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Diario secreto de mi despertar
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Libro electrónico580 páginas15 horas

Diario secreto de mi despertar

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Información de este libro electrónico

Vivimos en una sociedad que nos empuja a lograr objetivos y ponernos metas basadas en el disfrute externo y nunca en la búsqueda interior. En las sociedades occidentales estamos inmersos en una rutina diaria frenética, que nos conduce a la prisa, la ansiedad y la incertidumbre, sin control de las emociones. ¿Es posible encontrar la paz interior y la felicidad auténtica?
El autor de este diario, sirviéndose de las diferentes técnicas de meditación, armonía y relajación experimentadas, explica al lector las claves esenciales para poder vislumbrar la luz tras los pensamientos y convertir la mente en una fiel aliada con la que encontrar el equilibrio interior. Solamente si descargamos la pesada mochila con la que hemos empezado el camino, podremos ir avanzando y finalmente despertar del letargo de la ignorancia para reencontrar nuestro verdadero Ser.

Juan Cruz Martínez Sáenz nació en La Rioja (España) en 1965. Casado, con una hija. Cursó estudios de Ingeniería Técnica Agrícola en la Universidad de Zaragoza. Actualmente ocupa un puesto directivo en una multinacional vinculada al sector enológico.
En 2010, tras un acontecimiento brusco e inesperado se produce un giro en su vida que da comienzo a una nueva etapa de profunda transformación.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento31 dic 2020
ISBN9791220106993
Diario secreto de mi despertar

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    Diario secreto de mi despertar - Juan Cruz Martínez Sáenz

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    Juan Cruz Martínez Sáenz

    Diario secreto

    de mi despertar

    © 2020 Europa Ediciones | Madrid

    www.grupoeditorialeuropa.es | info@grupoeditorialeuropa.es

    ISBN 979-12-201-0447-0

    I edición: diciembre del 2020

    Depósito legal: M-30393-2020

    Distribuidor para las librerías: CAL Málaga S.L.

    Diario secreto de mi despertar

    A mi esposa Paqui y a mi hija Irene,

    por ser las dos estrellas que iluminan mi camino

    y por ayudarme a superar mi karma.

    Os amo.

    PRÓLOGO

    Escribir nunca fue una de mis habilidades reconocidas, tal vez porque no lo había intentado. Se me da mucho mejor transmitir cara a cara, me da igual si delante de un interlocutor o de cien. Así que reconozco que llevar a buen puerto este libro ha sido una de las pruebas más difíciles a las que me he tenido que enfrentar, porque escribirlo habría sido algo imposible para alguien como yo, si no fuera porque he llegado al pleno convencimiento de lo que he escrito.

    Además, mi necesidad de exposición exterior era nula y poco tiempo atrás ni se me habría pasado por la imaginación que mis inquietudes, mi búsqueda y mi camino tuvieran que ser compartidos con los demás.

    Esta es la crónica de unas experiencias personales que empezaron en 2010, ya que, a raíz de una serie de sucesos ocurridos a partir de entonces, empecé a cuestionármelo todo para intentar salir de ese atolladero en el que me había visto inmerso; primero, por una mera cuestión de supervivencia, y después para darle finalmente un sentido mucho más amplio a todo.

    Para ello necesité dar un paso al vacío, como el que aparece en una de las famosas películas de Indiana Jones que tanto me gustan. En su búsqueda del Santo Grial, después de superar varias pruebas, el protagonista llega hasta un cortado en una montaña, con un precipicio enorme, y para acceder al otro lado debe dar un salto de unos cien metros, sabiendo que, de no conseguirlo, tiene una inmensa caída al abismo. Consulta entonces las anotaciones de su padre y allí ve la imagen de un caballero medieval, situado en ese mismo lugar, dando un paso hacia la nada. «Imposible ―se dice―. Es un salto de fe» Aparece en ese momento, en la distancia, la imagen de su padre diciéndole: «Tienes que creer, hijo, tienes que creer». Después de cerrar los ojos durante unos segundos y tras una larga inspiración, Indiana da un paso hacia delante. Llega entonces el momento culminante de la película, cuando a sus pies se hace visible un puente de piedra y así, paso a paso, va avanzando hasta que cruza al otro lado y puede proseguir su aventura.

    El mensaje es muy gráfico y me sirve de magnífico ejemplo ya que, igual que para el protagonista en esa escena, no había muchas opciones si yo quería triunfar en este propósito. La diferencia estaba en que, mientras que a Indiana Jones le dieron pocas pistas, a mí me llegaron varias, unas directas y otras más sutiles que irás encontrando en las siguientes páginas. Debía creer en mí y confiar en todo lo que fuera ocurriendo a partir de entonces.

    De hecho, relatando lo acontecido ocho años más tarde fue cuando di cabida definitiva y validez a toda esa información nueva, en una búsqueda persistente que no paró en ningún momento. El viaje de escribir este libro, que duró siete meses¹, un período de tiempo que puede parecer corto, fructificó gracias a una fuerza interna incontrolable que me llevó a hacerlo de una forma casi obsesiva, prácticamente durmiendo muy poco —aunque me levantaba lleno de vitalidad y renovado—, apartando mi vida personal por unos meses, cediendo todo el territorio a mi vida espiritual, hacia algo que era necesario en mi recorrido.

    Vas a navegar por mis pensamientos, decisiones, dudas y miedos, e imagina que tú eres el actor principal de esta película basada en hechos reales, porque lo he contado todo hasta el último detalle, desplazando mi mano con la libertad que da no depender de nada ni de nadie, en este ejercicio de introspección que me ha resultado totalmente sanador. He rescatado esas partes del subconsciente que estaban ahí escondidas y las he traído a la consciencia, dando luz a mis temores más profundos, sacándolos a la superficie. Ha sido un viaje increíble. Aunque, evidentemente, hablar de cuestiones tan íntimas no ha resultado fácil, desde el principio tuve claro que me mostraría de una manera absolutamente transparente, sin cortes, ni censuras, ni vetos, con el objetivo de compartir la que considero mi verdad después de una profunda búsqueda que está al alcance de todo el que quiera encontrar la suya propia.

