Historiadores e historiografía de la Antigüedad clásica: Dos aproximaciones
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Historiadores e historiografía de la Antigüedad clásica - Ricardo Martínez Lacy
BREVIARIOS
del
FONDO DE CULTURA ECONÓMICA
541
HISTORIADORES E HISTORIOGRAFÍA
DE LA ANTIGÜEDAD CLÁSICA
Historiadores
e historiografía
de la Antigüedad clásica
Dos aproximaciones
por RICARDO MARTÍNEZ LACY
Primera edición UNAM (ENEP Acatlán), 1994
Primera edición FCE, 2004
Primera edición electrónica, 2014
Diseño de portada: R/4, Pablo Rulfo
D. R. © 2004, Fondo de Cultura Económica
Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 México, D. F.
Empresa certificada ISO 9001:2008
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ISBN 978-607-16-2044-6 (ePub)
Hecho en México - Made in Mexico
ÍNDICE
Prefacio a la presente edición
Prefacio a la primera edición
Primera Parte
EL CONCEPTO DE HISTORIA
EN LA HISTORIOGRAFÍA ANTIGUA
I. Introducción
II. Condiciones históricas del surgimiento de la historia
III. El objeto de la historia
Las relaciones entre civilizados y bárbaros
Las relaciones interestatales
Los problemas internos
El surgimiento de nuevos temas
IV. Historia y verdad
V. Los métodos de investigación y exposición
VI. La historia, la cultura y la sociedad en la Antigüedad clásica
Bibliografía
INTERLUDIO
El clasicismo de Las Casas
Bibliografía
Segunda Parte
LOS MÉTODOS DE LOS HISTORIADORES
CONTEMPORÁNEOS DE LA ANTIGÜEDAD CLÁSICA
(GRECIA Y ROMA)
I. Introducción
Bibliografía
II. Edward Gibbon (1737-1794)
Bibliografía
III. Johann Gustav Droysen (1808-1884)
Bibliografía
IV. Theodor Mommsen (1817-1903)
Bibliografía
V. Justo Sierra Méndez (1848-1912)
Bibliografía
Apéndice
Abreviaturas
VI. Robert von Pöhlmann (1852-1914)
Bibliografía
VII. Mijail Ivanovich Rostovtzeff (1870-1952)
Bibliografía
VIII. Moses I. Finley (1912-1986)
Bibliografía
IX. Perspectivas actuales de la historia antigua
A la memoria de
LORENZO LUNA
PREFACIO
A LA PRESENTE EDICIÓN
A la presente edición se le añade el capítulo sobre el clasicismo de Las Casas, que fue presentado como ponencia en las XIV Jornadas de Historia de Occidente. V Centenario (1492-1992). Otros Puntos de Vista. 24 y 25 de Septiembre de 1992. Agradezco al licenciado Luis Prieto Reyes su invitación a participar en ese congreso. Asimismo agradezco al Departamento de Publicaciones de la ENEP Acatlán por haberme cedido los derechos de autor para esta segunda edición, así como al Fondo de Cultura Económica.
México, D. F., marzo de 2004
PREFACIO
A LA PRIMERA EDICIÓN
En el año de 1987 impartí un curso sobre la historiografía antigua para mis compañeros de la ENEP Acatlán. Dos años después repetimos la experiencia, sólo que en esa ocasión me ocupé de la historiografía moderna sobre la antigüedad clásica. Finalmente, en mayo de este año participé en el Taller Internacional sobre Filología Clásica en América, celebrado en La Habana, Cuba, con una ponencia sobre el Compendio de historia antigua de Justo Sierra. Al revisar los tres textos me pareció que formaban una especie de díptico: dos aproximaciones a la historiografía de la antigüedad clásica, y se me ocurrió formar este libro y dedicarlo a Lorenzo Luna, entrañable amigo con quien más he platicado de historiografía y, en general, de historia.
Agradezco pues la colaboración en esta obra a mis compañeras y compañeros de la ENEP Acatlán, a los participantes en el taller habanero, a las licenciadas Aurora Flores Olea y Patricia Montoya Rivero, sucesivas directoras del Departamento de Filosofía e Historia de la ENEP Acatlán, a la licenciada Ana María González y a la doctora Elina Miranda, decana y vicedecana, respectivamente, de la Facultad de Artes y Letras de la Universidad de La Habana.
México, D. F., junio de 1990
Postdata: un destino implacable me ha obligado a cambiar los términos de la dedicatoria.
