Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

Pacificar o negociar: Los acuerdos de paz con apaches y comanches en las Provincias Internas de Nueva España, 1784-1792
Pacificar o negociar: Los acuerdos de paz con apaches y comanches en las Provincias Internas de Nueva España, 1784-1792
Pacificar o negociar: Los acuerdos de paz con apaches y comanches en las Provincias Internas de Nueva España, 1784-1792
Libro electrónico669 páginas8 horas

Pacificar o negociar: Los acuerdos de paz con apaches y comanches en las Provincias Internas de Nueva España, 1784-1792

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

Los nombres apache y comanche evocan los tiempos de la guerra en la frontera norte mexicana en los siglos XVIII y XIX, aunque también hubo momentos para la negociación y los acuerdos de paz. El ensayo inicial relata el importante tratado de paz de los gobernadores de Texas y Nuevo México con los comanches (1785-1786)
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento22 ago 2019
Pacificar o negociar: Los acuerdos de paz con apaches y comanches en las Provincias Internas de Nueva España, 1784-1792
Autor

errjson

Lingüista, especialista en semántica, lingüística románica y lingüística general. Dirige el proyecto de elaboración del Diccionario del español de México en El Colegio de México desde 1973. Es autor de libros como Teoría del diccionario monolingüe, Ensayos de teoría semántica. Lengua natural y lenguajes científicos, Lengua histórica y normatividad e Historia mínima de la lengua española, así como de más de un centenar de artículos publicados en revistas especializadas. Entre sus reconocimientos destacan el Premio Nacional de Ciencias y Artes (2013) y el Bologna Ragazzi Award (2013). Es miembro de El Colegio Nacional desde el 5 de marzo de 2007.

Lee más de Errjson

Relacionado con Pacificar o negociar

Libros electrónicos relacionados

Métodos y materiales de enseñanza para usted

Ver más

Artículos relacionados

Comentarios para Pacificar o negociar

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    Pacificar o negociar - errjson

    1797

    PRESENTACIÓN

    La guerra tiene una lógica perversa: una vez que se impone como dinámica social, los mecanismos e intereses que la impulsan tienden a reproducirla y acrecentarla. En medio del fragor de la batalla o en el encadenamiento de decisiones impostergables, los protagonistas olvidan quién inició el conflicto, cuál es su propósito, cuándo debe terminar o hasta dónde es lícito ir en cada acción. Habiéndose instalado el odio y el miedo al enemigo como pasiones dominantes, gracias a los promotores de la violencia, los argumentos y razones en pro de la paz se diluyen o minimizan. Muchas veces el hartazgo por la efusión de sangre y los costos sociales de la guerra, es lo que abre cauces a la paz. Nunca es un camino sencillo y suele conducir a un mal arreglo, siempre preferible a un buen pleito.

    Una negociación se hace necesaria cuando dos partes se reconocen en relativo equilibrio y coinciden en que es mejor un acuerdo político a la continuación de un conflicto abierto. De hecho es el reconocimiento tácito de que la confrontación ha llegado a un punto límite y que es indispensable evitar las consecuencias nocivas para ambas partes. Paradójicamente, en las últimas décadas del siglo XVIII, cuando el Estado español en América parecía fortalecerse y solidificar sus puntos de frontera, desarrolló una política de búsqueda de alianzas y estabilidad. Por su parte los diversos pueblos nómadas del norte de la Nueva España vivieron décadas de definición: unos se extinguieron, otros se vieron en serios problemas, mientras algunos se fortalecieron y se sintieron capaces de desafiar o al menos poner freno al avance español sobre territorios y recursos que consideraban propios.

    Este ensayo se propone destacar los contactos y negociaciones de los comanches, mezcaleros y lipanes con las autoridades reales para pactar la paz en el segundo lustro de la década de los ochenta del siglo XVIII, momento crucial y crítico en que se alcanzó una definición más o menos precisa de la política real hacia los pueblos de frontera. Se trata de un acercamiento a las formas que adquirió la negociación, a los actores que participaron y al trato político e intercambio cultural que suponía esta relación. Se perciben las contradicciones e intereses que estaban en juego y también se revelan las relaciones y conflictos entre pueblos nativos de diversas filiaciones étnicas y grupales, así como las tensiones a que estaban sometidos.

    Este trabajo representa un resultado preliminar de una investigación más extensa sobre las relaciones de frontera entre los pueblos nómadas y seminómadas y las poblaciones y misiones de la frontera en el norte novohispano. La consideración de otras experiencias históricas en un periodo más amplio permitirá poner en perspectiva las negociaciones y acontecimientos que se abordan en el presente estudio. A pesar de que existen estudios específicos en la historiografía estadounidense acerca de los pueblos a que nos referiremos en este ensayo, creemos que bien vale la pena aislar los acontecimientos alrededor de las negociaciones y regresar a las fuentes primarias para comprender el intercambio cultural que ocurría en aquellos espacios y tratar de aprehender el significado que esos tratos formales tenían para las partes.¹

    En el quehacer historiográfico, cuando se habla de los nómadas del norte en los siglos XVIII y XIX, hay una marcada preferencia por la guerra fronteriza, por las relaciones conflictivas entre esos indios y la población sedentaria, y poco al trato entre las partes y a las negociaciones formales. Ello es producto, por una parte, de la orientación y la información contenida en los documentos de la época y, por otra, de un enfoque histórico etnocentrista, en el que interesa más la visión y experiencia de los gobernantes, misioneros o militares, que la de los pueblos indios. Hablar de las negociaciones impone entonces el doble reto de remar en contra de la corriente historiográfica, al tiempo de superar las limitaciones de las fuentes para tratar de brindar un enfoque más equilibrado. Desde luego, estoy consciente que en gran medida este último esfuerzo quedará trunco, puesto que la perspectiva y las preocupaciones de los negociadores indios, se expresan de manera muy ocasional y fragmentaria en la documentación.

    Sin duda, el tipo de fuentes de que se dispone es muy restrictivo del verdadero conocimiento de los nómadas y justo por ello se hace necesario involucrar más de lo normal al lector en los discursos de la época, con la idea de dar a conocer los conceptos en que se basaba la acción y las decisiones de la alta burocracia virreinal y de los mandos militares, de rescatar las descripciones y expresiones significativas sobre los indios insumisos y así dar elementos de juicio para construir un imaginario de cómo eran aquellos indios, sus formas de vida y concepciones. Esto se logra incorporando textos de época en el ensayo y mediante una selección de documentos que se presentan anexos al final.

    El periodo borbónico se caracteriza por la abundancia de manuscritos en relación con la administración del virreinato y en particular con las llamadas Provincias Internas. En ese cúmulo de información gran parte de los documentos están interesados en el control de la situación militar en las fronteras con los indios bárbaros y por consiguiente en la mejor manera de reducirlos a la religión cristiana, someterlos al vasallaje ante el rey español o al menos a evitar que hicieran estragos en las haciendas, ranchos y villas más septentrionales. La información sobre las formas de vida, costumbres y cosmovisión de los indios hostiles es limitada y muchas veces hay que entresacarla de los discursos llenos de calificativos que los denigran y difaman. Para aportar elementos que permitan al lector acercarse paulatinamente a esta problemática presento en el ensayo una descripción que ubica los hechos y personajes en su época, incluyendo citas significativas por su lenguaje, tono y conceptos y después del ensayo incorporo varios documentos excepcionales completos, con el propósito de que, respetando los discursos originales, ofrezcan al lector la oportunidad de llegar hasta el límite de lo que es posible conocer sobre las negociaciones con los indios y sus actores. Esta forma de exposición busca al mismo tiempo participar en la discusión historiográfica más actual sobre el difícil tema de las otredades a través de fuentes históricas, pero también exhibir ante nuestro amable lector los cimientos y andamios de nuestra reflexión, de modo que tenga elementos para una elaboración propia. Posiblemente ello lo lleve, como a mí, a más preguntas que certezas, pero ¿qué no es función de todo conocimiento elaborar nuevas interrogantes?

