Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

Crónica sobre una guerrilla
Crónica sobre una guerrilla
Crónica sobre una guerrilla
Libro electrónico518 páginas7 horas

Crónica sobre una guerrilla

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

El trabajo de Gilles Bataillon acerca de la guerra civil que vivió la Moskitia nicaragüense entre 1981 y 1989 plantea una serie de preguntas fundamentales para la antropología política. ¿De qué manera se describe y se entiende una guerra civil en ausencia de archivos, cuando los principales actores del conflicto son, además, personajes políticos de
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento4 sept 2023
ISBN9786079367718
Crónica sobre una guerrilla
Autor

Gilles Bataillon

Director de estudios de la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales en París y profesor afiliado de la División de Historia del Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE).

Relacionado con Crónica sobre una guerrilla

Libros electrónicos relacionados

Política para usted

Ver más

Artículos relacionados

Categorías relacionadas

Comentarios para Crónica sobre una guerrilla

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    Crónica sobre una guerrilla - Gilles Bataillon

    cover.png

    Índice

    Agradecimientos,

    Introducción,

    capítulo i

    Primeros viajes a Moskitia, 1982-1984,

    Mocorón 8 a 12 de abril de 1982: Primera investigación, primeros artículos,

    Ampliación de la investigación: Miskitus, sandinistas y autoritarismos militares,

    1984: Viajes a la guerrilla miskitu,

    Testimoniar, relatar,

    Los primeros límites de un trabajo de campo,

    capítulo ii

    Cambio de escala: De los miskitus a América Central, 1965-1995,

    El mosaico centroamericano,

    Del periodismo a la sociología,

    capítulo iii

    La aparición de un nuevo contexto, 1986-1996,

    El desarrollo de los estudios centroamericanos,

    Nuevas posibilidades de investigación en Moskitia, 1993,

    Búsqueda de nuevos interrogantes,

    capítulo iv

    Retorno a los miskitus, 1996-1997,

    Construcción de una investigación: Lecturas y relecturas, 1996-1997,

    Conformación de los archivos de las experiencias miskitus en el siglo xx,

    capítulo v

    Antropólogo de los miskitus y de la acción armada, 1997-2007,

    Primera recolección de información (septiembre de 1997),

    La institución de un espacio público,

    Trabajo del antropólogo y trabajo de los testigos,

    Las piezas heterogéneas de un mosaico,

    Primeros croquis: Las dinámicas de una sociedad en mutación,

    Anexo: Relatos de vida y documentos personales:

    De Franz Boas a las escuelas de Chicago,

    Siglas y acrónimos,

    Bibliografía,

    General,

    América Latina,

    América Central,

    Nicaragua,

    Moskitia,

    Películas,

    Las que me acompañaron a mí, y a todos los que van a tientas por el mundo, son en realidad dos: la impertinencia del espíritu, que se mezcla con todo, y la costumbre, vetusta y atada a las cosas, que da apariencia de verdad a los engaños del mundo. Quien seas, al seguirlas con tu espíritu, observarás conmigo los miserables tropiezos de tu especie; si otra cosa te parece, debes saber que las antiparras de la común obnubilación, a través de las cuales ves todo a contrapelo, están en tu nariz.

    Jan Amos Comenius

    Le labyrinthe du monde

    Agradecimientos

    Muchas personas me estimularon enormemente durante la redacción de este libro, Sabine Chalvon-Demersay, Monique de Saint Martin, Pascale Pellerin, Beatriz Urías Horrcasitas, Vincent Bloch, Bernard Vincent y Pierre-Antoine Fabre. Stéphane Audoin-Rouzeau, Claude Bataillon, Bernard Condominas, Chris­tine Pereira y Jean-Philippe Rossignol me ayudaron de manera decisiva con la sugerencia de algunas modificaciones durante la corrección definitiva del manuscrito. Alberto Valencia Gutiérrez, profesor de la Universidad del Valle de Cali, Colombia, hizo posible la versión en español.

    Introducción

    Este libro trata sobre la Moskitia nicaragüense y sobre la investi­gación que desde hace veinticinco años llevo a cabo en este lugar. Como el descubrimiento de dicha región indígena, y de este país, ocurrió en el momento en que comenzaba la guerra civil entre contras y sandinistas, empecé por investigar las condiciones que habían obligado a miles de pobladores miskitus a huir de su país a comienzos de 1982. Poco después, me propuse comprender los procesos que llevaron a los jóvenes militantes indígenas, partidarios en un principio de la revolución sandinista, a transformarse en una rama de la Contra, agrupación heteróclita de los guerrilleros antisandinistas apoyados por Estados Unidos. Para eso visité en varias ocasiones a los miskitus en el monte, primero en 1984 y luego en 1985. Regresé allí algunos años más tarde para interrogar sistemáticamente a los guerrilleros con los que había establecido vínculos de amistad.

