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Los mundos de Frotwoot: Los mundos de Frotwoot
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Los mundos de Frotwoot: Los mundos de Frotwoot
Libro electrónico441 páginas6 horas

Los mundos de Frotwoot: Los mundos de Frotwoot

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Las Cortes Seélica y Antiseélica han entrado en guerra.

De un lado: honorables caballeros que luchan por la libertad. Del otro: terroristas no tan honorables que luchan por su derecho a gobernar.

Entre dos fuegos: un adolescente de Indiana muy confuso y perdido.

Se llama Frotwoot Crossley. Y está a punto de descubrir que, de hecho, eso no es lo más raro sobre él…

IdiomaEspañol
EditorialCharlie Ward
Fecha de lanzamiento14 may 2019
ISBN9781393181545
Los mundos de Frotwoot: Los mundos de Frotwoot

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    Los mundos de Frotwoot - Charlie Ward

    Índice

    Parte uno (capítulos 1-8)

    Parte dos (capítulos 9-12)

    Parte tres (capítulos 13-17)

    Parte cuatro (capítulos 18-21)

    Parte cinco (capítulos 22-24)

    Parte seis (capítulos 25-28)

    Dedicado a Terry Pratchett, porque todo esto es culpa suya.

    1

    Érase una vez un niño que cayó del cielo.

    Y le dolió mucho, muchísimo.

    ―Au ―gimió, demasiado confundido por el impacto como para elaborar un quejido más complejo. Al rato, la lluvia helada sobre su espalda y los tallos de maíz que yacían hechos trizas bajo su cuerpo se volvieron lo suficientemente incómodos como para hacerle volver en sí. Sin embargo, casi en el mismo instante en el que su mente logró despejarse, esta volvió a nublarse, debido a la repentina confusión que sintió al no tener ni idea de lo que acababa de ocurrir. Recordaba haber caído, obviamente, haberse agitado inútilmente en el aire hasta que los tallos de maíz acudieron a su encuentro, pero... ¿cómo? ¿De dónde se había caído?

    El niño rodó con dificultad sobre su espalda para investigar el origen de su caída, dejando escapar un elaborado gemido en el proceso. Aunque, cuando miró al cielo, lo único que se veía era la tormenta. Se preguntó si se habría caído de las nubes. No es que, por lo general, las nubes fueran demasiado sólidas, pero quizás hubiese algo tras ellas. Pensando que, ya que estaba, podría ir a echar un vistazo, el niño se levantó del lodo y profirió una rápida letanía de «aus» a medida que descubría una gran variedad de moratones. Tras comprobar que no se había roto nada, tomó aliento, desplegó las alas y... no voló.

    ―Oh ―dijo el niño, frunciendo el ceño, perplejo, y dando pequeños saltos para ver si así conseguía alzar el vuelo. No funcionó, por lo que lo intentó a grandes saltos. Al ver que eso tampoco funcionaba, lo intentó saltando con carrerilla, aunque infructuosamente. No obstante, continuó probando, dado que esta había sido su última idea.

    Así, acabó brincando y saltando por el maizal a un ritmo temerario, desesperándose más y más por despegar del suelo cada vez que no lo conseguía.

    ―No puedo volar ―murmuró para sí mismo, atacado, peleando con sus pies para tratar de realizar otro despegue, a pesar de que el último intento lo había mandado de cabeza al lodo―. ¿Por qué no puedo volar?

    Finalmente, sus desesperados saltos a ciegas lo llevaron fuera del maizal, frente a un coche en movimiento. Consiguió salir volando al fin, pero solo como resultado de haber sido golpeado a toda velocidad por el coche, y acabó rebotando violentamente contra el pavimento. No podía considerarse una victoria.

    ―Madre mía ―dijo una voz cercana, seguida del sonido de la puerta del vehículo cerrándose y alguien corriendo sobre la gravilla.

    Al llegar a la altura del niño, se arrodilló con premura y, cuando el niño logró verle la cara, descubrió a un hombre joven, de aspecto nervioso, con grandes gafas redondas y perilla.

    ―Madre mía ―repitió el hombre, gesticulando con las manos en el aire, poniendo de manifiesto su inseguridad, como si quisiera utilizarlas para ayudar, pero no supiese cómo―. ¿Estás bien?

    ―No ―dijo el niño, impasible, con los ojos clavados en la nada―. No... No puedo volar.

