A las puertas del infierno: El viaje de un soldado de la guerra a la paz
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A las puertas del infierno - Claude Anshin Thomas
I.S.B.N. : 978-956-306-148-2
I.S.B.N. Epub : 978-956-306-149-9
TÍTULO ORIGINAL EN INGLÉS:
AT HELL´S GATE: A Soldier´s Journey from War to Peace; FIRST PUBLISHED IN ENGLISH BY:
Shambhala Publications, Inc.
Horticultural Hall
300 Massachusetts Avenue
Boston, Massachusetts 02115
www.shambhala.com
© 2004, 2006 by Claude A. Thomas
© 2017 Traducción al español, Ricardo Correa Robledo
Revisión y edición final de la traducción: Juan Carlos Sáez C. y Francisco Javier Véjar P.
Esta primera edición en español de 2.000 ejemplares, se terminó de imprimir en Fugar Impresores, Santiago de Chile, Chile en abril de 2018
Dirección editorial: Juan Carlos Sáez C.
Diseño y Diagramación: Alejandro Álvarez
Diseño de portada de Alejandro Álvarez
Edita y distribuye
JC Sáez Editor SpA.
jcsaezeditor@gmail.com
Fonos: (562)2633 3239
Dirección: Calle Mac Iver 125 oficina 1601
Santiago de Chile
www.jcsaezeditor.blogspot.com
La Biblioteca del Congreso cataloga la edición previa de este libro como sigue:
Thomas, Claude Anshin.
At hell’s gate: a soldier’s journey from war to peace / Claude Anshin
Thomas.—1st ed.
p. cm.
Includes bibliographical references.
ISBN 1-59030-134-x (Hardcover: alk. paper)
ISBN 1-59030-271-0 (paperback)
1. Thomas, Claude Anshin. 2. Buddhist converts—United States—
Biography. 3. Vietnamese Conflict, 1961–1975—Veterans—United
States—Biography. I. Title.
BQ5975.T46A3 2004
294.3’927’092—DC22
2004002765
Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida de manera alguna y por ningún medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopias, grabaciones, o ningún medio de almacenamiento de información o de sistema de recuperación, sin permiso escrito del editor.
9 8 7 6 5 4 3 2 1
Derechos exclusivos reservados para todos los países. Prohibida su reproducción total o parcial, para uso privado o colectivo, en cualquier medio impreso o electrónico, de acuerdo con las leyes nº 17.336 y 18.443 de 1985, al igual que la ley nº 20435, modificación del 2010 (propiedad intelectual).
Diagramación digital: ebooks Patagonia
www.ebookspatagonia.com
info@ebookspatagonia.com
ÍNDICE
Prefacio: La oración de un soldado
1 Las semillas de la guerra
Condicionamiento a la violencia
El camino a Vietnam
En combate
La otra guerra
2 La luz en la punta de la vela
Cada uno tiene su propio Vietnam
3 El sonido de la campana de la presencia plena
Respiración consciente
Las causas y condiciones de nuestras vidas nos
atrapan en el sufrimiento
La sanación no es la ausencia de sufrimiento
Llegará el momento en que no estemos
controlados por nuestra desesperación
4. Si derribas un puente, construye un puente
Convertirme en monje
Sus enemigos le salvaron el brazo, le salvaron la vida
El vencedor y el vencido llevan las mismas cicatrices
¿Se justifica la guerra alguna vez?
5 Caminar solo por caminar
He sido ordenado por aquellos que han muerto
Solo caminar
El peregrinaje zen norteamericano
Damos solo por dar
Traer las enseñanzas a la vida
La sangha es el espectro total del universo
Caminando en Alemania
6 Encontrando la paz
Nuestro sufrimiento no es nuestro enemigo
La guerra y el trauma pueden ser transformados
Hablar y escuchar
El viaje de regreso hacia mi hijo
La paz no es la ausencia de conflicto
Epílogo a la edición de 2006
Apéndice
Empezar la práctica de la meditación
Meditación sentada
Meditación caminando
Meditación trabajando
Meditación comiendo
Escucha profunda y habla consciente
Lecturas complementarias
Budismo
La Guerra de Vietnam
Sobre el combate, la guerra y la violencia
Otras lecturas sobre espiritualidad y transformación
Reconocimientos
La Fundación Zaltho
Preguntas para debate
A mi hijo Zachary Alan Thomas,
cuya presencia y amor han sido la inspiración
para mi sanación y transformación.
