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Eso no estaba en mi libro de historia de los faros
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Eso no estaba en mi libro de historia de los faros
Libro electrónico443 páginas6 horas

Eso no estaba en mi libro de historia de los faros

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Testigos de abordajes, de batallas navales, de barcos hundidos, de pescadores perdidos en la bruma... Los faros son los grandes desconocidos costeros. Este es un viaje colosal por las grandes luminarias que conectan el mar con los puertos y costas. Los faros forman parte de la historia de nuestro mundo. Desde la antigüedad, sus destellos han sido un recordatorio constante de la fuerza de la naturaleza y de la fragilidad del hombre que, en su empeño por dominarla, los fabricó para guiar a los marineros en su cruenta lucha contra el oleaje. Estos centinelas solitarios llevan siglos proyectando consuelo a las tripulaciones y son salvavidas costeros que inmortalizan nuestra historia de amor con el mar, al tiempo que nos alertan de sus peligros.

Erigidos sobre una torre —que, en ocasiones, adquiere carácter de atalaya— son guía, seguridad y compañía que luce para cualquier embarcación sin importarle su nacionalidad ni sus circunstancias económicas, políticas, religiosas o sociales. Su luminaria ha sido vigía de los marineros en la oscuridad, su esperanza en las tormentas, y la caricia incandescente que les acercaba a las costas. Han sido testigo de abordajes, del retorno de los pescadores a casa, del hundimiento de buques magníficos... y de marineros engullidos por las fauces saladas. También de emigrantes que huyen de la pobreza y de flotas de guerra que han arrasado países o se han destruido entre ellas.

Los fareros han salvado náufragos con sus propias manos y los han alojado en sus casas; han sufrido todo tipo de desastres meteorológicos, han pasado hambre, frío y miedo. Personas anónimas que, a veces, han sido héroes, otras simples trabajadores y, de vez en cuando, pícaros. Trabajadores en situaciones extremas que ha dejado su huella entre los destellos y que no merecen quedar en el olvido. Todos los faros son diferentes pero, en el fondo, todos son iguales Este libro es un homenaje a una profesión abocada a la extinción, que nació con el primer fuego que se hizo en una costa —tal y como Homero relata en su Odisea¬— para guiar a los navegantes. En sus páginas conoceremos la historia de las luminarias más representativas de la historia, al tiempo que reivindica la conservación de los faros como edificios históricos, singulares e inspiradores, repasando los más emblemáticos de toda la historia. No en vano, uno de los últimos fareros españoles es el autor de estas páginas.
IdiomaEspañol
EditorialLid Editorial
Fecha de lanzamiento23 jun 2020
ISBN9788418346002
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    Eso no estaba en mi libro de historia de los faros - Mario Sanz Cruz

    Introducción

    Los faros son una parte importante de la historia de nuestro mundo, cubierto de agua en más de un setenta por ciento. Desde hace muchísimos años han constituido la conexión de los navegantes con las costas: han sido su guía, su seguridad y su compañía.

    En este trabajo he intentado reunir una buena cantidad de anécdotas de faros españoles, junto con otras de faros de muy diferentes países porque en el mar no hay fronteras, y para los navegantes ninguna señal marítima es extranjera. Los faros lucen para todos los barcos, sin importarles su nacionalidad ni sus circunstancias económicas, políticas, religiosas o sociales.

    Este libro trata de ser un homenaje a una profesión, declarada a extinguir, con un pasado de abnegación y trabajo duro, que por desgracia se queda sin futuro. Una profesión que se desvanece al ritmo que se jubilan sus últimos representantes. Los últimos fareros y fareras seguimos aferrados a las señales históricas pero, conscientes del paso del tiempo, tenemos los ojos y la mente en el horizonte de la moderna señalización marítima. Eso sí, siempre reivindicando la conservación de los faros, que son edificios históricos, singulares e inspiradores, que deben ser protegidos y acondicionados para que todo el mundo pueda visitarlos y disfrutarlos.

    Capítulo 1.

    Los faros

    Faros históricos

    No toda luz que se enciende y apaga es un faro. Precisa el ritmo.

    Eugenio D’Ors

    Aunque describir faros históricos no es el propósito principal de este trabajo, es imprescindible empezar por el principio, para después pasar a lo específico.

