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El fin del envejecimiento: Los avances que podrían revertir el envejecimiento humano durante nuestra vida
El fin del envejecimiento: Los avances que podrían revertir el envejecimiento humano durante nuestra vida
El fin del envejecimiento: Los avances que podrían revertir el envejecimiento humano durante nuestra vida
Libro electrónico769 páginas14 horas

El fin del envejecimiento: Los avances que podrían revertir el envejecimiento humano durante nuestra vida

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Con este libro empieza el último capítulo del poema que Gilgamesh protagonizó hace 5000 años. La reencarnación del legendario rey mesopotámico se llama Aubrey de Grey, el biogerontólogo británico que nos abre las puertas de la eterna juventud y de la derrota del envejecimiento.

Mientras que la gerontología clásica se centra en la manipulación del metabolismo para combatir el envejecimiento, SENS (las estrategias para un envejecimiento nulo) se aparta de esta concepción y opta por desarrollar terapias para reparar el daño provocado por los procesos metabólicos responsables del envejecimiento. Esta es la estrategia de la "ingeniería SENS" frente a la gerontología clásica, la estrategia de la ciencia aplicada frente a la ciencia pura: lo importante no es el por qué, sino el cómo.

Si descubrimos cómo revertir los efectos del envejecimiento, la importancia de la pregunta sobre las causas de dicho envejecimiento pasa automáticamente a un segundo plano. Primero, y partir de información ya disponible, el autor analiza los daños del envejecimiento. Su conclusión es que estos daños se reducen a siete, a los que denomina "los siete mortíferos". Después aplica el punto de vista de la "ingeniería SENS" para combatirlos. ¡He aquí la revolución epistemológica propuesta por el autor!
IdiomaEspañol
EditorialLola Books
Fecha de lanzamiento21 jul 2015
ISBN9783944203140
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    El envejecimiento es tomado como una etapa que hay que evitar. Desde una visión bioquímica encontrar la manera de evitarla.

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El fin del envejecimiento - Aubrey de Grey

envejecimiento

Parte uno

CAPÍTULO UNO

El momento eureka

Hotel Marriot, Playa de Manhattan, California. 25 de junio de 2000. Cuatro en punto de la madrugada.

Eran las 4 de la madrugada en California, pero mi cuerpo insistía en recordarme que eran las 9 en Cambridge. Me encontraba exhausto a causa del vuelo intercontinental y de un día de debate con algunas de las personalidades más influyentes de la biogerontología durante una sesión de tormenta de ideas a puerta cerrada para combatir el envejecimiento. Estaba allí el biólogo evolucionista Michael Rose. También los investigadores de la restricción calórica Richard Weindruch y George Roth, el nanotecnólogo Robert Freitas, y muchos otros.

Pero yo no podía dormir, y para colmo del desajuste entre los relojes biológico y geográfico, me sentía frustrado por lo que interpretaba como el fracaso de ese día a la hora de hacer cualquier avance real hacia un plan antienvejecimiento realista y concreto.

Mientras dormitaba y cavilaba, una idea sobre la naturaleza del metabolismo y el envejecimiento se coló en mi mente y no me la podía quitar de la cabeza. En medio de mi irritación soñolienta, me incorporé, me pasé las manos por la barba, y empecé a caminar por el cuarto, dándole vueltas al dilema en la cabeza.

El metabolismo normal era de lo más caótico, y los airados debates en la literatura biogerontológica mostraban lo difícil que era determinar qué precedía a qué: qué cambios metabólicos eran causas del envejecimiento, y cuáles eran efectos (o causas secundarias) que simplemente desaparecerían si las causas primarias subyacentes fuesen tratadas.

¿Cómo podríamos producir un impacto positivo en un sistema tan complejo y tan pobremente entendido? ¿Cómo podría cualquier cambio significativo dado en el metabolismo no ser como una mariposa batiendo sus alas, capaz de provocar grandes e indeseadas tormentas más adelante?

Entonces, una segunda línea de pensamiento comenzó a tomar forma en mi mente, vagamente al principio, como un concepto abstracto. El verdadero asunto, seguramente, no era cuál de los procesos metabólicos causan el daño del envejecimiento en el cuerpo, sino el daño mismo. Las personas de cuarenta años tienen menos años saludables por delante que las personas de veinte a causa de las diferencias en su composición celular y molecular, no por causa de los mecanismos que dieron origen a esas diferencias. ¿Cuánto se podría estrechar el campo de las causas candidatas a ser responsables del envejecimiento fijándome en el propio daño molecular?

Bien, pensé, hacer una lista no vendría mal…

Están las mutaciones de nuestros cromosomas, por supuesto, que causan cáncer. Está la glicación, la deformación de proteínas por la glucosa. Existen varios tipos de basura que se acumula fuera de la célula (agregados extracelulares): la beta-amiloide, la menos conocida transtiretina, y posiblemente otras sustancias de la misma clase. También está la porquería insana que se acumula dentro de la célula (agregados intracelulares), como la lipofuscina. Además está la senescencia celular, el envejecimiento de las células individuales, que pone freno a su crecimiento y produce señales químicas peligrosas para sus vecinas. Y está la depleción de los bancos de células madre, esencial para el saneado y el mantenimiento del tejido. Y, por supuesto, hay mutaciones mitocondriales que, por el creciente estrés oxidativo, parecen perturbar la bioquímica celular. Durante unos pocos años fui optimista sobre el hecho de que los científicos pudieran resolver este problema mediante la réplica del ADN mitocondrial desde su punto débil en la zona de impacto, dentro de la mitocondria generadora de radicales libres, hasta el búnker del núcleo celular, donde el daño al ADN es mucho menos frecuente.

Ahora bien, si al menos tuviéramos soluciones como esa para todas estas otras cosas – reflexioné – podríamos olvidarnos del efecto mariposa que interfiere en los procesos metabólicos básicos, y simplemente borrar del mapa EL DAÑO MISMO.

Hum...

Bien – pensé – ¿y por qué demonios no?

Retomé mi lista. ¿Glicación de proteínas? Una iniciativa biotecnológica estaba ya poniendo en marcha ensayos clínicos empleando un medicamento que había demostrado romper el ensamblado disfuncional de las proteínas que causaba este proceso. ¿Los agregados extracelulares? De nuevo aquí, estudios con animales habían mostrado que se podría reparar el daño sencillamente, en este caso vacunando contra la placa amiloide y dejando que las células inmunes la engullesen. Al menos en teoría, había toda clase de formas para lidiar con la senescencia celular, solo que no estaba seguro de cuál resultaría al final ser la correcta. Cualquiera que en los últimos años leyese un periódico sabía que los científicos estaban siguiendo de cerca un modo de lidiar con la pérdida de células: células madre, cultivadas en el laboratorio y dispensadas como una terapia celular de rejuvenecimiento. ¿Lipofuscina? Fue en este punto de mi investigación cuando empecé a sentir que realmente había dado con algo, porque justo un año antes había ideado una forma de eliminar la lipofuscina que, aunque extremadamente novedosa, ya se había ganado el interés entusiasta de unos pocos investigadores punteros en ese campo. Sobre el papel no tenía ninguna idea radicalmente nueva para el cáncer que sacarme de la manga; iba a tener que apoyarme (al menos de momento) en las ideas de otros. Pero eso no era un problema, después de todo, ya estaba en marcha un esfuerzo enorme para lidiar con el cáncer. Y en cuanto a los demás problemas que se plantean a raíz de las mutaciones del núcleo, recientemente he llegado a la conclusión claramente antiintuitiva de que estos no son en absoluto una causa importante de la disfunción celular relacionada con la edad.

