecho reside entonces en que es, en su propio presente, «una pervivencia del pasado y una instancia hacia el futuro», es decir, un momento o estadio de un proceso.³ Es pervivencia del pasado en cuanto que resultado de la realización de un proyecto concebido y actuado sobre unas determinadas posibilidades ofrecidas desde el condicionamiento que el presente recibe siempre del pasado. Es instancia hacia el futuro en cuanto que altera en determinado sentido las posibilidades de realización de nuevos proyectos. Libertad y necesidad se entrelazan en la marcha de la historia.
La originalidad del trabajo del historiador reside propiamente en la individualización de los procesos históricos que dan origen y consecuentemente explicación a las diversas situaciones históricas. Estos procesos no los inventa el historiador, sino que los descubre dentro de la maraña de hechos de los tiempos pasados y los evidencia mediante su método de confrontación de fuentes. Un poco al modo del escultor que libera con su cincel la figura que intuye ver en el interior de un bloque de piedra, quitando todo lo que sobra para hacerla emerger a los ojos de los demás, análogamente también el historiador encuentra procesos que requieren ser rescatados sacándolos a la luz mediante el oficio de historiar, con la indudable diferencia de que el escultor idea la figura, mientras que el historiador solo deshilvana el proceso desenredándolo de la madeja de la historia.
El tiempo histórico
Observamos así que la Historia, ciencia humana y social, estudia al ser humano en su actuar, en su acción, es decir, en su desenvolvimiento en el tiempo o, mejor dicho, en su temporalidad.
El tiempo es la condición esencial de lo histórico si se acepta —como resulta evidente hacerlo— que la historia es el resultado del despliegue de lo humano [...][;] la vida del hombre se desenvuelve en el tiempo, en el tiempo se suceden los acontecimientos, a través del tiempo el hombre hace la historia.⁴
En efecto, hombre y tiempo son los dos componentes esenciales de la historia, a los que se añade el espacio por ser lo espacial condición necesaria de todo lo que es temporal;⁵ pero, en mi opinión, conservando el tiempo la primacía sobre el espacio en lo que respecta a la definición de la historia. Hernández Sánchez-Barba concluye esta primacía —sin por ello menospreciar ni desatender nunca el papel condicionante del espacio, que es particularmente importante en la historia americana—⁶ cuando afirma que «la nota específica de la realidad no es la espacialidad, sino la temporalidad», pues «existe una indisoluble conexión de temporalidad [duración limitada, carácter de proceso], unicidad [irrepetibilidad], individualidad [darse una vez en su surgir y sucumbir] y realidad»,⁷ ya que la realidad dada, creada, existe siempre en proceso, en un despliegue sucesivo, caracterizado por el estar disgregado en el tiempo, nunca todo junto.⁸ Por esto,
la consideración clave del estudio histórico consiste en un rescate de la separación en el tiempo [de los varios elementos] para encontrar la unidad de su dimensión, donde se encuentran todos ellos unidos formando, unos con otros, una figura temporal, una ordenación, en suma, un proceso que es un todo temporal, aunque no simultáneo, lo que quiere decir que no está junto en un punto del tiempo.⁹
La realidad creada se desarrolla en momentos parciales que encuentran su significado histórico en la correlación que guardan dentro de un proceso. En este sentido, resulta consecuente que, como enseña el papa Francisco, «el tiempo es superior al espacio».¹⁰ El tiempo conduciría hacia la plenitud a la que apunta un proceso, mientras que el espacio evocaría el límite que acota el momento presente.¹¹
Es una invitación a asumir la tensión entre plenitud y límite, otorgando prioridad al tiempo. Uno de los pecados que a veces se advierten en la actividad sociopolítica consiste en privilegiar los espacios de poder en lugar de los tiempos de los procesos. Darle prioridad al espacio lleva a enloquecerse para tener todo resuelto en el presente, para intentar tomar posesión de todos los espacios de poder y autoafirmación. Es cristalizar los procesos y pretender detenerlos. Darle prioridad al tiempo es ocuparse de iniciar procesos más que de poseer espacios. El tiempo rige los espacios, los ilumina y los transforma en eslabones de una cadena en constante crecimiento, sin caminos de retorno. Se trata de privilegiar las acciones que generan dinamismos nuevos en la sociedad e involucran a otras personas y grupos que las desarrollarán, hasta que fructifiquen en importantes acontecimientos históricos.¹²
Priorizar la comprensión de los procesos en el estudio de la historia implica poner la atención en las categorías de continuidad y de discontinuidad, es decir, en la razón de ser del cambio histórico. Se trata de «explicar el cuándo, el cómo y el porqué del cambio, que es, propiamente, la esencia del oficio de historiador».¹³ Siendo el tiempo la medida de la temporalidad de los seres, de su transcurrir, se impone distinguir, en el caso de las personas y comunidades humanas, entre el tiempo cronológico constante, susceptible de medida en unidades uniformes, y el tiempo histórico, que es expresión de la temporalidad de la persona humana y, por lo tanto, en virtud del protagonismo humano en la propia vida y en la historia en general, se traduce en experiencia adquiriendo subjetividad y presentando consecuentemente diversidad de ritmos, con momentos más y menos intensos, con cursos más y menos rápidos, con fenómenos de mayor o menor duración y extensión.¹⁴ En definitiva, los procesos históricos se articularán en etapas, fases y periodos donde el cambio marca los ritmos, define la sinuosidad, determina el ascenso o el descenso en diversos posibles sentidos.
La historia, en efecto, no es una simple sucesión de presentes, sino que es análisis y caracterización del tiempo presente, sobre el cual incide la persistencia del pasado y, en cuya dinámica, vibra la tendencia hacia el futuro. El análisis de este cambio permite comprender al hombre social, político, económico, etc., y el conjunto de todos estos conocimientos hace posible adquirir una visión integral del hombre en toda su dimensión y cambio, haciendo inteligible lo que [José] Ortega y Gasset [(1883-1955)] llamó la razón histórica, la racionalidad del acontecer humano en el tiempo.¹⁵
Lo cual nos conduce por tanto al reencuentro con la persona humana, tanto en su dimensión individual como en la comunitaria.
La persona humana
Cada uno de nosotros, desde el día del nacimiento, tiene una historia propia. Al mismo tiempo, cada uno de nosotros, a través de la historia, forma parte de la comunidad. La pertenencia de cada uno de nosotros, como «ser social», a un cierto grupo y a una sociedad determinada, se realiza siempre mediante la historia. Se realiza en una cierta escala histórica.¹⁶
El hombre, situado en el tiempo y en el espacio, actúa. Es un ser histórico porque se realiza mediante acciones que responden, en medio de los condicionamientos de las circunstancias temporales y espaciales, a la proyectabilidad