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Identidad y nación entre dos siglos: Patria Vieja, Centenario y Bicentenario
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Identidad y nación entre dos siglos: Patria Vieja, Centenario y Bicentenario
Libro electrónico311 páginas4 horas

Identidad y nación entre dos siglos: Patria Vieja, Centenario y Bicentenario

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“La proximidad del Bicentenario se transforma así en una ocasión para actualizar la identidad nacional en una época caracterizada por la recuperación y la problematización de la democracia, así como por el multiculturalismo y la globalización. Sin embargo, desde el espectro político parecen levantarse las mismas palabras, el mismo lenguaje y, virtualmente, el mismo contenido.
IdiomaEspañol
EditorialLOM Ediciones
Fecha de lanzamiento30 jul 2015
ISBN9789562829922
Identidad y nación entre dos siglos: Patria Vieja, Centenario y Bicentenario

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    Identidad y nación entre dos siglos - Bárbara Silva A.

    Bárbara Silva Avaria

    Identidad y nación entre dos siglos

    Patria Vieja, Centenario y Bicentenario

    LOM PALABRA DE LA LENGUA YÁMANA QUE SIGNIFICA SOL

    © LOM Ediciones

    Primera edición, 2008

    A cargo de esta Colección: Julio Pinto

    Motivo de cubierta: La Zamacueca, de Manuel Antonio Caro. Valparaíso, 1872.

    ISBN: 978-956-282-0992-2

    ISBN Digital: 978-956-00-0703-2

    Diseño, Composición y Diagramación

    LOM Ediciones. Concha y Toro 23, Santiago

    Fono: (56-2) 688 52 73 • Fax: (56-2) 696 63 88

    www.lom.cl

    lom@lom.cl

    Agradecimientos

    Este libro tiene su origen en una tesis de Licenciatura en Historia realizada durante el año 2003 y parte del 2004. A partir de ese estudio, y para escribir este libro, se realizó una nueva investigación, lo que significó un revisión exhaustiva de la primera parte –Patria Vieja–, la reestructuración completa y reescritura de la segunda parte, referida al Centenario, y la elaboración de una tercera parte que trata sobre el Bicentenario. Esta investigación terminó el año 2006 y, al incorporar un tema vigente como el Bicentenario, había que asumir que los tiempos de escritura y de novedades no coinciden. Sin duda, desde el 2006 a la fecha han ocurrido hechos y se han publicado estudios que hubiera sido muy interesante incluir. Sin embargo, al escribir sobre un tema de actualidad, es necesario fijar un límite temporal de revisión de material, de manera que la publicación sea realmente posible.

    Muchas personas colaboraron en la realización de este libro. Especiales agradecimientos a Julio Pinto y Alfredo Riquelme, por cada uno de sus acertados y oportunos comentarios y orientaciones. También se agradecen las pertinentes sugerencias para la lectura de Alejandra Silva y Cristián Donoso. Por último, es preciso agradecer el interés y comprensión de las personas que pacientemente apoyaron el proceso de escritura y publicación de este libro (Paulina, Cristián, Gaspar, Antonia, Mario y Carlos).

    La nación entre conmemoraciones

    El bicentenario, palabra tan presente en estos años, refiere a los dos siglos de la república, pues precisamente se trata de la conmemoración del hito que simboliza el nacimiento de la nación moderna en Chile. La reflexión y el análisis actuales debieran tender casi naturalmente hacia la nación y la identidad. El momento no es casual, ya que los acontecimientos simbólicamente significativos, como son las conmemoraciones, abren puertas a la evaluación, a la crítica, a repensar, a redefinir, en este caso, la nación.

    La observación de la nación y de la identidad desde hitos representativos, como las conmemoraciones, en las que el tiempo parece decantar, ofrecen el escenario perfecto para entrever y cuestionar el proceso de construcción. Cuestionar, sea en sentido de crítica, sea en el sentido de reafirmar y celebrar lo que ya está hecho. Ese escenario de algún modo deja aparecer toda esa multiplicidad, diversidad y complementariedad de la nación.

