se adiós que nunca se produce es narrado así en por Borges: «Homero y yo nos separamos en las puertas de Tánger; creo que no nos dijimos adiós». ¿Por qué tendrían dos inmortales que despedirse? Un «adiós» es una forma de reconocer que el otro dejará de estar. Un encomendar al otro a Dios. Tiene la forma y la vocación de un responso, de una oración fúnebre que ruega porque el despedido sea acogido por Dios. «A Dios (seas)» o su forma escueta o simplemente. Dos inmortales, Marco Flaminio y Homero no tienen que despedirse, no tienen que generar fórmulas de despedida, no necesitan la «cultura» que propicia el ritual de la despedida: van inevitablemente, inexorablemente, cansinamente, a volverse a encontrar una y otra vez. En sus tediosos e infinitos reencuentros uno deja ya de preocuparse por el otro. Uno pierde el sentido ético de responsabilidad por el bien del otro, deja de «tener que ver», ya no es aquel yo, como dijera Levinas, que: «soy responsable del otro en la medida en que es un mortal». El otro, simplemente, deja de importar, deja de importarnos. Nada nos interpela a resguardar su quebradiza fragilidad de mortal. Tampoco nada lo puede hacer «despresente» y cuando nada puede estar inmediatamente ausente, a nada hay que hacer mediatamente presente: no nos hace falta ser simbólicos. Sin ética, sin capacidad simbólica, la cultura es injustificable: una tarea absurda, un sinsentido por la inmortal carencia de la necesidad de dar sentido. Dar sentido es hacer comprensible lo que desaparece, lo susceptible de desaparecer, aquello a lo que tendremos que decir adiós. Ninguna tarea que exija ofrecer un legado a los que vendrán cuando ya no estemos, ninguna grandeza, ninguna transcendencia en la que obrar, ningún esfuerzo que nos sobreviva cuando nosotros siempre vivimos. En realidad, ninguna tarea. Cuando hay todo el tiempo para hacer algo nunca es tiempo de hacer algo. La procrastinación, la desidia, la apatía, devienen infinitas, insuperables… inmortales. Ninguna posibilidad tampoco, ningún proyecto, ningún sitio al que arrojarse: los proyectos requieren, por múltiples que sean, una única posibilidad común: la de que el sujeto que proyecta tenga en todas sus posibilidades la de morir. En la inmortalidad el porvenir es un simple y eterno repetir. No hay una vida plena sin fin de una vida plena. La vida solo tiene un fin cuando tiene un fin.
EL EXTRAÑO DESEO DE INMORTALIDAD
Mar 22, 2023
3 minutos
Estás leyendo una previsualización, suscríbete para leer más.
Comienza tus 30 días gratuitos