Dos tragedias griegas: Electra - Medea
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Al escribir en el año 2012 Electra, Vicente Molina Foix, siguiendo la estela de los escritores de todos los tiempos que fueron a los orígenes del drama para abastecerse y revalidar su lección, confiesa en el prólogo que ha hecho a esta edición haber querido ser un ferviente infiel: a partir de la variante argumental de Eurípides su intención es plasmar libremente una tragedia familiar que rememora hechos remotos sin perder resonancia en nuestra conciencia contemporánea, ampliando el papel de la reina Clitemnestra (antagonista esencial de la obra), y dando mayor desarrollo y relieve a personajes como el Ayo y el Labrador, aquí llamado Alceo.
Respecto a Medea, escrita en 2015, se trata de un personaje doblemente legendario, porque a la suya le precede otra leyenda no menos poderosa, la del viaje en busca del Vellocino de Oro emprendido por los Argonautas al mando de Jasón. La Medea de Molina Foix refleja el mundo soñado de esta mujer impetuosa y los antecedentes de la conquista del sagrado trofeo, fundiendo la persona y las artes de la princesa hechicera con la silueta del marino desposeído de su reino y su orgullo guerrero. Y todo ello sobre el fondo de una crisis de pareja hecha de intereses, miedos y amor violentamente defraudado.
Este libro recoge los textos completos de las dos tragedias, estrenadas ambas en el Teatro Romano de Mérida con la dirección escénica de José Carlos Plaza y la interpretación en el rol titular de Ana Belén.
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Dos tragedias griegas - Vicente Molina Foix
FOIX
Electra
Texto dramático de Vicente Molina Foix
PERSONAJES
ELECTRA, una hija que quiere hacer justicia
CLITEMNESTRA, una esposa de dos reyes
ORESTES, un desterrado que vuelve
ALCEO, un campesino enamorado
EL AYO, un anciano de larga memoria
PÍLADES, un compañero y testigo
EGISTO, un rey usurpador
CUATRO DAMAS de Micenas
La acción transcurre en el palacio real de Micenas y en los campos cercanos
PRIMER ACTO
Escena primera
La fachada del palacio real de Micenas. Es el atardecer, y se oye un cántico sin palabras, distante: el lamento desgarrado de una mujer (Electra), que se va perdiendo en la lejanía.
VOZ DE CLITEMNESTRA.–¿Dónde está Electra? ¡Electra! (Estas primeras exclamaciones son tajantes, pero la voz de la reina cambia y podría ser ahora la voz de una pesadilla.) Electra, Electra. ¿Dónde estás?
Aparecen entonces en los balcones superiores del palacio tres damas de la corte.
DAMA 1ª.–Es la hora.
DAMA 2ª.–Es su hora.
DAMA 3ª.–La hora de Electra.
DAMA 1ª.–Y no está.
DAMA 2ª.–No está.
DAMA 3ª.– (Irónica.) ¿Dónde está Electra?
DAMA 4ª.– (Entrando por un lateral en el escenario.) A esta hora, todos los días, a esta misma hora, Electra venía aquí, delante de estas piedras que son el fundamento de este reino…
DAMA 1ª.– (Bajan al escenario las tres damas) … Sí, delante de estas nobles piedras que los Atridas levantaron hace muchos años…
DAMA 2ª.–… hace más de cien años…
DAMA 3ª.–… hace más de ¡mil años!
DAMA 4ª.–Delante de estas piedras venía a esta hora Electra, todos los días, desde el mismo día en que su padre Agamenón, soberano de hombres, ya no pudo abrazarla al caer la tarde…
DAMA 1ª.– (Bajando la voz, temerosa.) El rey no pudo abrazarla…
DAMA 2ª.– (Igual de temerosa.) Agamenón ya no pudo…
DAMA 3ª.– (Igual de temerosa.) No pudo ya abrazar a Electra al caer la tarde…
DAMA 4ª.– (Elevando la voz, desafiante.) Al caer la tarde cayó la sangre del soberano.
