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Historia General de Colombia Prehistoria-Conquista-Colonia-Independencia y República
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Historia General de Colombia Prehistoria-Conquista-Colonia-Independencia y República

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Recorrido general sobre los aspectos más resaltantes en los órdenes político, social, económico, cultural y militar ocurridos en el actual territorio de la Republica de Colombia desde la época precolombina hasta 1984, mediante los cuales de forma magistral e hilada el autor articula con un lenguaje ameno y de fácil comrpensión, la estructura integral de la evolución dinámica del país en su conjunto.
Al cumplirse 200 años de vida independiente como república el 7 de agosto de 2019, es oportuno reproducir esta obra que durante varias décadas fue actualizada por el sacerdote jesuita Rafael Granados, para que miles de colombianos recibieran cátedra de historia patria, siempre comparada con los vaivenes internos y externos, por lo tanto es un documento confiable y de gran utilidad, para los colombianos que viven dentro y fuera del país.
Pero este aporte no es solo para los adultos, sino para los niños y jóvenes que como consecuencia de una errónea decisión en 1984, por parte del entonces presidente de la república Belisario Betancur Cuartas, al suspender la materia de historia patria en Colombia, incidió en el alto índice de desconocimiento generalizadp de quiénes somos los colombianos, de dónde venimos, cuales son nuestras raíces, nuestros valores culturales, nuestros sueños comunes como nación, en donde reside nuestra identidad socio-cultural y cuál debe ser la proyección integral del país.
Enhorabuena llega esta obra para refrescar conocimientos a quienes ya los poseen y para informar con creces a quienes deseen profundizar en todos los procesos históricos, sociales, políticos, económicos y culturales de nuestra páis, a lo largo de seis centurias de hechos verificables y medibles.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento16 abr 2019
ISBN9780463152218
Historia General de Colombia Prehistoria-Conquista-Colonia-Independencia y República
Autor

Rafael M. Granados

Sacerdote jesuita colombiano con profunda vocación y cultivo intelectual permanete por la investigación de las ciencias sociales con énfasis en la historia patria. Durante varias décadas las juventudes colombianas en edad escolar de primaria y secundaria fueron instruidas en temas de la historia del país y la construcción de la identidad nacional, con base en los libros escritos por este prelado católico.

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    Historia General de Colombia Prehistoria-Conquista-Colonia-Independencia y República - Rafael M. Granados

    Historia General de Colombia

    Prehistoria, Conquista, Colonia, Independencia y República

    Historia Integral de Colombia N° 8

    Rafael M. Granados S.J.

    Novena Edición 1984

    © Ediciones LAVP

    www.luisvillamarin.com

    ISBN: 9780463152218

    Smashwords Inc.

    Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida ni en todo ni en sus partes, ni registrada en o transmitida por un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio sea mecánico, foto-químico, electrónico, magnético, electro-óptico, por reprografía, fotocopia, video, audio, o por cualquier otro medio sin el permiso previo por escrito otorgado por la editorial.

    Historia General de Colombia

    Preliminares

    Primera Época

    Primitivos

    Descubrimiento de América

    Cristóbal Colón 1401-1506

    Segunda Época

    La conquista 1499-1550

    Exploradores de los litorales

    Penetración española o expediciones al centro del país

    Los alemanes

    Sistema exploración española y heroísmo indígena

    Tercera época

    La colonia o época prehispánica 1550-1810

    El sistema colonial de España

    Primer periodo

    Real Audiencia

    Segundo periodo

    Los presidentes 1554-1768

    La piratería

    La iglesia

    Tercer periodo

    El virreinato 1718-1724

    Cuarto periodo

    Presidentes 1724-1740

    Quinto periodo

    Virreyes 1740-1810

    La expedición botánica

    El ambiente revolucionario

    La iglesia

    Cultura colonial

    Valores estéticos

    Labor de la iglesia durante la conquista y la colonia

    Cuarta época

    La independencia 1810-1819

    La revolución francesa

    Los próceres de Colombia en la emancipación

    El 20 de julio de 1810

    La unidad nacional en la independencia

    La patria Boba 1810-1816. Centralismo y federalismo

    Proclamas de la independencia absoluta

    Luchas por la libertad

    Primeras actuaciones de Simón Bolívar

    La reconquista

    La restauración de Colombia

    La campaña libertadora

    Quinta época

    La república 1919 hasta hoy

    Colaboración colombiana en la independencia del Perú

    Creación de Bolivia

    Vida internacional y financiera de la Gran Colombia

    Vida política de la gran Colombia

    El congreso de 1823

    La conspiración septembrina contra Bolívar

    Insurrección del general José María Córdoba

    El asesinato de Sucre

    Culmina la disolución de la Gran Colombia

    La Nueva Granada

    El retorno a la federación

    La confederación granadina

    La dictadura de Mosquera

    Estados Unidos de Colombia

    La república de Colombia 1886-1930

    Separación de Panamá

    La república desde 1930 hasta 1984

    Conflicto con el Perú (1932)

    Gustavo Rojas Pinilla (1953-1957)

    El frente nacional

    De 1974 en adelante

    Vida internacional de Colombia

    Síntesis histórica de la economía colombiana

    Las comunicaciones en Colombia

    Formación de la cultura nacional

    Algunos representantes de la personalidad intelectual colombiana

    La iglesia y la unidad espiritual de la república

    Epílogo

    Preliminares

    Definición de la historia. — El vocablo historia proviene del verbo griego historeo, que significa «investigar», «narrar»; histor significa también «el que sabe», por haber sido testigo de los acontecimientos o porque se funda en testimonios. Historia de Colombia será la narración verídica de los sucesos que han tenido influencia notable en nuestro país.

    Fuentes de la historia. — Las fuentes de la historia son los testimonios que transmiten la verdad de los sucesos. Estas fuentes son la revelación, o sea la comunicación de Dios con el hombre; la tradición, o sea el relato verbal de un hecho transmitido de generación en generación; los monumentos, a saber, todo objeto destinado a conmemorar un suceso; los monumentos pueden ser mudos o con inscripción; y la narración escrita.

    Ciencias auxiliares. — Las principales son la cronología y la geografía, que con acierto han sido llamadas «los ojos de la historia», ya que todo cuanto acontece se verifica en el tiempo y en el espacio; por medio de la cronología asignamos el cuándo de los acontecimientos, y por la geografía, el teatro o lugar donde se realizaron.

    Otra ciencia auxiliar muy importante de la historia es la lingüística o filología comparada, que estudia el parentesco de los idiomas: por el lenguaje se conoce el espíritu de las naciones; acertadamente dicen los árabes: «Habla para que te vea»; la semejanza del idioma nos induce a conjeturar la afinidad de las razas.

    Otras ciencias auxiliares de la historia son: la epigrafía, que trata de la interpretación de las inscripciones; la diplomática trata del estudio de loa documentos o diplomas antiguos; la paleografía enseña a descifrar las escrituras antiguas; la numismática estudia las monedas antiguas; la crítica examina el valor de las fuentes.

    Utilidad de la historia. — Ella es tal que, por razón de la ciencia y experiencia que en sí atesora, ha merecido ser llamada maestra de la vida; la historia nos enseña lo que debemos practicar y lo que debemos evitar, y nos señala los caminos del triunfo y los escollos de la derrota. La historia resucita los hechos del pasado, nos pone en comunicación íntima con nuestros antiguos héroes, renueva en nuestros oídos los acentos de nuestros antiguos oradores y el eco de las arpas de nuestros poetas ya fenecidos. Gran oficio de la historia es hacer que el hombre, de vida tan efímera, pueda vivir en un momento de ella los siglos que le precedieron.

    El escocés Carlyle escribe: «La historia es la gran epístola didáctica que las pasadas generaciones escribieron y transmitieron a las posteriores. Es el mensaje oral o escrito que toda la humanidad dirige a cada individuo; es el comercio epistolar que la antigüedad tiene con el tiempo presente, y lo remoto con lo actual.»

    Tiempos prehistóricos e históricos. — Edad primitiva o prehistórica es aquella de la cual no se conservan monumentos escritos pertenecientes a la historia profana.

    La edad antigua comprende desde la aparición de los pueblos orientales hasta la desmembración del imperio romano (395 d.).

