Me quitaron mi país: conversaciones con migrantes venezolanos
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Más de uno de cada diez venezolanos ha abandonado su país en los últimos años. Se trata de la segunda oleada migratoria más grande del mundo. "Me quitaron mi país" muestra este proceso a través de las historias personales de venezolanos radicados actualmente en Ecuador, Perú, Bolivia, Italia, Inglaterra y Polonia.
Wojciech Ganczarek
Wojciech Ganczarek, nacido en el 1988 en Polonia, recibido de física teórica y matemática aplicada en la Universidad Jagiellónica de Cracovia. Desde el 2013 en un interminable viaje por América Latina. Autor de relatos en revistas de viaje además de ensayos y crónicas periodísticas en revistas y semanarios de opinión en Polonia. En el 2017 publica el libro "Calor, mango y petróleo" (org. "Upały, mango i ropa naftowa"), un vasto relato sobre el viaje por Venezuela. Entre el 2017 y 2019 graba y edita el documental "Soy paraguayo", realizado en paralelo con la crónica periodística "Se vende un país. Relatos de Paraguay".
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Me quitaron mi país - Wojciech Ganczarek
Si debería
—Era un cuarto grande y oscuro —cuenta Nelsyn—. Lo dividieron en cubículos separados por cortinas rotas con muchas personas con distintas enfermedades infecciosas acostadas cada una en un pedazo de colchón sucio, desgastado y sin sábanas. A algunos les aplicaban tratamientos, otros permanecían inmóviles, con la mirada de un expreso sufrimiento, sin nadie a su lado.
Nelsyn tiene 30 años y una abundante cabellera de rulos negros a los que aparta de su cara con un movimiento sutil, apenas perceptible de la mano. O mejor dicho: lo hacía cuatro años atrás en Caracas, cuando por las tardes terminaba trabajo en el Tribunal Supremo de Justicia. El poco tiempo que quedaba antes del anochecer aprovechábamos para conversar. Porque luego, caída ya la noche, todos a sus casas y sálvese quien pueda.
—A Moisés —agrega— lo recuerdo convulsionar repentinamente una y otra vez.
En aquel entonces Moisés, el hijo de una amiga de Nelsyn, contrajo SIDA y —gracias a buenos contactos y ruegos incesantes de la madre de ésta última— terminó internado en el Hospital Universitario de Caracas: ahí fue donde lo visitaba. Hoy Nelsyn vive en Uruguay, una hora y media de la capital, Montevideo. Poco antes de emigrar ella misma había llegado a tener problemas de salud.
—De pronto resultó que mi seguro médico no alcanzaba ni para unas pocas horas de asistencia en una clínica —recuerda—. Claro, podías ir a un hospital público donde te atendían gratis, pero donde no se disponía de guantes, ni de gasas, ni de nada. Y comprar cualquier insumo en la farmacia —si es que lo conseguías— te costaba tres cuartos de un sueldo mensual.
Corría el año 2017, en los mercados faltaban arroz, harina y papel higiénico, mientras que a Miguel*, un estudiante de arquitectura de Barquisimeto, no le alcanzaba para las fotocopias.
—Un día se me acercó mi madre y me dijo que mejor me buscara un trabajo —cuenta.
Todavía hace poco no eran un tipo de familia a la que podía faltar algo. La madre de Miguel —aparte de dar clases de educación física en una escuela cercana— tenía cuatro locales comerciales: una tienda de ropa, otra de bicicletas, un pequeño restaurante y un ciber. A medida que avanzaba la crisis, los cerraba uno tras otro.
—Me acuerdo que desmenuzábamos cada vez más el pollo para hacerlo durar toda la semana —dice Miguel—. Después comíamos solo el arroz blanco con plátano frito.
Estamos sentados en un café en la plaza principal de Santa Cruz de la Sierra, la próspera ciudad comercial en el oriente boliviano. Miguel contesta sin ganas, soñoliento. Trabaja en los turnos de noche en una distribuidora de cosméticos y aunque duerme las ocho horas recomendadas durante el día, no se acostumbra aún al nuevo ritmo de vida. Bosteza, cuando cuenta como juntos con su mamá y la abuela hacían fila durante dos días para comprar una botella de aceite. Se cambiaban cada par de horas.
—¿Y por qué Bolivia? —pregunto, porque el país andino no es el destino más frecuente entre los emigrantes.
—Porque siempre se decía que aquí era más fácil —me lanza una respuesta poco clara.
—¿Fácil en qué sentido? —insisto.
—Que la comida —Miguel comienza la frase, la interrumpe de pronto y aclara que ésto es de lo que piensa primero un venezolano cuando sale de su país —que la comida en Bolivia era más barata.
La crisis en Venezuela arranca poco después de la muerte de Hugo Chávez en el año 2013. El precio de petróleo decae fuertemente hasta llegar a los 20 dólares por barril —una diferencia enorme si lo comparamos con más de 140 dólares en el 2008— y el coloso caribeño empieza a temblar en sus pies de barro. Gran parte de los productos de primera necesidad Venezuela compra de afuera y paga con las ganancias por la venta