Volví una y otra vez sobre mi lista, y mientras lo hacía estaba cada vez más seguro de que no había ninguna excepción clara. La combinación de mi propia idea para la eliminación de basura intracelular como la lipofuscina, la idea que había estado madurando para hacer menos dañinas las mutaciones mitocondriales, y las diversas terapias en las que se estaba trabajando en todo el mundo para tratar la glicación, la acumulación amiloide, la pérdida de células, las células senescentes y el cáncer… parecía como si esta fuese una lista real, verdadera y lo suficientemente exhaustiva. No necesariamente exhaustiva del todo (seguramente en el cuerpo haya otras cosas que funcionen mal) pero muy posiblemente sí que sea lo bastante completa como para dar, antes de que se inauguren los tratamientos, unas pocas décadas de vida extra a la gente que ya es de mediana edad. Y ese primer paso era realmente mucho más prometedor que nada de lo que se hubiera sugerido el día anterior, o en las muchas conferencias y artículos que había devorado anteriormente en pocos años. Durante décadas, mis colegas y yo hemos estado investigando seriamente el envejecimiento de la misma manera en que los historiadores investigan la Primera Guerra Mundial: como una tragedia histórica casi irresolublemente compleja sobre la cual todo el mundo pudiera teorizar y debatir, pero sobre la cual básicamente nada pudiera hacerse. Tal vez inhibidos por la creencia profundamente arraigada de que el envejecimiento fuese natural e inevitable, los biogerontólogos se habían apartado del resto de la comunidad científica al permitirse a sí mismos sentirse intimidados por la complejidad del fenómeno que estaban observando.

Aquella noche deseché toda esa complejidad al descubrir una nueva simplicidad en una redefinición total de la cuestión. Me di cuenta de que para intervenir en el envejecimiento no se requiere una comprensión total de la infinidad de procesos interactuantes que contribuyen al daño relacionado con la edad. Para el diseño de terapias, todo lo que se necesita entender es el daño del envejecimiento mismo: las lesiones moleculares y celulares que afectan la estructura y función de los tejidos del cuerpo. Una vez que me di cuenta de esa sencilla verdad, me pareció claro que estábamos más cerca de soluciones reales mediante el tratamiento del envejecimiento cómo un problema biomédico susceptible de terapia y cura de lo que de otro modo pudiera parecer. Tomando un bloc de notas, apunté los cambios celulares y moleculares que pudiera contar con seguridad como objetivos importantes para la nueva clase de terapias antienvejecimiento a la que pronto llamaría SENS, las estrategias para un envejecimiento nulo.* Cada una de ellas se acumulaba en el cuerpo con la edad a lo largo de la vida y contribuía al decaimiento patológico de sus años últimos. Hasta donde podía discernir era una la lista exhaustiva, pero se la mostraría a mis colegas y vería si podían añadir algo. Bajé corriendo las escaleras antes del desayuno para pasar mis notas garabateadas a un rotafolio en la sala de reuniones. Me moría de ganas por enseñar mi nueva síntesis a mis apreciados colegas. Pero siendo sincero, ya sabía bien que al primer vistazo la recibirían con miradas atónitas. El cambio de paradigma era demasiado grande.

*Strategies for Engineered Negligible Senescence en el original. Estrategias para un envejecimiento nulo es la traducción que utilizó el Dr. Gustavo Barja en una conferencia organizada por Lola Books el 13 de noviembre de 2012 en la Universidad Complutense de Madrid a la que acudió el propio Dr. Aubrey de Grey (el vídeo de la conferencia se puede encontrar en nuestra página web) y por eso respetamos dicha traducción.

CAPÍTULO DOS

¡Despierte, envejecer mata!

¿C uántas vidas cree usted que podría salvar en su vida? Esta no es una pregunta trampa. Pero para una mayor precisión, voy a cambiarla un poco. Cuando hablamos de salvar una vida, nos referimos a dar a los beneficiarios de nuestra acción la oportunidad de vivir más tiempo de lo que de otro modo hubieran vivido. Sin embargo, cuando nos preguntamos al detalle sobre la importancia de salvar una vida, puede que no consideremos a todas las vidas por igual. Por ejemplo, salvar de morir ahogado a una persona de 80 años solamente puede darle unos pocos años extra de vida antes de que probablemente muera de otra causa, mientras que salvar a un niño le da una vida extra de unos, probablemente, 70 años. Además, tal vez tengamos en cuenta la calidad de vida de la persona a la que salvamos, sobre todo en lo concerniente a su salud, así pues he aquí la reformulación de mi pregunta:

¿Durante su vida, cuántos años en total de vida saludable y juvenil cree usted que podría alargar la vida de la gente?

El propósito fundamental de este libro es mostrarle que se podrían sumar muchos más años de los que hoy se piensan. Tantos, de hecho, que ahora es el momento de decidir si queremos hacerlo y el modo en que usted puede hacerlo es ayudando a acelerar la derrota del envejecimiento. Los modos específicos por los que usted puede ayudar (mediante la aportación de tiempo o dinero a los fondos de Methuselah Foundation’s Mprize o a su programa de financiación de la investigación SENS) serán el tema del capítulo 15; en este capítulo me limitaré a exponer el gran alcance de lo que esos esfuerzos pueden lograr en términos humanitarios.

Comenzaré con algunas cifras. Alrededor de 150.000 personas mueren cada día en el mundo; casi dos por segundo, y de ellos, unos dos tercios mueren de viejos. Sí, ha oído usted bien: 100.000 personas. Treinta World Trade Centers, sesenta Katrinas, cada día. En el mundo industrializado, la proporción de muertes atribuibles al envejecimiento ronda el 90%, lo cual significa que por cada persona que muere de otras causas distintas del envejecimiento, ya sean homicidios, accidentes de tráfico, SIDA o lo que sea, DIEZ personas mueren de viejos (1).

Y hay algo peor que eso. Vuelva a mirar la versión extendida de mi pregunta y apreciará un par de adjetivos: saludable y juvenil. Mucha gente, cuando piensa en la idea de sumar años a su vida, comete el error de Titón, la presunción de que, cuando hablamos de combatir el envejecimiento, solo estamos hablando de alargar los tristes años de debilitamiento y enfermedad en los cuales terminan hoy día la mayoría de las vidas (2). Sin embargo, lo que es verdad es lo contrario: la derrota del envejecimiento supondrá el final de esa etapa, ya que la pospondrá indefinidamente a edades más avanzadas de manera que la gente nunca llegue a ella. La cuestión es así de simple: dejará de haber una parte de la población frágil y enfermiza como consecuencia de su edad. Por tanto no es únicamente de prolongar la vida de lo que les hablaré en este libro, también se trata de la erradicación de la cantidad casi incalculable de sufrimiento, experimentado no solo por los propios ancianos, por supuesto, sino también por sus seres queridos y cuidadores, que el envejecimiento nos inflige actualmente. Oh, y también está el detalle menor del ahorro económico que la erradicación del envejecimiento comportaría para la sociedad, ya que es bien sabido que de media una persona en el mundo industrializado (con independencia de la edad de su muerte) consume más recursos para el cuidado de la salud durante su último año de vida que en toda su vida hasta ese momento, por lo que estamos hablando de billones de dólares al año.