    La edad media hasta la toma de Constantinopla por los turcos (1453), o el descubrimiento de América (1492).

    La edad moderna hasta la revolución francesa (1789).

    La edad contemporánea, hasta hoy.

    Hay quienes distinguen también la época atómica y la espacial; la primera desde el descubrimiento de la bomba atómica cuyos primeros estudios se hicieron en 1919 y cristalizaron en realidad en 1943; la época espacial desde el vuelo del estadounidense John Glenn quien dio tres vueltas alrededor de la Tierra en 1962. El viaje del ruso Gagarín —1961— quedó envuelto en las penumbras del misterio.

    Antigüedad del hombre sobre la tierra. — Sobre el particular hay muy diversas opiniones: la mayoría le atribuye antigüedad remotísima, de millares de años; hay quien le atribuye hasta 3 millones de años.

    La evolución cultural del hombre primitivo. Aportes culturales. Periodos paleolítico y neolítico

    La edad de piedra, así dicha porque durante ella el hombre usó utensilios y armas de piedra, se divide en dos períodos: el paleolítico o de la piedra sin pulimentar, y el neolítico o de la piedra pulimentada. Comprenden ambos dilatados tiempos.

    Período paleolítico. Subdivídese en paleolítico inferior y superior.

    En el paleolítico inferior debido al suave clima vivía el hombre al aire libre, al pie de las rocas o en los arenales de los ríos, en donde encontraba materias aptas para confeccionar sus instrumentos rudimentarios. Las chozas eran de tosco ramaje, encendería hogueras durante la noche para ahuyentar las bestias salvajes.

    Durante el período del paleolítico superior el hombre prefirió vivir en cuevas. La industria de sílex muy fina, que reemplazó a los toscos instrumentos del anterior período, facilitó la caza. El hombre de este período usó armas arrojadizas con puntas de piedra y hueso.

    Período neolítico. — Se encuentran armas de piedra pulimentadas, vasijas de cerámica muy elegante, pedazos de estera, redes y canastos. Se revelan los principios de la agricultura y fabricación del pan. Según algunos, este período comenzó en Europa seis mil años antes de Cristo.

    Edad del bronce y edad del hierro

    Se llaman estas edades también con el nombre de períodos de los metales. Sustituyeron éstos a la piedra. La edad del bronce —mezcla de cobre y estaño—, según respetables autoridades, comenzó en Europa dos mil quinientos años antes de Cristo; la segunda, novecientos años, también antes de Cristo.

    Rasgo característico y común de los pueblos durante la edad de los metales, fue el culto del sol: La industria en el período del hierro tuvo enorme desarrollo y la civilización fue muy superior a la de las anteriores épocas.

    Del período del bronce se han encontrado restos de vestidos de lana, gorros y cinturones. En los grabados aparecen representaciones de carros utilizados para el transporte.

    En el período del hierro aparecen espadas y puñales de hierro; algunos son muy lujosos y llevan incrustaciones de oro. Se ve por primera vez el uso del torno en la cerámica; los vasos se cuecen en hornos y algunas ciudades, como en Francia, se rodean de murallas.

    Las etapas económicas del hombre primitivo

    La prehistoria del linaje humano está envuelta en las sombras del misterio y con razón no falta quien la compare «a una gran ciudad en ruinas, por la que vagamos a la luz de la luna»; por otra parte, jamás se ha podido probar que todos los pueblos históricos hayan debido pasar del estado del salvajismo al grado de civilización que después alcanzaron; más aún: pueblos de antigüedad muy remota, considerados por la Biblia como la cuna del linaje humano, no ofrecen ni vestigios del hombre primitivo.

    Recolección de frutos naturales.— Aquellos hombres primitivos no eran exclusivamente carnívoros. Entre, los frutos silvestres podían aprovechar las avellanas y bellotas, gran variedad de tubérculos y moluscos y tal vez la miel.

    Caza.— Fue ésta la ocupación favorita del hombre durante el período del paleolítico inferior. Para cazar los hipopótamos, elefantes y rinocerontes, tan abundantes en aquel período, servíanse de trampas o especie de fosos, a las orillas de los ríos. Al oso, muy difícil de cazar, lo asfixiarían en las cuevas. Cazaban también toros, caballos y cérvidos.

    Los hombres del paleolítico superior cazaban con frecuencia renos que se presentaban en manadas y les eran de gran utilidad: comían su carne; el sebo servía para el alumbrado y la calefacción, y la piel para el vestido. Cazaron también siervos, caballos, toros, bisontes, gamuzas y cabras.

    La pesca. — No sólo los frutos, raíces y caza fueron los alimentos del hombre primitivo; también éste extendió su acción a la pesca, especialmente en las poblaciones lacustres o palafitos. Fue, pues, la pesca uno de los recursos primitivos a que apeló el hombre para su subsistencia. Entre los pueblos de la antigüedad, los fenicios, egipcios y griegos reportaron de este ejercicio, que la naturaleza indicó al hombre, considerable provecho y llegaron a hacer de él una verdadera industria.

    Grabados de la antigüedad más remota reproducen escenas de pesca y nos dan a conocer los instrumentos de que se valieron para realizarla; en las pinturas egipcias abundan como instrumentos el bidente y la caña. Así mismo en los despojos de cocina, restos de la edad prehistórica, abundan las conchas y huesos de pescado en cantidad muy considerable.

    Domesticación de animales. — Los cazadores de la edad de piedra que acorralaban grandes manadas de animales salvajes para proveerse de alimento, según lo confirman los relieves egipcios, obtuvieron que estos animales cautivos perdieran de nuevo el miedo al hombre y paulatinamente se Volvieran a acostumbrar a vivir con él.

    Pastoreo. — La vida de este género señala un progreso en el hombre primitivo. Los rebaños llegaron a ser no sólo un medio de subsistencia de las tribus sino también fuente de riqueza.

    Las artes entre los pueblos pastores han sido siempre escasas y han estado confiadas a las mujeres. Los utensilios, aun hoy día, se reducen a calabazos, cestos y recipientes de madera o cuero. Entre los alimentos ha preponderado la carne; las necesidades y la introducción de la agricultura han obligado frecuentemente a estos pueblos a combinar la ganadería con el arte agrícola.

    Agricultura. — Probablemente durante muchos centenares de años se recogieron semillas de algunas plantas silvestres que fueron plantadas y regadas, iniciándose así la agricultura. Ella fijó los hogares y gradualmente transformó al cazador y al nómada en agricultor.

    Figura como primer instrumento de trabajo el palo excavador, sustituido posteriormente por un azadón muy rudimentario.

    El oficio de recolección de plantas alimenticias y el trabajo de cavar encaminado a la recolección de raíces y tubérculos fue encomendado primitivamente a las mujeres mientras los hombres se ocupaban en los oficios de caza y pesca.

    El arado que en un principio fue tan sólo un azadón pesado, movido por hombres y animales, al ser perfeccionado, transformó el arte agrícola.

    El desarrollo de la agricultura en Europa parece que data del tiempo de las habitaciones lacustres.

    El fuego. — El primitivo aprendería «a conocer el fuego, quizá encontrándolo en sus cacerías selváticas, cuando el rayo incendiaba un bosque, o temiéndole desde lejos al percibir los terribles volcanes junto al Mediterráneo, como el Etna y el Vesubio. Fue un gran adelanto cuando, a la postre, aprendió a producirlo por sí mismo con el palo giratorio.» (J. H. Breasted).

    El hallazgo del fuego, elemento poderoso e indispensable en la economía del hombre acarreó al primitivo incalculables beneficios. El fuego calienta y alumbra; el primitivo pudo así defenderse de los fríos rigurosos del invierno; encender fogatas para ahuyentar las manadas de fieras que rodearían sus miserables chozas; cocinar los alimentos, tomarlos cálidos y endurecer al fuego sus lanzas de madera; pudo, en fin, alumbrarse con su luz consoladora en las tinieblas de aquella edad remota.