    Para acercarse al análisis de lo nacional y de lo identitario, hay diversos caminos. A grandes rasgos, esas rutas pueden traducirse en dos énfasis: centrándose en el proceso de construcción o en una supuesta esencia inalterable. En cualquier caso, el punto parece radicar en que los modos, los discursos, los límites, las apariencias, las imágenes y representaciones que circulan en torno a la nación son múltiples y complementarios.

    Al preguntarse sobre la formación de la nación en Chile, y dejando por un momento de lado el hecho conmemorativo, es imposible precisar una fecha exacta, evidentemente porque se trata de un proceso y no de un acontecimiento puntual. Con respecto a la construcción de nación en cuanto tal, ni siquiera está tan claro si éste es un asunto concluido, o incluso si es posible fijar un término, o es un proceso constante de construcción y re-construcción. Lo que sí puede sostenerse es que la construcción nacional en último término produce a la vez que responde a la presencia de una identidad, que puede en Chile percibirse con cierta claridad a fines del siglo XIX.

    Tampoco se trata de la existencia de una única identidad nacional, concreta y definida. De hecho, parece poco probable que esto sea posible, en cuanto ella, ya sea individual o colectiva, está atravesada por varias identidades que por medio de distintos vínculos, relaciones, tendencias y primacías, van configurándola de acuerdo a una determinada circunstancia espacio-temporal. De otro modo, esta supuesta identidad nacional se comprendería en el sustrato de lo esencial, permanente y poco susceptible a la transformación, y por lo tanto, eventualmente dejaría de identificar, ya que sería un vestigio del pasado, cual pieza de museo, más que el modo en que los miembros de la nación la hacen suya, desde la configuración de un contenido y de ciertas representaciones de ella.

    Entonces, al estudiar procesos, conceptos, relaciones, etc., que se enmarcan en un mundo moderno (o que quiere ser moderno) y por tanto vinculados fuertemente al proceso de modernización, se hace necesario observar las relaciones entre modernización e identidad. No se trata de una oposición entre estos dos conceptos, sino que, en cuanto la identidad es dinámica y cambiante, refiere tanto a lo que hemos sido como a lo que somos, y aun más a lo que queremos ser. Parte importante en su configuración será la modernidad, como meta deseada desde los años de la Independencia, periodo en el cual Latinoamérica se abre violentamente al proceso modernizador, antes diseñado y controlado por la dominación española.

    En la formulación de las naciones en el mundo europeo, subyace una tendencia igualitaria, que en su época facilitó procesos de movilización y cambio social que de otro modo no habrían encontrado lugar dentro de la estructura social de los sistemas tradicionales. Sin embargo, al aplicar esta fórmula, en Latinoamérica no se produce ese cambio social ni el progreso económico como efecto inmediato, ni tampoco en el mediano plazo.

    Se observa cómo un mismo ideario produce distintos resultados según el escenario donde se aplica. Entonces, la pregunta podría radicar en el escenario: al parecer, lo fundamental del escenario que facilita u obstaculiza la consecución de los efectos deseados del proceso de construcción de naciones, se halla en la mentalidad colectiva que subyace, y por tanto, en la identidad que será el componente humano de las naciones, comprendiéndola como el modo en que los miembros se apropian del constructo de la nación, y que a la vez transforma tal constructo.

    El ideario central en el proceso de formación de naciones en Latinoamérica proviene, precisamente, del mundo moderno, de las naciones desarrolladas del Atlántico norte. Sin embargo, esto no justifica que por muchos años, e incluso hasta la actualidad, haya primado el afán de imitar por sobre el de apropiar, ya que el primero es el que en cierto modo se enfrenta a la identidad, corriendo el peligro de desarticularla o estancarla. Por otra parte, la apropiación contribuye a su construcción y la nutre, no solo en un sentido introvertido, sino también aporta a las relaciones de esta identidad con las otras identidades existentes en el mundo, recordando que incluso desde el comienzo de la humanidad el ser humano fue gregario. En ese sentido, los afanes aislacionistas podrían incluso interpretarse como fábulas para defender esas identidades que no se han configurado de forma coherente en el mundo real.

