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El Factor Geológico: San José: sondajes hacia la vida
El Factor Geológico: San José: sondajes hacia la vida
El Factor Geológico: San José: sondajes hacia la vida
Libro electrónico603 páginas7 horas

El Factor Geológico: San José: sondajes hacia la vida

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Al proceso de gestación del drama técnico y humano más espectacular de la historia minera chilena le faltaba un libro como este. Tan enterrados como los 33 mineros habían quedado los hechos pormenorizados de esa saga impresionante. Un porcentaje enorme de esa historia tenía que ver con ignorados geólogos, sondajistas y técnicos mineros con sus increíbles máquinas de sondajes. Walter Véliz y Felipe Matthews han escrito un thriller apasionante sobre el rescate minero más observado de la historia y que muchos desconocen en los detalles que los autores revelan. En estas páginas se salda la deuda de información de las noticias periodísticas del rescate de los 33, a través del relato del proceso de gestación de esas noticias, que estaba faltando.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento1 oct 2015
El Factor Geológico: San José: sondajes hacia la vida

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    El Factor Geológico - Walter Véliz Araya

    EL FACTOR GEOLÓGICO

    San José: sondajes hacia la vida

    © Walter Véliz Araya 2012

    © Felipe Matthews Rojas 2012

    Registro de propiedad intelectual nº 210.497

    ISBN 978-956-927-425-1

    Derechos reservados.

    Ninguna parte de esta publicación podrá ser reproducida, almacenada o transmitida en cualquier forma o medio: electrónico, mecánico, óptico o químico, incluidas las fotocopias, sin previa autorización expresa y escrita de los autores.

    Fotografía de portada: cortesía de Lucía Cuitiño, geóloga.

    La imagen es una microfotografía de una muestra de roca obtenida del sondaje 15A, realizado con la técnica de sondaje diamantino y que fue parte de los sondajes de búsqueda de los 33 mineros en San José. La roca corresponde a una diorita cuarcífera de piroxeno, biotita y anfíbola. Se observa una textura holocristalina hipidiomorfa, constituida por plagioclasas macladas, biotita, piroxenos y anfíbolas. La imagen fue registrada a nícoles cruzados, con un aumento de 5x10.

    Concepto y realización: Carolina Díaz / Memoria creativa

    www.memoriacreativa.cl

    Periodista: Consuelo Terra

    Investigación y producción: Valentina Durruty

    Diseño: Fernanda Ulloa

    Infografías: www.graficainteractiva.cl

    A Katrina, mi tierna hija.

    A mi esposa Ketty, por su apoyo incondicional.

    A mi madre Rosa, por ser como es.

    A todos los sondajistas, por sus esfuerzos y sacrificios.

    Sin ellos, no hubiese existido rescate.

    Walter

    A Marcela, hermana y amiga. Una mujer casi perfecta.

    A María Isabel, la niña más linda del universo.

    A tres hombres a quienes, por diversas razones, envidio:

    Felipe Ignacio, por su generosidad y paciencia.

    Nicolás, por ser emprendedor y corredor de maratones interminables. Cristián, por ser un incansable conquistador.

    Felipe

    AGRADECIMIENTOS

    Quiero agradecer aquí a BHPBilliton y a Minera Escondida, en la persona de don Edgar Basto, por escuchar el llamado de solidaridad y destinar los recursos humanos y materiales necesarios para ir en ayuda de los 33 mineros de Atacama. Estuve ahí y sé que este aporte, sumado a todos los demás, fue crucial. Al mismo tiempo, vayan aquí mis especiales reconocimientos por el apoyo brindado en la materialización de este relato de vida, que vierte en cada palabra y cada página las vivencias de un gran equipo humano multidisciplinario que, abnegadamente, en extenuantes días de trabajo, contribuyó al rescate en San José.

