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Biografía: Métodos, metodologías y enfoques
Biografía: Métodos, metodologías y enfoques
Biografía: Métodos, metodologías y enfoques
Libro electrónico458 páginas7 horas

Biografía: Métodos, metodologías y enfoques

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Este libro comienza con la intervención de Enrique Krauze quien propone, para el trabajo del biógrafo disminuir el peso de la teoría sin desecharla. Señala también que la mejor manera de escribir biografía es lanzarse a nadar libre y azarosamente en el flujo de los recuerdos y documentos para escuchar atenta y apaciblemente lo que allí se dice. Enfatiza que cientos de personajes mexicanos esperan pacientemente a que cientos de jóvenes mexicanos los rescaten del olvido. Krauze señala que estos personajes, vivieron por algo, para algo, hacia algo, de modo que recrear sus vidas es darles vida y darnos vida. Porque eso es, a fin de cuentas, la biografía: un canto en prosa a la vida.

Los autores del libro aseguran que como todas las escrituras históricas, la biografía es árdua, a ratos tediosa, a ratos estéril, pero que siempre está latente el sentir apasionado que significa la reconstrucción de los trozos de vida de aquel ser humano común y corriente o del ilustre del pasado del cual nos enamoramos. Esta serie de ensayos contenidos en el libro tienen la ventaja del aliciente de la experiencia histórica que alcanza lo sublime, "lo verdadero, lo verosímil y lo ficticio" que le da a la historia un matiz especial cuando se echa mano de la biografía histórica para revivir a los personajes ante la aparente o real ausencia de documentos.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento23 jun 2021
ISBN9786077761839
Biografía: Métodos, metodologías y enfoques

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    Biografía - Enrique Krauze

    El club de los biógrafos

    Hace treinta años  publiqué en la revista Vuelta un ensayo escéptico que titulé Invitación a la biografía. En él hacía un esbozo del género biográfico a través de la historia y llegaba a la conclusión de que su florecimiento era característico de las eras clásicas: Grecia, Roma, el Renacimiento, la Ilustración. El denominador común en todas ellas era la diferenciación del individuo, plasmada en las artes y el pensamiento. Inversamente —argumentaba—, las eras y culturas propensas a las visiones integristas que subsumían al individuo en un todo (teológico, político, social o nacional) hacían menos propicio el cultivo de la biografía.

         La cultura novohispana y la cultura revolucionaria del siglo xx rebajaron el papel del individuo a una dimensión subalterna. Los protagonistas importantes de aquellas órdenes eran la Corona, la Iglesia, el Estado. No faltaban, por su- puesto, individuos de excepción, pero sus vidas (y el concepto que ellos mismos tenían de sus vidas) no parecían significativas sino como parte de una narrativa nacional, política, eclesiástica, histórica, que los englobaba y trascendía.

         Para colmo, la cultura liberal (en el estilo neoclásico) introdujo el culto a los héroes, forma secular de la hagiografía. El resultado, en términos biográficos, era desolador. Fuera de unos cuantos ejemplos aislados (Juárez: su obra y su tiempo, de Justo Sierra; Juárez y su México, de Ralph Roeder), en México no se escribían ni leían biografías. Tal vez por eso, la tetralogía de Vasconcelos —y en particular el Ulises criollo— fue un hecho literario tan estremecedor: por fin un hombre se atrevía a hacer pública su vida privada, con todas sus grandezas y miserias. La excepcionalidad de esa obra confirmaba la regla: en México había historia, no biografía.

         Al dar inicio hace 43 años a mi trabajo de biógrafo, no tenía yo la menor idea de la penuria del género. De hecho, ni siquiera sé bien por qué me volví biógrafo. Quizá fue la lectura infantil del Viejo Testamento, con su sucesión de héroes políticos y proféticos, sus líderes militares y sus jueces. Una maestra de historia en la preparatoria me acercó a la Vida de Napoleón, de Dimitri Merejkovski, sin que me causara una impresión mayor, pero al poco tiempo devoré los tres tomos de la biografía de León Trotski escrita por Isaac Deutscher. Una frase de Juan de Mairena —el heterónimo de Antonio Machado— comenzó a ordenar mi óptica: Por más que lo intento, no logro sumar individuos. Con ese bagaje ligero, en el proceso de sondear el tema de mi tesis de doctorado de historia en El Colegio de México, me descubrí como biógrafo.