    Épocas de la Historia de Colombia

    Prehistoria: Desde ¿? hasta 1499

    Conquista: Desde 1499 hasta 1550 (51 años)

    Colonia: Desde 1550 hasta 1810 (260 años)

    Independencia: Desde 1810 hasta 1819 (9 años)

    República: Desde 1819 hasta nuestros días

    Época, del griego epojé, descanso; es un lapso de tiempo de considerable duración, comprendido entre dos sucesos importantes; así, por ejemplo, la época de la colonia está enmarcada entre el hecho de la instalación de un tribunal de justicia denominado Real Audiencia y el movimiento revolucionario de nuestra emancipación. Los espacios de tiempo en que la época se subdivide puédense denominar períodos.

    Divisiones de la historia de Colombia

    Podemos distinguir en nuestra historia cinco épocas: los primitivos o historia, la conquista, la colonia, la independencia y la república.

    PRIMERA ÉPOCA

    PRIMITIVOS

    Primitivos o época indígena. Desde remotos tiempos hasta 1499. Características de la época indígena

    Características de la época indígena.— Para mejor comprenderlas, debemos tener en cuenta a los pueblos de cultura inferior o pueblos bárbaros y a los pueblos de cultura superior. En nuestro país los chibchas y los quimbayas son considerados como pueblos de cultura superior; las demás naciones como pueblos bárbaros.

    Factor importantísimo para comprender esa época es el medio geográfico en que vivieron nuestros indígenas.

    Distingamos entre las regiones ardientes y las de clima suave.

    En las regiones ardientes —nuestras hoyas y costas— el sol calcina y el calor sofoca en las breñas abruptas por donde se precipitan clamorosos ríos, o en las dilatadas llanuras salpicadas de ondulantes palmeras y dominadas por salvaje flora; las fieras, los reptiles y los insectos venenosos ejercen allí su desmedido imperio. Estas tierras son el teatro de los indomables caribes, cuyo genio es ardiente como el sol que los abrasa, como la tierra brava en que viven.

    En las regiones de clima suave —las vertientes de nuestras cordilleras y altas mesetas— la vida es dulce y la temperatura apacible; la lucha con los elementos no es ardua; el sol no abrasa, los animales no son mortíferos ni hay insectos venenosos; la tierra agradecida rinde, mediante moderado trabajo, frutos saludables y variadas flores.

    En este medio suave vivió generalmente la raza andina, amante de la paz y del trabajo, de alma sosegada, como las auras tranquilas que mecen nuestros alisos y mustios sauces; de alma melancólica, como las nubes plomizas que cubren nuestras altas sabanas o como los violáceos crepúsculos de nuestras tardes de invierno.

    En términos generales podemos asentar como características de los pueblos bárbaros su precario adelanto y sus frecuentes y sangrientas guerras de unas tribus contra otras.

    En los pueblos de cultura superior tengamos en cuenta sus considerables progresos, especialmente en agricultura, cerámica, textiles y explotación de minas, según se verá oportunamente al tratar de la civilización de los respectivos pueblos.

    Origen de los americanos

    Todos los hombres proceden de Adán, quien fue creado por Dios; ésta es verdad irrefutable, consignada en la Sagrada Escritura y confirmada por sabios eminentes.

    El hombre vino, pues a nuestro continente. ¿De dónde, por dónde y cuándo?

    Aunque con razón se ha dicho que el «Nuevo Mundo es un misterio», trataremos de dar alguna respuesta al enigma.

    ¿De dónde y por dónde? Desde luego, muy probablemente de Mongolia. Por lo que respecta a los moradores de aquella región, hay entre ellos y muchos de nuestros indígenas tal semejanza que ha hecho exclamar a Humboldt: «En la especie humana no hay dos razas que se asemejen más que los americanos y mongoles.» Además del tipo, el carácter sufrido y taciturno de ambos, algunas de sus tradiciones e ideas sobre la vida futura, la semejanza de sus ídolos y objetos de cerámica y aun el idioma nos inducen a conjeturar su afinidad íntima.

    Los autores de esta opinión creen que los aborígenes en cuestión pasaron por el Estrecho de Behring a las Américas; el estrecho tan sólo mide diez millas, está plagado de islotes y pudo ser un istmo; Canadá está poblado de esquimales oriundos de Mongolia; en numerosos sepulcros de Costa Rica se han encontrado objetos semejantes a los de los nahuas, de Méjico, y las tribus que poblaban nuestras costas se daban la mano con las de Costa Rica.

    Respetable es la opinión que afirma proceder algunos de nuestros indios de las islas del Océano Pacífico. Para éstos, el paso se efectuó por una cadena de islotes —hoy desaparecida— que, partiendo del centro del Pacífico, venía a morir en Chile. Aducen como testimonio de su tesis el ejemplo de la isla de Pascua, sumergida en 1822. Se halla gran semejanza filológica entre algunas tribus americanas de las costas del Pacífico y algunos pueblos de Polinesia.

    Algunos de nuestros indígenas, afirma otra opinión, son oriundos del África; quizás vinieron arrastrados por la gran corriente ecuatorial del Océano Atlántico o por la de Tesan, del Pacífico.

    Hay quien afirme que la comunicación entre los dos mundos se verificó por medio de la Atlántida, cuyos vestigios quieren ver en las islas Antillas, en las Canarias y en las Azores.

    Otros suponen una corriente emigratoria procedente de Australia, habiendo podido atravesar el continente antártico y penetrar por el actual estrecho de Magallanes en América.

    Por lo que respecta al cuándo de estas emigraciones, reina oscuridad profunda; atribúyeles antigüedad muy remota.

    Puédese admitir con fundamento que los primitivos habitantes de América procedían de diversas regiones y vinieron en diversos tiempos.

    Para algunos americanistas los primitivos habitantes de Suramérica son de origen polinésico y los norteamericanos son oriundos del Asia.

    Es atendida la opinión de los que estiman la llegada de los asiáticos a América unos 35.000 años antes de Cristo y no faltan quienes adviertan la presencia del hombre en Suramérica 60.000 años antes de la venida del Redentor del Mundo.

    Nociones sobre el indigenismo

    Al llegar los conquistadores europeos a América encontraron en ésta algunos pueblos de civilización muy avanzada; tales fueron los aztecas y mayas de Méjico, los incas del Perú y los chibchas de Colombia.

    Los aztecas tenían, a la verdad, cosas muy laudables: gloria suya fue la fundación de la gran Tenochtitlfin, ciudad grandiosa y de comercio portentoso; fueron los aztecas notabilísimos por su agricultura y por sus excelentes vías de comunicación: magníficas calzadas comunicaban el Imperio y por doquiera estaban amparadas por fortalezas. No menos notables fueron por su organización social, su industria textil, orfebrería y grandiosa e importante arquitectura que asombró a los conquistadores.

    El calendario azteca presupone observaciones astronómicas muy exactas. Fue notable la actividad de este pueblo, quien supo investigar los secretos de la naturaleza; llegaron a usar los aztecas la escritura figurativa; desarrollados con libertad y acerados en el rudo trabajo y en las fatigas de la guerra, fueron fuertes, valientes, astutos, perseverantes y capaces de subyugar a otras naciones.

    De los mayas podríamos emitir análogo concepto: dignos de encomio fueron por su infatigable laboriosidad, por la exquisita educación de las mujeres y la admirable organización de su gobierno; entre los mayas hallaron los conquistadores gentes bien vestidas y ciudades magníficamente edificadas; la civilización maya fue la más interesante de América por la magnificencia de su arquitectura, sólida, estable y majestuosa, y por las señales de su adelanto intelectual, cuyo exponente es su escritura. El calendario maya presupone conocimientos matemáticos no comunes.

    En los dos imperios mencionados la juventud era educada con esmero: se le enseñaba el orden, el porte culto, la veracidad, la templanza, la actividad y se le instruía en el culto divino. Los consejos de un padre a su hijo y de una madre a su hija que la historia nos ha transmitido —traducidos por el padre Bernardino Sahagún—, sorprenden y parecen influenciados por la sublime doctrina del cristianismo. De igual manera, la amonestación del sacerdote al coronar al soberano revela eximia sabiduría, y en la oración del príncipe aparece éste como imagen de Dios y representante suyo. El soberano en Méjico no era por derecho un déspota arbitrario y era elegido.

    Para los guerreros que se habían inutilizado en las campañas había en Méjico casas de inválidos. No había esclavos de nacimiento y la ley amparaba a los que en la nación existían.