    ―¿Qué? Mira, no intentes moverte. Voy a llamar una ambulancia, o algo. ―El hombre se sacó del bolsillo un aparato que el niño no había visto nunca, lo sostuvo frente a sí en varias posiciones diferentes y, entonces, gruñendo de la frustración, lo lanzó al maizal―. ¡No hay cobertura! ¿Y ahora qué?

    Se mordió el labio, mirando a su alrededor, ansioso, mientras el niño yacía allí en silencio, dejando caer las lágrimas. Entonces, cuando pareció haber tomado una decisión, el hombre bajó la mirada hacia el niño y dijo:

    ―Vale, mira, vamos a... No te preocupes. Todo irá bien. Te llevaré al hospital. No está muy lejos, así que... Bueno, no, supongo que sí que está algo lejos, pero iré deprisa y no lo parecerá tanto. Bueno, el asiento de atrás está bastante desordenado, eh... espera aquí mientras voy a despejarlo un poco, ¿vale?

    ―Vale ―suspiró el niño con tristeza.

    El hombre miró rápidamente al niño con compasión y, acto seguido, salió corriendo a hacer lo que había dicho. El niño trató de sentarse y, entonces, se dio cuenta de que tenía rotos el brazo derecho y unas cuantas costillas. No pudo evitar gritar del dolor, lo cual hizo que el hombre volviese corriendo en un abrir y cerrar de ojos.

    ―¿Qué? ¿Qué pasa?

    ―El brazo...

    ―¿Qué pasa? ¿Está roto? ―Aparentemente, el hombre solo tuvo que echar un vistazo para descubrir la respuesta, evidenciada por cómo se estremeció al verlo―. Ah, eh, sí, definitivamente, está roto. Intenta, eh... no moverte, ¿vale? Un médico te curará en cuanto lleguemos.

    ―¿Me curará las alas también?

    El hombre lo miró de lo más extrañado.

    ―¿Las qué?

    ―Las alas, no me funcionan.

    ―Sí, eh... mira, espera un momento, volveré enseguida.

    Como no podía levantarse, el niño supuso que no tenía otra elección salvo «esperar» y eso fue lo que hizo durante lo que le pareció una eternidad, hasta que el hombre volvió a por él. Con toda la delicadeza posible, el hombre lo alzó en brazos y lo cargó hasta su coche con cuidado. Al momento, ya estaban de camino al hospital. Ninguno de los dos dijo nada durante un rato, pero el hombre parecía ser el tipo de persona que no soporta estar en silencio durante mucho tiempo, por lo que acabó por romperlo con un:

    ―Me llamo Jack, por cierto. Siento haberte atropellado, pero es que saliste de la nada.

    ―Ya, lo sé.

    ―¿Y cómo te llamas tú?

    ―Frotwoot.

    ―¿Cómo?

    ―Frotwoot.

    ―¿Frotwoot?

    ―Sí.

    ―¿Estás seguro?

    De hecho, el niño no estaba seguro. Había respondido por instinto, sin pensar antes de contestar, pero tampoco recordaba haber sido llamado «Frotwoot» jamás. Aunque tenía la sensación de que era así. Sin embargo, como una corazonada y una certeza eran cosas muy diferentes, por ser honesto, respondió:

    ―No.

    Jack rio con incredulidad.

    ―¿Qué? ¿No estás seguro de cómo te llamas?

    ―No lo sé.

    ―Vale ―dijo Jack, suspirando y sacudiendo la cabeza―. Y, eh, ¿dónde están tus padres?

    ―No lo sé ―contestó Frotwoot, poniéndose tenso por la preocupación que su propia respuesta le había generado.

    ―¿Cómo se llaman?

    ―No... no lo sé.

    ―Ah, claro. Probablemente, los llamas «mamá» y «papá», ¿no?

    ―¡Que no lo sé! ―respondió Frotwoot, levantando la voz, histérico, mientras trataba desesperadamente de recordar algo, lo que fuera, sobre sus padres. Había un hueco ahí, en algún recoveco de su memoria, y estaba vacío. Intentó recordar lo que había hecho, dónde había estado o a quién había conocido antes de caer, pero... no halló nada. Ni siquiera estaba seguro de recordar su propio nombre, ni sabía por qué no podía volar.

    ―Oye, ¿estás bien?

    ―¡No! ―soltó Frotwoot, con el corazón bombeando a toda velocidad, mientras trataba de recordar, una y otra vez, su vida antes de aquel momento. Sabía que había tenido una. Debía de tenerla, pero... no había recuerdos o pruebas para respaldarlo. Jack añadió algo más, probablemente, para tratar de tranquilizarlo, pero él no lo escuchaba. Ni siquiera podía pensar. Solo tenía un presentimiento, y no era bueno. Era demasiado. Lo que fuera que le quedaba dentro, se rompió y todo a su alrededor se oscureció.