    En los anexos destacamos algunos escritos inéditos o poco conocidos que muestran la orientación que las diferentes autoridades españolas quisieron darle en las llamadas Provincias Internas a la relación con los indios reacios a la colonización y la reducción (anexos 2 y 3). Desde luego mi interés principal fue dar a conocer los tratados formalizados con los comanches y apaches, pero también aquellos documentos intermedios que proponen o explican cómo debía ser el trato de paz con los indios (anexos 4, 5, 6, 7 y 8 inciso a). Incluí también algunos documentos descriptivos sobre las formas de vida, reproducción, costumbres de los indios y formas de hacer la guerra (anexos 1, 4 inciso b y 8 inciso d). Me interesó finalmente documentar la controversia entre autoridades españolas alrededor de la conveniencia o no de tener relaciones amistosas con los nómadas y otorgarles la paz, en la idea de mostrar cómo las posiciones beligerantes impidieron por mucho tiempo la firma y la consolidación de los acuerdos (anexo 8 incisos b y c).²

    El orden de los documentos anexos es similar y correspondiente a la exposición del ensayo.³ Al capítulo, Tiempos de reforma y definición, corresponden los anexos 1, 2 y 3; el anexo 4 se corresponde con el primer apartado del capítulo Los comanches: la nación más temible y el anexo 5 se relaciona con el segundo apartado de ese mismo capítulo; los documentos del anexo 6 y 7 tienen relación con el primer apartado del capítulo Los apaches: la nación más apta para la guerra; por último, el anexo 8 se refiere al segundo apartado de Los apaches: la nación más apta para la guerra.

    Es importante hacer mención que una primera versión de este ensayo fue publicado como Peace Agreements and War Signals: The Negotiations with Apaches and Comanches in the Interior of New Spain, 1784-1788, en Negotiation within Domination: New Spain Pueblos Confront the Spanish State, editado por Ethelia Ruiz Medrano y Susan Kellogg (University of Colorado Press, 2010).


    ¹ Me refiero aquí a los detallados estudios de Elizabeth John y de Max L. Moorhead, que hacen un seguimiento detenido de la relación de los comanches y apaches con los militares en las llamadas Provincias Internas de la Nueva España. Elizabeth John, Storms Brewed in Other Men’s Worlds. The Confrontation of Indians, Spanish, and French in the Southwest, 1540-1795, College Station, Texas A&M University Press, 1975; Max L. Moorhead, The Apache Frontier. Jacobo de Ugarte and Spanish-Indian Relations in Northern New Spain, 1769-1791, Norman, University of Oklahoma Press, 1968. Como marco general acerca de la relación de las autoridades reales con los nómadas del norte debemos tomar las obras de David Weber, La frontera española en América del Norte, México, FCE, 2000 y Bárbaros. Los españoles y sus salvajes en la era de la Ilustración, Barcelona, Crítica, 2007.

    ² Sobre la transcripción de documentos sólo cabe aclarar que tanto en las citas como en los anexos se modernizó la ortografía y la puntuación y se uniformaron los nombres propios y de lugares, en la idea de hacer lo más ágil posible su lectura. Sólo se respetó la escritura original en palabras o nombres desconocidos o cuya dicción es diferente de la moderna.

    ³ Al primer capítulo Tiempos de reforma y definición corresponden los anexos 1, 2 y 3; el anexo 4 se corresponde con el primer apartado del capítulo segundo sobre los comanches; el anexo 5 se relaciona con el segundo apartado de ese mismo capítulo; los documentos del anexo 6 y 7 tienen relación con el primer apartado del capítulo tres sobre los apaches mezcaleros; finalmente el anexo 8 se refiere a los apaches lipanes que se desarrolla en el segundo apartado del capítulo tres.

    TIEMPOS DE REFORMA Y DEFINICIÓN

    La llamada época de las reformas borbónicas es sin duda un periodo de modernización del aparato político novohispano, de instalación de mecanismos para hacer más productiva la relación de dependencia hacia la Corona española y de cambios en la mentalidad de los políticos y administradores del reino. Sin embargo, a medida que se amplía la investigación original en torno a ese periodo se desdibuja y enrarece el ideal que perseguía la Corona y se advierten multitud de incoherencias entre los propósitos del rey, la acción concreta de sus ministros, las actitudes y propuestas de los altos funcionarios en las posesiones americanas y las actividades de funcionarios menores encargados de la aplicación de las medidas. Y sin embargo, cuando echamos una mirada de largo plazo sobre el siglo XVIII, siempre nos deja la sensación de que, dígase lo que se diga, se trata de una época de cambios encaminados hacia algo que podríamos definir vagamente como modernidad y ello con una participación destacada de las instancias del gobierno colonial.

    A grandes rasgos se pueden enumerar algunas de las características principales de la reforma: la centralización del poder personificado en el rey, la reorganización de las relaciones metrópoli-colonia y la reafirmación de los sistemas de control; la modernización de las estructuras productivas a fin de fortalecer la economía del imperio y darle capacidad para enfrentar a sus rivales comerciales y políticos; la mejoría de los recursos defensivos y de las rentas del erario, así como la racionalización de la economía y el sistema político. Otro elemento definitorio de la política borbónica fue la secularización de la vida política, lo que en el norte novohispano se tradujo en la pérdida de apoyos a la labor misional y en la conversión de estos establecimientos en parroquias. Los abundantes documentos nos convencen también del esfuerzo por fortalecer una burocracia peninsular y por construir una cadena informativa centralizada, que para la Corona fue parte del mismo mecanismo de conocimiento y control.

    Dominó en ese tiempo un espíritu general racionalista y me parece que la sensación de éxito de los reformadores a finales de siglo tenía que ver, al menos en parte, con el triunfo de algunos de los conceptos fundamentales de la Ilustración (sin despreciar desde luego el efecto de una mayor eficiencia fiscal y del dominio centralizado). Por ello más que buscar la correspondencia directa entre los planes esbozados por los ministros y las acciones de los distintos niveles de gobierno, es preferible indagar cómo algunas ideas fundamentales se fueron instalando como parte de los razonamientos usados cotidianamente por la burocracia y por las élites novohispanas.

    Entre esas ideas debemos destacar para el propósito de este ensayo una nueva concepción acerca de la expansión territorial y del manejo de las fronteras. Anthony Pagden muestra cómo desde finales del siglo XVII había conciencia en los ámbitos de poder europeos de los enormes peligros que significaba una expansión territorial desmedida, tanto por la sangría de población colonizadora, como sobre todo por las dificultades de control de territorios demasiado extensos, que podía tener como consecuencia el desmoronamiento de la cultura moral y política de la metrópoli. Según Pagden uno de los mayores desafíos de los imperios europeos en el Siglo de las Luces era detener el ímpetu de sus propios agentes para conquistar nuevas tierras: "la tragedia de la mayor parte de los imperios no era sólo que sus dirigentes ignoraran cuál era el momento idóneo para parar: en realidad no podían parar. Y es que todos los imperios habían sido creados sobre la base de una simple visión de virtud militar". Cambiar esa idea implicaba una reconceptualización de las bases del imperio, pues muchos funcionarios y militares creían fervientemente que la mejor manera de servir al rey era incrementando las posesiones, abriendo nuevas provincias o exhibiendo glorias militares.¹ Se trataba de superar el llamado espíritu de conquistas que cegaba a los hombres.