    Todo esto no obstante, la civilización mejicana estaba muy lejos del ideal de las naciones civilizadas; su estado moral era lamentable bajo varios aspectos: el rigor de su legislación era excesivo: la muerte se imponía aun por faltas de escasa gravedad; las guerras se desencadenaban con leves pretextos, y casi siempre sin ninguno; la resistencia al pago de los tributos, que en ocasiones presentaban las naciones vencidas, acarreaban sobre éstas mortandades horrorosas, en las cuales no se respetaba edad ni sexo; las oraciones que aún se conservan revelan el carácter sombrío y tétrico de aquel pueblo; fiestas sin sacrificios humanos no se concebían en Méjico; su religión sanguinaria les imponía sacrificios humanos, por lo menos veinte veces al año; sus santuarios exhalaban horrible hedor de sangre humana; en un solo templo hallaron los conquistadores ciento treinta y seis mil cráneos de víctimas humanas sacrificadas; uno de los fines primordiales de las crueles guerras era hacer prisioneros para inmolarlos a los dioses, quienes, según decían los sacerdotes, tenían «sed de sangre»; sacado por los ministros el corazón humeante de la víctima humana, lo arrojaban a los pies de la divinidad: el cadáver rodaba por las escaleras de la gran pirámide y era ávidamente devorado por la muchedumbre; el canibalismo crecía de día en día en proporción espantosa; de los aztecas pasó a las demás tribus; en la mesa de Moctezuma la carne de niños tiernos era el bocado predilecto. El pueblo mejicano presenta rudos contrastes de grandeza y abyección.

    Los incas no son menos dignos de admiración que los aztecas y mayas y presentan aún algunas bellas cualidades más sorprendentes que las de aquéllos; descollaron los habitantes del Imperio incaico en la agricultura e hicieron en ella espléndidos progresos; amigos de superar dificultades, por medio de artificiosos canales condujeron el agua aun a través de montañas imponentes; emplearon de manera científica los abonos y convirtieron el país en un bello jardín.

    Por medio de magníficas calzadas cruzaron el imperio en forma de cruz, con cuatro vías arterias, entrelazadas con otras secundarias; los bellos tejidos y arte plumario de los incas maravillaron a los conquistadores; fueron excelentes alfareros y manejaron con habilidad los metales.

    Sus construcciones, muchas de ellas de pórfido o granito, aunque no son dechado de belleza, fueron notables por su armonía y estabilidad; pueblo saturado de hondo sentimentalismo, fue también notable por sus encantadoras melodías.

    Los incas no fueron comunistas, pues reconocieron la propiedad privada sino parcialmente colectivistas; integraron un pueblo dotado de laboriosidad prodigiosa que miró la ociosidad como un crimen; el país llegó a ser semejante a «un gran taller de trabajo», donde todos sus habitantes rendían, según sus capacidades, y a nadie se imponían cargas excesivas; no había mendigos ni opulentos.

    En el Perú gobernaba el Inca —descendiente del dios Sol—; es el soberano que con poder más absoluto ha gobernado en el mundo: «apenas las aves se atreven a volar en mis estados», dijo Atahualpa a Pizarro; de él dimanaban todos los derechos de los súbditos; era el autor de las leyes y nombraba los jueces; a él pertenecían las tierras de sus estados con sus pingües rendimientos; era también el sumo pontífice del imperio.

    No obstante el absolutismo del soberano, el gobierno del Perú era paternal y correspondía a aquel pueblo profundamente pasivo. La legislación tenía carácter religioso-moral.

    La mujer en el Perú fue tratada con consideración y el marido asumía los trabajos más arduos.

    Las guerras las hacían los incas con blandura y tenían por objeto primordial propagar el culto del Sol y difundir la civilización

    De la moralidad del imperio incaico se han hecho elogios sorprendentes: estaban mucho más elevados que los mejicanos, y según afirmaron algunos españoles, más altos que los europeos; no conocieron el robo y el fraude; eran virtuosos, sumisos, diligentes, hospitalarios y generosos.

    No obstante lo expuesto, la iniciativa individual de los súbditos en aquel imperio nació muerta y faltó el desenvolvimiento de libre arbitrio; los súbditos, a pesar de que trabajaban con paciente asiduidad, no recibían como remuneración sino el vestido y el sustento; la legislación castigaba casi todos los delitos con el último suplicio; la religión no estuvo exenta de sacrificios humanos.

    El absolutismo del soberano, piedra angular de su fuerza y su poder, fue al mismo tiempo la causa de la ruina de su país: prisionero el inca, se desplomó el Estado.

    Los chibchas, aunque alcanzaron un grado notable de cultura, ésta era muy inferior a la de los pueblos anteriormente mencionados.

    El chibcha fue inteligente y de imaginación brillante; fue sagaz, sufrido, laborioso, perseverante y de apacible carácter; descolló por la agricultura, alcanzó gran perfección en la industria textil y fue notable por su orfebrería; su comercio fue activo y tuvo un extenso radio de acción. Eran los chibchas compasivos con sus enfermos y les llevaban curanderos para que los medicinaran.

    No obstante las virtudes mencionadas, los chibchas tenían grandes defectos que los alejaban de la civilización auténtica; su concepto sobre la vida futura era muy material, y su politeísmo era tal, que cada individuo podía inventar los dioses que le vinieran a su acomodo. Al sol, dios sanguinario ofrecían sacrificios humanos; de igual manera sacrificaban esclavos en las gavias, siendo aquéllos sometidos al doloroso suplicio que les ocasionaban las saetas; sacrificaban niños en los cimientos de las casas de los caciques y sepultaban las mujeres y esclavos notables de los grandes señores; mataban a uno de los hijos gemelos; el absolutismo de los soberanos era generalmente exagerado y la legislación extremadamente severa; la condición de la esposa y de los hijos era en el hogar la de esclavos, y aquélla recibía mal trato bajo el pretexto de que era comprada; las guerras eran muy crueles: entregaban a las llamas a los pueblos vencidos y sacrifican al sol a los niños que en aquéllos hallaban; en la guerra mataban a cuantos enemigos podían —especialmente de los panches—, aunque se les rindiesen; al jefe cautivo le sacaban los ojos y lo reservaban para ultrajarlo en las fiestas; los padres, cuando llegaban a la vejez eran arrojados del hogar y entregados a la mendicidad, cuya desgracia era entre los chibchas motivo de burla; número imprescindible de las fiestas eran las borracheras, y en algunas de éstas era permitida toda clase de desórdenes.

    Dignos son también de singular estudio los indios pieles rojas y los araucanos. Los pieles rojas: en ellos hay tipos de gallarda y bella presencia; son orgullosos y se muestran insensibles al dolor; aman la gloria y su independencia, son valientes guerreros, hospitalarios sobremanera, buenos oradores y dignos de singular admiración por sus constituciones democráticas.

    No obstante ser crueles en las guerras y vengativos, adoptan con frecuencia a un prisionero por hijo. La pereza es endémica en ellos; por eso acertadamente se ha dicho que sucumbieron no ante las armas, sino ante el arado de los blancos. Tipo Piel Roja

    Los araucanos son notables entre las naciones indígenas americanas por su fuerza física y moral y su capacidad organizadora; hicieron bellos tejidos y fueron buenos alfareros. Amantes de la música y de la poesía, descollaron como excelentes oradores; en sus piezas, literarias empleaban lenguaje elegante y castizo.

    Han, defendido con intrepidez su libertad a través de cuatro siglos, y pueden vanagloriarse de vivir hoy independientes, después de encarnizadas luchas con españoles y republicanos. Fueron panteístas. Fueron fetichistas y supersticiosos; han disminuido notablemente por el abuso del alcohol.

    Hecha la salvedad de los pueblos anteriormente mencionados, las demás naciones americanas son dignas de compasión profunda por su abyección y envilecimiento: fueron pueblos de cultura inferior, cuyas características principales pueden concretarse así: inteligencia escasa —salvo raras excepciones—; la familia o el clan era la base única de la vida social; eran polígamos; la mujer prácticamente se hallaba esclavizada y llevaba la peor parte en el trabajo; los vestidos, por regla general, eran casi nulos; las guerras, crueles, eran frecuentes entre las diversas tribus; eran politeístas y supersticiosos.