    ***

    Cuando Frotwoot recobró la consciencia, sus ojos quedaron cegados por la brillante luz del día. Sentía, indudablemente, una cama debajo de él y se oía una voz desconocida hablando en la cercanía. Pasó un rato hasta que pudo comenzar a distinguir lo que decía:

    ―Me parece que se trata de estrés postraumático.

    ―¿En serio? ―dijo una voz que parecía la de Jack―. Pensé que sería amnesia.

    ―Normalmente la amnesia es un síntoma del mismo, señor Crossley. ―Era una voz definitivamente femenina, con un acento marcado―. Además, según algunas de las cosas que me ha contado, parece que se ha creado un mundo de fantasía propio. Junto con la amnesia, este es un mecanismo de defensa bastante común.

    ―Así que, ¿cree que es culpa mía?

    ―No, lo dudo. Basándonos en que iba por ahí en pantalones cortos hechos de hojas e intentando volar, diría que sufre de esta condición desde mucho antes de que usted, ¡ja!, tuviese un encontronazo con él.

    ―¿Qué pasa? ¿Por qué sonríe? ¿Le parece gracioso?

    ―Sí, verá, «tener un encontronazo» tiene doble sentido aquí...

    ―Lo pillé, pero no es gracioso.

    ―Quizá no se lo parezca ahora, pero igual, en un futuro, sí.

    Mientras Jack le aseguraba fervientemente que no sería así, Frotwoot decidió dejar de hacerse el dormido y abrir los ojos. La persona nueva, que estaba de pie frente a su cama y sonreía a Jack desconcertada, tenía la piel oscura y un revoltijo de pelo rizado negro atado en la parte superior de la cabeza. Llevaba puesta una gran bata blanca y era, según Frotwoot, bastante guapa. Esta opinión se vio inmediatamente reforzada cuando ella se dio la vuelta para mirarlo y sonrió.

    ―¡Mira quién se ha despertado!

    ―Hola ―dijo Frotwoot suavemente, echando un vistazo a Jack, deseando que él también le dedicara una sonrisa tranquilizadora. El nerviosismo con el que lo miraba era un tanto deprimente―. ¿Quién eres?

    ―Soy la doctora Azikiwe, pero es bastante difícil de pronunciar, así que me puedes llamar Bunmi.

    ―Vale.

    ―¿Cómo debería llamarte yo?

    ―Frotwoot, creo.

    ―¿Crees?

    ―Sí, no estoy... No recuerdo las cosas. Las cosas sobre mí.

    ―Eso me han dicho ―respondió Bunmi, mostrando una sonrisa triste. Se sentó cuidadosamente en el bordillo de su cama y le sostuvo la mano―. Dime, ¿qué es lo primero que recuerdas?

    ―Caer.

    ―¿Caer de dónde?

    ―Del cielo.

    ―Comprendo, ¿y cómo llegaste al cielo?

    ―No lo sé ―dijo Frotwoot, bajando la cabeza y sacudiéndola frustrado. Fue entonces cuando descubrió la escayola en su brazo y, recordó algo muy importante―. Oye, ¿me curaste las alas?

    ―Ah ―Bunmi miró a Jack―. Verás... ¿por qué no hablamos de eso luego? Primero, dime cómo eres físicamente.

    ―¿Cómo soy físicamente?

    ―Sí.

    ―¿No lo ves?

    ―Claro que sí ―rio Bunmi, siguiendo a Jack―, solo quiero comprobar si lo recuerdas.

    ―Ah, vale ―dijo Frotwoot, frunciendo el ceño, concentrado―. Bueno, eh, soy un chico.

    ―Sí, ¿y? ¿De qué color tienes el pelo?

    Frotwoot abrió la boca para responder, pero, para su disgusto, no salió nada. Tras unos instantes trató de echar un vistazo a su pelo, pero era demasiado corto.

    ―¡Aaj! ―dijo en una mezcla entre gruñido y gemido, frustrado, y ocultó la cara entre las manos, mientras Jack se acercaba para apretarle el hombro de forma tranquilizadora.

    ―Es rubio oscuro ―le dijo Bunmi suavemente―. ¿Sabes de qué color tienes los ojos?

    ―No ―contestó Frotwoot, sin siquiera intentarlo esta vez.

