La Niña Maldicha: Jugando con el Tiempo
Por Amanda Roberts
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En un instante, su vida ya no le pertenecía...
En las calles de Perking, Sparrow sobrevive robando monedas de los bolsillos y comida de los vendedores de la calle, hasta que un día toca un artículo que lo lleva a viajar por el tiempo, despertando un poder que no puede controlar ni comprender.
Sparrow se ve obligada a usar este “truco” para contar el futuro, un esfuerzo exhaustivo y peligroso. Cada día se convierte en una pesadilla de la que Sparrow teme no poder escapar.
Hasta que capta la atención de la misma Emperatriz. Una mujer de inmensurable crueldad y poder – una mujer con la habilidad de cambiar el destino de Sparrow para siempre…
No te pierdas The Child’s Curse, la emocionante precuela de la trilogía Touching Time.
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La Niña Maldicha - Amanda Roberts
1
Sparrow se avalanzó sobre la multitud, esquivando hombres, carros, burros y vendedores que se deshacían de todo; desde bollos al vapor y juguetes de dragón tallado, hasta imágenes de la emperatriz pintadas en seda. Parecía que, en Peking, todo el mundo supiese que la emperatriz iba a volver a la ciudad después de haber pasado más de un año en el exilio. Todos boqueaban y se agachaban al ritmo del silbato del tren, que anunciaba el retorno de la emperatriz. Sparrow nunca antes había visto el tren funcionar. Durante la rebelión, los insurgentes destruyeron los raíles. Pero ahora, los extranjeros invasores se habían asegurado de repararlos para que la emperatriz no tuviera que llegar en carro desde Chang'an, que se encontraba lejos, al oeste.
Mientras todo el mundo se aglomeraba en la plataforma del tren, intentando ver a la emperatriz – inútilmente, ya que estaba prohibido que los plebeyos mirasen a un miembro de la familia real - Sparrow, con su agilidad y estatura de niña de ocho años, se deslizó rápida y fácilmente entre la multitud de cuerpos, escaló la pared dentada de una casa y saltó de un tejado a otro hasta poder ver el tren. Otros niños que también habitaban la calle se habían situado en el mismo tejado, señalando la escena que transcurría a sus pies.
La gran bestia negra desprendía un humo denso, como un dragón atormentado, que flotaba por encima del tejado donde estaba sentada Sparrow. Era enero, y hacía un frío espantoso. Desde lo alto del edificio el aire era mordaz. Caían copos de nieve directos a las narices y al pelo de los niños. Algunos de ellos se fueron, creyendo que no valía la pena resfriarse ante la posibilidad de ver a la emperatriz.
Sin embargo, Sparrow se quedó. Colocó su chal delgado alrededor de sus hombros y se apoyó al borde de la pared de ladrillos que rodeaba la parte superior de la casa. No tenía ninguna razón para pensar que algo impresionante estaba a punto de pasar. Antes de la guerra, había visto la procesión de la emperatriz varias veces, cuando ella viajaba de la ciudad a su pueblo natal. Siempre viajaba reclinada en su silla de manos, con las cortinas rojas bien corridas y atadas. Y sin embargo, Sparrow aún sentía que alguna cosa estaba a punto de pasar. Puede que fuera, simplemente, la energía de la multitud. La emoción de la gente ante el retorno de la emperatriz y la expulsión de los extranjeros. El final y la muerte de la guerra. Una razón para celebrar después de años de sufrimiento. Fuese lo que fuese, Sparrow estaba dispuesta a enfrentarse al frío durante unos minutos antes de abrirse paso entre la multitud para volver a casa con Mamá.
Una por una, las doncellas de la emperatriz salieron del vagón del tren y cruzaron la plataforma hacia sus sillas de mano. La gente gritaba con euforia, pero Sparrow de limitaba a mirar. Nunca antes había visto mujeres tan bien arregladas. Llevaban el cabello enrollado alrededor de largas tablas en el estilo bantou, decorado con joyas y flores de seda. Sus vestidos eran largos y gruesos, cada uno bordado con piel marrón, negra y roja. Sparrow se preguntaba qué tipo de animal debía de tener esa piel roja tan bonita. Las doncellas llevaban la cara pintada de blanco, pero sus ojos eran negros y sus labios rojos. Sparrow no pudo evitar reírse por los bajines. Las únicas mujeres que conocía que se pintaban la cara eran las prostitutas que habitaban en los burdeles, esparcidos por los callejones de Peking. No era común ver a mujeres de clase alta en público, así que Sparrow no sabía que ellas también se pintaban la cara. También vio a los hombres que sirvieron en la Ciudad Prohibida, conocidos como eunucos, asegurándose que la multitud se quedara en el muelle y ayudando a las doncellas a sentarse en sus sillas mientras se tambaleaban a causa de sus zapatos de tacón grueso.
Cuando estas ya estuvieron cómodas, Sparrow esperaba que los eunucos sacasen algún tipo de biombo para evitar que la gente viera como la emperatriz salía del tren. Pero eso no fue lo que pasó.
La emperatriz salió del carruaje, se volvió hacia la multitud, e hizo ondear su pañuelo hacia la azotea donde se encontraba Sparrow. Ella se puso de pie, bien recta, y devolvió el saludo. A primera vista, la emperatriz no parecía tan diferente a las otras mujeres. Su pelo había sido arreglado cautelosamente y su ropa era cálida y gruesa. Pero no llevaba maquillaje y era considerablemente mayor que sus doncellas, que no parecían tener más de veinte años. Pero tenía una presencia dominante. Sparrow tuvo que luchar contra el impulso de arrodillarse ante la gran mujer que tenía delante. Incluso desde esa distancia sus ojos eran claros y brillantes, como si, olvidándose de las miles de personas reunidas, ella estuviera mirando directamente a Sparrow, una niña sin importancia.
Por supuesto, ella no sabía del cierto si la emperatriz la había visto, ya que se dio la vuelta rápidamente y un sirviente eunuco la condujo hacia su silla de manos. Corrieron las cortinas del carruaje, los portadores de silla levantaron los postes hasta sus hombros y avanzaron rápidamente entre el suelo fangoso hacia la Ciudad Prohibida.
Sparrow se preguntó cómo sería ser una