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Animales ejemplares
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Libro electrónico345 páginas4 horas

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Cada capítulo de este fascinante libro ejemplifica algún aspecto del funcionamiento de los animales. Descubrirás cómo se las arreglan para mantener un balance equilibrado de agua y de sales; aprenderás que prácticamente todos los materiales orgánicos pueden servir de alimento; conocerás los mecanismos que han permitido a no pocas especies frecuentar enclaves donde prácticamente no hay oxígeno; sabrás de sus proezas desempeñando actividades a un nivel de exigencia asombroso para nosotros; te sorprenderás con los mecanismos que ayudan a muchas especies a vivir en entornos muy fríos o, lo contrario, muy cálidos; te encontrarás con verdaderas carreras de armamentos entre especies, cuyos integrantes luchan por devorar e intentan no ser devorados; entenderás que todas esas tareas, quehaceres y empeños adquieren pleno significado en virtud de su consecuencia última y razón de ser: procrear nuevos individuos que porten en su interior la información genética de quienes les antecedieron. Y comprobarás, finalmente, que los considerados irracionales tienen capacidades cognitivas que hace bien poco tiempo no podíamos ni llegar a sospechar.
Esta es, en cierto modo, una colección de historias ejemplares. Y, aunque pueda resultarte extraño, no son pocas las enseñanzas que podrás extraer del modo en que los animales resuelven los retos a los que se enfrentan.
IdiomaEspañol
EditorialNext Door
Fecha de lanzamiento2 dic 2020
ISBN9788412255607

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    Animales ejemplares - Juan Ignacio Pérez

    mal.

    En las aguas de debajo de los cielos

    1/ Las sardas de la Valmuza

    2/ Peces viajeros

    3/ La rana que come cangrejos

    4/ Las focas sí beben agua de mar

    Sardas (Achondrostoma salmantium) en la charca.

    1/Las sardas de la Valmuza

    […] te regalaré un pez para que entiendas cómo crece, cuánta agua necesita para respirar, cuánta para vivir […]

    Anari Alberdi («Harriak»)

    Por Vega de Tirados, provincia de Salamanca, discurre la ribera de la Valmuza, un riachuelo que desemboca en el río Tormes, muy cerca de Ledesma, aguas arriba, en la antigua aceña llamada Palacios de los Dieces. En Vega de Tirados lo llaman «la ribera»; agrupan bajo el mismo nombre el riachuelo y la explanada que en ambas orillas sirvió desde siempre para labores de trilla. El riachuelo solo corre algunas semanas de lluvias fuertes de otoño o, más frecuentemente, primavera. El resto del año, el agua queda detenida en charcas de aguas someras o en pozas más profundas.

    A su paso por las tierras de Vega de Tirados, la ribera forma una de esas pozas que llamamos cadozos (aunque pronunciamos caozos). Es así como se denomina la olla donde se forman remolinos cuando corre el riachuelo. No debíamos acercarnos allí, nos prevenían los adultos una y otra vez. La advertencia era inútil, por supuesto. Íbamos al cadozo a pescar sardas. Lo hacíamos con un saco abierto, sujeto por dos cordeles, que sumergíamos en zonas someras. Empujábamos las sardas hacia el saco hasta que entraban y tirábamos de los cordeles hacia arriba. Pasábamos las tardes calurosas de agosto sentados en la hierba, a la sombra en una chopera, a veces boca abajo, sosteniendo los cordeles o asustando a las sardas, con paciencia, hasta que algunas entraban en el saco.

    Las sardas, como el resto de los peces de agua dulce, viven en un mundo muy diluido. El agua de la Valmuza, como la gran mayoría de las aguas dulces, apenas contiene sales disueltas. La concentración es bajísima, mucho más que la de los fluidos corporales que, como acabamos de ver, son aguas salobres. Para un pez óseo como la sarda, la vida no es fácil en agua dulce porque el agua tiende a invadir su interior.