    Escribo este libro para tratar de responder no sólo a las preguntas que me he planteado a lo largo de la investigación sino también a las que me han formulado algunas personas cercanas, univer­sitarios o no, que se asombran de que se consagre tanto tiempo y tanta energía a estudiar guerrilleros indígenas bastante atípicos. ¿Cómo termina uno por interesarse en una guerra civil? ¿Por qué toma la decisión de convertirse en antropólogo? ¿De qué manera se construye una mirada antropológica sobre hechos y acontecimientos guerrilleros? ¿A qué fuentes se recurre? ¿Cómo se debe interrogar a los testigos y a los actores? ¿Qué están dispuestos estos últimos a contar y a qué reglas obedecen sus relatos? ¿Cómo utilizar estos relatos y qué ofrecen tanto sobre el pasado como sobre el presente? Estas son las preguntas que aparecen de manera permanente cada vez que expongo los resultados de mi trabajo de antropólogo o sociólogo sobre los miskitus nicaragüenses.

    Para responder a estas preguntas he tomado la decisión de describir diferentes momentos de mis viajes y de mis investigaciones sobre los indígenas de Nicaragua. El lector puede encontrar aquí una narración de los primeros encuentros con los miskitus en los años ochenta: una estancia en el campo de refugiados de Mocorón, en Honduras, en 1982; un encuentro y unas primeras discusiones con los dirigentes de la guerrilla durante una gira de propaganda por Francia en 1983; los viajes para reunirme con los miskitus en el monte y en América Central, primero en 1984-1985 y luego en 1987. Hago referencia de manera paralela al contexto donde fueron concebidos los primeros ensayos que les consagré y los que escribí sobre el marco más general en que se inscriben sus acciones: América Central y América Latina, al igual que a la forma como fueron elaborados. Me interrogo luego sobre las condiciones que hicieron posible mi trabajo durante diez años (1997-2007) sobre los antiguos guerrilleros miskitus. Y para terminar describo las modalidades de esta investigación.

    Durante los años ochenta las condiciones de guerra favorecían cierto tipo de discurso que daba poca importancia a la introspección y a la reflexión individual. De hecho, la palabra no sólo era censurada por prudencia sino que, de manera aún más severa, la libre reflexión del locutor estaba impedida como consecuencia de que los combatientes eran parte de un cuerpo: la guerrilla. El propio observador tenía grandes dificultades para escapar a esta constricción. En 1997 hice de nuevo el intento de entrevistar a un grupo de treinta combatientes y recogí sus declaraciones y las de setenta de sus allegados. Este trabajo de construcción de relatos de vida con los actores de un conflicto armado me permitió no sólo restituir la parte que corresponde a lo aleatorio y a lo accidental, sino también el peso del contexto en el proceso que conduce a unos individuos a comprometerse en una guerra civil. Y me ha llevado por consiguiente a interrogarme sobre cómo dicho contexto social pesa sobre la reflexión de los actores, sobre las modalidades del relato del pasado que están dispuestos a construir, así como sobre sus apreciaciones del presente. El trabajo de rememoración de mis interlocutores se apoya en la tradición introspectiva del pietismo moravo, religión a la que se habían convertido los miskitus desde comienzos del siglo xx. En sus propias maneras de contar, como en su cuidado por presentar una historia plural, los miskitus habían hecho suyas ciertas tradiciones pluralistas del protestantismo.

    ¿Para qué describir los meandros de una investigación que se desarrolló en un lapso de veinticinco años? ¿Para qué describir los asombros, los impasses, las dificultades y los entusiasmos que nacen de un trabajo de campo y de los encuentros que allí se hacen? ¿Cuál es el interés por relatar en detalle los incidentes y las peripecias de una investigación? Es evidente que se corre el riesgo de caer en un exotismo de mala factura claramente identificado por Claude Lévi-Strauss desde la primera página de Tristes trópicos: La aventura no tiene cabida en el trabajo del etnógrafo, y que un poco más adelante precisa: que sean necesarios tantos esfuerzos y tantos costos inútiles para alcanzar el objeto de nuestros estudios no le otorga un valor particular a lo que habría que considerar más bien como el aspecto negativo de nuestro oficio. Las verdades que vamos a buscar tan lejos sólo tienen valor si las despojamos de esta envoltura. Resaltemos igualmente que la moda de los relatos de vida, y de su puesta en escena, conduce a una valoración muy simple de las vivencias identitarias de los observados y, muchas veces, a las del mismo observador.

    Nadie duda de que estas críticas tengan un fundamento. Hay muchos momentos en los que, cuando un investigador tiene dificul­tades con su tarea, una escapatoria cómoda consiste en describirse a sí mismo en situación de trabajo. Una postura de este tipo permi­te fácilmente evitar la confrontación con los datos empíricos, con los acontecimientos, con las cosas mismas. El guiño al trabajo de campo se convierte así en un señuelo que, en lugar de aclarar los datos, disimula mal su ausencia. Además, esos fracasos y esos rodeos no logran ocultar la importancia de la pregunta que ellos mismos permiten esbozar: ¿Cuáles son las relaciones del observador con sus objetos científicos: acontecimientos, gente, interacciones y procesos? Si bien la mirada y el lenguaje no son lo real y existen datos indiscutibles, el hecho de ver, decir y escribir también participa en los descubrimientos y en las revelaciones, ya que los acontecimientos son inseparables de un lenguaje y de una puesta en escena. Como lo ha dicho de manera muy clara Claude Lefort, la operación del conocimiento no es separable del lenguaje y de sus capacidades expresivas y, de igual manera, es inseparable del diálogo libre; diálogo que dicha operación supone y crea al mismo tiempo.