    Los indios jíbaros del Napo elegían por jefe al que hubiese hecho más homicidios, y ostentaban como gloriosos trofeos las cabezas reducidas de sus enemigos.

    Espantoso es el retrato que del indio hace el célebre misionero jesuita José Gumilla es su obra El Orinoco ilustrado: «El indio bárbaro y silvestre es un monstruo nunca visto, que tiene cabeza de ignorancia, corazón de ingratitud, pecho de inconstancia, espaldas de pereza, pies de miedo; su vientre para beber y su inclinación a embriagarse son dos abismos sin fin.»

    Concretándonos a nuestra patria —según Restrepo Tirado—, si se exceptúan los chibchas y los habitantes de Santa Marta, «todas las tribus colombianas se saciaban con carne humana; tribus había que engordaban a los hijos para comerlos». No se cita una tribu que en sus grandes solemnidades no se reuniera alrededor de las moyas del fermentado licor...

    Con las libaciones se desarrollaba la sed de sangre. Los prisioneros de guerra eran conducidos ante la desenfrenada multitud y rendían la vida en medio de refinados tormentos. Su sangre, bebida con avidez, y sus crudas carnes servían de pasto a esos desgraciados. En ocasiones sacrifican las vidas humanas por la sola satisfacción de gozar con sus sufrimientos y lenta agonía...

    Los quimbayas —por otra parte tan dignos de alabanza— coronaban sus borracheras con horrorosas matanzas efectuadas entre ellos mismos.

    El pueblo de Carnicerías —según el doctor Cuervo Márquez— recibió este nombre porque los conquistadores hallaron allí venta pública de carne humana.

    De los caribes del Norte de nuestro suelo, fray Tomás Ortiz —primer obispo de Santa Marta— dio al Consejo de Indias desconsolador concepto, aunque es verdad que el prelado se refiere a una de las porciones más abyectas de nuestros salvajes, por desgracia, a varias de nuestras tribus se le podrían aplicar algunas de las notas del documento a que nos referimos; entre otras cosas, dice que

    «comían carne humana..., andaban desnudos, no tenían vergüenza, eran como asnos, abobados, alocados, insensatos, y que no temían en nada matarse ni matar..., se preciaban de borrachos..., eran bestias en los vicios..., ninguna obediencia ni cortesía tenían hijos a padres..., no eran capaces de doctrina ni castigo..., eran traidores, crueles y vengativos..., haraganes, ladrones, mentirosos..., ni guardaban lealtad maridos a mujeres ni mujeres a maridos..., eran hechiceros..., cobardes como liebres, sucios como puercos... comían piojos, arañas y gusanos crudos doquiera que los hallaban...; con los enfermos no usaban piedad alguna y los desamparaban a tiempo de la muerte... No creó Dios gente más cocida de vicios y bestialidades sin mezcla de bondad o policía».

    Estos, entre otros, fueron elementos primitivos de nuestro pueblo; hoy día se ha realizado en éste una transformación milagrosa; autor de ella fue la civilización cristiana, y ésta nos vino con la conquista española.

    Principales grupos raciales de Colombia

    Etnólogos autorizados distinguen en Colombia tres grupos raciales notables: los pampeanos o paras —derivación de los cuales son los arawac—, los andinos y los caribes.

    Los pampeanos

    Los pampeanos ocuparon, según Cuervo Márquez, toda la región oriental del continente suramericano, desde los confines de éste hasta el Mar de las Antillas, y se extendieron en las pampas y en las selvas que se dilatan desde la base de la cordillera de los Andes hasta las riberas del Atlántico.

    A los pampeanos se les ha dado también el nombre de para —vocablo que significa agua, río o lluvia— y que se encuentra en multitud de nombres de la inmensa zona ocupada por los pampeanos; la preponderancia de éstos en nuestra patria fue escasa; aunque hubiesen ocupado nuestras llanuras orientales, la Guajira y parte de la costa Samarla, fueron pronto suplantados por los caribes. Ocupaciones favoritas de los pampeanos fueron la agricultura y la caza.

    Derivación de los pampeanos son los arawac, una de las familias lingüísticas más extendidas de Suramérica; ocuparon parte del alto Paraguay y las mesetas de Bolivia y se extendieron hasta las Antillas y Lucayas; fueron los primeros indígenas vistos por los conquistadores españoles; cultivaban el maíz, el tabaco y la mandioca; hacían tejidos de algodón, eran reputados como los mejores alfareros de aquellas pampas, labraban el oro y tenían rica mitología. Suplantados por los caribes, subsiste aún el nombre de los arawac en las márgenes del Rionegro.

    Los andinos

    La gran familia andina se extendió a lo largo de la cordillera de los Andes, desde Chile y las provincias argentinas mediterráneas hasta el norte de las mesetas colombianas.

    Se ha creído que son tronco glorioso de las naciones más cultas de Suramérica, tales como los incas del Perú y los chibchas de nuestra patria.

    Según Cuervo Márquez, la familia andina formó tres grupos en nuestro suelo: el de los chibchas y guanes, en la cordillera oriental; otro, en la central, cuyos representantes en los momentos de la conquista eran los quimbayas, catíos y zenues, y un grupo tercero, el de los pastos, al sur del territorio colombiano.

    Los caribes

    El nombre caribe —según se ha creído— equivale a hombre, excelente; fueron apellidados también calimas —compañeros—; algunos, de karinas, nombre con que se les conocía también, derivan la voz caníbal.

    Algunos etnólogos consideran a los caribes oriundos del Golfo de Méjico; otros del Brasil; la mayoría los consideran procedentes de las pequeñas Antillas o de la Guayana. En la época del descubrimiento se hablaban los dialectos caribes en el continente, en las Guayanas y desde las bocas del río Esequive hasta Maracaibo; en el Océano, en las Antillas y en las Lucayas. Eran los caribes altos de cuerpo, de fuerte musculatura, ágiles y de tez morena.

    Alimentábanse los caribes de cazabe, plátano, pescado y productos de la caza; cultivaron la tierra, fueron buenos alfareros, tejieron hamacas de algodón y fueron excelentes navegantes.

    Tuvieron sólida organización política; la base de su organización social era la agrupación de familias emparentadas —clan exogámico—; convivían en mansiones inmensas, circulares, con particiones, hechas de madera y cubiertas con hojas de palma.

    El medio ambiente en que se desarrolló la vida del pueblo caribe influyó decididamente en su carácter: los terremotos de sus islas, las erupciones de sus volcanes, los ciclones enfurecidos, los soles ardientes, las lluvias torrenciales y los combates continuos con otras tribus hicieron de ellos un pueblo esencialmente guerrero, conquistador y cruel; antropófagos, devoraban entre festines y borracheras a los prisioneros; en sus moradas exhibían los cráneos y pellejos de sus enemigos; usaron largas picas y fueron extremadamente hábiles en la preparación del mortal veneno para sus flechas.

    Aunque, según testimonios de los misioneros franceses de las Antillas, la perfidia, la mentira y otros vicios les eran desconocidos antes de la conquista europea, los misioneros españoles nos dan acerca de ellos muy malas referencias cuando cayeron bajo la influencia de los herejes holandeses.

    Los caribes adoraron al Sol y a la Luna, a quienes sacrificaban maíz; rindieron culto a los fetiches, tuvieron magos —piayes— y cremaron en ceremonias religiosas sus cadáveres.

    Las migraciones caribes

    Suélense distinguir tres invasiones de caribes; una, denominada oriental; después de remontar el Orinoco, invadió las llanuras de Casanare y San Martín, avanzó hacia el Sur por el Caquetá y Putumayo y se extendió por los afluentes del alto Amazonas hasta el Ecuador;

    otra, la central, remontó el río Magdalena y ocupó sus valles y los de sus numerosos afluentes, y escalando las hoyas de los ríos Lebrija, Sogamoso, Casanare y Bogotá, amenazó la independencia del poderío chibcha; otra, la occidental, ocupó el Darién y parte del istmo de Panamá; remontó el río Atrato, anegó el occidente de Antioquia y el Chocó y extendió sus ramificaciones por las costas del Océano Pacífico hasta cerca de Guayaquil y por la gran cañada del río Cauca.

