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Camaleón: La España del extranjero
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Libro electrónico115 páginas1 hora

Camaleón: La España del extranjero

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¿Cómo decirle a una persona cuya casa se está quemando que regrese a su interior? ¿Cómo pedirle a quien ve pasar hambre a su familia que no luche con todas sus fuerzas por sacarla adelante? "El problema de la inmigración es muy fácil de explicar", dice el autor de este libro y, a continuación, lo explica con la prosa honesta y clara de quien lleva en la voz la inmensa historia de cientos de miles de seres humanos. Y es que Camaleón. La España del extranjero es un libro cuya mayor virtud es despertar a sus lectores, lleno de ese "poder desfibrilador" que tanto necesita la conciencia europea, aterida hoy más que nunca por el frío de su inmovilidad.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento8 nov 2017
ISBN9788417236175
Camaleón: La España del extranjero

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    Camaleón - Despin Tchoumke

    libro.

    1. ¿De dónde viene un camaleón?

    Iñaki, zer urrun dago Kamerun

    (Iñaki, qué lejos está Camerún).

    Zarama[1]

    Les sonará de algo si les hablo de un país en crisis, de una sociedad en paro y de una generación obligada a malvivir o a irse al extranjero para sentir que su vida avanza en algún sentido; o en todos. Tras más de una década viviendo en España me atrevo a resaltar esa particularidad española de no ver más allá de su nariz. También a mí me suena de algo esto porque sucede lo mismo en mi país: Camerún. Seguro digo una obviedad pero hay evidencias que no basta con que lo sean, hay que repetirlas, hacerlas presentes cada día, compartirlas. No hay país exento de egoísmo.

    En Camerún oíamos hablar de una Europa que ayudaba a África. También en España se escucha que Europa ayuda, que Europa provee. Pero nosotros, camaleones, sólo nos dábamos cuenta de que ni con esas ayudas África mejoraba. Cuando llegué a España, en cambio, se podía encontrar trabajo. En Camerún, entonces y ahora, ojalá no siempre, más de la mitad de la población está en paro. La tasa de natalidad es altísima y los niños no suelen tener la suerte de ir al colegio, por lo que la tasa de analfabetismo también lo es, y la falta de educación infantil fomenta la delincuencia juvenil. Yo tuve la inmensa suerte de poder ir al colegio, lo que ha favorecido enormemente mi integración en las distintas capas sociales españolas.

    Dicen en África: «Cuando dos elefantes se pelean es la hierba la que sufre». Y esto ha pasado en mi continente: guerras, dictaduras, conflictos, hambre… en una serie de países que han sido colonizados, después explotados y, finalmente, convertidos sus ciudadanos en mano de obra barata, tanto física como moralmente, mientras la riqueza natural se perdía.

    Cómo no va a surgir miseria de una circunstancia como esta. Inmersos en una situación como la que se describe, muchas personas generan empleo de cualquier forma para poder sobrevivir; trabajos que no son legales, como comprar gasolina y revenderla más barata, organizar mafias, robar cosechas agrícolas propias del país… Hay trabajadores que apenas consiguen llevar a sus casas un sueldo de 50 euros al mes, y la segunda semana ya no tienen nada. Otro ejemplo: la policía y los militares cobran 100 euros al mes y se ven obligados a mendigar en las zonas en las que realizan controles. Con ese sueldo nadie puede vivir, y eso provoca distintos tipos de actitudes, algunas perniciosas. Algunos, como he dicho, piden; otros se aprovechan corruptamente de la situación, como sucede a menudo en todos los países, pero más en aquellos que sufren con crudeza el hambre y la necesidad.

    Los camaleones notamos más las diferencias porque nos hemos ido y, cuando regresamos a nuestros países de origen, nos damos más cuenta de su tragedia. En el mismo aeropuerto, nada más llegar, recordamos que la policía de la aduana casi siempre es corrupta, aunque la responsabilidad seguramente no sea de ellos sino de quienes deciden que su sueldo será mísero cada mes. Luego, en la sala donde se recogen los equipajes, te das de bruces con la realidad: personas jóvenes buscándose la vida, que no tienen nada e intentan solucionar algo o conseguir una limosna.

    Ayudados por los jefes de la aduana, muchos jóvenes buscan personas recién llegadas e intentan ayudarles a sacar sus maletas, sin ningún tipo de control. Hasta los camaleones tenemos que negociar la salida de nuestros equipajes y mercancías. Uno no sabe nunca cómo distinguir, en un aeropuerto, al turista del trabajador, mientras ve su maleta desaparecer.