    Éstas son las interrogantes que he querido enfrentar con todas sus implicaciones, no sólo como un reto intelectual, sino porque han sido decisivas a lo largo de mis trabajos sobre los miskitus y su historia. A diferencia del historiador que sólo tiene acceso a fuentes escritas, a documentos, a artefactos y a monumentos producidos por personas de las que casi siempre se encuentra radicalmente separado, el antropólogo y el sociólogo recurren a la palabra y a la con­­versación. Las conversaciones se entreveran y producen cambios tanto en el observador como en los observados.

    Dicho en otros términos, aunque yo estaba en una situación en la que era posible consultar documentos, sobre todo recortes de prensa y algunos escasos informes de organizaciones para la defensa de los derechos humanos o de instituciones internacionales, la investigación descansaba sobre todo en la observación con mis propios ojos y en las discusiones permanentes con los actores. Como observador me encontraba en la misma situación que los periodistas durante la última guerra de Irak, es decir, inserto (embedded) en un grupo armado en el que la tendencia no era hacia la libertad de palabra o de visión. Aceptar esta situación como punto de partida garantizaba la libertad de ir y venir, que iba aparejada con una liber­tad de observar y de conversar. Y como es obvio, tuve que aprender a mirar a través de los ojos de mis interlocutores, que reorientaban mi mirada hacia signos y rastros hasta entonces invisibles para mí. Pero así como mi manera de ver ha cambiado, la de mis interlocutores también se ha trastocado. Y no sólo ha cambiado por efecto de las circunstancias —el final de la guerra permite obviamente una libertad de palabra mucho mayor— sino porque, de manera más fundamental, mi trabajo de observador ha entrado en interacción con dinámicas reflexivas propias de la sociedad miskitu, con el sentido de introspección propia del pietismo moravo e, igualmente, con dinámicas específicas de una sociedad democrática in status nascendi, con un sentido nuevo de la palabra entre iguales, con una voluntad de confrontar las realidades con las promesas de las elites sociopolíticas.

    Estas interacciones fueron aún más fuertes debido al hecho de que mis interrogantes se referían a unas dinámicas sociopolíticas o religiosas sometidas a cuestionamientos permanentes y no a ins­tituciones en apariencia más estables y menos sometidas a la erosión, como es el caso del parentesco, el chamanismo y las concepciones de la naturaleza. Lejos de mí la idea de que los hechos establecidos en esta investigación, tanto sobre las modalidades de la guerra, las formas de la comandancia y de la dirección militar en el seno de las guerrillas, como sobre las transformaciones socioeconómicas y las formas del pietismo moravo, son sólo función de mi situación de observador o de la de mis interlocutores. De hecho, yo he contribuido a esclarecer dinámicas y procesos que son realidades inde­pendientes de mis observaciones o de los que fueron mis interlocutores.

    En sus comienzos, este libro sólo pretendía ser una introducción a las muy largas entrevistas que tuve con un antiguo guerrillero, Samuel Kittlé-Mono, y sus allegados, interlocutor que conocí durante mi primera estancia en la guerrilla en mayo de 1984 y con el cual establecí lazos de amistad. A los problemas que planteaba la edición y la traducción de estas entrevistas se agregaron rápidamente otras inquietudes que habían surgido y habían quedado en suspenso durante la redacción de los diferentes trabajos sobre la guerra y el cambio social entre los miskitus. Estos nuevos problemas me llevaron a preguntarme sobre el lugar del pietismo entre los miskitus, como generador de nuevos habitus no solamente religiosos sino también políticos, y se transformaron en un libro autó­nomo, primer volumen de una trilogía en curso sobre los miskitus. El segundo tratará sobre la experiencia de una familia miskitu en el siglo xx y el tercero estará consagrado específicamente a los enfrentamientos entre miskitus y sandinistas en los años ochenta.

    Los temas abordados en este libro parten de una experiencia específica en Moskitia y permiten interpretar tanto la historia reciente de las guerras internas latinoamericanas como la emergencia de regímenes democráticos. Esta obra también puede ayudar a comprender cómo se desarrollan las investigaciones antropológicas o sociológicas.

    Capítulo I

    Primeros viajes a Moskitia, 1982-1984

    Como aprendiz de etnólogo, mientras trabajaba en ese momento bajo la dirección de Jacques Soustelle en una comparación entre el sistema de cargos de los tzeltales y los tzotziles de Chiapas, hice, en abril de 1982, a la edad de veinticinco años, mi primer viaje a la tierra de los miskitus.

