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Yo he vivido en la Antártida: Los primeros españoles en el continente blanco
Yo he vivido en la Antártida: Los primeros españoles en el continente blanco
Yo he vivido en la Antártida: Los primeros españoles en el continente blanco
Libro electrónico230 páginas2 horas

Yo he vivido en la Antártida: Los primeros españoles en el continente blanco

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La investigación española de la Antártida y la creación de la base Juan Carlos I fueron el fruto de la pasión y la perseverancia de un grupo de científicos liderados por Antoni Ballester. Desde el principio y a pesar de la falta de respaldo institucional, tuvieron claro que la Antártida era el mejor laboratorio natural. Una fuente de conocimiento que había que explorar con sumo cuidado y minimizando los daños de toda intervención humana. La fascinación por la Antártida que compartían Josefina Castellví y Ballester, así como todo el trabajo que habían realizado para hacer realidad la base antártica española, llevaron a la investigadora, en su momento, a tomar las riendas de la base y del Programa Antártico Español.
Esta obra es excepcional porque, además de fomentar el amor y el respeto por la naturaleza, es un documento histórico con respecto al nacimiento de la investigación española en el continente antártico y un extraordinario relato en primera persona de la labor de una gran científica, de una pionera.
«Me pregunto si esta experiencia de vida en la Antártida, por lo menos la que yo he vivido, no puede considerarse como un experimento sobre un modelo de sociedad, deseable para el futuro de la humanidad, que estuviera basado en la paz, la tolerancia, la comprensión y el respeto a la vida natural».
IdiomaEspañol
EditorialNext Door
Fecha de lanzamiento15 mar 2023
ISBN9788412630053
Yo he vivido en la Antártida: Los primeros españoles en el continente blanco

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    Yo he vivido en la Antártida - Josefina Castellví

    1/La

    Antártida

    dentro del

    contexto del

    planeta

    Cuán impropio es llamar Tierra a este planeta, cuando claramente debería llamársela Océano.

    Arthur Charles Clarke

    Definir un continente como una masa emergida dentro de unos límites geográficos es evidentemente correcto, pero la Antártida es algo más. Solo tendremos una aproximación a la realidad del continente blanco si pensamos que es el más alto, más ventoso, más luminoso, más brillante, más frío, más seco, más inaccesible y más hermoso del planeta Tierra.

    El océano Glacial Antártico representa el 20 % de la superficie acuosa del planeta. En el centro de este vasto mar aparece la Antártida con un aislamiento total respecto al resto de los continentes. Esta particular disposición le confiere características climáticas singulares que no se dan en otros lugares, aparentemente similares, como podría ser el Polo Norte. Piénsese que en latitudes de 60°, en el hemisferio norte, se encuentran grandes bosques y actividades agrícolas productivas que han permitido el desarrollo de una civilización y el establecimiento de ciudades tan florecientes como Oslo, Helsinki o San Petersburgo. En cambio, en el Polo Sur, a la misma latitud, solo se extiende el desierto helado.

    La propia constitución física de las zonas polares es antitética. El Polo Norte es un mar circundado por las tierras más septentrionales de Europa, Asia y América, y el Polo Sur es un continente rodeado por el océano.

    La imagen que ofrece la Antártida vista desde el espacio cambia a lo largo del año. El hielo que se forma en sus aguas costeras debido al rigor invernal aprisiona los catorce millones de kilómetros cuadrados del continente a modo de un gigantesco anillo que, sin solución de continuidad, confunde su perímetro con el hielo marino y lo prolonga hasta unos mil kilómetros hacia el norte. En este momento la extensión de la masa helada llega a más de veinte millones de kilómetros cuadrados (lo que equivale a más del doble de la superficie de los Estados Unidos). Este crecimiento aparentemente trivial tiene, no obstante, una gran influencia ecológica. Las especies que viven bajo la superficie quedan temporalmente protegidas de sus depredadores naturales y la tenue luz que se filtra a través del espesor del hielo y de la nieve acumulada es apenas suficiente para que las algas adaptadas a estas condiciones de vida puedan continuar sus ciclos vitales. Al llegar la primavera, la mar helada, a la que se denomina banquisa, adelgaza por fusión y el anillo de hielo se resquebraja, lo que origina grandes placas de hielo que se dejan llevar por las corrientes hasta que desaparecen, con la consecuente liberación de la flora y fauna que albergaban.

    Desde el punto de vista energético, esta región es la más activa del océano. Cada año, en aproximadamente un centenar de días se produce la formación y fusión de dieciséis millones de kilómetros cuadrados de hielo¹.

