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Si Graniza en Mayo: Cuando la discapacidad llega después de Dios
Si Graniza en Mayo: Cuando la discapacidad llega después de Dios
Si Graniza en Mayo: Cuando la discapacidad llega después de Dios
Libro electrónico214 páginas2 horas

Si Graniza en Mayo: Cuando la discapacidad llega después de Dios

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El título de la novela de Rolando Rizzo ya contiene, en su concisión, el diseño esencial de sus contenidos.

La vida en su belleza a veces se asemeja a una extensión verde de trigo en barbecho que promete una rica cosecha en el verano, pero es suficiente una violenta tormenta de granizo de una hora para ponerlo patas arriba en una desolación desesperada.
Hay dos tipos básicos de discapacidad: la adquirida por el narcisismo y la irresponsabilidad y la que pertenece a la lotería de los cromosomas. Ambas a menudo devastan familias felices, o en cualquier caso las obligan a remodelar todo su camino existencial con resultados a veces heroicos y a veces angustiantes.

En la novela de Rolando Rizzo, ambos tipos de discapacidad caen como un rayo sobre una familia y una comunidad rica y altamente religiosa, derriban cómodas máscaras, lugares comunes, apariencias emocionantes, para revelar el verdadero asunto del que estamos hechos y las elecciones con las que todos tienen que lidiar tarde o temprano cuando "cae el granizo en mayo".

La novela habla de solidaridad y traiciones, de vidas que están entrelazadas, que se pierden, que se redimen, que todo lo irreconciliable se reconcilia, algunas para marcar nuevas temporadas de libertad y amor.


Sobre el autor

Rolando Rizzo nació en 1944 en Rossano Calabro.

Fue criado por un padre culturalmente analfabeta, un dulce narrador autoritario y violento, indispuesto, descubrió la Biblia a los cuarenta años y la adoraba, pero leyó el Nuevo Testamento a la luz del antiguo, estaba desilusionado con la humanidad; y enamorado de las mujeres que él apreciaba, si se sometían.

Rolando Rizzo pasó sus primeros seis años con una madre que era talentosa, feminista, ante litteram, rebelde e independiente, que rechazó sin lugar a duda cualquier forma de sumisión masculina, dominación y violencia, por lo que pronto abandonó el techo conyugal, el pueblo y a su hijo para eclipsarse en la ciudad eterna.

Rolando, el adolescente, se quedó con su padre hasta los catorce años y luego fue aceptado por el Instituto Adventista de Florencia, donde se ganó la vida trabajando como granjero y lavaplatos hasta los veintiún años. Estaba enamorado del fútbol y el cine. Devoró a Mickey Mouse y a Tolstoi, El pequeño guardabosques y Malaparte, el Guerin Sportivo y especialmente la Biblia.

Escribió su primera pieza en el "periódico mural" de los estudiantes de Villa Aurora, y desde entonces no se ha detenido... Se graduó en Teología en 1972. Era un pastor adventista, animador juvenil, profesor, autor de publicaciones teológicas y no ficticias, devoraba novelas. En 1990 regresó como profesor de teología práctica al Instituto al que asistió en 1958, y en 2008 escribió su primera novela, Il Mulino sul Colognati descrita por el director de la editorial Leggere Tutti como "una obra maestra inesperada".

Seguida por Il Viaggiatore, Il terzo treno, Cieli Tamarri, Il Nulla e l'Incanto, Il principino scomparso, Marmellata di prugne gialle, La viola e i ligli della campagna, Si graniza en mayo. Cuando la discapacidad llega después de Dios.
IdiomaEspañol
EditorialRolando Rizzo
Fecha de lanzamiento15 may 2020
ISBN9788835828426
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    Si Graniza en Mayo - Rolando Rizzo

    jardín.

    El Calicanto

    Es rudo como ningùn otro año este Enero dosmildiecisiete.

    Parecería sin nieve, en cambio sudario blanco de muerte,

    Nos llega de las ruinas de Amatrice,

    entrando en los huesos y en el alma.

    E invade las villas en el bum de los años sesenta.

    Tantas casas cómodas desiguales entre pinos y betulas.

    Y miles y miles plazoletas que en Marzo perfumeran a Jacintos

    y sonreirán de azafranes y violetas.

    Pero ahora humilladas por un hielo inesperado,

    y sin embargo, una fragancia fina y fuerte, delicada e intensa,

    invade el aire como un sueño apacible, como la esperanza.

    Pero puede perfumar este hielo sin sol que persiste

    siguiendo mis pasos?