    Al llegar los conquistadores españoles, los caribes habían invadido el territorio de la república, excepción hecha de las mesas de Pasto y Túquerres y de las planicies de Bogotá y Tunja; la raza andina se hallaba, pues en peligro de sucumbir ante los embates de las hordas caribes; sin la conquista europea, pronto la mitad septentrional de Suramérica habría venido a ser patrimonio de la dominación caribe.

    Tribus notables que habitaban en Colombia a la llegada de los conquistadores

    Demos una ojeada al mapa de Colombia, recorriéndolo de Norte a Sur.

    Costa Atlántica

    Sobre la costa atlántica, en la que predominaba el elemento caribe, merecen atención especial los cunas, turbacos, tayronas, arhuacos y guajiros.

    Los cunas o cuna cuna fueron también llamados Ti, o «gente de los ríos», por hacer sus mansiones — siempre distanciadas— a orillas de las aguas.

    Son de agradable presencia, de pequeña estatura y fornidos; tienen cabello negro y abundante, que casi nunca encanece; su lenguaje, que tiene mucho de canción, es lento, y sus pausas las aprovechan los oyentes para aprobar al que habla. Según Codazzi, no llevaban víveres en sus viajes, pues se creían con derecho para tomarlos gratuitamente en los lugares del tránsito.

    Turbacos o yurbacos; fueron éstos quienes, habiendo derrotado a Alonso de Ojeda —1.510—, dieron muerte a Juan de la Cosa; en las batallas, aun las mujeres luchaban con denuedo; no se sometieron sino después de veintidós años de lucha, después de haber incendiado ellos mismos sus poblaciones.

    Tayronas; el vocablo significa fragua, y los conquistadores los denominaron gigantes. La grandiosa sierra de Santa Marta fue el teatro de la nación tayrona, industriosa, comercial, rica y aguerrida, que llegó a ejercer influjo poderoso sobre las naciones vecinas.

    Poseedores de ricas minas de oro, fueron orfebres y joyeros notables; trabajaron con primor piedras finísimas para sus brazaletes y collares; trabajaron también el cobre y labraron con exquisita habilidad la piedra, con la cual levantaron edificios de mampostería y construyeron templos y calzadas cuyos vestigios aún subsisten.

    La nación tayrona, exponente fiel de la raza caribe, se distinguió por su espíritu aguerrido y su ferocidad en la contienda: los conquistadores los compararon por su organización guerrera y ánimo indomable a los pijaos del Nuevo Reino y a los araucanos de Chile; fueron al fin exterminados después de medio siglo de implacable lucha.

    El hecho de haber enterrado los tayronas a sus muertos con sus ricas joyas, convirtió en industria lucrativa la excavación de sus sepulcros.

    Los tayronas, artistas y guerreros bien organizados, adoraron a sus dioses y tuvieron sacerdotes para sus sacrificios; factores son éstos que nos autorizan para considerarlos como pueblo de no despreciable cultura.

    Arhuacos; éstos rechazan ese nombre y se apellidan Coggaba u «hombres».

    Son de pequeña estatura, tez morena, perezosos, sumisos e inhospitalarios; son pacíficos y aseados; pertenecen al grupo lingüístico de los chibchas. Cultivan cebollas, papa, arracacha, plátano y caña de azúcar; aunque poseen algunos ganados, los descuidan y éstos se hacen salvajes. Las mujeres tejen costales y lazos, que los indígenas venden a los blancos, quienes con frecuencia les engañan en los negocios; mastican hojas de coca mezcladas con cal quemada. Gustaban mucho de la música y el baile. Enfermizos, debido entre otros factores a los abusos de muy frecuentes baños fríos, su número ha disminuido palpablemente.

    Guajiros.— Debido a su aspecto físico, a su carácter altivo y a su lengua, se les clasifica como pertenecientes a la raza caribe; por su lengua misma —la cual es armoniosa, con gran predominio de las letras vocales— y por algunos rasgos de su cultura, se les ha atribuido parentesco con los arawac de las Guayanas; ellos se denominan Guayú.

    Los guajiros son de pequeña estatura, morenos y de cara ancha; aunque altivos, belicosos e interesados, son hospitalarios y corteses; amigos de la vida nómada, fueron cazadores y pescadores; hoy se dedican a la industria del dividivi, al arreglo y venta de las pieles de sus rebaños, a la elaboración de sal marina y a la pesca de perlas; son también ganaderos y famosos como jinetes. Escasos de productos vegetales, se alimentan casi exclusivamente de animales. Visten camisas de algodón, pantalones cortos y tercian con gracia sobre el pecho una ruana de múltiples colores.

    La base de su organización social es el totémico, en el cual ejerce gran preponderancia la madre del guajiro; aunque éste trata con grandes consideraciones a la esposa, lo hace en gran parte por interés, ya que ordinariamente ella es la que trabaja para mantener al marido holgazán; el matrimonio se efectúa por medio de venta; el padre de la novia fija el precio de ésta y lo cobra en ganados, que reparte entre la familia del mismo.

    Subsiste aún entre los guajiros, desgraciadamente, la trata de niños y jóvenes, que, en algunas ocasiones, son vendidos a los traficantes.

    Aunque por regla general son monoteístas, algunos adoran al Sol, a la Luna y a la rana, símbolo de la lluvia; temen al demonio y creen en el influjo de espíritus del bien y del mal, y dan gran importancia a los sueños; los intérpretes de éstos y curanderos, llamados piaches, han perdido ascendiente merced al influjo de la doctrina cristiana. Para librarse de maléficos influjos y acarrear la buena suerte, usan amuletos, talismanes y fetiches.

    A los guajiros se les da dos veces sepultura; después de ser llorados en medio de alaridos, que son premiados con los animales del difunto, se sepulta a éste en el lugar de su nacimiento, en donde por algún tiempo se enciende durante las noches junto a la tumba el fuego sagrado; luego se exhuma el cadáver, y entre llantos y borracheras se le deposita en el lugar definitivo. Nadie puede luego pronunciar el nombre del finado; hacerlo es proferir para los deudos la mayor injuria, pues estiman que con ello se les renueva la pena por la muerte del pariente.

    Los guajiros, que habían podido ser grandes aliados de los blancos, se hicieron sus terribles adversarios ante los abusos de éstos.

    Motilones; son así apellidados porque llevan el cabello corto; tal costumbre obedece a que uno de los curas doctrineros en tiempos de la conquista les hizo cortar la cabellera con ocasión de una epidemia de viruela que diezmó la tribu. Próximos al Catatumbo, habitan entre la hoya del río César y la sierra de Perijá.

    Son de hermosa presencia. De raza caribe, descienden de las aguerridas tribus que obligaron al feroz Alfinger a cambiar de ruta. Los conquistadores los cazaron con perros de presa como a fieras de monte. Posteriormente, habían vivido hasta 1840 en paz con los blancos, quienes perpetraron sobre ellos horrorosas iniquidades y los convirtieron en implacables enemigos; hoy viven con el arma al brazo; tienen admirablemente establecido el espionaje para lanzarse contra el agresor que invada sus dominios.

    Interior del país

    Al avanzar más hacia el interior, mencionaremos en el Norte de Antioquia a los catíos, nutabaes y tahamíes, tronco de numerosas tribus.

    Catíos; se les ha clasificado en el grupo andino y se les ha hallado puntos de semejanza con los chibchas, por algunas de sus costumbres y estado social. Ocuparon la cuenca del río Atrato. Aunque el historiador Simón les atribuye notable inteligencia y hasta el uso de jeroglíficos, hay quienes les repute como a los más salvajes de América, diciendo de ellos que eran pobres y bárbaros que ni construían casas ni sembraban, y dormían, como los pájaros, en las copas de los árboles; alimentándose de la pesca y de la caza.

    Nutabaes; moraron entre los ríos Porce y Cauca; cultivaron el algodón para la fabricación de mantas; los conquistadores los vencieron con gran facilidad.

    Tahamíes; habitaron entre los ríos Magdalena y Forcé; eran bastante cultos, inteligentes y de carácter apacible; cultivaron el maíz, la yuca y diversas frutas.

    De los Nutabaes y Tahamíes se ha dicho que en sus costumbres y estado social se asemejaban a los chibchas; superaban a éstos en el arte de la orfebrería.