    Otra idea reiterada en la literatura del siglo XVII sobre los dominios americanos, sobre todo en pensadores ingleses, es que los españoles y portugueses se habían extralimitado en el maltrato y aniquilamiento de la población indígena americana. Más allá de la veracidad de la llamada leyenda negra, es importante señalar que esa idea fue un elemento clave en el imaginario político de la época y marcó la diferencia entre las formas de colonización de origen ibérico y las de otras partes de Europa. Destacan en esas versiones la crueldad y codicia del trato español hacia los nativos, dando a entender que los colonizadores franceses o ingleses eran menos agresivos y buscaban atraerlos mediante un comercio mutuamente fructífero. Obviamente esta imagen no era del todo cierta, pero sin duda fue parte de las consideraciones en torno a la modernización de las formas de trato hacia las colonias y de gobierno, en particular en situaciones de frontera.²

    Introducir nuevas directrices de gobierno implicaba definir un territorio de cada una de las posesiones españolas, organizar su explotación y sistemas de control y por tanto establecer sus límites. La Corona española estaba preocupada por la defensa de territorios y respecto a las otras potencias europeas, aunque en la práctica en las fronteras de las posesiones americanas era mucho más importante la amenaza de los pueblos indios no sujetos al gobierno español. Para los pensadores ligados al poder hispano, justo el peligro residía en la posibilidad de que los indios insumisos se aliaran con las potencias enemigas y pusieran a las posesiones españolas en grave peligro.³ En amplios territorios de Norte y Sudamérica las fronteras no eran físicas y no se habían fijado límites precisos en muchas provincias, de suerte que el territorio dependía de la capacidad de control de las fuerzas españolas. Durante el siglo XVIII se hicieron grandes esfuerzos por fijar una frontera en el norte de la Nueva España que garantizara una explotación sistemática de los recursos minerales, ganaderos y agrícolas y diera seguridad para el mejor poblamiento de la región. Fue una tarea que involucró hombres y recursos cuantiosos, que obligó a pensar estrategias y puso a prueba las aptitudes y compromiso de aquellos que estuvieron en la primera fila.

    Sin embargo, la elaboración de un conjunto de ideas y alternativas para el manejo de los territorios americanos, fue parte de un largo proceso de discusión, en el que se mezclaron todo tipo de intereses políticos y religiosos. Los mismos interesados en las reformas defendían y desarrollaban proyectos con energía y métodos diversos. En este sentido debe destacarse un texto intitulado Nuevo sistema de gobierno económico para la América, al parecer escrito en 1743, atribuido a Joseph de Campillo y Cossío, ministro de Hacienda, Marina, Guerra e Indias en tiempos de Felipe V. Ahí se propuso dar particular importancia a la conservación y control de los territorios fronterizos, y en este contexto modificar la relación con los indios infieles y naciones confinantes. Afirma el autor que en el trato con los indios bravos se había seguido un sistema equivocado, pues a diferencia de otras potencias con intereses en América que se habían preocupado por tener amistad y comercio con esos indios, nosotros estamos —escribió Campillo— siempre con las armas en las manos, y el Rey gastando millones en entretener un odio irreconciliable con unas naciones que tratadas con maña y amistad nos darían infinitas utilidades. La idea de este funcionario era establecer un comercio con los indios bravos aprovechando sus pasiones y lisonjeándoles el gusto: la fiereza más intratable y el odio más incorregible se domestica y se concilia a impulsos de la blandura, del agrado y de la frecuente comunicación.⁴ Ello era parte del concepto general consistente en hacer de los indios vasallos útiles y provechosos, en conciencia de que, en el caso de los indios hostiles, establecer el comercio era una empresa riesgosa que requería tiempo, maña y paciencia.⁵ Previó que se instalaran fuertes que al mismo tiempo fueran almacenes de las mercancías para los indios independientes, y que los gobernadores e intendentes se ganaran la voluntad de los caciques a través de regalos.⁶ Al considerar la necesidad de atraer por el comercio a los indios bravos, el autor del Nuevo sistema, de hecho abrió la posibilidad de que esas naciones conservaran su independencia, es decir que no fueran vasallos del rey, bajo el concepto de que mediante el comercio se podía lograr un mejor control que gastando en ejércitos. En última instancia, para lograr el vasallaje podría aprovecharse de las disensiones que siempre reinan entre aquellos bárbaros, incitando las guerras indias, protegiendo a los derrotados y negociando con los triunfadores.⁷ Como veremos, a la larga estas ideas coincidieron con el tratamiento que la Corona quiso dar a los indios del septentrión novohispano: en resumen, combinar fuerza y negociación, privilegiar la relación comercial y utilizar las rivalidades entre grupos indios.⁸

    El historiador Luis Navarro García asegura que ese escrito no influyó en la política indiana de Carlos III y muestra que las ideas de José de Gálvez expresadas hacia 1759 en su Discurso y reflexiones de un vasallo sobre la decadencia de nuestras indias españolas, no parecen derivadas ni emparentadas con las del Nuevo sistema…⁹ Es claro que los dos textos son enteramente ajenos, pero dada la evidente presencia entre funcionarios del manuscrito atribuido a Campillo, es probable que Gálvez lo haya conocido en alguna de sus versiones antes de su partida en 1765 como visitador a la Nueva España y con toda seguridad lo conoció a su regreso a España, como parte de las sociedades de amigos del país de las que era un miembro muy activo. Sin entrar en la polémica acerca de la importancia del texto cabe mencionar dos hechos: primero, Gaspar de Jovellanos al dictaminar en 1788 sobre su publicación opinó que reunía muchas excelentes máximas para gobernar con acierto y utilidad aquellas ricas colonias y era un buen compendio de las medidas administrativas y comerciales del gobierno de Carlos III;¹⁰ segundo, en la biblioteca personal que dejó José de Gálvez a su muerte en 1787 estaba el texto, tanto en su versión publicada en el Proyecto económico de Bernardo Ward, como también en la forma de manuscrito atribuido expresamente a José de Campillo y Cossío.¹¹ Otro hecho incontrovertible es que el propio Pedro Rodríguez de Campomanes en 1784 recomendó a José de Gálvez, como ministro de Indias, la política de buscar una relación con los indios basada en el comercio, al modo como lo hacían los ingleses, sin ayuda de misioneros. La idea la manejó también Bernardo de Gálvez, cuando fue gobernador de la Luisiana, quien comentó en 1778 a su tío: a través del comercio el Rey mantendrá [a los indios] muy satisfechos durante diez años con lo que ahora gasta en uno haciéndoles la guerra.¹²

    Como complemento al regalismo y la secularización en el siglo XVIII se promovió una férrea estructura administrativa y de autoridad que implicó un debilitamiento de la Iglesia en los ámbitos de poder y un desarrollo de cuerpos y puestos militares, fortaleciendo los privilegios castrenses. A consecuencia de la guerra de sucesión a principios del siglo XVIII, la Corona se vio en la necesidad de apoyarse y reorganizar las fuerzas militares, primero a través de milicias y luego mediante cuerpos formales y buenos presupuestos. A la larga esa aristocracia militar compitió con las élites civiles de gobierno. En lo que a nosotros interesa, a partir de la Guerra de los Siete Años, Carlos III se vio obligado a reforzar las defensas americanas en general y en particular a proteger de posibles invasiones o afectaciones extranjeras en sus posesiones al norte de la Nueva España.¹³ Entre los proyectos para institucionalizar las formas de control y dependencia directa a la Corona cabe mencionar la creación del sistema de intendencias y la formación de la Comandancia General de las Provincias Internas.

