Perspectivas sobre las sociedades estatales antiguas: Orígenes y dinámicas sociales
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¿Qué hace que, en determinado momento, surjan dinámicas estatales que instalan regímenes de dominación política? ¿Qué motiva luego que esos procesos se desplieguen por la vía expansiva? ¿Hay patrones comunes o las similitudes en los efectos pueden proceder de condiciones no necesariamente equivalentes? Se trata de interrogantes que, incluso antes de intentar afrontarlos, ya dan muestras del potencial que tiene la comparación de estos procesos históricos, así como la pertinencia de presentar conjuntamente unos trabajos que, sea desde la comparación o desde el estudio específico, participan de una discusión común.
Si las preguntas específicas y los posicionamientos teóricos pueden diferir, del mismo modo que las evidencias con las que trabajan los investigadores, el problema mayor de la dominación sociopolítica y su extensión territorial aúna las reflexiones históricas que se derivan de estas investigaciones.
Es objetivo de los editores poner a disposición de los lectores de habla hispana estas contribuciones a la discusión sobre la jerarquización sociopolítica y la expansión estatal en contextos antiguos, con el anhelo de que encuentren en ellas puntos de encuentro y divergencia que estimulen la reflexión intelectual y expandan el horizonte de preguntas posibles acerca de las sociedades del mundo antiguo.
Escriben: E. Christiana Köhler, Alice Stevenson, Marcelo Campagno, Arthur A. Joyce, Sarah B. Barber, Scott. R. Hutson, Steve Kosiba, Félix A. Acuto, Iván Leibowicz, Augusto Gayubas.
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Perspectivas sobre las sociedades estatales antiguas - Marcelo Campagno
Edición: Primera. Octubre 2023
Lugar de edición: Barcelona / Buenos Aires
E-ISBN: 978-84-19830-31-9
Depósito legal: M-28844-2023
Código Thema: NHC (Ancient history)
NHH (African history)
NHTB (Social and cultural history)
NHKA (History of the Americas: pre-Columbian period)
Código Bisac: ART015060 (History / Ancient & Classical)
HIS002000 (Ancient / General)
HIS002030 (Ancient / Egypt)
HIS007000 (Latin America / Central America)
HIS054000 (Social History)
Diseño gráfico general: Gerardo Miño
Armado y composición: Eduardo Rosende
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.
Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.
© 2023, Miño y Dávila srl / Miño y Dávila editores sl
E-mail: info@minoydavila.com
web: www.minoydavila.com
redes sociales: @minoydavila, www.facebook.com/MinoyDavila
portadilla2Índice
Introducción
Marcelo Campagno, Félix A. Acuto y Augusto Gayubas
De la narrativa al proceso. Teorías sobre la formación del Estado egipcio
E. Christiana Köhler
El Predinástico egipcio y la formación del Estado
Alice Stevenson
Urbanización inicial y surgimiento del Estado en Hieracómpolis (valle del Nilo) y Monte Albán (valle de Oaxaca)
Marcelo Campagno
Religión e innovación política en la antigua Mesoamérica
Arthur A. Joyce y Sarah B. Barber
Espacio construido y malos sujetos. Dominación y resistencia en Monte Albán, Oaxaca, México
Scott. R. Hutson
Emplazando valor, cultivando orden: lugares de conversión y prácticas de subordinación durante la formación del Estado inka temprano (Cuzco, Perú)
Steve Kosiba
En busca de lo sagrado: expansión y colonialismo inka en los Andes
Félix A. Acuto e Iván Leibowicz
Introducción
Marcelo Campagno
CONICET / Universidad de Buenos Aires
Félix A. Acuto
CONICET
Augusto Gayubas
Universidad de Buenos Aires
Los procesos de surgimiento y expansión de lo estatal en contextos antiguos plantean una serie de interrogantes cuyo abordaje dista de ser sencillo. A las dificultades evidentes del trabajo con unos testimonios que no suelen caracterizarse por su elocuencia, se suma la encrucijada interpretativa que no sólo supone ponderar la evidencia y acceder –en el terreno de la inferencia– a su contexto de producción o generación, sino también establecer unos lineamientos teóricos que otorguen sentido y habiliten el camino de la reflexión histórica.