    Cómo es que nunca lo conocí y que nunca he visto

    la flor que lo canta

    en estas mis largas y numerosas estaciones?

    Y sin embargo està allí desde los tiempos de la creación

    Y se le puede distinguír tan apenas entre los álamos desnudos

    y los abedules desnudos del espino oxidado.

    Desde hace tiempo tiene brotes ferrosos, anónimos,

    Pero coronado de pétalos amarillentos elegantes y discretos,

    se honra un núcleo marrón y un perfume que confunde.

    Solo el florista de la esquina me dá el nombre:

    El Calicanto

    Me recuerda mucho a los nombres de mis hermanos

    Que han perfumado mis inviernos:

    María es su campeona que caminò ligera e invisible

    Entre un marido presuntuoso y rudo

    e hijos guerreros y groseros.

    Llevaba siempre un delantal blanquísimo,

    Pronunciaba pocas palabras solo pacíficas,

    Pero perfectamente adecuadas.

    Producía armonías imposibles.

    Me recuerda a Franco, el Calicanto:

    Diácono gentil en una comunidad guerrera, presuntuosa y arrogante.

    Y él como María, con un paso ligero,

    pocas palabras, ligeras y de conforto y silenciosa cercanía al dolor,

    creó eufonias celestiales, al igual que los racimos de Calicantos

    en esta helada inesperada.

    Johnny

    Giorgio, quien desde hace muchos años solo había vivido días de sol espléndido y noches de luna y luciérnagas, y nunca habría imaginado lo que le habría sucedido, levantó la pequeña sábana coloreada con patos azules y blancos, como lo hacía todas las mañanas y tomó en sus manos los dos piececitos cálidos suavemente palpitantes de su bebé recién nacido; dos bolitas de algodón con cordones rosas, tejidas al sol. El bebé, como cada amanecer, sentía el placer de ser acariciado por manos como de seda y seguía roncando como los cerditos de cola rizada de los dibujos animados de Disney.

    Giorgio movió la sábana suavemente hasta su cuello y, como siempre, contempló emocionado los rizos dorados que cubrían su rostro, dejando solo sin cubrir sus labios fruncidos que olían a leche.

    Giorgio era un capitán de la industria. Dirigía una empresa que producía pequeñas herramientas agrícolas, algunas de su propia invención, en un enorme almacén del que partía una pequeña flota de furgonetas todos los días para abastecer a los consorcios agrícolas de toda la región, y también un camión que servía a muchos puntos de venta en otras regiones de Italia.

    Durante años había salido de su oficina privada al amanecer para ir a su centro de dirección a cien metros de distancia, una oficina en medio de un cubo industrial de vidrio y acero.

    Sus empleados y trabajadores llegaban a las ocho en punto, pero él siempre estaba en su escritorio a las seis en punto. Esas dos horas eran las más preciosas y productivas porque, descansado y con una mente fresca, preparaba el día examinando las prioridades en cada sector de su empresa.

    Muchos hombres de negocios trabajan hasta altas horas de la noche. Pero Giorgio regresaba a su casa no más tarde de las cinco de la tarde para dedicarse a su familia hasta las diez de la noche. Desde entonces hasta las cinco de la mañana, dormía profundamente. Su personal tenía órdenes estrictas de nunca llamarlo durante esas horas. Solía decir: Tengo colaboradores de confianza al frente de cada sector de mi empresa, incluso si la fábrica se incendiase, todo se resolvería de la mejor manera posible sin mí. Desde las cinco de la tarde hasta las seis de la mañana, finjan que no existo. De lo contrario, mi familia ya no existiría.

    Johnny fue el último a nacer en la casa Garelli, el quinto porque de heredes tenía otros cuatro: dos hijos y dos hijas. Domenico conocido como Nico, Giovanni o Gianni, luego Angelina o Ina y Rosalia o Lia. Solo al último nacido le había dado un nombre extranjero para honrar a su abuela, ahora muy vieja, que parecía volver a la vida cuando escuchaba el nombre de su cantante favorito Johnny.

    Giorgio había amado y aún amaba a todos los hijos que siempre había mimado, pero lo que en su relación con ellos siempre lo había conmovido más, era acariciar sus pequeños pies mientras dormían temprano en la mañana. La misma magia se repetía cada vez, aunque no todos los hijos eran tan hermosos como Johnny, que parecía un querubín dibujado por Raffaello.

    Cinco niños no eran pocos, pero cuando alguien se los recordaba, solía decir que, por como habían resultado, habría aceptado incluso el doble de la cantidad.

    Su esposa Susanna no se quejaba, pero medio bromeando y medio serio, decía que cinco eran suficientes.