    Cercano a algunos miembros de Survival International y del Groupe d’Information sur les Amérindiens de la Société des Américanistes (Grupo de Información sobre los Amerindios), mantuve reuniones regulares con ellos en el marco de un seminario sobre la organización social en el Departamento de Etnología de Nanterre. La sociología comparativa que predominaba en el seminario se inspiraba sobre todo en la obra de Lévi-Strauss y nuestras investigaciones trataban sobre los términos de parentesco, la organización social, los sistemas simbólicos, las formas del caciquismo o de la realeza. Paradójicamente, si bien los trabajos de Georges Balandier, Roger Bastide, Pierre Bourdieu o François Bourricaud atraían poco o casi nada nuestra atención, discutíamos de manera permanente temáticas que se encontraban en el centro de sus obras respectivas. En efecto, cuestiones muy concretas relacionadas con el etnocidio sufrido por los amerindios formaban el núcleo de las preocupaciones de la mayor parte de los americanistas presentes en Nanterre. Algunos, incluso, habían sido autores de informes circunstanciales sobre su situación en Brasil, en los países andinos o en los del Cono Sur. Curiosamente, ese militantismo moral¹ no nos llevaba a utilizar a estos sociólogos para reflexionar sobre los problemas que la actualidad o los avatares del trabajo de campo podían hacer surgir. Estábamos en una situación paradó­jica: debatíamos científicamente nuestras investigaciones etnológicas sin referirnos a la sociología de las transformaciones del mundo con­temporáneo, a la historización de la cuestión étnica ni a aquellos cambios que aparecían en nuestras discusiones sobre los amerindios y que ocupaban el primer plano en la prensa nacional e internacional, es decir, las guerras internas en Guatemala y Nicaragua.

    Debido a su atrocidad, la primera de estas guerras provocaba una condena casi unánime. Las prácticas del ejército guatemalteco recuerdan, pero en un nivel infinitamente más destructor, las del ejército francés durante la batalla de Argel y las operaciones de pacificación en las zonas rurales. En cualquier caso, bien sea que se piense en los secuestros, en las torturas o en los asesinatos de los cuadros políticos y sociales de la izquierda revolucionaria entre 1979 y 1981, o bien sea que se consideren las campañas lanzadas en las tierras altas guatemaltecas desde el otoño de 1981, que se volvieron sistemáticas en 1982 y 1983, las imágenes de las masacres oscilaban entre las de Oradour-sur-Glane, en la Segunda Guerra Mundial, y la de My Lai, en Vietnam. La amplitud de los atropellos era tal que hacía posible el empleo del adjetivo genocida para calificar la política de los gobiernos guatemaltecos.

    Los puntos de desacuerdo no se encontraban en las masacres o en su naturaleza solamente, sino también en las relaciones entre los indígenas, la guerrilla y las fuerzas armadas. ¿Los indígenas participaban o no en las guerrillas? ¿Qué roles jugaban ahí? ¿Cómo imponían estas organizaciones armadas sus poderes en las zonas que se encontraban bajo su control? Finalmente, ¿qué pensar de un eventual apoyo a las guerrillas y a su proyecto político? ¿No se trataba más bien, según el muy lúcido Mercier Vega, de técnicas de contra-Estado² que contienen el embrión de un proyecto genocida? Muchos pensaban, sin formularlo muy explícitamente, que no había otra solución para la liberación de Guatemala que apoyar a las organizaciones guerrilleras, cualesquiera que fueran las re­­ser­vas sobre los países del socialismo real. En contrapartida, éramos pocos los que considerábamos que el rechazo de la dictadura militar no debía ir a la par del apoyo, con el beneficio de la duda, a unas guerrillas cuyo funcionamiento era, por lo menos, confuso.

    Por el contrario, del lado nicaragüense los datos parecían más confusos. La revolución sandinista del 19 de julio de 1979 había provocado el entusiasmo o, por lo menos, había despertado una amplia simpatía. En efecto, la partida de los boat people del Vietnam y las primeras revelaciones sobre el genocidio organizado por los jemeres rojos han acreditado la idea de que la revolución conduce tarde o temprano al totalitarismo. En cambio, las particularidades del derrocamiento de Somoza, la naturaleza pluriclasista de la Junta de Gobierno de Reconstrucción Nacional, el apoyo de la Iglesia católica a la revolución, simbolizaban la posibilidad de una renovación del ideal revolucionario, independientemente de que éste incluyera una renovación del apoyo a las luchas del Tercer Mundo o se fundara en consideraciones perfectamente pragmáticas. Es poco decir que el anuncio de una fuga masiva de miles de miskitus hacia Honduras, debido a la decisión del ejército sandinista de instalarlos por la fuerza en unas estructuras a mitad de camino entre el campo de internamiento y la aldea estratégica, planteaba muchas preguntas sin respuesta en la nebulosa de los defensores de los amerindios.