Ante una tarea tal, un recurso útil para evitar la dependencia exclusiva respecto del sentido común –que será siempre el del investigador, mas no necesariamente el de la situación analizada–, es la adopción de una perspectiva comparativa que, sustentada en el empleo de conceptualizaciones teóricas, indague en similitudes y diferencias –patentes o sutiles, testimoniadas o hipotéticas– entre situaciones históricas de contextos geográficos y temporales diferenciados (Detienne, 2001 [2000]; Smith, 2012; Smith y Peregrine, 2012).
Pero lo cierto es que, como argumenta Marcel Detienne (2001 [2000]), así como la antropología es a menudo sensible a la comparación, la historia suele tener un sesgo particularista. El estudio de las sociedades del mundo antiguo no escapa a esta declaración, aun cuando la predominancia de testimonios arqueológicos en algunos de sus escenarios, o los esfuerzos de traducibilidad que demandan sus fuentes iconográficas y escritas, han estimulado algunos recorridos de diálogo interdisciplinario y comparación histórica, ciertamente minoritarios (p. ej., Trigger, 1993; 2003; Feinman y Marcus, 1998; Yoffee, 2005; 2015; Campagno, 2009). No es casual, en función de lo dicho, que entre los arqueólogos e historiadores de la antigüedad que se han abocado al ejercicio comparativo, el diálogo con la antropología suela estar presente, cualquiera sea la forma que adopte (p. ej., Trigger, 2003; Yoffee, 2005; Campagno, 2009).
Pero este modo de entender lo comparativo no apunta a la recolección de datos para la construcción o confirmación de una teoría general de la historia o de la evolución social, como se intentara en algunas narrativas de la segunda mitad del siglo XIX y comienzos del siglo siguiente o en las teorizaciones neoevolucionistas de mediados del siglo XX (Smith y Peregrine, 2012: 4-7). Más bien, se trata de explorar el potencial de la comparación en el proceso dinámico de la reflexión histórica, tanto en relación con los modos posibles de interpretación de la evidencia como en la apertura de vías de análisis que el peso de la tradición y la autoridad a menudo tiende a obturar en las disciplinas cerradas sobre sí mismas. En suma, como afirma Michael E. Smith (2012: 325), un enfoque comparativo puede hacer avanzar mucho la comprensión de los procesos sociales en las sociedades complejas del pasado
(donde complejas
probablemente sobre), permitiendo identificar regularidades
tanto como características únicas de las sociedades humanas
(Smith y Peregrine, 2012: 4).
Si hablamos de expansión inicial en contextos estatales antiguos, una serie de observaciones pueden ilustrar la pertinencia de estos enunciados. En efecto, pensar la emergencia de prácticas estatales en espacios geográficos y temporalidades divergentes supone, por un lado, un reconocimiento respecto de la pertinencia del concepto de estatalidad para definir unas formas de relación política basadas en la concentración de la capacidad coercitiva por parte de una élite, aun cuando las características demográficas o económicas y las expresiones simbólicas pudieran ser disímiles en las diversas situaciones históricas consideradas. Por otro lado, el foco puesto en las dinámicas que introduce la emergencia de lo estatal permite identificar cierta tendencia común a la expansión (Campagno y Acuto, 2016: 29-30), la cual revela, en sus formas históricas específicas, tanto semejanzas como diferencias que sólo pueden ser visualizadas y sopesadas mediante la comparación, y que a su tiempo disparan preguntas de otro modo posiblemente veladas.