Además, en el último año y medio, varios amigos y compañeros han leído el manuscrito y algunos lo han comentado conmigo, cosa que me ha llevado a hacer algunas modificaciones a este libro. Agradezco su empeño y declaro ser el único responsable de los errores que subsistan. Ellos son la doctora Lourdes Rojas Álvarez, el doctor Jorge Alberto Manrique, el doctor Álvaro Matute, la licenciada Pilar Barroso Acosta y la licenciada Carmen Nava Nava. Es además un placer agradecer a Judith Martínez Hernández la ayuda incansable y la paciencia infinita que desplegó al ayudarme en el procesamiento del texto.
México, D. F., febrero de 1992
PRIMERA PARTE
EL CONCEPTO DE HISTORIA
EN LA HISTORIOGRAFÍA
ANTIGUA
I. INTRODUCCIÓN
EL ESTUDIO de la historia es algo corriente en nuestra cultura. Aunque pueda haber distintas concepciones o apreciaciones en torno a él, es una cosa que se da por sabida.
En este escrito trataré de exponer las características de una concepción diferente de la nuestra: las del concepto original que la historia tuvo en la antigüedad clásica. ¿Cuál puede ser el sentido de un estudio con tal orientación?
Como todos sabemos, la historia es un proceso que nosotros mismos producimos y por ello al estudiarla nos ocupamos, en primer lugar, de uno de los aspectos más fundamentales de nuestra vida, pues el hombre es un animal histórico. Es claro que la historia no puede ser entendida parcialmente, lo cual no quiere decir que haya que estudiarla toda, pero sí que es necesario tener una visión global de ella. En la elaboración de tal visión, la historiografía no puede sino desempeñar un papel fundamental, ya que mediante el estudio de las obras de historia y de las concepciones sobre ella, los historiadores pueden ser capaces de adquirir una perspectiva sobre su propio lugar tanto en la historia como en la historiografía: es claro que la historiografía no guarda la misma relación con los historiadores que —por ejemplo— la ornitología con los pájaros: cuanto más conscientemente asuma el historiador su circunstancia histórica, más capaz será de ejercer una profesión que no es instintiva, sino producto de una vocación y de un trabajo consciente.
Ahora bien, ¿por qué ocuparse del concepto de la historia? Si estamos de acuerdo en que el estudio de la historia no es un producto natural del hombre, sino una disciplina científica y, por tanto, parte de la cultura, y que los historiadores por definición (y tal vez, por desgracia) no pueden ser como el burro que tocó la flauta, debemos estar de acuerdo en que no puede existir una historiografía sin que en ella subyazga un concepto de la historia tanto como ciencia, como en lo que se refiere al proceso mismo: ningún historiador ha hecho historia por casualidad ni con el propósito de escribir un tratado de física o de investigar algún asunto que no sea la historia misma. Se puede decir que —explícita o implícitamente— el concepto de la historia es el fundamento necesario de toda escuela o corriente historiográfica.
Desde luego, existen varios conceptos de la historia y uno corre siempre el riesgo de atribuir los propios a los demás, especialmente cuando se estudian culturas distintas de la nuestra. Ante ello, Gerald Press, siguiendo el parecer de Quentin Skinner, ha adoptado el método de estudiar palabras y en su libro se dedica a seguir la evolución semántica de hístor, historeîn, historía, historikós y las palabras afines en latín, pero parte del supuesto (probablemente derivado de la filosofía analítica) de que el hombre expresa siempre lo que dice y dice siempre lo que quiere decir, lo cual me parece cuestionable, y adopta implícitamente la posición de que es imposible entender los referentes del lenguaje, posición que me parece en extremo peligrosa. Además, es ingenuo pensar que la concepción de la historia es igual a la definición de las palabras relacionadas con ella.
En mi opinión, es posible enfrentar el obstáculo adoptando una posición historicista y, siguiendo a Finley, considerar a la historia un diálogo entre el historiador y el objeto de su estudio.
De esta posición metodológica derivan varios principios: en primer lugar, implica que, al analizar la obra de los historiadores clásicos, debemos de tomar en cuenta la historicidad, hacer conciencia de que dos mil años no pasan en balde, pero sobre todo sacar las conclusiones de la extrañeza —lo ajeno— de la cultura clásica, una cultura que tenía un papel determinado dentro de su sociedad y que era radicalmente distinto del papel que la cultura tiene entre nosotros.
En consecuencia, debemos tomar muy en cuenta que, para entender cabalmente a los clásicos, entre los que desde luego se cuentan los historiadores antiguos, no podemos hacer abstracción de su medio, sino todo lo contrario: partir de él. De ahí que nuestro siguiente capítulo esté dedicado a las condiciones históricas que propiciaron el surgimiento de la historia.