         Un consejo de Cosío Villegas fue decisivo. Si quiere estudiar a los intelec- tuales de la Revolución Mexicana —me dijo don Daniel, una mañana de 1970, en su oficina de la Torre Latinoamericana—, olvide el Ateneo de la Juventud, mejor explore a mi propia generación, la de 1915, la de los ‘Siete Sabios’. Es la generación fundadora de las instituciones del México actual. Recrear la trayec- toria de esos hombres no implicaba investigar una entidad abstracta, era acercarse a la vida concreta, particular, irrepetible de Manuel Gómez Morin y Vicente Lombardo Toledano, las figuras emblemáticas del grupo.

         El aterrizaje fue lento. Por unos meses me perdí en la teoría (Mannheim, Weber, Gramsci, Trotski) y escribí un largo capítulo introductorio a mi tesis (lo que se llamaría Marco teórico) que Gómez Morin leyó piadosamente y Cosío Villegas reprobó sin más: No sé a dónde va usted con esto. ¿Está escri- biendo historia o haciendo sociología?. En esas nubes andaba cuando en un fin de semana con Isabel Turrent en el Puerto de Veracruz, nos topamos con John Womack Jr., que acababa de publicar su admirable libro sobre Zapata. Nos invitó unas cervezas, cenamos en los portales y al inquirir sobre mi tema de tesis me dio varios consejos tan decisivos, que creo recordarlos casi textualmente: Cuéntanos cómo era la casa de los Lombardo, cada cuarto, cómo vivía la familia, sus costumbres cotidianas, su economía, su vida social, su religión. Lo importante es el detalle. Enseguida me recomendó leer a Erik H. Erikson, Young man Luther, para entender su teoría sobre las estaciones de la vida. Cuando volví a México, leí con otros ojos —ojos de curiosidad concreta, ojos de fascinación ante las claves genealógicas, ojos de biógrafo— los copiadores que me proporcionó la maestra Adriana Lombardo (hija de Vicente). Provenían de las cartas que el abuelo de los Lombardo envió a su familia durante su exilio postrero en Europa en los años álgidos de la Revolución.

         Usted escribirá su libro con cartas, me dijo Gómez Morin, y por dos años nos vimos en su casa para charlar y leer algunas: de Vasconcelos, Palacios Macedo y Luis Enrique Erro. Cuando murió —abril de 1972— dejó órdenes expresas a doña Lidia, su mujer, de que se me abriera el archivo, y por años acudí a explorar ese tesoro. Womack tenía razón. No hacía falta un marco teórico para in- vestigar, repensar, recrear una vida. Hacía falta una inmersión plena —a un tiempo apasionada y ordenada— en otra vida; hacía falta empatía, comprensión, paciencia, imaginación, curiosidad y hasta una dosis de piedad.

         Entré en el género biográfico, nunca salí de él, y sé que no me curaré ya de esa bendita miopía que consiste en ver la vida como un teatro muy serio en el que no hay colectivos sino individuos, vidas, personas. En 1983 había escrito dos libros biográficos (Caudillos culturales en la Revolución mexicana, y Daniel Cosío Villegas: una biografía intelectual ), pero sentía que toda la historia mexicana clamaba por una recreación biográfica. Se necesitaban biógrafos de la vida eclesiástica, empresarial, militar, política, intelectual, artística, deportiva. No subsumía yo —en absoluto— la historia en la bio- grafía, pero estaba convencido de que sin la biografía la historia era menos rica e inteligible. Decidí intentar seguir el consejo de Lytton Strachey y dediqué las décadas siguientes a escribir biografías en diversas dimensiones (retratos pequeños como acuarelas o apuntes a lápiz, perfiles más amplios como óleos y libros como modestos murales). La dimensión obedecía única- mente al interés que me despertaba cada personaje. Ha sido una aventura gozosa.

         También ha sido, hasta hace poco, una aventura solitaria, porque mis colegas historiadores, sobre todo en la academia, han visto a menos el género biográfico. No los culpo, por cuanto la historia mexicana (sus etapas, sus disciplinas, sus dimensiones) es un territorio tan inabarcable que parece —digamos— anticlimá- tico desatender los grandes temas para atender a esos átomos fugaces que son las personas. No obstante, he practicado y defendido el género biográfico y siempre he creído en la fuerza de su posible revelación: si se hace a fondo, si se hace a la inglesa, una biografía puede encarnar la historia.