    Giorgio y Susanna parecían muy unidos. En público eran amables, alagueños y afectuosos. Los hijos, como se puede imaginar, a veces pueden hacerlos enojar, pero por razones de poca importancia. Con respecto a los valores de base, todas las relaciones eran más que buenas. ¡Qué familia extraordinaria! decían sinceramente los amigos, vecinos, conocidos, los empleados que idolatraban a Giorgio. Un jefe inusual que había comenzado desde abajo y nunca olvidaba su pasado como obrero.

    La carrera de Giorgio había sido corta y notable. Se había casado con Susanna cuando era un simple obrero, hijo de agricultores romañoles que no eran ni pobres y tampoco ricos.

    Sus padres eran propietarios y agricultores de una pequeña masia de montaña que les daba lo necesario para vivir, pero nada más.

    El último hijo de una familia muy numerosa, guiada por un padre honesto y gran trabajador, pero estrecho de miras, Giorgio, como todos sus hermanos, terminó solo la escuela primaria. Frequentó una clase mixta establecida en una pequeña habitación al lado de una antigua iglesia de piedra en medio de una encrucijada rodeada de pastos, a ochocientos metros de altitud.

    Tuvo la suerte de descender a Sernafolice, un hermoso pueblo de las llanuras, contratado como mozo por un anciano tío viudo y sin hijos que dirigía una antigua tienda de articulos de agricultura y jardinería. Había instalado la tienda en la antigua masia de sus padres en campo abierto unos años antes, pero la ciudad la había ya alcanzado y prometía de superarla.

    Realmente aquel local era un pequeño agujero en el viejo cobertizo de animales debajo de la casa y a la vieja masia seguía una plantación de melocotoneros.

    En el patio, en primavera y durante todo el otoño, su tío amontonaba sacos de estiércol, macetas de arcilla, herramientas y plataformas de plantas de jardín y de huerto. Todo esto se dejaba desatendido por la noche dada la tradición de honra rural que era una costumbre de la zona.

    Giorgio tenía 21 años cuando llegó a la ciudad, al final de los años 40. No era un Adonis. Y aunque si no era muy alto, tenía un físico compacto y delgado, una grande cantidad de cabellos oscuros y una cara con rasgos ásperos pero armoniosos. Era un joven naturalmente alegre; siempre exprimía optimismo y hablaba en un modo muy agradable, casi siempre en el dialecto de Romaña porque su italiano era limitado. Sin embargo, tenía una imperfección que aumentaba su simpatía, y hacía que su risa fuera espontáneamente graciosa: era una pequeña brecha natural en el centro de la fila inferior de dientes. Casi como si le faltara medio diente.

    Extraordinario trabajador, siempre bien dispuesto, pronto se ganó el corazón de su tío, quien aumentaba sus responsabilidades día a día. Se suponía que habría vivido en el modesto apartamento sobre la pequeña tienda por un corto tiempo, pero el anciano lo convenció a vivir con él ayudados por una jovencita que limpiaba la casa y les preparaba de comer.

    La chica era Susanna; tenía dieciocho años y vivía en la casa de enfrente, la última hija de una familia campesina de Romaña que a su edad sabía cómo hacer todo en la casa y en la granja.

    Después de solo tres meses, los dos jóvenes se enamoraron y después de otros tres meses se casaron con un permiso especial de la Curia y del municipio. Cuando se les veía juntos, no parecían adolescentes, sino más bien niños con espontaneidad y alegría de vivir, y más que adultos por su fiabilidad y sentido común.

    La vieja masia sobre la pequeña drogería era grande y tenía habitaciones altas y espaciosas, así como una gran cocina con paredes cubiertas con viejas ollas de cobre encima de cuatro fogones de piedra que habían dejado que todavía funcionaban. Una gruesa mesa de castaño y ocho sillas de paja, aún en buenas condiciones, completaban los viejos muebles que al tío le recordaban su infancia y a la gran familia que gradualmente, año tras año, lo había dejado solo. La última en irse, justo antes de que Giorgio bajara de las montañas, había sido su esposa.

    Para el viejo, este matrimonio hizo que las viejas habitaciones y su patio volvieran a la vida. Le dió a los recién casados el derecho de vivir en la casa y cambiarla según sus gustos siempre que la cocina permaneciera intacta, especialmente las ollas de cobre sobre los fogones que habían cubierto la pared durante al menos un siglo. Podrían agregar lo que quisieran, pero sin quitar nada hasta su muerte.