    Las membranas biológicas son semipermeables; quiere esto decir que, cuando separan dos disoluciones acuosas con diferente concentración de sustancias disueltas, el agua atraviesa la membrana pero las sustancias disueltas no. El movimiento de agua se produce del fluido con menor concentración de sales al de mayor. Y solo se detendrá si se igualan las concentraciones en ambos fluidos. Este fenómeno, denominado ósmosis, es de importancia capital en los seres vivos, pues rige los movimientos de agua entre compartimentos líquidos separados por una gran parte de las barreras biológicas.

    Calificamos de osmótica la presión que impulsa ese trasiego de agua que busca igualar las concentraciones de solutos a ambos lados de la barrera. Potencialmente, podría incluso provocar que un organismo se deshidrate cuando el interior tiene menor concentración que el exterior o, por el contrario, que llegue a reventar si es el exterior el más diluido. Las sustancias disueltas en agua tienen efectos osmóticos, y la concentración de solutos susceptible de provocarlos también la calificamos con el adjetivo «osmótica»⁴. La del agua dulce puede encontrarse entre 1 y 10 mOsm l-1 (la del agua de mar, entre 1000 y 1150 mOsm l-1) y el medio interno de los peces de agua dulce puede encontrarse entre 280 y 330 mOsm l-1.

    Al parecer, la sarda solo se encuentra en la actualidad en los ríos que llevan sus aguas hasta la orilla izquierda del Duero, tras la desembocadura del río Tormes.

    Debido a los efectos de la ósmosis, las sardas han de contrarrestar la tendencia del agua a entrar en su interior; de lo contrario, su medio interno, primero, y sus células, después, se llenarían de agua y podrían dañarse de manera irreversible. Por eso su piel es impermeable; minimiza así la invasión osmótica de agua desde el exterior. El problema es que hay zonas limítrofes con el exterior del organismo que, como las bran-quias, no se pueden impermeabilizar porque entonces no podrían captar oxígeno y liberar dióxido de carbono; en otras palabras: no podrían hacer su trabajo. Así, por las branquias penetra agua. Por esa razón, las sardas compensan esa entrada produciendo grandes volúmenes de orina y expulsando de esa manera el exceso de agua.

    Ahora bien, esa gran producción de orina las obliga a resolver un segundo problema. La concentración de sales en la orina es mucho mayor que en el agua dulce que se ha colado por la superficie branquial, de manera que, de no mediar otras actuaciones, el medio interno de la sarda —plasma sanguíneo y líquidos intersticiales— acabaría perdiendo demasiadas sales y se diluiría en exceso. Como consecuencia, el agua fluiría desde los espacios intersticiales al interior de las células, pues también estas se tendrían que diluir, ya que sus membranas, como se ha dicho antes, permiten el paso de agua a su través.

    Deben adquirir sales para evitar la dilución interna y, con ese fin, las toman del alimento, a través del sistema digestivo, e incluso las introducen también a través de las branquias, transportándolas con dispositivos específicos. Ese transporte cuesta energía, pues se produce en contra de la diferencia de concentraciones o, en jerga técnica, en contra de un gradiente de concentración. Podemos imaginar algo análogo en un vagón del metro atestado de gente: es muy fácil salir cuando se abren las puertas, pero no es fácil entrar; en ese caso hay que hacer un esfuerzo para empujar a la gente y hacer que entre. El vagón atestado sería aquí el medio interno del pez y la gente serían las sales, mucho más concentradas en el vagón que en el andén. Este último sería el agua del riachuelo, el medio externo. De lo anterior se deduce que un pez de río como la sarda, solo por vivir en agua dulce, ha de gastar energía; ha de pagar un precio por permitirse ese lujo.

    Por eso las sardas apenas beben, tan solo lo necesario para obtener ciertas sales. Sería absurdo que bebieran alegremente cuando han de evitar, precisamente, que les entre agua y deben tratar de deshacerse de toda la que les sobra.