         A lo largo de esta travesía, hace unos años comencé a advertir, para mi sorpresa, la cercanía de unos cuantos colegas como Susana Quintanilla (la gran experta en el Ateneo) y José Ortiz Monasterio (el historiador que nos ha devuelto a Vicente Riva Palacio), y la propia Mílada Bazant, con su notable libro: Laura Méndez de Cuenca (1853-1928), mujer indómita y moderna. Vida cotidiana y entorno. Ellos tomaron con absoluta seriedad el género, que poco a poco fue encontrando su sitio en algunos ámbitos académicos. Mi admirado Carlos Herrejón Peredo publicó, editada por Clío, su monumental y eruditísima biografía de Hidalgo, que por sí sola puede considerarse ya una vindicación definitiva del género. Pero para mí, la verdadera sorpresa llegó hace unos meses con la invitación de Mílada Bazant a un congreso sobre biografía organizado por El Colegio Mexiquense.

         Acudí a su inauguración y pronuncié unas breves palabras cuyo único sentido era agradecer a los participantes su reconocimiento del género biográfico como un empeño no sólo válido sino también necesario en el conocimiento de nuestro pasado. Ahora, al leer el prólogo de Mílada y recorrer los textos que integran este volumen (provenientes todos de aquel congreso), no sólo me siento feliz sino también acompañado: contra viento y marea, se ha formado un club de biógrafos. Aplaudo la publicación de este libro pionero en el cual los autores nos hablan de sus métodos y prácticas biográficas, con claves de utilidad para futuros miembros del club.

         Nada tengo que aconsejar a mis colegas, sólo quisiera alentarlos y me atrevo a lanzar algunas ideas prácticas. La primera es disminuir el peso de la teoría, sin desecharla. Creo que la mejor manera de escribir biografía es lanzarse a nadar libre y azarosamente en el flujo de los recuerdos y documentos para escuchar atenta y apaciblemente qué nos dicen. El impulso de conocimiento debe ser científico —la búsqueda de la verdad—, pero la vuelta de ese impulso —la re- creación— es artística, y no hay reglas que la gobiernen. ¡Existe la inspiración biográfica!

         La segunda idea es procurar un inventario de los archivos personales que existen para invitar a las nuevas generaciones a escribir las respectivas biografías. El sólo pensar que los fondos de Mariano Riva Palacio, Vicente Guerrero y Por- firio Díaz (para mencionar tres, entre trescientos o más) duermen casi intocados en sus estantes me provoca tristeza e indignación. Tristeza por el desperdicio de unas historias que piden ser recreadas; indignación por la mezquindad, la miopía y el fanatismo de las instituciones de enseñanza que engañan a sus alumnos de historia con gaseosas teorizaciones que no llevan sino a la esterilidad. La tercera idea es crear un premio específico de biografía.

         Hace treinta años arrojé una botella al mar con un mensaje: Invitación a la biografía. Ahora sé que la botella y el mensaje llegaron a buen puerto. Cientos de personajes mexicanos esperan pacientemente a que cientos de jóvenes mexicanos los rescaten del olvido. Vivieron por algo, para algo, hacia algo. Recrear sus vidas es darles vida y darnos vida. Porque eso es, a fin de cuentas, la biografía: un canto en prosa a la vida.

    Enrique Krauze

    Introducción:

    la sublime experiencia histórica de la biografía

    Mílada Bazant

    El Colegio Mexiquense, A.C.