    Las misiones, que en otro tiempo desempeñaron un papel fundamental en los avances hacia el norte, no respondían ya a las necesidades de control territorial de los borbones, de modo que vieron disminuir los jugosos apoyos reales y tendieron a reducir su influencia en los asuntos fronterizos. Desde luego el punto de quiebre más notable de esa historia fue la expulsión de la Compañía de Jesús en 1767, pero aun los colegios franciscanos se mostraron incapaces de conservar la iniciativa principal en la evangelización y aculturación de los indios que se seguían resistiendo. En la región que aquí interesa, ocurrió en 1758 la destrucción de la misión de San Sabá, misma que había sido fundada apenas el año anterior con el propósito expreso de convertir y reducir a los apaches lipanes, ubicados al sur del actual territorio texano. Quienes perpetraron ese desastre fueron los indios comanches, aliados con los texas, vidais y wichitas, a partir de la idea de que la misión y el presidio cercano servirían de refugio y protección a sus acérrimos enemigos.¹⁴ En las últimas tres décadas del siglo XVIII las misiones franciscanas en la zona disminuyeron su presencia, así como el número de indios congregados.¹⁵ Independientemente de esa paulatina decadencia, debe quedar claro que las misiones no eran espacios propios para la negociación con las naciones indias, porque al considerar que la vida errante y salvaje de los nómadas era inducida por el demonio, era inadmisible cualquier trato o negociación que implicara la libertad de los indios para seguir con esas costumbres e indispensable su reducción al limitado espacio de las misiones, la adoración al Dios cristiano y la adopción de las formas de vida españolas.

    Es importante señalar que las ideas reformistas formaban parte de la búsqueda de alternativas para evitar que las riquezas americanas siguieran siendo succionadas por otros países europeos a través del comercio de manufacturas. Los matices consistían en la atención que se debía poner a determinados sectores o intereses: unos subrayaban la necesidad de fomentar la agricultura, era frecuente también la idea de impulsar las artes industriales en la península, otros más creían importante desarrollar la minería colonial, pero casi todos estaban de acuerdo en que la clave de todo residía en un intenso comercio ultramarino y por consiguiente en la necesidad de fortalecer la fuerza naval para proteger las flotas mercantes.¹⁶

    Esto nos lleva a que por un lado, si bien ciertos ministros llevan la voz cantante en torno a la reforma, lo cierto es que eran ideas que de diversas maneras se manejaban entre los funcionarios y políticos del siglo XVIII; pero por otro lado, resulta que al no manejarse de manera sistemática y homogénea los conceptos, el mismo conjunto de ideas ilustradas dieron lugar a interpretaciones y matices que se traducían en órdenes y directrices muchas veces contradictorias.

    Desde luego, como afirma Pagden, la defensa y consolidación de los imperios con base en las ideas ilustradas requerían virtudes políticas distintas de las de los conquistadores, y exigían un tipo de gobernante diferente: se requería prudencia más que valor, sabiduría más que fuerza.¹⁷ En palabras del autor del Nuevo sistema… era necesario nombrar en lo sucesivo por virreyes, intendentes y gobernadores hombres a propósito para adelantar un asunto que pide luces no vulgares, celo y amor, con un pleno conocimiento de los intereses del Estado.¹⁸ No era fácil conseguir funcionarios que reunieran ese perfil, porque además muchos de los ministros, prelados y miembros de la corte estaban lejos de esa definición. Entre los poderosos de viejo cuño y los promotores de cambios y novedades existió una diferencia de enfoque que permaneció a lo largo del siglo XVIII y fue la base de pugnas y discusiones en torno a cómo enfrentar el problema de los indios hostiles en las regiones fronterizas.

    Como en otros aspectos de la política borbónica, existe la convicción entre los historiadores de que a finales del siglo XVIII se alcanzó una estabilidad de la frontera norte que contribuyó al desarrollo de las actividades mineras y ganaderas en la región, así como a un impulso más ordenado de la colonización desde el centro de la Nueva España. Se puede distinguir una secuencia temporal y progresiva desde las ideas del visitador Gálvez, la propuesta de la línea de presidios por el marqués de Rubí, el reglamento de presidios de 1772, la formación de la Comandancia General de las Provincias Internas en 1776, las disposiciones reales para el trato a los indios indóciles de febrero de 1779 y la detallada instrucción del virrey Bernardo de Gálvez a Jacobo de Ugarte y Loyola en 1786.¹⁹ Vistas en conjunto bien pueden encontrarse líneas comunes en las que cada vez se van definiendo de mejor manera los componentes de una política de frontera y desde luego del trato que debía darse a los pueblos errantes y guerreros. Sin embargo, en el detalle se puede apreciar que la formulación y puesta en operación de cada una de estas órdenes y proyectos fue bastante errática y estuvo sometida a una serie de presiones e intereses. La lectura de los extensos informes de los encargados en regiones de frontera nos convencen de que la tarea era de tal magnitud y complejidad que las disposiciones actuaban como meras orientaciones generales y por ello los intereses particulares, la visión personal y hasta el carácter de cada funcionario definieron en buena medida las providencias que se tomaban en cada momento.

    Tómese en cuenta la separación espacio-temporal entre una disposición real y su aplicación, así como entre el momento de la acción directa, la información y la evaluación por parte de las instancias mayores, ello sin contar con el conocido precepto de la administración colonial de acátese pero no se cumpla. Esto para dejar en claro el enorme espacio de discrecionalidad de que gozaban los funcionarios de alto rango en cualquiera de las provincias, aun en los momentos en que se sentía la presión hacia un mejor control por parte de la Corona. Las ideas de la Reforma no fluyeron libremente desde los ministros a los Consejos y de ahí a los virreyes, gobernadores o alcaldes mayores, sino que tuvieron que dar la batalla en los diferentes niveles de gobierno, pues en cada uno de ellos hubo tanto promotores de las ideas ilustradas como detractores y opositores a las mismas. La implantación y puesta en marcha de las ideas ilustradas, fue parte de una encarnizada lucha política en contra de los defensores de intereses y concepciones que se veían afectados por esas novedades.

    A la luz de los acontecimientos de frontera y las formas de relación con las naciones indias del norte que veremos más adelante, bien cabe cuestionarse hasta qué punto la formalización de acuerdos bilaterales fue producto de las ideas de la reforma o más bien derivó de las circunstancias y experiencias directas. Si bien algunos de los funcionarios estuvieron imbuidos de la necesidad de dar una cara nueva a las relaciones con las colonias y sus habitantes, también llegaban a la frontera militares convencidos plenamente de acabar de un solo golpe con los bárbaros, creyendo que con ello justificaban los sueldos y prebendas que recibían, al tiempo que hacían un gran servicio al monarca. Puede documentarse que en muchas ocasiones el cambio de actitud a posiciones menos radicales fue resultado de la confrontación con un enemigo más poderoso de lo imaginado y con las limitaciones de recursos y hombres para poner en práctica campañas ofensivas.