    Los aborígenes de Antioquia fueron notables por su insaciable antropofagia; pertenecían probablemente al racial caribe.

    Avanzando hacia el sur de Antioquia, encontramos habitantes menos bárbaros que los del Norte del departamento. Mencionemos, entre otros muchos, a los Aburraes; habitaban el pintoresco valle donde hoy está situada la ciudad de Medellín; algunos de los mencionados indios, a la llegada de los conquistadores, prefirieron suicidarse a verse dominados.

    Armados; recibieron de los conquistadores tal denominación porque se cubrían el pecho con armaduras de oro; eran crueles, de mala fe y ávidos de carne humana.

    Laches; habitaban el Norte de Santander; eran sobremanera bárbaros y esencialmente belicosos; tenían por diversión principal las momas, o luchas en que tomaban parte hombres y mujeres; adoraban a las piedras por creer que primero habían sido hombres, y creían que éstos, al morir, se convertían en piedras, para resucitar más tarde.

    Guanes; moradores del Sur de Santander, pertenecientes a la raza de los chibchas; hay quien juzgue que superaron a éstos en valor, resistencia y honradez; eran inteligentes, aprendieron con facilidad suma la lengua de los conquistadores y se sometieron íntegramente a su vasallaje.

    Tunebos; habitan en el Norte de Boyacá; han sido estimados como los más abyectos de nuestras regiones orientales; reputaban el carate como elemento de belleza y procuraban adquirirlo; eran cobardes y dóciles; rendían culto al demonio bajo la forma de una serpiente, con la cual aseguraban tener trato.

    Colimas y Muzos, de común origen caribe, eran naciones de la mismas costumbres, ferocidad e idioma; eran enemigos implacables de los chibchas; apreciaban como exquisito manjar la carne humana; eran holgazanes; una vez que se embriagaban, se daban muerte unos a otros. Se suicidaban por fútiles pretextos. Como no tenían caciques, seguían el consejo de los ancianos. Rendían culto al agua y al demonio. Los muzos practicaron la exogamia.

    Panches; vecinos de los chibchas, fueron sus enemigos más encarnizados; habitaron en Cundinamarca y Tolima; eran de origen caribe, altos, fornidos y de imponente presencia; sus principales ocupaciones eran la caza, la pesca, el robo y la guerra; en los combates no tenían reparo en devorar los hijos a su padres y bebían con avidez la sangre tibia de los muertos; usaron terribles venenos para las flechas. Si por rara excepción pedían alguna vez la paz, encargaban de hacerlo a las mujeres.

    Celebraban el nacimiento del hijo primogénito comiendo sus carnes en un banquete. Su diversión predilecta era la borrachera. Las numerosas tribus en que se subdividieron tomaron los nombres del lugar en que vivían; tales son, por ejemplo, los de los anolaimas, anapoimas y ambalemas; eran muy supersticiosos y tenían como único dios al demonio.

    Los Citaraes, Chamies y Noanames habitaron en el Occidente del país en el Chocó. Los Citaraes, menos activos e industriosos que los Cunas, fueron también, como los Noanames, refractarios a la dominación ibera; los Chamies viven de la agricultura y de la cacería.

    Los quimbayas

    Los quimbayas merecen atención especial, sobre todo por su habilidad portentosa en trabajos de oro, en la que no fueron superados por ninguna de las naciones del Continente americano.

    La gran familia quimbaya pertenecía a la raza andina. Habitaron los quimbayas en la zona comprendida entre los nevados de Santa Isabel y el Ruiz, en región bella, rica y fértil sobre toda ponderación, cuya extensión era de quince leguas de longitud por diez de ancho.

    El indio quimbaya, de muy buena presencia, gustaba pintarse el rostro y ataviarse con plumajes y multitud de joyas; se deformaba el cráneo; era

    de pequeña estatura y fuerte complexión; era generoso y desinteresado; de carácter franco y sincero; recibió a los conquistadores en son de paz; doblegó con facilidad la cerviz al yugo ibero, y fue luego el más leal de los aliados de los conquistadores.

    Los quimbayas prefirieron entre sus alimentos el maíz, del cual fabricaban el pan y la chicha, a la cual fueron muy aficionados. Cultivaron el cacao, el ají y el tabaco; la caza y la pesca les proporcionaron medios de subsistencia en abundancia.

    Aunque la mayor parte de estos indígenas andaban desnudos, algunos rodeaban la cintura con fajas de oro de gran flexibilidad; los señores, sobre todo en las fiestas, ostentaban túnicas de aldogón embellecidas con adornos de oro. El vestido lo suplía el quimbaya con oro, que, sobre todo en las fiestas y en la guerra, lucía en la cabeza, nariz, orejas, cuello, pecho, brazos, cintura, piernas y pies.

    Sus habitaciones eran de guadua y techo pajizo; eran cómodas y espaciosas, de modesta apariencia; situábanlas en las márgenes de los arroyos. En la vida del hogar la mujer llevaba la peor parte: mientras ella se dedicaba a duras fanes, el varón disfrutaba de apacible reposo.

    Por lo que a la organización civil respecta, los conquistadores hallaron en la nación quimbaya multitud de caciques que, en tiempo de guerra o en las grandes festividades, se congregaban para tomar las decisiones importantes; todos ellos obedecían a un señor poderoso, quien derrochaba extraordinario lujo.

    Tacurumbí presidía los destinos de los quimbayas al presentarse los conquistadores, quienes fueron por él agasajados con valiosos presentes. La jefatura suprema era heredada, como entre los chibchas, por los sobrinos hijos de hermana del gran señor de los quimbayas.

    El cadáver del soberano era cremado y sus despojos depositados en urnas de oro; con él sepultaban a sus esposas predilectas, a sus esclavas principales y sus objetos más valiosos.

    Las fiestas se efectuaban con ocasión de sus triunfos, cambio de soberano, matrimonios, nacimiento de niños notables y, sobre todo, con ocasión de los entierros; la mitad de los haberes del difunto se empleaba en la fabricación de la chicha; parte esencial de la fiesta era, por consiguiente, la borrachera; cantaban y danzaban acompañados de tambores e instrumentos músicos; acudían ataviados con vistosos plumajes y preciosas alhajas; divididos en bandos al terminar la festividad, concluía ésta con un fiero combate entre ellos mismos.

    Industria muy notable entre los quimbayas fue la explotación de fuentes de agua salada; la agricultura les mereció mediano cuidado; prefirieron la caza y la pesca; tejieron bellas mantas de algodón y hamacas; labraron la piedra con perfección admirable y fueron también notables por su artística cerámica. De la arquitectura no se preocuparon. Su comercio consistió, sobre todo, en el intercambio de sal por oro.

    Lo que inmortalizó a los quimbayas fue su portentosa orfebrería; el oro fue su metal predilecto; brillaba, como hemos dicho, sobre todo en sus fiestas y en sus guerras, y sin conocer los reactivos químicos, lo manejaban como dócil cera; se ha asegurado que nuestros modernos joyeros son incapaces de fabricar iguales prodigios; empleaban el oro solo o en aleaciones con cobre; con dichos elementos hacían cascos para sus cabezas, planchas para el pecho, fajas para la cintura, collares, pulseras e innumerables adornos; las láminas de oro amartilladas asombran por su tersura y brillo.

    No fueron los quimbayas creadores de obras; en éstas solamente imitaron con perfección acabada las obras de la naturaleza; objeto especial de su imitación fueron los animales alados, como el águila y el búho; otros animales con frecuencia imitados fueron también el sapo y la danta. Entre sus instrumentos músicos se han encontrado ocarinas de barro y silbatos de oro.

    Los quimbayas, entregados a la vida muelle, perdieron paulatinamente su belicosidad prístina; tuvieron forzosamente que ser guerreros, por razón de las luchas continuas con sus indeseables vecinos. Al combate acudía el quimbaya adornado con sus mejores arreos, ataviado con bellos plumajes y reluciente de oro por la infinidad de joyas, su cabeza y pecho iban protegidos por cascos y láminas de oro y tumbaga, y sus banderas ondeaban al viento relucientes de preciosos dijes. Los prisioneros de guerra eran sacrificados y devorados en las fiestas.