En este libro explicaré los principios científicos y tecnológicos de mi punto de vista en cuanto a que probablemente podremos acabar con el envejecimiento como causa de muerte durante este siglo (y posiblemente en unas pocas décadas, lo bastante pronto como para beneficiar a la mayoría de la gente viva en la actualidad) pero, en primer lugar, necesito despertar su interés, no simplemente con la intención de entretenerle como si se tratara de leer una buena historia, sino en el sentido de que usted se dé cuenta de que cuando esto sea factible se tratará de algo positivo. Por mi parte, llevo en este negocio el tiempo suficiente como para saber que una descripción del nivel de sufrimiento que se podría evitar y del número de vidas que se podría salvar no convence por sí sola a la mayoría de la gente de que la derrota del envejecimiento sería algo positivo. Por eso espero que me disculpen si en este capítulo soy directo y voy al grano, antes de abordar la ciencia y la tecnología que harán posible realizar la tarea.

¿Por qué escribí este libro?

Soy científico y tecnólogo y, en principio, en un mundo ideal pasaría todo mi tiempo trabajando en los detalles científicos y tecnológicos de mi objetivo en la vida, la derrota del envejecimiento. No perdería mucho tiempo en entrevistas con la prensa, o dando conferencias, ni siquiera escribiendo libros. Pero hay algo en la actitud de la gente hacia el envejecimiento que, por ahora, cambia mis prioridades. Yo lo llamo el trance pro envejecimiento. Comenzaré mi exposición del trance pro envejecimiento con una comparación: aquí, en el Reino Unido, así como en todo el mundo occidental, hay una campaña contra el tabaco que es cada vez más feroz. Todas las cajetillas de tabaco vienen con advertencias sobre la salud. No son simples, diminutas y discretas advertencias escritas en prudente lenguaje científico, sino advertencias de la naturaleza más hiriente y desafiante posible. La más corta y sencilla consiste en solo dos palabras, típicamente impresas en negro sobre un fondo de un blanco inmaculado:

Fumar mata

Y, de forma lenta pero segura, fumar se está convirtiendo en algo cada vez menos popular. Igual que beber antes de conducir, fumar goza socialmente de mala fama. Sin embargo, se trata de un camino largo y difícil, no solo porque la nicotina es adictiva, sino porque los jóvenes siguen comenzando a fumar a pesar del creciente estigma social que se le asocia. Es en este último punto, la continua afluencia de nuevos jóvenes adictos, en el que me voy a centrar. En absoluto he escogido el tabaco a modo de analogía para estigmatizar a los fumadores que pueda haber entre mis lectores. No, aquí mi objetivo en general es algo menos controvertido, porque evitar que los chavales empiecen a fumar es una batalla que mantienen prácticamente todos los adultos, fumadores o no. El motivo por el que me refiero aquí a ello es la cronología: esta batalla aún está siendo librada, por ello podemos examinar de cerca las contradicciones de nuestras actitudes, tanto a nivel individual como social, que hacen que la batalla sea tan difícil de ganar. Con enfermedades específicas no cabe tal discusión: cuanto más podamos hacer para vencerlas, mejor. Sin embargo, aunque el tabaco provoca alguna de esas mismas enfermedades, de algún modo la sociedad misma está anclada en una adicción que la priva de su capacidad de raciocinio en lo que respecta a los nuevos jóvenes adictos. Así, afrontamos cada día la tremenda desconexión existente entre permitir la venta y publicidad masiva de cigarrillos y el ver cómo se malogran y acortan las vidas de aquellos que caen bajo su embrujo. Y, según mi opinión, lo mismo ocurre con el envejecimiento. Por ello hice dicha analogía.

Hay dos razones potenciales por las que fumar está perdiendo popularidad y aceptación pública. Una es que mucha gente no lo encuentra atractivo; no les gusta el olor (o, en ambientes más íntimos, el sabor). Pero es difícil creer que esto sea el desencadenante del más que reciente cambio de sentimiento contra el tabaco, ya que seguramente el tabaco de hoy no es más desagradable que el de hace uno o tres siglos. Por eso creo que está claro que la razón principal por la que ahora tanta gente desaprueba el tabaco es su otro aspecto negativo, que no era muy apreciado siquiera hace medio siglo, y es que fumar es realmente dañino, tanto para usted, como para los que le rodean. Sobre todo, aumenta enormemente el riesgo de desarrollar un cáncer mortal de pulmón, lo cual no solo acorta la vida sino que hace que los últimos años sean francamente tristes. Mi propósito con este libro, así como el de todo mi trabajo de divulgación, es impulsar un cambio similar en la opinión pública con respecto al envejecimiento.

Soy consciente desde hace muchos años de que la mayoría de la gente no piensa en la vejez de la misma manera en que piensan sobre el cáncer, la diabetes o las enfermedades coronarias. Están completamente a favor de la eliminación total de tales enfermedades tan pronto como sea posible, pero la idea de acabar con el envejecimiento, conservando plenamente las funciones físicas y mentales indefinidamente, provoca una avalancha de miedos y reservas, a pesar de que, en sentido estricto, el envejecimiento es como fumar: es realmente malo para usted, ya que acorta su vida (véase el capítulo 14 para una confirmación de cuánto), habitualmente hace que los últimos años de vida sean bastante deprimentes, y también bastante duros para sus seres queridos.

De manera que examinemos más de cerca por qué el envejecimiento es algo tan apasionadamente defendido.

La causa del trance pro envejecimiento

En primer lugar, permítaseme aclarar que me doy cuenta de que existe un gran abismo entre la actitud de la gente hacia un aplazamiento modesto del envejecimiento y su actitud hacia el tema de este libro, la genuina erradicación del envejecimiento como causa de enfermedad y muerte. La industria anti envejecimiento es enorme, a pesar de (por decirlo de alguna manera) la capacidad altamente variable de sus productos para hacer realmente lo que dicen que pueden hacer. La razón de esto solo puede ser que la gente no disfruta de verse a sí misma estropearse (ni de que otras personas la vean estropearse). Empero, la perspectiva de ser capaces de combatir el envejecimiento del mismo modo en que combatimos actualmente la mayoría de enfermedades infecciosas (en otras palabras, la perspectiva de acabar con el envejecimiento como causa de muerte) infunde, de momento, terror en la mayoría de la gente. Su reacción inmediata (y, debo señalar, a menudo exagerada) es apelar al espectro de la superpoblación incontrolable, o de dictadores viviendo para siempre, o de que solo una élite rica se beneficie, o de cualquier otro tipo de docenas de preocupaciones.

Ahora bien, de ningún modo estoy diciendo que estas objeciones sean tontas, en absoluto. Efectivamente, deberíamos considerarlas como peligros a los que deberíamos adelantarnos mediante una previsora y cuidadosa planificación. No, lo que me choca no es que se planteen esas cuestiones, sino la manera en que se plantean. Personas plenamente racionales y abiertas a la discusión en cualquier otra cuestión abordan el tema de acabar con el envejecimiento con una resistencia al debate casi incomprensible. Hay que ver para creer la determinación con la cual la gente se empeña en cambiar de tema, en relegar la conversación a un intercambio de ocurrencias o, simplemente, en calificar al enemigo del envejecimiento como un ingenuo papanatas.