    DE ACUERDO CON LAS LECTURAS sobre la experiencia histórica que han tenido algunos biógrafos al escribir sus biografías, ésta resulta ser única, incitante, colmada de sorpresas detectivescas (Dosse, 2007: 15-73). Según el teórico holandés F. R. Ankersmit, la experiencia histórica alcanza este summum de éxtasis, sólo por momentos, cuando el historiador tiene contacto directo con el pasado a través de una percepción sensorial, que no realidad empírica. El teó- rico en cuestión propone, para su exhaustivo análisis, un cuadro de Francesco Guardi en el cual el espectador entra en contacto directo con el sentimiento existencial del siglo dieciocho (Ankersmit, 1998: 231). Para esclarecer esta experiencia, Ankersmit expone la noción kantiana de lo sublime y la caracterización del tacto de Aristóteles; a través de ambas se toca el pasado sensorialmente, y el historiador se transporta al pretérito y, por un instante, siente las vibraciones, la magia, el éxtasis de aquella escena que su imaginación está reconstruyendo. Y traigo a colación esta argumentación porque, desde mi punto de vista, el biógrafo siente esta experiencia transportadora porque está intentando descifrar las emociones y los sentimientos de su biografiado; es decir, es este aspecto vivo lo que alimenta su fuerza, y por momentos siente que vive, incluso, la vida de su biografiado. Como todas las escrituras históricas, la bio- gráfica es ardua, a ratos tediosa, a ratos estéril, pero siempre está latente el sentir apasionado que significa la reconstrucción de los trozos de vida de aquel ser humano común y corriente, o bien ilustre, del pasado del cual nos enamoramos. Además, la hechura biográfica tiene la ventaja del aliciente de la experiencia histórica que alcanza lo sublime. Este concepto está más claramente expuesto en mi trabajo Lo verdadero, lo verosímil, lo ficticio.

         Esta serie de ensayos, frutos más maduros de las ponencias que se presentaron en el congreso El arte de la biografía: entre la imaginación histórica y la ficción literaria, celebrado en El Colegio Mexiquense en octubre de 2012, tiene el objetivo de auxiliar al estudioso de la biografía en la aventura que está por emprender. Hay una gran versatilidad de modelos, métodos y enfoques que provienen de biógrafos y biógrafas que han publicado una o varias biografías, o bien de otros biógrafos que están en el proceso de la investigación o publicación. Esta riqueza en los pasos resulta útil para el estudioso, pues puede aprender de la inmovilidad del biógrafo ante la aparente o real ausencia de documentos, o bien de su aturdimiento por la abundancia de ellos, porque bien sabe el biógrafo que no puede incluir toda la información, sino sólo la necesaria para tejer la historia. En todo caso, nunca tenemos todas las piezas del rompecabezas y debemos aprender ciertas estrategias para llenar estos vacíos de la historia. La manera de acomodar los silencios es otro de los secretos; en ella interviene la parte creativa y artística del biógrafo, es decir, la construcción de la estructura, el andamiaje que va a sostener el edificio con todos sus recovecos y sus iluminados y sombreados espacios y paisajes.

        Faltaría, idealmente, la trama en su forma literaria, es decir, la historia dentro de la historia, a la manera de una novela o de una película. Como la biografía está hermanada con la novela y su campo fértil es el corazón humano con sus ires y venires y su amalgama de personalidades, y ésta se construye con una trama, habría que construir una biografía como lo exigen la técnica y la estrategia del arte del acomodo de las palabras, de la poética novelesca. De todos modos, como afirma Hermione Lee (2009: 122), toda narrativa biográfica es un constructo artificial que envuelve la selección y la forma. Esta idea apenas se está introduciendo, con paso titubeante, al campo histórico de la biografía (con biógrafos como Lee), pues además de que hay mucha resistencia precisamente por este apego a la literatura, generalmente las biografías históricas se construyen con linealidad cronológica; digamos que la biografía es dictada por el tiempo del biografiado en lugar de que el biógrafo encuentre uno o varios goznes que le marquen el ritmo de una historia que tenga —como la novela— un clímax y un desenlace, que creen un momento de tensión que derive —como en una composición musical clásica— en un relajamiento armónicamente cons- truido, en una pausada calma, en una trepidante melancolía o en un trágico desenfado. En el caso del empleo de una armazón con este tipo de trama, la voz narrativa va registrando, con analepsis y prolepsis, la sucesión de acontecimientos y va jugueteando con varios planos.

         En todo caso, quizá es de sabios —como bien sugiere Nigel Hamilton— re- pensar el enorme entrenamiento que significa alcanzar la cima de la montaña que se pretende escalar (Hamilton, 2008: 7-8), porque ciertamente, como afirma Jacques Le Goff, la biografía histórica es una de las maneras más difíciles de hacer historia (en Dosse, 2007: 276). De su Saint Louis, que le tomó quince años de trabajo, escribe: Ese libro trata de un hombre y no habla de su tiempo más que en la medida que trata de explicarlo (Dosse, 2007: 276). Hay que leer su libro El orden de la memoria. El tiempo como imaginario (1991) para percatarnos de que, en efecto, Le Goff conoce la historia de los tiempos y los tiempos de la historia, sin duda primordial elemento para un trabajo biográfico.