    Si esto podía ser relativo en siglos pasados, y habría admitido algún tipo de crítica, hoy, frente a la globalización, es un tema bastante evidente. Por supuesto que esto no significa que las naciones y sus propias identidades estén destinadas a desaparecer. Por el contrario, una amenaza de homogeneización puede llevar a rescatar lo propio, comprendiendo lo original y lo externo. En cualquier caso, ambos son partes constitutivas de la nación que queremos descubrir y construir.

    En la definición del concepto de nación surgen varios elementos o factores que se presentan en el proceso de su formación. Ellos pueden entenderse en el juego entre los componentes objetivos y subjetivos que plantea Hobsbawm¹, que implican desde un territorio, lengua, etnia, religión, entidad política, unidad administrativa, hasta la voluntad o la soberanía que remiten a una construcción, e incluso el sentimiento que hace sentirse parte de esta colectividad. O puede pensarse como la comunidad política imaginada de Anderson², en la medida en que el vínculo deja de ser presencial pero se desenvuelve en un grupo determinado, limitado y soberano. También puede sostenerse la importancia del sustrato cultural de un grupo, como fundamento de esa nación, llegando incluso a remontarse al origen y defender la etnia, como Hastings³.

    La discusión podría prolongarse por varias páginas, así como las distintas orientaciones para comprender y explicar el proceso de construcción nacional pueden ser innumerables, aun más sumando los múltiples matices de cada una. Pero siempre nos encontramos con la dualidad de la política y la cultura, que de una manera u otra llegan a crear, o intentan crear, una identidad nacional.

    Es evidente que la identidad nacional se refiere a un grupo que se reconoce como tal. Se trata de una conciencia que hace comprenderse como una colectividad, dando contenido y orientación a una voluntad o incluso situación política. La identidad puede entenderse como un constructo abstracto, en la medida en que ella se hace real a través de su influencia tanto en las acciones y expresiones presentes como en la memoria que se rescata de ellas. De esta forma, se vuelve lógico explicar la formación de la identidad nacional desde una mirada político-cultural.

    Desde el siglo XIX, la incipiente historiografía nacional sitúa el origen de la nación en la Patria Vieja. El interés en abordar este período de la historia nacional es que, por ser el origen, luego adquirirá características míticas, en función de elaborar una memoria colectiva que dé un cierto sustento a esta identidad nacional. Interesa este primer momento porque en él se elaboran las ideas liberales y republicanas que darán forma a la nación de manera depurada, sin que aun entren en juego los traumas de la Reconquista ni el permanente temor a la anarquía y la consecuente sacralización del orden que se genera después del llamado Período de Organización de la República; coyunturas que moderarán, relativizarán y postergarán las intenciones y principios originales de la formulación de la nación.

    Cuando una situación histórica fundacional adquiere un carácter mítico, se olvidan, o al menos se relativizan, las contradicciones, ambigüedades, vacíos, arbitrariedades, etc., que son parte tan constitutiva de tal situación como aquello que se rescata. Y si se trata de una nación, como entidad política y cultural a la vez, se hace irremediablemente necesario recordar qué pasó con la idea de cierta horizontalidad en la comunidad de miembros, en términos de identidad cultural y de ciudadanía, como vínculo que de algún modo hace pertenecer y ser parte del Estado, que se identificará cada vez más con esa construcción de nación.

    Se trata de ver que la historia de la formulación de la nación tuvo múltiples actores como sujetos históricos, tengan estos roles más pasivos o más activos. De otro modo sería asumir que la nación se vincula más con conciencias políticas que con sistemas culturales, como si estas dimensiones pudieran ser disociadas. Hay que agregar el hecho de que solo una pequeña parte de la sociedad –los protagonistas de la Patria Vieja– decidieron qué se olvida y qué se recuerda, lo que resulta central si se comprenden las naciones y las identidades como construcciones históricas, y por lo tanto, como entidades que conjugan tanto pasado, presente y futuro, como las voluntades que las han configurado.

