El compañero perfecto
Por Miranda Lee
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Miranda Lee
After leaving her convent school, Miranda Lee briefly studied the cello before moving to Sydney, where she embraced the emerging world of computers. Her career as a programmer ended after she married, had three daughters and bought a small acreage in a semi-rural community. She yearned to find a creative career from which she could earn money. When her sister suggested writing romances, it seemed like a good idea. She could do it at home, and it might even be fun! She never looked back.
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El compañero perfecto - Miranda Lee
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2002 Miranda Lee
© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
El compañero perfecto, n.º 2 - mayo 2018
Título original: A Man for the Night
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com
I.S.B.N.: 978-84-9188-569-6
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
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Los hombres eran un caso perdido, pensó Josie Williams mientras conducía hacia su trabajo el lunes por la mañana.
—Al menos en lo que a mí respecta —murmuró.
Tendría que haber sabido que Angus era demasiado bueno para ser verdad. La experiencia tendría que haberle hecho buscar los defectos ocultos en vez de ir como una estúpida tras un sueño imposible… otra vez.
Soltó un débil suspiro. A ese paso nunca iba a encontrar lo que buscaba en un hombre.Por Dios, ya tenía veintiocho años, con un matrimonio fallido y una legión de novios ocasionales a sus espaldas.
—Soy una gafe —masculló mientras giraba el coche hacia la calle donde había quedado con Kay.
Tenía la cita a las nueve y media, y el reloj del salpicadero marcaba ya las diez menos veinte. No era frecuente que ella llegara tarde un lunes por la mañana, sobre todo desde que trabajaba para sí misma.
Pero aquel día, tras apagar el despertador, se había quedado en la cama pensando en el fiasco con Angus la noche anterior y en su desgraciada vida.
¿Sería por su culpa? ¿Tenía mala suerte o quizá esperaba demasiado de los hombres?
Tal vez fuera eso último, pero ella no podía conformarse con menos de lo que siempre había soñado: amor verdadero y sexo salvaje.
Claro que lo del sexo salvaje prefería mantenerlo en secreto. No quería que sus amigas la mirasen igual que su ex marido en su luna de miel, como si fuera una especie de ninfómana desequilibrada. Así que cuando le preguntaban qué era lo que esperaba en un hombre, ella se limitaba a responder: «Compromiso y atención».
Pero, a pesar de unas exigencias tan abreviadas, Deb y Lisa opinaban que estaba buscando algo irreal. Y, tuvieran razón o no, Josie se resistía a aceptar la opinión de sus dos compañeras de piso.
Deb, una atractiva rubia sin novio desde hacía más de un año, era la más cínica de las dos. Pensaba que todos los australianos eran unos egoístas cuya idea del compromiso y la atención era recordar el nombre de su novia cuando se estaban acostando con ella. Lisa, una voluptuosa pelirroja que acababa de romper con su novio tras encontrarlo en la cama con la vecina, estaba pasando por la fase del odio a todo el género masculino.
Josie estaba infinitamente agradecida de que sus padres se hubieran ido de viaje y le hubieran encargado vigilar la casa. Gracias a ello no vería a Deb ni a Lisa hasta el miércoles por la noche, cuando tenían su cita semanal. No se veía con fuerzas para soportar su insufrible mezcla de compasión y sarcasmo, aderezada con una grotesca retahíla de calificativos para los hombres.
Por suerte Kay no hablaba como ellas, pensó Josie cuando vio a su empleada esperándola junto a su coche. Kay Harper creía en la capacidad de amor de los australianos. Era comprensible, ya que estaba casada con un hombre fantástico, Colin. Si Kay no hubiera sido tan agradable, seguramente Josie hubiera sentido celos de ella.
Aparcó su coche plateado en el hueco libre que había tras el deportivo azul de Kay, quien la esperaba con una sonrisa en su bonito rostro.
A pesar de sus treinta y cinco años, Kay aparentaba ser mucho más joven, gracias a sus rasgos élficos, su esbelta figura y su melena teñida de rubio. Kay era una firme partidaria de cambiar la imagen propia si no gustaba a una misma, como verificaba la operación de nariz que se hizo años atrás.
—Siento llegar tarde —dijo Josie con una sonrisa de disculpa mientras salía del coche—. Me he quedado dormida.
—¿En serio? —las cejas teñidas de Kay se arquearon sugerentemente—. Eso suena prometedor. ¿He de suponer que pasaste una buena noche con Angus?
Josie puso una mueca de desagrado. ¿Qué podía decir? Mentir era una tontería, pero no quería hablar del tema con nadie, ni siquiera con Kay.
— No, no fue así.
—Oh, ¿qué pasó?
—Nos encontramos con una antigua pareja suya.
—Oh, cariño, tuvo que ser una situación muy incómoda.
—Ni te lo imaginas. Esa antigua pareja era un hombre.
—¿Qué? —Kay pareció tan anonadada como lo estuvo Josie al descubrirlo—. Pero… pero no sabía que Angus fuera gay.