En relación con esto, Bruce Trigger (1993; 2003) propuso, en sus obras de comparación histórica sobre sociedades antiguas, una clasificación entre ciudades-Estado
y Estados territoriales
. La adopción de una clasificación tal no debe conducir a pensar que los llamados Estados territoriales no ejercen el poder político desde ciudades, ni que las ciudades-Estado carecen de todo territorio más allá del espacio estrictamente urbano; lo que permite antes bien es notar que en determinadas experiencias sociales, la dominación estatal se configura de acuerdo con un patrón político multicéntrico, según el cual cada núcleo urbano conserva su independencia respecto a sus vecinos, mientras que en otras se produce una expansión de lo estatal que tiende a la unificación política, de modo que, en cierto momento, una única entidad estatal se extiende sobre un territorio mucho más vasto (Campagno y Acuto, 2016: 30). Si respecto a lo primero podemos pensar, por ejemplo, en la Mesopotamia del período Dinástico Temprano, el ámbito maya del Clásico y el Postclásico y las poleis griegas, lo segundo nos remite a escenarios tales como los del Estado egipcio antiguo, el Estado zapoteca en el valle de Oaxaca y el Estado inka en los Andes sudamericanos.
Este volumen trata acerca de este segundo grupo de contextos históricos, en los que la expansión estatal se produce de una forma que se advierte unificada y adquiere unas dimensiones extensivas que trascienden significativamente las de hinterland del núcleo expansivo. En este sentido, el libro bosqueja los comunes denominadores de aquello que se propone reunir y comparar: tres escenarios completamente independientes los unos de los otros, tanto respecto del tiempo como del espacio, en los que acontecen procesos de cambio que incluyen la aparición de un núcleo político dominante, que pronto irradia esa dominación sobre territorios cada vez más lejanos. Y si el tema genéricamente común justifica la comparación, también lo hace el procedimiento: de lo que se trata es de leer una variedad de testimonios arqueológicos (la cultura material procedente de los ámbitos residencial, laboral, funerario) e iconográficos (que movilizan los mensajes
–sensu Jan Assmann (2002 [1996])– de las sociedades analizadas), complementados por lo que aporta, en una medida menor, la escritura para los valles del Nilo y de Oaxaca, y, de gran relevancia, las fuentes etnohistóricas en relación con la situación inka, a partir de una variedad de recursos conceptuales que proceden de la antropología, de la sociología, de la ciencia política, sin la pretensión de arribar a verdades absolutas pero sí de interpretar los indicios y contribuir al pensamiento del pasado humano.
Es cierto que, a poco de andar ese camino, las situaciones dejan ver sus particularidades y diferencias. Algunas son de escala: la expansión estatal que se infiere en el valle y el delta del Nilo hacia fines del IV milenio a.C., que desemboca en la conformación del Estado dinástico hacia comienzos del III milenio a.C., involucra un territorio de unos 37.000 km² de tierras cultivables (a las cuales se pueden sumar las periferias desérticas); el Estado zapoteca, por su parte, no parece extenderse más allá del valle de Oaxaca, esto es, unos 2100 km², con alguna influencia más allá que pudo llegar hasta los 20.000 km²; finalmente, en el otro extremo, el Inkario llegaría a abarcar, en el siglo XVI, alrededor de 984.000 km². Si bien se trata de criterios cuantitativos, semejantes variaciones pueden informar sobre estrategias divergentes de expansión o dominación, sea por la escala misma o por los patrones geográficos y culturales involucrados. En esos contextos de escala tan diversa, se abre paso una multitud de preguntas. En lo principal, ¿qué hace que, en determinado momento, surjan dinámicas estatales que instalan regímenes de dominación política? ¿Qué motiva luego que esos procesos se desplieguen por la vía expansiva? ¿Hay patrones comunes o las similitudes en los efectos pueden proceder de condiciones no necesariamente equivalentes?
