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Tao "Los tres tesoros" Volumen II
Tao "Los tres tesoros" Volumen II
Tao "Los tres tesoros" Volumen II
Libro electrónico318 páginas14 horas

Tao "Los tres tesoros" Volumen II

Por Osho

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Con su claridad y su humor habitual, Osho continúa desmenuzando en este volumen II las inmortales enseñanzas de Lao Tse: Lo importante es fluir, fluir como el río. No luches contra el mundo, fluye.
Una vez Mulá Nasrudin cabalgaba sobre su asno a toda prisa hacia alguna parte. Pasó por un mercado y la gente le preguntó: Nasrudin, ¿dónde vas tan rápido?
Él les dijo: Preguntad al asno. He aprendido que es inútil luchar. Cuando quiero ir a algún lugar, él se resiste. Pero es un asno y puedo perdonarlo; soy un hombre comprensivo. Si él es incapaz de ir donde yo voy, yo sí puedo ir donde él va. Así que preguntad al asno. Es lo que todos los sabios han dicho: Pregunta al asno. Y deja que el asno vaya donde quiera; tú simplemente síguele. Tu cuerpo es el asno, el caballo. Pregunta al cuerpo, fluye con él... y llegarás. No luches con el cuerpo. El cuerpo es sólo un símbolo: el mundo es tu cuerpo. No luches contra él. Fluye. Fluye con el río. Ni siquiera nades porque eso también es luchar sutilmente. Sólo fluye con el río. Cuando luchas surgen los problemas, aparecen las enfermedades, vienen las neurosis y surgen en ti toda clase de angustias.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento9 ago 2022
ISBN9788419105509
Tao "Los tres tesoros" Volumen II
Autor

Osho

Osho is one of the most provocative and inspiring spiritual teachers of the twentieth century. Known for his revolutionary contribution to the science of inner transformation, the influence of his teachings continues to grow, reaching seekers of all ages in virtually every country of the world. He is the author of many books, including Love, Freedom, Aloneness; The Book of Secrets; and Innocence, Knowledge, and Wonder.

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    Tao "Los tres tesoros" Volumen II - Osho

    portada

    Sobre el conocimiento

    de la Ley Eterna

    Alcanza la suma pasividad,

    aférrate firmemente a las bases de la quietud.

    Las diez mil cosas toman forma y despiertan a su actividad,

    pero yo las observo regresar a su reposo

    como la vegetación que crece exuberante,

    pero que vuelve a la raíz (al suelo) del que brota.

    Volver a la raíz es reposar;

    a eso se le llama «regresar al propio destino».

    Regresar al propio destino es encontrar la Ley eterna;

    conocer la Ley eterna es estar Iluminado.

    No conocer la Ley eterna

    es exponerse al desastre.

    La muerte es el destino. Ha de ser así porque es el origen: vienes de la muerte y vas a la muerte. La vida es simplemente un momento entre dos nadas; sólo un vuelo de pájaro entre dos estados del no ser.

    Si la muerte es el destino –como en verdad es– entonces toda la vida se convierte en una preparación, en un entrenamiento para ella, en una disciplina para aprender a morir debidamente, a morir total y absolutamente. La totalidad de la vida consiste en aprender a morir. Pero, de algún modo, la humanidad tiene un concepto equivocado de la muerte: el concepto de que la muerte es una enemiga. Ésta es la base de toda idea errónea, la base de la desviación de la humanidad respecto a la Ley eterna, al Tao. ¿Cómo ha ocurrido esto? Has de comprenderlo.

    El hombre ha considerado a la muerte como la enemiga de la vida, como si la función de la muerte fuera destruir la vida, como si la muerte estuviera en contra de la vida. Si ésta es tu idea, entonces, evidentemente, has de luchar contra la muerte y la vida se convierte en un esfuerzo por sobrevivir a la muerte. Entonces estás luchando contra tu propio origen, estás luchando contra tu destino, estás luchando contra algo que va a pasar. Toda esa lucha es absurda porque no puedes evitar la muerte.

