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Sé tú mismo: La locura de la superación personal
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Sé tú mismo: La locura de la superación personal
Libro electrónico172 páginas3 horas

Sé tú mismo: La locura de la superación personal

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Información de este libro electrónico

La vida moderna es una vida acelerada. Si quieres vivirla, no dejes de moverte, no dejes de superarte y de ser cada día más feliz. Eso es lo que nos han contado, pero lo cierto es que estas exigencias se pagan con estrés, burnout, depresión y una lenta transformación de nuestras relaciones sociales en formas de negocio.
Svend Brinkmann no tiene la solución para nada de esto, pero conoce una salida a la obsesión por la autosuperación: echar el freno. En este ingenioso estudio, el aclamado psicólogo danés nos invita a rechazar los mantras de la autoayuda y nos anima a ser simplemente nosotros mismos.
El secreto de una vida buena no reside en encontrar un yo más rentable o más feliz, sino en abrazar con serenidad y estoicismo nuestras maneras de ser. Con su exhortación a buscar la desaceleración, este vibrante antimanual de autoayuda ofrece una alternativa al coaching, al pensamiento positivo y a los imperativos cotidianos de la autorrealización.
IdiomaEspañol
EditorialNed Ediciones
Fecha de lanzamiento16 mar 2020
ISBN9788416737925
Sé tú mismo: La locura de la superación personal

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    Siempre sentí que no encajaba con la idea de la cultura acelerista de hoy en día, y al leer este libro confirmo racionalmente esta idea, recomiendo muchísimo este libro, para tener una perspectiva mas estoica sobre la realidad y que puede llegar a ser una pieza clave para simplemente ser tu mismo.

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Sé tú mismo - Svend Brinkmann

Título original en danés: Stå Fast

© Svend Brinkmann & Gyldendal, Copenhaguen 2015. Published by agreement with Gyldendal Group Agency.

© De la traducción: Maria Rosich Andreu

Corrección: Yohannia Pérez Valdés

Diseño de cubierta: Vanina de Monte

Primera edición, marzo de 2020

Derechos reservados para todas las ediciones en castellano

© Ned Ediciones, 2020

Preimpresión: Fotomposición gama, sl

Esta obra se benefició del apoyo de la Fundación Danesa de las Artes

ISBN: 978-84-16737-92-5

La reproducción total o parcial de esta obra sin el consentimiento expreso de los titulares del copyright está prohibida al amparo de la legislación vigente.

Ned Ediciones

www.nedediciones.com

Índice

Introducción. La vida en una cultura cada vez más rápida

Pies y raíces: movilidad y estabilidad

Encontrar un punto de apoyo

1. Deja de mirarte el ombligo

El instinto

¿Encontrarse a uno mismo, o aprender a vivir con uno mismo?

La máquina de las paradojas

¿Qué puedo hacer?

2. Céntrate en lo negativo de tu vida

La tiranía del pensamiento positivo

La psicología positiva

El líder positivo y apreciativo que reconoce nuestro valor

Culpabilizar a la víctima

Quejarse

La vida sigue

¿Qué puedo hacer yo?

3. Aprende a decir que no

¿Qué es decir siempre que sí y por qué lo hacemos?

La ética de la duda en la sociedad del riesgo

¿Qué puedo hacer yo?

4. Reprime tus sentimientos

La cultura emocional

Las consecuencias de la cultura emocional

¿Qué puedo hacer yo?

5. Despide a tu coach

La coachificación de la vida

Los peligros el coaching

Coaching y amistad

¿Qué puedo hacer yo?

6. Lee novelas: ni libros de autoayuda, ni biografías

Los grandes géneros literarios actuales

La novela como tecnología del yo

Literatura sin ilusiones

¿Qué puedo hacer yo?

7. Vive en el pasado

El significado personal del pasado

¿Qué puedo hacer yo?

Conclusión. El estoicismo en una cultura acelerada

El estoicismo

El estoicismo griego

El estoicismo romano

Agradecimientos

INTRODUCCIÓN

LA VIDA EN UNA CULTURA CADA VEZ MÁS RÁPIDA

A muchos nos parece que todo va cada vez más rápido. Parece que el ritmo de vida se acelera. Continuamente tenemos que acostumbrarnos a tecnologías nuevas, reestructuraciones laborales y modas de nutrición, ropa y curas milagrosas que cambian cada dos por tres. Te compras un smartphone nuevo y enseguida te ves obligado a descargarte actualizaciones de software para poder usar las últimas aplicaciones. Apenas te acostumbras al sistema informático de tu trabajo, instalan otro. Y justo cuando has aprendido a convivir con un colega molesto, hay un cambio organizativo y te toca incorporarte a otro equipo con otras personas. Trabajamos en organizaciones de aprendizaje cuya única constante es el cambio continuo, y de lo único que podemos estar seguros es que lo que aprendimos ayer, mañana estará obsoleto. Por eso el aprendizaje continuo y el desarrollo de competencias se han convertido en conceptos clave que aparecen por todas partes en el sistema educativo, empresas y organizaciones.