Se trata de interrogantes que, incluso antes de intentar afrontarlos, ya dan muestras del potencial que tiene la comparación de estos procesos históricos que acontecen en el valle del Nilo, el valle de Oaxaca y los Andes sudamericanos, así como la pertinencia de presentar conjuntamente unos trabajos que, sea desde la comparación o desde el estudio específico, participan de una discusión común.
* * *
Los capítulos que integran este libro ofrecen análisis y reflexiones sobre los procesos de diferenciación social y expansión estatal en el valle del Nilo a mediados y fines del IV milenio a.C., el valle de Oaxaca entre la segunda mitad del I milenio a.C. y comienzos de la era cristiana, y los Andes sudamericanos entre los siglos XIV y XVI. Si las preguntas específicas y los posicionamientos teóricos pueden diferir en unos y otros capítulos, del mismo modo que las evidencias con las que trabajan los investigadores pueden variar, el problema mayor de la dominación sociopolítica y su extensión territorial aúna estas investigaciones y las reflexiones históricas que de ellas se derivan.
Ciertamente, el fenómeno urbano es uno de los tópicos que ocupa un lugar relevante en esta clase de discusiones, no sólo por los diversos elementos que pueden identificarse como concurrentes con la concentración poblacional en un núcleo urbano (las propias dinámicas demográficas, la especialización funcional, la diferenciación social o los conflictos) sino también por los procesos de jerarquización entre centros urbanos entre sí, y entre éstos y los pueblos o aldeas circundantes, que en unas temporalidades como las que atañen a las sociedades consideradas en este libro se vinculan, asimismo, con las diversas formas de transmisión cultural y expansión política. Así, los comienzos del proceso de urbanización en Hieracómpolis, en el Alto Egipto, y en Monte Albán, en el valle de Oaxaca, comparten una característica fundamental que repercute en transformaciones posteriores: la creación de un contexto social cuyas prácticas exceden los límites establecidos por la lógica de articulación social preexistente (Campagno). El proceso de urbanización, la emergencia de lo estatal y la expansión de la dominación política se presentan aquí como fenómenos concomitantes, que se influyen recíprocamente. En efecto, por un lado, los emergentes contextos urbanos serían escenario para nuevas densidades de relaciones humanas
(Stevenson) o para una multiplicidad de identidades (Hutson), que pueden expresar diversos antagonismos y disputas en las que, entre otras cosas, se afirman las élites políticas (Joyce y Barber; Hutson). Por otro, la expansión política de los Estados iniciales, especialmente allí donde esa extensión es considerable, suele servirse de la preexistencia de centros poblacionales, que una vez articulados al dispositivo estatal, suelen operar como cabeceras desde donde se irradia el dominio estatal: el establecimiento de la élite real egipcia en Menfis (Köhler), o el remodelamiento arquitectónico de los centros que absorbe el Estado inka en su expansión (Kosiba; Acuto y Leibowicz) dan cuenta de esos nexos entre núcleos urbanos y expansión política.
Esta cuestión de la expansión política puede ser caracterizada, en todas las situaciones aquí analizadas, a partir de dos dimensiones fundamentales: la violencia y el consenso. En un sentido, la violencia resulta inseparable de estos procesos, toda vez que involucran la extensión de un orden de dominación. En otro, todos estos procesos aparecen acompañados de formas de simbolización que legitiman el nuevo estado de cosas. Es cierto que, respecto de lo primero, la evidencia es dispar, pero la violencia a la que aquí se refiere puede ser sutil y no dejar fuerte huella, por no hablar de los problemas interpretativos que existen para admitir evidencia concreta de violencia. En el valle del Nilo, los testimonios arqueológicos son modestos (la destrucción de un importante edificio en el centro septentrional de Tell Farkha ha de ser señalada, cf. Ciałowicz, 2011: 57); en cambio, la iconografía es enfática acerca de la relación entre el liderazgo estatal inicial y la guerra (Campagno y Gayubas, 2015). En cuanto a Monte Albán, la principal evidencia de violencia en la expansión procede del sitio de San Martín Tilcajete / El Palenque (Campagno; Joyce y Barber), destruido en dos ocasiones a finales de la fase Monte Albán I; la iconografía (y hasta cierto punto, la escritura) también refiere a ciertas formas de violencia (Marcus, 2008). En cuanto a la expansión inka, las guerras y el traslado forzoso de población están particularmente bien asentados en las fuentes etnohistóricas (cf. Conrad y Demarest, 1984; D’Altroy, 2002).