    Walter Véliz Araya

    Tal vez una de las cosas más difíciles de lograr en la vida es la confianza. Así entonces, expreso mi agradecimiento a Minera Escondida, y no solo por la confianza que depositó en nosotros al colaborar en la escritura de estas líneas. Quiero agradecer públicamente la generosidad que demostró al poner en nuestras manos una inmensa cantidad de recursos, sin los cuales habría sido imposible encontrar y devolver a la vida a 33 personas.

    Felipe Matthews Rojas

    ÍNDICE

    Por qué escribí este libro: Walter Véliz Araya

    Por qué escribí este libro: Felipe Matthews Rojas

    Prólogo (por Francisco J. Ortiz)

    Parte I: Prospección de 33

    El gran derrumbe

    Un geólogo de Vallenar llega a San José

    Máquinas del desierto

    La indeseable desviación

    Vida en la mina

    El sondaje de la esperanza

    Parte II: Extracción de 33

    El plan de los geólogos

    El sondaje 6C por dentro

    Atascados en el medio del pozo

    Decisiones al límite

    El fin del infierno

    Reportaje visual

    Anexos

    POR QUÉ ESCRIBÍ ESTE LIBRO

    Desde que nos reencontramos en las plataformas de la mina San José, tras el derrumbe del 5 de agosto de 2010, Felipe y yo fuimos un equipo. Asumimos un papel para el que, en algún momento, temimos no estar preparados. Nos agarramos la cabeza a dos manos al ver las desviaciones de los sondajes. Solucionamos problemas que parecían no tener salida. Discutimos entre nosotros y con los demás integrantes del equipo de sondajes. Nos abrazamos y lloramos juntos, como no he llorado con nadie que yo recuerde, cuando supimos que los 33 mineros estaban vivos y esperando que los sacaran. Compartimos incontables sándwiches de carne y queso fríos y desaliñados. Vivimos el mismo cansancio: noches sin dormir, de pie en la plataforma, congelados en el frío nocturno del desierto. Y, una vez terminado el rescate, juntos escribimos este libro.

    A Felipe se le ocurrió la idea cuando aún no terminaba el proceso de sondajes. Yo no tenía experiencia en redactar este tipo de textos, mi relación más cercana a las letras tiene que ver con la tesis de pregrado que exigía la carrera de Geología y luego la de postgrado. Sin embargo, me fui entusiasmando mientras analizábamos los pormenores: ¿lo orientamos a los aspectos técnicos y al trabajo desarrollado por los geólogos?, ¿nos centramos en los aspectos humanos de la historia, que los hubo en abundancia?, ¿lo escribimos en primera persona?, ¿relatamos en detalle los vaivenes de los tres planes de rescate?

    El resultado de todas estas conjeturas que nos apasionaron durante meses está en este libro, en el que optamos conscientemente por escribirlo en tercera persona, porque ni Felipe ni yo fuimos los protagonistas de esta increíble historia. Aquí hubo un equipo entero de sondajes y de geología que se armó sobre la marcha y que se consolidó durante los 69 días que los mineros durmieron bajo tierra. Ese equipo humano anónimo no estuvo en las noticias ni en las conferencias de prensa pero, sin su sacrificio y dedicación, la misión de búsqueda y rescate no hubiera tenido éxito.

    No es difícil entender que mi participación en San José, una vez concluida, se volvió un tema recurrente en mis conversaciones. La intensidad de la experiencia allí vivida no dejaba espacio para otros intereses, al menos en los primeros meses tras el rescate. Mientras hablaba y escuchaba la percepción de la gente a mi alrededor, me di cuenta de que no se conoce en profundidad la colaboración voluntaria de las empresas privadas, que aportaron recursos económicos, tecnológicos y, sobre todo, humanos, durante los sondajes. Todas ellas, sin excepción, tenían un solo objetivo por delante: encontrar a los 33 mineros. Y no escatimaron esfuerzos para conseguirlo. Sorprende ver los resultados fructíferos de una sólida y desinteresada concurrencia entre dos mundos: el privado y el estatal.