Los sociólogos describen nuestra época con metáforas como «modernidad líquida»¹ para indicar que todo está en un estado de cambio permanente. El tiempo en concreto es algo que se considera líquido; también se podría decir que nos sentimos como si todo fluyera. Lo que nadie sabe es hacia dónde fluyen las cosas, ni por qué. Hay quien dice que la globalización (o, más concretamente, «la amenaza de la globalización») significa que el cambio constante es inevitable: las empresas tienen que ser capaces de adaptarse a los deseos y las preferencias cambiantes de los mercados y, por tanto, los trabajadores deben ser flexibles y estar predispuestos a cambiar. Los anuncios de trabajo llevan un par de décadas repitiendo machaconamente la frase «se busca trabajador flexible, adaptable e interesado en el desarrollo personal y profesional». Lo peor que puede hacer uno es no avanzar: estar quieto mientras todo el mundo avanza significa quedarse atrás. Hoy en día, quedarte donde estás es retroceder.

En la modernidad líquida, también conocida como capitalismo flexible, posfordismo o sociedad de consumo, el individuo debe, por encima de todo, seguir el ritmo;² pero eso, en una cultura en la que todo se acelera sin parar, cuesta cada vez más. El ritmo al cual lo hacemos todo (cambiar de trabajo, escribir un artículo, hacer la cena, etcétera) no ha dejado de incrementarse en los últimos años. Por ejemplo, hoy en día dormimos media hora menos de media que en 1970 y hasta dos horas menos que en el siglo XIX.³ Se ha acelerado el ritmo de casi todos los aspectos de la vida, de modo que ahora nos encontramos ante comida rápida, speed-dating, power-naps y terapias a corto plazo. Hace poco probé una aplicación llamada Spritz que muestra las palabras de una en una, pero puede incrementar la velocidad lectora del usuario de aproximadamente 250 a entre 500 y 600 palabras por minuto: de repente, ¡se puede leer una novela en un par de horas! Pero esa velocidad ¿ayuda a entender mejor la literatura? ¿Por qué se ha convertido la rapidez en un fin en sí mismo?

Los críticos de este ritmo acelerado destacan que conduce a una sensación general de alienación de nuestras actividades y que nos hace sentir en todo momento como si nos faltara tiempo. Los avances tecnológicos deberían proporcionarnos libertad: darnos tiempo de jugar al fútbol con nuestros hijos, hacer cerámica o discutir sobre política, pero en realidad lo que ocurre es lo contrario, ya que dedicamos el tiempo que ganamos (es decir, el tiempo que ahorramos automatizando cada vez más las cadenas de montaje y el trabajo rutinario... o enviándolo al Tercer Mundo) a nuevos proyectos que embutimos en una agenda ya muy apretada. En nuestro mundo secularizado ya no vemos el paraíso eterno como una zanahoria a la que aspirar, sino que intentamos meter todo lo que podemos en una vida relativamente corta. Ni qué decir que llenar la vida de este modo es un proyecto fútil, destinado al fracaso. Es tentador considerar que la actual epidemia de depresión y burnout es la reacción del individuo ante su incapacidad de soportar la aceleración constante. Y en esta cultura caracterizada por un desarrollo frenético, una persona que desacelera, que reduce el ritmo en lugar de aumentarlo (quizás hasta el punto de detenerse completamente), parece fuera de lugar y su comportamiento puede llegar a interpretarse como algo patológico (lo cual lleva a diagnósticos de depresión).

¿Cómo se puede mantener el ritmo de una cultura que no para de acelerar? Mantener el ritmo implica una voluntad de adaptación constante. Implica un desarrollo continuo a nivel personal y profesional. Los escépticos describen el aprendizaje a lo largo de la vida como «aprender hasta la tumba» (para mucha gente, los cursos infinitos planteados por consultores con buena voluntad son como una tortura o hasta una especie de purgatorio). En las organizaciones de aprendizaje modernas, con estructuras de dirección horizontales, delegación de responsabilidades, equipos autónomos y límites difusos o inexistentes entre trabajo y vida privada, nos parece que no hay nada más importante que nuestras competencias personales, sociales, emocionales y de aprendizaje. En ausencia de un jefe autoritario que dicte las órdenes, nos vemos obligados a negociar con otros, trabajar en equipo y decidir qué es lo correcto. Actualmente, el empleado ideal es el que se ve como un depósito de competencias y considera que mantenerlas al día, desarrollarlas y optimizarlas es responsabilidad suya.