    Primera duda. ¿Por qué Le Figaro Magazine, conocido en ese momento por sus colusiones con una derecha nostálgica de Vichy y con una nueva derecha racista y ultraliberal, publica una foto que muestra una incineración de cadáveres de supuestos miskitus asesinados por el ejército sandinista? La información ha sido ampliamente recogida por la administración del presidente Rea­gan, culpable poco antes de la presentación de pruebas falsas rela­cionadas con la ayuda de los sandinistas a los revolucionarios salvadoreños. ¿El asunto no parece ser acaso una operación típica de desinformación como ha resaltado Le Canard Enchainé, al demostrar que la foto es anterior a los hechos, ya que representa la incineración de cadáveres de jóvenes nicaragüenses asesinados por la Guardia Nacional de Somoza en el momento de la revolución de 1979?

    Segunda duda. ¿Acaso los miskitus no habían sido manipulados por la Agencia Central de Inteligencia (cia, por sus siglas en inglés) y por los partidarios del tirano derrocado, Anastasio Somoza Debayle, como lo habían sido ciertas minorías étnicas como los méo durante las guerras del sudeste de Asia? Finalmente, de una u otra forma, la transferencia forzada de los habitantes de las comuni­dades del río Coco hacia Tasba Pri-Tierra Libre (el campo de desplazados controlado por los sandinistas) y la fuga de otros tantos miles hacia Honduras son también acontecimientos sin una medida común con las violencias que sufrían los indígenas de Guatemala. En el caso guatemalteco, se cuentan centenares y probablemente muchos miles de muertos y centenares o miles de desplazados resultado, de manera indudable, de los atropellos de un gobierno militar célebre desde mucho tiempo atrás por sus violaciones de los dere­chos humanos. En Nicaragua hay decenas de muertos y varios miles de desplazados en un contexto infinitamente más difícil de apreciar. No se trataba tampoco, para algunos de nosotros, de identificarnos con una lucha indígena en la que el peso de la tradición morava parecía innegable e insoportable; pero aún quedaba una pregunta difícil de formular, ¿podíamos prestar atención a lo que, teniendo en cuenta la escala centroamericana, no podía ser otra cosa que pequeñas masacres?

    Me parece que es necesario poner la misma atención en todos los atentados contra los derechos de los amerindios, cualesquiera que sean los autores de dichos atentados. En este contexto me encuentro entonces con los directivos de Médicos sin Fronteras (msf), Claude Malluret y Rony Brauman, que trataban de hacer el balance de la situación de los refugiados miskitus en Honduras al igual que de los refugiados guatemaltecos en México. Ellos me proponen realizar dos misiones a este efecto, una a Honduras —donde trabajaban varios de sus equipos—, otra a México —donde ellos querían asentarse—. Después de reflexionar, acepto la primera proposición y declino la segunda.

    Mocorón 8 a 12 de abril de 1982: Primera investigación, primeros artículos

    ³

    En este contexto me encamino a realizar mi primera investigación de campo. El propósito era esbozar primero una crónica de los acontecimientos, desde 1979 hasta los primeros choques armados entre sandinistas y miskitus (diciembre de 1981), para después elaborar el balance de los desplazamientos de población. Para hacer esto era importante tratar de separar lo verdadero de lo falso, tanto en las versiones de los representantes del gobierno sandinista como en las emanadas de la embajada estadounidense y, obviamente, en las de los voceros de los miskitus. Para hacerlo conformé un dossier compuesto, por una parte, por el contexto etnográfico miskitu, sobre la base de la bibliografía disponible en el Museo del Hombre (el libro de Conzemius publicado por el Bureau of American Ethnology en 1932⁴ y los trabajos más recientes de Mary Helms⁵ y de Bernard Nietschmann⁶) y, por otra, por el contexto político más reciente gracias a una reseña sistemática de la prensa francesa e internacional. Provisto de este bagaje me desplazo a Mocorón, en compañía del director de Médicos sin Fronteras en Honduras, Serge Mallé, para interrogar a los refugiados miskitus, a cargo del Haut Comissariat pour les Refugiés (hcr, Alto Comisariado para los Refugiados), y a los miembros de las organizaciones humanitarias que trabajaban en el lugar.

    Me doy cuenta bastante rápido de que me tengo que limitar a entrevistas con los refugiados y de que es imposible ir hasta la frontera, y no sólo por falta de tiempo. Imposible, en efecto, ir a observar los pueblos incendiados por el ejército sandinista desde la orilla hondureña en el río fronterizo. Si bien algunos refugiados manifestaban interés por este tipo de viaje, muchos otros afirmaban que se trataba de algo difícil, incluso imposible, dados los controles de los militares hondureños. Por lo demás, algunos médicos y enfermeros, simpatizantes de la revolución sandinista, echaban pestes contra estos refugiados contrarrevolucionarios y no querían de ninguna manera facilitar una investigación sobre las destrucciones de los pueblos miskitus nicaragüenses, más aún, no querían que se descubriera la presencia de numerosos miskitus que sobrevivían en las peores condiciones en la orilla hondureña del río, frente a los que habían sido sus lugares de habitación.