    Para ilustrar mis vivencias he considerado indispensable añadir un poco de teoría a modo de aclaración en algunos casos, pero solo unas pinceladas, ya que quien no sepa de algunos de los temas que trato pero que le llamen la atención podrá encontrar mucha información a su alcance, siempre y cuando se asegure de que dicha información es fiable; aparte de que al final he añadido una bibliografía a modo de guía.

    Lo que no he hecho ha sido facilitar demasiados datos de la mayoría de las personas que nombro para de este modo preservar su intimidad.

    También debo decir que no aporto ideas originales o novedosas, lo que he querido es mostrar cómo alguien normal de un país occidental, procedente de una cultura tan arraigada, va cambiando su sistema de creencias, transformándose y descubriendo su auténtico ser a través de su mundo interior —ese al que es mucho más difícil adentrarse— y cómo lo va integrando en el día a día. Porque la información que incluyo es con el fin de revelar todo aquello que me ha servido a mí, sin intentar convencer a nadie de nada. Pero sí quiero compartir mi aprendizaje con otras personas que, igual que me ocurría a mí, sienten un vacío o una falta de ilusión y motivación, para ampliar su visión, y que esto las haga reflexionar. Claro que hay muchos escépticos respecto a estas cuestiones, pero insisto en que no trato de convencer a nadie, únicamente aporto mi experiencia y mi sentir, con total y absoluto respeto hacia todas las personas.

    No es necesario ser un chamán de México, un yogui de la India o un lama del Tíbet para crear nuestra propia realidad y reconocer nuestro propio poder.

    No soy nadie especial, en ningún momento he querido darme importancia, seguro que mucha gente tiene una rutina similar a la mía. Tengo mi trabajo, cumplo con mis tareas hogareñas, me encanta el deporte, voy al monte y ceno con mis amigos alguna noche de sábado. Por tanto, no soy un iluminado ni el elegido para llevar a los seres humanos al Paraíso. Mi objetivo es contar cómo fui evolucionando en mi búsqueda para, como Indiana Jones, ir avanzando por el puente y finalmente despertar.

    Esta palabra que suena tan rara, «despertar», para mí era desconocida hasta hace pocos años, perdido como estaba en un laberinto mental de confusión e ignorancia.

    Reconocer nuestra divinidad es «despertar», y ser conscientes de ello es esencial para entender el Universo.

    Mi hambre de reencuentro conmigo mismo y los acontecimientos que fueron apareciendo, no por casualidad, me llevaron como la hoja que flota en el río y fluye con la corriente hasta su destino, que en mi caso ha sido el de presentar al mundo este diario secreto que guardaba en el rincón más escondido de mi casa. Ahora está en tus manos porque ha podido salir a la luz volando como un águila, desde la libertad que da soltarse, fluir y liberarse.

    Vas a entender todo este proceso a medida que vayas leyendo, porque voy a plasmar no solo todas mis sorprendentes vivencias, sino mis luchas internas para ganar la batalla más importante, la de la Luz contra la Sombra, esa parte oscura que llevaba dentro y que me impedía volar. Después de tanto tiempo caminando a ciegas, he abierto los ojos, porque ahora es cuando entiendo que la vida es un juego, del cual estoy averiguando las instrucciones.

    No soy seguidor de unos colores concretos; por tanto, no me he dejado influenciar por nada ni por nadie. Mi interés ha sido siempre y seguirá siendo descubrir los misterios de un Universo que nos habla, pero que a menudo no queremos escuchar. Deberíamos preocuparnos por estudiar y comprender su idioma, que está ahí para que todos los seres humanos lo aprendan. Una raza como la nuestra debería tener como objetivo prioritario su felicidad auténtica y no la superficial, que hace que vivamos profundamente confundidos en muchos aspectos.

    Hemos iniciado una era en la que nos tenemos que empezar a soltar, a liberar, a descargar esa pesada mochila con demasiadas piedras, a mostrarnos como somos y no como los demás quieren que seamos, y aprender a no comportarnos buscando el reconocimiento de los demás. Tantísimas personas mucho antes que yo están empezando a tener una visión distinta, soltando ya viejos paradigmas, comprendiendo que somos responsables de nuestra propia vida. Nada más.

    Mi destino final no lo conozco, igual que todos nosotros, pero lo que en realidad importa es el camino, cuando, una vez emprendido, se sabe que es el correcto. Fluyendo y confiando podemos llevar a cabo las experiencias que nuestra alma ha venido a realizar, aquí y ahora.

    Y aunque esta mente nuestra a veces tan limitada te intente hacer ver lo contrario, no le hagas caso, lee desde el corazón, porque así es como está escrita cada línea de este libro.

    Logroño, diciembre de 2019

    1 Debo indicar aquí que durante esos siete meses ―desde julio de 2018 hasta febrero de 2019― lo que escribí fue un primer borrador. Luego se le tuvo que dar forma y eliminar algunas aclaraciones teóricas para centrar el texto mucho más en mi experiencia personal, sino el libro habría tenido el doble de extensión; y por el mismo motivo decidí entonces dejar en el tintero algunas aclaraciones que querría haber compartido en relación a los temas que trato porque finalmente consideré que no eran imprescindibles. Esta última revisión finalizó en diciembre de 2019.

    INTRODUCCIÓN

    Verano de 2017. Me encontraba con Lamshior, mi amigo, maestro y chamán, en un peñasco de Navarra. Lo único que sabía era que él había organizado esa excursión con toda la intención, para que llegáramos los dos a ese lugar en concreto y yo encontrara un mensaje destinado a mí; o igual no, si todavía no estaba preparado para ello.