    Quiero aprovechar asimismo esta instancia para destacar mi personal explicación del éxito que tuvimos en la primera etapa, la del contacto. Se sumaron de manera perfecta tres factores: la correcta planificación de los sondajes a cargo del equipo de Minera Escondida; el proceso de medición de la trayectoria de sondajes, ejecutado limpiamente por la empresa GeoAtacama con un instrumento de última generación que garantizó la localización exacta del sondaje, y el aporte de los profesionales de la empresa Maptek a través del software Vulcan, que permitió conocer la trayectoria real en tres dimensiones de los sondajes.

    Si no hubieran concurrido estos tres factores, si uno solo de estos procesos hubiera fallado, estoy convencido de que hubiéramos escrito un libro muy distinto.

    En la segunda etapa, la del Plan B, a un equipo consolidado de geólogos, se integró un muchacho de 24 años, y esto también quiero contarlo. Él, terminando en ese momento la carrera de Ingeniería, mostró cuán innovadores pueden ser los jóvenes si se les entrega espacio y motivación. Su ingenio y creatividad, sumados a su inagotable capacidad de trabajo, ayudó a hacer realidad el feliz rescate.

    Personalmente, llevo una carrera entera dedicada a la prospección y sondajes, gran parte de ella desarrollada en Minera Escondida. Por eso quisiera dejar establecida otra de las motivaciones que me impulsó a embarcarme en este proyecto literario: la posibilidad de dar a conocer la importancia del sondajista. En San José quedó inequívocamente demostrado que, además de estar orientado a la búsqueda de recursos minerales e hídricos, es capaz de esfuerzos y sacrificios desmedidos cuando tiene enfrente un objetivo noble. Encontrar y devolverles la vida a los 33 mineros atrapados en un infierno subterráneo no fue un azar. Sin los geólogos y sondajistas, y el apoyo de tecnología de punta, no hubiera sido posible. Y quiero que todos sepan esto, porque estoy orgulloso. Muy orgulloso.

    Walter Véliz Araya

    POR QUÉ ESCRIBÍ ESTE LIBRO

    A los 14 años, cuando era alumno del grado técnico profesional en la antigua Escuela de Minas de Copiapó y cursaba segundo medio en la especialidad de Técnico en Minas, entré por primera vez a un pique minero y sentí un miedo espantoso. Aun así, y a pesar de dicha experiencia, seguí decidido a cumplir mi sueño de niño: trabajar en minería.

    La pasada por Copiapó fue una buena antesala de lo que vendría luego en mi vida. Cuando egresé de Geología de la Universidad Católica del Norte, y con la intención de conocer y aprender, inicié un peregrinaje por minas de la III Región consideradas dentro del segmento de la pequeña minería. Allí aprendí de buzones y buitras, de chimeneas y caserones, de chiflones y cogotes, de puentes y pilares, de maray y trapiches, de cacho y cola. Allí aprendí que si quedaba algo en la cola del cacho era porque, con seguridad, la ley de la muestra estaba sobre 4 gramos por tonelada. Allí aprendí que había gente en los cerros tan hombre como para soportar el hambre cuando la veta se broceaba o el lixi no pagaba.

    En esa época entendí lo que era una suerte de filosofía minera: que en los días que uno estaba en el pueblo había que ponerle firme, pues no sabía si volvería a regresar del cerro. Con el nivel de incerteza e inseguridad con el que se trabajaba (y, en algunos casos, se trabaja aún), era poco probable salir con vida de un socavón cuyo techo goteaba ni menos escapar cajeando por un pique.

    En más de una oportunidad el miedo me inundó. Como cuando estaba reconociendo la mina Vallenarina, allá en la intersección de la ruta norte con el acceso a Taltal. Allí, junto a mi ayudante Juan Pérez Paredes, nos sorprendió un sismo que estuvo al borde de terremoto para los que estaban fuera de la mina pero, para nosotros, que estábamos entre cogotes y puentes, fue el cataclismo más grande de la historia.