    ―Son marrones. Toma, mírate tú mismo ―dijo Bunmi, sacando un pequeño espejo del bolsillo y ofreciéndoselo. Él lo cogió tras dudar durante un instante y, volviendo a vacilar, lo abrió para descubrir una cara completamente desconocida que le devolvía la mirada―. ¿Te reconoces? ―le preguntó Bunmi.

    Frotwoot sacudió la cabeza y se dispuso a devolverle el espejo, pero, entonces, descubrió algo que le hizo cogerlo rápidamente de nuevo o, más bien, descubrió que faltaba algo.

    ―Espera, ¿dónde están mis alas? ―exigió, moviendo el espejo frenéticamente hacia delante y hacia detrás, y girando la cabeza para intentar verse la espalda.

    ―Ah ―dijo Bunmi, moviéndose incómodamente y con una mirada que manifestaba que se estaba preparando para algo―, verás, me temo que no tienes alas.

    ―¿Qué?

    ―Que...

    ―¿Qué les has hecho?

    ―No les he hecho nada, Frotwoot. Nunca has tenido.

    ―¡Sí que tenía!

    ―¿Recuerdas tenerlas?

    ―Yo... ―Frotwoot se quedó de piedra y se le abrió un agujero en el estómago. Esto otra vez no...―. No.

    ―¿Y por qué crees que deberían estar ahí?

    ―Porque... ¡porque deberían! ―dijo Frotwoot ahogándose, justo antes de romper a llorar. Bunmi no dudó en tomarlo entre sus brazos y lo abrazó durante varios minutos, haciendo lo poco que podía para consolarlo mientras él sollozaba profundamente sobre su hombro. La situación se alargó durante un buen rato y, cuando terminó, Frotwoot se sentía profundamente avergonzado.

    ―Que no te dé vergüenza ―dijo Bunmi, por intuición―. No pasa nada por llorar si tienes una buena razón.

    ―Exacto ―añadió Jack tímidamente, dándole otro apretón alentador en el hombro―. Y, por si te sirve de consuelo, nosotros tampoco tenemos alas.

    Frotwoot lo miró rápidamente, y luego a Bunmi. No había notado su «desalamiento».

    ―¿Vosotros también las perdisteis?

    ―No ―rio Bunmi―. Es lo que te decía, nunca has tenido, y nosotros tampoco. Nadie tiene.

    ―Entonces, ¿por qué siento que sí que tenía?

    ―No lo sé ―contestó Bunmi, encogiéndose de hombros―, pero podemos tratar de averiguarlo y, si quieres, también podemos intentar ayudarte a recordar las cosas que has olvidado.

    ―¿De verdad?

    ―Quizá. No te puedo prometer que sea posible, pero si es posible, te prometo que lo haré.

    ―Vale ―respondió Frotwoot, con un poco más de ánimo, dado que era la primera vez que tenía esperanza, no solo recientemente, sino en todo lo que recordaba de su vida.

    Durante las siguientes semanas, Jack y Bunmi se esforzaron al máximo para mantener viva esa esperanza, visitándolo y trabajando con él casi todos los días. Bunmi le repetía a Jack una y otra vez que no tenía por qué estar ahí, pero él siempre respondía que sí debía. Sin embargo, por mucho que lo intentaran, no parecía haber ningún progreso. Un día especialmente gris, Bunmi se vio iluminada por la inspiración y se dio cuenta de que había tratado de curar a Frotwoot de la manera equivocada.

    ―Creemos nuevos recuerdos ―declaró y, desde entonces, las cosas no fueron solo diferentes, sino maravillosa y «felizmente» diferentes.

    En lugar de centrarse en la vida que había perdido, Frotwoot comenzó a vivir una nueva con la ayuda de Bunmi y Jack. Aún tenía que quedarse en el hospital, por supuesto, pero solo pasaba allí las noches, dado que solía salir durante el día. Bajo la «atenta supervisión» de Bunmi, Jack llevó a Frotwoot a todos aquellos lugares que él consideraba que debían visitarse durante la infancia, comenzando por todos los parques de atracciones del estado de Indiana, completando la lista y repitiéndola dos veces. Con el tiempo, se cansaron de pasárselo tan bien tan a menudo, por lo que empezaron a salir solo los fines de semana y a pasar los días entre semana en el piso de Jack.

    Al principio, parecía que se trataba de una compensación barata, especialmente teniendo en cuenta que el «piso» de Jack consistía solo en un sofá y un televisor que tenía en el ático de su tienda de guitarras, pero a Frotwoot le encantaba. Generalmente, se pasaban el día viendo películas y jugando a juegos de mesa. De vez en cuando, Bunmi les colaba algo de psicología cuando menos se lo esperaban, pero Frotwoot se sentía mejor que nunca allí. Ningún desfile, zoológico o lo que fuera se le acercaba.