    Entre las rocas del peñasco, situado en lo alto de una montaña y tras varias horas de exigente caminata, se divisaba un hueco, en un rincón escondido pero a la vez acogedor y, en cualquier caso, oculto al ojo humano. Lo primero que Lamshior hizo fue ir hasta allí, miró al interior y a los pocos segundos se volvió esbozando una sonrisa. ¿Había un mensaje para mí?

    Me desplacé lentamente hasta situarme a su lado: era un nido, y en su interior reposaban cinco plumas de águila imperial. Él me pidió que escogiera una. Las observé detenidamente, no iba a tener muchas más oportunidades de elegir. Me quedé la que parecía más grande y que además estaba en perfecto estado, como si la propia águila la hubiera dejado con todo su cariño, esperando a que llegara yo a recogerla. Era preciosa, imponente, especial y desde aquel día siempre permanece cerca de mí.

    Entonces me dijo que sacara de mi mochila un libro que me había pedido que llevara. Su título era La Esfera, y habíamos estado trabajando con él durante varios meses, haciendo unas meditaciones específicas muy interesantes. Me indicó que cogiera la pluma, cerrara los ojos y tomara consciencia, para abrir seguidamente el libro por una página al azar. Así lo hice y, en letras grandes que resaltaban sobre el resto del texto, se podía leer:

    VOLAR Y NO MIRAR ATRÁS.

    HAS LLEGADO MUY LEJOS, ES EL MOMENTO DE SEGUIR AVANZANDO HASTA VER TU MISIÓN CUMPLIDA. YA NO HAY VUELTA ATRÁS.

    A continuación, Lamshior me propuso dejar la pluma en esa página, como si fuera una referencia.

    Empezaba a recordar quién era, me estaban abriendo la puerta con esa llave que solo encuentra el buscador, el que arriesga en su vida para descubrir los misterios de nuestra propia naturaleza. Intuía que estaba cerca de algo importante, pero dependía de mí alcanzarlo o no, y ese era el mensaje que el Universo por medio de una aliada de la naturaleza, el águila, me estaba transmitiendo.

    Nos desplazamos unos metros para situarnos en una posición más cómoda y con más espacio, porque íbamos a hacer una pequeña meditación. Cerramos los ojos e instantes después noté una sombra encima de mí.

    Alcé la vista y vi que un águila imperial destacaba sobre un fondo rojizo en el cielo completamente luminoso y azul. A nuestra misma altura, planeaba con la confianza y maestría propias solo de quien es libre y no teme a nada ni a nadie, y miró en nuestra dirección para que supiéramos que estaba allí, mostrándome el rumbo que debía seguir para tomar la dirección correcta en mi vida. Parecía que nos hubiera protegido toda la mañana, hasta que encontráramos su mensaje, con ese lenguaje sutil, pero inconfundible del Universo para el que tiene oídos para escuchar y ojos para ver, para todo aquel que está consciente en cada momento y es capaz de reconocer el trayecto que a todo ser humano nos van indicando con esas señales que pasan desapercibidas para la mayoría, debido a ese ruido exterior que nos impide escuchar nuestro interior y ese velo en nuestros ojos que nos oculta la realidad.

    Lamshior, igual de sorprendido que yo por esa visita inesperada, mientras estábamos contemplando la belleza y la magia del momento, se quedó pensativo y me regaló el último mensaje del día, que parecía más propio del águila que suyo:

    —Encontrarás desafíos en el camino. No tengas miedo ―me dijo.

    No me dejó preocupado, pero sí un tanto alerta, porque no hacía falta ser muy listo para comprender que algo importante estaba a punto de suceder.

    Le pregunté el significado de esa frase tan misteriosa, porque no decía nada y a la vez lo decía todo.

    Me contestó que no podía transmitirme nada más porque tampoco lo sabía. Como con él este tipo de cosas me ocurrían habitualmente, no me molesté en insistir.

    Estaba por llegar lo más maravilloso que le puede pasar a cualquiera: empezar a comprender el idioma universal, ese lenguaje que solo los más atrevidos pueden llegar a entender, el del Universo.

    CAPÍTULO 1

    EL ORIGEN

    En ti se halla la luz del mundo, la única Luz.

    Si eres incapaz de verla en ti mismo,

    es inútil buscarla en otra parte.

    Mabel Collins

    Estoy en un lugar donde me acompañan muchas almas, todas están llenas de luz, amor y armonía. Aquí no existe la enfermedad, porque somos chispa divina y nos encontramos en un estado de felicidad permanente. Es mi hogar, la casa a la que todos retornamos después de vivir las experiencias en la Tierra.

    Aquí puedo acceder a mis vidas pasadas a través de la Biblioteca Universal en la que aparece todo el historial de mi alma, con los logros conseguidos y las lecciones que aún tengo pendientes de aprender.

    Pronto volveré a nacer y he decidido, por fin, expandir mi consciencia en la próxima vida. Son muchas las veces que lo he dicho, pero después me he quedado siempre bloqueado por la inseguridad y la duda. En esta ocasión va a ser distinto: me he propuesto hacer un avance definitivo en mi próxima encarnación en la Tierra para comprender los interrogantes y misterios del Universo, así como mi propósito real de vida. Nadie me lo impone, soy yo mismo el que, harto de intentarlo tantas veces y no conseguirlo, me llevo todo lo necesario para esta vez no dejar pasar una gran oportunidad. Para ello, he elegido unas habilidades concretas, unos dones que me ayudarán en el tortuoso viaje que he trazado para cumplir mi objetivo. También, como otras veces, voy a elegir mi familia, el lugar de nacimiento, con las circunstancias concretas de ese país, así como una época determinada; todo ello me servirá para que se produzcan una serie de circunstancias que me apoyarán en mi proceso evolutivo.