Todas las relaciones humanas y las prácticas relacionadas con lo que antaño se solían considerar asuntos personales, hoy en día se ven como herramientas, y empresas y organizaciones las ponen en práctica para impulsar el desarrollo de los trabajadores. Se instrumentalizan sentimientos y características personales. Y si alguien no puede aguantar el ritmo (si es demasiado lento, no tiene suficiente energía o simplemente llega a un punto en que no puede más), los remedios que se le prescriben son coaching, gestión del estrés, mindfulness y pensamiento positivo. Se nos recomienda «aprovechar el momento» y es fácil perder el norte y la noción del tiempo cuando todo se acelera. Se considera reaccionario anclarse en el pasado, mientras que el futuro es sólo una serie de momentos imaginados e inconexos y no una trayectoria de vida coherente. Pero ¿es posible planificar a largo plazo cuando el mundo está tan centrado en el cortoplacismo? ¿Tiene sentido planificarlo todo? No, porque puede pasar cualquier cosa y si uno se aferra a ideales a largo plazo, o a objetivos y valores estables, se le considera «reticente al cambio» (así es como lo llaman los coaches, cuya misión es ayudarnos a cambiar). El mantra es «piensa positivo y busca soluciones»; no queremos oír más quejas ni ver más caras largas. Las críticas no se aceptan, porque son una fuente de negatividad, y todo el mundo sabe que, para estar bien, hay que «hacer lo que se te da mejor», ¿no?

Pies y raíces: movilidad y estabilidad

Tal y como expresó una vez un filósofo,⁵ en nuestra cultura, cada vez más acelerada, se prima la movilidad sobre la estabilidad. Quien tiene pies puede moverse. Es móvil, «líquido», adaptable; puede correr, bailar y desplazarse en todas direcciones según sea necesario. En cambio, quien tiene raíces está fijo en un sitio. Puede doblarse como una planta, pero no se puede mover. Sin embargo, en esta cultura de la velocidad acelerada, la expresión «echar raíces» sigue teniendo connotaciones positivas, aunque tal vez un poco anticuadas. Echar raíces representa estar vinculado a otras personas (familia, amigos, hijos, ideales) y tal vez hasta tener un sitio en el cual estés a gusto o trabajar en un lugar hacia el cual sientas una cierta lealtad. Sin embargo, hoy en día ese significado positivo de echar raíces a menudo se tiñe de negativo. Cada vez menos personas echan raíces en el sentido demográfico. Cambiamos de trabajo, de pareja y de lugar de residencia mucho más a menudo que las generaciones anteriores. También tenemos más tendencia a decir que alguien «se ha quedado estancado» en lugar de que «ha echado raíces». Un comentario como «estás estancado en ese trabajo» no es nada positivo.

Este fenómeno contemporáneo es muy evidente en la publicidad. Los anuncios son la poesía del capitalismo: revelan las estructuras subconscientes y simbólicas de la sociedad. Hace unos años, vi un anuncio de la cadena de hoteles InterContinental que leía así: «No puedes tener un lugar favorito hasta que los hayas visto todos». Este texto iba acompañado de la imagen de una isla tropical y de la pregunta: «¿Vives una vida InterContinental?». Según este anuncio, pues, no podemos tener un lugar favorito, no podemos sentirnos vinculados a ningún lugar en concreto, hasta que los hayamos visto todos. Ése es el mensaje y es el extremo de la filosofía de «más vale pies que raíces» que prima la movilidad sobre la estabilidad. Atarnos a algo representa aislarnos del resto de lugares magníficos del mundo. Si lo aplicamos a otro ámbito de la vida, el anuncio se vuelve descaradamente absurdo y su eslogan, inútil: no puedes tener un trabajo favorito hasta que los hayas probado todos. No puedes tener un esposo favorito hasta que los hayas «probado» todos. ¿Y si con otro trabajo me desarrollaría más como persona? ¿Y si otra persona pudiera enriquecer más mi vida que la persona con quien la comparto ahora mismo? En el siglo XXI, en una época en que se antepone la movilidad a la estabilidad, mucha gente tiene grandes dificultades para establecer relaciones de pareja o con cónyuges y amigos. Muchas veces, las relaciones que mantenemos son lo que se conoce como «relaciones puras», es decir, basadas únicamente en emociones.⁶ Las relaciones puras no tienen criterios externos, y las consideraciones prácticas (como por ejemplo la seguridad económica), no tienen importancia: se trata de sacar un rédito emocional del hecho de estar con la otra persona. Si soy «la mejor versión de mí mismo» cuando estoy con mi pareja, la relación está

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