    Hay muchos faros que por su antigüedad, por sus especiales características o por su monumentalidad, se han convertido en faros históricos, apreciados por mucho más que su simple utilidad como señales marítimas, que no es poco. Unos siguen en pie, otros desaparecieron por los avatares de la historia y algunos pueden desaparecer si no se toman medidas para su conservación.

    Para empezar tenemos el faro de Alejandría, el más conocido del mundo, a pesar de que no quedan restos visibles. Se construyó entre los años 295 y 280 antes de Cristo. Estuvo situado en la isla de Pharos, en la desembocadura del Nilo, frente al puerto de Alejandría.

    Ptolomeo II se propuso construir una alta torre para guiar a los numerosos barcos que acudían a Alejandría y para que identificase a la ciudad desde lejos. El arquitecto Sostrato de Cnido dirigió las obras que, enseguida, adquirieron un aspecto impresionante. El faro era una torre de tres cuerpos: el primero de base cuadrada, el segundo octogonal y el tercero cilíndrico. La altura total se estima en 122 metros, pero varía según las fuentes. Al parecer, el faro tenía un juego de espejos que reflejaban el sol por el día y por la noche ayudaban a dar más alcance al fuego que se encendía en su linterna.

    El antiguo faro fue desmontado, en parte, por los bizantinos entre los años 661 y 715, creyendo, por leyendas que se contaban, que había tesoros escondidos en su interior, pero desistieron al darse cuenta del engaño. En el 736, un terremoto destruyó la parte superior de la torre y dañó sus cimientos, ya deteriorados por la acción del mar. 130 años después, el sultán egipcio Ahmed-Ben-Tutún reparaba el faro, colocándole una linterna de madera. En el año 995, otro terremoto volvía a causar daños en la parte superior, desmoronando 30 codos. En 1274, el sultán mameluco Vibras sustituía la cúpula y construía una pequeña mezquita en la parte baja. En 1302, un nuevo temblor lo destruía casi por completo, y, en 1349, ya no quedaban vestigios del más famoso de los faros sobre la isla que les dio nombre a los demás. En los últimos años, las prospecciones submarinas realizadas en la zona han descubierto algunos restos del histórico faro, que fue una de las siete maravillas del mundo antiguo.

    El personaje que dio nombre a la isla de Pharos fue un piloto de la nave de Menelao, en su regreso a Troya, llamado Pharo, que murió en la isla a causa de la mordedura de una serpiente.

    Rodas es la más importante de las islas Esporadas y la ciudad del mismo nombre es la capital del archipiélago griego del Dodecaneso. Su situación geográfica privilegiada para comerciar entre Grecia, Asia Menor y Egipto la convirtió en el centro comercial más importante del Mediterráneo oriental.

    Con su rey Demetrio I Poliarcetes a la cabeza, conocido por su experiencia en el arte militar de los asedios, los macedonios decidieron atacar Rodas, pero la ciudad resistió con valentía y paciencia. Para celebrar el triunfo, se decidía elevar un monumento en el puerto, dedicado a Helios o a Apolo, según los autores consultados.

    El famoso coloso se construyó entre los años 285 y 277 antes de Cristo, bajo la dirección de Cares de Lindos. Era una gran escultura de bronce de un tamaño que varía entre 30 y 70 metros de altura, según las fuentes. En ella el dios aparecía desnudo y con las piernas abiertas, con un pie descansaba en cada muelle de la bocana y entre sus piernas pasaban los barcos que arribaban al puerto de Rodas. En la mano derecha sostenía una gran copa, con acceso interior, donde se encendía una hoguera para orientación de los navegantes.

    En el año 225 a.C., un terremoto lo derribó, quebrándolo por las rodillas. El coloso permaneció caído sobre el puerto mucho tiempo. Aunque Ptolomeo ofreció ayuda para repararlo, no volvió a levantarse porque los habitantes de Rodas, siguiendo el consejo del oráculo, decidieron dejar sus restos donde cayeron.

    En el año 653, la ciudad fue tomada por los sarracenos. Su jefe, Mauviah, vendió la estatua a Jew, un mercader judío de Edessa, que la desmanteló y tuvo que emplear mil camellos para transportar sus pedazos, terminando así con la historia del mítico coloso, que fue otra de las siete maravillas del mundo antiguo.