    Si fuera algo exterior a ti podrías evitarla, pero es interior. La llevas contigo desde el mismo momento en que naces. Realmente, empiezas a morir cuando empiezas a respirar; en ese momento. No es correcto decir que la muerte llega al final; siempre ha estado contigo desde el principio mismo. Es parte de ti, es tu centro más profundo, crece contigo; un día alcanzará su clímax, un día florecerá. El día en que mueres no es el día en que te llega la muerte, sino el día en que floreces. La muerte ha estado creciendo en tu interior durante todo este tiempo y ahora ha alcanzado su punto culminante; y una vez la muerte alcanza su clímax empiezas a desaparecer de vuelta al origen.

    Pero el hombre ha tomado una actitud equivocada y esa actitud errónea crea lucha, forcejeos, violencia. Un hombre que considera a la muerte como opuesta a la vida nunca puede ser no violento. Es imposible. Un hombre que piensa en la muerte como en un enemigo nunca puede sentirse en paz, en casa. Es imposible. ¿Cómo puedes estar a gusto cuando el enemigo te está acechando? En cualquier momento saltará sobre ti y te destruirá. La sombra de la muerte siempre está cerniéndose sobre ti. Puede ocurrir en cualquier momento. ¿Cómo vas a descansar cuando la muerte te acecha? ¿Cómo vas a relajarte? El enemigo no te permitirá relajarte.

    De ahí la tensión, la ansiedad, la angustia de la humanidad. Cuanto más luchas con la muerte, más ansioso te vuelves. Ha de ser así; es una consecuencia natural. Si luchas contra la muerte sabes que vas a ser derrotado. ¿Cómo puedes estar contento con una vida que va a acabar en derrota? Sabes que por mucho que te esfuerces no podrás vencer a la muerte. En tu interior sólo tienes una certeza y ésa es la de tu muerte. En la vida, todo lo demás es incierto; sólo la muerte es cierta. Sólo hay una certeza, y en esa certeza tienes un enemigo. Luchando contra la certeza y depositando tus esperanzas en falsedades ¿cómo vas a descansar? ¿Cómo podrás estar relajado, tranquilo, calmado? Es imposible.

    La gente viene a mí y me dice que les gustaría sentirse en paz, les gustaría sentirse en el mundo como si fuera su hogar, les gustaría estar en silencio. Sienten que necesitan relajarse. Pero miro en sus ojos y allí está el miedo a la muerte. Quizá, tan sólo estén tratando de relajarse para luchar más fácilmente contra la muerte; quizá estén intentando reposar para adquirir más fortaleza ante la muerte. Pero si la muerte está ahí ¿cómo vas a relajarte, a estar en silencio, en paz, como en tu hogar? Si la muerte es la enemiga, entonces, básicamente, toda la vida se convierte en tu enemiga. Entonces, a cada instante, en todas partes, proyecta su sombra; entonces, a cada instante, en todas partes, resuena el eco de la muerte. La vida entera se vuelve hostil y empiezas a luchar.

    La idea fundamental de la mente occidental es luchar para sobrevivir. Dicen: «La supervivencia del más apto», «La vida es una lucha». ¿Por qué una lucha? Es una lucha porque consideras a la muerte como el enemigo. Una vez comprendes que la muerte no es lo opuesto a la vida sino parte de ella, una parte intrínseca de ella de la cual nunca podrá separarse, una vez aceptas a la muerte como amiga, de repente tiene lugar una transformación. Eres transfigurado; ahora ves las cosas de forma diferente. Ya no hay lucha, ni guerra; no estás luchando contra nadie, puedes relajarte, puedes estar en casa. Sólo cuando la muerte se convierte en amiga, la vida también se convierte en amiga. Esto puede parecerte paradójico, pero es así; sólo en apariencia es paradójico. Si la muerte es tu enemiga, entonces, en lo profundo, la vida también es tu enemiga, porque la vida te conduce a la muerte.

    La vida, sea de la clase que sea, te conduce a la muerte: la vida del pobre, la vida del rico, la vida exitosa y la vida del fracaso, la vida del sabio y la del ignorante, la vida del pecador y la del santo. Todas las vidas, se diferencien en lo que se diferencien, te llevan a la muerte. ¿Cómo puedes estar enamorado de la vida si estás en contra de la muerte? Entonces tu amor simplemente es posesividad, tu amor no es más que un apego. Al estar contra la muerte te aferras a la vida, pero te es fácil entender que esta misma vida te está acercando cada día más a la muerte. De modo que estás condenado; todos tus esfuerzos están condenados al fracaso. Y entonces aparece la ansiedad; todo tu ser empieza a temblar. Vives asustado y entonces te vuelves violento y pierdes la cabeza.