    Hay otras almas conmigo, en concreto hay una que ha decidido acompañarme y ser mi hermano gemelo para que juntos compartamos esas dificultades con las que nos vamos a encontrar, de manera que todos los trances que nos aparezcan sean más llevaderos. A mí me parece genial emprender esta nueva aventura en compañía: podrá facilitarme alcanzar un objetivo que en esta ocasión será muy ambicioso.

    Una vez encarne, tanto mi infancia como mi juventud no serán sencillas y deberé sobreponerme con las cualidades de las que dispondré para salir adelante. Sé que hacia los cuarenta y cuatro años recibiré una señal inequívoca que espero comprender e interpretar, porque en caso contrario podría entrar en un desequilibrio emocional que me impediría aprovechar esa ocasión para dirigirme hacia el mejor futuro posible dentro de las múltiples opciones que tendré. Aunque cierto es que, debido a mis vidas anteriores, si mi intención es despertar a partir de los cincuenta años, me espera un duro trabajo de limpieza kármica.

    Podría haberme planteado tener una vida tranquila y cómoda, dedicándome a pasar por ella sin grandes complicaciones, pero lo que conseguiría sería retrasar más un paso decisivo que antes o después tengo que dar.

    Somos muchos los que estamos a la espera, y a algunos ya nos queda poco tiempo, solo tenemos que esperar la fecha concreta. He elegido un momento que puede resultar clave para la humanidad porque, debido al ciclo equinoccial, se producirá un acercamiento de nuestro sistema solar con el centro de la galaxia que ocurre cada 13.000 años aproximadamente, que representará un cambio de era —de Piscis a Acuario— durante el cual llegará a la Tierra una energía con una información que ayudará a que haya más personas que vivan desde el amor y comiencen a expandir su consciencia, recordando lo que son.

    ¡Con lo bien que estoy en este plano! Me quedaría más tiempo, sin sufrimientos de ningún tipo, compartiendo desde la armonía y la paz permanente, sin críticas ni juicios. Pero ha llegado ya el momento de partir, de despedirme de todas las almas que hay aquí y de otras más elevadas, seres llenos de luz y amor que no necesitan volverse a reencarnar en la Tierra porque ya han realizado todo el aprendizaje.

    Estaré con mi hermano gemelo, eso nos va a permitir, durante esos nueve meses en el útero materno, compartir una energía de complicidad, nos «sentiremos» mutuamente en ese espacio reducido pero tan especial donde se da inicio a la vida.

    Durante estos nueve meses todo es silencio, solo perturbado por los latidos del corazón materno y por los sonidos externos que llegan a mí. Estoy muy perceptivo, distingo perfectamente la calma del nerviosismo según los acontecimientos que se producen en el exterior, porque no es lo mismo oír una discusión que escuchar una música suave. Esas situaciones producen unas vibraciones que se trasladan a mí y que pueden influir mucho en la personalidad que manifestaré cuando salga al mundo.

    En mi caso debo hacer frente a un desafío añadido por si no tenía pocos ya, porque, a las pocas semanas de gestación, el alma que se iba a encarnar conmigo ha decidido dar marcha atrás por la dureza de la misión que nos habíamos propuesto: un sangrado al cual no se le da ninguna importancia provoca un aborto espontáneo que significa la retirada de mi hermano gemelo. Esa energía de amor, compañía y complicidad de ser dos en lugar de uno la he perdido de una forma inesperada y eso va a traer consecuencias a lo largo de mi vida, porque provocará un sentimiento de soledad y abandono que en el futuro atribuiré a otras causas.

    PRIMEROS AÑOS

    Finalmente, llegaron la fecha y la hora fijadas para el despegue hacia una nueva vida, el 12 de noviembre de 1965, con un frío recibimiento climatológico, pero con una gran alegría por quienes iban a ser mis padres y hermana.

    Nací en Calahorra, España, donde mi padre tenía un negocio propio, una tejería —fábrica de tejas y ladrillos—, a su vez descendiente de una familia dedicada a ese sector desde tiempo atrás, donde se aprovechaba la materia prima proveniente de la zona, ya que se encuentra en un terreno altamente arcilloso. Mi hermana, Maricarmen, tenía trece años cuando nací y esa diferencia de edad hizo que no pudiéramos establecer la relación de complicidad propia de dos hermanos de edades similares. Por otra parte, estaba mi madre, que se dedicaba a las tareas propias del hogar, lo cual no era poco. Me dijeron que yo tardé mucho en empezar a hablar, prácticamente tres años, y ahora es cuando tengo claro que no fue una casualidad: la dificultad para expresarme ocultaba un trauma profundo del cual he sido consciente hace poco tiempo.

    Debido a situaciones muy frecuentes, especialmente en empresas familiares donde intervienen varios socios y que a veces no son fáciles de gestionar por diversos factores, mi padre, a pesar de su voluntad por seguir adelante, tuvo que vender el negocio a un precio muy bajo a otros parientes dedicados al mismo gremio. Así que, de forma totalmente inesperada, se quedó sin trabajo. Con el dinero que recibieron de esa venta, mis padres compraron un local y abrieron un pequeño supermercado. De ello sí que tengo algún recuerdo.

    Cuando yo tenía cuatro años, recibí el primer golpe duro: a mi padre le diagnosticaron un cáncer de estómago y cayó enfermo de gravedad. El suceso de la tejería tuvo que ser una circunstancia enormemente difícil para él, lo que lógicamente repercutiría a nivel emocional, creando una desarmonía que le impidió seguir siendo una persona feliz y plena. El estómago en concreto es un órgano especialmente sensible a la ansiedad. En mi opinión, la práctica totalidad de las patologías tienen un origen emocional y el cuerpo lo que hace es reflejar unos síntomas físicos visibles, pero eso no quiere decir que sean la causa del problema ni mucho menos, como abordaré más adelante.