         En el caso de la biografía, los problemas metodológicos sobre el plano temporal se multiplican porque el biógrafo no da zancadas en el tiempo como generalmente lo hacen los historiadores, sino que mide, cual agujas de un reloj, hasta los segundos de su biografiado. No es que pueda hacerlo siempre (¡la biografía sería infinita!), sino que debe atrapar al protagonista en los goznes de los cuales habla Herrejón, o bien en otros momentos, tal vez cotidianos. Este tiempo se convierte en laxo; por el contrario, en otros episodios, dramáticos tal vez, es necesario acelerarlo. Todo se traduce en jerarquizar en una estrategia narrativa, o espacializar el tiempo como dice Noé Jitrik, ordenando las imágenes, unas antes o arriba de otras (Jitrik, 1995: 14); por ello, muchos biógrafos aseguran que lo que importa de una biografía es la narrativa, no la vida en sí misma. Y otra estrategia es dedicar menos a la narración de la niñez y más a la de la madurez. Todo depende de los despliegues imaginativos de la acrobacia biográfica y, en su caso, de la documentación que nos aportan las fuentes. Realmente, cuando se escribe una biografía y se conocen bien los vericuetos de la vida, el tiempo lo marca el biografiado. También habrá que tomar en cuenta el tiempo cultural, que es el que marca el calendario oficial de una determina- da sociedad (Le Goff, 1991: 184).

         Y como la escritura literaria bebe también del caudal del tiempo y de la multiplicación de los tiempos, García Márquez confiesa en sus Memorias lo difícil que le resultó el manejo de este plano de la narración. Cuando García Márquez trabajaba de periodista en Barranquilla, el maestro catalán Ramón Vinyes, dramaturgo y librero legendario, escritor a carta cabal, le comentó sobre el primer capítulo de su novela: Usted debe ser consciente de que el drama ya sucedió y [de] que los personajes no están ahí, sino para evocarlo, de modo que tiene que lidiar con dos tiempos. De acuerdo con el ganador del Premio Nobel, se trataba de un problema de vida o muerte y, sin duda, el más difícil (García Márquez, 2002: 142).

         Es común que los historiadores se interesen en escribir una biografía sólo después de la experiencia de varios años en el oficio de historiar —ello indica la complejidad que envuelve al género—, y, difícilmente, después de una primera aventura, se resisten a escribir la segunda e incluso otras más.1 Este hecho muestra la pasión detectivesca que se desarrolla en el intento de revivir a un ser humano de carne y hueso del pasado, aunque también puede ser del presente; ambos casos requieren un tratamiento distinto y están supeditados a la riqueza óptica de la imaginación histórica.

         En comparación con otros países, México es pobre en su producción biográfica. En Inglaterra, Francia, Alemania, Italia y España la biografía siempre ha sido espacio solaz para lectores y ello ha estimulado la impronta de biógrafos (France y St. Clair, 2002). Además de que son naciones con una fuerte tradición en ese campo, ahora han formado una Red Europea de Biógrafos, que estimula el intercambio de opiniones vertidas en congresos y publicaciones;2 sin embargo, aparentemente, todavía no se ofrecen en las universidades cursos sobre el género biográfico como tales, precisamente por este tambaleo con- ceptual entre la historia y la literatura (Holmes, 2002: 12). En los Estados Unidos, por otra parte, después de un impasse de varias décadas, hacia los años ochenta del siglo xx hubo un renacimiento. Actualmente se publican infinidad de biografías y existen varios foros de discusión y aun de enseñanza.3 En 2009, la American Historical Association dedicó un número de su revista The American Historical Review (2009) a la biografía histórica; allí se señalan los caminos que han seleccionado los historiadores y los académicos provenientes de otras dis- ciplinas para escribir biografías; como conclusión, le auguran al género un futuro prometedor, no exento de las ambivalencias propias de su naturaleza.

         ¿Por qué en México la biografía ha permanecido en la penumbra? Mi co- lega Daniela Spenser opina que es por la influencia del marxismo durante los años sesenta a ochenta del siglo xx, corriente que privilegia el estudio de las masas y no de los individuos. Tal vez nos hayamos saturado de las trilladas e unioculares biografías oficiales de héroes o villanos. Tal vez los historiadores han considerado la biografía como un género menor. Lo cierto es que salvo la feliz excepción de la fértil labor que ha desarrollado Enrique Krauze, casi no existen biografías totales, digamos a la manera inglesa o francesa, que contemplen al ser humano en su plenitud y complejidad, con todas sus virtudes y defectos, sus penas y sus glorias, sus espejismos y sus incertidumbres.