Estas consideraciones implican que la percepción de los clásicos no puede ser nunca inmediata, ya que ellos, al estudiar la historia y escribir sobre ella, actuaban en función de un público y de una sociedad determinados, mientras que nosotros al leerlos (y la posibilidad misma de su lectura es consecuencia de una cadena de hechos históricos que conforman una compleja tradición cultural) lo hacemos desde una perspectiva diferente.
No podemos pretender, por lo tanto, partir del presupuesto de su conocimiento, sino del de su desconocimiento, ni debemos, sobre todo, presuponer un contexto social e intelectual que es de hecho distinto y ajeno al nuestro.
Finalmente, hay que tomar en cuenta lo diferente de los clásicos para contrastarlo con el presente, ya que si partimos de la historicidad de los fenómenos culturales y de la consecuente calidad dialógica de la historia, no podemos sino asumir la historicidad de nuestras propias formas culturales. El contrastar nuestra cultura con otras es indispensable para adquirir una cultura histórica que nos permita acceder a una posición crítica ante nuestra propia vida.
Esto nos lleva al último punto de esta introducción. ¿Por qué precisamente la historiografía antigua? Desde luego, éste es un planteamiento para el que no se podrá obtener respuesta cabal sino hasta el final de esta sección, pero desde ahora se puede plantear una respuesta en abstracto.
Por ejemplo, en las críticas que O’Gorman ha hecho de la visión del descubrimiento de América por Colón, como un encuentro entre dos mundos, subyace una concepción de la historia de México que se empezó a gestar con la Historia antigua… de Clavijero y que, por lo que se puede apreciar, continúa hasta ahora. De lo que se trata con el debate, del que las críticas mencionadas forman parte, es de definir la índole de la historia de México como un país en el que se dio un encuentro entre dos pueblos o en el que hay una cultura dominante que ha suprimido a las preexistentes (circunstancia que desde luego no excluye las influencias mutuas).
Pues bien, aunque es claro que para dirimir este debate será necesario apelar al lugar que este fenómeno tiene en la historia universal, habrá que tomar en cuenta qué relación tenían las culturas americanas entre sí y con el resto de la humanidad. Será pues necesario discutir el origen y la evolución de la cultura europea. Lo que quiero decir es que así como este asunto no debe ser contemplado como algo aislado de la historia universal, de la que forma parte destacada, es imposible tener una visión parcial de la historia. En otras palabras, una visión parcial del pasado no es una visión histórica. En consecuencia, la importancia del estudio de tal o cual tema dependerá de su lugar en la historia como un todo único. Adelantando un poco habrá que decir que aunque todos los pueblos y todo hombre tiene cierta visión del pasado y, aunque algunas culturas, como la china y la hebrea, llegaron a conformar una idea coherente de ese pasado, fueron los griegos quienes en el siglo V a. C. inventaron la historia, que no por casualidad tiene nombre griego. Tampoco es casual que la extensión de la historia (como disciplina científica) haya coincidido con la extensión de la cultura europea, de origen griego. Así pues, estudiar la historia antigua implica ocuparse del origen de nuestra disciplina, entender cómo, por qué y para qué surgió y, por ese medio, hacernos un poco más conscientes de nuestro propio lugar en la historiografía, alejándonos así de los pájaros, tan asiduamente estudiados por los ornitólogos.
Obviamente, no pretendo contribuir con este estudio a la solución de los problemas nacionales, pero esto no quiere decir que la mínima claridad que pueda traer a nuestras conciencias no vaya a tener efecto alguno. En un artículo reciente, Ruy Pérez Tamayo afirma que la independencia nacional sólo puede garantizarse mediante una revolución científica, ya que toda la ciencia en México es importada. Hasta aquí, hay que estar de acuerdo con él. Pero este autor alega también que mientras España (y con ella la Nueva España) despreció las ciencias renacentistas, acogió con gusto las humanidades y pone como ejemplo los siglos de oro. En mi opinión, estamos ante un problema de falta de definición, pues aunque es cierto que en España y sus colonias florecieron artes como la pintura (Velázquez) o la literatura (Cervantes), las humanidades propiamente dichas, como la filología, la historia o la filosofía, para no citar más que tres, se rezagaron con respecto al resto de la cultura europea y, como consecuencia de ello, no se puede hablar de un renacimiento, una ilustración ni, en general, de un pensamiento de vanguardia en España o en su imperio. Es claro que los mexicanos somos herederos de esa posición ante una cultura europea que, entre tanto, se ha universalizado. Nuestros filólogos traducen, pero no hacen crítica textual; nuestros historiadores se ocupan de la historia regional o de la suprarregional; nuestros filósofos son, en su mayoría, epígonos o difusores de la filosofía. Pues bien, volviendo a Pérez Tamayo, quien en el artículo mencionado propone la necesidad de una revolución científica, habría que responderle que para que en México se dé una revolución científica debe haber, al mismo tiempo (si no antes), una revolución humanística, de hecho, toda una revolución cultural, aunque no necesariamente en términos maoístas. Tal revolución debe implicar, entre otras cosas, pero necesariamente, la elaboración de una visión total de la historia, en la que ya hemos dicho qué lugar ocuparía la historiografía antigua.