    A la vista del conjunto de apreciaciones, propuestas y medidas adoptadas de manera circunstancial por los hombres de frontera, resulta sorprendente el triunfo de ciertas nociones y orientaciones generales y el gozo de una calma notable en la última década del siglo XVIII. Al respecto valdría la pena hacer una evaluación de cómo se construyeron las alternativas para una paz estable entre la población blanca, mestiza e indígena que llegaba desde el sur y las naciones más aguerridas de indios en el norte. Sin duda la política de entablar negociaciones con los pueblos indios de frontera, reconociendo su existencia como entidades independientes del poder real, se consolidó en la práctica a medida que fue dando frutos. Visto en perspectiva se puede considerar que, más allá de los esfuerzos por consolidar la línea de presidios y una fuerza armada capaces de contener y enfrentar a los indios hostiles, los acercamientos y la negociación directa con los pueblos indios que habían demostrado cohesión y potencial militar fueron la base que hizo posible la pacificación de finales de siglo XVIII.


    ¹ Anthony Pagden, Señores de todo el mundo, ideologías del imperio en España, Inglaterra y Francia (en los siglos XVI, XVII y XVIII), Barcelona, Península, 1997, pp. 141-145.

    ² William S. Matby, La Leyenda Negra en Inglaterra: desarrollo del sentimiento antihispánico, 1558-1660, México, FCE, 1982, pp. 80-92 y 131-136.

    ³ David Weber, Bárbaros. Los españoles y sus salvajes en la era de la Ilustración, Barcelona, Crítica, 2007, pp. 271-272.

    ⁴ Joseph de Campillo y Cosío, Nuevo sistema de gobierno económico para la América: con los males y daños que le causa el que hoy tiene, de los que participa copiosamente España; y remedios universales para que la primera tenga considerables ventajas y la segunda mayores intereses, Madrid, Imprenta de Benito Cano, 1789, pp. 14-16. Cf. la edición moderna: México, Facultad de Economía-UNAM, 1993, pp. 210-213.

    Ibid., pp. 210 y 285.

    Ibid., pp. 217-222.

    Ibid., pp. 265-267.

    ⁸ Existe una controversia en torno a la autoría del Nuevo sistema…, la que resulta en sí misma interesante, aunque un poco confusa. El texto se publicó por primera vez en 1779 como la segunda parte del Proyecto económico de Bernardo Ward, quien se dice lo terminó en 1762 siendo ministro de la Junta de Comercio y Moneda (Madrid, Joaquín Ibarra, 1779). En 1789 se publicó por separado, bajo la autoría de Campillo y Cossío y con el título Nuevo sistema de gobierno económico para la América: con los males y daños que le causa el que hoy tiene, de los que participa copiosamente España; y remedios universales para que la primera tenga considerables ventajas y la segunda mayores intereses (Madrid, Imprenta de Benito Cano, 1789). Hace algunos años se encontró en las colecciones de la Real Academia de Historia de Madrid entre los papeles de Melchor de Macanaz un manuscrito muy semejante intitulado Discurso sobre la América Española (sobre su contenido véase Stanley J. Stein y Barbara H. Stein, Plata, comercio y guerra. España y América en la formación de la Europa moderna, Barcelona, Crítica, 2000, pp. 270-273 y el tomo de Pedro Ruiz Torres, Reformismo e ilustración en la Historia de España dirigido por Joseph Fontana, Barcelona, Crítica, 2008, pp. 201-202). Macanaz fue un prolijo escritor y personaje polémico, quien desde los últimos años del siglo XVII tuvo influencia en las cortes españolas, pero que, justo por su fuerte espíritu crítico, desde 1715 vivió exiliado en París, a causa de un proceso inquisitorial. A pesar de ello, conservó por décadas contacto con los círculos de gobierno español e incluso en 1746 representó a Felipe V en las conferencias de Breda con Inglaterra y las demás potencias europeas. La presencia de ese manuscrito entre los papeles de Macanaz alimenta la duda respecto a la autoría del Nuevo sistema…, pero al mismo tiempo confirma su importancia. Ese texto que marca algunas de las pautas de la política española sobre las colonias y específicamente en lo relativo a los indios no reducidos, pasó por las manos del influyente Macanaz; fue firmado como propio por el ministro Campillo y Cossío; fue incorporado por Bernardo Ward a su Proyecto económico, en este formato fue publicado en 1779 por intervención de Pedro Rodrigo de Campomanes (el famoso ministro de Carlos III), se reimprimió en tres ocasiones (1779, 1782 y 1787) y se distribuyó profusamente a través de las sociedades de amigos del país (José Luis Castellano Castellano, Bernardo Ward, en Enrique Fuentes Quintana (dir.), Economía y economistas españoles, v. 3, La Ilustración, Barcelona, Fundación de Cajas de Ahorros, 2000, p. 187). Finalmente se publicó como obra de Campillo en 1789, con intervención de Gaspar Melchor de Jovellanos, gloria de los economistas españoles del siglo XVIII.

    9 Luis Navarro García, La política americana de José de Gálvez según su Discurso y reflexiones de un vasallo, Málaga, Algazara, 1998, p. 12.

    ¹⁰ Santos M. Coronas González, Las censuras indianas de Jovellanos, Cuadernos de investigación, Gijón, Fundación Foro Jovellanos del Principado de Asturias, 2007, núm. 1, pp. 49-50.

    ¹¹ Véase Francisco de Solano, Reformismo y cultura intelectual. La biblioteca privada de José de Gálvez, Ministro de Indias, Quinto Centenario, Madrid, núm. 2, 1981.

    ¹² Estos dos últimos datos citados por David Weber en Bárbaros…, op. cit., pp. 272-273.

    ¹³ John Lynch, España en el siglo XVIII, Barcelona, Crítica, 2005, p. 112; Allan J. Kuethe, Carlos III: absolutismo ilustrado e imperio americano, en Allan J. Kuethe y Juan Marchena Fernández (eds.), Soldados del rey: el Ejército borbónico en América colonial en vísperas de la independencia, Castelló de la Plana, Universitat Jaume I, 2005, pp. 23-24. Luis Miguel Balduque Marcos, El ejército de Carlos III. Extracción social, origen geográfico y formas de vida de los oficiales de S.M., Madrid, Universidad Complutense (tesis doctoral), 1993, pp. 422-425.

    ¹⁴ Robert S. Weddle, The San Saba Mission. Spanish Pivot in Texas, Austin, University of Texas Press, 1964, passim.

    ¹⁵ Cecilia Sheridan, El yugo suave del evangelio. Las misiones franciscanas de Río Grande en el periodo colonial, Saltillo, Centro de Estudios Sociales y Humanísticos, A. C., 1999, pp. 94-108.

    ¹⁶ Stanley J. Stein y Barbara H. Stein, Plata, comercio y guerra. España y América en la formación de la Europa Moderna, Barcelona, Crítica, 2000, pp. 220-280.

    ¹⁷ Anthony Pagden, op. cit., p. 146.

    ¹⁸ Joseph de Campillo, op. cit., pp. 70-71; citado también por Ricardo Rees Jones, El despotismo ilustrado y los intendentes de la Nueva España, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1979, pp. 77-78.