         Este libro pretende llenar un vacío historiográfico, pues no existen obras de esta índole en el país; intenta impulsar el género biográfico tan dejado a la deriva y tan necesario para conocer el rostro de la historia de México de una manera diferente y más amena, así como a sus protagonistas en su drama dentro de su historia y de la historia. A través de las voces de los sujetos aprendemos a iluminar el pasado con nuevas y sorprendentes maneras. Alice Kessler-Harris, por ejemplo, ha aportado una novedosa manera de contemplar el pretérito: a través de la vida del sujeto podemos entender el proceso cultural, social y aún político de una sociedad en determinado momento (Kessler-Harris, 2009:626).4 Tres autores de este libro se centran en el protagonista para iluminar, con una luz diferente, ya brillante, ya opaca, ya tenue, ya difusa, ya contrastada, ya refulgente, el contexto histórico: Mary Kay Vaughan, Daniela Spenser y Rodrigo Terrazas.

         A continuación reseño el contenido de este libro con base en una división por temas de los ensayos biográficos:

    Buscando los goznes

    Carlos Herrejón es el más experimentado de los biógrafos que participaron en esta obra y su biografiado es Hidalgo, el Padre de la Patria. Lleva casi treinta años estudiando al personaje y ha escrito varias biografías sobre él, de todas las extensiones; la última es una hermosa y voluminosa obra publicada en 2011 por Clío y por el Fondo Cultural Banamex. El biógrafo nunca acaba de estudiar a su personaje porque, o bien encuentra documentación novedosa o bien va repensando sobre el porqué de tal o cual trayectoria; dialoga con su sujeto y lo sitúa en su contexto, en la sociedad que le tocó vivir, donde el tiempo se con- vierte en historia y el espacio en región, territorio y paisaje cultural. Herrejón aprendió de Hidalgo que la historia tiene dos ojos: la cronología y la geografía; el tiempo, es oportunidad en la vida y abre la posibilidad de cambios otorgán- dole un sentido dramático, y el espacio no es sólo escenario sino otro actor de la historia con quien el personaje interactúa.

         Herrejón sugiere que la clave para entender y organizar una biografía es bus- car las decisiones más trascendentales del sujeto, las que orientan los principales periodos de la vida, las que tienen que ver con las relaciones amorosas, amistosas, laborales, profesionales, etcétera, ya que éstas generalmente definen las acciones posteriores. A estos los llama goznes, que representan los quiebres que definen, cambian, condicionan la ruta de una vida. Al estudiar estos reacomodos en nuestro biografiado podemos entender mejor sus motivaciones, sus acciones y sus metas y, a partir de ello, su huella en la historia y en su historia.

         La reflexión que Herrejón elaboró en torno a los goznes lo indujo al análisis de la vida de Hidalgo desde esta óptica, de tal forma que nos presenta un panorama sintético de la biografía teniendo en cuenta estas decisiones trascendentales.

    La escenificación del protagonista y su contexto

    Si pudiéramos calcular la cantidad de información que nos ofrecen dos elementos torales para una biografía: el contexto y el sujeto biografiado, la pro- porción sería, aproximadamente, de 1000 a 1; es decir, si dejamos suelto al contexto, éste se ‘come’ al personaje. Éste es un peligro constante, pues el biógrafo suele engolosinarse con el contexto, o más claramente con los varios contextos: íntimo, familiar, local, estatal, nacional y aún internacional. Ello conlleva una complejidad creciente, de tal forma que el historiador se ve obli- gado a estudiar todo lo que esté a su alcance con el fin de tener la mejor de las panorámicas para ubicar a su protagonista: historia política, económica, social, cultural, de las mentalidades, de la vida cotidiana, de la microhistoria, de la familia, y recientemente utilizando la corriente del performance (el término sugiere que se estudien el discurso y las acciones desde la óptica de la teatralidad), enfoque empleado en la antropología y también en la historia y en la biografía.5 No en balde la pasión biográfica generalmente nace cuando el historiador se ha adentrado en una determinada época histórica y conoce más sobre las diversas metodologías y enfoques.