    Los romanos, que navegaron durante siglos por el Mediterráneo y demás costas de Europa, edificaron más de cuarenta faros para guiar a sus flotas, y para levantar algunos de ellos aprovecharon anteriores torres púnico-cartaginesas. De esta red de faros romanos, pocos siguen en pie y solo uno, la torre de Hércules, sigue funcionando como faro.

    Un ejemplo de faro romano era el de Messina, al noreste de Sicilia. Dos monedas de Sexto Pompeyo, del año 35, lo muestran como una torre cilíndrica acabada en cúpula, sobre la que se hallaba una estatua de Neptuno con su tridente. En 1546, Carlos V ordenaba levantar una nueva torre sobre las ruinas del faro romano, que es la del actual faro de san Raineri.

    Otro ejemplo fue la torre de Orden, en la costa norte francesa. Este faro fue edificado por Calígula, cerca de Boulogne. Su forma era octogonal, con doce pisos en disminución y una altura de 200 pies. Después de varias restauraciones, se derrumbó en 1644. Enfrente, al otro lado del canal de la Mancha, se situaba el faro romano de Dover.

    En la península ibérica había cinco faros romanos. Dos estaban situados en Cádiz: la torre de Cepión y la torre de Gádir. Tres se ubicaban en Galicia: la torre de la Lanzada, las torres del Oeste y la torre de Hércules. En Mallorca, por su parte, se encontraba la torre de Pollensa.

    Torre de Hércules. Foto: Mario Sanz.

    Sin duda, el faro romano más conocido es la Torre de Hércules, situado en la ciudad de La Coruña. También es el faro más antiguo que permanece funcionando en el mundo.

    La de Hércules es una torre de planta cuadrada, hecha de piedra granítica, con dos cuerpos superiores, uno octogonal y otro cilíndrico. Tiene casi 50 metros de altura y su altura focal es de 106 metros sobre el nivel del mar.

    Este faro romano fue edificado en el siglo ii, por mandato del emperador Trajano al arquitecto Cayo Servio Lupo. Algunos historiadores consideran que la torre de Hércules tiene unos 3000 años. Según la leyenda, después de que Hércules matara a los gigantes, enterró sus huesos y construyó el faro sobre la tumba. De momento, los huesos de los gigantes no han aparecido en las excavaciones que hay en su sótano, pero merece la pena visitarlas.

    Las creencias populares hablaban de un espejo mágico situado en su cima y de un candil maravilloso que permitían descubrir barcos a gran distancia.

    En la Crónica general, de Alfonso X el Sabio, se dice que un sobrino de Hércules, el rey Ispahán, fue el continuador de la obra y que, como era «Ome muy Sabidor», construyó un gran espejo en el que se viesen las naves que a larga distancia cruzaban el océano y lo puso sobre la torre para resguardarlo de gentes que pudieran arribar al puerto con ánimo de guerrear.

    Florián Ocampo rechaza la existencia de ese espejo afirmando que lo que había sobre la torre era fuego de lumbreras.

    Baltasar Porreño, en su Nobiliario del Reyno de Galicia, de 1572, al hablar de este faro, unía, a la fábula del espejo, la del candil cuya llama nunca se apagaba.

    Las revueltas de los siglos xv y xvi, las luchas entre familias feudales en las que intervino la iglesia, la guerra de los Irmandinos y el sitio de la ciudad por el pirata Drake, dejaron el faro en ruinas, hasta que Carlos III mandó restaurar su luz en 1785.

    En este antiquísimo faro se han vivido muchas historias personales. Una de ellas la publicaba el Heraldo de Madrid del 15 de mayo de 1915. El torrero de Hércules, Manuel Navarro, al ver a una joven que pretendía suicidarse, se arrojó al agua para salvarla, sin conseguirlo, y pereció también ahogado. El farero dejó viuda y dos hijas pequeñas huérfanas, a quienes no quedó pensión, porque solo llevaba diez meses en el cuerpo.

