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Juanito: ¿Y mis derechos que?
Juanito: ¿Y mis derechos que?
Juanito: ¿Y mis derechos que?
Libro electrónico202 páginas2 horas

Juanito: ¿Y mis derechos que?

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Información de este libro electrónico

En todas las comunidades rurales y urbanas existen niños que viven la vida intensamente, que se sienten, se escuchan, se escuchan, se analizan y se expresan y se discrepan.
Juanito es un niño de 11 años que se demuestra como sí mismo, los demás, el miedo y la ignorancia ancestral de sus vecinos es un obstáculo que limita su desarrollo como personas.
La búsqueda de tesoros no es una idea de nuestro personaje le agrade; Sin embargo, la suerte lo lleva a descubrir que, aunque hay riquezas materiales ocultos en algún lugar, hay otras cosas que nos convierten en seres profundos y espiritualmente afortunados.

IdiomaEspañol
EditorialGRP
Fecha de lanzamiento16 feb 2019
Juanito: ¿Y mis derechos que?

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    Juanito - Jerónimo Pasos Sandoval

    © Jerónimo Pasos Sandoval.

    © Grupo Rodrigo Porrúa S.A. de C.V.

    Lago Mayor No. 67, Col. Anáhuac,

    C.P. 11450, Del. Miguel Hidalgo,

    Ciudad de México.

    (55) 6638 6857

    5293 0170

    direccion@rodrigoporrua.com

    1a. Edición, 2018.

    ISBN:

    Impreso en México - Printed in Mexico.

    Prohibida la reproducción total o parcial por cualquier medio

    sin autorización escrita del titular de los derechos patrimoniales.

    Características tipográficas y de edición:

    Todos los derechos conforme a la ley.

    Responsable de la edición: Rodrigo Porrúa del Villar.

    Corrección ortotipográfica y de estilo: Graciela de la Luz Frisbie y Rodríguez /

    Rodolfo Perea Monroy.

    Diseño de portada: Miriam Belem López Camacho.

    Diseño editorial: Grupo Rodrigo Porrúa S.A. de C.V.

    Contenido

    EL PRINCIPIO

    AÑOS DESPUÉS

    DESCRIPCIONES

    LA PLÁTICA CON PICHILO

    LA NOCHE DE LOS CIEN PESOS

    JUGANDO CON CARLÍN

    LA APARICIÓN DEL AHORCADO

    LA NIÑA LUISA

    LOS EXCAVADORES

    EL DÍA DE CAMPO

    BAJO LA LUZ DE LA LUNA

    LA CONFESIÓN

    VISITANDO A PICHILO

    COMIENDO GUAYABAS

    LA FIESTA PATRONAL

    EL PLEITO

    LA DEMOCRACIA

    LA BUENA SUERTE

    INSOMNIO

    MOSTRANDO EL TESORO

    EL CAVERNÍCOLA

    COSAS CURIOSAS

    DOLOR Y DESESPERACIÓN

    TUS HUELLAS EN MI CAMISA

    UNA CONVERSACIÓN INUSUAL

    EL DÍA MALDITO

    SUEÑOS Y REALIDADES

    EL PLEITO POR LA SILLA

    EL TRATO DE LAS JOYAS

    EN BUSCA DE LA ESPERANZA

    EL TRATO FINAL

    EL PREMIO DE LA ESPERANZA

    EL PRINCIPIO

    —¿Enterrado? ¿Dónde? —preguntó el hijo.

    —Allá, en… la tie…rra… —contestó el agonizante anciano.

    —¿En dónde? ¿Cuál tierra?

    —La… tierra, mi… tierra, la haci…cof, cof, cof…ve y…

    —¿Estás delirando, papá?

    —Ve y…busca, hi…jo. Allá.

    —¿De qué hablas, papá?

    —Oro. Ve y busca, lo vas a… cof, cof, cof.

    —¿Oro? ¿Oro enterrado? ¿Es eso lo que quieres decir, papá?