    Esta rutina prosiguió durante unos meses, solo interrumpida esporádicamente cuando decidían cambiarlo de instalaciones (y cuando los diversos doctores de estas no conseguían encargarse del tratamiento de Frotwoot). Sin embargo, tan solo unas semanas antes de Navidad, todo cambió.

    Al principio, Frotwoot apenas lo había notado: a veces, Bunmi y Jack se tomaban de la mano, o se miraban de un modo claramente diferente a como lo miraban a él, pero no le resultaba especialmente extraño. Entonces, el día de Nochebuena, mientras comían pizza y veían Jungla de cristal (Jack insistió en que era una «tradición esencial de esas fiestas» y Bunmi, por alguna razón, no se lo había discutido), Frotwoot los pilló besándose por el rabillo del ojo y eso sí que le extrañó.

    Al día siguiente, Jack fue solo a visitarlo al hospital y se sentó, nervioso, al borde de la cama.

    ―¡Hola, Jack! ―exclamó Frotwoot mientras saltaba de la cama, completamente vestido, para ponerse los zapatos―. ¿Papá Noel ya pasó por tu casa?

    ―¿Qué? Ah, sí, sí ―rio Jack, sacudiendo la cabeza―. Bunmi también está allí ya, pero, eh, antes de irnos, quería hablar contigo sobre una cosa...

    ―¿Podemos hablar después de los regalos?

    ―No, quiero que hablemos ahora.

    ―Pero, Jack...

    ―Le pedí a Bunmi que se case conmigo.

    Frotwoot se quedó en silencio unos instantes, luego, sacudió la cabeza y dijo:

    ―¿Qué?

    Jack se rio y le pasó un brazo por encima.

    ―Digo que le pedí a Bunmi que se case conmigo.

    ―¿Y te dijo que sí?

    ―Así es.

    ―Qué guay.

    ―¿Verdad? Pero la cosa es que... Bunmi y yo nos queremos, pero también te queremos a ti, así que nos preguntábamos si... Como vamos a empezar una familia y todo eso... Si tú, eh... No sé... Si querrías formar parte de ella.

    Frotwoot lo miró divertido.

    ―¿Quieres que yo también me case contigo?

    ―¿Qué? No, no, no es eso, no. No. ―Jack se rio y sacudió la cabeza antes de volver a intentarlo―. Queremos adoptarte.

    ―¿Qué significa eso?

    ―¿En serio? Bueno, claro, tienes como cinco años. Significa que, básicamente, nos convertiremos en tus padres.

    Frotwoot puso los ojos como platos.

    ―¿Podéis hacer eso?

    ―Sí, ¿por qué no? Nadie va a venir a buscarte, ni nada parecido, así que no será un problema. Bunmi cree que va a tener que dejar el trabajo por asuntos «éticos» o lo que sea, pero una vez lo haya hecho, estoy seguro de que nos dejarán tenerte. Bueno, si tú quieres, claro. No es una orden, te estoy preguntando.

    ―Entonces, ¿serás mi papá?

    ―Sí, seré tu papá.

    ―¿Y Bunmi será mi mamá?

    ―Suele ser así, sí.

    ―¿Estás seguro de que podemos hacer esto?

    Jack rio.

    ―Bastante seguro, sí, pero, como ya te dije, no lo haremos si tú no quieres.

    ―¡Pues claro que quiero!

    ―¿En serio? ―dijo Jack, sonriéndole y poniéndose en pie de un salto, en un repentino estallido de emoción incontrolable―. Me acabas de hacer el mejor regalo de Navidad que podía recibir.

    Frotwoot lo miró incrédulo, puso los ojos en blanco y soltó un quejido dramático.

    ―Ya, lo sé ―rio Jack, con la voz quebrada mientras se arrodillaba para abrazarlo más fuerte de lo que jamás lo había hecho―. No sé qué me pasa, supongo que me pongo cursi cuando mis sueños se hacen realidad.

    Frotwoot soltó un quejido aún más fuerte, pero también lo abrazó con aún más fuerza.

    Y, así, vivieron felices y comieron perdices.

    O, al menos, durante unos diez años.