DAMA 1ª.–Muerto…
DAMA 4ª.–¡Asesinado! Yo misma vi caer la sangre del rey, desde su pecho, partido en dos por la espada, partido en dos a la altura del corazón, como una fruta que aún tenía que madurar en el frondoso árbol de su vida…
DAMA 2ª.– (Se suma al tono desafiante de la Dama 4ª.) También yo vi caer la sangre de Agamenón, desde el pecho partido en dos hasta su vientre recio como estas piedras…
DAMA 3ª.–Cayendo desde el recio vientre hasta las piernas, dos columnas de carne blanca, rojas por el color de la sangre.
DAMA 1ª.–La sangre derramada desde el pecho roto hasta los pies descalzos de Agamenón, dos naves con su armazón ya quieta, flotando en el mar de su muerte…
DAMA 4ª.–Nadie pudo bajar las escaleras de este palacio aquella tarde. La sangre del rey manchaba el mármol, caía como un río por los peldaños, hasta llegar al patio, donde inundó la tierra de los Aqueos…
DAMA 2ª.–La tierra como un lago de sangre.
DAMA 3ª.–El palacio envuelto en una niebla de sangre.
DAMA 1ª.–La reina…
DAMA 2ª.– (Con temor también.) La reina… Clitemnestra…
DAMA 4ª.– (Desafiante, sarcástica.) La reina Clitemnestra… y el nuevo rey y nuevo esposo suyo…
DAMA 3ª.–Egisto…
DAMA 1ª.–Clitemnestra…
DAMA 2ª.–Clitemnestra y Egisto…
DAMA 4ª.– (Fiera.) Los dos manchados de sangre.
DAMA 1ª.– (Adopta el tono fiero.) El cabello de Egisto chorreando sangre…
DAMA 2ª.– (Igual.) La túnica de seda de la reina salpicada de sangre…
DAMA 3ª.– (Igual.) La espada de Egisto sucia de sangre…
DAMA 4ª.–Las uñas de la reina Clitemnestra… pintadas con la sangre del rey Agamenón.
Se oyen ruidos dentro del palacio, y las tres damas primeras recobran el temor o la prudencia, cambiando de conversación.
DAMA 1ª.–Dónde estará Electra… La reina ha preguntado por ella.
DAMA 2ª.–La reina ha soñado con ella.
DAMA 3ª.–Electra ya no está.
DAMA 4ª.–La túnica de Electra era blanca, y siguió siendo blanca aquel día, ¿no os acordáis vosotras?
DAMA 1ª.–Hace ya mucho tiempo de aquel día.
DAMA 2ª.–Pronto hará veinte años de aquel día.
DAMA 3ª.–Aquel día aciago.
DAMA 4ª.– (Insiste en el relato del crimen.) Electra era entonces una joven doncella…
DAMA 1ª.–Como nosotras.
DAMA 2ª.–De la edad de nosotras.
DAMA 3ª.–Alguna vez jugaba con nosotras.
DAMA 4ª.–Alguna vez jugó con nosotras, pero dejó de jugar desde aquel día. El día en que Electra, con su túnica blanca, abrazó el cuerpo de su padre, partido en dos, y abrazó sus piernas, dos columnas rojas caídas por tierra. La túnica de Electra seguía blanca al acariciar los pies del soberano, hundidos en el mar de su muerte, y al besar la hermosa cara sin vida de Agamenón. Blanca al tocar con sus dedos vírgenes los ojos sin mirada de Agamenón. La túnica y las manos de Electra, siempre blancas.
DAMA 1ª.–Yo no vi aquella tarde las manos de Electra.
DAMA 2ª.–Yo no recuerdo el color de su túnica.
DAMA 3ª.–Yo estaba ordenando la ropa de la reina en sus aposentos, y no vi nada.