    Cuando, con otros muchachos de mi edad, iba a pescar al cadozo de la Valmuza, no podía imaginar que medio siglo después descubriría que aquellos pececillos pertenecían a una especie que solo se encuentra en el oeste de la provincia de Salamanca. Antes pensaban que se trataba de una población de pardillas (Iberochondrostoma lemmingii), pero los estudios de los zoólogos I. Doadrio y B. Elvira sirvieron para determinar que era una especie nueva para la ciencia, perteneciente al género Achondrostoma.

    Al parecer, la sarda solo se encuentra en la actualidad en los ríos que llevan sus aguas hasta la orilla izquierda del Duero, tras la desembocadura del río Tormes: su distribución en 2007 se limitaba a los ríos Huebra, Turones y Uces, aunque hasta principios de la década de los noventa se pescaban en el embalse de Ricobayo, en el Esla, al norte, al otro lado del Duero, en la provincia de Zamora. Es, por lo tanto, endémica de una pequeña zona de Salamanca, razón por la que le dieron un nombre científico que expresa bien a las claras su pertenencia: Achondrostoma salmantium. El endemismo salmantino de la especie tiene, por su parte, reflejo en el hecho de que la voz sarda, en el diccionario de la Real Academia, puede aludir a dos peces diferentes: una acepción, de carácter general, se refiere a la caballa; y la otra, circunscrita al castellano de Salamanca, a un pez de río que no especifica.

    La sarda es un pez muy pequeño de la familia de los ciprínidos: los adultos no sobrepasan los 11 cm de longitud. Su hábitat típico se encuentra en ríos temporales, como la Valmuza, en los que el agua solo corre cuando llueve durante varios días o semanas seguidas; el resto del tiempo, y sobre todo en verano, solo quedan charcas y pozas como el cadozo de Vega de Tirados. Antaño era la especie piscícola más abundante en los riachuelos de las dehesas de Salamanca; hoy ya no se puede decir lo mismo⁵. La Valmuza está al este del área de distribución que se le atribuye hoy a la especie. Quizás ya no queden sardas en aquellas pozas, o quizás nadie se ha tomado la molestia de buscarlas en un riachuelo tan humilde.

    Fuente:

    DOADRIO, I., ELVIRA, B., «A new species of the genus Achondrostoma Robalo, Almada, Levy & Doadrio, 2007 (Actynopterigii, Cyprinidae) from western Spain», Graellsia, vol. 63, núm. 2, 2007, pp. 295-304.

    Notas al pie

    4 La concentración osmótica se expresa en osmoles (Osm) o miliosmoles (mOsm) por litro (l): mOsm l-1.

    5 La Gaceta de Salamanca informaba, el 30 de noviembre de 2019, de que estaba a punto de finalizar el proyecto de recuperación de siete especies de ciprínidos, entre los que se encuentra la sarda. El proyecto comenzó en 2014 y se ha basado en la cría en cautividad de las especies en el Centro Ictiogénico de Galisancho para repoblar los ríos con esas crías. Achondrostoma salmantium había sido declarada especie amenazada por la IUCN (Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza) en 2011.

    2/Peces viajeros

    Salmones (Salmo salar) migrando.

    Los salmones estaban allí abajo.

    Temblando juntos, tocándose,

    vaciándose el uno para el otro.

    Ahora bajo el murmullo de la corriente

    se deslizan hacia la muerte.

    Ted Hughes («Salmon eggs», River)

    Partiendo del puente de Cangas de Onís (Asturias) que llaman romano, sale un sendero que discurre por la orilla izquierda del río Sella y deja a su derecha una vega no muy extensa en la que se puede ver ganado de varias clases y algún que otro cultivo de maíz o de hortalizas. El paseo lleva al caminante hasta Aballe, una aldea preciosa desde la que, ahora ya por una carretera local, se llega en unos minutos a la salmonera del Sella.