    En verano la imagen que ofrece el conjunto del continente es la de una reducción de la extensión helada. Su perímetro se ciñe a los bordes reales de las tierras emergidas y al de las barreras heladas, que, aunque varían en extensión según los años, nunca llegan a fundirse totalmente, y representan alrededor del 10 %² de la superficie antártica. Las principales barreras de hielo se encuentran en los mares de Weddell y de Ross, que son las dos grandes escotaduras que interrumpen el casi circular perímetro del continente. Estas barreras suponen una prolongación de este y representan el límite meridional de la navegación. Ni los más potentes rompehielos pueden penetrar en ellas. Como ejemplo puede citarse que la barrera del mar de Ross tiene unos cuatrocientos metros de espesor³.

    La sucesión de heladas y deshielos, en una hipotética visión acelerada desde el espacio, haría ver a la Antártida animada de un movimiento de expansión y retracción que recuerda a los movimientos de inspiración y espiración de un ser vivo.

    Durante el movimiento de expansión invernal, junto con el aumento de la superficie de hielo, se produce un enfriamiento progresivo del continente, en un proceso que se alimenta a sí mismo. Por una parte, el sistema sufre una pérdida de energía debido a que el incremento de la superficie blanca, la pureza de la atmósfera y la escasez de vapor de agua provocan una mayor reflexión de la energía solar (albedo). Por otra, al aumentar el diámetro del casquete helado, las regiones centrales quedan cada vez más alejadas del foco calorífico representado por las aguas subantárticas. Según la estación del año que se considere, este fenómeno de enfriamiento puede ser más o menos exagerado, pero en cualquier caso el balance energético de esta región del globo siempre es negativo, por lo que constantemente se está produciendo un trasiego de energía desde latitudes más bajas que influye de manera decisiva en la regulación térmica del planeta y, en consecuencia, en su clima.

    chpt01_fig_002

    Detalle de un iceberg en la península antártica. Fotografía de Hans Hansen durante el rodaje de Los recuerdos del hielo.

    A causa del peso del hielo, el continente antártico se encuentra hundido por debajo del nivel del mar. No por ello deja de ser el continente más alto de la superficie de la Tierra, con una elevación media de alrededor de dos mil metros⁴. Es atractivo pensar en la posibilidad de que lo que conocemos como continente antártico en realidad pueda tratarse de varias unidades emergidas, entrelazadas por la inmensa mole de hielo que les da una apariencia de unidad.

    Aparte de la altitud real de la orografía antártica y de su cubierta de hielo, existe una sensación de mayor altura ligada al adelgazamiento de la atmósfera. El movimiento de rotación de la Tierra produce un desplazamiento de la envolvente atmosférica hacia latitudes ecuatoriales, debido a la fuerza centrífuga que se origina. Esto provoca un adelgazamiento de la atmósfera en las zonas polares, con el consiguiente enrarecimiento de los gases que la componen. A iguales altitudes, la concentración de gases de la atmósfera antártica es menor.

    «Ante el paisaje antártico se tiene la sensación de haber desembocado en una época glacial a través de un invisible túnel del tiempo».

    Si exceptuamos la zona de la Antártida occidental (que es uno de los pocos ejemplos mundiales de hielo marino con un basamento a varios centenares de metros por debajo del nivel del mar, cuyo dinamismo está probablemente ligado a la evolución geológica de esta región), el hielo que cubre actualmente el continente se calcula que tiene unos tres millones de años de antigüedad. En la parte central del continente la sequedad es comparable a la de un desierto y las nevadas son tenues (unos tres milímetros por año), pero la nieve se va acumulando sin pausa, alimentando los glaciares que la acción gravitatoria hace descender desde las cumbres hacia la costa, encajonándolos en los valles. Al igual que la acumulación de nieve, la velocidad de descenso de un glaciar es lenta pero incesante; ningún obstáculo lo detiene en su objetivo final de alcanzar la mar. El hielo, compactado por su propio peso y que parece de gran dureza, en realidad es de una plasticidad extrema, lo que hace que se adapte a los relieves del terreno y, donde no puede lograrlo, se resquebraje produciendo grietas, a veces de centenares de metros de profundidad. Hay regiones en las que los campos de grietas son constantes y representan zonas excluidas para el paso de las expediciones, porque constituyen el mayor peligro con el que pueda encontrarse cualquier tipo de vehículo, ya sea de tracción animal (trineos tirados por perros) o mecánica, sobre todo en los momentos en que las grietas quedan ocultas por un manto de nieve reciente.

    Ante el paisaje antártico se tiene la sensación de haber desembocado en una época glacial a través de un invisible túnel del tiempo. Allí se comprende mejor que en ningún otro sitio cómo debió de ser el implacable avance de los hielos sobre los continentes, hasta entonces llenos de vida. Pensar que, a centenares de metros bajo nuestros pies, yacen enterradas una flora y una fauna tropicales ayuda a comprender la incesante extinción de especies y el despliegue de posibilidades que la naturaleza pone en marcha para crear nuevos organismos vivos, que van jalonando un camino cuyo comienzo es solamente intuido por el hombre y cuyo final pertenece a un destino desconocido.