    La Torre de Hércules ha visto muchos naufragios en su dilatada vida. Primero pequeñas embarcaciones cargadas de ánforas, después barcos mercantes de vela, como El Gallego, que naufragó en 1770 y produjo la pérdida de muchas vidas humanas. En épocas más cercanas, el 13 de mayo de 1976, el petrolero Urquiola entraba en la bahía de La Coruña, cargado de crudo para la refinería. Antes de las ocho de la mañana enfilaba el canal para entrar en el puerto. Cuando el práctico se dirigía hacia él, el Urquiola tocaba fondo y en su casco se abrían las primeras grietas. La decisión de sacar a mar abierto el petrolero no resultó como se esperaba, ya que por segunda vez y con mayor fuerza, el buque tocó en el mismo bajo, reventaron varios tanques y comenzó el vertido de petróleo. Cuando la proa estaba casi sumergida debido a la inclinación que sufrió la nave, el capitán ordenó su evacuación. Solo él perdió la vida. Hasta el último momento el práctico, Benigno Sánchez, permaneció a bordo del buque y cuando se produjo el incendio se lanzó al mar, alcanzando a nado la costa tras nadar dos millas.

    El 3 de diciembre de 1992, otro petrolero, el Mar Egeo, en medio de enormes olas, se golpeaba con la costa de punta Herminia, partiéndose en dos. Tras una explosión, las llamas y el crudo se propagaron por el mar. Desde el primer momento se pensó en una negligencia, ya que el buque comenzó la maniobra sin práctico y terminó derramando 80.000 toneladas de crudo.

    La Torre de Hércules continúa en su sitio, a pesar del paso de los siglos, dando su característica orientación para los navegantes. Actualmente el faro es visitable y desde su balcón puede verse una magnifica panorámica de la ciudad de La Coruña y del océano Atlántico.

    Como colofón, me complace comentar que el 1 de febrero de 2008 todos los faros importantes de España se encendían, a medio día, para apoyar que este faro, cargado de historia, fuese nombrado Patrimonio de la Humanidad. Al año siguiente se conseguía el objetivo. Aunque, para mí, todos los faros deberían serlo.

    En las extensas costas y en los enormes ríos de China existen torres con forma de pagoda que sirvieron para señalizar la navegación. La más conocida es Mahota Pagoda, que se puso en funcionamiento en el año 874. El monje Ru-Hai la construyó en el centro del río Mao, cerca de Shanghái. Esta antigua señal luminosa consistía en una torre hecha de ladrillos y madera, que tenía colgada de su parte alta una linterna. Esta luz se encendía por la noche, y era utilizada como faro por los barcos que surcaban el río. El uso de esta pagoda como faro se prolongó hasta el final de la dinastía Song, en 1279.

    Las pagodas faro también han señalizado el río Qiantang, que desemboca en la bahía de Hangzhou, al suroeste de Shanghái. Se cuenta que la pagoda faro Liuhe Ta fue diseñada para aplacar una posible ola gigante, gracias a la conjunción de seis armonías budistas, de donde deriva su nombre: la tierra, el cielo y los cuatro puntos cardinales. La tradición oral atribuye su construcción a Liuhe, un joven que luchó con el dios de las mareas para salvar a su padre, que era pescador. El edificio, reconstruido varias veces, se cree que data del siglo séptimo. La construcción en voladizo de sus trece pisos es muy espectacular, pero seis cornisas son falsas y solo existen siete pisos en el interior de la estructura.

    En el mar de China oriental hay otras dos torres de ladrillo y madera con forma de pagoda, son las luces de Jingxin. En el 868 se construyó la pagoda Este, y un siglo después se construyó la pagoda Oeste, en la misma isla. Las dos pagodas aún se utilizan como enfilación.

    Uno de los faros más antiguos de España es el de Porto Pi, en la capital de la isla de Mallorca. La primera referencia escrita de este faro data de 1300, y se calcula que fue construido diez años antes. Porto Pi ha tenido varios cambios de ubicación y numerosas reformas en su torre, que actualmente consta de cuatro cuerpos. Los dos primeros son cuadrados y los dos últimos prismáticos de piedra, con una altura total de 38,80 metros.

    En 1370, las roturas de cristales en el faro de Porto Pi eran frecuentes, no solo por las tormentas sino porque había gente que se entretenía en romperlos a pedradas. Por eso el gobernador de Mallorca, en un bando, amenazaba a los autores de estos desmanes con el castigo de un día en la picota para los menores de 12 años o con la pérdida de la mano derecha para mayores de edad; y eso si la rotura se produjese de día, porque si se producía de noche se castigaría con la horca. Pese a la brutalidad de los castigos, con los que no puedo estar de acuerdo, me alegra ver que, en algún momento, las autoridades le concediesen tanta importancia a los faros, cuando tantas otras veces han sufrido la desidia y el abandono.