Y a Susan Weisberg, por sus incansables esfuerzos
al reunir materiales de cintas, transcripciones y escritos
para que este libro pudiera convertirse en lo que es.
El maestro zen Guichen dijo: «¿A dónde vas?».
Fayan respondió: «A una peregrinación en curso».
Guichen dijo: «¿Por qué vas en peregrinación?».
Fayan respondió: «No lo sé».
Guichen dijo: «No saber es lo más íntimo».
The Record of Master Fayan Wenyi
(Crónica del maestro Fayan Wenyi)
Prefacio:
La oración de un soldado
A la edad de diecisiete años me alisté voluntariamente en el ejército de los Estados Unidos y serví en Vietnam. Al tomar las armas fui responsable directo de la muerte de varios cientos de personas, y la matanza no cesó hasta que fui dado de baja con honores y numerosas medallas, incluyendo el Corazón Púrpura, y finalmente enviado a casa. Pero al juntar los fragmentos de mi vida y descubrir un corazón que había sido destrozado por el combate, comprendí que no hay muerte justificable, que no hay una clara separación entre violencia buena y mala, ni honestidad alguna en la guerra. La guerra es solo la expresión del sufrimiento.
Llegar a esta comprensión y aceptar el primer principio budista, no matar (que es también el quinto mandamiento), requirió una larga marcha no solo a través de Vietnam, de vivir en la calle y en la cárcel, sino también a través de diferentes regiones alrededor del mundo, destrozadas y aterrorizadas por la guerra, desde Bosnia a Afganistán y desde Auschwitz a Camboya.
Este libro contiene las notas de campo de esas marchas y mis intentos de compartir las lecciones que he aprendido, no solo en los monasterios donde me he formado, sino también en las trincheras, calles y hogares donde he descubierto la verdad de la revelación de Buda sobre la realidad del sufrimiento. Todos deseamos la felicidad: lo que es bueno, placentero, correcto, permanente, gozoso, armonioso, satisfactorio y fácil. Pero la vida con frecuencia trae frustración, insatisfacción, sentimiento de estar incompleto y tristeza. Es este sufrimiento lo que nos conduce a la violencia contra nosotros mismos y contra los demás. Aceptar este sufrimiento es en última instancia la única manera de poner fin a la violencia y vivir con creciente paz en el mundo.
Espero que este libro sea beneficioso para aquellos afectados por la violencia y que añoran algo diferente: paz. Todo el mundo tiene su Vietnam. Cada uno tiene su guerra. Ojalá podamos embarcarnos juntos en una peregrinación para poner fin a estas guerras y vivir verdaderamente en paz.
A LAS PUERTAS
DEL INFIERNO
1 Las semillas de la guerra
Imagina por un momento que estás de pie a la intemperie, en medio de la lluvia. ¿Qué es lo que sueles pensar y sentir cuando cae la lluvia a tu alrededor?
Para mí, cada vez que llueve es como regresar a la guerra. Durante dos estaciones de lluvias padecí combates muy duros. Durante los monzones en Vietnam, enormes masas de agua empapan y enlodan todo. Hoy por hoy, cuando llueve, aún sigo caminando a través de campos de hombres jóvenes gritando y muriendo. Todavía veo filas de árboles desintegrados por el napalm. Aún escucho a muchachos jóvenes de diecisiete años, llorando por sus madres, padres y novias. Después de volver a experimentar todo esto, puedo ser consciente de que, en este momento, tan solo llueve.