Quizá se estén preguntando si acaso he olvidado que estoy hablando de ustedes. Pero entiendan que no les estoy reprendiendo en absoluto, ya que hasta este punto mis comentarios han tratado solo de la lógica de por qué habría que luchar contra el envejecimiento, y no todo es lógico en la vida. Hay una razón muy sencilla por la cual la gente defiende el envejecimiento con tanta fuerza; una razón que en estos momentos ya no es válida, pero que hasta hace más bien poco era del todo razonable. Hasta hace poco, nadie tenía una idea coherente sobre cómo vencer al envejecimiento, y por tanto este ha sido, en efecto, inevitable. Y cuando uno se enfrenta con un destino tan aterrador como el envejecimiento y sobre el cual uno no puede hacer absolutamente nada, ya sea en lo que respecta a uno mismo o en lo que respecta a otros, psicológicamente hablando tiene perfecto sentido apartarlo de la mente, estar en paz con él, podríamos decir, en vez de pasarse la triste y corta vida de uno preocupándose por ello. El hecho de que, para mantener este estado mental, uno tenga que renunciar a toda apariencia de racionalidad en relación al tema, e, inevitablemente, tomar parte en conversaciones irracionales y embarazosas sobre estrategias para apuntalar esa irracionalidad, es un pequeño precio a pagar.

Una palabra sobre el escepticismo con respecto a SENS

Este libro es una exposición de SENS (Estrategias para un envejecimiento nulo), mi plan de proyecto para vencer al envejecimiento. Supongo que este será el primer encuentro con SENS para muchos lectores, pero otros ya se habrán topado anteriormente con él. Si alguna vez en particular han tenido interés en la extensión de la vida, es bastante probable que se haya encontrado con reseñas de SENS en los principales medios de comunicación. Si ese fuera el caso, sabrá que, mientras gerontólogos de grandes credenciales han aplaudido SENS, otros lo han acogido con duras críticas, incluso con sorna. Hasta este capítulo solo me he referido a las fallas en las razones de la gente para sentir que la derrota del envejecimiento puede no ser deseable. Pero para asegurar que usted lea este libro con verdadera atención, y lo que es más importante, que después salga al exterior y haga algo por ayudar al esfuerzo anti envejecimiento, también necesito asegurarme de que entienda que la derrota del envejecimiento es factible. Debo, entonces, incluir aquí un breve resumen sobre dónde se encuentra el debate sobre las posibilidades de éxito de SENS en la actualidad.

En primer lugar debo asegurarme de que sepa que la norma con respecto a los conceptos radicalmente nuevos que reciben mucha atención es suscitar una marcada división de opiniones entre los expertos analistas. En muchos casos, los detractores del sistema están completamente en lo cierto y la nueva idea es realmente errónea. A menudo, sin embargo, los detractores han fracasado a la hora de adquirir (incluso han evitado adquirir) un conocimiento detallado sobre lo que están criticando y se han guiado más por el interés personal que por argumentos científicos. Si usted no es científico quizá tenga la sensación de que esta es una insinuación injusta, pero la inversión intelectual y emocional que los científicos experimentados han puesto en sus creencias es un poderoso enemigo de la objetividad (todos los científicos reconocen este problema en privado o en público). Esto ha sido recogido de forma memorable por algunos de los más eminentes científicos del mundo a lo largo de los años; por ejemplo, el físico Max Planck observó hace 80 años que la ciencia avanza funeral a funeral, y el biólogo J.B.D Haldane tomó nota de que hay 4 niveles de aceptación: (i) esto no tiene ningún sentido; (ii) este es un punto de vista interesante, pero perverso; (iii) esto es cierto, pero poco importante; y (iv) ya lo decía yo desde un principio.

Dado que trabajo en el envejecimiento para adelantar su derrota, y no para hacerme rico y famoso, soy extremadamente entusiasta a la hora de identificar cualquier punto débil de importancia en SENS, de modo que, si efectivamente los hay, puedo volver a empezar desde cero sin demora. Para este fin hablo todo el tiempo con mis más eminentes críticos biogerontólogos sobre SENS. Invariablemente, siempre acabo opinando que ellos son en efecto culpables de reaccionar ante mi conclusión (es decir, que SENS puede derrotar totalmente al envejecimiento) sin analizar el razonamiento tras esa conclusión, pero por supuesto también yo soy consciente de que quizás yo sea a su vez incapaz de ser objetivo en este aspecto. Por esta razón, y también porque la velocidad de implementación de SENS depende en gran medida tanto de la aceptación pública como académica para que pueda funcionar, he trabajado duro en los últimos años para generar evidencias imparciales sobre si SENS tiene o no sentido. En 2006 lo logré con bastante contundencia gracias a la ayuda de la destacada revista MIT Technology Review.

Después de publicar una reseña de SENS bastante negativa en 2005, TR descubrió que los influyentes gerontólogos en cuyas opiniones se había apoyado eran, de forma intencionada, incapaces de basar sus valoraciones en ningún rigor científico. Entonces TR, de forma admirable, corrió el riesgo de caer en el desprestigio y organizó un desafío para zanjar el asunto (3).

Para ganar el desafío, SENS, un biólogo o un grupo de biólogos de prestigio tendrían que redactar una refutación de SENS que yo fuese incapaz de rebatir de forma que satisficiera la opinión de un tribunal compuesto por jueces expertos. Por supuesto, el tribunal de jueces tenía que ser demostrablemente imparcial, sin ninguna conexión ni conmigo, ni con mis críticos, pero bien versado en biotecnología. TR tuvo éxito a la hora de reunir un tribunal de genios conformado por 5 personas que incluía al visionario de la biotecnología Craig Venter. TR aportó 10,000 $ como premio y la Methuselah Foundation contribuyó con la misma cantidad. Un grupo de nueve biogerontólogos de elevado prestigio remitió voluntariamente un trabajo escrito de forma conjunta y, por su parte, otros dos científicos hicieron lo mismo de forma independiente. Unánime y rotundamente, los tres escritos fueron juzgados como insuficientes a la hora de demostrar que no valía la pena el intento de SENS.

Ahora bien, no estoy tratando de decir en absoluto que esto pruebe que SENS efectivamente derrotará al envejecimiento, ya que solo hay una manera de responder a eso: ponerlo en funcionamiento y ver qué ocurre. Pero mis críticos afirmaron vehementemente que SENS era tan inverosímil que no había necesidad de intentar ponerlo en práctica. Esa afirmación ha sido refutada incontrovertidamente por el proceso del Desafío SENS. Por eso, si usted encuentra a alguien que aún pretenda decirle que SENS es fantasía, especialmente alguien que asegure tener conocimiento experto en la materia, sepa, tal y como ahora le consta a TR, que preguntar a tales personas lo que piensan de SENS es mucho menos fiable que preguntarles lo que saben sobre SENS. Y después de que usted haya leído este libro, especialmente la parte 2, estará en condiciones de sacar sus propias conclusiones.