Las dos habían conocido a Angus dos meses atrás, cuando Josie lo contrató para actualizar la página web de su empresa. Y las dos habían pensando que era un hombre de lo más atractivo.
—Pero si es gay —siguió Kay—, ¿por qué demonios te pidió salir?
—Él dice que no es gay —respondió Josie secamente—. Tan solo bisexual. De hecho, me preguntó si estaba interesada en montar un trío.
—¡Puaj! —exclamó Kay con una mueca de asco.
—Lo mismo digo —por muy salvajes que fueran sus fantasías, nunca iban más allá de compartirlas con una pareja heterosexual, y se preguntaba qué le habría hecho pensar a Angus que a ella pudieran gustarle ese tipo de cosas. Tal vez hubiera sido el modo que tuvo de besarlo en su última cita…
—Supongo que te alegrarás de haber mantenido tu regla de «nada de sexo hasta la tercera cita» —dijo Kay. De pronto, la miró con espanto—. Mantuviste esa regla con él, ¿verdad?
—Sí, gracias a Dios. Pero anoche era nuestra tercera cita y estuve pensando en hacerlo. Tiemblo de pensar en lo cerca que estuve del desastre. Quiero decir… Me he acostado con otros hombres, pero jamás había puesto en riesgo mi salud mental.
—Bueno, entonces no ha pasado nada grave. Al y fin y al cabo, no estabas enamorada de él, ¿verdad?
—¿Cómo lo sabes?
—Recuerdo cómo estaba yo cuando me enamoré de Colin. Nada que ver con cómo estás tú ahora.
—¿Y cómo estuviste?
—Completamente desconcentrada en el trabajo. Lo sabrás cuando te enamores de verdad, Josie, porque en el tiempo que llevo trabajando para ti, eso todavía no ha pasado.
—No, supongo que no —reconoció Josie—. Y empiezo a dudar de que alguna vez ocurra.
—Ocurrirá. Hay demasiados peces en el mar.
—Eso dices siempre. Pero tengo el presentimiento de que todos los hombres interesantes de Sydney son gays.
—¡Tonterías! Sydney está llena de hombres heterosexuales que merecen la pena.
—Sí, pero todos están casados con mujeres como tú. Y hablando de ti… —Josie decidió que había que cambiar de tema—, vas a tener que hacer un buen trabajo de decoración con el próximo encargo.
—Oh, oh… Eso me parece un mal presagio.
—Confío plenamente en ti. Vamos adentro y te enseñaré nuestro próximo desafío —condujo a Kay al bloque de apartamentos de tres plantas y subieron al segundo piso.
—¿Cuál es el precio inicial? —preguntó Kay con preocupación en cuanto cruzaron la puerta.
Josie se mordió el labio. Tenía que reconocer que el apartamento tenía mucho peor aspecto aquel día que cuando lo inspeccionó el sábado. Claro que entonces había estado muy entusiasmada por su inminente cita con Angus, sin contar con que lucía un sol espléndido que iluminaba alegremente las habitaciones vacías con vistas al mar.
Pero aquella mañana de lunes el cielo no solo estaba cubierto de nubes.
—¿Josie? —la apremió Kay mientras abría y cerraba uno de los armarios de la cocina.
Josie se esforzó por borrar el pesimismo. Ya había pasado por un divorcio, y no tenía intención de volver a hundirse. Era muy difícil no preocuparse por su vida sentimental aquella mañana, pero de ningún modo iba a permitir que eso interfiriera en su trabajo. El trabajo siempre la había ayudado a superarlo todo, lo cual era más de lo que cualquier hombre le había dado.
—Cuatrocientos noventa y cinco mil —respondió con renovada convicción.
—Déjate de bromas —dijo Kay—. ¿Por este vertedero?
—No es ningún vertedero —replicó Josie—. Es un apartamento de dos dormitorios con vistas a Manly Beach. La semana pasada una vivienda similar se vendió en una subasta por quinientos setenta mil.
—Seguro que no estaba en estas condiciones.
—No, claro que no. Ahí es donde entramos nosotras.
—Pero dijiste que la subasta es dentro de dos semanas. Apenas tenemos tiempo…
—Es tiempo más que suficiente —insistió Josie—. Y no es la primera vez que hacemos un trabajo así —después de todo, su empresa, Property Presentation Perfect, estaba especializada en ese tipo de remodelaciones.
Eso mismo le había dicho al agente inmobiliario el sábado, apoyada con un extenso dossier de la empresa. Cuando el agente pareció dudar, Josie le hizo una oferta que ningún hombre de negocios podría rechazar:
—Si no se vende en la próxima subasta, no se cobrarán los honorarios. Y si vende, PPP cobrará cinco mil dólares más un diez por ciento de la cantidad ofrecida.