    Yo sé, por todo lo que me han contado, que él era muy alegre, siempre bromeando, y, por encima de todo, era una buenísima persona, incapaz de hacer daño a nadie, que se limitaba a hacer el bien allá por donde pasaba. Desgraciadamente, no puedo decir mucho más sobre él porque no llegué a conocer su faceta en la vida normal, aunque lo recuerdo siempre sonriendo a pesar de lo mucho que padecía.

    Como consecuencia, iba a resultar inviable mantener el negocio abierto si mi padre no conseguía mejorar. Mi subconsciente estaba grabando todo eso sin yo saberlo.

    Y llegó un momento en que no se podía hacer ya nada para frenar la enfermedad. Mi madre, con un marido que requería de su máxima atención y disposición, no podía seguir haciéndole frente al negocio ella sola. Además, los nuevos inquilinos, conocedores de la difícil situación familiar, lo aprovecharon para pagar el traspaso a un precio menor. Por lo tanto, nos quedamos sin ingresos. Mi recuerdo consciente de esa etapa es vago y difuso, aunque sí tengo alguna imagen de mi padre en la cama con el practicante —auxiliar de enfermería— que se encargaba de inyectarle los medicamentos. Cuando se iba, recuerdo el olor a fármacos que permanecía en la habitación. Fueron cinco largos años en los que lentamente fue empeorando hasta que, al final, no podía ni salir de casa.

    A mí me mantenían al margen de todo, pero es evidente que no podía reinar la alegría que puede haber en una familia donde hay buena salud, prosperidad y abundancia. En situaciones como la que vivió mi familia se mezclan emociones y sentimientos de injusticia, así como un sufrimiento que solo puede entender quien ha pasado por ello. Y es que determinadas experiencias difíciles vividas durante la infancia, incluso en la adolescencia, donde todo es absolutamente trascendente, dejarán una huella profunda al ocasionar traumas que marcarán nuestra vida.

    Hubo algo que me ayudó y que fue mi vía de escape para hacer frente a tantas experiencias que ya desde mi aterrizaje en la vida estaba teniendo y que se antojaba iban a alargarse en el tiempo: mis padres tenían unos amigos íntimos, Alejandro y Elena, en Munguía, una localidad de Vizcaya, a los que considerábamos de la familia y a quienes de hecho yo llamaba «tíos». No faltaba a mi cita veraniega en Munguía, a donde iba unos quince días cada año. Para mí, ir allí era un viaje en el tiempo y en el espacio, con una vida completamente distinta a la que tenía en Calahorra. Hasta el paisaje era distinto, todo tan verde y tan lleno de vegetación.

    Tenía todo lo que un niño puede desear para ser feliz, pero con un pequeño detalle: aquello no dejaba de ser más que una ilusión, un velo, un espejismo, un sueño distinto a mi vida real, que estaba a escasos doscientos kilómetros.

    Cuando tocaba volver a Calahorra era cuando me preguntaba que por qué yo y a mí; pensaba que esa mala suerte la podría haber tenido otro. Pero mi camino no era el de Munguía. Mi alma no había escogido esa andadura que se antojaba llena de alegría, armonía, salud y abundancia: yo tenía un recorrido distinto, más tortuoso y desafiante.

    A los nueve años hice la primera comunión y recuerdo que mi padre consiguió estar presente, haciendo supongo un enorme esfuerzo por asistir a ese importante acontecimiento para transmitirme esa imagen de aparente normalidad y cariño. También estuvieron en la comunión mis «tíos» de Munguía y fue entonces cuando me contaron el origen de mi nombre.

    Antes de que yo viniera al mundo, a mi madre le aconsejaron, por un problema de salud que había tenido, que se quedara embarazada nuevamente, porque le podría regenerar y limpiar la sangre de todo el cuerpo y eso le serviría como prevención para futuras patologías. Mi hermana tenía ya unos once años y supongo que no tenían la menor intención de tener otro hijo. Pero esa circunstancia concreta les empujó a decidirse, aunque, debido a que ya no eran tan jóvenes, pasaba el tiempo sin ningún resultado favorable. En uno de sus viajes a Munguía, explicándoles a sus amigos la situación, Elena les dijo a mis padres que se fueran una mañana, ellos solos, a la ermita de San Juan de Gaztelugache, muy cercana a Munguía. Es un islote de una belleza única, unido a la costa de Vizcaya por un puente de dos arcos y con una escarpada escalinata de más de trescientos escalones que da acceso a su parte más elevada, donde se sitúa una ermita con unas vistas impactantes de la zona. La tradición dice que, una vez arriba, se debe tocar tres veces la campana situada en la fachada de la pintoresca ermita, pedir un deseo y este se verá cumplido. No solo eso: antiguamente iban allí para pedir fertilidad. Seguramente Elena conocía muy bien este detalle y mandó a mis padres a ese maravilloso enclave con toda la intención.

    Así lo hicieron, subieron las escalinatas del que es mi lugar favorito, una vez arriba tocaron tres veces la campana y mi madre pidió el deseo de tener otro hijo. Ese sonido seguro que retumbó en el cielo y su petición fue concedida, porque poco después aparecí yo. En principio, mi nombre iba a ser el mismo que el de mi padre, Cruz, pero mi «tía» Elena, en honor a la petición concedida ese mágico día en la ermita de San Juan de Gaztelugache, dijo que mi nombre debería ser compuesto y que había que añadir «Juan». El nombre con el cual llegaría al mundo sería el de Juan Cruz.

    Por un lado, la primera parte de mi nombre, «Juan», me identificaba con esa ermita que parecía encontrarse en el cielo, con ese paisaje que combinaba la grandeza de la montaña y la inmensidad del mar, que me acercaba a esa niñez vivida cerca de ese santuario marítimo, llena de alegría, donde era libre, jugaba y me divertía. Esa ermita, con su sabiduría, algún día descubriría mi parte de Cielo.