    El actor por excelencia que se recuerda del periodo de la Patria Vieja es la elite criolla, que se posiciona en su nuevo poder político, y constituye una dominación hegemónica. Tradicionalmente se ha estudiado la acción de la clase dirigente en el proceso de construcción nacional, dejando de lado las implicancias, relaciones, exclusiones, que este hecho acarrea para la población en general, lo que no necesariamente implica que ésta no incida en tal proceso. Si el protagonista es esta elite, la reacción y el sentir del pueblo pueden abordarse desde la misma elite, pero con una mirada alternativa.

    Por una parte, este estudio pretende ver cuáles son estas ideas y principios originales, y cómo ellos, desde un comienzo, son condicionados a la posición de poder de la elite. Por otra parte, al ser imposible la existencia de una nación real que solo la clase que detenta el poder concibe como tal, se hace necesario ver los intentos y posibilidades de hacer extensiva la nación al resto de la población, y cuál es el grado de incorporación y plausibilidad de ellos.

    Una vez analizado el momento en que se comienza a construir la nación, se busca observar cómo evoluciona y qué se percibe de esa nación, cuando más actores sociales se ven involucrados activamente, en el marco de un contexto simbólico de evaluación que se configura en torno al Centenario de la República.

    La mayoría de los puntos aquí tratados podrían ser por sí solos objetos de estudio, pero el propósito es abordarlos en un intento de contraposición, combinación e integración de dos conceptos de nación: la política-discursiva y la cultural-simbólica, que teóricamente deberían complementarse para crear un imaginario colectivo que sustentase la identidad en construcción.

    En la Patria Vieja, el discurso de formulación de la nación se caracteriza por un grado de ambigüedad, generalmente explicado por la coyuntura de transición de la Independencia. Pero además del nivel discursivo, en la construcción nacional inciden criterios objetivos, simbólicos, e incluso emocionales, que podrían haber justificado tal voluntad, ya que el ideario se expresaba en general en el universo de la cultura escrita y en una opinión pública emergente, instancias cerradas para aquel que no pertenecía a la elite.

    Parafraseando a Anderson, si la nación es una comunidad imaginada, en la medida que la vinculación de sus miembros excede la copresencia, implica transitar desde una comunidad concreta a otra más abstracta. En este tránsito, se puede aceptar que la que formula el proyecto sea una elite en forma de clase dirigente, pero para que sea nación, debe existir cierta horizontalidad, es decir, se requiere de un sustrato colectivo que permita que tal nación sea en realidad imaginada por todos, o al menos una mayoría.

    Para que esto sea posible, la voluntad de crear una nación debe conjugarse con la realidad en la cual se crea, de manera de lograr algún grado de integración. De esta forma, aunque el pueblo no se desenvuelva como un sujeto activo, toma parte en el proceso de construcción nacional; su presencia es necesaria, si no determinante, refiriéndose a su incorporación en el proyecto nacional. Se desprende que el pueblo es un actor esencial, aunque su desempeño pueda ser considerado pasivo o potencial, que se volverá innegablemente visible y activo en la época del Centenario de la República.

    El salto temporal hacia 1910 es un recurso metodológico para intentar la misma mirada respecto de la nación cuando ya ha pasado un siglo. La temporalidad es en sí misma simbólica y además, la cantidad de tiempo en cuestión permitía que ya estuviesen presentes aquellas condiciones que necesitaban y enunciaban quienes formularon la nación, de modo de ir haciéndola gradualmente más horizontal.

    Al ser un momento que naturalmente tiende a remontarse al origen, contribuye a generar el marco para evaluar. En 1910, la nación se observa desde un espectro más amplio de actores que acceden al universo discursivo. Ellos podrán tanto apropiarse del discurso de formulación de la nación como elaborar uno propio de denuncia de ésta.

    La situación histórica y la presencia de este hito se enlazan con un ambiente de crisis. Estos escenarios contribuyen a hacer más gravitantes las distintas percepciones, visiones, opiniones y evaluaciones acerca de la identidad nacional y de la misma nación.