    Los administradores del hcr eran partidarios de la discreción tanto en el buen sentido (negociar en las condiciones menos malas con el conjunto de las fuerzas presentes) como en el malo (obrar sin tener que rendir cuentas sobre lo bien fundado o sobre los límites de sus acciones). Por último, los allegados a la embajada de Estados Unidos, los militares hondureños y los guerrilleros miskitus no tenían ningún interés en que se descubrieran los campos de entrenamiento situados en las zonas aledañas a la frontera y, mucho menos, las pequeñas pistas de aterrizaje que permitían su aprovisionamiento. En otros términos, todo contribuía a poner trabas a un viaje hacia la frontera. En contrapartida, pude conocer los censos del hcr y deambular por Mocorón para interrogar libremente a los refugiados, como algunos periodistas ya lo habían hecho.

    Como presentación enseño una carta enviada por el Grupo de Información sobre los Amerindios a las autoridades de Managua y explico a mis interlocutores mi deseo de recoger sus testimonios sobre los acontecimientos para confrontarlos después con otras fuentes de información. Converso con gente deseosa de contar lo que había visto y vivido, sobre todo con un electricista miskitu, originario de Asang, y un miskitu que había llegado a ser empleado del hcr, y anoto rápidamente sus declaraciones en una libreta. Igualmente, hago algunas entrevistas, grabadas esta vez de manera más formal, con los representantes de las diferentes comunidades; una parte de dichas comunidades había huido para escapar del desplazamiento al que los militares sandinistas las sometían a la fuerza. Recojo todo lo que se puede encontrar deambulando por Mocorón y tomó fotos de manera rápida. A esto habría que agregar una revisión de la prensa hondureña. Regreso a Francia para redactar un primer artículo que aparece simultáneamente en el Jour­nal de la Société des Américanistes y en Esprit.

    Soy consciente de los problemas que pueden plantear los resultados de mi investigación, como expresa la frase de Pierre Vidal-Naquet que pongo como epígrafe de mi informe: Que una ideología se apodere de un hecho no suprime la existencia de este hecho.⁷ Con estas palabras no quiero, evidentemente, hacer un paralelismo entre la situación de los miskitu y la destrucción de los armenios o de los judíos. Una comparación de este tipo, no pertinente en el marco de las masacres guatemaltecas, es aún más insostenible en el caso nicaragüense. El objetivo es adelantarme a cualquier tipo de negativa a considerar los hechos y la interpretación que los acompaña, con el pretexto de que una investigación de este tipo le hace el juego a la derecha reaganiana y a los contrarrevolucionarios nicaragüenses. Al hacerlo, quiero inscribirme igualmente en la línea de un tipo de combate en favor de la verdad representado, para mí, más que por ningún otro, por Pierre Vidal-Naquet. Historiador de la antigua Grecia, sabe hacer una historia que rompe con el aislamiento y sabe usar el rigor disciplinario para establecer los hechos más recientes como en L’affaire Audin⁸ o en La torture dans la République,⁹ de la misma manera que presenta y discute el gran libro de Karl Wittfogel, Despotismo oriental: estudio comparativo del poder totalitario¹⁰ o escribe los ensayos que componen Formas de pensamiento y formas de sociedad en el mundo griego: el cazador negro.¹¹

    Mi crónica trata sobre el discurrir de los acontecimientos. Hago referencia a los comienzos de la revolución, a los primeros incidentes armados y, finalmente, a los desplazamientos forzados de las poblaciones ribereñas del río Coco. Confronto las versiones oficiales con otras fuentes de información: las investigaciones ya realizadas por los periodistas, muy a menudo anglosajones; los relatos de dos de los principales dirigentes miskitus —el primero, Steadman Fagoth, implicado en la lucha armada, y el segundo, Amstrong Wiggins, exiliado en Estados Unidos y convertido ahora en miembro de un gabinete de juristas amerindios, el Indian Law Ressources Center—; y por último las opiniones de algunos refugiados. Pongo un énfasis especial en seguir las reglas de la crítica histórica o etnográfica: comparar escrupulosamente los hechos y las diferentes versiones de los acontecimientos de la misma manera que puedo hacerlo cuando me interrogo sobre las disparidades entre los diferentes cargos en Los Altos de Chiapas. No obstante, mi empresa es parcialmente diferente.