Construyendo un argumento capítulo a capítulo

Soy un luchador de corazón y por eso nunca habría hecho las paces con el envejecimiento, cuan perdida pareciera la batalla. Pero esa no es la vida que todo el mundo quiere, y lo respeto. Así pues, probablemente no habría escrito este libro si pensase que estamos todavía demasiado lejos de derrotar al envejecimiento como para tener alguna posibilidad real de éxito dentro del tiempo de vida de los que estamos vivos hoy. En el capítulo siguiente describiré por qué el envejecimiento es, en principio, igual de susceptible a la alteración y eliminación como lo son las enfermedades específicas, y como un modo inapropiado de abordar el envejecimiento ha llevado a muchos gerontólogos a favorecer posibles enfoques terapéuticos que considero poco probable que den fruto. Después, el capítulo 4 ofrecerá una visión global de mi plan para derrotar al envejecimiento en (si todo va bien) solo unas pocas décadas. Así concluye la Parte 1 del libro. En la Parte 2, los capítulos 5 a 12 detallan las piezas individuales de este plan. El libro acaba con la Parte 3, una triada de capítulos que cubren la que preveo será la respuesta de la sociedad a los primeros éxitos en el laboratorio dentro de una década o así, el modo en que los avances de las próximas décadas serán progresivamente perfeccionados para mantener el envejecimiento permanentemente a raya y como usted puede ayudar a acelerar esa cruzada.

Oculto en el último párrafo pasó inadvertido algo que quiero asegurarme de que no sea malinterpretado: un periodo de tiempo conjetural. Considero que dentro de unos 25 o 30 años contando a partir de ahora, si la financiación es la suficiente y hacemos una suposición razonable sobre el ritmo de mejora de la subsecuente tecnología, tendremos una probabilidad del 50% de desarrollar la tecnología necesaria que nos permitirá hacer que la gente deje de morir a cualquier edad por culpa del envejecimiento, un efecto equivalente al de los antiretrovirales contra el VIH.

Sin embargo, hay tres grandes salvedades a esta afirmación. La primera es que solo hay una probabilidad del 50%. Cualquier predicción tecnológica a un futuro lejano de 25 o 30 años es necesariamente muy especulativa, y si me preguntáis para cuándo pienso que tendremos un 90% de probabilidades de derrotar al envejecimiento ni siquiera apostaría por un periodo 100 años. Sin embargo, creo que bien vale aspirar a una probabilidad del 50%, ¿ustedes no?

La segunda salvedad es que el envejecimiento no será derrotado totalmente por las versiones iniciales de esta tecnología, sino que tendremos que continuar mejorándola a un ritmo razonable para mantener el envejecimiento a raya permanentemente. Explicaré todos los detalles en el capítulo 14.

Pero la tercera salvedad es quizás la más importante, ya que versa sobre los fondos de investigación adecuados. Para abordar este problema fue por lo que cofundé la Methuselah Foundation. Hoy día, el ritmo de la mayoría de las vías de investigación que necesitamos recorrer para combatir adecuadamente el envejecimiento está limitado por la financiación. De igual modo que si usted estuviera haciendo ciencia, si usted puede ayudar a cambiar esto, bien aportando dinero, bien influyendo en amigos, o bien escribiendo o divulgando sobre el tema, estará marcando la diferencia con relación a la rapidez con que se superará el envejecimiento.

Hay un punto clave en cuanto a la financiación que he de subrayar aquí: el papel crucial que juegan sumas relativamente pequeñas de dinero en esta temprana fase de la cruzada. A lo largo de este capítulo me he quejado de la resistencia de la gente para tratar el envejecimiento como la lacra que es y espero estar marcando la diferencia con respecto a esta actitud por el alcance de mis acciones, pero siendo realista sé que, durante un tiempo, la mayoría de la gente va a mantenerse en su trance a favor del envejecimiento, y que eso limitará seriamente la disponibilidad de financiación, bien pública o empresarial, para la investigación en la prolongación de la vida.

El punto donde eso verdaderamente cambiará, donde el trance pro envejecimiento se vendrá abajo como un castillo de naipes, será, en mi opinión, el momento en el que los ratones de mediana edad sean rejuvenecidos lo bastante como para prolongar en gran medida su vida saludable. Esta es una piedra angular a la que llamo rejuvenecimiento saludable del ratón o RSR*.

La cantidad de dinero que se necesita para lograrlo es insignificante si la comparamos con la que necesitaremos gastar entonces para lograr los mismos resultados en humanos; pero cuando la humanidad en su totalidad respalde el esfuerzo y se decida a pagar por ello mediante los impuestos, habrá amplias fuentes de financiación disponibles. Es ahora, cuando la filantropía particular es la única fuente de recursos importante para la financiación de tal trabajo, el momento en el que la magnitud de dicha filantropía particular es tan crucial. Profundizaré en esto en el capítulo 13.

En este capítulo he tratado sobre el por qué es defendido el envejecimiento, pero no he dicho mucho sobre el cómo, sobre las objeciones habituales a la perspectiva de una prolongación indefinida de la vida. En muchos de mis escritos y presentaciones públicas, así como en mi sitio web (4), dirijo mi atención a las muchas preguntas que surgen en torno a lo distinta que sería la sociedad en un mundo postenvejecimiento, y especialmente a cómo manejaremos la transición a ese mundo. Este libro no aborda esos temas al detalle; he decidido tratar aquí únicamente la factibilidad de la drástica prolongación de la vida. Espero que obtengan una comprensión bastante buena de que la derrota del envejecimiento es un objetivo alcanzable. Que sea también deseable es una cuestión que ustedes podrán considerar de forma más seria, con mayor responsabilidad y más conscientemente que cuando todavía pensaban que era ciencia ficción.

* Robust mouse rejuvenation (RMR) en el original.

CAPÍTULO TRES

Desmitificando el envejecimiento

El envejecimiento nos ha tenido psicológicamente sometidos desde que fuimos conscientes de su existencia, y ese sometimiento continúa intacto hasta hoy. En el capítulo 2 expuse el efecto que esto tiene en nuestra predisposición a pensar racionalmente en lo terrible que es envejecer, y expliqué porque esta irracionalidad tenía un fundamento psicológico válido en tanto en cuanto no había ninguna esperanza de luchar contra él, pero también expuse por qué ahora esta actitud es un obstáculo tan tremendo.

Sin embargo, existe una complicación. Le he dicho que recientemente hemos llegado al punto en el que podemos dedicarnos a fondo al diseño racional de terapias para vencer al envejecimiento; la mayor parte de lo que resta de este libro es un resumen de mi enfoque preferido sobre ese diseño. Pero para estar seguro de que usted pueda leer esa exposición con una mente abierta, necesito librarme de antemano de un aspecto particularmente insidioso del trance pro envejecimiento: el hecho de que la mayoría de la gente ya sabe, en el fondo de sus corazones, que existe una posibilidad de que el envejecimiento sea por fin derrotado.