    Por otro lado, «Cruz», me relacionaba con la realidad y no con el sueño. La vida que me obligaba a un aterrizaje forzoso en la Tierra, a mi hogar en Calahorra, con los desafíos que cualquier persona encuentra en la vida y debe saber afrontar y entender que no son cuestión de mala suerte.

    Esa combinación Tierra y Cielo, ahora más que nunca, forma parte de mi esencia.

    Esta es la bella historia de mi nombre, y siempre que voy a Munguía para pasar un fin de semana con los buenos amigos que sigo conservando desde mi infancia, me encanta acercarme a San Juan de Gaztelugache.

    Poco después de mi comunión falleció mi padre a la edad de cincuenta años. Fue un duro golpe para mi hermana y para mí, pero especialmente para mi madre, a quien se le fue su gran compañero de viaje y el gran amor de su vida. Ella, una persona ya religiosa de por sí, todavía se refugió más en la fe católica, asistía a misa prácticamente a diario y eso la ayudaba a aliviar ese profundo dolor que sentía en su corazón. Como otras tantas personas en el mundo, salió adelante como buenamente pudo, procurando disminuir el sufrimiento de la mejor manera que supo, buscando consuelo y ayuda, aferrándose a la vida.

    Mi hermana emprendió su camino tras el fallecimiento de mi padre al casarse y encontrar la estabilidad laboral, como cualquier persona de su edad. Yo me quedé en casa con mi madre, haciéndonos compañía el uno al otro. Ella ya nunca fue la misma, cuando una sábana se rompe y la coses no vuelve a quedar igual, pero con el tiempo se sobrepuso, poco a poco, porque tenía una motivación que le daba la fuerza necesaria para levantarse todas las mañanas con ilusión: sacarme adelante.

    Yo iba desde pequeño al Colegio San Agustín de Calahorra. Era responsable y estudiaba todo lo que podía para sacar buenas notas. Resultaba impensable para mí suspender o repetir curso y tener que pagar más dinero, habría sido como traicionar a mi madre.

    Aunque reconozco que también tuvimos nuestras alegrías: Maricarmen tuvo un hijo, Diego, y, al estar mi hermana trabajando todo el día, mi madre cuidaba del niño por las mañanas, así que durante mucho tiempo comimos juntos en casa. Con Diego me llevo once años, menos incluso de los que me separan de mi hermana; por lo tanto, establecimos una relación más de hermanos que de tío y sobrino. Eso fue una inyección de energía fresca para mi madre y también para mí. Los domingos comíamos casi siempre con mi hermana, su marido, Tomás, y Diego, de manera que nos juntábamos todos, por lo menos, una vez a la semana.

    Jugaba al fútbol en el equipo del colegio, aunque también practiqué balonmano, baloncesto y, ya para siempre, tenis, mi actividad favorita. El deporte era mi auténtica vía de escape, mi pasión. Es más, en esos años me resultó fundamental practicarlo para mantener la mente en calma y sana, era una forma indirecta e inconsciente de meditación.

    Me lo pasaba bastante bien en el colegio y superaba los cursos sin mayor dificultad, aunque en realidad me faltaba algo, tenía en ocasiones un sentimiento de soledad que no podía identificar plenamente, impidiéndome estar todo lo feliz que habría sido lógico a esa edad. En ocasiones me preocupaba en exceso por la opinión que los demás tenían de mí, y actuaba más intentando agradar que siendo yo mismo, lo cual quizá podía ser propio de la edad, pero algo sucedía.

    Mi madre hacía ganchillo —una de sus habilidades— en casa para ganarse un dinerillo, pero además era una gran administradora, supongo que por cuestiones obvias de necesidad. Disponía de un dinero ahorrado en el banco, el del traspaso de la tienda, y, previendo lo que podía ocurrir más adelante, decidió guardarlo. Así fue, por suerte, en aquel momento, los tipos de interés por tener depósitos en el banco eran bastante altos y eso le permitió, manteniendo el capital inicial, vivir solamente con los intereses, lo cual hoy en día hubiera resultado imposible. No obstante, en ningún momento tuve sensación de escasez, en absoluto, hacíamos la misma vida que los demás, compraba todo lo que necesitaba; eso sí, siendo austero.

    JUVENTUD

    Me acercaba ya a una nueva etapa de mi vida y muy importante, porque a mis diecisiete años debía decidir lo que quería estudiar. Me incliné por Ingeniería Técnica Agrícola que se impartía en una localidad cercana a Zaragoza. Por primera vez en mi vida, como muchos jóvenes de mi edad, salí de casa.

    Me gustaba lo que hacía y finalmente me especialicé en Industrias Alimentarias porque siempre me había interesado todo lo relacionado con este sector.

    Cuando terminé, en el tiempo previsto, me fui un año a Madrid para realizar un máster en Enología que servía de complemento a lo anterior. A mí siempre me había parecido especialmente interesante el mundo del vino y, además, viviendo en La Rioja, era una buena opción para poder trabajar en ello. La experiencia en Madrid fue inolvidable a pesar de vivir en una ciudad tan grande, acostumbrado como estaba a un tipo de vida completamente distinto.

    Regresé a Zaragoza para cumplir el servicio militar y, justo al licenciarme, con veintidós años, empecé a trabajar como técnico comercial en una empresa de productos fitosanitarios en Calahorra mismo, así que el destino quiso mantenerme unido a mi madre, viviendo otra vez con ella de forma permanente.

    Fueron unos años de aparente normalidad. Trabajaba, salía los fines de semana con mis amigos y hacía deporte, lo habitual para alguien de mi edad. Pero me habitué a ese dolor crónico del alma que estaba ahí y que había incorporado a mi vida sin ser consciente.