    En el contexto miskitu, me dedico a establecer hechos verificables y sin embargo negados (Vidal-Naquet). Estoy convencido de que si la historia está formada por un entramado de hechos, de acontecimientos e, inseparablemente, de construcciones de sentido que los acompañan, los hechos no son más que representaciones, cualquiera que sea el poder de estas últimas y conviene establecerlos en su positividad: ¿Cuál fue la cronología de los incidentes ocurridos en Moskitia? ¿Quiénes fueron sus protagonistas? ¿Cuál fue el número de muertos en la masacre de Leimus? Si bien describo hasta qué punto las versiones de los dirigentes gubernamentales nicaragüenses parecen invalidadas por todas las demás encuestas y por los testimonios que había recogido, también tomo la precaución de recordar que cierta campaña de prensa a favor de los miskitus, lanzada por Le Figaro Magazine, estaba encabezada por un argumento falso. Conocedor de que otro investigador, Eric Sa­bourin,¹² se aprestaba a partir para Nicaragua, recurro a las contra-encuestas, sobre todo las relacionadas con las acusaciones de matanzas perpetradas por los militares sandinistas durante los desplazamientos forzados de los habitantes de la comunidad de Asang. En pocas palabras, nunca declaro la investigación cerrada ni el dossier definitivamente establecido.

    Quedan pendientes algunas preguntas que habían sido eludidas: el sentido que los diferentes actores daban a sus actitudes y a las de sus adversarios. Los refugiados, ciertamente, debieron huir de su país para escapar de un desplazamiento forzado, con el agravante de que les incendiaron sus pueblos y les destruyeron sus bienes. Pero no por ello parecen desesperados; por el contrario, creen que tarde o temprano expulsarán a los sandinistas y regresarán a sus lugares de origen. En una palabra, tienen sed de revancha y no están dispuestos a transformarse en refugiados para siempre.

    Dejar algunas preguntas de lado es también una opción dictada por las circunstancias de mi investigación. Un viaje tan breve no me permitía ganar la confianza de los refugiados y sólo alcanzaba para escuchar un discurso probablemente estereotipado relacionado con sus puntos de vista sobre la situación política. Es cierto que algunos expresaban sin orden ni concierto sus visiones de las cosas, pero era necesario permanecer varias semanas para poder recoger sistemáticamente sus opiniones.

    Pero había más. Si a imagen de los otros miembros del Grupo de Información sobre los Amerindios yo me valgo de un saber hacer científico para redactar este informe, está claro que un ejercicio de esta naturaleza no es parte, stricto sensu, del trabajo científico reconocido como legítimo, sino más bien de un género etnográfico menor. Esta defensa de los derechos de los amerindios es parte de una especie de contra don con respecto a las poblaciones que se estudian o que se han estudiado. De ahí proviene el evidente desfase de la situación: me convierto en abogado de una población que yo había conocido leyendo la prensa. Esto rompe el cuadro del don-contra don que rige las relaciones de un etnólogo con sus indios y hace de mí un militante de los derechos humanos que se compromete con una causa a la cual no estaba vin­culado antes de manera alguna. ¿Por qué comprometerse en una causa dudosa? ¿No se encuentra allí el signo de una falta de seriedad o de un deseo de vanagloria barato? Estos motivos encubren, tanto para mis interlocutores como para mí, el deslizamiento que se opera. Poco convencido de querer hacer etnología de acuerdo con el estricto protocolo de mis antecesores de Nanterre, tomó conciencia de que los resultados de una tesis de etnólogo de oficina y de biblioteca no son verdaderamente legítimos ante la ausencia de trabajo de campo. Me oriento entonces hacia una sociología política inspirada por las lecturas y posteriores encuentros con Claude Lefort y Cornelius Castoriadis. El viraje se lleva a cabo de una manera tan caótica que el tema es en buena medida difícilmente definible: una guerra apenas comenzada entre grupos guerrilleros indígenas divididos y desconocidos, por un lado, y una revolución que escapa también a las definiciones y a los análisis, por otra. Además, la situación de los miskitu no tiene que ver en principio con ninguna disciplina establecida, ya que se encuentra en el cruce de la etnología (se trata de indios), de la historia y de la sociología. Finalmente, las preguntas que surgen de los acontecimientos no tienen la dignidad de los temas relacionados con los totalitarismos comunistas europeos y asiáticos o con los regímenes autoritarios latinoamericanos.

    Ampliación de la investigación: Miskitus, sandinistas y autoritarismos militares

    Si bien el rechazo a sacralizar a las víctimas coincide con las preocupaciones de muchos investigadores, este propósito en contrapartida es ampliamente combatido por otros interlocutores. Buscando ante todo deslegitimar el cuestionamiento de los hechos ocurridos en Moskitia, convierten al sociólogo en un instrumento responsable de oscuras conspiraciones, contra Nicaragua y su gobierno, en un supuesto etnólogo o un testigo discutible. Esta dificultad de sólo poder debatir con base en invectivas se manifiesta durante los debates públicos y radiofónicos.

    La confrontación comienza en el momento en que aparece Jussieu Brooklyn Rivera, uno de los dirigentes miskitus, objetivo simultáneo de la hostilidad de los sandinistas y de la de su antiguo asociado, rival en el seno de Misurasata (miskitus sumos, rama y sandinistas unidos), Steadman Fagoth, quien no para de denunciarlo ante los estadounidenses como un comunista infiltrado. Rivera es copiosamente insultado. El gusto por la disputa alcanza su punto máximo durante la proyección de Le dernier des miskitus, la película realizada por Yves Billon y Agnès Guérin, en el seminario de Jean Rouch en el palacio de Chaillot. Un empleado miskitu de la embajada de Nicaragua, que se encontraba allí desde la época de Somoza, como forma de rehabilitarse, vocifera en nombre de Nicaragua y de las alianzas históricas de los miskitus y Sandino. Motivado por estas pequeñas experiencias de intolerancia, decido responder a las acusaciones y confrontar mis datos con los de los demás.