    Al salir, numerosas personas se agolpan y buscan viajeros para engañarlos con los precios. En cuanto se sale de Europa, en cuanto se aterriza en África, uno es consciente de lo mal que funciona el continente: por el aspecto, por su confusión.

    Cuando llegamos a casa nos reunimos con la familia, compramos algo de comer y algo de beber para aquellos hermanos nuestros que, últimamente, no hayan comido bien, y siempre hay algún familiar que ha caído enfermo. Si lo visitas, encuentras médicos que, en una situación tan precaria, no pueden desarrollar su trabajo.

    También existen diversos tipos de trapicheos que dificultan la sanación de un paciente. Por ejemplo, algunos doctores venden las muestras que tienen de jeringuillas o medicamentos a los enfermos. Y los que nada tienen, nada obtienen. Son abandonados porque la consulta médica está por encima de sus capacidades económicas.

    Pude conocer de primera mano este tipo de casos cuando viajé a mi país en representación de la ONG que fundé en Madrid, Bazou Young Association, con la intención de donar medicinas e instrumental médico en el hospital de distrito de New-Bell. Bazou es el nombre de mi pueblo, donde nací y donde vive mi familia.

    Había contactado ya con el jefe del hospital para organizar la entrega. La negociación había sido un poco complicada porque el responsable aseguraba tener muy poco tiempo. Me presentó al vicepresidente del hospital, encargado de acompañarnos. A mi padre, en tanto jefe de mi barrio, también le invité a venir. Me respondió: «Si la entrega tiene un valor de cinco millones de francos, invitaré a todos mis amigos para que sea aún más conocida».

    El domingo, tras escuchar misa y atender los evangelios, emprendí la tarea. Las palabras sagradas hablaban de lo que nosotros teníamos que hacer, hablaban de que, cuando preparamos una fiesta, tenemos que invitar, precisamente, a aquellos que no pueden devolver lo que se les está dando. Se me quedó grabado en la cabeza y en el corazón. Así que el lunes invité a mis amigos más débiles, a los que peor situación económica tenían, para que me acompañaran a cumplir nuestro objetivo humanitario.

    También llamé a mis amigos de la infancia que son periodistas en cadenas importantes del país. En el hotel donde estaba alojado encontré a un amigo junto a su jefe en la televisión, Charles Ndongo. Les hablé de mis intenciones, les conté que iba a entregar instrumental y ayudar a los enfermos del hospital donde habíamos nacido. Alucinaron, y se lo hicieron saber al dueño de ese canal. Así que mandaron a un equipo a cubrirlo.

    Jabón, aparatos médicos y medicinas era el equipaje que, en una furgoneta, acercamos al hospital, donde nos recibió el vicedirector, en presencia de CRTV televisión y la prensa escrita más importante de Camerún. La sala se llenó de periodistas, invitados y médicos. La administración del hospital no dejaba de preguntar quién era el responsable de todo eso. Un señor corrió tras de mí para informarme de que un enfermo estaba abandonado en el suelo porque no tenía dinero, así que fui a verlo antes de comenzar la celebración y la entrega. Vi a una familia destrozada y a un hombre con una hernia discal avanzada con necesidad urgente de una operación. Pregunté quién se ocupaba de él y un médico salió a darme la mano y me explicó que ese enfermo no tenía dinero para operarse. Le dije a la familia que, tras el acto, iría a ayudarles.

    Fue un momento importantísimo para mí. Pude explicar cómo, gracias a mis amigos en España, había fundado la organización Bazou Young Association. Narré cómo aquellas personas confiaron en mí y me dieron su dinero para que ayudara a los niños. Siempre que hablaba con mis amigos de Camerún, me daba cuenta de que las cosas únicamente iban a peor. Incluso mis propios amigos morían, y yo sentía una rabia inmensa que me animaba a trabajar duro, a esforzarme incluso económicamente. Por eso, les dije a todos que esperaba que el material que les estaba entregando pudiera salvar alguna vida y que soñaba con formalizar un acuerdo entre la ONG y el hospital para seguir haciéndolo.

    Tomó la palabra el subdirector del hospital, que agradeció mi gesto y manifestó su sorpresa de que, a pesar de haberme ido de mi país, no me hubiera olvidado de mi gente. Algunos de los aparatos que les llevé les hacían mucha falta. Hicimos la entrega y, después, efectuamos una ronda de visitas y, en la zona de maternidad, dimos jabón a las madres para que pudieran lavar a sus hijos.

    En el camino, nos encontramos una madre cuya hija de 30 años estaba postrada en la cama. No tenían

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