    Durante tres años, vivieron en paz y armonía con dos niños pequeños que se entretenían en cada estación. Entonces, de repente, el tío murió. No había cumplido los ochenta y no estaba enfermo. Lo encontraron una mañana de junio sonriendo en la cama, sosteniendo con la derecha su pipa apagada. Parecía que había muerto de felicidad.

    En el testamento, los dos jóvenes fueron nombrados herederos universales. De hecho, heredaron la casa, el huerto de duraznos de dos hectáreas y una suma modesta. Pero Giorgio, casi analfabeto, tenía una visión del futuro, una bonita visión de futuro.

    El jefe

    Había estado lloviendo todo el día. El aire nocturno era fresco, una brisa suave había empujado todas las nubes hacia el sur y el cielo despejado era una bóveda azul con luces. Se podía escuchar el flujo del río Montone en el fondo del valle y en el jardín discretos enjambres de luciérnagas coqueteaban entre sí.

    Cuatro de sus cinco hijos habían ido al valle a una fiesta. Solo Johnny ya estaba roncando cansado del usual mini terremoto de cada día.

    Debajo del patio, Giorgio y Susanna estaban tomados de la mano y se relajaban en silencio sobre una mecedora de bambú, un regalo de sus trabajadores para el aniversario de bodas de plata que habían celebrado unos días antes.

    Hacía un poco de frío, pero el espectáculo del valle y el cielo, en el silencio absoluto y raro de su hogar, era demasiado hermoso para perdérselo. Una suave cubierta de lana proporcionaba el calor necesario.

    El corazón solo podía ser atraído hacia recuerdos felices.

    - Susanna querida, ¿puedes creer que han pasado 25 años? ¡Han pasado tantas cosas! ¿Recuerdas lo preocupada que estabas y cuando lloraste esa vez que querías ver las cuentas y te diste cuenta de que teníamos varios millones de liras en deuda?

    Dijo Giorgio con un poco de satisfacción narcisista. Susanna estaba enamorada y admiraba a su esposo, pero a pesar del extraordinario éxito logrado en todos los campos, todavía había un poco de resentimiento y no lo ocultaba incluso en momentos mágicos como esa noche.

    - Entre las cosas que han sucedido también está todo el cabello blanco que no puedes ver porque está teñido. Está ahí gracias a toda la preocupación que he tenido durante tanto tiempo. Por muchos años hemos estado endeudados.

    - Pero eran inversiones. Siempre te lo he dejado claro.

    - Sí, pero fueron inversiones que hiciste sin pedirme nunca mi consenso;

    - ¿Pero alguna vez habrías estado de acuerdo?

    - Nunca. ¡Deudas nunca, pase lo que pase!

    - ¡Pero puedes ver que tenía razón! Todo lo que hemos logrado nunca existiría si hubiera razonado con tus ansiedades.

    - ¡Es verdad! Si me hubieras escuchado, nunca te habrías convertido en un gran hombre de la industria. ¡Quizás todavía estaríamos viviendo como tu tío con los pequeños ingresos de la droguería y solo dos hijos!

    - ¿No estás contenta con los maravillosos hijos que tenemos?

    - Están aquí y, como dice Eduardo, ahora son parte de nuestros corazones. ¿Pero cuánto nos han costado?

    - ¿Te he dejado sola, no te he amado más que a mi vida?

    - No, has sido y sigues siendo un padre maravilloso, un esposo cariñoso y siempre a mi lado ... Pero siempre has sido tú quien decidía todas las cosas fundamentales de la vida, incluídos los niños. Pero a pesar de todo, te amo más que a mí misma.

    Y fue así que también aquella noche el amor prevaleció bajo una cubierta de lana a cuadros amarillos y amarantos en una danza silenciosa de luciérnagas.

    Visto desde afuera, la vida de la familia Garelli era un hermoso cuento de hadas hecho realidad. Pero, como un tramo de bosque contemplado desde una altura parece estar completamente vivo y perfecto, es al pasar a través de él desde abajo que se revelan árboles caídos, ramas muertas, plantas secas, troncos roídos por parásitos.

    Entonces, esta hermosa familia, como todas, parecía haberse realizado totalmente a simple vista, pero no estaba exenta de problemas serios.

    Los primeros problemas se debieron a su extraordinaria orientación. Giorgio era un esposo y padre amoroso, fiel y afectuoso, cuyos pensamientos colocaban a su esposa e hijos por encima de todo. Habiendo adquirido recursos considerables, los manejó con gran conciencia social y, por supuesto, a su familia no le faltaba nada.

    Estaba dispuesto a hacer cualquier cosa, desde preparar la comida y lavar los platos hasta responder a cualquier persona que lo necesitara

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