¿Por qué es esto un problema? Efectivamente, a primera vista puede usted pensar que ello me facilitaría el trabajo, ya que seguramente esto significa que el trance pro envejecimiento no ha calado particularmente hondo. Desafortunadamente, sin embargo, los autoengaños no funcionan así. Del mismo modo que es racional el ser irracional sobre la conveniencia del envejecimiento para estar en paz con él, es también racional ser irracional sobre la viabilidad de derrotar al envejecimiento mientras la posibilidad de vencerlo a corto plazo sea pequeña. Si usted creyera que hay siquiera una probabilidad del 1% de vencer al envejecimiento dentro de su tiempo de vida (o del de alguien a quien quiere), ese halo de esperanza haría presa de su pensamiento y debilitaría incómodamente su trance pro envejecimiento, independientemente de lo duro que usted haya trabajado para convencerse de que después de todo el envejecimiento no es algo tan malo. En cambio, si está totalmente convencido de que el envejecimiento es inalterable, puede usted dormir más tranquilo.

El requisito indispensable para lo que acabo de decir es, por supuesto, la frase mientras la posibilidad de vencerlo a corto plazo siga siendo pequeña. Una vez que esa posibilidad gane peso, usted se encontrará mejor tratando de aumentarla, no solo en lo que respecta al propio trabajo de laboratorio, por supuesto, sino también en lo que respecta a la movilización, convencimiento y ayuda a otros (en particular a aquellas personas que son influyentes en el campo de la financiación de la investigación) para que despierten de su propio trance pro envejecimiento. Por el contrario, si la posibilidad de derrotar al envejecimiento, haga lo que haga, fuese en verdad muy pequeña, la balanza coste-beneficio en lo que respecta al abandono de su comodidad podría inclinarse hacia el otro lado, es decir, a favor de aplicar la misma irracionalidad a la existencia de tal posibilidad, del mismo modo que usted haría lo mismo con respecto a los pros y los contras de envejecer.

Por ello, en este capítulo voy a describir en términos prácticos qué es el envejecimiento, para de este modo desmitificarlo. Haciéndolo espero mostrarle que la presunción popular de que el envejecimiento es un fenómeno distinto de todos los otros problemas de salud, de algún modo fuera del alcance teórico de la tecnología médica, no puede conciliarse con la realidad de los hechos. Así pues, al final de este capítulo me propongo haberle puesto en la extraña posición de querer aún creer (para su propia paz mental) que el envejecimiento es inalterable y que por tanto no vale la pena preocuparse de él, aunque en realidad usted no sea capaz de creer esto por más tiempo. De ahí en adelante, mi relativamente sencilla tarea será la de explicar por qué nuestras posibilidades de vencer al envejecimiento en un futuro a corto plazo no solo no son nulas, sino que son lo bastante altas como para justificar que, en primer lugar, haya destruido su trance pro envejecimiento. La justificación (ya que una vez que su trance pro envejecimiento deje de existir, usted – sí, usted – puede influir en lo pronto que el envejecimiento sea derrotado) y la satisfacción que obtendrá de ese esfuerzo superará con creces cualquier comodidad que haya podido hallar en su certeza anterior de que nunca se podría combatir el envejecimiento.

La ilusoria frontera entre el envejecimiento y la enfermedad

Solía darse el caso de que la gente moría a causa del envejecimiento, pero, si creemos lo que está escrito en los certificados de defunción, a día de hoy esto pasa raramente. La frase causas naturales era el término aceptado para la causa de la muerte cuando sucedía a edades avanzadas en ausencia de una patología claramente identificada. Hoy en día sin embargo, aquella se considera insuficientemente informativa, y los forenses o sus equivalentes son alentados a escribir algo más específico (1). Todos sabemos, sin embargo, que muchos de ellos mueren en realidad de ese modo; no de un infarto, no de neumonía o gripe, no de cáncer, ni siquiera de un derrame, sino tranquilamente, a menudo durante el sueño, porque su corazón simplemente se para. Estas personas relativamente afortunadas mueren indiscutiblemente de viejas.

Eso me lleva a la primera de las muchas veces en este libro en que debo embarcarme en la poco agradable empresa de sacar a la luz una seria distorsión de los hechos que, aunque sé que a menudo no es intencionada, un amplio número de investigadores experimentados ha perpetrado en el campo de la biogerontología (el estudio de cómo funciona el envejecimiento). A día de hoy, esta distorsión se suele tomar por el fatídico error que siempre ha sido, pero sus consecuencias, desastrosas para la disciplina, todavía se dejan sentir, y probablemente lo harán durante muchos años todavía. A lo largo de las décadas de 1950, 60 y 70, mientras desde la gerontología se estaba haciendo un gran esfuerzo por el reconocimiento de su legitimidad como disciplina biológica, el discurso se desplazó hacia la consideración de las dolencias de la vejez como separadas en dos tipos de fenómenos distintos: por un lado, las enfermedades asociadas a la edad, y por otro, el envejecimiento mismo. Públicamente, esta distinción fue defendida principalmente sobre la base de que todo el mundo sufre de envejecimiento, mientras que ninguna enfermedad asociada a la edad es universal, pero el motivo para esta distinción era, por otra parte, puramente pragmático: defendiendo intelectualmente su área de trabajo, los gerontólogos esperaban protegerla también financieramente.

Y la protegieron, sobre todo con la creación (mientras el Presidente Nixon prestaba poca atención, o eso se dice) del Instituto Nacional del Envejecimiento* (2). Hasta aquí todo bien, pero no todo lo bien que sería necesario. Todos los gerontólogos saben muy bien que no es accidental que las enfermedades relacionadas con el envejecimiento estén relacionadas con la edad: aparecen a edades avanzadas porque son consecuencia del envejecimiento, o (para decirlo de otra forma) porque el envejecimiento no es ni más ni menos que la primera fase común de las diversas enfermedades asociadas a la edad. Los gerontólogos ya lo sabían entonces. Así pues, también tendrían que haberse dado cuenta entonces de que, pregonando el lema de que el envejecimiento no es una enfermedad, estaban construyendo, a la larga, un obstáculo enorme para ellos mismos: la respuesta de los responsables políticos, que fue que si no se trata de una enfermedad ¿por qué deberíamos gastar dinero en combatirlo? Los gerontólogos de hoy en día repiten una y otra vez que si pudiéramos posponer el envejecimiento aunque solo fuera un poquito obtendríamos muchos más beneficios de los que resultarían de los logros más importantes contra enfermedades específicas, pero una y otra vez sus financiadores no son capaces de captar el mensaje (3). Yo sostengo que es la retórica imprecisa de los gerontólogos, resultante de su malograda política en las décadas previas, la que de un modo aplastante ha dado lugar a tal atrincheramiento defensivo ante una verdad simple, obvia y (dentro de esta disciplina) universalmente aceptada sobre el valor potencial de posponer el envejecimiento.

Le acabo de decir que las enfermedades asociadas a la edad son meras consecuencias del envejecimiento; ahora le diré por qué lo sabemos. En el proceso, también le diré por qué el envejecimiento presenta la variabilidad de velocidades que presenta, bien se trate de un único individuo, de varios individuos o de diferentes especies.