    Aprovechando el embalsamiento que produce una presa que da servicio a una pequeña estación hidroeléctrica, al otro lado del río se ha instalado una estación de desove de salmones (Salmo salar), entre el cauce y la carretera nacional que conduce hasta el puerto del Pontón, en el límite occidental de los Picos de Europa. Unas «escaleras» labradas en la orilla derecha del cauce facilitan a los salmones el acceso al embalse. A la instalación, el visitante puede llegar cómodamente por carretera, pero es mucho más grato seguir el sendero de la margen izquierda del río y contemplar el embalse desde el otro lado. Hacemos ese paseo a diario cuando recalamos en Cangas. Es un enclave hermoso, de fácil acceso y nada concurrido.

    No es raro ver salmones jóvenes saltando por encima de la superficie del agua embalsada. Son pintos, ejemplares nacidos allí unos meses antes, hijos de los que, tras recorrer centenares de kilómetros, superar obstáculos y esquivar depredadores, volvieron a desovar a su lugar de nacimiento. Y, con frecuencia, a morir.

    Los salmones nacen en las zonas altas de los ríos, a veces en sus cabeceras, y en esas zonas transcurre la primera etapa de sus vidas. Como las sardas de la Valmuza y demás peces de agua dulce, viven en un medio en el que apenas hay sales disueltas. La concentración es mucho más baja que la de los fluidos corporales. El agua, como les ocurre a los pececillos salmantinos del capítulo anterior, tiende a entrar en su organismo.

    Hay poblaciones de salmones que son dulceacuícolas toda su vida: no viajan al mar. Pero la mayoría sí lo hacen, son anádromos. Llega un momento en que los pintos se convierten en esguines, que es cuando, tras experimentar cambios profundos en su anatomía y fisiología, ya pueden abandonar el río y viajar al mar. En el sur de Europa eso ocurre tras uno o dos años de vida, pero hacia el norte, la etapa fluvial se alarga. En las poblaciones más septentrionales pueden llegar a permanecer allí hasta ocho años antes de migrar.

    Con la migración las cosas cambian, porque en el mar la concentración de sales es muy alta, bastante más que la de sus fluidos internos. Recordemos que el «mar interior» de los peces óseos es un mar de agua salobre. Así pues, al cambiar de medio, la relación hídrica y osmótica que mantienen con el exterior se invierte. Pasan de no beber agua a beberla, de producir orina abundante y diluida a restringir su producción y concentrarla hasta igualarla prácticamente con la del plasma sanguíneo, y —lo que resulta más llamativo— de tomar sales a través de las branquias a expulsarlas por esa misma vía.

    No es difícil empezar a beber; al fin y al cabo, no es más que un cambio de comportamiento. Tampoco es tan complicado producir menos orina y elevar la concentración de sales disueltas en ella, pues el trabajo renal se puede adaptar con relativa facilidad a las circunstancias. Pero el tercer cambio no es tan sencillo.

    Las branquias de los teleósteos de agua dulce introducen cloruro sódico (en realidad iones sodio e iones cloruro) en el organismo y las de los marinos hacen justo lo contrario, lo expulsan al exterior. Así pues, los ionocitos⁶ de las branquias de los salmones deben realizar trabajos opuestos en uno y otro medio, y todo indica que esos trabajos los hacen células con diferentes transportadores de iones, denominados α 1a y α 1b. En las bran-quias de los pintos abundan mucho más los primeros, pero la proporción cambia cuando se transforman en esguines y mucho más aún cuando se trasladan al mar. Una vez se han producido esos cambios, y ya convertidos en esguines, los salmones están en condiciones de vivir en el mar. Los nacidos en los ríos septentrionales de la península ibérica viajan hasta aguas tan lejanas como el norte de las islas británicas y el sudeste de Groenlandia.

    Permanecen en el mar un número variable de años, entre uno y cuatro. Durante ese tiempo han de crecer y engordar, adquiriendo las reservas de energía que les permitan afrontar con posibilidades de éxito dos tareas. Una es la de producir una gran cantidad de gametos, óvulos las hembras y espermatozoides los machos. Y la otra es retornar al río y nadar contra corriente, salvando en ocasiones grandes desniveles, hasta llegar al lugar en el que nacieron. Cuando han adquirido el tamaño adecuado, acumulado las reservas necesarias y se encuentran en condiciones de volver al río, inician el viaje de retorno.