    Frente a un escenario político social más complejo, el corte metodológico en el Centenario ya no será entre discurso y símbolo que intentan explicar el actuar de la elite en torno a la idea de nación en la Patria Vieja. La separación está constituida por las mismas visiones que se tiene de la nación: la celebración o la denuncia de una crisis, que tienden a identificarse con una dimensión simbólica y discursiva respectivamente.

    Además, la celebración tiende a identificarse con el grupo dominante, heredero de esa formulación, que en 1810 monopolizaba el universo del discurso utilizándolo de acuerdo a sus intereses. Por su parte, en 1910 la denuncia se presenta en forma discursiva y se abre a los distintos sectores sociales, en 1810 interpelados por la elite de manera simbólica mediante posibles referentes identitarios, pero sin posibilidad de palabras reales.

    El entender la nación como una forma político-cultural da pie para justificar la doble perspectiva del discurso y del símbolo, que atraviesa el estudio. El juego de enroque que se produce en el Centenario ayuda a explicar el corte temporal y a la vez lo justifica, bajo la intención de hacer aparecer a la nación en su dimensión abstracta.

    Por último, el estudio termina con una aproximación al Bicentenario, como otro eventual momento simbólico de conmemoración nacional, integrando algunos conceptos que han surgido o que se han relevado en la época actual, y que inciden en la comprensión y supuesta reconstrucción de la nación que este acontecimiento propicia. Se trata de la globalización, posmodernidad, integración y, por supuesto, la cultura. Desde esa mirada, se presenta un análisis de las líneas trazadas para llevar a cabo la conmemoración del Bicentenario en Chile, incorporando algunas consideraciones de las dimensiones simbólica y discursiva que se utilizaron para la Patria Vieja y para el Centenario, y que en la actualidad se redefinen desde el nuevo escenario y los nuevos roles desde los cuales éstas son observadas.

    La dimensión temporal de la nación y de la identidad podría comprenderse en los términos que Castells⁴ define como identidades legitimadoras, identidades proyectos o identidades de resistencia; cada una apunta a un trato distinto de la temporalidad histórica, y además, se identifican con distintas alternativas de los actores sociales para la construcción de nación.

    El estudio se estructura desde diversos marcos teóricos relativos a la construcción de naciones, intentando trazar líneas coherentes a la formación de naciones propias a Latinoamérica, y más específicamente a Chile. La temporalidad cruza todo el análisis en la medida en que la historia se desenvuelve en base a la continuidad, el cambio y la simultaneidad. Así, la mirada prospectiva y retrospectiva dialogan constantemente, intentando confirmar que la identidad y la nación no son solo un discurso histórico –de lo que ya fue–, sino un ensamblaje actual del pasado con el proyecto a futuro. En el fondo, es un análisis diacrónico de la nación y de la identidad, de cómo nuestra mentalidad las percibe, desde la temporalidad inevitable del ser histórico y de los acontecimientos simbólicamente representativos que levanta, tal vez inconscientemente, para su propia autocrítica o autocomplacencia.

    1 Hobsbawm, Eric. Naciones y nacionalismo desde 1780, Barcelona, Ed. Crítica, 1992.

    2 Anderson, Benedict. Comunidades Imaginadas, México, FCE, 1991.

    3 Hastings, Adrian. La construcción de las nacionalidades, Cambridge University Press, 2000.

    4 Castells, Manuel. La era de la información. El poder de la identidad, Vol. 2. Siglo XXI editores, Madrid, 1999.

    Patria Vieja

    Capítulo I

    El discurso en la elite

    Al formular la nación

    El comienzo del siglo XIX es fundamental en la historia de los países latinoamericanos, ya que es el momento en que nacen a la vida política autónoma, logran su independencia de la metrópoli y se embarcan en la enorme tarea de la construcción nacional. La crisis monárquica que sufre España desde 1808 cambia el escenario tanto en la Península como en sus colonias. Se comienzan a organizar en base a juntas de gobierno provisorio, lo que se repetirá un par de años más tarde en Hispanoamérica, siguiendo el ejemplo de la madre patria.