    En 1612 se construyó un fuerte lindando con el faro, tan cerca que cuando disparaban los cañones se rompían los cristales de la linterna y el viento apagaba la luz. Por ello se decidió trasladar el faro a la antigua torre de señales. Una vez situado el faro en la torre de señales, al farero le tocó hacer también el trabajo de vigilar la llegada de los buques que venían en demanda de puerto, advirtiendo a la ciudad con un sistema de señales que fue variando con el paso del tiempo.

    En esta época la luz ardía todos los días, desde el toque de queda de las campanas de la catedral hasta el amanecer. Si el tiempo y el mar eran bonancibles se encendían doce lamparillas de las veinte que formaban el alumbrado. Si la noche estaba muy cubierta se encendían todas.

    Actualmente, en las dependencias de este faro están expuestas ópticas y otros restos de faros antiguos de Baleares, en lo que constituyó el primer museo español dedicado a las señales marítimas. Su visita es muy recomendable.

    Hacia 1362 se construyó un primer faro, sobre la antigua torre de 1092, en el islote francés de Cordouan, en la desembocadura del río Garona. Este faro estaba atendido por ermitaños, que encendían hogueras con leña en su parte alta. La muerte del ermitaño Galfredus de Lasparre y el abandono de la isla por los pescadores que la habitaban, dejaron el faro sin servicio, con su torre en ruinas.

    En 1611, al percatarse de la clara la necesidad de esta señal, Louis de Foix construía otro faro, según él, con la belleza de una catedral. Pero pocos años después, el mar destruía el rompeolas y un rayo derribaba 25 pies de su parte superior.

    En 1790 se levantaba la actual torre de 67,5 metros de altura. Esta nueva torre es cilíndrica en su parte inferior y troncocónica en la superior, apoyada sobre una base circular de más de 40 metros de diámetro, con muro de piedra.

    A este faro y al islote en que se encuentra se les llamó de Cordouan en honor a los comerciantes cordeleros españoles que pasaban por la zona. La antigua cámara inferior y la capilla aún se mantienen. Los franceses le consideran el faro más bonito del mundo.

    En el faro hay un busto del poco modesto arquitecto Louis de Foix y debajo una inscripción que, traducida, dice así:

    Cuando admiro maravillado esta obra de mi osadía

    yo, De Foix, siento el espíritu asombrado

    llevar a los pensamientos de mi entender

    el gentil ingenio de este soberbio trabajo

    y con mucho lenguaje ensimismado

    te alaba sutilmente de esta manera:

    ¡Oh! Muy bienaventurado tu espíritu

    que eriges este faro en el acantilado

    que frenas los embates del furioso elemento.

    Y del malicioso Neptuno, la tempestad, la tormenta,

    lo emprendiste para perpetuar tu gloriosa memoria

    y con ella has adquirido un honor infinito

    que no acabará hasta que este faro,

    a la terminación del mundo

    no llegue a su fin.

    Faro de Trafalgar con plantas. Pintura de Eduardo Sanz.

    El faro de Trafalgar está situado en un punto estratégico del estrecho de Gibraltar, por donde han pasado naves de todas las culturas. El lugar es conocido como promontorio de la Caverna, en árabe Taraf-al-gar. En sus alrededores se han encontrado restos de todas las dominaciones. De los árabes se conserva, junto al faro, la torre de Trafalgar, que data del siglo ix.

    Sus aguas fueron escenario de la famosa batalla del 21 de octubre de 1805, entre los ingleses, comandados por el almirante Nelson, y la escuadra franco-española, al mando de Villeneuve, que partiendo, respectivamente, de los puertos de Gibraltar y Cádiz, se encontraron allí, con el resultado que todos conocemos.

    El faro de Trafalgar se inauguró en 1862, con una torre troncocónica de piedra, de 29,5 metros de altura, adosada a un edificio rectangular. Se asegura que el faro fue levantado sobre un antiguo faro romano y que se usaron materiales procedentes de las ruinas de un templo romano y de una pila de sacrificios. Desde hace muchos años, las playas que rodean el faro son conocidas como playas de las Calderas, por los abundantes naufragios de vapores que en ellas se producían. La torre se reforzó en 1929 dándole el curioso aspecto actual, con refuerzos en forma de acanaladuras.