    ¹⁹ Entre los importantes documentos que se generaron al respecto, en el anexo 3 se incluye el documento enviado por José de Gálvez a Teodoro de Croix, fechado en El Pardo el 20 de febrero de 1779. La Instrucción de Bernardo de Gálvez a Jacobo Ugarte y Loyola, en agosto de 1786, puede consultarse en María del Carmen Velázquez, La frontera norte y la experiencia colonial, México, Secretaría de Relaciones Exteriores, 1982, pp. 151-185.

    LOS COMANCHES: LA NACIÓN MÁS TEMIBLE

    Entre 1771 y 1776 el capitán Hugo O’Conor se desempeñó como comandante inspector de la frontera norte de la Nueva España. Recorrió de cabo a rabo las llamadas Provincias Internas intentando establecer la línea de presidios que había recomendado el marqués de Rubí, misma que asumió carácter legal en el Reglamento de 1772. Ese capitán tenía experiencia en la organización de los presidios y el trato a los indios debido a que se había desempeñado entre 1767 y 1770 como gobernador interino de Texas. Acota Antonio Bonilla que en este puesto "acreditó su valor, desinterés, conducta y política militar, sosegó la tierra y se hizo temer de los bárbaros que le conocen por el nombre de Capitán Colorado".¹ Según Luis Navarro García, en 1767 había vencido con sólo 20 soldados a un contingente de 300 indios, lo que le valió aquel reconocimiento.²

    La experiencia acumulada por O’Conor a lo largo de sus años en la frontera le dio un conocimiento acerca del modo de vida y carácter de los indios. Como casi todos los militares de la frontera O’Conor pensaba que en sus ataques los apaches hacían gala de crueldad y fero­cidad,³ pero, a diferencia de otros, cuando hizo su descripción se cuidó de utilizar calificativos, centrándose en su localización, costumbres, armas y modo de hacer sus ataques y robos.⁴ Mencionó en su texto que desde 1773 se habían pactado las paces con la nación de los lipanes, por lo que desde entonces éstos se habían mantenido en su mayor parte sosegados, como veremos más ampliamente después.⁵

    Cuando habló de Texas destacó la peligrosidad de los wichitas y comanches y por tanto la importancia de cuidar la relación con ellos. Los primeros, en sus tres divisiones de tahuacanos, izcanís y tahuayaces, habían sido culpables de algunas irrupciones en San Sabá, aunque reconocía la posibilidad de que hubieran sido provocados con ciertas opresiones y otros malos tratos. Al respecto escribió: aunque ellos no sean amigos nuestros, convendría atraerlos ya que ellos cierran el paso a los inquietos indios guasas y otros belicosos del norte. En específico sobre la nación Comanche afirmó que siendo un gentío tan crecido y soberbio, es la más temible, así por las armas de fuego, adquiridas de ingleses, que sabe manejar diestramente, como por su valor e intrepidez y porque nunca acostumbra huir, prefiriendo antes el morir o vencer, pero al mismo tiempo había dado muchas pruebas de ser más civil y política que los demás bárbaros, sus colindantes.

    Así, O’Conor al mismo tiempo que desarrolló una política de consolidación de las defensas territoriales y de dignificación de las armas españolas frente a los extendidos y volátiles nómadas del norte, pensó en la necesidad de establecer alianzas y acuerdos con ciertas agrupaciones de indios, a fin de formar un sistema de contrapesos regionales para garantizar la seguridad de poblaciones, ranchos, haciendas y centros mineros cercanos a la frontera.

    En 1776 la Corona decidió unificar el mando de las Provincias Internas en una Comandancia General y darles independencia del régimen virreinal novohispano, momento significativo en la definición de las políticas defensivas y del trato a los indios hostiles. Teodoro de Croix asumió el puesto de Comandante General, con el encargo expreso de procurar la conversión de las numerosas naciones de indios gentiles que habitan al norte de la América septentrional y hacer todos los esfuerzos para reducirlas a la Santa Fe Católica y a la dominación real, teniendo bajo su mando los actuales territorios de Texas, Coahuila, Durango, Chihuahua, Nuevo México, Sinaloa, Sonora, Arizona y California (incluyendo la península).

    Para empaparse en los problemas y alternativas relativos al enorme territorio por gobernar, Teodoro de Croix convocó a reuniones con los oficiales más experimentados, mismas que se realizaron en Monclova, Béxar y Chihuahua entre diciembre de 1777 y junio de 1778. Le interesaba sobre todo ampliar su información sobre los indios apaches y el modo como debían ser tratados (véase anexo 2).

    En la reunión de Monclova se concluyó que los indios enemigos por excelencia eran los apaches, que calcularon en un total de 5 000 hombres, divididos en varias parcialidades: lipanes, navajos, gileños, mezcaleros, natages y lipiyanes (también llamados llaneros). Los asistentes, funcionarios y capitanes con amplia experiencia, reconocieron que los enemigos irreconciliables de los apaches de oriente eran los comanches y demás indiada del norte, quienes también hacían la guerra con frecuencia a los yutas y aun a los gileños y navajos. En esas reuniones se consideró importante cuidar la relación con los indios del norte, que incluían varias naciones y más de 7000 hombres de armas: texas (300), vidais (70), tahuayaces (500), tahuacanos (250), iscanis (50), gitchas (90), tancahues (300), orcoquisas (50), ayses (30), aguages (600), xaranames (40) y comanches (5 000). A la pregunta sobre la utilidad de mantener la paz con los lipanes respondieron: las paces que tienen los lipanes en esta frontera, han sido, son y serán siempre falaces y engañosas; la conservación de la paz con estos pérfidos indios —continuaron— no es de manera alguna conveniente, pero que para declararles la guerra abiertamente es necesario aumentar las fuerzas y meditar bien las operaciones… Señalaron que no era recomendable la alianza con los lipanes contra los temibles indios del norte, por el contrario, de una alianza con estos últimos se podía esperar la general pacificación del territorio.⁸ Estuvieron de acuerdo en que era necesario realizar una campaña general contra los apaches y detallaron los contingentes de tropa necesarios y las rutas a recorrer (véase mapa 1).

    Mapa 1. Territorios nómadas y ubicación de las villas, presidios y pueblos en las Provincias Internas, entre 1770-1790.

    La junta en Texas se realizó en enero de 1778, la cual se enfocó a informar sobre la situación de los indios del norte y a proponer el modo de tratarlos. Admitieron los presentes que se conocía a esos indios desde hacía mucho tiempo y que se habían insolentado a raíz de que se había admitido a los lipanes en la misión de San Sabá, mismos que la habían usado para merodear sus territorios. También se dijo que se habían disgustado por la campaña que hizo el coronel Diego Ortiz Parrilla contra los tahuayaces. Se informó que el varón de Ripperdá, gobernador de Texas, se había valido de fray Pedro Ramírez, padre presidente de las misiones, y de Atanasio de Mézières, comandante de Natchitoches, para tratar las paces con varias naciones del norte y que a pesar de que muchos vecinos o militares las consideraban dolosas, los indios las habían conservado escrupulosamente, excepto los comanches, tenidos como los indios más peligrosos de esa provincia.⁹ Los asistentes insistieron en que era muy importante cultivar la amistad con todas las llamadas naciones del norte, entreteniéndolos con obsequios, a fin de tenerlos en la disposición de hacer campaña contra los apaches, una vez que se contara con la tropa suficiente, y propusieron a Mézières como comisionado para negociar la paz, cuando fuera prudente.¹⁰