    2

    Frotwoot Crossley, con una década más a las espaldas, la adición de una hermana pequeña y sin haber avanzado ni un pelo en lo de recuperar la memoria, se despertó sobresaltado cuando comenzó a sonarle el móvil cerca de la cabeza. Instintivamente, trató de encontrarlo a tientas, pero se dio por vencido al percatarse de la hora que era. Solo había una persona que lo llamaba así, en medio de la noche, y como, hasta el momento, la razón más importante que había tenido para hacerlo había sido para que Frotwoot le diese su opinión sobre las tortillas de chocolate (había sido una especie de dilema moral), supuso que, fuese lo que fuese por lo que lo estaba llamando, podría esperar hasta la mañana siguiente, o toda la vida.

    Desafortunadamente, la persona al otro lado del teléfono no parecía compartir la misma opinión sobre el asunto y siguió llamando ininterrumpidamente después de que ignorara la primera llamada. Finalmente, Frotwoot comprendió que aquella persona no se daría por vencida y, gruñendo de la frustración, le quitó la batería al móvil y la lanzó al otro lado de la habitación. Entonces, antes de que pudiese suspirar del alivio, comenzó a sonar el fijo de la casa.

    ―Venga ya ―gruñó Frotwoot, saliendo a toda prisa de la cama para contestar antes de que se despertaran sus padres. Antes de que pudiera llegar a la puerta, se tropezó con la batería que acababa de tirar y, para cuando consiguió ponerse en pie de nuevo y abalanzarse al pasillo, ya era demasiado tarde.

    ―¿Sí? ―medio bostezó Bunmi al teléfono, girando la cabeza para mirar a Frotwoot cuando apareció―. ¿Qué? Wes, ¿no tienes relojes en tu casa? ¿No sabes la hora que es? ―Al escuchar la respuesta de Wes, el amigo de Frotwoot, sacudió la cabeza y suspiró. Eso mismo hacía la mayoría de los adultos cuando hablaban con él―. Wes, si es una «emergencia», ¿por qué llamas a mi hijo? ¿No tienes otra persona a la que llamar o a la que, de hecho, debas llamar? ¿Acaso Frotwoot es un superhéroe o algo y yo no me he enterado? Ah, comprendo. Entonces, no es una «emergencia», ¿no? No creo que sepas lo que significa. ―Miró a Frotwoot, que sonrió y se encogió de hombros mostrando todo el arrepentimiento posible―. ¿Quieres hablar con él o le doy su merecido y le cuelgo?

    ―Lo siento, mamá ―susurró Frotwoot, mientras cogía el teléfono y se lo ponía en la oreja. Esperó a que volviese a su habitación y, entonces, soltó con toda la dureza que pudo, pero lo más bajo posible―: Tío, pero ¿qué te pasa?

    ―¡Hola, Crossley! ¿Qué pasa, tío? ¿Le pasa algo a tu móvil?

    ―No, es que no quería hablar contigo.

    ―Pues qué maleducado ―dijo Wes. Frotwoot hizo todo lo que pudo para no romper el teléfono en pedazos―. Bueno, da igual, sé que es tarde...

    ―Ah, ¿sí?

    ―Oh, venga, tío. Querrás ver esto, confía en mí.

    ―¿El qué?

    ―¿Tienes un ordenador a mano?

    ―Espera ―suspiró Frotwoot, soltando un momento el teléfono para ir en busca del portátil―. Ya ―dijo, y se sentó en el suelo, con el portátil delante y el teléfono colocado, en una posición incómoda, entre la oreja y el hombro―. ¿Y ahora qué?

    ―¿Te acuerdas de la página web que hice para nuestro grupo?

    ―¿Qué? ¿Te refieres al blog que borramos hace como dos años?

    ―¡Exacto! Aunque después de que lo borrarais, yo lo rescaté.

    ―¿Qué?

    ―Era una buena idea para darnos a conocer. Bueno, pero nos estamos yendo por las ramas...

    ―Wes, Astrid te va a matar.

    ―¿Qué? ¿Por qué? Quité la mayoría de las fotos en bikini tras rescatarlo...

    ―¿La mayoría? ―gruñó Frotwoot y se cubrió los ojos con la mano―. Bueno, no es eso, tío. Su familia está en un programa de protección de testigos.

    ―Ya lo sé. También quité todas nuestras direcciones. Bueno, lo que te quería decir...

    ―¿Sigues poniendo las fechas y los sitios en los que actuamos, Wes?

    ―¿PUEDES CENTRARTE UN MOMENTO, CROSSLEY? ¡POR DIOS!

    ―Solo digo que te va a matar y yo no la voy a detener.

    ―¡Que sí, que vale! ¿Podemos volver al tema?