    Para los marinos, Trafalgar es un punto de referencia esencial y debe cruzarse muy a mar o muy a tierra, ya que en medio están los peligrosos bajos de la Aceitera, que han llenado de pecios esta zona.

    Para muchos ingleses este faro es el punto final de un viaje histórico, en busca del lugar donde sucedió la batalla conmemorada en su famosa Trafalgar Square, de Londres.

    El primer proyecto de construir un faro moderno en Chipiona fue muy ambicioso, y planeó levantar, en el islote de la Salmedina, el faro de roca con la torre más alta del mundo, de 100 metros de altura. Desestimado el proyecto por su dificultad y su elevado coste, se colocó una modesta luz en la torre de la iglesia, mientras se construía, sobre la restinga del Perro, la torre de faro más alta de España, con 63,5 metros, y un edificio monumental para alojar a los torreros y zonas comunes.

    La inauguración de las obras del faro de Chipiona, el 30 de abril de 1863, fue muy sonada. Se puso la primera piedra con numerosos invitados y se celebró una misa en honor de la Virgen de la Regla que, después, fue sacada en procesión. Pero a los asistentes les esperaba una sorpresa. Desde la noche anterior corría el rumor de que, en el bajo de Salmedina, había varado un buque, y recordando la reciente pérdida de un barco inglés, resonó la voz unánime de los espectadores, solicitando que se llevase la sagrada imagen hasta colocarla enfrente del buque. Así se hizo y la muchedumbre se hincó de rodillas en la playa, rogando por la salvación del buque. Terminado el rezo se llevó la imagen hasta el lugar que había de ocupar el faro. De pronto una voz de júbilo llenó a todos de alegría, el buque se había salvado, la oración había llegado al cielo. El buque hinchó velas y poco a poco fue desapareciendo.

    Milagros aparte, la construcción de este faro, que trataría de evitar sucesos como el anterior, fue trabajosa. El valor artístico y la complicada forma de este faro requirieron organizar cursos de geometría para los canteros gallegos que trabajaban en su obra. Una reseña histórica dice: «Era cosa peregrina ver cómo aquellos hombres, después del agotador trabajo de todo el día, acudían a las explicaciones teóricas, a resolver problemas en la pizarra».

    Las paredes del faro están hechas con piedras ostioneras que se han ido soldando entre sí, lo que le convierte en un enorme monolito, con 344 escalones para llegar a su cima.

    Gracias a un precioso libro de José Mateos y Abel Feu, editado por el Ayuntamiento de Chipiona, podemos ver que este magnífico faro ha impresionado a muchos poetas.

    Como ejemplo sirven estos versos de Manuel Machado:

    Qué flamenco y qué cabal

    el faro de Chipiona:

    moviendo solo los brazos

    baila al compás de las olas.

    La famosísima Estatua de la Libertad se encuentra en la isla de Bedioc, en el puerto de Nueva York, y es símbolo de la ciudad y de los Estados Unidos.

    Antes de ser llevada a su actual ubicación, la estatua, compuesta por 300 placas metálicas, fue armada en la plaza Malesherbes, de París, para que el público pudiese contemplarla. Los que la vieron decían que el pecho y la cabeza salían por encima de los tejados de las casas, y se admiraban de sus medidas. Se comentaba en prensa que la circunferencia de la cintura era tal que, en su interior, se dio un almuerzo de 26 cubiertos.

    La estatua de 46 metros de altura, sin contar el pedestal, fue regalada a los Estados Unidos por el Gobierno francés el 4 de julio de 1884. Realizada en cobre por el escultor Frederic Auguste Bartholdi, su nombre original es La libertad iluminando al mundo.

    Fue inaugurada el 28 de octubre de 1886, y en su parte alta estuvo alojada una luz que hizo a la estatua servir como faro hasta 1902, siendo además el primer faro que se electrificó en los Estados Unidos, gracias a un generador.

    Esta estatua, visitable por dentro, fue mudo testigo de las enormes oleadas de emigrantes que llegaban a la isla de Elis, y vio cómo se incendiaba el vapor General Slocum, en 1904, que se cobraba más de mil víctimas mortales.

    La estatua-faro también ha visto como caían las Torres Gemelas que, junto a ella, eran otro de los símbolos de la ciudad y del poder estadounidense.