    Aún retumba en mis oídos la venida de una buitra en una mina en las inmediaciones de Carrera Pinto. Maldita saca que se llevó con ella la vida de un barretero y dejó colgando a otros dos. Maldito planchón que aplastó la vida de aquel muchacho de 22 años, presidente del comité paritario, en la mina Buena Vista, en Michilla.

    Entonces, cuando supe lo que estaba ocurriendo en San José y teniendo aún el fresco recuerdo de los olores y la falta de aire que había sentido en la mina Cachiyuyo, al norte de Chañaral, podía vivir en carne propia las temibles sensaciones que se viven a los 700 metros de profundidad. A pesar de estar a muchos kilómetros de San José, me sentía allí. Siempre estuve allí.

    Al día siguiente de llegar físicamente a la mina, le comenté a Walter Véliz que creía necesario, fuera cual fuera el desenlace, escribir sobre lo que estábamos viviendo. Que era nuestra obligación escribir sobre los aspectos técnicos de lo que estábamos haciendo. Que con seguridad (y en ello no me equivoqué) saldrían muchos expertos en el lápiz que tratarían de relatar lo que allí estábamos desarrollando. Que con seguridad (en eso tampoco me equivoqué) muchos se ufanarían de haber encontrado y rescatado a los mineros.

    Yo estaba convencido de que los ubicaríamos y que encontraríamos la manera de sacarlos. Y de que éramos nosotros, los geólogos, quienes teníamos la responsabilidad histórica y moral de relatar la verdad.

    Walter no vaciló en aceptar el desafío. En aceptar, como hombre, que diríamos la verdad, más allá del resultado de nuestro cometido.

    Al pasar de los días fui observando la naturaleza humana y vi cómo algunos perseguían las cámaras de televisión, los flashes y los lentes de los fotógrafos, para arrogarse el cumplimiento de supuestas tareas titánicas. Entonces, reafirmé la necesidad de escribir este libro.

    Detrás de este relato no han existido intereses económicos ni de figuración. Tal como se lo planteé a Walter desde un principio, debíamos decir la verdad: que este milagro lo construyeron sondajistas y geólogos. Los mismos sondajistas y geólogos que encuentran y generan riqueza a partir de su trabajo (nunca reconocido) y que hacen que Chile viva, se desarrolle y florezca.

    Qué duda cabe de que Dios y el gran arquitecto se conjuraron en San José, para hacernos entender a los mundanos que cuando se trabaja en equipo los milagros se multiplican. Que cuando las ideas negras y blancas se suman, afloran mágicos tonos grises.

    Este libro no tiene todo el legado denso y técnico que recogimos en San José −esto, quizás sea para otras largas noches de trabajo− pero tiene la realidad de los hechos y el reconocimiento a quienes realmente sudaron y pusieron el pecho. Aquí están grabados a fuego los nombres del Miño, de Sandra, Paola y Macarena, de Castagno y Sprohnle, del Lalo Hurtado, de Igor y Mijali, de Miguel Pérez, de Kurt y James, de Danko, José y Cristián y de tantos otros que trabajamos por la vida de seres humanos a los que nunca conocimos y que seguimos sin conocer.

    Felipe Matthews Rojas

    PRÓLOGO

    Como antiguo ingeniero civil de minas y geólogo minero, conocedor también de minas subterráneas de la pequeña y mediana minería, seguí con mucho interés y angustia los pormenores del derrumbe de la mina San José que el jueves 5 de agosto de 2010 había dejado sepultados a unos 700 m de profundidad a un grupo de 33 mineros, concitando atención mundial. Varias razones tenía para ello.

