Ménage de compañeros de piso
Por Maria Lucy
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¡Un picante romance navideño!
Una joven pareja, Joe y Rosalyn Copeland, está experimentando la peor época navideña. Él perdió su trabajo en el Viernes Negro, y ella ha sufrido grandes contratiempos en su negocio en línea. Para empeorar las cosas, no tienen suficiente dinero para darse regalos, y menos para pagar la renta.
Paige Haskins es la enérgica compañera piso de veintidós años que ve a sus amigos enfrentarse a esta dificultad económica. Cuando a la pareja se le acaba las opciones, Paige les ofrece una propuesta que podría resolver sus problemas y cumplir sus más profundos y oscuros deseos.
¿Cuál es esta idea loca que Paige tiene para sus compañeros de piso? ¿Estarán dispuestos a poner en riesgo su matrimonio para alcanzar el fin de mes? ¿Quién realmente se beneficia del alocado plan que prepara su joven compañera? Descubre más en Ménage de compañeros de piso: una feliz Navidad.
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Ménage de compañeros de piso - Maria Lucy
Capítulo 1
Arrastrado firmemente por las garras de las locas festividades y sus compras que tendían a la destrucción, a Joe no le quedó más opción que prepararse para el impacto o defenderse. Su chaleco de trabajo había sido arrancado por esta basura larguirucha de sujeto, y su nuevo enemigo fue muy claro con él y todos a su alrededor de que se estaba vengando severamente de Joe. El deplorable cliente tomó a Joe de sus ropas y tiró de él, haciendo que cruzara el mostrador, juntó su cara con la de él y escupió al rostro de Joe con cada palabra.
Joe Copeland nunca había sido muy pacífico ni era agresivo, pero simplemente hacía su trabajo. El Viernes Negro estaba en pleno auge y de seguro había ofertas a montón en esta tienda departamental de un pueblo pequeño, pero Joe tenía que aclarar todos los cambios de precio y anulaciones con su gerente. Sin importar lo ocupada que estaba la tienda, Joe no tenía otra opción más que pedir ayuda. Eran las pequeñas molestias como los chequeos de precios que hacían el trabajo de Joe más difícil de lo que deseaba.
El Viernes Negro parecía alargarse, aunque la tienda estaba inundada de clientes. Joe fichó su entrada antes de la medianoche y había estado ocupado desde entonces. Las puertas de seguridad se abrieron a las doce de la mañana y los compradores llegaron a raudales para tomar sus ofertas favoritas y pelear por el último juguete de diseñador o aparato electrónico. Por suerte, todo lo que Joe tenía que soportar era la fila de kilómetro y medio que se dirigía a su caja registradora. Transacción tras transacción, Joe lo manejó todo con gracia y paciencia.
Pero Joe sabía que habría problemas cuando el desgarbado caballero se acercó a él en la fila. El hombre se quejó abiertamente de lo lenta que se movía, que sentía que la tienda era una estafa y que él habría manejado la fila mucho mejor. Armado de paciencia, Joe alegremente saludó al hombre cuando fue su turno. Salvo un par de cajas de antidiarreicos, todo lo que el hombre iba a comprar era una enorme muñeca para niñas.
Cuando Joe pasó la etiqueta de la muñeca por el escáner, el hedor del hombre emergió del peluche. Mientras estaba en la fila, el sucio sujeto debió haberla mantenido cerca de su cuerpo. El olor a cerveza, cigarros, orina y un nauseabundo aroma corporal se colaba de la tela del juguete y ahora el niño afortunado tendría algo adicional al más nuevo juguete en el mercado. El niño obtendría un recuerdo de su repugnante padre.
‒Ah-ah. ‒El hombre sacudió la cabeza velozmente‒. Eso es nada más cinco billetes. Lo dice el pasillo.
‒Oh, lo siento por eso. ‒Joe sonrió‒. Tendré que llamar al gerente para que verifique el precio.
La cara del hombre estaba cubierta por una gruesa barba desigual y sobre ella había un crecido bigote parecido al de una morsa. Con cada palabra que decía, el bigote ondeaba juguetonamente sobre su boca sin dientes. Tenía una camisa de franela sin mangas, por lo que mostraba sus viejos tatuajes y sus brazos delgados. Una sucia gorra de béisbol se balanceaba sobre su grasienta melena que estaba perfectamente esculpida en un peinado corto por delante y largo por detrás. Los ojos del hombre se hundieron hasta la parte de atrás de su cabeza y miró a todos con sospecha. Uno podría especular que era drogadicto, pero bien podría ser confundido por cualquier rata de alcantarilla o basura humana.
El hombre se opuso al protocolo de Joe.
‒No, hombre. ‒se movió nerviosamente‒. Son cinco, hombre, no te miento. ¡¿Por qué me jodes?!
‒Señor, lo siento, pero es nuestra política revisar los precios, yo solo...
Apenas Joe había murmurado las palabras, su cliente se transformó en agresor. Las grasosas manos del hombre salieron disparadas, cruzaron la cinta transportadora, tomaron a Joe del cuello de la camisa