    Cabe mencionar que cuando Teodoro de Croix asumió el puesto de comandante general pensaba que la solución a los problemas de las Provincias Internas estaba en un consistente refuerzo de los cuerpos formales y una gran actividad militar. Se propuso adoptar una política agresiva hacia los apaches y demás indios insumisos, pero sus solicitudes de aumento de tropas no fueron atendidas como él esperaba. A inicios de 1778 no estaban dadas las condiciones para realizar una campaña general y, a pesar de la repugnancia a los tratos con los apaches, Croix debía moderar sus ambiciones. Escribió a José de Gálvez en abril:

    Irritan mucho las torpes falsedades con que pretende engañarnos esta vil indiada; pero considerando que es muy numerosa, que conoce sobradamente nuestros terrenos, que sus repetidos crueles insultos han intimidado a los vecindarios infelices, que no tengo tropas para ocurrir a todas partes, que he visto las actuales en el mayor desarreglo, que si los comanches continúan la persecución del apache se nos mete dentro de casa cuando aquellos más numerosos y temibles se nos acercan, y finalmente, que puedo como hombre sujeto a errar equivocarme en mis conceptos y reflexiones, me ha parecido conveniente hacer la última prueba de la mala fe de los apaches concediéndoles la paz de Janos.¹¹

    En la junta de guerra de Chihuahua, celebrada en junio de 1778, se volvió a recomendar la guerra frontal contra los apaches y que en ninguna de las provincias se admitan de paz […], porque sus amistades siempre producirán efectos muy funestos. Desecharon la posibilidad de que los lipanes guardaran la amistad que habían prometido y se señaló la necesidad de dividir y confundir esta nación, cuya sagacidad, rapacidad e industria será siempre funesta e indecorosa a los progresos de las armas del Rey y a la tranquilidad de las posesiones. Se coincidió con los resolutivos de las reuniones anteriores en lo relativo a hacer una campaña frontal contra los apaches en el oriente, pero se agregó que Mézières debía enfocarse a conseguir la amistad de los comanches.¹²

    Sin duda, para llevar a la práctica la pacificación de los lipanes, era indispensable avanzar en la negociación con los indios del norte, lo que permitiría abrir rutas de comercio desde Luisiana hacia el nacimiento del río Misuri. Mézières tenía la idea de que haciendo una coalición con comanches y wichitas sería relativamente sencillo realizar una campaña para someter a los lipanes. Sentía que los comanches eran superiores a otros indios en varios aspectos, pero afirmaba que su inclinación al robo ocultaba todas esas virtudes. Atribuyó esa actitud a su vida errante y no tanto a una innata depravación. Pensaba que era posible establecer a los comanches en pueblos permanentes y fomentar su participación en un comercio constante, lo que era más viable que controlarlos por la vía de las armas.¹³ Queda claro que, a partir el trato directo con los indios, Mézières desarrolló una visión más precisa que muchos de sus contemporáneos sobre los diferentes pueblos y naciones en la región.

    La misma primavera de 1778 se encaminó Mézières rumbo a Béxar, acompañado de varios militares, por la ruta del norte de Texas, para entrar en contacto con los wichitas y otros pueblos y en la medida de lo posible negociar las condiciones de la campaña contra los lipanes. Trató con los tahuacanos, visitó la aldea de los tahuayaces y desde allí envió mensajeros a los comanches para proponer pláticas. Al mismo tiempo propuso a los aguages (panismahas) la fundación de un puerto de comercio a orillas del río Rojo. Cuando los delegados comanches llegaron a tratar la paz, Mézières ya se había retirado a Natchitoches. Desconociendo la razón de su presencia, algunos pobladores de Bucareli atacaron a los comanches, obligándoles a huir.¹⁴ No le tocó a Mézières consolidar la alianza que anhelaba, pues al poco tiempo murió.

    La campaña general contra los lipanes no contó con la aprobación de la Corona, ni con el fuerte apoyo en tropa y recursos que suponía su realización. Por ello el comandante Croix se vio obligado a continuar una política combinada de control, enfrentamiento y conciliación con los diferentes grupos indios y de acuerdo con las circunstancias particulares de cada región.¹⁵

    En febrero de 1779, José de Gálvez, como ministro de Indias, envió a Croix una instrucción que resume el interés de la Corona por una nueva política respecto a los indios hostiles: dadas las circunstancias y la forma de hacer la guerra por parte de los nativos, parecía imposible pacificar la frontera por medio de una guerra ofensiva. Se instruyó directamente al comandante que limitara sus acciones a la defensa de pueblos, haciendas, ranchos y otros asentamientos. Las expediciones debían realizarse únicamente con el propósito de alejar a los indios de la frontera o de obligarlos a firmar la paz y a entablar una duradera amistad. Significativamente, se dispuso que no debía intentarse obligarlos a vivir en asentamientos fijos ni forzarlos a servir a los españoles y que por el contrario se debía atraerlos a la vida civilizada a través de regalos e induciéndolos al comercio de artículos españoles (incluso armas de fuego), con la idea de que a la larga se volvieran dependientes de ese mercado. Como fase final de la pacificación debía procederse a su evangelización.¹⁶

    En un tono inusual y ajeno al talante enérgico de Gálvez, en esa orden se planteó que la amistad y buena fe en el trato a los indios conseguiría revertir su ánimo en contra de los españoles: si no se les oprime, si no se les injuria, si no se les precisa a formar pueblos, ni a servir en los nuestros ellos por sí mismos verán el orden que reina en nuestra vida racional y los auxilios que produce la sociedad y se irán aficionando a las comodidades que no conocían. De este modo,

    insensiblemente se irá aumentando en número de los pacíficos y disminuyéndose el de los enemigos, irán deponiendo su rústica dureza, su insensatez y demás agrestes costumbres, adoptarán las nuestras, se afrentarán de su desnudez, querrán vestirse y al fin, la benignidad con que por nuestra parte se les trate, los acabará de convertir de fieras enemigas en compañeros sumisos.¹⁷

    Cuando Teodoro de Croix recibió la real orden del 20 de febrero se quedó ciertamente perplejo, según declara en su informe de enero siguiente. Por un lado tenía que como resultado de dos campañas hechas contra los lipanes, ahora se mostraban más dóciles y humildes, dispuestos a mantener una paz menos falsa, al tiempo que los mezcaleros también ofrecían la paz en Nueva Vizcaya y se decían listos para establecerse en un pueblo cercano al presidio del Norte. Así, veía bien dispuestos a los indios del norte para auxiliar a las tropas españolas en una fuerte campaña contra los lipanes, pero también existía la opción de aprovechar el acercamiento de los mismos lipanes para atacar a los mezcaleros. El distanciamiento entre las parcialidades apaches proporcionaban la mejor coyuntura, y parecía llegado el momento de conseguir la pacificación de las Provincias Internas mediante la organización de un esfuerzo militar que se granjearía el apoyo decidido de una parcialidad apache, por la vía de hacer la guerra a la otra. Por la disposición del rey, Croix se tuvo que conformar con maniobras puramente defensivas, al mismo tiempo que sobrellevar la difícil relación con lipanes y mezcaleros, fomentando la amistad con los comanches y sus aliados, pero sin lograr acuerdos firmes y perdurables, y siempre temiendo graves hostilidades porque los indios de todas generaciones que tenemos al frente de las provincias son de un propio carácter más o menos pérfido, inconstante, irreductible y bronco, y por consecuencia iguales en las costumbres, en las inclinaciones, en la libertad, en el ejercicio y en el trato.¹⁸