En cuanto a las formas de simbolización, más allá de las diferencias, existe cierto denominador común para las tres situaciones, que implica la sacralización de las acciones expansivas de los líderes estatales que se originan en un núcleo urbano y se irradian por un espacio extenso pero no ilimitado, enmarcado en cierta geografía cultural que determina homogeneidades y contraposiciones. En efecto, por un lado, tanto Hieracómpolis y luego Abidos, en el valle del Nilo, como Monte Albán en el valle de Oaxaca y Cuzco en la región andina, constituyen centros de los fenómenos políticos expansivos, que asumirán una centralidad cósmica manifestada, por ejemplo, mediante la construcción de importantes templos y palacios (Campagno y Acuto, 2016: 35). El Cuzco era un lugar sagrado (Acuto, 2009), el punto de la unión de los cuatro suyus que definen el imperio inka, y por lo tanto un axis mundi; misma definición sugieren Joyce y Barber para Monte Albán, un núcleo fundado sobre la cima de una montaña sagrada
(Urcid, 2011). En Egipto, similar idea no es desconocida, siendo Menfis la Balanza de las Dos Tierras
, pero es posible pensar que aplica más directamente al propio cuerpo del rey-dios, quien expresa el punto de articulación de todas las dualidades constitutivas de Egipto (Frankfort, 1978 [1948]; Cervelló, 1996). Los ejes de la expansión se extienden fundamentalmente sobre un paisaje natural y culturalmente homogéneo (el valle del Nilo, el valle de Oaxaca, la cordillera andina), pero parece detenerse más allá de ese escenario, frente a otras tierras respecto de las que parece prevalecer una mirada de contraposición: los egipcios simbolizan explícitamente a libios, nubios y asiáticos como enemigos externos, representativos de un mundo caótico al que hay que mantener a raya; los inkas simbolizan las tierras bajas de la vertiente amazónica en términos no muy diferentes (Acuto y Leibowicz). La acción expansiva es así interpretada como una afirmación del orden divino: en este sentido pueden comprenderse procesos tales como la integración política del delta del Nilo, la fundación de la ciudad de Monte Albán, o la inkaización de los centros sobre los cuales se extiende el Inkario.
* * *
Leídos a la luz del ejercicio comparativo que aquí se propone, todos los capítulos que componen este libro ofrecen líneas de interés para el abordaje de los interrogantes que atraviesan las regiones y los períodos analizados. Así, las particularidades de la evidencia y de las interpretaciones propuestas para los procesos de emergencia y expansión de lo estatal en el valle del Nilo, incluyendo fenómenos tales como la urbanización y la elaboración de una ideología de la realeza, son presentadas y discutidas por E. Christiana Köhler y Alice Stevenson. Si bien siguiendo líneas interpretativas y premisas teóricas distintas, cuyo contraste enriquece de hecho la experiencia de su lectura conjunta, ambas manifiestan una gran sensibilidad hacia la problematización del modo en que se piensa el proceso de expansión estatal que, según permite inferir la evidencia mayormente arqueológica, tuvo lugar hacia la segunda mitad del IV milenio a.C.