    i) por la magnitud de la tragedia, que perfectamente podría haber arrebatado la vida a aquellos esforzados trabajadores; ii) porque he sentido en carne propia el pavor de estar en medio de un fortísimo y prolongado temblor en las profundidades de una mina, como ocurrió mientras dibujaba un mapa topográfico-geológico en Punta del Cobre, Copiapó, produciéndose un gran tierral y caída de rocas, junto a un ruido ensordecedor que parecía provenir de todas partes, sin tener dónde ponerme a salvo. Angustia similar o aún mayor experimenté después en Inca de Oro, al derrumbarse parcialmente, a raíz de otro movimiento telúrico, la entrada a la antigua mina subterránea −a la sazón abandonada− Manto Cuba, en la que me encontraba haciendo también un mapeo geológico y la cual era vecina a la mina San Pedro de Cachiyuyo, donde se había producido años antes un gran asentamiento por efecto de sobreexplotación de sus ricos puentes y que, según se decía, habría sepultado a un turno completo de mineros, cuyos cuerpos nunca fueron recuperados y, al parecer, allí aún se encuentran; iii) porque durante mis primeros años de profesión, una decena de lustros atrás, siendo aún muy joven, hice un estudio geológico muy detallado de la propia mina San José, encargado por la empresa minera Sali Hochschild S.A., de Copiapó, que evaluaba, en ese entonces, la posibilidad de arrendarla. Si bien la mina en aquellos años alcanzaba solo unos 300 m de profundidad, ya tenía algunos grandes y lúgubres caserones abiertos sobre la potente veta San José. Le guardaba yo una aversión particular a esta mina, porque en plena época de mi estudio, un minero había fallecido al precipitarse a un pique interior inundado y quedar atrapado en el fondo, entre maderos y desperdicios de mina. Debido a lo infructuoso del rescate, la empresa Hochschild S.A. llegó a contratar novedosos hombres-rana en Santiago, escasos y poco conocidos en aquel entonces, para recuperar el cuerpo sin vida del minero. Y, como yo había levantado, en medio de la vasta soledad del desierto nortino −y muy cerca de la entrada a la mina−, la carpa donde pernoctaba en terreno, soñaba por las frías noches que el infortunado minero regresaba del más allá para llevarme también al fondo del fatal pique; iv) por último, tenía una gran curiosidad técnica por saber cómo se resolvería la problemática de perforar sondajes en aire reverso (que avanzan triturando la roca), inclinados y de gran longitud, susceptibles de desviarse con facilidad de su trayectoria original, al tratar de impactar en el pequeño recinto, ubicado a unos 700 m de profundidad, donde se suponía podían encontrarse los mineros atrapados. Mi experiencia al respecto −como por ejemplo, cuando a principios de los años 60 estuve a cargo de las exploraciones con sondajes diamantinos profundos en el yacimiento de hierro de Boquerón-Chañar en Vallenar−, era que los sondajes inclinados y de gran longitud tendían a desviarse de su trayectoria por causas imputables principalmente a factores geológicos. En efecto, en aquel pionero proyecto de exploración de un yacimiento sepultado y profundo en Chile, un sondaje diamantino de 1.000 m de longitud, inclinado y orientado al norte, experimentó una inusual desviación de nada menos que 200 m al este, en tanto algo similar ocurrió con una perforación paralela de igual longitud, que se desvió también en 200 m, pero hacia el oeste. Incluso, un sondaje vertical de 1.000 m de longitud no siguió una línea recta como se esperaba, sino que su trayectoria resultó ser un verdadero tirabuzón que se desvió varios metros de su destino final.

    Mientras seguía con atención las operaciones de rescate, pensé en algún momento desenterrar mis ya olvidados informes y detallados mapas geológicos subterráneos y de superficie de San José. Tal vez más de alguna utilidad podrían haber prestado, al menos para saber que la roca encajadora de los vetarrones mineralizados no era uniforme, como se suponía al inicio del rescate, según se desprende al leer el libro en comento. Pero, desafortunadamente, el informe de marras se extravió en la oscura inmensidad de los tiempos geológicos.