    En Occidente la proporción de locos es muy superior a la de Oriente. La razón es clara: Occidente considera la muerte como opuesta a la vida. Pero Oriente tiene un punto de vista totalmente diferente: vida y muerte son una unidad; las dos caras de un mismo fenómeno. Una vez aceptas la muerte, de inmediato aceptas muchas cosas. De hecho, si aceptas la muerte como parte de la vida, entonces todos los demás enemigos también son aceptados como amigos porque la dualidad básica queda disuelta –la dualidad entre vida y muerte, ser y no ser–. Si la dualidad básica queda resuelta, entonces todas las demás dualidades son simplemente superficiales; se disuelven. De repente, estás en casa: tus ojos están claros, sin humo que los ciegue; ves con una claridad absoluta, sin oscuridad a tu alrededor.

    Pero ¿por qué? ¿Por qué ha ocurrido en Occidente?... También está sucediendo en Oriente porque Oriente está volviéndose cada día más occidental. En la educación, en las actitudes científicas, Oriente ha dejado de ser puramente Oriente; está ya contaminado. Actualmente, Oriente también se está volviendo ansioso, temeroso. ¿Te has fijado en la gran conciencia del tiempo que existe en Occidente? No ocurre así en Oriente. La poca que hay, ¿te has fijado que aparece sólo en las áreas cultas y educadas? Si visitas los pueblos verás que no existe una conciencia del tiempo. De hecho, la conciencia del tiempo es la conciencia de la muerte: cuando tienes miedo de la muerte, el tiempo se acorta. Con tantas cosas por hacer y tan poco tiempo disponible eres consciente de cada segundo que pasa. La vida se está acortando porque estás tenso, porque tienes prisa y haces muchas cosas intentando disfrutar de todas ellas, corriendo de un lugar a otro, de un goce a otro... y sin disfrutar de nada porque eres excesivamente consciente del tiempo.

    La gente de Oriente no es tan consciente del tiempo porque ha aceptado la vida. Puede que no sepas que en India llamamos a la muerte «tiempo». Llamamos a la muerte «kal», y también llamamos al tiempo «kal». «Kal» significa «tiempo» y «kal» significa, también, «muerte». Utilizar la misma palabra para ambos implica una muy profunda comprensión; es muy revelador. Tiempo es muerte; muerte es tiempo. Cuanto más consciente eres de la muerte, más consciente eres del tiempo; cuanto menos consciente de la muerte, menos consciente del tiempo. Entonces, la cuestión del tiempo no surge. Si has absorbido completamente la muerte en la vida, la conciencia del tiempo desaparece. ¿Por qué en Occidente –y ahora en Oriente– hay tanta ansiedad respecto a la muerte, y en tal grado que eres incapaz de disfrutar de esta vida?

    Viviendo en un mundo sin tiempo las piedras son más felices que el hombre; viviendo en un mundo donde no se conoce la muerte los árboles son más dichosos que el hombre. No es que no mueran, sino que no conocen la muerte. Los animales son felices, dichosos; los pájaros cantan; toda la Existencia, excepto el hombre, es dichosamente inconsciente de la muerte. Sólo el hombre es consciente de la muerte y eso crea todos los demás problemas; ése es el problema original, la brecha fundamental.

    No debería ser así pues el hombre es lo superior, lo más refinado, la culminación de la Existencia. ¿Por qué sucede esto con el hombre? Siempre que alcanzas la cumbre más elevada, junto a ella se encuentra el valle más profundo. Una alta cumbre sólo existe junto a un profundo valle. Para las piedras no hay infelicidad ninguna, ningún valle, porque su felicidad también se encuentra en la tierra llana. El hombre es una cumbre; ha subido alto, pero debido a esta ascensión junto a él ha surgido un valle, un abismo. Miras hacia abajo y sientes náuseas; miras hacia abajo y te entra miedo. El valle forma parte de la cumbre, el valle no puede existir sin la cumbre y la cumbre no puede existir sin el valle. Van unidos; forman una unidad. Pero el hombre en lo alto de la cumbre mira hacia abajo y se siente mareado, asustado; tiene náuseas, miedo.

    El hombre es consciente; en eso radica todo el problema.