    Cuando volví a Calahorra prácticamente todos mis amigos ya salían con alguna chica y eso, debido al miedo a quedarme solo, me produjo cierta necesidad de encontrar también una pareja que me diera seguridad, aunque dicha seguridad pudiera resultar engañosa. Así que a los pocos meses ya salía con una chica de un pueblo cercano. Realmente, salir con alguien desde la necesidad no es la mejor manera de empezar una relación y, a pesar de mi juventud, era consciente de ello, pero, a la vez, tampoco hacía nada por profundizar en mí y encontrar el motivo que me provocaba esa reacción, aunque sabía que no era normal.

    Me acomodé en la zona de confort del miedo. Sí, también existe. Es una zona altamente peligrosa y supone no valorar las consecuencias de una forma de vida que no es la que quieres desde tu corazón y que solo responde a una desarmonía interior. Comencé la relación por miedo, el mismo que más tarde me impidió dejarla.

    Mientras tanto, a nivel laboral estaba bien, contento, pero quería prosperar. En una ocasión, en el periódico encontré una oferta que me pareció muy interesante como jefe de Producción en una multinacional del sector de la alimentación en Zaragoza. Envié el currículum para probar suerte. Me llamaron y me citaron para una entrevista en Barcelona; fui con la alegría lógica de cuando te tienen en cuenta y con la ilusión de conseguir ese empleo. A los pocos días me avisaron para decirme que había superado la primera fase y que debía volver para la segunda y definitiva. Allí me presenté nuevamente y una semana más tarde me dijeron que me habían elegido a mí, pero que no empezaría en Zaragoza, sino en la planta que tenían en Murcia, donde debería permanecer varios años. Con la euforia del momento dije que sí, solo quedaba pendiente el reconocimiento médico que pasaría quince días después para comenzar a trabajar en el plazo máximo de un mes. Llegué a casa con la satisfacción de quien cree que ha encontrado el trabajo de su vida, pero con el paso de los días notaba en mi madre cierta tristeza, aunque no me dijera nada. Hasta que, en una ocasión, sentada en su silla en la mesita redonda donde se ponía a hacer ganchillo, me preguntó si tenía claro lo de irme a Murcia. Ella me conocía muy bien y sabía de las dificultades que podía encontrarme estando solo, tan lejos de la familia y con una personalidad, la mía, que igual no se ajustaba en ese momento al perfil de alguien capaz de aventurarse a un cambio tan radical de vida. Me hizo reflexionar profundamente. Irme a Murcia, tan lejos de mi casa, significaba poner punto y final a los primeros veinticinco años de mi vida. Además, irme también podía ser interpretado desde mi interior como una huida, un querer partir de cero, y la realidad era que no tenía ninguna necesidad de dar ese paso, teniendo un empleo donde me encontraba bien y que estaba a la puerta de mi casa. Algo dentro de mí, me decía que me quedara.

    Por fin tuve claro en el último instante que mi sitio estaba en mi casa y en mi ciudad, pasara lo que pasara.

    El mismo día que debía presentarme en Barcelona para superar las pruebas médicas llamé para decir que no me interesaba. Lo cierto es que nunca he actuado así, mi palabra es una y yo no necesito ningún contrato de por medio, lo que digo lo cumplo, pero esa vez fue la excepción que confirma la regla. El tiempo demostraría con rotundidad el pleno acierto de una elección clave y arriesgada, aunque en ese momento no lo sabía.

    Por otra parte, mi novia, con la que llevaba ya más de tres años, sabía que no teníamos futuro porque éramos totalmente incompatibles, e intentó cortar conmigo, pero yo insistí en continuar. Este es el mejor reflejo de que mi interior estaba seriamente dañado a pesar de que me negaba a aceptarlo. La desvalorización, el miedo y ese sentimiento de soledad estaban grabados en cada una de mis células, en el mismo

    ADN

    , y mientras no realizara un trabajo de introspección, repetiría conductas y patrones ante distintas situaciones de la vida.

    Finalmente, un día me dijo:

    —No vamos a ser felices juntos, acabaríamos separándonos en menos de un año, conmigo no eres feliz y yo no soy la persona que necesitas. Hoy es el último día que nos vemos y nunca más sabrás de mí.

    No se equivocó: nunca más volví a verla. En esos momentos yo tenía una energía que me bloqueaba completamente, por lo que me resultaba muy difícil dar ese paso. Así que fue ella quien tomó por mí una de las decisiones más importantes de toda mi vida; solo puedo estarle muy agradecido, porque no hace falta una gran agilidad mental para imaginarse qué hubiera pasado.

    Los meses siguientes fueron duros, con ese sentimiento de soledad agudizado. Ya tenía veinticuatro años y era necesario empezar esa nueva etapa solo. Aunque unos meses más tarde el destino me tenía preparada una sorpresa.

    Las fiestas de Calahorra se celebran a finales de agosto. La segunda noche fui con mis amigos a una de las peñas tan habituales en la zona y me fijé en una chica que estaba con su grupo de amigas, pero entre mis cualidades tampoco estaba la de ser muy lanzado. Algo me llamó la atención en ella, así que, sin dudar —en absoluto iba con mucho alcohol en el cuerpo porque prácticamente ni lo probaba—, como si una vocecita me hablase al oído, me acerqué y le dije que, aunque no la conocía de nada, me gustaría quedar un día para tomar algo. Hombre, muy original ya sé que no fui, pero no se me ocurrió otra cosa, hice lo que pude… ¡y me dijo que sí!

    Quedamos al día siguiente por la tarde.

    Eso fue en agosto de 1990, Paqui y yo estamos juntos desde entonces.

    En pocos meses, mi vida dio un giro total. De verme en una relación de pareja que no funcionaba —y de la que en pocos años seguramente me habría separado, vete a saber si con algún hijo de por medio― a encontrar la persona soñada en mi vida, porque es así como ha sido.