    Continué, entonces, como cualquier hijo de vecino, prestando máxima atención a la marcha diaria de los acontecimientos en San José, de acuerdo a lo transmitido por los medios. Mi fuente favorita de información era el programa de radio La prueba de ADN, del periodista Fernando Paulsen, de quien admiraba su claridad prístina para explicar aspectos muy técnicos de la operación, particularmente aquellos relativos a la perforación de los pozos de rescate. Y, como todos, sentí una inmensa alegría cuando, un buen día, el propio Fernando fue el primero en transmitir por la radio la feliz noticia, dando cuenta de que un sondaje había contactado a los mineros y que los 33 permanecían en el refugio y estaban todos bien.

    Posteriormente, cuando los mineros habían sido rescatados con éxito, provocando expectación y júbilo en todo el orbe, y escuchando siempre el programa de Paulsen, llamó poderosamente mi atención la entrevista al geólogo Felipe Matthews, fundador de la empresa de servicios geológicos GeoAtacama, quien mencionó su propia y relevante participación en el rescate y destacó el rol esencial desempeñado por dos jóvenes (comparados conmigo) geólogos de Minera Escondida Limitada, el gerente de Geología Walter Véliz y el especialista Nicolás Cruz, quienes, secundados por el ingeniero Marcos Bermúdez, habían tenido una crucial participación en la planificación y dirección técnica y ejecución de los sondajes perforados en San José, de los cuales tres lograron establecer contacto con los mineros atrapados. Curiosamente, no había escuchado mencionar sus nombres a través de los medios durante los interminables 69 días que demoró el rescate, y me causó una genuina y gran alegría verificar que profesionales geólogos que yo conocía muy bien habían sido tan importantes en el feliz desenlace, atendiendo a lo cual, ese mismo día, y mediante un correo electrónico, les expresé mis felicitaciones y parabienes por el éxito alcanzado.

    Por ello no dudé en aceptar, con mayor alegría aún, la reciente invitación de los autores a leer esta interesante narración y escribir este prólogo en base a su contenido y desde una óptica externa a los episodios y las operaciones de rescate propiamente tales. Si bien uno conoce el desarrollo de los acontecimientos y el feliz desenlace, al leer el libro me encontré con un apasionante y didáctico relato, profusa y claramente ilustrado, en que se describen inéditos detalles y pormenores de las arduas y esforzadas jornadas en terreno de talentosos profesionales: geólogos, ingenieros de minas, especialistas en computación, expertos en sondajes, todos quienes contaron a la vez con el valioso apoyo de hábiles operarios de diversos oficios que, codo a codo junto a ellos, trabajaron sin desfallecer hasta alcanzar la meta trazada.

    El libro responde a mis conjeturas originales y proporciona al lector novedosos y desconocidos antecedentes respecto de cómo se alcanzó dicha meta, describiendo los aspectos técnico-geológicos que se tuvieron en cuenta, como asimismo las tecnologías computacionales de punta que se utilizaron para seguir, paso a paso, la trayectoria de los sondajes destinados a hacer contacto con los mineros. En suma, es un itinerario que va mostrando desde el comienzo las numerosas dificultades técnicas y algunas organizacionales que los geólogos tuvieron que superar, no para encontrar un gran yacimiento mineral oculto, que es el sueño dorado y la meta de un geocientífico minero de exploración, sino esta vez para dar con un tesoro mucho mayor, como lo era la inapreciable vida de 33 mineros sepultados a varios cientos de metros de profundidad.

    Mantuve el interés a lo largo de todas sus páginas, desde que el relato comienza describiendo la llegada del numeroso contingente de personal y de maquinarias de Minera Escondida a San José, tan solo tres días después de ocurrido el infortunado accidente. El gerente de Geología, W. Véliz, en una primera apreciación, se dio cuenta de que un sondaje vertical, el más rápido para llegar a los mineros, sería difícil por las adversas condiciones topográficas del terreno y del interior de la mina, por lo cual no quedaba otra opción que hacer los sondajes inclinados. Consideró pertinente, entonces, advertir a las autoridades que los sondajes inclinados, sobre todo los perforados con el sistema de aire reverso, suelen desviarse porque la rotación en sentido horario y el peso de las barras de perforación los aparta de la dirección proyectada inicialmente. Y, como el rango de error era 5%, cuando los sondajes en San José alcanzaran la profundidad de 700 m, la desviación sería 35 metros del lugar en que se encontraban los mineros. Tolerable para fines geológicos de exploración, pero inadmisible para salvar vidas humanas.