    La conciencia es una espada de doble filo; corta por ambos lados. Puede hacerte absolutamente feliz con una felicidad no conocida en toda la Existencia; y puede hacerte realmente infeliz y miserable con una infelicidad desconocida también en todo el mundo. El hombre es una posibilidad do­ble; al ser consciente, ante él se abren, de súbito, dos caminos.

    La conciencia puede transformarse en una bendición, pero también puede convertirse en maldición. Toda bendición conlleva una maldición; el problema es que depende de ti el escoger. Permíteme explicártelo y luego podremos adentrarnos fácilmente en el sutra.

    El hombre es consciente. En el instante en que el hombre se vuelve consciente, es también consciente de su fin, de que va a morir. Se vuelve consciente del mañana, del tiempo, consciente del paso del tiempo, y entonces, más pronto o más tarde, llegará el fin. Cuanto más consciente es, más se convierte la muerte en un problema, en el único problema. ¿Cómo evitarla? Esto es utilizar la conciencia de una manera equivocada. Es como si le dieras un telescopio a un niño y el niño no supiera usarlo. Puede que mirara por el telescopio utilizándolo al revés.

    La conciencia es un telescopio; puedes mirar a través de ella por el extremo equivocado. Y utilizar el extremo equivocado produce ciertos beneficios... y eso genera más problemas. A través del extremo equivocado del telescopio puedes ver ciertos beneficios a tu alcance; a corto plazo, son posibles muchos beneficios. La gente que es consciente del tiempo obtiene ganancias en comparación con la gente que no es consciente del tiempo. La gente que es consciente de la muerte logra muchas cosas comparado con aquellos que no son conscientes de muerte alguna. Por eso Occidente continúa acumulando riquezas materiales mientras que Oriente ha permanecido pobre. Si no eres consciente de la muerte, ¿qué te importa la riqueza?

    La gente vive momento a momento como si el mañana no existiese. ¿Quién se va a preocupar por acumular? ¿Para qué? El hoy es tan bonito... ¿por qué no celebrarlo? ¡Ya nos ocuparemos del mañana cuando llegue!

    En Occidente han acumulado riquezas infinitas porque son muy conscientes del tiempo. Han reducido toda su vida a los bienes, a los objetos materiales... a construir rascacielos. Han acumulado mucha riqueza... ése es el beneficio de mirar por el extremo equivocado. Sólo pueden ver determinadas cosas cercanas, inmediatas; son incapaces de ver más lejos. Sus ojos se han vuelto como los de un ciego que no puede ver lejos. Sólo mira aquello que puede obtener de forma inmediata, sin pensar que puede, a la larga, suponer un coste tremendo. A largo plazo este beneficio puede no ser un beneficio. Puedes construirte una gran casa, pero para cuando esté lista quizá sea la hora de irte; acaso no puedas vivir en absoluto en ella. Podrías haber vivido agradablemente en una casa pequeña, incluso una cabaña te hubiera valido, pero elegiste vivir en un palacio. Ahora el palacio está listo, pero el hombre se ha ido. Ya no está.

    La gente acumula riquezas a costa de sí mismos. Al final, por último, un día se dan cuenta de que se han perdido a sí mismos y que han estado adquiriendo cosas inútiles. El precio ha sido muy alto, pero ahora nada puedes hacer: ha pasado el momento.

    Si eres consciente del tiempo te volverás loco acumulando bienes; transformarás toda tu energía vital en bienes. Un hombre consciente del conjunto disfrutará este momento tanto cuanto pueda. Fluirá. No se preocupará por el mañana porque sabe que el mañana nunca llega. En su interior sabe que, al final, sólo has de obtener una cosa: a ti mismo.

    Vive y hazlo totalmente para que entres en contacto contigo mismo... No hay ninguna otra manera de entrar en contacto contigo. Cuanto más profundamente vives, más profundamente te conoces a ti mismo –en las relaciones, en la soledad–. Cuanto más te adentras en las relaciones, en el amor, más profundamente sabes. El amor se convierte en un espejo. Y uno que nunca ha amado no sabe estar solo; a lo sumo es un solitario.