    Estos indígenas temían e invocaban al demonio; supersticiosos, profesaban gran aprecio a sus hechiceros, quienes gozaban de inmunidad y eran independientes de los caciques; preocupados los quimbayas de los placeres de la presente vida, tuvieron en poco las creencias religiosas; no construyeron templos ni rindieron culto a los astros o a los ídolos. Su concepto sobre la vida futura era muy material. Muerto el individuo, si era notable, se le velaba una noche bebiendo chicha, llorando y contando sus hazañas; el cadáver, después de ser quemado, era depositado en urnas o enterrado con sus objetos preferidos.

    Sucumbió este pueblo artista ante el ímpetu de los conquistadores, debido al mal trato de los mineros y a las epidemias de viruelas —singularmente la de 1592—; los restos supervivientes del pueblo, que se habían retirado a las montañas, fueron disipados por la violencia de los indios pijaos y putimaes.

    Pijaos. El presidente don Juan de Borja les reputó como una parcialidad de los panches, por consiguiente, de procedencia caribe. Habitaron entre los nevados del Tolima y del Huila, en un territorio cuya extensión era de unas cien leguas; su número en tiempos de la Conquista, se aproximaba a ciento veinte mil.

    Eran de complexión fuerte y renegridos; alimentábanse de los productos del robo y de sus pequeñas sementeras, que escondían en el corazón de las montañas; se comían unos a otros y tenían carnicerías públicas de carne humana; andaban desnudos y vivían en miserables e improvisadas chozas, que abandonaban para proseguir su vida errante.

    Fueron los pijaos la nación más feroz y más aguerrida que encontraron los conquistadores en nuestro suelo; para subyugarlos tuvieron éstos que recurrir casi al exterminio de la raza. Eran valientes, ágiles, diestros para la natación y la carrera e incomparables lanceros, y superaron a la mayor parte de las naciones indígenas de América en la táctica de las emboscadas.

    Los pijaos practicaron la exogamia, adoraron el Sol y eran muy supersticiosos; para aplacar a la divinidad, que suponían ávida de sangre, le ofrendaban víctimas inocentes.

    Los pijaos fueron el azote de centro importantes, como Buga, Cali, Popayán, Neiva e Ibagué.

    Tierra Adentro

    Tierra Adentro es el territorio donde aún moran los descendientes de los paeces; éstos ocuparon en tiempos de la Conquista la zona comprendida entre los nevados del Huila y el Puracé; la geografía de Tierra Adentro presenta características muy singulares; suelo abrupto, cubierto por tupidos bosques, surcado por profundos torrentes; abundan en él las fuentes de agua salada y las minas de oro y plata.

    Cultura de Tierra Adentro

    Ocupa Tierra Adentro por sus monumentos el segundo lugar entre los centros arqueológicos de nuestro país.

    El teatro preciso de esta notable civilización se halla situado en el norte del Departamento del Cauca, en el vértice del Nevado del Huila.

    La extensión del territorio asciende a 3.000 kilómetros cuadrados, en los cuales moraban unos 25.000 indígenas —paeces—, pertenecientes al grupo homogéneo chibcha.

    Las culturas de Tierra Adentro y de San Agustín son culturas hermanas, habiéndose con razón afirmado que Tierra Adentro fue poblada durante algunos siglos por individuos pertenecientes a la civilización agustiniana.

    Hállanse en el territorio numerosas estatuas que presentan gran semejanza con las de San Agustín.

    Los templos de Tierra Adentro. — Por hoy lo más notable en la cultura de Tierra Adentro son los suntuosos templos; hállanse éstos excavados en la roca viva; su número asciende a dieciocho; una escalera conduce a los salones; tienen éstos de ancho unos cinco metros y su altura es tal que en ellos puede el visitante movilizarse sin tropiezo; el techo presenta la forma de arco; dos grandes columnas, coronadas con figura humana, parecen sostener el techo, y otras pilastras semejantes a las mencionadas parecen reforzar las paredes del templo, en las cuales se hallan incrustados lo nichos que guardan los venerados restos. Los templos están esmeradamente decorados con figuras romboides de color negro y rojo.

    Centro muy singular de interés arqueológico en Tierra Adentro es San Andrés de Pisimbalá.

    Los paeces pertenecen a la familia lingüística chibcha; son de estatura bien proporcionada, fuertes y ágiles; tienen frente elevada y estrecha, ojos negros y pequeños, nariz aguileña; pómulos salientes, boca grande, labios gruesos, barba puntiaguada; su fisonomía expresa profunda indiferencia; aunque entre los hombres se encuentran exponentes de hermosura salvaje, las mujeres carecen de atractivo y se hacen repulsivas por su acostumbrado desaseo. Son los paeces taciturnos, ladinos, desconfiados, rencorosos y crueles.

    Viven de los productos de la agricultura; cultivan en pequeña escala maíz, ñame, calabaza, caña de azúcar y coca; abusan extraordinariamente de la chicha.

    Visten una ruana larga que, doblada sobre los hombros, deja libre los brazos y la ciñen en la cintura mediante una faja. Las mujeres gustan mucho adornarse con collares y zarcillos.

    Sus habitaciones, muy desaseadas, consisten en un aposento cuadrado, cubierto con techo pajizo; usan una sola puerta y no tienen ventana; suele haber en la casa un telar, donde la mujer fabrica los toscos lienzos para el uso de la familia.

    Los paeces no se agrupan en poblados; sitúan sus pequeñas mansiones en sitio estratégico, difícil de ser escalado, desde donde pueden vigilar los pasos de sus agresores. Viajan siempre durante la noche por los senderos más ocultos y de dificultoso tránsito. Sus determinaciones las efectúan con asombrosa celeridad.

    La base de su organización social es la familia, sólidamente constituida; en ella la autoridad del padre es reverenciada; la madre, respetada. En las deliberaciones, el consejo de los ancianos es acatado.

    Los desposados conviven por vía de experimento durante un año; si después de dicho tiempo hay inteligencia mutua, efectúan el matrimonio definitivo. Los esposos se conservaban luego con rigor la fidelidad.

    Los paeces jamás han formado nación unitaria; las tribus, independientes entre sí, se confederan ocasionalmente en casos de guerra, en los cuales obedecen a un jefe común, cuya autoridad cesa con el peligro que los confederó.

    Descollaron como nación guerrera hábilmente organizada, y obligaron a evacuar sus dominios repetidas veces al gran paladín Sebastián de Belalcázar, quien en la última ocasión se presentó al frente de aguerridas huestes —doscientos hombres, de los cuales cien eran jinetes—.

    Fueron los paeces quienes decidieron para ellos gloriosamente la batalla de Abirama, en la cual fue hecho prisionero Pedro de Añasco. Este triunfo les aseguró para siempre la independencia. Lograron imponerse a los aguerridos pijaos. Caloto, Timaná y La Plata fueron luego por ellos inquietadas. Entre sus armas manejaron con habilidad las lanzas, algunas de las cuales tenían de longitud cuarenta palmos.

    No descollaron por sus armas. Su lengua es la única sobreviviente de los caribes que ocuparon el Alto Magdalena. Por lo que a sus ideas religiosas respecta, los conquistadores las hallaron muy escasas y vagas. Su idioma no tiene términos para expresarlas; los hechiceros gozaron entre ellos de gran influencia. Los jesuitas trabajaron entre los paeces por espacio de veinticinco años (1629 a 1654). En la región de Tierra Adentro se adelantan con actividad excavaciones arqueológicas.

    Cercanos a los paeces hallábanse los pantágoras, ágiles y fornidos; su dios era un indio arrebatado a otra tribu, al cual sacrificaban después de cierto número de lunas.

    Avanzando hacia el sur tropezamos con el teatro de la civilización agustiniana.

    Situación. — Floreció esta notabilísima cultura en el sur del departamento del Huila; comprende el territorio arqueológico los municipios actuales de San Agustín, San José de Ismos, Saladoblanco y una zona del territorio de Tierra Adentro, en el departamento del Cauca. La región arqueológica abarca una extensión aproximada de 500 kilómetros cuadrados.

    Distancia de Bogotá — Hállase situado este centro de civilización a 520 kilómetros de la capital de la República. El recorrido puede hacerse a la población de San Agustín por buena

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