    —Sí, mucho, hi… jo. Ve y…

    —¡Dónde, papá?

    —En…el rancho, a…llá, cof, cof, oh…mi rancho…ouuhhh.

    —¿Papá? Papá… ¡Papá!

    AÑOS DESPUÉS

    Aquí, en El Refugio, mucha gente tiene miedo de pasar, ya entrada la noche, por el corral de piedra de la vieja ex hacienda; es un cerco circular, avejentado por los años; las piedras ennegrecidas ya tienen arbustos y muchas hierbas en los espacios que se abren entre ellas; más bien parece un corral hecho de matorrales.

    En el centro del ruedo se puede jugar muy bien a las escondidas. Los enormes hoyos que hay se prestan para esconderse y asustar a los demás. Esos huecos fueron hechos por personas que creen que allí hay tesoros ocultos, riquezas enterradas en los tiempos de gloria de las haciendas o de los bandidos; pero nunca han encontrado nada; al contrario, casi todos los que han venido y se han atrevido a excavar, se han llevado su buen susto, pues dicen que escuchan ruidos tenebrosos y extraños que los hacen abandonar la obra. Se han de ver bien chistosos corriendo a toda velocidad, abandonando ahí los picos y las palas. ¡Qué cosa! Donde los adultos corren, mis amigos y yo jugamos a escondernos.

    A un lado del corral está lo que queda del casco de la hacienda; son puras paredes de adobe, altas y descarapeladas; todavía puede apreciarse la forma de algunas habitaciones, pero la maleza ya lo ha invadido todo.

    El techo de teja se mantiene en una pequeña parte; hay vigas apolilladas por toda el área y el resto de una puerta de mezquite que se resiste a caer sobre las hierbas que invaden el suelo. Los alacranes y lagartijos parecen haber encontrado el mejor lugar para habitar; solamente estos últimos se ven por todos lados, se la pasan buscando a los venenosos arácnidos para luego echarse sobre ellos y comérselos de un bocado.

    Volviendo a lo de los buscadores de tesoros, hay un hombre que llegó al pueblo desde hace unos meses. Es un personaje extraño, lo llaman Pichilo; su larga estatura se asemeja a la de don Quijote de La Mancha, de Cervantes; es flacucho y cojea de un pie; usa un zapato con suela gruesa, pero aun así, cojea; se apoya en un bastón de madera para caminar; desde lejos lo podemos distinguir entre los demás, es inconfundible porque tiene en la espalda una joroba; a lo mejor por eso camina con la vista clavada en el suelo. Yo he escuchado a los que lo conocen, que fue un hombre millonario, magnate no sé de qué, pero que terminó en la pobreza debido a sus vicios; dicen que era mujeriego y parrandero, que apostaba mucho dinero en las carreras de caballos y en los gallos; pero ahora se pasa la vida buscando el tesoro que hay en la ex hacienda; por eso trae siempre consigo un objeto metálico en forma de resorte; es un detector de metales preciosos...pero detecta hasta las corcholatas. ¡Quién sabe cómo funcionará!

    Pero la gente no viene a excavar a diario. Tampoco vienen todos; no cualquiera es valiente; hay quienes prefieren quedarse en casa o salir por las tardes a jugar baraja con los amigos en el tejabán de Manuel,

    en su tienda, allí en la esquina de la calle. Así se apuesta una Coca Cola y paga aquel que pierde la jugada.

    A veces me arrimo hasta ellos para ver cómo se enojan cuando pierden. También veo cómo se burlan de Carlín; lo convierten en víctima de sus bromas y jugarretas; cualquier día de estos lo van a hacer enojar de a de veras y los va a agarrar a trancazos a todos.

    No siempre asisto a ver la jugada, pero con lo que he observado ya sé cómo arman y acomodan las cartas para poder ganar. A ver qué día junto unos pesos y me animo a echar un juego con ellos... Bueno, si es que me dejan y mi papá no se arrima por aquí.