    Aquel que ha amado y ha conocido lo que es una relación es capaz de estar solo. Ahora, su soledad posee una calidad totalmente diferente; no es solitud. Ha vivido una relación, ha satisfecho su amor, ha conocido al otro... y se ha conocido a sí mismo a través del otro. Ahora puede conocerse directamente, ahora no es necesario el espejo. Tan sólo imagínate a alguien que nunca se haya encontrado con un espejo. ¿Podrá cerrar los ojos y ver su cara? Es imposible. Ni siquiera puede imaginarse su cara, no puede meditar sobre ella. Pero el hombre que se ha encontrado con un espejo, que se ha mirado en él, que ha descubierto su cara a través de él, puede cerrar los ojos y ver interiormente su rostro. Eso es lo que sucede con las relaciones. Cuando una persona empieza una relación, la relación le sirve de espejo, le refleja, y descubre muchas cosas en sí mismo que nunca supo que existían.

    A través del otro descubre su ira, su codicia, sus celos, su posesividad, su compasión, su amor, y miles de estados de ánimo de su ser. A través del otro descubre muchos climas. Entonces, lentamente, llega un momento en que puede estar solo; puede cerrar los ojos y conocer directamente su propia conciencia. Por eso digo que para la gente que nunca ha amado la meditación es muy, muy difícil.

    Los que han amado profundamente pueden convertirse en grandes meditadores; los que a través de una relación han amado, están ahora en posición de valerse por sí mismos. Han madurado. Ahora el otro no es necesario. Si el otro está presente, pueden compartir, pero la necesidad ha desaparecido; ahora no hay dependencia.

    La conciencia se convierte a menudo en conciencia de la muerte. Si la conciencia se convierte al final en conciencia de la muerte, aparece el miedo. Ese miedo crea en ti una continua tendencia a huir. Entonces estás huyendo de la vida; donde hay vida, tú huyes de ella porque donde hay vida siempre surge el destello, el vislumbre, de la muerte.

    La gente que teme desmesuradamente a la muerte nunca se enamora de seres humanos; se enamora de cosas... las cosas nunca mueren porque nunca han vivido. Los objetos perduran para siempre. Y es más: son reemplazables. Si pierdes un automóvil puedes reemplazarlo por otro automóvil exactamente de la misma marca. Pero no puedes reemplazar a una persona. Si tu esposa muere, muere para siempre. Puedes tener otra esposa, pero ninguna mujer podrá reemplazarla. Para bien o para mal, ninguna otra mujer podrá ser esa misma mujer. Si tu hijo muere podrás adoptar a otro, pero no podrás relacionarte con ningún hijo adoptivo de la misma manera que con tu propio hijo. La herida permanece, no puede ser curada. La gente que tiene demasiado miedo a la muerte llega a tener miedo a la vida. Entonces empiezan a acumular bienes: un gran palacio, un gran automóvil, millones de dólares, de rupias, esto y lo otro... objetos inmortales. Una rupia es más inmortal que una rosa. No se interesan por las rosas; sólo siguen acumulando rupias. Una rupia nunca muere, es casi inmortal; pero una rosa... Por la mañana estaba viva y por la tarde ha dejado de existir. Ellos sienten temor hacia las rosas; no las miran. O, a veces, si surge el deseo, compran flores de plástico. Están muy bien; puedes estar tranquilo con las flores de plástico porque te ofrecen la sensación de inmortalidad. Perduran por y para siempre. Una auténtica rosa por la mañana está viva; por la tarde, se ha marchitado, los pétalos han caído al suelo, ha vuelto al origen mismo. Surge de la tierra, florece un rato y lanza su fragancia a toda la Existencia. Entonces, misión cumplida, mensaje entregado. Vuelve en silencio a la tierra y desaparece sin una sola lágrima, sin luchar. ¿Has visto cómo caen a tierra los pétalos de una flor? ¡De qué bella manera y con qué gracia caen! Sin aferrarse; ni por un instante intentan retenerse. Sopla una brisa y toda la flor cae a tierra, vuelve a su origen.

    El hombre que tenga miedo a la muerte tendrá miedo a la vida, tendrá miedo al amor, porque el amor es una flor; el amor no es una rupia. El hombre que tiene miedo a la vida podrá casarse, pero nunca se enamorará. El matrimonio es como una rupia; el amor es como una rosa. Puede haberlo o no haberlo; no puedes tener seguridades respecto a él; la inmortalidad no se le puede aplicar. Un matrimonio es algo a lo que aferrarse; supone una certificación, una fuerza legal. Tras él están la fuerza de la policía y del presidente; todos ellos aparecerán si algo sale mal.