Por qué el envejecimiento no necesita de un temporizador

El hecho de que una considerable cantidad de personas muera de causas naturales, más que de cualquier otra enfermedad específica, podría implicar a primera vista que el envejecimiento es un proceso independiente de las enfermedades, algo que aumenta la vulnerabilidad de las personas a la enfermedad (en consecuencia haciendo que las enfermedades sean más comunes entre los ancianos), pero también algo que nos mata por sí mismo si ninguna enfermedad lo hace antes. Esto es cierto solo en parte. Los ancianos son efectivamente más vulnerables a las enfermedades infecciosas, porque un aspecto del envejecimiento es el declive del sistema inmunitario. Sin embargo, la mayoría de las enfermedades de la vejez tienen solo un componente infeccioso menor, si acaso tienen alguno: la mayoría de las enfermedades de la vejez son mayormente o completamente intrínsecas. Como el cáncer, por ejemplo. Unos pocos tipos de cáncer afectan a gente joven, pero la mayoría de tipos de cáncer no se ven nunca en personas menores de 40 años más o menos (excepto en las personas con deficiencias congénitas raras en la reparación del ADN). Algunos cánceres son causados por infecciones virales; el más conocido de estos es el cáncer del cuello del útero, causado por el virus del papiloma humano. Pero la causa principal que subyace del cáncer es la simple acumulación de mutaciones en nuestros cromosomas a lo largo del tiempo. Las mutaciones son inevitables, ocurren como un efecto colateral puramente intrínseco a nuestra biología. Cuando suceden más a menudo es cuando el ADN de nuestros cromosomas se replica durante el proceso de división celular. La acumulación de mutaciones es, por tanto, parte del envejecimiento, y el cáncer es predominantemente una consecuencia del envejecimiento o si se prefiere, parte de los últimos estadios del envejecimiento.

Parece bastante simple, ¿no es así? Sin embargo se suele asumir por parte de algunos biólogos que el envejecimiento es alguna clase de fenómeno misterioso cualitativamente distinto de cualquier enfermedad, algo que ha esquivado, y por tanto puede esquivar para siempre, la explicación biológica. Hay unas cuantas razones fundamentales en las que se apoya dicha suposición, por lo que expondré brevemente dichas razones y el por qué son erróneas.

La primera es que el envejecimiento progresa mucho más lentamente que las enfermedades particulares. Tan lento, de hecho, que apenas notamos su avance, mientras que somos mucho más conscientes del rápido desarrollo de problemas como el cáncer o la diabetes. Esta es una diferencia evidente, pero en realidad es algo que era de esperar, porque el envejecimiento es una espiral descendente. Cuanto más envejecemos, más declinan nuestras funciones de autoreparación, por lo que nuestro cuerpo es menos capaz de frenar nuestro envejecimiento, con lo que envejecemos cada vez más deprisa. Por eso es de esperar que las últimas etapas del envejecimiento, las enfermedades, vayan más rápido que las tempranas.

Otro aspecto del envejecimiento que confunde a la gente es que avanza a ritmos muy diferentes en distintas especies pero a ritmos muy parecidos en todos los miembros de una especie dada. Puede pensarse que esto implica que hay alguna clase de reloj interno guiando el proceso, el cual está programado a distintas velocidades en especies diferentes. Así, se podría inferir que este reloj es de algún modo inmune a la intervención biomédica, porque cambiar su velocidad requeriría que dejásemos de ser humanos. Pero eso tampoco es correcto por dos razones. Primero, incluso si existiera tal temporizador, podríamos en principio posponer los últimos estadios del envejecimiento sin alterar la velocidad del reloj, más adelante explicaré esto con más detalle. Y segundo, si tal reloj existiese, ¿por qué no habría de ser susceptible a la intervención biomédica? El hecho de que los organismos de las mismas especies tiendan a envejecer al mismo ritmo es solo una consecuencia del hecho de que son genéticamente muy parecidos entre ellos. No nos dice nada sobre qué puede o no puede ser alterado con la tecnología biomédica.

Tal vez la razón más común para creer que hay un reloj del envejecimiento es el hecho de que los diversos efectos del envejecimiento (incluyendo enfermedades asociadas a la edad) tienden todos a aparecer más o menos a la misma edad en individuos distintos de una especie dada. Seguramente esto debe significar que efectivamente hay un reloj central del envejecimiento, ¿ha avanzado lo suficiente este reloj como para poner en marcha esas enfermedades? No, y de nuevo, por dos razones principales.

Primero, esto es precisamente lo que uno esperaría si las debilidades de la vejez fuesen simplemente las últimas etapas de un proceso de declive múltiple si asumimos que ese sistema tiene una característica clave: un alto grado de interconexión de las diversas series de causa y efecto. Si, sigilosamente, muchas cosas van mal a lo largo de la vida, y su acumulación retroalimenta dichas cosas de manera que se aceleren las unas a las otras, todas avanzarán necesariamente más o menos a la misma velocidad y todas empezarán a fallar (se manifestarán en una enfermedad clínicamente identificable) alrededor de la misma edad. Esa interconectividad está, indiscutiblemente, presente en el envejecimiento. En segundo lugar, si pensamos por un momento en las bases evolutivas del envejecimiento podemos darnos cuenta con facilidad de que, incluso sin demasiada interconexión entre las series de hechos que desencadenan las diversas enfermedades del envejecimiento, seguiríamos previendo que surgiesen aproximadamente a la misma edad. Esto es porque, si tuviéramos genes que nos protegieran tan bien contra una causa particular de muerte de modo que todo el mundo muriese por otras causas en vez de morir de aquella, esos genes no serían protegidos por la selección natural y se acumularían pequeñas mutaciones al azar de una generación a la siguiente. Así, a lo largo de la evolución la calidad de esos genes disminuiría hasta el punto en que la enfermedad contra la que protegían sucediera a la misma edad en que suceden todas las otras enfermedades asociadas al envejecimiento. Otra razón común pero equivocada para pensar que el envejecimiento es de algún modo especial es pensar que es universal, es decir, que le sucede a todo el mundo. Bien, es cierto que si se vive lo suficiente se mostrarán signos de envejecimiento. Pero esto solo es un corolario a mis observaciones anteriores sobre las diferentes velocidades, esto es, al hecho de que el envejecimiento es realmente lento en comparación con enfermedades asociadas a la edad. Dado que las enfermedades asociadas a la edad progresan desde su diagnóstico hasta la muerte bastante más rápido, mucha gente muere de una de tales enfermedades antes que otras aparezcan, o al menos mientras están aún en un estadio demasiado temprano para ser diagnosticadas. Pero si esas personas no hubiesen sufrido la enfermedad que les mata, habrían vivido lo bastante para sufrir otras. De hecho, todas las enfermedades del envejecimiento son universales en el sentido en el que tiene que plantearse la cuestión, a saber, en el sentido de que son inevitablemente sufridas si no se sufre otra cosa antes.

Así, al finalizar esta sección espero haberle convencido de que el envejecimiento no es algo inherentemente misterioso, más allá de nuestra capacidad de entendimiento. No es una bomba de relojería; es simplemente la acumulación de daños. El envejecimiento del cuerpo, al igual que el de un coche o una casa, es un mero problema de mantenimiento. Y, por supuesto, tenemos coches de 100 años y (¡al menos en Europa!) edificios de 1000 años que aún conservan su funcionalidad tan bien como cuando se construyeron, a pesar del hecho de que no se diseñaron para durar siquiera una fracción de esa extensión de tiempo. Por último, el precedente de los coches y las casas da motivos para un optimismo cauto en el sentido de que el envejecimiento puede posponerse indefinidamente mediante un mantenimiento frecuente y cuidadoso.