    Mi texto Le Nicaragua et les indiens de la côte atlantique¹³ consiste, en la primera parte, de una discusión polémica y argumentada sobre los acontecimientos y las relaciones realizadas al respecto. Subrayo que los comentaristas, en su mayor parte, nunca habían tenido la intención de tratar de establecer metódicamente los hechos para juzgarlos con conocimiento de causa. Después de rechazar tanto críticas como elogios asumo lo que Carlo Ginzburg ha llamado el paradigma indiciario,¹⁴ para examinar de manera novedosa el dossier de los acontecimientos. En lugar de desmentir las hipótesis existentes, la confrontación entre las diferentes fuentes confirma la existencia de choques, desde los primeros meses de la revolución, entre sandinistas y miskitus cercanos a la organización indianista Misurasata, como es el caso de los incidentes de Prinzapolka y la matanza de Leimus; permite también comenzar a inscribir estos choques en una historia más antigua.

    A los ojos de los nicaragüenses hispanohablantes, los miskitus no son más que un pueblo vendepatria, sospechosos por el hecho de haber establecido alianzas con los británicos en el pasado. Y desde comienzos del siglo xx, la Moskitia había sido percibida como un posible frente de colonización para los nicaragüenses hispanohablantes, los únicos capaces, si creemos en su versión, de explotar la región racionalmente. Así, se pueden reubicar en un contexto más amplio los desplazamientos forzados de los miskitus hacia el campo de desplazados de Tasba Pri-Tierra Libre. Aunque el proyecto fue favorecido por los primeros ataques de los grupos guerrilleros miskitus en la zona alta del río Coco, Raiti y San Carlos, no puede ser considerado como un desplazamiento de población puramente coyuntural; por el contrario, es la pieza central de un proyecto de transformación revolucionaria de los habitus miskitus.

    La organización de los pobladores en unidades productivas, de tipo cooperativo, está orientada a esbozar un nuevo modo de sociabilidad, cuyo gran organizador es la entidad administrativa creada recientemente y encargada de velar por el destino de la Moskitia, el Instituto Nicaragüense de la Costa Atlántica (Innica), bajo la autoridad de un cuadro político-militar del Frente Sandinista, William Ramírez. Aunque una empresa de esta naturaleza no tiene nada que ver con un genocidio, participa sin embargo de un empeño etnocida en el que un gran número de valores y de prácticas esenciales de la experiencia de los miskitus se obstaculizan y estigmatizan. En el mejor de los casos, se trata de trabas al progreso al igual que de signos de complicidades contrarrevolucionarias.

    Los miskitus, acusados de manejos contrarrevolucionarios, son también las víctimas de un proceso en el cual los derechos de la defensa son burlados. ¿Cuáles son los vínculos entre los grupos de guerrilleros miskitus y la famosa Contra que, como se pensaba en la época, no era más que una montonera de mercenarios a sueldo del antiguo dictador y de Estados Unidos? Imposible sacralizar a los miskitus por su estatuto de víctimas de los abusos sandinistas, porque tenemos múltiples pruebas de la existencia de medidas de reclutamiento forzado de guerrilleros, dirigidas contra los refugiados, protegidos en principio por el Alto Comisariado para los Refu­giados, y sobre el desarrollo de este reclutamiento forzado, tan inaceptable como los atropellos sandinistas. Las divisiones internas de los exiliados miskitus son patentes y existen en función de sus relaciones cambiantes con la nebulosa de la oposición armada, compuesta por revolucionarios decepcionados por el giro tomado por la revolución sandinista, al igual que por nostálgicos de la época de Somoza. Finalmente, ¿cómo se inscribe la lucha armada en la historia de los miskitus de los siglos xvi a xix? Utilizando la expresión tiempo largo, de Braudel, considero que la lucha armada de los miskitus y su interés por encontrar apoyo en Estados Unidos sólo son comprensibles en la estela de lo que fueron sus alianzas, en una posición de subordinación, con los filibusteros y posteriormente con la Corona Británica durante la época del reino independiente de la Moskitia.

    Este estudio pone de relieve el desplazamiento del campo de in­terés. La distancia no es solamente geográfica, desde Chiapas hasta las tierras bajas nicaragüenses, desde los tzeltales y los tzotziles (perteneciente al conjunto maya) hasta los miskitus (grupo proveniente de los macro-chibchas). Dejo de lado el estudio puramente bibliográfico del sistema de cargos político religiosos en el que se puede ver un hecho social total (Marcel Mauss) constituido por la imbricación de tres instituciones: un sistema de realeza mágica a lo Frazer, un rito de

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1