    Pero con el amor... tiene la fuerza de las rosas, evidentemente, pero las rosas no son policías, no son presidentes, no pueden protegerlo. El amor viene y va; el matrimonio simplemente viene. Es un fenómeno muerto, es una institución. Es absolutamente increíble que a la gente le guste vivir en instituciones. Asustados, temiendo a la muerte, han eliminado exhaustivamente todas las posibilidades de muerte. Están creando una ilusión a su alrededor para que todo permanezca como está. Todo está seguro y controlado. Ocultos tras esta seguridad se sienten un poco tranquilos, pero eso es una estupidez, una tontería. Nada puede salvarlos; la muerte vendrá y llamará a sus puertas y morirán.

    La conciencia puede asumir dos posiciones. Una es tener miedo a la vida porque a través de la vida llega la muerte. Otra es amar a la vida tan intensamente que empieces también a amar a la muerte porque es el centro más profundo en ti. La primera surge del pensamiento; la segunda actitud surge de la meditación. La primera actitud surge de un exceso de pensamientos; la segunda surge de una mente sin pensamientos, de la no mente. La conciencia puede ser reducida a pensamientos; los pensamientos pueden refundirse como conciencia. Simplemente fíjate en un río en el frío invierno. Cuando los icebergs empiezan a aparecer quiere decir que el agua se está helando. Entonces el frío se incrementa, la temperatura cae bajo cero y el río entero se hiela. Ahora no hay movimiento alguno, nada fluye. La conciencia es un río, un arroyo; cuando aparecen pensamientos, el arroyo se hiela. Si hay muchos pensamientos, muchos obstáculos-pensamientos, no hay ninguna posibilidad de que fluya. Entonces el río está completamente helado. Estás muerto.

    Pero si el río fluye libremente, si fundes los icebergs, si fundes todo lo helado, todos los pensamientos... De eso es de lo que trata la meditación: un esfuerzo por descongelar los pensamientos. Pueden convertirse de nuevo en conciencia. Entonces el río fluye, entonces el río es un flujo vivo, vibrante; danzando, se acerca al mar.

    ¿Por qué a la gente le gusta estar congelada? Porque un río helado no puede dirigirse al mar. El mar significa la muerte. El río desaparecerá, desaparecerá para siempre, se volverá uno con el infinito, ya no será una individualidad, no tendrá su propio nombre; el Ganges no será ya el Ganges, el Volga no será el Volga. Desaparecen en lo desconocido.

    Si la mente tiene miedo se convierte en un torbellino de pensamientos. Si eres un hombre excesivamente inclinado a pensar, si continuamente estás pensando, mañana y tarde, desde la tarde a la mañana –de día, pensamientos, pensamientos y más pensamientos; de noche, sueños, sueños y más sueños– tu río está helado. Eso también forma parte del miedo: tu río está tan helado que no puedes moverte, de modo que el océano queda muy lejos. Si te mueves, penetrarás en el océano.

    La meditación es un esfuerzo por descongelarte. Los pensamientos, poco a poco, van fundiéndose como la nieve, te vas volviendo fluido de nuevo, y la mente se convierte en un arroyo. Ahora, sin que nada se lo impida, sin obstáculos, se dirige hacia el mar.

    Si la conciencia se vuelve meditativa entonces aceptas la muerte, entonces la muerte no es algo aparte; eres tú. Entonces aceptas la muerte como un reposo; entonces aceptas la muerte como una última relajación; entonces la aceptas como una jubilación. Te retiras. Durante todo el día has estado trabajando duramente; por la tarde vienes a casa y entonces te vas a dormir, te retiras. La vida es como el día; la muerte, como la noche. De nuevo volverás; vendrán muchas otras mañanas; bajo formas diferentes volverás una y otra vez aquí, hasta que llegue la muerte absoluta. Esta muerte absoluta es para aquellos que se han desprendido por completo de los pensamientos. Es para aquellos que saben, de forma absoluta, que vida y muerte son las dos caras de una misma moneda; para aquellos que ya no temen a la muerte; para los que no sienten ni el más ligero temor; para los que no sienten ya apego por la vida.

    De modo que existen dos fases en la desaparición final. La primera

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