De acuerdo con Köhler, por ejemplo, la expansión y posterior consolidación del Estado territorial que tendría su sede en Menfis, en el vértice del delta, adquiere unas características que no suponen sólo una variación de escala respecto de los núcleos de poder estatal surgidos en el Alto Egipto a mediados del IV milenio a.C., sino que introducen una serie de cambios en la organización política y económica, especialmente en torno a los mecanismos administrativos y logísticos que debieron vincular al gobierno centralizado con las élites locales. Stevenson, por su parte, resalta que, aun conformado el Estado dinástico, ciertas prácticas comunales, particularmente de carácter votivo, se nucleaban en torno a santuarios locales en sitios provinciales ajenos al patrocinio real, revelando un mosaico de geografías no siempre penetradas –al menos directamente– por la administración estatal. En cualquier caso, propone evadir una mirada centrada en una dominación territorial uniforme y delimitada y tomar en consideración las diferentes geografías y escalas de poder
, no sólo en el proceso de constitución del Estado dinástico sino también en las fases previas de interacción regional y extensión de cultura material en el Alto y el Bajo Egipto.
Los procesos de jerarquización y expansión sociopolítica en el valle del Nilo son también considerados por Marcelo Campagno, en el marco de un análisis comparativo con la situación del valle de Oaxaca en la segunda mitad del I milenio a.C. En ambos escenarios, la novedad supuesta por la urbanización en espacios previamente habitados por aldeas o comunidades articuladas por la lógica del parentesco está directamente relacionada con la aparición de un nuevo tipo de lógica social de signo estatal, sustentada en el monopolio de la violencia por parte de una élite. Y esta lógica estatal, que puede inferirse inicialmente en centros urbanos como Hieracómpolis en el Alto Egipto y Monte Albán en el valle de Oaxaca, adquiere a su vez una dinámica expansiva que produce una reconfiguración del espacio circundante mediante el establecimiento, a nivel regional, de vínculos sociales atravesados por el principio de dominación que define a dicha lógica. El análisis de indicadores arqueológicos e iconográficos habilita al autor a comparar, de este modo, los aspectos convergentes y divergentes de ambos escenarios históricos, mediante el empleo de categorías teóricas que permiten establecer correlaciones sin por ello sucumbir al universalismo evolucionista.
Una observación difícilmente rebatible en relación con esta problemática es que las dinámicas expansivas pueden promover pautas diversas de dominación tanto como estrategias locales de resistencia y confrontación. De todos modos, tales estrategias, así como las ocasionales modalidades de adecuación (más o menos forzadas o derivadas de incentivos políticos, económicos o religiosos), pueden a menudo pasar inadvertidas, sobre todo en el registro arqueológico. Aun así, se han realizado inferencias al respecto. Scott R. Hutson identifica, mediante una evaluación de la evidencia arqueológica del valle de Oaxaca, presumibles estrategias de resistencia a la dominación del Estado zapoteca. Por ejemplo, la reorientación de las actividades de la vida cotidiana hacia el interior de las unidades domésticas, según se infiere de las plantas residenciales en Monte Albán durante el período IIIB-IV, es concebida por el autor como un modo de contrarrestar los mensajes de las élites dominantes mediante la afirmación de la identidad familiar. Pero, por otro lado, el investigador revela su intención de estudiar las identidades de los actores sociales más allá de los límites establecidos por la dicotomía dominación/resistencia, en pos de visualizar subjetividades o grupos sociales diferenciados dentro de un mismo vecindario, lo cual infiere, por ejemplo, en su análisis de las peculiaridades en los enterramientos de aquellos individuos que, de otro modo, sólo formarían parte de la masa amorfa
de los sometidos.