El corolario que incluso los más expertos pasan por alto

Todo lo que he explicado arriba es bien sabido por los biogerontólogos, las personas que estudian el envejecimiento. Sin embargo, atendiendo al modo en que la mayoría de los biogerontólogos afrontan la investigación sobre cómo posponer el envejecimiento, usted debe estar pensando que no tenían ni idea de esto. Las personas que trabajan para luchar contra enfermedades específicas investigan el modo en el cual la enfermedad avanza y buscan maneras de bloquear dicho camino. En gerontología, sin embargo, el modus operandi predominante para el diseño de intervenciones es comparar organismos que envejecen a distintas velocidades; especies diferentes, o individuos de la misma especie en distintas condiciones, y plantear maneras de copiar o extrapolar esas diferencias para hacer que el envejecimiento vaya más despacio. Esto es efectivamente una capitulación a priori. Ni siquiera se intenta analizar y bloquear el proceso, sino más bien se trata como si fuera una caja negra. Esto es especialmente sorprendente cuando se tiene en mente que los biogerontólogos trabajan realmente duro, no solo para combatirlo, sino para diseccionar el proceso del envejecimiento y llegar a comprenderlo. (Desafortunadamente, estos dos objetivos motivan distintos tipos de análisis). De hecho, la vía más prometedora para retrasar el envejecimiento es el bloqueo de sus rutas subyacentes, igual que hacemos con las enfermedades específicas. Así, dado que el envejecimiento es solo la acumulación de daños, tendríamos que estar buscando maneras de paliar esa acumulación. Volveré sobre esto en más detalle en el siguiente capítulo y más adelante.

Por qué reparar el envejecimiento es MÁS FÁCIL que reparar máquinas igual de complejas

Ahora pasemos a otra razón que la gente esgrime a menudo para aferrarse a la creencia de que el envejecimiento es inherentemente inaccesible a la intervención biomédica. Si el envejecimiento no es más que daño, y el cuerpo es simplemente una máquina compleja, tiene sentido que, al igual que hacemos con el daño de las máquinas, podamos aplicar los mismos principios para paliar el daño del envejecimiento. Sin embargo, a veces la gente señala que el cuerpo tiene una gran cantidad de procesos de autoreparación y automantenimiento que las máquinas simplemente no tienen, por lo que en realidad no somos máquinas en absoluto. Así pues, afirman que el mantenimiento de las máquinas no es razón para confiar en que el cuerpo sea susceptible de ser mantenido de forma similar.

Bien, yo les invito a pensar por un momento en esa lógica. Poseemos una maquinaria interior de reparación y mantenimiento, ¿por qué demonios haría eso más difícil mantener el buen funcionamiento de nuestros cuerpos? El caso es claramente el contrario: si nuestros cuerpos hacen automáticamente la mayor parte del trabajo, eso significa que la tecnología biomédica tiene menos cosas de las que ocuparse. Permítaseme destacar que no estoy diciendo que la tarea sea fácil. El cuerpo es con mucho bastante más complicado que cualquier máquina hecha por el hombre, y lo que es peor, no está diseñado por nosotros, por lo que tenemos que aplicar la ingeniería inversa a sus mecanismos con el fin de entenderlo lo suficientemente bien como para mantener su funcionamiento. Sin embargo, esto no cambia la lógica anterior: la capacidad natural de autoreparación con la que nacemos es nuestra aliada en la cruzada antienvejecimiento, no nuestra enemiga.

El retraso del envejecimiento en el laboratorio, algo que ya no es solo teoría

Es posible que ya haya convencido a algunos lectores de que, efectivamente, el envejecimiento no es un fenómeno místico más allá del alcance de meros (podríamos decir) mortales. Soy bien consciente, sin embargo, de que mucha gente encuentra los argumentos teóricos solo modestamente convincentes, incluso aunque a simple vista no haya lagunas en esos argumentos. Dichas personas (tal vez usted) se sienten más cómodos con una conclusión si esta es respaldada por una evidencia sólida. En ese caso estará encantado de saber que durante varias décadas los científicos han estado hallando maneras de prolongar la vida de diversos organismos en el laboratorio. Y lo mejor de todo es que no lo han hecho alargando el periodo de pérdida de vigor al final de la vida de esos organismos, ni tampoco (en líneas generales) manteniéndolos en la inmadurez durante más tiempo, sino alargando el periodo de salud y vigor máximos entre la madurez y el decaimiento.

Una técnica de extensión de la vida sumamente fiable fue descubierta hace más de veinte años por un investigador canadiense llamado Michael Rose, que ahora es profesor en la University of California at Irvine. Rose es un biólogo evolutivo y en aquella época ya poseía un conocimiento riguroso de las formas en que la evolución optimiza la longevidad de las especies según su nicho ecológico. Se dio cuenta de que sería posible criar organismos de vida más larga al estilo de las familias Howard en los libros de Heinlein Lazarus Long, es decir, manteniéndoles durante muchas generaciones y permitiendo contribuir a la siguiente generación solo a aquellos con las vidas más largas (para ser exactos, aquellos con vidas reproductivas más largas). Esto conllevaría muchas más generaciones de las que describió Heinlein, pero Rose trabajaba con moscas de la fruta, que alcanzan su madurez solo una semana después de su concepción. Y funcionó de manera espectacular: al final Rose fue capaz de obtener esperanzas de vida cuyo promedio doblaba el de la población original (4).

Este enfoque, aunque impresionante, tiene una limitación fundamental que es bastante importante, una limitación que probablemente a usted no se le ha escapado, más concretamente, que no puede aplicársele a usted, sino a sus tatara-tatara-tatara….tataranietos. Rose, por supuesto, también lo sabía, y más recientemente ha estado trabajando duro para identificar la base genética, y por consiguiente molecular, de esta extensión de la vida con la vista puesta en terapias que pudieran funcionar en aquellos de nosotros lo bastante poco afortunados como para estar ya vivos. Sin embargo, todo lo que tiene hasta el momento son moscas de vida larga descendientes lejanas de moscas de vida corta.

Afortunadamente, otros éxitos en la extensión de la vida en el laboratorio no han presentado esta desventaja. El primer y mejor conocido modo de retrasar el envejecimiento en el laboratorio fue descubierto, allá por la década de 1930, por un investigador llamado Clive McCay, que trabajaba con ratones de laboratorio (5). Se llama restricción calórica; o a veces restricción dietética, restricción energética o restricción alimentaria. La idea es extraordinariamente simple: si alimentas roedores (o, de hecho, una variedad amplia de otros animales) un poco menos de lo que les gustaría, tienden a vivir más tiempo que si toman tanta comida como quieran. Esto no es simplemente porque dichos animales tienden a sobrealimentarse si les das la oportunidad y se convierten en obesos, sino que animales que comen con prudencia y mantienen un peso corporal constante a lo largo de la mayor parte de sus vidas siguen viviendo menos que aquellos que reciben menos alimento.

El siguiente investigador (sin contar a Rose) en dar un gran paso adelante en el retraso del envejecimiento fue un genetista que trabajaba con un tercer organismo como modelo que estaba casi tan ampliamente estudiado como los anteriores: el gusano nematodo Caenorhabditis elegans. Su nombre es Tom Johnson. En sentido estricto, él no

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