Con esta obra no aspiramos a más, pero tampoco a menos, que sembrar una semilla que, si fructifica, puede llegar a formar parte de la floración revolucionaria que nuestra cultura necesita para sobrevivir.
Antes de terminar el capítulo hay que definir cómo entraría la sección en el contexto enunciado, es decir, hay que explicar el método.
El concepto de la historia, tema que da título a esta sección, servirá para estructurarla en torno a una problemática específica útil —y necesaria— para establecer el diálogo antes mencionado. En efecto, si se hubiera elegido un método cronológico de exposición, la propia cronología se volvería en contra de la exposición en orden lógico e impondría otro que, en lugar de develar, ocultaría los nexos lógicos que, precisamente, interesa dilucidar.
A lo largo de la exposición iré explicando la función que cada parte tiene en relación con el todo.
II. CONDICIONES HISTÓRICAS
DEL SURGIMIENTO DE LA HISTORIA
PARA EMPEZAR, enunciaré unos cuantos principios teóricos derivados de las famosas Tesis sobre Feuerbach de Marx.
Según ellas, es necesario considerar la base y la superestructura como una unidad, la unidad de la esencia humana, tomando en cuenta (tesis VI) que la esencia humana no es algo abstracto inherente a cada individuo. Es, en su realidad, el conjunto de las relaciones sociales
.
¿Qué tiene que ver esto con nuestro tema? La implicación general es que una división entre base y superestructura y el consiguiente corolario de que la segunda es un reflejo de la primera no es una posición marxista y, de hecho, el propio Marx la atribuye a Owen (tesis III).
En lo que al origen de la historia se refiere, estas consideraciones llevan a la conclusión de que al tratar de dilucidar el origen de la historia desde un punto de vista marxista, no es posible limitarse a analizar la base, la formación político-social griega del siglo V a. C. y luego concluir que, de todo esto, las Historias de Heródoto no son más que el reflejo. No, la coincidencia de la modificación de las circunstancias y de la actividad humana sólo puede concebirse y entenderse racionalmente como práctica revolucionaria
(III).
En consecuencia, hay que proceder tomando en cuenta que la cultura es uno de los polos de la relación dialéctica entre base y superestructura y que cuando en La ideología alemana Marx y Engels declaran enfáticamente que es el ser el que determina la conciencia
se refieren a este ser social que es también un ser cultural. Así, lo que debemos explorar es la relación que existió entre las Historias herodoteas y la sociedad que les dio origen. Para ello, es aconsejable partir de la obra misma y pasar luego a la sociedad.
La obra de Heródoto comienza así:
Ésta es la exposición del resultado de las investigaciones (historias) de Heródoto para evitar que, con el tiempo, los hechos humanos queden en el olvido y que las notables y singulares empresas realizadas, respectivamente, por griegos y bárbaros —y, en especial, el motivo (aitíe) de su mutuo enfrentamiento— queden sin realce.
O sea que, para Heródoto, la función de la historia consiste en ayudar a recordar imparcialmente las grandes empresas, en especial en lo que se refiere a sus causas, es decir, no se trata de una crónica que enumera o presenta una lista de grandes empresas de la humanidad
, sino de una narración que las explica.
A renglón seguido, Heródoto relata versiones míticas sobre el origen de las guerras médicas, pero las despacha rápidamente —en cinco parágrafos— para pasar a Creso, rey lidio del siglo VI a. C. Después de una breve presentación (6), Heródoto relata toda la historia de Lidia en función de sus reyes (7-25) hasta llegar a Creso (26). Poco le interesa el reinado de Creso en sí mismo (26-27) y más bien quiere destacar la diferencia entre los griegos y los asiáticos.
Para ello, el "padre de