Cita en la burbuja
Por Alicia Fenieux
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“(Alicia Fenieux) Es una voz cautivadora dentro de la narrativa emergente. Sus cuentos breves y punzantes hablan de un futuro próximo y no por ello tentador".
Acta Premio Municipal de Literatura 2011, género cuentos.
“Muchas veces, más que leerla, vemos lo que nos cuenta en una pantalla, la historia se nos transforma en un cortometraje que nos mantendrá atentos hasta llegar al final”.
Anamaría Güiraldes.
Cita en la burbuja retoma los temas preferidos la autora: el futuro en una sociedad que ofrece desde chips para activar el deseo hasta embriones premium. Son quince cuentos ambientados en un mundo voraz e impersonal, donde la realidad inmediata se confunde con la virtual. En esta nueva entrega, una adolescente –en su orgía de iniciación sexual– se pondrá el chip equivocado; una mujer que busca enamorarse vivirá una experiencia insólita; un fóbico social descubrirá maravillado una burbuja aislante.
Editorial Forja.
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Cita en la burbuja - Alicia Fenieux
CITA EN LA BURBUJA
ALICIA FENIEUX
Cita en la Burbuja
Alicia Fenieux Campos
Editorial Forja
Ricardo Matte Pérez N° 448, Providencia, Santiago-Chile.
Fonos: +56224153230, 24153208.
www.editorialforja.cl
info@editorialforja.cl
www.elatico.cl
Acuarela portada: Luisa Pérez-Jara
www.perezjara.blogspot.com
blog: www.cuentosdealicia.cl
Edición electrónica: Sergio Cruz
Primera edición: noviembre, 2012.
Prohibida su reproducción total o parcial.
Derechos reservados.
Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de la cubierta, puede ser reproducida, almacenada o trasmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea eléctrico, químico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin permiso previo del editor.
Registro de Propiedad Intelectual: Nº 216.696
ISBN: 978-956-338-226-6
Impreso en los talleres de IGD Ltda
www. igede.cl
A Lucho,
para nuestro viaje al futuro y otros destinos.
Sigamos, la vida es prodigiosa.
Cita en la Burbuja
Fu e una de las muchas postulaciones a una cita romántica que había cursado en los últimos años. Kiriaki estuvo a punto de desistir, pero la soledad de esos días –acentuada por la quietud del verano– la impulsó a seguir en concurso y finalmente, afinó su perfil –ficha holográfica incluida– y completó el listado de características que quería encontrar en una pareja, desde el sexo hasta las preferencias culinarias. ¿Para qué preguntarán tantas tonterías? ¡Qué importa si odia los pepinos! Aquella vez había sido lo más precisa posible para no volver a equivocarse. Despachó la solicitud desde el touch de su terminal y permaneció frente a la pantalla viendo como su portafolio ingresaba al sistema y comenzaba a combinarse con los de otros solteros. El proceso era tan rápido que pasaron miles de nombres en menos de un minuto. Sin embargo, se barajarían millones de posibilidades y el asunto tomaría su tiempo, no valía la pena esperar ahí. Se giró y caminó hacia el kitchenet a prepararse el batido de la media tarde. Apenas había dado dos pasos, cuando una fanfarria invadió el ambiente de su pequeño dormitorio, al punto de paralizarla en seco. Miró hacia el proyector en el muro, sin entender. Unos fuegos artificiales en 3D, acompañados de una música festiva, explotaban frente a ella con colores tan reales, que Kiriaki tuvo miedo de que las chispas quemasen la fibra barata del cubrepiso. ¡Bingo… pleno acierto!, repetía un jingle sin fin. Se acercó a las imágenes tratando de recordar alguna lotería, rifa o apuesta menor en la que podría haber participado. No, a ella no le atraían esas cosas. La fiesta de luces continuó ante sus ojos hasta que un presentador asomó en la pantalla para informarle, con la expresión de quien anuncia algo extraordinario, que el sistema había detectado –como pocas veces– coincidencias asombrosas entre ella y otro usuario: su perfil calzaba perfectamente con la solicitud de ese postulante y, al mismo tiempo, él era el hombre exacto que ella estaba buscando. No había un solo aspecto que no se ajustase a lo formulado en las fichas individuales. El uno para el otro, cóncavo y convexo
, agregó el hombre y luego desapareció con la sonrisa demasiado amplia de los individuos virtuales. La música de fanfarria, los Bingo
y los fuegos volvieron a llenar el ambiente y esta vez, Kiriaki también celebró.