En un análisis del valle de Oaxaca más enfocado en la negociación en torno a lo religioso, Arthur A. Joyce y Sarah B. Barber hacen hincapié en las tensiones entre la centralización política y las tradiciones locales o comunales en el contexto de emergencia y expansión de la jerarquización sociopolítica. Mediante un ejercicio comparativo con la evidencia correspondiente al valle del bajo río Verde, los autores identifican un rol prominente de la religión en los procesos de innovación política en ambos escenarios, mas no como ideología unificadora sino como fuente de conflicto entre las autoridades jerárquicas y las comunidades y liderazgos locales. Los resultados políticos divergentes en una y otra situación se explicarían, en parte, por el modo en que se habría resuelto o no dicho conflicto. Si en el valle del bajo río Verde la religión habría inhibido en gran medida las innovaciones políticas, en Monte Albán se habría verificado una negociación en torno a la autoridad y los edificios públicos que habría favorecido la centralización. Un indicador espacial de esta circunstancia lo ofrecería la Plaza Principal, en tanto lugar de ceremonias que reuniría tanto a los habitantes de Monte Albán como a los pobladores de las comunidades de los alrededores y que, presumiblemente, involucraría la realización tanto de rituales tradicionales como de ceremonias novedosas vinculadas con la autoridad político-religiosa. Ello no negaría, según admiten los autores, la existencia del recurso a la violencia y al control de la fabricación o el flujo de bienes como medio de expansión de la dominación política sobre otras comunidades del valle.
También la expansión inka en la región del Cuzco y más allá suscita discusiones que no discurren solamente sobre las motivaciones sino que atienden a las formas específicas que asumió la dominación en tan amplia extensión. En el análisis de Steve Kosiba, por un lado, se introducen testimonios etnohistóricos que remiten a los modos en los que las autoridades inkas trataban a quienes fueron integrados en el sistema de dominación del Estado inka mediante la violencia sancionada por la divinidad. La contrastación con indicios arqueológicos de un núcleo poblacional como Wat’a, en la región del Cuzco, permite al autor atemperar dichas manifestaciones de poder sin por ello negar la realidad de la subordinación derivada de la expansión. El examen de este sitio lo conduce a reconocer prácticas de conversión y regeneración
centradas en la integración de categorías de valor inka
entre las poblaciones conquistadas, visibles en las secuencias de destrucción y construcción de algunas de sus edificaciones (por ejemplo, grandes edificios marcados con símbolos de prestigio inka construidos sobre sectores previamente existentes): al destruir edificios preinkaicos, la población local ocultó su propio pasado, y al levantar los edificios inkas, definió la autoridad política a la que estaba subordinada
(Kosiba).
Por otro lado, ese mismo tipo de reconfiguración espacial queda de manifiesto en el capítulo en el que Félix A. Acuto e Iván Leibowicz describen y analizan el modo en que el avance colonial inka supuso una reorganización de las actividades de culto locales asociadas con las wak’as. Al respecto, reconocen tanto la destrucción y el reemplazo de edificaciones como el patrocinio de rituales destinado a desplazar de éstos a las personalidades locales para asumir los propios inkas la intermediación entre las poblaciones subordinadas y sus wak’as, en el marco de un proceso de conquista orientado por criterios ideológicos, más que económicos o militares.
Si bien los párrafos precedentes sólo introducen unos pocos argumentos de entre aquellos desplegados en los capítulos que integran este volumen, exhiben sobradamente la compatibilidad de problemas e inquietudes que hace provechosa la comparación histórica. Se trata de artículos originalmente publicados en lengua inglesa que fueron traducidos al castellano especialmente para este libro. Es objetivo de los editores poner a disposición de los lectores de habla hispana estas contribuciones a la discusión sobre la jerarquización sociopolítica y la expansión estatal en contextos antiguos, con el anhelo de que encuentren en ellas puntos de encuentro y divergencia que estimulen la reflexión intelectual y expandan el horizonte de preguntas posibles acerca de las sociedades del mundo antiguo.
Nota: Todas las traducciones de los trabajos incluidos en este libro fueron realizadas por Marcelo Campagno, Félix Acuto y Augusto Gayubas. El volumen se enmarca en el proyecto PIP 112-201201-00303 Procesos de expansión inicial y estrategias de colonización en las sociedades estatales antiguas: Egipto protodinástico, Monte Albán y el Tawantinsuyu en perspectiva comparada
, dirigido por Marcelo Campagno y Félix Acuto, que contó con un subsidio del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET).