A falta de una palabra mejor, llamemos a estos eventos flashbacks. Estos son un revivir de experiencias que aún no he podido asumir. Puedo estar en una tienda de comestibles, tomando de la estantería una lata de verduras, y repentinamente el miedo me sobrecoge cuando a mi mente viene el recuerdo de una bomba enmascarada. Sé que esto no es verdad, pero durante mi período de servicio en Vietnam, viví en un ambiente en el cual estos temores eran verosímiles, y aún hoy soy incapaz de procesar estas experiencias de guerra.
Pero esta no es solo mi historia. Esto ocurre cada día en todo el mundo. A diario hay personas reviviendo la guerra, reviviendo sus propias experiencias de violencia, calamidad y trauma infantil.
Antes de que podamos alcanzar la paz, tenemos que tocar nuestro propio sufrimiento: abrazarlo y sostenerlo. Esto es algo que he aprendido en los años recientes. Pero antes, durante mucho tiempo, lo único que aprendí fue a hacer la guerra.
Condicionamiento a la violencia
En mis primeros diecisiete años de vida, casi todas mis experiencias regaron las semillas de violencia dentro de mí. La guerra estaba en todas partes. Crecí en un pequeño pueblo de Pensilvania. Mi padre, como la mayoría de los hombres del pueblo, había servido en la Segunda Guerra Mundial. Cuando esa generación habla sobre la guerra, no cuenta la verdad. Incapaces de entrar en contacto con las profundas heridas que la guerra dejó en ellos, hablaban de la guerra como de una gran aventura.
Así, cuando cumplí los diecisiete y mi padre me sugirió que entrara al servicio militar, no lo cuestioné. Yo tampoco sabía mucho de política; no formaba parte de mi vida. Ahora entiendo lo importante que es saber qué está pasando en el mundo. A pesar de que a través de ideologías políticas no se logren soluciones a largo plazo para los problemas del mundo, esas ideologías sí tienen una repercusión en mí y en cada uno de nosotros, y se paga un precio considerable por esta ignorancia.
Hoy entiendo que mi padre y los hombres y mujeres de su generación estaban llenos de falsas ilusiones, negando a la vez lo muy profundamente que les afectó el servicio militar y sus experiencias de guerra. Tras regresar a casa como vencedores, se les impuso un rol: convertirse en los protectores de nuestra cultura de negación con respecto a los profundos y extensos impactos de la guerra, no solo en aquellos que combatieron, sino que en todos nosotros. Este mito cultural obligó a la generación de mi padre a no hablar abierta y directamente de la verdad de su experiencia individual de la guerra, y en cierto sentido, muchos de ellos tuvieron que abandonar sus vidas íntimas. No se les animó, ni a ellos ni a mí, a decir la verdad. Pero algo inusual pasó durante y después de la guerra de Vietnam: muchos de nosotros no pudimos negar la realidad por más tiempo.
Yo fui voluntariamente a Vietnam porque pensaba que era lo que había que hacer, lo correcto. No entendía la naturaleza de la guerra y de la violencia. Tres días después de estar en aquel país, empecé a comprender. Era demencial. Es difícil describir lo que vi. Pude y aún puedo ver y olerlo, y percibir el vacío en los ojos de cada uno. Era como estar en una película de horror surrealista.
Me enviaron a Vietnam como soldado de reemplazo, lo que significa que no estaba asignado a una unidad en especial. Mis órdenes eran integrarme en el Decimonoveno Batallón de Reemplazo en Long Binh. Cada mañana, los que estábamos allí, nos levantábamos, hacíamos nuestras camas, desayunábamos, y entonces nos colocábamos en formación para pasar lista. Entonces nos numeraban de cinco en cinco o de tres en tres, o algo así. Algunos días a todos los unos se les daba una misión y se embarcaban, otras veces era el turno de los número dos, y así en adelante. Para aquellos no asignados a ninguna unidad, había tareas como limpiar letrinas, lo cual suponía transportar un barril recortado de casi doscientos litros desde debajo del asiento del sanitario y luego quemar los desechos humanos que contenía; o trabajar en la cocina preparando comidas, limpiando ollas, ese tipo de cosas.
