El arte de conspirar
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El arte de conspirar legitima la conspiración como medio para echar al hostil sucesor, colocando a Rantzau y a María Julia como los valerosos protagonistas.
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El arte de conspirar - Mariano José de Larra
Mariano José de Larra
El arte
de conspirar
Barcelona 2024
Linkgua-ediciones.com
Créditos
Título original: El arte de conspirar.
© 2024, Red ediciones S.L.
e-mail: info@linkgua.com
Diseño de cubierta: Michel Mallard.
ISBN tapa dura: 978-84-9897-340-2.
ISBN rústica: 978-84-96428-04-1.
ISBN ebook: 978-84-9897-047-0.
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar, escanear o hacer copias digitales de algún fragmento de esta obra.
Sumario
Créditos 4
Brevísima presentación 9
La vida 9
Personajes 10
Acto I 11
Escena I 11
Escena II 13
Escena III 16
Escena IV 18
Escena V 20
Escena VI 23
Escena VII 29
Escena VIII 33
Escena IX 37
Escena X 42
Acto II 45
Escena I 45
Escena II 46
Escena III 52
Escena IV 55
Escena V 60
Escena VI 63
Escena VII 64
Escena VIII 66
Escena IX 69
Escena X 70
Escena XI 73
Escena XII 75
Acto III 79
Escena I 79
Escena II 83
Escena III 84
Escena IV 88
Escena V 91
Escena VI 96
Escena VII 96
Escena VIII 98
Escena IX 99
Escena X 102
Escena XI 103
Acto IV 107
Escena I 107
Escena II 108
Escena III 112
Escena IV 113
Escena V 115
Escena VI 118
Escena VII 123
Escena VIII 124
Escena IX 124
Escena X 126
Escena XI 129
Escena XII 130
Acto V 137
Escena I 137
Escena II 140
Escena III 141
Escena IV 145
Escena V 146
Escena VI 149
Escena VII 150
Escena VIII 152
Escena IX 153
Escena X 153
Libros a la carta 159
Brevísima presentación
La vida
Mariano José de Larra (Madrid, 1809-Madrid, 1837), España.
Hijo de un médico del ejército francés, en 1813 tuvo que huir con su familia a ese país tras la retirada de las fuerzas bonapartistas expulsadas de la península. Como dato sorprendente cabe decir que a su regreso a España apenas hablaba castellano. Estudió en el colegio de los escolapios de Madrid, después con los jesuitas y más tarde derecho en Valladolid. Siendo muy joven se enamoró de una amante de su padre y este incidente marcó su vida. En 1829 se casó con Josefa Wetoret, la unión resultó también un fracaso.
Las relaciones adúlteras que mantuvo con Dolores Armijo se reflejan en el drama Macías (1834) y en la novela histórica El doncel de don Enrique el Doliente (1834), inspiradas en la leyenda de un trovador medieval ejecutado por el marido de su amante. Trabajó, además, en los periódicos El Español, El Redactor General y El Mundo y se interesó por la política.
Aunque fue diputado, no ocupó su escaño debido a la disolución de las Cortes. Larra se suicidó el 13 de febrero de 1837, tras un encuentro con Dolores Armijo.
Personajes
María Julia, reina viuda, suegra de Cristiano VIII, rey de Dinamarca
El conde Beltrán de Rantzau, miembro del consejo de Estruansé, primer ministro
Falklend, ministro de la Guerra, miembro del consejo de Estruansé
Federico de Geler, sobrino del ministro de Marina
Carolina, hija de Falklend
Koller, coronel
Berton Burkenstaf, mercader de sedas
Marta, su mujer
Eduardo, su hijo
Juan, mancebo de su tienda
Jorge, criado de Falklend
Bergen, señor de la corte
Un ujier
El presidente del tribunal supremo de justicia
Pueblo
Acto I
Comedia en cinco actos y en prosa
La escena se supone pasar en Copenhague en enero de 1772
Salón del palacio del rey Cristiano. A la izquierda la habitación del rey. A la derecha la de Estruansé
Escena I
Koller, sentado a la derecha; al mismo lado Grandes del reino, militares, empleados de palacio, pretendientes, con memoriales, esperando la audiencia de Estruansé.