    Las distintas unidades geográficas de la Tierra, así como los ecosistemas que en ellas se desarrollan, forman parte de una sola unidad, que es la naturaleza. En ella todo es continuo y está interrelacionado, de manera que cualquier fenómeno ocurrido en una de sus partes se transmite directa o indirectamente a las otras. Esto hace que el conjunto sea tan complejo que dificulta su conocimiento por esta verdadera maraña de interconexiones. El hombre, en su afán de ordenar el estudio de los sistemas naturales, ha procurado definir compartimientos estancos que le permitan una aproximación sistemática y, aunque en el conjunto esto no se ajusta a la realidad de la naturaleza, permite al menos llegar a un conocimiento profundo y detallado de cada una de sus partes. Un símil de este proceso sería lo que ocurre al aislar el fotograma de una película. La descripción que nos proporciona este fotograma es válida por sí misma, pero al no tener en cuenta de dónde procede ni a dónde va resultará imposible deducir del fotograma el argumento de la película en cuestión. Así se ha llegado, por ejemplo, al concepto de especie biológica, indispensable para el estudio de la flora y la fauna, pero que solo es válido teniendo en cuenta que se está considerando nada más que una fase de una evolución general.

    Aplicando este espíritu práctico, los estudiosos han sistematizado geográficamente la Antártida, considerando como tal el espacio, emergido o no, que se encuentra al sur de los 60° de latitud sur. Esta delimitación coincide aproximadamente con un fenómeno conocido con el nombre de convergencia antártica, ocasionado por el encuentro de las masas de agua caliente y salina procedentes del Atlántico, Índico y Pacífico, que fluyen hacia el sur, y las aguas gélidas y de baja salinidad características de las costas del continente antártico, que se dirigen hacia el norte enfriando los océanos y enriqueciéndolos en oxígeno. El encuentro de estas dos masas de distinta densidad hace que el agua antártica se hunda por debajo de la masa procedente del norte, lo que ocasiona el mencionado fenómeno que los oceanógrafos denominan convergencia antártica. Cada masa de agua mantiene su identidad y los procesos físicos y biológicos se desarrollan acordes con las características de cada una de ellas, lo que produce una discontinuidad natural.

    chpt01_fig_003

    Vista desde la Isla Livingston. Fotografía de Albert Solé durante el rodaje de Los recuerdos del hielo.

    Por otro lado, se define como territorio subantártico el comprendido entre los 60° S y las estribaciones de los continentes más cercanos (América, África, Australia), integrado por una serie de islas y peñascos que emergen de manera dispersa.

    Volviendo a la idea de compartimientos estancos, es lícito considerar estas dos regiones geográficas desde un punto de vista sistemático, pero en el entendimiento de que las relaciones de funcionalidad de ambas son tan grandes y tan dependientes la una de la otra que no es posible ignorar su conexión. common

    Notas al pie

    1 Este dato es difícil de actualizar porque actualmente este valor se mide en volumen (km³), lo que sabemos es que actualmente en la Antártida zhay un balance de masa anual (masa que se destruye por masa que se crea) de -118 Gigatonas de hielo (con un margen de ±24 Gigatonas). (N. de la E.).

    2 Está calculado un valor muy similar, entre el 10-11%. (N. de la E.).

    3 Actualmente, se calcula un valor muy similar de alrededor de los 350 m de espesor. (N. de la E.).

    4 Actualmente, la Antártida sigue considerándose el continente más alto de la Tierra, con una elevación media de 2.500 m. (N. de la E.).

    chpt02_fig_001

    2/¿Por qué

    atrae a los

    científicos la

    Antártida?

    Parte del vigor de la ciencia se basa en que tiende a atraer a individuos que aman el conocimiento y la creación.

    Philip Hauge Abelson

    El descubrimiento de la Antártida no coincidió con la toma de conciencia sobre el valor científico que encierra este continente. La época de la gran explotación de recursos antárticos (ballenas, focas, lobos marinos, etc.) no solo no se aprovechó para realizar una investigación científica acorde con los conocimientos del momento, sino que no se tomó ninguna medida de protección por parte de los integrantes de las expediciones, ni de las compañías pesqueras, ni de sus Gobiernos.

    Exceptuando, por tanto, las campañas de explotación comercial, las expediciones orientadas hacia la investigación científica propiamente dicha no empezaron hasta el Año Geofísico Internacional de 1957 (AGI, 1957) con el propósito de estudiar los fenómenos relacionados con las ciencias de la Tierra y del espacio en su ambiente

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