    Moneda de medio peso con el faro a Colón.

    El faro a Colón se inauguró en 1992 en la ciudad de Santo Domingo. El faro es un enorme edificio de base en forma de cruz, que se eleva como una pirámide escalonada, y contiene el Museo de la Américas y un mausoleo con los supuestos restos de Colón.

    El primer intento de construir un monumento dedicado a Colón, en la primera ciudad del nuevo mundo, viene de mediados del siglo xix, cuando el historiador Antonio Delmonte lanzaba la idea en su libro Historia de Santo Domingo. Después, el estadounidense William Ellis Pulliam promovía la idea del faro monumental, en la prensa. Pero el proyecto no empezaría a ser serio hasta la Quinta Conferencia Internacional Americana, celebrada en 1923 en Santiago de Chile, donde se recomendó la participación de todos los países iberoamericanos en la realización y financiación del ambicioso proyecto.

    En 1929 se convocaba un concurso de ideas para el faro a Colón, al que se presentaron arquitectos de 48 países. En 1931 se resolvía el concurso a favor del arquitecto J.L. Gleave. Pero la obra se fue demorando y no empezó a construirse hasta 1986, bajo el poco transparente gobierno de Joaquín Balaguer. A su culminación, la inauguración, que según Balaguer tenía que ser un magno acontecimiento coincidiendo con el V Centenario del descubrimiento de América, se convirtió en una agria polémica; sobre todo por el enorme dispendio que se realizó en un país que se moría de hambre.

    Un artículo de Joaquím Ibarz, titulado «Un faro contra Colón» y publicado en La Vanguardia el 6 de octubre de 1992, ilustra el ambiente que rodeó a la inauguración del faro a Colón:

    La construcción de un monumento faraónico en medio de la pobreza de la República Dominicana convierte el quinto centenario en un agravio.

    (…) El historiador Frank Moya dice que «el faro es una cruz gigantesca colocada sobre las espaldas del pueblo dominicano». Agrega este crítico de la obra que «mientras se construía el faro, los recién nacidos eran envueltos en periódicos por falta de sábanas en los hospitales».

    (…) Nadie sabe lo que ha costado la construcción del faro, la cifra se oculta como secreto de Estado. Las estimaciones varían desde 35 a 250 millones de dólares. En todo caso, una cantidad muy alta para un país con un presupuesto inferior a 1000 millones de dólares anuales.

    (…) Roldán Mármol, cantante, sociólogo y coordinador del grupo 500 Años de Resistencia, lamenta que la Comisión Dominicana del V Centenario sea «retrógrada, elitista y racista, muy diferente de la línea aperturista que quiso dar España a la conmemoración». Afirma que el faro «es un feo monumento a la desigualdad».

    Para construirlo, el Gobierno desalojó a más de 10.000 familias que vivían en barrios marginales y arrasó sus míseras casas. Con el fin de que desde el monumento no se pudiera ver la pobreza de los barrios aledaños, hace escasos días se terminó un muro de más de dos metros de alto y de unos tres kilómetros de largo.

    Desde luego, en casos así, sería preferible tener un faro menos en este mundo.

    En 1927, se inauguró el faro Della Vittoria, en Trieste. Su torre en forma de columna clásica acanalada, coronada por un ángel de bronce sobre la linterna, es un monumento dedicado a los marineros ahogados, que han sido innumerables. Se comenta que fue uno de los faros más costosos del siglo xx.

    Otro ejemplo de monumentalidad y modernidad nos lo describía la revista Señales Marítimas del 1 de septiembre de 1933: «A la entrada del puerto de Messina va a construirse una columna de 55 m de altura, en cuyo extremo superior habrá un globo luminoso, que representará el mundo. Este globo será encendido el día 13 de agosto de 1934, desde Jerusalén, por el Sr. Marconi, por medio de la radio».

    Faros problemáticos

    En el faro la vida tiene el límite duro apandado, infinito, intestinal del muro.

    Carlos López Beltrán

    Los faros han tenido, en sus muchos años de historia, anécdotas, alegrías, tragedias y todo tipo de sucesos; pero algunos de ellos, por su alta concentración de acontecimientos negativos o por la variada naturaleza de estos, pueden encuadrarse en el apartado de faros problemáticos, aunque también muchos faros problemáticos se han incluido en otros capítulos.