    Felipe de Neve asumió el cargo de comandante general a mediados de 1783, y en diciembre planteó una política radical para terminar con la fingida amistad de los lipanes y hacerles una guerra frontal hasta que no les quedara otro recurso que la rendición incondicional. Para esa campaña contaba con la acción conjunta de las tropas presidiales de Coahuila, Texas y Nueva Vizcaya, mismas que pensaba coordinar con el apoyo que podían brindar por el norte los comanches y wichitas.¹⁹ Murió en agosto de 1784 sin detallar esa campaña ni las posibles alianzas, quedando como comandante interino el coronel José Antonio Rengel. Ese mismo año, por disposición real, las Provincias Internas pasaron de nuevo a depender del virrey de Nueva España. A inicios de 1785 la situación de la frontera era confusa y no se veían posibilidades de conseguir la anhelada pacificación,²⁰ pero curiosamente en ese contexto se dieron las circunstancias que posibilitaron un verdadero acuerdo de paz, tanto por Texas como por Nuevo México.²¹

    Para finalizar este apartado interesa destacar brevemente la situación de los comanches en los años ochenta del siglo XVIII. Es conocido y mencionado por varios historiadores y antropólogos, que la etnia comanche descendía directamente de los shoshones, quienes ocupaban las tierras altas de Wyoming. No es posible precisar las fechas, pero en las últimas décadas del siglo XVII los shoshones lograron dominar el uso del caballo para la caza, la guerra y el traslado de sus viviendas, de modo que pudieron bajar a la región de las praderas.²² Ahí constituyeron una economía basada en la persecución y caza del búfalo, gracias a la cual pudieron, al menos desde los años veinte del siglo XVIII, ir desplazando a los grupos residentes en las planicies al noroeste del actual territorio de Texas, en especial a los apaches. Presionados por la guerra y la competencia por los recursos, estos últimos se vieron obligados a buscar refugio en zonas montañosas y a acercarse a las misiones y presidios, razón suficiente para el nacimiento de una rivalidad perdurable entre esos dos grupos étnicos.²³

    En la década de los ochenta los comanches ocupaban un extenso territorio abierto cuyos linderos eran: por el norte y noreste el río de Arkansas, donde se encontraban con los territorios de los utes, pawnee y osages; por el oeste con las tierras ocupadas por los indios pueblo de Nuevo México y los apaches jicarillas; por el suroeste con el río Pecos donde comenzaban los dominios de los apaches mezcaleros y faraones; en el sur rivalizaban en las cabeceras del río Nueces con los apaches lipiyanes y lipanes, en el sureste llegaban hasta la región controlada por los hispanos de Texas, en tanto que en el este colindaban con las tierras ocupadas por los tahuayaces y otros pueblos wichitas (véase mapa 1).

    Los nómadas en toda la región se dividían en bandas o rancherías, cuyo tamaño y distribución dependía de la población, de los recursos y de las formas de su aprovechamiento. Los comanches tenían rancherías que podían tener entre una decena y una centena de tiendas, mismas que a su vez estaban organizadas en bandas.²⁴ El movimiento estacional de las rancherías se realizaba en función de las necesidades de pasto de la caballada y de los sitios de caza y recolección. Cada ranchería tenía un jefe reconocido, elegido por su prestigio de entre los guerreros, pero no existía propiamente un gobierno centralizado de todos los comanches. A pesar de ello, a diferencia de otros pueblos nómadas, es notable en la documentación de la época la escasez de referencias a disputas entre bandas, jefes o rancherías comanches. Se dice que todos se consideraban parientes, se ayudaban mutuamente y se reunían los jefes con cierta periodicidad para tratar asuntos comunes y planear sus guerras y campañas.²⁵ Así, los documentos de la época hablan de la Nación Comanche, haciendo con ello referencia tanto al poderío indudable que había alcanzado en la región, como a la unidad de acción, de lengua y costumbres que caracterizaba a este pueblo indio.

    Aunque es imposible medir la población comanche, algunos militares consideraban en los años setenta que existían aproximadamente 5 000 guerreros comanches, quienes por lo regular eran cabezas de familia, lo que arrojaría un total entre 25 y 30 mil almas.²⁶ Unos años después dos negociadores que llegaron hasta las aldeas comanches comentaron que los comanches habían sido mermados por las viruelas y calcularon que en ese momento existían 2 000 indios de armas.²⁷ Como expresamos las rancherías se organizaban en parcialidades, de las cuales las fuentes distinguen a los yamparicas (comedores de raíces), ubicados en la región más septentrional, los yupes (gente de la madera) en la parte media, y los cuchunticas (comedores de búfalo), en la parte más baja; estos últimos eran quienes tenían más contacto con los hispanos, tanto en Nuevo México como en Texas.

    Para los nómadas, la posesión y el control del territorio y los recursos eran objeto de permanente forcejeo y disputa, de modo que era necesario establecer un equilibrio entre las alianzas territoriales y los frentes de guerra. Por el noroeste los comanches disputaban con los utes las rutas de comercio desde los ríos Cimarrón y Arkansas hacia Santa Fe. La lucha por los territorios y la caza de búfalo abarcaba varios frentes: con los osages en el noreste y con los lipanes y lipiyanes por el sureste y con los mezcaleros en el suroeste. Desde los años cincuenta se había formalizado la alianza con los llamados indios del norte, en particular los tahuayaces, utilizando sus territorios en las inmediaciones del río Rojo para comerciar con los franceses, los cuales proporcionaban armas, balas, pólvora, mantas, hachas de hierro y baratijas, a cambio de pieles de búfalo, manteca, carne y caballos, ya fueran estos mesteños o robados.²⁸ Había una tradición para participar en ferias de comercio en Nuevo México, especialmente en Taos, mismas que eran jubilosas y concurridas en tiempos de paz, así como problemáticas y escasas en época de guerra. También había contactos comerciales y políticos por el lado de Texas, en Béxar, aunque no de manera tan constante.

    EL TRATADO CON LOS COMANCHES DESDE TEXAS

    Al tiempo que la Corona se pronunciaba por el buen trato hacia los indios de frontera, en el caso de Texas la situación se veía particularmente difícil. La coincidencia entre el retiro del varón de Ripperdá y la muerte de Mézières, promotores del comercio con Luisiana y de la paz con los indios del norte, parecían cerrar la posibilidad de llegar a un acuerdo firme. Además el nuevo gobernador, Domingo Cabello, no mostraba interés en ningún tipo de negociación. Partía de la desconfianza con todos los pueblos indios que en ese tiempo rodeaban Béjar y consideraba que los lipanes eran traicioneros y malignos, mientras que los comanches eran vengativos, feroces e inhumanos. Incluso, en septiembre de 1784, sobre el alcance de las negociaciones escribió en un extenso informe: se ha creído que excitando a los indios amigos del norte son suficientes para exterminar a los apaches y contener a los cumanches, se ha padecido una grande equivocación por no conocer su carácter.²⁹

    En otro punto de su informe explicó que el carácter de los indios en general era inconstante, voluble e incapaz de subsistir en ninguno de sus tratos y convenciones.³⁰ No debía otorgarse la paz a los lipanes, ni a ninguna otra parcialidad apache, sino hacerles la guerra constante hasta su exterminio, pues eran traidores al rey, enemigos de Dios y del género humano y estaban llenos de infinitas supersticiones, sortilegios y diabólicas abusiones. Tampoco podía contarse con el apoyo de los comanches e indios del norte, pues ellos seguramente abusarían, queriéndose quedar con los cautivos y el botín que se obtuviera y de cualquier manera

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1