Koller (Mirando a la izquierda.) ¡Qué soledad en las habitaciones del rey! (Mirando a la derecha.) ¡Qué multitud a la puerta del favorito!... Si yo fuera poeta satírico, mi empleo era el más a propósito... ¡capitán de guardias en una corte donde un médico es primer ministro, la mujer del médico reina y el rey nada! Ya se ve, ¡un rey débil y enfermo! ¿Quién ha de mandar? ¡Paciencia!... Para eso está aquí la Gaceta, que ve en eso nuestra mayor felicidad... (Leyendo para sí.) ¡Hola!... Otro decreto... «Copenhague, 14 de enero de 1772. Nos Cristiano VIII, por la gracia de Dios rey de Dinamarca y de Noruega, por la presente hemos venido en confiar a su excelencia el conde de Estruansé, primer ministro y presidente del consejo, el sello del Estado; y mandamos que todos los actos emanados de él se guarden, cumplan y obedezcan en todo el reino, sin más requisito que su sola firma, y aunque nos no pongamos la nuestra...» Ahora comprendo la causa del gentío que acude esta mañana a cumplimentar al favorito... ¡eh! ya es rey de Dinamarca... este decreto es una abdicación del otro... (Viendo llegar a Bergen.) ¡Ah! ¡vos aquí, querido Bergen!
Bergen Sí, coronel, ¿Veis qué gentío en la antecámara?
Koller Aguardan que se levante el amo.
Bergen Desde que amanece le llueven las visitas.
Koller Eso es muy justo. Ha hecho tantas él cuando era médico, que es razón que se las paguen ahora que es ministro. ¿Habéis leído la Gaceta de hoy?
Bergen No me habléis de eso... Todo el mundo está escandalizado. ¡Qué descaro! ¡Qué infamia!
Un ujier (Sale de la habitación derecha.) Su excelencia el conde de Estruansé está visible.
Bergen Perdonad. (Se mete entre la multitud y entra en la habitación de la derecha.)
Koller ¡También éste va a pretender! He aquí los hombres que logran los empleos, y nosotros por más que pretendamos, ¡nada!... Pues bien; antes morir que deberle la menor gracia... ¡tengo demasiado orgullo para eso! Cuatro veces me ha negado ya... a mí... el coronel Koller, el grado de general, que tengo tan merecido, aunque no deba yo decirlo... pues hace diez años que lo pretendo. Pero le ha de pesar... él sabrá quién soy yo... ¿No quiere comprar mis servicios?... Se los venderé a otros. (Mirando al foro.) La reina madre, María Julia; viuda, a su edad... demasiado pronto por cierto... ¡Es terrible! razón tiene para aborrecerle más que yo.
Escena II
La reina, Koller
Reina (Mirando alrededor con inquietud.) ¡Ah! ¡sois vos, Koller!
Koller Nada temáis, señora; estamos solos: todos acaban de entrar a besar los pies de Estruansé y de la hermosa condesa... ¿Habéis hablado al rey?
Reina Ayer, como teníamos convenido, le hallé solo en un cuarto retirado triste, pensativo... se le caían las lágrimas, y estaba haciendo fiestas a su enorme perro, su fiel compañero, el único de sus dependientes que no le ha abandonado. «Hijo mío, le dije, ¿no me conoces? —Sí, me contestó; sois mi madrastra... no, no, añadió cariñosamente, mi amiga, mi verdadera amiga, porque me tenéis lástima, ¡me venís a ver!...» Y alargándome la mano, me decía afligido: «¡Veis qué malo estoy! Yo muero, señora, y no hay remedio para mí».
Koller ¿No es cierto, pues, que esté privado del juicio, como quieren hacernos creer?
Reina No, sino viejo antes de tiempo, aniquilado enteramente por excesos de toda especie: se han embotado sus facultades, y se ha debilitado su cabeza hasta el punto de no poder soportar el menor trabajo, la más ligera ocupación: hasta el hablar le cuesta un esfuerzo... pero al oír lo que se le dice, se animan sus ojos, y brillan con una expresión particular. Ayer su semblante manifestaba muy al vivo cuánto sufría, y me dijo con una sonrisa amarga: «Ya lo veis; todos me abandonan. ¿Y la condesa? ¿Y Estruansé? ¡Estruansé!... ¡lo quiero tanto! ¿dónde está? que venga a curarme».
Koller Entonces era ocasión de manifestarle... de abrirle los ojos...
Reina Ya lo hice; pero era preciso mucho tino... Sabéis lo que puede en el corazón de un enfermo pusilánime, abatido, débil, un médico que le promete la salud... la vida... Es su oráculo... su amo... ¡su Dios! Empecé, pues, por recordarle cuando ese hombre oscuro logró introducirse en palacio, a pretexto de la enfermedad del príncipe, y casi le hice ver que él lo mató errando torpemente la cura; le puse ante los ojos cómo después su carácter intrigante logró granjearle su intimidad, y adulando sus pasiones llevarlo él mismo de exceso en exceso al estado de postración en que se halla... con la idea sin