    El tejabán de Manuel parece querer caerse; las vigas descansan uno de sus extremos sobre la barda de adobe y el otro sobre un travesaño de mezquite. Los postes que lo sostienen parecen estar cansados de tanto soportar ese peso, ya están muy torcidos. Pero los jugadores no tienen miedo de morir aplastados; no se quitan de ahí ni cuando llegan esos ventarrones que hacen crujir todo.

    Y es que aquí llegan vientos fuertes, de esos que arrancan hojas secas y las hacen volar a grandes distancias; vientos que levantan nubes enteras de polvo que te obligan a cerrar los ojos y a aguantar la respiración, a taparte los oídos para que no se atiborren de tierra.

    Cuando veo que el aire empieza a formar pequeños remolinos y luego sopla con cierta suavidad, entonces me levanto de donde estoy y mejor me voy para mi casa, allí me siento más seguro; no es que sea una construcción fuerte y bien hecha, pero como que el estar cerca de mi familia me hace sentir mejor. Debo confesar que ha habido noches en que me he asustado mucho con esos vientos. Cuando esto sucede, me pongo a rezar en silencio; le pido a Diosito, a todos los santos y las vírgenes que todo se calme, o que si no, pues que aguante mi casa toda esa furia. También les pido que aguanten las casas de los demás, menos la de don Andrés, porque me cae mal. Ese viejo me ha asustado mucho; pero algún día me las va a pagar; al fin que ya le traigo ganas por lo de mi papá. Ya veré la forma de hacerle pasar un berrinche que valga la pena.

    Yo no sé de dónde llegó este hombre; él no nació aquí; se casó con una señora que ya era viuda y que tiene mucha tierra; esos terrenos no son tan buenos, porque están llenos de piedras y nopaleras, pero sí alcanzan a dar su maicito y algo de frijol nomás para irla pasando. Lo malo de todo es que, como quien dice, ese señor ya es el dueño de esas tierras que desgraciadamente colindan con las de mi papá.

    Ya hace tiempo que los dos salieron mal debido a que el vecino instaló su cerca de alambre de púas en lo nuestro; nos invadió como con un metro; eso no le gustó nadita a mi papá, porque inmediatamente le reclamó y le dijo que hiciera su cerca hacia atrás o la iba a tumbar; pero aquel hombre se hizo el desentendido y mi papá no tuvo más remedio que cumplir su palabra. La cerca fue arrancada. Allí empezó la alegata y el odio; por poco y se agarran a golpes, pero como que al maloso le entró temor nomás de ver la guadaña que mi padre traía en la mano derecha. Bien dicen que el miedo no anda en burro, porque luego lueguito se fue. De todas maneras yo pienso que la cosa no va a parar allí.

    Yo no puedo estar tranquilo. Voy a estar bien pendiente de mi padre y del viejo ese. Mi papá no es buscapleitos, pero tampoco es dejado, y el fulano ese no parece ser muy buena persona. ¡Quién sabe qué historia ha de tener! Nomás de verle la cara da miedo; tiene unos ojos serios y casi secos; la cara le da apariencia de cadáver viviente, así como los nopales cuando se secan tirados en el suelo; los brazos alargados sólo dejan traslucir el hueso, la voz le sale sin ningún tono agradable, es áspera, sin matices ni nada que delate afecto ni siquiera al saludar cuando pasa por la tienda de Manuel a la hora que se está jugando baraja.

    Yo siento que nadie lo estima. Nadie le habla si él no lo hace; y la verdad no puedo entender cómo la mujer que vive con él pudo aceptarlo como compañero y como padrastro de sus hijos. ¡Qué miedo le han de tener los pobres!

    Pero por lo que a mí me toca, voy estar pendiente de él para saber quién es y por qué se ve tan misterioso.