Se llamaba Yon Guido. A la hora fijada, ambos se instalaron en cabinas públicas de conexión a varios kilómetros de distancia, se ajustaron los sensores y activaron sus personajes virtuales. Habían acordado encontrarse en un sitio de diversiones en la Net. Ella eligió para la ocasión una malla entera y una pequeña falda repolluda. Eso era lo que más le gustaba de Ki, su versión digital: cualquier cosa que se pusiera le quedaba bien. No tener corporalidad, es decir, no sudar, no respirar realmente, no sufrir a lo largo de la cita de ningún deterioro físico –su moño siempre perfecto y su ropa impecable– era sin duda la mejor forma de empezar una relación. Si la vida pudiera ser siempre así
, solía lamentarse. Caminó hacia las canchas de patinaje donde él la estaría esperando. Apenas lo vio, le pareció un hombre claramente atractivo: altura media, rasgos suaves, colores ambarinos, 48 años, aspecto formal. Apuró el paso.
–Hola, soy Ki.
La escena se amplió y rotó en 360 grados en torno de la pareja. Yon Guido y Kiriaki –más bien sus clones cibernéticos– se sonrieron. Ella tuvo de inmediato la sensación de haberlo impresionado: las pupilas de Yon Guido se dilataron. Luego, él siguió mirándola de manera tímida, como temiendo desencantarla, lo cual estableció ciertas ventajas a favor de Ki. Ya era un gran avance que el tipo fuera alguien normal, reflexionó. Aún le producía vergüenza recordar aquella vez en que el personaje en cuestión manifestó indesmentibles problemas mentales. Seguro, lo habían aleccionado para que mantuviera la boca cerrada y la expresión meditabunda de modo que sus silencios parecieran pausas reflexivas. Y esa cita con el aspirante a gigoló… torpe y tan vulgar. Cuántos malos ratos le había causado su afán de encontrar una pareja y enamorarse. Pero Kiriaki no desistía. Estaba a punto de cumplir cincuenta, en la mitad de la vida, y quería vivir una pasión. La única vez que sintió algo así fue por un dentista. Tan amable, con esa boca perfecta y la mirada penetrante, observándola, mientras ella le sonreía sin saber qué decir. Siempre lo mismo, hasta que el hombre se atrevió a dar el paso siguiente. Vamos a tener que hacer algo con ese canino que sobresale; es un gen regresivo, está demás
. No volvió a verlo pero gracias a él ahora podía reír abiertamente, sin entrecerrar la boca para ocultar el canino. Esa tarde Kiriaki, más bien Ki, mostró sus atributos a Yon Guido –la sonrisa impecable, el peinado exacto– con una soltura inesperada incluso para ella misma y él la acompañó feliz, con un brillo de asombro en los ojos.
La segunda cita sería en la realidad. Ese era para Kiriaki el momento más difícil del acercamiento, cuando forzosamente debía exponer sus texturas, olores y otros fluidos; mostrarse con todas las limitaciones, las asperezas y las profundidades de su cuerpo, que a veces le parecía molesto. La primera impresión de un encuentro real siempre había sido el instante de la verdad. Establecía una atmósfera y determinaba lo que ocurría después. La experiencia la había entrenado y ya podía detectar en los segundos iniciales cuándo una relación era posible en el tiempo. La bastaba con observar el arco de los labios, la dirección de los ojos o cómo el sujeto ladeaba la cabeza al comenzar a hablar, para prever un triunfo o una nueva y más severa frustración. Sería injusto decir que Kiriaki no resultaba lo suficientemente interesante a sus potenciales parejas. En muchos casos fue ella quien evitó avanzar después del contacto en directo. La humanidad espesa del otro también la incomodaba.
La cita con Yon Guido fue distinta. Ambos llegaron puntuales a la Burbuja, un parque de especies exóticas en el centro de la ciudad. Bajo una inmensa cúpula vidriada, la atmósfera se mantenía aromosa y tibia; era un excelente lugar para una situación que podía ser incómoda. Kiriaki lo vio venir desde el extremo opuesto. Se detuvo nerviosa y en un gesto inconsciente, se ordenó el pelo que había peinado hacia atrás. Cuando él quedó frente a ella, se disolvieron sus temores. Yon Guido irradiaba una calidez que invitaba a la cercanía y la situación fluyó como si fueran cómplices en algún juego secreto.
–Eres mucho más linda en persona –dijo él con ternura.
–Lo dices por decir algo y ser amable.
–Nada me obliga a ser amable. Lo digo porque es cierto.
–¿Quieres sentarte o caminamos? –preguntó ella que no sabía de halagos.
–Quiero conocerte –respondió él con aplomo–. Y que me conozcas.
Yon Guido extendió el brazo con la palma de la mano hacia arriba para que su muñeca quedara expuesta.
–Pon tu lector en mi chip. No soy un inmigrante ni vengo de los extramuros. Tengo todo en orden pero, no soy perfecto. Simplemente quiero una relación estable y profunda con alguien como tú.
Kiriaki había aprendido a desconfiar y agradeció el gesto. Acercó su comphone hacia la muñeca expuesta. Bajo la piel suave, hacia el vértice del codo, encontró la sombra de un rectángulo pequeñísimo y plano. Cada vez lo hacen más chicos
, pensó recordando que su implante de identificación era palpable al roce, ciertamente de una generación anterior. Notó que las venas