Una de esas tareas era limpiar algunos de los enormes depósitos llenos de artículos para el economato. El economato es la versión militar de un gran supermercado, donde los soldados pueden comprar comida, cigarrillos y cosas por el estilo. Como no había recibido asignación específica a una unidad, fui destinado a esta tarea y, extrañamente, pasé mis tres primeros días en Vietnam destruyendo miles de kilos de barras de caramelo Milky Way (que se estaban derritiendo y pudriendo bajo el clima tropical). Alentado por el suboficial encargado, también confisqué (eufemismo militar para robé) un collar de perlas cultivadas Mikimoto, artículo cuya compra estaba muy lejos del alcance de mi billetera. Dos días después lo devolví porque sabía, simplemente, que robar estaba mal. Pero este confuso, corrupto y surrealista mundo de la guerra era solo una extensión de mis experiencias en el entrenamiento básico, donde fui formalmente instruido en la absurda y grotesca realidad de la violencia.
Durante el entrenamiento básico se me enseñó a odiar. En el campo de tiro disparábamos a blancos que representaban personas. Estábamos aprendiendo a matar a seres humanos. Se nos tenía que enseñar cómo hacerlo: ese es el trabajo del ejército. Dicho trabajo se hace bajo una variedad de formas sutiles y no tan sutiles. Cuando terminábamos en el campo de tiro, se esperaba que apiláramos nuestras armas de una manera determinada. Un día, mientras me preparaba para poner mi rifle en la pila, se me cayó. El instructor del ejercicio, un sargento de primera, gritó y con palabras soeces dijo que yo no estaba cuidando mi rifle adecuadamente, que mi rifle era lo más importante en la vida, porque mi vida o mi muerte dependían de él.
Este sujeto medía 1,90 cm y yo 1,73 cm. Se puso delante de mí, apretando el pecho contra mi cara, señalándome con el dedo y gritándome obscenidades. Entonces se sacó el pene y orinó sobre mí, delante de todos.
No se me permitió lavarme durante dos días. Me sentí avergonzado a tal nivel que no pude manejar lo ocurrido. La rabia se apoderó de mí. No podía exteriorizarla contra él, porque habría ido a la cárcel. Entonces enfoqué mi rabia en el enemigo. El enemigo era cualquiera que no se pareciera a mí, todo aquel que no fuera un soldado norteamericano. Este condicionamiento es un ingrediente esencial en la creación de un buen soldado. Se entrena a los soldados a ver todo lo distinto como peligroso, amenazante y potencialmente mortal. Deshumanizas al enemigo. Te deshumanizas a ti mismo. Mi entrenamiento militar, en definitiva, me enseñó a deshumanizar a una raza entera de personas. No había distinción entre el Vietcong, el ejército regular vietnamita y la población en general de Vietnam.
Pero si yo no hubiera estado preparado para este entrenamiento militar, por lo que había sido mi vida, dicho entrenamiento no se habría asentado en mí. Como hombre joven había sido alentado para pelear, prejuzgar y ser nacionalista. Se me enseñó que la manera de resolver los problemas era a través de la violencia. Si había un conflicto, el más fuerte ganaba. Aprendí esto de mis padres, profesores y amigos.
A los cinco años vivía con mis padres en un apartamento en Waterford, Pensilvania, una pequeña comunidad agrícola en el noroeste del estado. Mi padre era profesor y mi madre lavaba ropa, limpiaba casas y algunas veces trabajaba como camarera en restaurantes o bares para llegar a fin de mes. Una vez quise montar la bicicleta y mi madre se opuso. Excitado como cualquier niño, seguí insistiendo. La respuesta de mi madre fue empujarme con bicicleta y todo, escaleras abajo, veinte escalones. No sé cómo no resulté gravemente herido. Es probable que sea por la flexiblilidad de los niños y su capacidad de aprender rápido.
Este no fue un hecho aislado. Mi madre reaccionaba con frecuencia de forma violenta. Un día, sin razón