        El secreto de una buena biografía es que haya equilibrio entre ambos, que el protagonista interactúe en su escenario, que está circunscrito a sus movi- mientos de corto, mediano y largo alcances. Para facilitar la empresa, es con- veniente que el biógrafo tenga frente a sí una foto de su biografiado; de esta manera, difícilmente lo perderá de vista y será fuente inspiradora. Elaborar una cronología por años, meses, días y aún horas resulta útil, sobre todo para ir captando los goznes de los cuales habla Herrejón.

         Lo interesante del género biográfico es que nos obliga a conocer el contexto de manera diferente. Obviamente, el contexto no cambia, pero al estudiar las acciones de la vida humana y los complejos resortes de sus goznes, se explora un fértil abanico de potencialidades documentales; es decir, la minuciosa y puntillosa mirada obliga al biógrafo a excavar en otras profundidades porque tiene que olfatear cual sabueso en otra escala temporal, incluso del día a día y, sobre todo, bajo una lente de versátil graduación. Tal vez ayude, para la recons- trucción del sujeto-contexto, imaginarse un diorama museográfico en el cual se representa una escena del pasado desde una óptica multidimensional.

    El reciente enfoque metodológico del contexto histórico que proviene de la nueva corriente historiográfica sobre biografía, ha involucrado a algunos histo- riadores que se interesan especialmente, como Mary Kay Vaughan, en el análisis del contexto como fuente para penetrar en unos procesos históricos débilmente percibidos, marginalmente examinados o descartados por el micro-análisis. La autora está por publicar la biografía del pintor Pepe Zúñiga, un hombre que llegó a los seis años a la ciudad de México, proveniente de Oaxaca, en 1943. Él es el protagonista en el escenario del entendimiento del movimiento de 1968. La apertura emocional de Pepe, dice Vaughan, la convenció para escribir su biografía como una ventana hacia el movimiento rebelde de los sesenta que estimuló no únicamente la acción política, sino también el pensamiento crítico, la innovación artística y nociones nuevas del sujeto, de la intimidad y de la so- ciabilidad que empujaron a México —y, sobre todo, a la ciudad de México— hacia una sociedad y una política más democráticas y pluralistas.

         Con una vasta experiencia en la disciplina de la historia y apoyada en un sólido marco teórico-metodológico, Vaughan se aventura en esta nueva empresa que promete abrir una puerta original en la construcción biográfica. La autora se sumergió en el complejo campo de la recepción de discursos y en los pro- cesos de apropiación y combinación de mensajes múltiples que hace el indivi- duo cada día y a lo largo de su vida. A través de la vida de Pepe, la autora detectó cuatro procesos —que teje vertical y longitudinalmente en la obra— que contribuyeron al surgimiento del movimiento del 68: una movilización amplia orquestada por el Estado y las instituciones privadas a favor del bien- estar y el desarrollo de los niños; la formación del sujeto en la esfera pública; la domesticación de la masculinidad violenta, la suavización de la dureza mas- culina y la feminización de la sensibilidad masculina, y la formación de un contrapúblico de jóvenes asociado con la educación postsecundaria. Metodo- lógica y estructuralmente, pues, la obra de Vaughan resulta, a todas luces, novedosa.

         En cuanto al contenido, promete iluminar una época en la que crecimos muchos de nosotros con el retórico aforismo de Como México no hay dos, porque, en efecto, éramos, en muchos aspectos, la cumbre en América Latina en arquitectura, escultura, literatura, ingeniería civil. El Estado del Partido Revo- lucionario Instituiconal después de 1940 desarrollaba programas culturales y sociales para completar su adopción de un modelo fordista de la industrializa- ción. En las escuelas se estimulaban valores para el desarrollo de un ciudadano sano, moderno, limpio, disciplinado, responsable en su trabajo y en su vida familiar; por otra parte, se enseñaba a pensar críticamente. Qué tan extendida se hallaba esta sensibilidad aún no se sabe, pero el movimiento del 68 prendió una mecha que resquebrajó el andamiaje político, económico y social de Méxi- co hasta las entrañas. La biografía de Pepe Zúñiga permite conocer con lupa este importante proceso en la historia de México.