    ―Lo que tú digas ―dijo Frotwoot, sacudiendo la cabeza y riendo para sí mismo, incrédulo.

    ―Vale, pues vete al blog... ¿recuerdas la dirección?

    ―No, pero lo encontré rápido con Google. ¿Por qué aparecen tantas cosas cuando buscas «Starfishy Sky»?

    ―Ni idea, pensé que era bastante original cuando le pusimos ese nombre al grupo. Bueno, pues inicia sesión como el autor o lo que sea del blog.

    ―No sé ni el usuario ni la contraseña.

    ―Bueno, es WesEsElMejor...

    ―¿En serio?

    ―Calla, tenía 12 años. Pues eso, WesEsElMejor12... ¡Cállate! Y la contraseña es, eh... ―Wes dudó y le dijo algo no apto para publicación.

    ―Tío, qué asco.

    ―Ya ―rio Wes―, lo sé. Bueno, ¿entraste?

    ―Sí.

    ―Vale, ahora ve a los mensajes privados.

    ―Vale ―contestó Frotwoot mientras pinchaba en el icono con forma de sobre. Había un mensaje y, nada más ver el texto del asunto, supo por qué Wes quería que lo viese―. «PARA FROTWOOT - URGENTE» ―leyó, pinchando con menos urgencia de la probablemente necesaria―. Tío, ¿ya lo leíste?

    ―Sí, lo siento.

    ―O sea, te disculpas por esto, pero no por... flipo. ―Frotwoot se detuvo cuando el lateral de la pantalla pasó a mostrar la foto de perfil de una chica absolutamente preciosa. Tenía la piel extraordinariamente pálida; una melena negra y densa, a la altura de los hombros, con las puntas rizadas; y los ojos azules más bonitos y tristes que jamás había visto―. ¿Quién es?

    ―¿No lo sabes? Solo leí una parte, pero parecía que te conocía, tío.

    Frotwoot dejó de mirar la foto de mala gana y comenzó a leer el mensaje:

    ¡Hola, Frotwoot! Soy Maeve. No me puedo creer que POR FIN te haya encontrado. No sé por qué nos separamos, pero parece que aterrizamos bastante cerca si estás en Indiana, ¡porque yo estoy en CHICAGO! ¿Puedes llamarme cuando recibas esto? DESDE que lo recibas. Mi número es...

    ―¿«Aterrizamos»? ―murmuró Frotwoot, incrédulo―. Wes, ¿puedo llamarte más tarde?

    ―¿La vas a llamar ahora?

    ―No, tengo que pensar un momento.

    ―Está buenísima, ¿eh? ¿A que ahora te alegras de que te haya despertado?

    ―Sí, más o menos. Gracias.

    ―No es nada, solo espero que no sea un tío o algo así.

    ―Adiós, Wes ―rio Frotwoot, colgó y se volvió a centrar en lo que tenía en la pantalla. La palabra «aterrizamos» no hacía más que llamarle la atención y hacer que el estómago se le revolviera, a pesar de que era bastante posible que no se refiriese al sentido literal. Por otro lado, estaba la foto. Era extraño, aunque no conocía a la chica de nada, tenía el presentimiento de que debería. Era como tener algo en la punta de la lengua, pero mucho peor.

    Al final, volvió a la cama, suponiendo que debía intentar dormir algo antes de que amaneciera, pero «intentarlo» fue lo único que consiguió. Cuando llegó la hora del desayuno, estaba completamente agotado y, mientras tuviese a la tal Maeve en la cabeza, estaba seguro de que seguiría igual.

    ―Hola, chaval ―dijo Jack al ver a Frotwoot tambalearse hasta la cocina―. ¿Qué quería Wes?

    ―Nada, una tontería.

    ―No me sorprende ―suspiró Jack, poniendo los ojos en blanco y volviéndose hacia los huevos que estaba haciendo. Frotwoot se alegró de que estuviese distraído, porque, si no, probablemente se diese cuenta de que su hijo le ocultaba algo. De ser así, se lo contaría a Bunmi y ella lograría sonsacarle la verdad casi sin esfuerzo y, entonces, cuando lo supieran, Frotwoot estaba seguro de que le harían llamar a Maeve enseguida y, como ni siquiera sabía si quería llamarla, pues eso... menos mal que Jack estaba distraído.

    ―¡Jack! ―lo regañó Bunmi al entrar en la habitación, interrumpiendo el pequeño episodio neurótico de Frotwoot―. ¿Qué te he dicho de insultar a los amigos de Frotwoot?