    El faro D’ en Pou está situado en un islote cercano a Ibiza. La escasa elevación de su emplazamiento, a cuatro metros sobre el nivel del mar, provocaba que, al mínimo oleaje, el mar llegara al edificio donde residían los torreros. Los temporales introducían el agua dentro de las viviendas, haciéndolas inhabitables, hasta tal punto que los torreros tenían que retirarse a las antiguas casernas utilizadas durante la construcción del faro, algo más resguardadas del oleaje. Cada verano se reparaban inútilmente los desperfectos del invierno anterior.

    Por fin, el faro se reformaba en 1902. Para acceder a la torre y evitar los golpes de mar, a los que estaban expuestos los torreros, se construyó una galería subterránea que comunicaba el edificio de viviendas con la torre del faro, separado unos metros. La galería estaba tapada con losas que formaban un camino exterior utilizable con buen tiempo.

    Pero la reforma no acabó con los problemas. Un telegrama, enviado por el ingeniero jefe de Baleares al director general de Obras Públicas, notificaba la ruina del edificio a consecuencia del temporal desatado el 10 de septiembre de 1913. Un patrón de pesca daba noticias del faro D’en Pou, comentando que una tromba había arrancado la cubierta y derribado tabiques, había convertido el edificio en escombros, pero que la torre había quedado sin novedad con el alumbrando encendido. Las familias de los torreros se refugiaron en la isla Espalmador, y la única contusionada fue la esposa del encargado.

    El diario mallorquín La Región, del día 16, comentaba que la fuerza del viento hizo temer a los torreros que alguno de los individuos de las dos familias que habitaban en la isla fuese arrastrado al mar, por lo que se refugiaron en el edificio. Pero fue inútil, porque el vendaval levantó la cubierta, arrancó de cuajo puertas y ventanas, derribó tabiques y destrozó muebles y utensilios.

    Tres embarcaciones de los torreros fueron arrojadas por el ciclón contra las rocas.

    Los torreros pidieron auxilio, y al rescate acudieron el patrón de pesca Ramón Ferrer y tres marineros, que se embarcaron en el falucho Antonio Carlos para socorrerles.

    Los torreros pasaron una noche durísima, pues además del cuidado del faro, con las averías y destrozos causados, debían atender a María Tur, contusionada por haberle caído encima uno de los tabiques que derrumbó el viento.

    Dos días después, acudió al faro el vaporcito Salinas, con el ayudante de Obras Públicas, varios obreros y el suplente, que visitaron el edificio desmantelado, las cocinas destrozadas, la torre, el túnel y la linterna y, comprobaron que el temporal había destruido la lente con la que se producía el destello rojo y uno de los cristales de la linterna.

    En el edificio solo quedaron con techumbre una cocina y un retrete. Todo lo demás lo derribó el temporal.

    En 1935 se automatizaba el faro y se eliminaba la residencia obligatoria en el islote, lo que acabó con los padecimientos de los torreros y de sus familias.

    Ya desde que se iniciaron las obras, el emplazamiento del antiguo faro de la Cruz de Sóller, en la isla de Mallorca, empezó a dar problemas. Una comunicación del ayudante José Ribas a la Jefatura decía que antes del montaje del faro experimentó un violento temporal y vio que las olas alcanzaban 6 metros de altura, estrellándose en la punta y en el bufador que se extiende bajo el faro, produciendo en el edificio violentas conmociones y la inundación de la azotea.

    El bufador es una cueva donde penetra el mar, y cuando hay temporal del noroeste hace subir una columna de agua a enorme altura, produciendo un espantoso mugido que se oye a varios kilómetros.

    Los problemas se recrudecían con el tiempo. En oficio de 7 de marzo de 1865, el torrero manifestaba que, a causa del viento huracanado del oeste, las olas penetraban en la cueva haciendo temblar el edificio y, al salir por la boca, el agua se elevaba hasta 30 metros sobre la cúpula del faro. El torrero se vio obligado a abandonar la señal y trasladar a su familia a un lugar más seguro. La luz llegó a apagarse dos veces, pero logró reponerla con la ayuda del sargento de Carabineros.

    Para aliviar la situación del personal, en 1923, las familias y los torreros se fueron a vivir a las antiguas casernas que se utilizaron en la construcción del faro, situadas en un punto más elevado. Pero esto, lejos de ser una solución, agudizó

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