DAMA 1ª.–Yo estaba preparando el baño de la reina…
DAMA 2ª.–Y yo secando el cuerpo mojado de Clitemnestra…
DAMA 3ª.–Yo perfumando su pelo húmedo…
DAMA 4ª.– (Desdeña la cobardía de sus compañeras.) Al caer la tarde, todos los días de todos los años pasados desde aquel crimen, venía Electra a este trozo de tierra que aún conserva la mancha de la sangre de su padre, y lloraba…
DAMA 1ª.–Gemía…
DAMA 2ª.–Con un lamento que parecía llamar a su padre…
DAMA 3ª.–Un cántico de muerte…
DAMA 1ª.–La acongojada doncella Electra.
DAMA 2ª.–Electra la mujer huidiza.
DAMA 3ª.–La mujer huraña.
DAMA 1ª.–La solitaria hija del rey muerto.
DAMA 2ª.–La arisca hija de la reina Clitemnestra.
DAMA 3ª.–Electra y su voz quejosa.
DAMA 4ª.– (Cortante.) Electra ya no viene a lamentar la muerte del soberano ante estas piedras, que son el fundamento de este reino.
DAMA 1ª.–¿Cuánto hace que Electra no llora ante estas piedras?
DAMA 2ª.–Hace mucho…
DAMA 3ª.–Un año…
DAMA 4ª.–Hace más de dos años que Electra, a esta hora en que el sol cae, ha dejado de darnos su luz.
Aparece entonces en la puerta del palacio la reina Clitemnestra, agitada, con el pelo revuelto y llevando una especie de camisón.
CLITEMNESTRA.–¿Dónde está Egisto?
La Dama 4ª se aleja y desaparece, y las otras tres se disponen a atender a su señora la reina, que busca con la mirada y se acerca al lugar de la piedra donde podrían quedar huellas de sangre del rey Agamenón. Las damas le traen ropajes y ungüentos, y empiezan a arreglarla y peinarla.
CLITEMNESTRA.–No quiero vestirme de reina esta noche. ¿Por qué me traes ropa de ceremonia, si no hay ceremonia? Egisto está de caza, y siempre que las gacelas y las torcaces se le dan bien, no vuelve. O vuelve al amanecer, cuando yo me he cansado de esperarle y me he dormido sola en la cama. Sola. (Clitemnestra se deja arreglar, indiferente.) Y antes era igual. Antes. El rey Agamenón era un cazador consumado. Sus trofeos tenían nombre. Criseida, Briseida, Danaide…, ya ni me acuerdo. Todas tenían nombres muy parecidos, y ellas mismas, según me han dicho, también se parecían. Todas eran de hermosas mejillas, altas de talle, más que yo, diestras en la poesía algunas, y otras muy aguerridas, como amazonas. Todas puras. Él se encargaba de hacerlas impuras. Claro que Agamenón estaba en una guerra, y los soldados tienen dispensa. Los soldados, y más que los soldados los comandantes, dan y reciben regalos. Briseida, Criseida, Casandra…Qué se yo. El botín de guerra de mi esposo. Ifigenia. (La mención de ese nombre impresiona a las damas.) También Ifigenia, mi hija mayor y más amada, cayó abatida en la caza; su padre Agamenón se la ofreció como ave de presa a otro cazador aún más poderoso que él. La guerra exige trofeos. La guerra deja despojos. (A las damas.) ¿Ya habéis acabado? En esta casa hay demasiados espejos, y cada uno, cuando me miro en él, me habla de una mujer distinta. (Aparece entonces la Dama 4ª, y la reina se dirige a ella.) ¿Has visto a mi segunda hija, Electra? Tú siempre has estado cerca de ella.
DAMA 4ª.–La princesa Electra ya no vive en este noble palacio.
CLITEMNESTRA.–¿No? ¿Y por qué no?
DAMA 4ª.–Vos deberíais saberlo, mi señora.
CLITEMNESTRA.–¿Yo? Yo solo soy la esposa del rey. La esposa de dos reyes.
DAMA 4ª.–Sí, mi señora.
CLITEMNESTRA.– (¿Finge o tiene un asomo de mala conciencia?) Electra siempre venía al atardecer, y se ponía a llorar delante del palacio. Yo cerraba las puertas de mis habitaciones a esa hora, y aun así me llegaba su llanto, como una melodía del más allá.
DAMA