    Los nacidos en los ríos septentrionales de la península ibérica viajan hasta aguas tan lejanas como el norte de las islas británicas y el sudeste de Groenlandia.

    La vuelta se prolonga centenares de kilómetros a través del océano y, normalmente, decenas más río arriba, hasta conducirlos al lugar en el que nacieron. El viaje es una verdadera odisea, tanto por las distancias que recorren los salmones como por su carácter épico.

    Una vez han llegado a su destino, la hembra, moviendo la cola vigorosamente, desaloja los cantos rodados de una zona limitada, creando un hoyo o depresión en el lecho de grava. A continuación libera sus óvulos, que se depositan en esa depresión. El macho expulsa después sus espermatozoides por encima y, acto seguido, la hembra vuelve a hacer uso de su cola para amontonar cantos rodados encima. Es el nido de los salmones.

    La mayoría de las especies son semélparas, mueren tras reproducirse. Salmo salar, sin embargo, se distingue de los demás en que no todos mueren tras la freza o desove. Algunos de ellos sobreviven, se recuperan y empiezan una nueva migración de ida y vuelta. Pueden llegar a reproducirse en varias ocasiones, aunque es raro que lo hagan más de dos veces.

    El esfuerzo que representa el viaje, los saltos río arriba y la freza, con todo el trajín que la acompaña, es demasiado grande para muchos de los salmones que consiguen salvar todos los obstáculos. Terminan, de una forma muy literal, exhaustos.

    Fuentes:

    MCCORMICK, S. D. et al., «Distinct freshwater and seawater isoforms of Na+/K+-ATPase in gill chloride cells of Atlantic salmon», Journal of Experimental Biology, vol. 212, núm. 24, 2009, pp. 3994-4001.

    MONTES, F., Fauna asturiana, 2.ª edición, Gijón, Picu Urriellu, 2009.

    STICKNEY, R. R. (ed.), Encyclopedia of Aquaculture, Nueva Jersey, Wiley, 2000.

    Nota

    6 Los ionocitos son células encargadas de transportar iones (sales). Tienen una alta densidad de mitocondrias —los orgánulos celulares que producen ATP— y estructuras que utilizan la energía de ese ATP para transportar los iones a través de la membrana celular. En los teleósteos, esos ionocitos se denominan «células de cloruro».

    3/La rana que come cangrejos

    […]

    En el barro hay cangrejos

    del color de la soga anaranjada

    construyendo agujeros de aire

    por los que viven los manglares

    sus vidas furiosas.

    […]

    Mark O´Connor («4. Mangrove River»)

    Durante el estiaje y conforme avanzaba el verano, en la ribera de la Valmuza solo quedaban, además del cadozo, charcas cada vez más pequeñas. Eran el ambiente perfecto para insectos voladores que, a su vez, eran la presa favorita de ranas y golondrinas. Al acercarnos a las charcas, decenas de ranas saltaban casi al unísono. No era fácil atraparlas, aunque lo intentábamos con empeño, mucho más empeño que acierto.

    Los anfibios que en castellano llamamos ranas y sapos pertenecen al orden Anura, cuyo nombre indica que carecen de cola (del griego antiguo a(n), ‘sin’, y ourá, ‘cola’). La distinción entre ranas y sapos no tiene correspondencia en la nomenclatura y clasificación científica de estos animales. Las ranas suelen ser ágiles, buenas saltadoras, y tienen la piel húmeda y lisa; las más típicas son las pertenecientes al género Pelophylax. Los sapos suelen tener la piel más seca y rugosa y son más robustos; no saltan y se desplazan arrastrándose. Suelen excavar galerías subterráneas en suelo húmedo o se esconden bajo piedras y hojarasca. Los más característicos son los del género Bufo. No obstante, hay muchos anuros difícilmente asignables a uno u otro grupo.

    Durante la fase larvaria son estrictamente acuáticos, pero pasan a una forma de vida mixta cuando, tras la metamorfosis, se

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