    En pocos años, Hispanoamérica experimenta un cambio histórico fundamental: desde la situación colonial, se embarcará en las revoluciones de independencia, para llegar a formular, construir y reconstruir naciones de corte moderno. En este proceso, las colonias quieren dejar esta categoría y hacerse parte del mundo en igualdad de condiciones, hacerse parte del concierto de naciones modernas y desarrolladas. Es una suerte de despertar mirando hacia el universo euroatlántico, y se desea despertar con la llegada de la Ilustración.

    Aunque es un tema que permite cierta discusión, parece poco probable que la Independencia respondiera a un programa previo, tal vez con excepción de algunos personajes educados en Europa o de avanzada en pensamiento político. Es posible que la importancia del hecho mismo, en cuanto a su carácter revolucionario en todo un continente, haya contribuido a interpretar, posteriormente, la historia previa como un prólogo a la Independencia. En el otro extremo, la historiografía que enfatiza la perspectiva socioeconómica la desestima, por tratarse de un ‘mero’ cambio político, sin consecuencias inmediatas en el orden social.

    Es en este momento histórico cuando las próximas naciones hispanoamericanas podrán encontrar el escenario preciso para comenzar a formularse. Se ha planteado que la construcción de la nación en el mundo moderno es producto de una contingencia definida, más que de una necesidad universal, o un fenómeno inevitable en la historia de la humanidad. Esta contingencia podría dar inicio a la construcción nacional al encontrarse con una comunidad cultural, como sistema de ideas, signos, pautas de conducta y comunicación compartidos por un grupo determinado, y además como sentimiento de pertenencia y convicción de los individuos que la conforman¹.

    Sin embargo, en esta realidad, aquellas características solo podían encontrarse, e incluso de manera muy sutil, en las elites criollas. Desde una perspectiva constructivista, se asume que existen ciertos sujetos históricos que tomarían el rol de protagonistas en la construcción de nación; serán aquellos en el espacio del poder los que actúan intentando utilizar ...la capacidad de ciertos discursos para construir la nación, para interpelar a los individuos y constituirlos como sujetos nacionales².

    Pero aunque existan estos discursos, que en el caso de Chile comienzan por radicarse en el universo de una elite criolla ilustrada, la identidad nacional no existe como una esencia que hay que buscar, encontrar y definir. Es un constructo humano, evidente solo cuando suficientes personas creen en alguna versión de la identidad colectiva, para que ésta sea una realidad social, expresada y transmitida a través de instituciones, leyes, costumbres, creencias y prácticas³.

    Teniendo presente la problemática del umbral, es decir, cuántas son suficientes personas, o qué tan extendida debe estar tal colectividad, convendrá analizar, primero, aquellos sujetos históricos que se encuentran en el espacio de poder, y luego, en el siguiente capítulo, cómo ellos comienzan a delinear el traspaso –no siempre consciente– de esta identidad hacia la realidad social.

    Para Latinoamérica, esos primeros pasos se encuentran en el proceso de Independencia. Éste combina el hito puntual con la larga duración, ya que eran precisas una serie de condiciones sociopolíticas para que tal proceso fuera posible, sobre todo en cuanto a las elites que lo dirigirán. Pero en sí misma, la Independencia es un punto de referencia para la historia nacional de todos estos países, que sin duda marca un antes y un después.

    Es posible sostener que la Independencia haya sido un hecho de carácter accidental, provocado por la invasión napoleónica a España y la consecuente crisis monárquica, lo que genera un vacío de poder de la administración colonial, vacío en el que intentarán posicionarse las elites criollas.

    Una de las características de la elite chilena y particularmente la santiaguina era su homogeneidad, en parte debido al alto grado de integración humana, entendiendo por ésta el gran peso de las relaciones familiares y personales dentro de la lógica endogámica oligárquica. La homogeneidad ha sido planteada como ...uno de los secretos de su poder y de la temprana y fácil organización de Chile⁴, a pesar de la existencia de ciertas diferencias al interior del grupo. Esto explicaría que aquí la Independencia aparentemente no se haya visto acompañada de un quiebre y revolución social. La elite se mantendría así como un factor de coherencia dentro de los sucesos de carácter

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