    Por las características geológicas de la mina San José, que yo bien recuerdo de mi estudio de años atrás, era dable prever que las operaciones de sondajes se verían enfrentadas a un sinnúmero de dificultades: potentes vetarrones lenticulares de cobre y oro en ganga de calcita, emplazados estos en zonas de fallas geológicas con presencia de fallas secundarias de tensión, sistemas de fracturas, enjambres de gruesos filones gris verdosos y grano fino encajados en roca granítica rica en duro cuarzo, etc. Sin contar que, por ser una antigua mina subterránea, era muy probable que algunos de los sondajes perforados intersectaran o fueran a dar a anteriores y desconocidas labores mineras no registradas en mapa alguno, como me había sucedido, por ejemplo, en los años 70, en Punta del Cobre, en exploraciones con sondajes realizadas para la gerencia de Fomento de la Empresa Nacional de Minería.

    Para observar y tratar de controlar la desviación de los sondajes, Véliz hizo ver al propio ministro Golborne la necesidad de medir constantemente −aunque ello demorara la operación de rescate− la trayectoria de los pozos que serían perforados por las empresas Geo-Operaciones; Terraservice; Major Drilling Chile; Geotec Boy- les Bros, Adviser Drilling y Boart Longyear. Luego, si alguno de los sondajes se desviaba, no había otra alternativa que detenerlo y cambiar la máquina de lugar para empezar uno nuevo.

    Este procedimiento me pareció acertado, a diferencia de intentar corregir la trayectoria de los pozos mediante el empleo de cuñas, como fue sugerido por supervisores de otras empresas. La introducción de largas cuñas de desviación para provocar la deflexión orientada del barreno de perforación es una maniobra compleja, especializada y, sobre todo, lenta, no recomendable en este caso en que el tiempo apremiaba. En las primeras exploraciones de Boquerón-Chañar, tuve oportunidad de experimentar con esta, ahora más bien primitiva, técnica de perforación direccional, cuando quedó atrapada una herramienta en un pozo profundo que no queríamos perder. Entonces, fue necesario cementarlo parcialmente y colocar una cuña orientada, después reperforar con menor diámetro un segmento del pozo, desviándolo así de la zona del atascamiento. ¡No es difícil suponer cuánto tiempo tomó completar esta singular operación!

    Siempre pensé que el mundo minero en nuestro país era muy pequeño, que todos nos conocíamos y que de alguna manera, directa o indirectamente, estábamos en contacto, pero esta historia me ha mostrado cuán equivocado estaba. Porque he aquí que dos colegas geólogos −amigos entre sí desde sus tiempos de estudiantes en la Universidad Católica del Norte, cuando incluso compartían pensión en Antofagasta−, tenían, sin saberlo, a raíz del accidente de San José, un anhelo común. En efecto, al inicio de la operación de rescate, uno de ellos, Walter Véliz, desesperaba por contar con un método de medición de la trayectoria de sus sondajes que fuera ciento por ciento confiable; en tanto, el otro, Felipe Matthews, no muy lejos de allí, despotricaba a los cuatro vientos por no ser tenido en cuenta para emplear sus instrumentos giroscópicos de última generación y de alta precisión en el levantamiento espacial de los mismos sondajes. Increíble, pero cierto. Dos grandes amigos que no sabían cuánto se necesitaban el uno al otro en esos críticos días en que la meta de todos era encontrar con vida a los 33 mineros.