    ―Ni idea, probablemente no te estaba haciendo caso ―respondió Jack, encogiéndose de hombros, con una sonrisa burlona―. De todos modos, no era un insulto, solo una observación.

    ―¡Una observación insultante! ―replicó Bunmi dejando escapar una sonrisa, muy a su pesar, y pegándole en el brazo, en broma.

    ―Bueno, solo puedo observar lo que hace, ¿no? No es culpa mía que todo lo que haga sean tonterías.

    ―No pasa nada, mamá ―le aseguró Frotwoot al verla coger aire y abrir la boca para contestar―. Simplemente, mi relación con papá se resentirá con el tiempo y acabaré por rebelarme contra él.

    Jack y Bunmi rieron, asustando a su hija Molly, que entraba en la cocina adormilada.

    ―Eh, Molly ―dijo Frotwoot, cogiéndola en brazos y sentándola sobre su regazo―, ¿quieres venir hoy a verme tocar con mi grupo?

    Molly sacudió la cabeza y se echó, bruscamente, sobre la mesa que tenía delante, en un intento improbable de volverse a dormir.

    ―Es nuestra mayor fan ―sonrió Frotwoot, satisfecho, y la sentó en su silla para poder coger el plato de comida que Jack le tendía.

    ―¿Dónde tocáis hoy? ―preguntó Jack, mientras terminaba de servir a los demás y se sentaba a comer.

    ―En algún sitio de Chicago. Prácticamente, tocamos de gratis, pero ya sabes...

    ―¿No es por el dinero, sino por la música?

    ―Sí, supongo.

    ―Ojalá pudiese ser por ambas, ¿no?

    ―Eso es cuando no eres una mierda.

    Bunmi le dio un capirotazo en el brazo.

    ―No digas eso. Sois muy buenos, Frotwoot.

    ―Ya lo sé, solo quiero oírte decirlo.

    Todos volvieron a reírse, excepto Molly, que, como de costumbre, se limitó a levantar la cabeza y mirarlos a todos.

    Cuando terminaron de desayunar, Frotwoot se ofreció a lavar los platos, ansioso por tener una excusa para no llamar a Maeve ahora que era una hora más decente. Cuando había alcanzado el punto en el que no podía demorarlo más (los platos no podrían estar más secos), fue en busca de Molly y le preguntó si quería «jugar a las muñecas o algo». Dijo que sí, ahora que estaba más despierta y relajada, pero no tardó en aburrirse de lo que hacían Barbie y sus amigos y quiso ver dibujos animados. Frotwoot la acompañó hasta que empezó un programa que no soportaba y, entonces, comenzó a buscar otra cosa que lo ayudase a postergar la llamada. Sabía que era una tontería sin sentido, pero no podía evitarlo. Aunque tenía curiosidad por la tal Maeve y la posible ventana a su pasado que representaba, le daba miedo que algo que ella supiera sobre él pudiese cambiar las cosas de alguna manera y, a decir verdad, (sin ninguna intención de ofender al concepto de cambio, ya que este era a menudo uno muy positivo y, además, como concepto que era no podía ofenderse y, obviamente, se estaba volviendo un poco loco) le gustaban las cosas tal y como estaban.

    Cuando se le acabaron las cosas que hacer en casa, Frotwoot salió para ayudar a Jack en la tienda de guitarras.

    ―Qué bien ―dijo Jack al verlo entrar por la puerta―, ahora no tengo que hacer todas esas cosas que odio.

    ―No las haces igualmente ―rio Frotwoot.

    ―Ya, las guardo todas para ti.

    Frotwoot terminó de hacer todo lo que debía en la tienda (y alguna que otra cosa que no tenía por qué) un poco antes de lo que le habría gustado, ya que, cuando estaba a mitad de afinar todos los instrumentos, decidió que, si pudiese alargarlo hasta que se tuviese que ir con el grupo para el concierto de esa noche (que, como tenían que coger el tren de Rensselaer hasta Chicago, iba a ser dentro de poco), entonces, podría aplazar lo de llamar a Maeve hasta el día siguiente. Prácticamente, no le quedaría otro remedio. Por eso, sabiendo que su padre nunca se negaría ante tal oferta, Frotwoot le preguntó a Jack si quería improvisar un rato. Así, cuando llegó el resto de Starfishy Sky a recogerlo, ellos seguían tocando.

    ―¿Pero qué haces, Crossley? ―exigió su amiga (y exnovia) Astrid Swope (una adolescente que parecía permanentemente enfadada y tenía unos cuantos piercings desacertados y una cresta multicolor por peinado, que le pegaba con

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