Bibliografía
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De la narrativa al proceso.
Teorías sobre la formación del Estado egipcio
¹
E. Christiana Köhler
Universität Wien
Es un hecho aceptado, incluso por los críticos más pesimistas de la teoría de la evolución social, que la civilización egipcia en los tiempos del Reino Antiguo era un sistema estatal. Es un hecho igualmente reconocido que cuando los agricultores neolíticos comenzaron a formar aldeas en el valle del Nilo, no lo era. Tender un puente entre estas dos variedades antiguas de existencia humana, divergentes cronológicamente pero, más importante, social, política y económicamente, significa inevitablemente considerar el desarrollo de una a la otra, es decir, en este caso, de la menos compleja a la más compleja, sobre la base de un amplio rango de información arqueológica. Y aunque sería imprudente postular un desarrollo directo o lineal de lo menos complejo a lo más complejo, sigue siendo oportuno tener en cuenta aspectos de la teoría de la evolución social para identificar las posibles diferencias, determinar cuándo y explicar cómo y por qué se produjo este cambio. Este mismo conjunto de preguntas ha ocupado y guiado la investigación de numerosos estudiosos desde los primeros tiempos de la actividad egiptológica, especialmente porque los propios antiguos egipcios nos han proporcionado sus propias respuestas, que los estudiosos se han empeñado en explorar.
Los primeros estudios se basaron en gran medida en estas fuentes antiguas, como el relato de Manetón sobre la historia de los faraones, las listas de reyes, los textos religiosos y mitológicos, así como las representaciones artísticas que potencialmente se relacionan con la emergencia de la realeza y el Estado en Egipto (Assmann, 2011). El significado subyacente en esta tradición antigua es que antes de que Menes, el primer rey de Egipto y él mismo un sureño, conquistara el norte, fundara la capital en Menfis y unificara el país bajo su dominio, Egipto estaba dividido en dos o más reinos. Esta narrativa histórica básica ha sido la columna vertebral de la investigación durante el siglo XX, cuando la evidencia arqueológica fue gradualmente incorporada a la indagación histórica de lo que entonces era generalmente denominado unificación de Egipto
. Por lo tanto, los primeros estudios se enfocaron mucho en la búsqueda del Menes histórico y en los aspectos de guerra y conquista que eran representados en muchos monumentos del período, como la Paleta de Narmer. La segunda mitad del siglo XX trajo consigo una discusión sobre la validez de estas fuentes tempranas, que se expandió más tarde cuando la evidencia arqueológica que aparecía lentamente en el norte de Egipto fue siendo progresivamente tomada en consideración (Kaiser, 1956; 1957; 1964; 1990; 1995; Kroeper y Wildung, 1985; Seeher, 1991; Von der Way, 1991; Köhler, 1995; 1996; 1998).
Esta discusión fue posteriormente alimentada por la introducción de la teoría arqueológica y antropológica moderna, que puso de manifiesto que lo que era considerado como la unificación de Egipto
era, en esencia, un proceso de formación de un Estado territorial y de emergencia de la sociedad compleja en Egipto que podía ser investigado sobre una base social, política y económica mucho más amplia, y en comparación con otras sociedades. De este modo, se añadieron numerosos enfoques teóricos al espectro de la investigación académica, incluyendo teorías enfocadas tanto en el conflicto como en la integración, por ejemplo la teoría de la circunscripción geográfica de Carneiro (Carneiro, 1970; 1981; Bard y Carneiro, 1989), el despotismo oriental
de Wittfogel (Wittfogel, 1957; Atzler, 1981), el efecto multiplicador
de Renfrew (Renfrew, 1972; Hoffman, 1979), la teoría del juego (Kemp, 1989), y muchas otras. En este contexto, las teorías del conflicto han sido un tema popular y recurrente,