    Curiosamente, al leer sobre los giroscopios de Felipe, advierto cuán rápido han transcurrido los años, ya que a fines de los años 60, siendo alumno del Colorado School of Mines, tuve la oportunidad de asistir a una interesante conferencia de un ingeniero sudafricano que explicaba los usos del efecto giroscopio en ingeniería de minas y daba como ejemplo el traslado del norte geográfico hacia el interior de las minas de oro sudafricanas −que por aquellos años, alcanzaban ya más de 2.000 m de profundidad−, mediante el empleo de una especie de brújula giroscópica. Este nuevo sistema permitía correlacionar con mayor facilidad los laboreos subterráneos con la superficie, reemplazando la antigua y engorrosa técnica de aplomar los piques. Y ahora, más de cuatro décadas después, aparece Felipe en San José haciendo maravillas con su giroscopio buscador del norte geográfico, un preciso, delicado y costoso instrumento de última generación que se utiliza para medir la trayectoria de los pozos. ¡Como para darme verdadera cuenta del tiempo que ha transcurrido desde aquella conferencia, entonces novedosa para mí, sobre todo porque había conocido muy de cerca las dificultades del aplomado de piques para los levantamientos topográficos y geológicos que había llevado a cabo en ciertas minas medianas de la Región de Atacama!

    Me pareció esencial, asimismo, que los geólogos solicitaran el apoyo de tecnología de punta para visualizar en tres dimensiones la trayectoria de los sondajes respecto de la posición de los laboreos interiores y de la topografía de superficie, indispensable para conocer paso a paso y en tiempo real el comportamiento de los pozos de San José. En ello fue crucial la pericia en el manejo del software minero Vulcan, de los ingenieros, geólogos y geomensores de Maptek Chile, empresa que no solo está al día en lo tecnológico, sino también en incorporar el valioso aporte de las mujeres a la minería, cumpliendo un rol destacado la experimentada geóloga Sandra Jara, quien, además de un gran profesionalismo, transmitió al equipo confianza en que los 33 mineros serían rescatados. En los años de Maricastaña, ver una mujer en terreno o en el interior de una mina era algo tan impensado como disponer en aquel entonces de la tecnología Vulcan de hoy. Incluso, para lograr la visualización de los sondajes en 3D, solíamos recurrir al lento armado de laboriosas maquetas a escala, confeccionadas prolijamente en madera, vidrio y alambres, las que podían alcanzar fácilmente un volumen de 1 m y quedaban disponibles para interpretar la geología del depósito mineral y planificar nuevos sondajes.

    La visualización en 3D de las primeras perforaciones en San José corroboró lo previsto: fracasaron al desviarse. No obstante, los geólogos, con su agudo sentido de observación, supieron recopilar una valiosa información geológica, hidrológica y operacional de los sondajes, la cual fue esencial para planificar la dirección e inclinación con que debería perforarse los pozos a fin de aumentar la probabilidad de alcanzar el objetivo. Corregir la desviación no era fácil, porque incluso los reputados motores direccionales de última generación, provenientes de Australia y de Estados Unidos para este propósito, no alcanzaron a prestar la ayuda tan ansiosamente esperada, por cuanto, desde un comienzo, dichos motores se enfrentaron con serios problemas técnicos que no pudieron vencer y, a pesar de ser instrumentos de avanzada tecnología y sofisticación, sucumbieron ante la obstinada dureza y fina textura, características de ciertos niveles rocosos de San José.

    El equipo de geólogos en San José se vio enfrentado al mayor desafío de su vida profesional cuando el ministro Golborne, abatido y desalentado, comunicó, el domingo 15 de agosto de 2010, a los familiares y a la prensa la infausta noticia de que el plan prioritario de rescate, que se estaba llevando a cabo a través de la rampa y ductos de ventilación de la mina subterránea, se había definitivamente frustrado al haberse producido nuevos e infranqueables derrumbes. Ante estas circunstancias, la única alternativa viable que restaba para llegar hasta los mineros era a través de los sondajes que se estaban perforando bajo el liderazgo de Walter Véliz.

    Los geólogos, en mayor o menor medida, nos vemos enfrentados con cierta frecuencia a desafíos que exigen tomar decisiones cruciales, que pueden significar el fracaso o

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