    DESCRIPCIONES

    Nuestra comunidad es muy pequeña, cuando mucho tendrá unos 180 habitantes. Las calles son estrechas, puras bajadas y subidas, depende a dónde camines; apenas pueden transitar los camiones que vienen de vez en cuando. Las cercas son de piedra; no hay un solo corral de otro material, no hay diferencia, todos son iguales.

    Hasta hace poco pudimos tener la línea eléctrica; la trajeron desde el rancho Los Terrones. La gente tuvo que vender sus puercos, vacas o chivas para poder completar la cooperación que la presidencia municipal impuso. Ahora ya nos podemos ver bien la cara por la noche, pero sobre todo descubrir a los alacranes y a los juan sánchez, que también pican igual de feo.

    Un juan sánchez es un animalito bonito, tiene alas parecidas a las de las abejas, pero alargaditas. Se mete a las casas y por ahí se hace el inofensivo, camina y vuela de pared en pared, pero cuando ve la oportunidad se deja ir con todo y clava su aguijón causando un tremendo dolor. La primera vez que me picó uno yo creía que había sido un alacrán, porque deja un ardor de los mil diablos.

    A la orilla del rancho está el manantial; ahí nace bastante agua, se forma una pequeña laguna donde podemos bañarnos y nadar a nuestras anchas; luego corre un arroyito precioso que se abre paso entre la tierra y el pasto silvestre; después pasa por un puente. Ahí, en el manantial, nace suficiente agua para todos. Hace unos días terminaron de poner la tubería y la bomba que trae el líquido hasta nuestras casas. Antes teníamos que acarrearla en burro. Nos la pasábamos viaje y viaje hasta traer la suficiente para los quehaceres de la casa. La traíamos en botes de esos que usan los ganaderos para guardar la leche de sus vacas o sus chivas. Eso era bien pesado; pero ahora que ya no lo hacemos comprendo que era bonito, porque aunque no lo crean, yo disfrutaba ir sobre el burro cantando mis canciones favoritas.

    Cuando sopla el viento hace bailar a los árboles; y yo siempre he creído que los nidos y los pajaritos disfrutan de ese placer, de ese vaivén que arrulla y permite soñar.

    Pero lo que más me agradaba era encontrar a las chiquillas acarreando agua en sus burros, así aprovechábamos la ocasión y nos poníamos a jugar entre los arbustos del lugar o a nadar en el manantial. ¡Qué bonito era sentir sus manos en las mías! Era algo así como darnos besos con la piel. Pero la electricidad acabó con eso; ahora sólo paso por ahí cuando voy a la parcela de papá. Es muy raro que logre encontrar nuevamente por ese lugar a alguna de ellas, y cuando sucede, como que ya no quieren jugar, siento que les da pena.

    La escuela solo tiene un salón. El maestro viene diariamente desde el pueblo. ¡Pobrecito! Casi diario llega corriendo, no ha querido quedarse a vivir aquí. ¿Cómo lo va a hacer si todo está re´feo? Bueno, no todo; el manantial es una belleza que ya quisieran tener en otros lugares.

    La escuela es unitaria; así que el profesor tiene que trabajar con todos los grados; nomás por eso no me gustaría ser maestro; pero me siento bien cuando me pide que le ayude y les explique a los más atrasados. Me gusta llevármelos para afuera y sentarnos bajo la sombra del mezquite; ahí me pongo a tratar de que entiendan lo que el maestro quiere.

    Tony es listo, se aprende las cosas a la primera. No es alto ni chaparro, pero sí está un poco gordito, tiene el pelo medio bruto y es risueño; de cualquier tarugada suelta la risa y ni quien lo pare. Dicen que los que ríen mucho tienen el corazón sano y creo que lo que le sobra a mi amigo es salud.

    Mayel es flaco y largucho; parece una vara de esas que llaman garrochas. Los huesos de la cara le resaltan demasiado, igual que una calavera; da tristeza verlo tan desnutrido y descolorido. Yo sé que

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