         En el caso de Daniela Spenser, su orientación biográfica se liga a la importante cuestión metodológica del contexto. La vida de Vicente Lombardo Toledano le ayuda a responder varias de las preguntas que nos hacemos del siglo xx, especialmente sobre la trayectoria de la izquierda y del movimiento obrero institucionalizado en partidos y Estados en varias partes del mundo y sobre todo en México. La autora conoce el contexto a fondo; el manejo de varias lenguas le ha permito consultar diversos archivos de la ex Unión Soviética, de la República Checa, de los Estados Unidos, de Gran Bretaña, de Holanda y otros más que le han abierto un rico abanico de posibilidades para entender las maniobras del ajedrez político; porque así decía Lombardo: He sido un maniobrero toda mi vida.

         La autora piensa que la biografía tiene la capacidad de enfocar los distintos campos historiográficos y unirlos de una manera que otros enfoques no logran; el peligro es la tendencia de privilegiar al individuo sobre los procesos histó- ricos y las instituciones. Aquí Spenser —quien está en el proceso de redacción de su biografía— conoce sobre la importancia del equilibrio entre contexto y sujeto y afirma que no ha caído en la trampa del engolosinamiento del con- texto, quizá, pienso, porque tiene un gran acervo historiográfico de las acciones de su sujeto —acervo del cual carecemos muchos biógrafos.

         En efecto, su tesoro documental es inmenso, y digo tesoro porque consiste en 1 400 cajas de expedientes ordenados cronológicamente que hablan del Toledano con varias vidas: la pública, la privada y la encubierta. El tejido de la primera y la tercera se erigirá en el edificio biográfico; en cambio, la segunda formará parte de un epílogo, ya que siendo incompleta y subjetiva no permi- te una sistematización.

         El tercer trabajo que vierte nuevas ideas acerca del método biográfico como medio para entender la historia es el de Rodrigo Terrazas: el biógrafo es mucho más preciso al contextualizar […] es crucial este nivel de detalle, pues de ahí las inferencias sobre la actuación de un individuo alcanzan mayor sustento. Gracias a este perfil ubicuo y a una mirada no sólo desde el hombro de nuestro sujeto, el biógrafo puede conocer otra perspectiva del contexto. En su ensayo La biografía, un enfoque diferente para entender el contexto, Terrazas ejemplifica su tesis con un trabajo sobre el gobernador del Estado de México Francisco Modesto de Olaguíbel (1846-1848). La contracción temporal del día a día de su espectro le permitió redimensionar sus acciones y, al hacerlo, identificar las turbias lentillas de conservador-liberal-moderado-radical con todos sus matices; esta propuesta invita a otros historiadores a que utilicen con mayor cuidado estos socorridos apelativos.

    La mancuerna de la fotografía y el documento

    Si el azar existe, un buen día le llegó a Esther Acevedo un maravilloso archivo que consistía en fotografías, libros y documentos sobre Benito Juárez Maza, el hijo del Benemérito. El arribo de esa Caja de Pandora sería quizá el sueño de cualquier historiador, y lo fue especialmente para Acevedo, historiadora del arte, armada con una entrenada y puntillosa mirada para radiografiar imágenes.

         La vida de Beno, como le decían los allegados, era el reverso de la moneda de la vida de su ilustre padre; dilapidó su herencia y aprovechó el apellido de su progenitor para entablar contactos y consolidar un buen pasar. Le interesa- ba el nivel de la high al que estuvo acostumbrado durante casi toda su vida, aun en el itinerante periodo de su niñez —que va de 1864 a 1867, interludio del Imperio de Maximiliano—, que transcurrió básicamente en Nueva York.

         ¿Cómo construir una historia personal con más de 300 fotografías? Como especialista en la lectura de imágenes, Acevedo reconstruyó la biografía de Beno con este enriquecedor enfoque: [las fotografías fueron] inicios de información tanto por su visualidad como por su textualidad […] me permitieron indagar los sentimientos hacia o desde los amigos, los humores cambiantes de la familia y el amplio círculo social de los Juárez Maza: políticos, poetas, impresores, abogados, funcionarios públicos, masones, etc. […] se entretejieron la historia y la historia del arte al indagar sobre artistas, caricaturistas y las obras que le regalaron o que él adquirió. Esta historia publicada en 2011 representa prácticamente un caso único, en que la "fotografía lo sigue [a Beno] toda su vida o, mejor diríamos, él va dejando en fotografías el testimonio de su vida". Vaya que el dicho

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