Por lo general, Josie no hubiera ofrecido unos términos tan generosos, pero PPP no estaba pasando por sus mejores momentos en su segundo año de negocios. Esa era una de las razones por las que había necesitado una actualización de la página web. La competencia en Sydney era muy alta en esos tiempos. Con la proliferación de los programas televisivos de bricolaje y carpintería, la gente prefería cada vez más hacer las reformas por ellos mismos que encargarlas a unos profesionales.
Sin embargo, había esperanzas de que las cosas mejoraran. Josie había empezado a solicitar trabajo de la forma tradicional, yendo de puerta en puerta. Había comenzado con las agencias más importantes de North Shore, una de las zonas más ricas de Sydney, con la suposición de que cada una de ellas tendría al menos un cliente millonario. Solo había encontrado a un agente inmobiliario dispuesto a darle una oportunidad, pero este hombre le dijo que si el trabajo salía bien, muy gustosamente la recomendaría a todos sus contactos.
—Tenemos que triunfar con esto —le dijo Josie a Kay—. De lo contrario, tendrás que buscarte otro trabajo y yo tendré que volver a trabajar con mi padre.
—Cielos, menuda presión… —comentó Kay—. Bien, está claro que es un desafío. Esta decoración es muy antigua. Los azulejos del baño son rosas y grises, por amor de Dios. Y en cuanto a la cocina… —hizo un gesto despectivo hacia el lóbrego y anticuado diseño—. Solo parece útil para llenarla de porquería.
—No después de que le apliques tu toque mágico —la animó Josie. Las posibilidades de Kay con una brocha eran ilimitadas—. Con el color y el mobiliario adecuados este lugar puede valer hasta un millón de dólares.
—Hace un rato no estabas tan optimista —observó Kay riendo.
—No tiene sentido ser de otra manera —repuso ella encogiéndose de hombros—. ¡Así que deja de ser tan negativa!
—Como tú digas… pero recuerda que tenemos menos de dos semanas para conseguir un milagro, lo que significa que no podemos contratar a nuestro personal habitual. Hay que avisarlos con semanas de adelanto.
—No hay problema —dijo Josie alegremente—. Además, en esta ocasión no podemos permitirnos contratar a mucha gente. Tendremos que hacer nosotras mismas casi todo el trabajo. El presupuesto solo alcanza para pagar a un electricista y a un fontanero, y el agente me dijo que podíamos contar con el suyo. Están siempre preparados para hacer las reparaciones necesarias en sus alquileres. De lo contrario solo estamos tú y yo, nena —abrazó a su compañera y sonrió.
Kay levantó la vista para mirar a los ojos a su alta jefa y se echó a reír.
—Como ya he dicho, está claro que no te enamoraste de Angus… A propósito, ¿qué tienes pensado hacer el próximo sábado por la noche? Quiero decir… No tienes a nadie que te acompañe a la reunión de tu clase, ¿verdad?
La expresión de horror de Josie le dijo a Kay que su jefa se había olvidado por completo de la reunión con sus compañeros del instituto. No pudo menos que compadecerse de ella. Sabía cuánto deseaba llevar a Angus a esa reunión. Y por qué quería hacerlo.
La única vez que Josie había asistido a una de esas reuniones había sido cinco años atrás, después de romper su matrimonio. Le había confesado a Kay lo mal que lo había pasado aquella noche. Se había sentido como una fracasada ante sus compañeros, en especial ante Amber, que había hecho una entrada triunfal en la fiesta del brazo de su novio multimillonario.
Por lo visto, esa Amber había sido el suplicio de Josie en la escuela. Una pequeña bruja engreída de pelo rubio, que nunca perdía la ocasión de humillarla. Y puesto que ese año la fiesta iba a celebrarse en la lujosa mansión de Amber, quien había acabado casándose con el magnate, Kay podía entender muy bien la angustia de Josie.
—No creo que puedas ir sola otra vez, ¿verdad?
—Antes prefiero que me arrojen a los leones —respondió Josie, horrorizada ante semejante posibilidad—. Porque sería precisamente lo que ocurriría. Ser arrojada a los leones. O a las leonas, para ser más precisa.
—Supongo que lo dices por Amber, la respetable anfitriona. ¿Sabes? Yo trabajaba con alguien parecido. Una mujer que me odiaba a muerte por ser mejor decoradora que ella. Me atrevo a decir que aquí ocurre algo similar, Josie. Esa princesita se sentía amenazada por ti en el instituto. Eras tú quien la hacía sentirse inferior, no al revés. Te veía como a una rival.
—¿A mí? No sé cómo. Créeme: Amber Sinclair no tenía rival alguna en la escuela. Además de ser la más guapa y la más popular de la clase, era la más lista. Esa chica tiene cerebro, Kay. No es solo una rubia mona. Lo único en lo que pude superarla fueron las matemáticas, pero ella era la mejor en todas las demás asignaturas. No puedo entender por qué la sacaba tanto de quicio; de verdad que no.
—Prueba a mirarte al espejo.
—Pero en la escuela yo no era guapa en absoluto,