    Es fascinante cómo todo puede ser tan perfecto. Mi resolución de quedarme en Calahorra, que se antojaba delicada y compleja en lo referente a mi vida en pareja, había quedado resuelta en unos pocos meses. Casi nada: encontrar la persona con la que vas a compartir toda una vida desde el amor y no desde el cariño. Esa fue mi lotería de Navidad, porque desde el inicio tuve absolutamente claro que no iba a ser una relación pasajera. Otra persona difícilmente me habría dado tantas facilidades ni me hubiera apoyado como lo ha hecho Paqui en todo lo que estaba por acontecer muchos años más tarde. Solo ahora, al comprender mejor el lenguaje del Cosmos, he podido entender claramente que aquello no fue casualidad, como nada de lo que ha pasado en mi vida, o en la tuya.

    Tras un feliz noviazgo, decidimos casarnos en julio de 1994 y en 2019 cumplimos nuestras bodas de plata.

    Fue un gran día, lleno de alegría, con un Sol radiante y un cielo azulado, señal de que se despejaba mi camino por la vida al estar acompañado de la persona perfecta en el inicio de un nuevo ciclo. De momento, los primeros meses serían de transición, ya que estábamos esperando que a Paqui le concedieran en su trabajo un destino nuevo más cercano, de forma que pudiéramos irnos a vivir juntos. Nuestro pronóstico se cumplió al año siguiente y trasladamos nuestra residencia a Vitoria. Mi empleo, aunque me obligaba a desplazarme, me permitió a los veintinueve años independizarme y marcharme definitivamente de Calahorra.

    Mi madre había cumplido su sueño: ver a sus dos hijos, independientes, con su propia vida, felizmente casados y con estabilidad laboral.

    INICIO DE LA VIDA ADULTA

    De la etapa en Vitoria el recuerdo es fabuloso, una ciudad muy agradable y donde fuimos muy felices, aunque teníamos la esperanza de volver a La Rioja. Los fines de semana que íbamos a Calahorra, aunque mi madre no decía nada, me daba la sensación de que le faltaba esa ilusión de tener un proyecto en la vida, que es fundamental para mantener la llama del corazón encendida. Yo estaba algo preocupado, aunque en el fondo quería pensar que conseguiría remontar ante esa nueva etapa de quedarse en su soledad.

    A los dos años de estar en Vitoria conseguimos el traslado a Logroño y nos compramos un piso. Por fin lográbamos asentarnos en una ciudad donde hallamos la calidad de vida necesaria y la estabilidad que buscábamos desde hacía tiempo. A la vez estábamos cerca de Calahorra y podíamos ir cuando quisiéramos.

    Pero a los pocos meses de estar en Logroño, una vez más, la vida volvió a golpearme con dureza. Recuerdo perfectamente cuando en la consulta del ginecólogo nos comunicaron la noticia: mi madre tenía cáncer y además estaba bastante avanzado. Fue como una puñalada en el corazón. Lo primero que hicieron fue preparar una urgente intervención quirúrgica, claro indicativo de la gravedad del caso.

    Al cabo de una semana, después de varias horas de intervención, la cirujana nos comentó que no era muy optimista a largo plazo, aunque todo dependería de la respuesta de su cuerpo a los tratamientos. Solo cabía esperar a que el tiempo fuera aclarándolo todo.

    Nuevamente le daba vueltas a todo, a la injusticia —así lo veía entonces— que suponía que yo hubiera tenido que pasar por tanto con solo treinta y dos años. Mi mente no lo comprendía.

    Un sábado por la tarde, al regresar de las vacaciones de verano, tras volver de mi habitual partido de tenis, mi mujer me daba la mejor noticia posible: ¡estaba embarazada! La mayor alegría de mi vida. El Universo, Dios, mis ángeles me daban un respiro, sostener durante demasiado tiempo la situación de tristeza en la que me encontraba hubiera sido demasiado fuerte, e impartieron una justicia divina conmigo.

    Cuando se lo comunicamos a mi madre, se llevó también una alegría enorme, todos sus deseos ya estaban cumplidos, se podía ir tranquila, en paz, aliviada, sin cuestiones pendientes. Su deseo de verme construir una familia se convertiría en una realidad. Aunque mi gran duda era si llegaría a tiempo de conocer a su nieta; merecía despedirse por la puerta grande, para que recibiera esa profunda paz tan anhelada y buscada durante tantos años, que debía llegar en el mejor momento posible, en el final, cuando más se necesita para hacer el tránsito hacia la Luz, sin apegos ni cuentas pendientes.

    Un tiempo después dejaron ya de tratarla, no había solución posible, tenía el cáncer extendido por todo el cuerpo y su corazón estaba muy débil. Esa vez era real el inicio de la cuenta atrás, de forma que cada día era uno menos para que ella se marchara y viniera mi futura hija.

    El 26 de mayo de 1999, mi hija Irene inició su viaje en esta vida y a la mañana siguiente recogí a mi madre para acercarla al hospital de Logroño y que pudiera conocer a su nietita, ya que no se conformaba con la noticia: quería verla. Se había propuesto aguantar hasta que llegara ese día y lo había conseguido. Esta es la fuerza interior que mueve montañas, la que nadie nos puede arrebatar y que es capaz de hacer posible lo imposible. No fue tampoco casualidad que el último día que salió de casa fuera ese: si Irene hubiera tardado un mes más en nacer, también habría ido al hospital. Este es el poder de las emociones y los sentimientos, que no proviene más que del corazón. A pesar de todo, su película de vida no podía tener mejor final.

    A partir de entonces, todos los días me acercaba a Calahorra a verla. Durante un mes pudo levantarse y acercarse a la ventana del salón que tanto le gustaba. Nos sentábamos los dos, uno enfrente del otro, hablábamos de todo, pero no había queja ni drama. Solo un profundo amor, limpio, transparente, una paz que igual ella nunca antes había sentido tan

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