El diablo predicador
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El diablo predicador - Luis Belmonte Bermúdez
Luis de Belmonte Bermúdez
El diablo predicador
Barcelona 2024
Linkgua-ediciones.com
Personajes
Feliciano, galán
El guardián de san Francisco
El gobernador de Luca
Luzbel
Octavia, dama
Juana, criada
Teodora
Ludovico
San Miguel
Asmodeo
Fray Antolín
Fray Pedro
Fray Nicolás
Alberto, criado
Celio, criado
Un niño Jesús
Nuestra Señora
Tres pobres
Créditos
Título original: El diablo predicador.
© 2024, Red ediciones S.L.
e-mail: info@linkgua.com
Diseño de cubierta: Michel Mallard.
ISBN tapa dura: 978-84-1126-117-3.
ISBN rústica: 978-84-9816-340-7.
ISBN ebook: 978-84-9897-057-9.
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar, escanear o hacer copias digitales de algún fragmento de esta obra.
Sumario
Créditos 4
Brevísima presentación 7
La vida 7
Personajes 8
Jornada primera 9
Jornada segunda 49
Jornada tercera 105
Libros a la carta 145
Brevísima presentación
La vida
Luis Belmonte Bermúdez (Sevilla, ¿1598?-Madrid ¿1650?) España.
Poeta, cronista de Indias y dramaturgo español del Siglo de Oro.
Se discute su fecha de nacimiento, que parece demasiado tardía. Joven marchó a México y al año siguiente al Perú. Ya entonces se dedicaba de lleno a la literatura. Actuó como cronista y secretario en expediciones del general Pedro Fernández de Quirós y escribió una Historia del descubrimiento de las regiones Austriales hecho por el general Pedro Fernández de Quirós. Tras una nueva estancia en México regresó a España en 1616 y se estableció en Sevilla.
En 1620 vivió en Madrid y participó en las Justas poéticas de San Isidro. Desde entonces dejó la poesía y se consagró al teatro.
Es autor de dos poemas épicos: La aurora de Cristo y La Hispálica, este último sobre la conquista de Sevilla. Se conserva además media docena de piezas teatrales suyas; la más célebre es El diablo predicador. Que apareció como escrito anónimo por el desenfado y libertad de algunos caracteres, y solo tuvo problemas con la censura muchos años después.
Sus contemporáneos vieron en ella una exaltación de la orden franciscana y de la práctica de la caridad, pero después se entendió como una crítica anticlerical a causa del personaje cómico de fray Antolín. En esta obra Luzbel es castigado por san Miguel, a causa del hambre que hace pasar a unos franciscanos, a pedir limosna y tras ello se transforma en predicador.
Jornada primera
Baja Luzbel, en un dragón.
Luzbel ¡Ah, del oscuro reino del espanto,
estancia del dolor, mansión del llanto,
donde ya de otro daño sin recelo
la desesperación es el consuelo!
Abrid; y tú, de quien mi rabia fía
de esa noble y eterna monarquía
el gobierno en mi ausencia,
ven a mi voz.
(Sale Asmodeo, por un escotillón.)
Asmodeo Ya estoy en tu presencia;
pero, ¿qué te ha obligado
a que me llames?
Luzbel ¿No lo has penetrado?
Asmodeo No, príncipe, si bien creo que es mucha
la causa.
Luzbel La mayor.
Asmodeo Pues, dilo.
Luzbel Escucha.
Sobre este helado vestigio
en cuya forma triforme
di espanto en su Apocalipsi
al más venturoso joven,
para saber los que el yugo
de mi imperio reconocen,
en término de dos días
he dado la vuelta al orbe
y, de diez partes, las nueve
por las justas permisiones
del Criador eterno yacen
a mi obediencia conformes.
Los bárbaros sacrificios
me ofrecen, y adoraciones,
en las mentidas estatuas
de barro, de hierro y bronce.
La morisma en su vil secta,
y también otras naciones
que en una verdad disfrazan
mil diferentes errores,
sin que a ninguna de tantas
sus distantes horizontes
la disculpe de que al Dios
que todo lo hizo ignore,
pues no hubo en toda la tierra
clima tan ignoto donde
no llegasen, explicadas
por alguno de los doce
discípulos las verdades
de los cuatro historiadores;
ni parte donde el cruzado
leño, ya en llano o ya en monte,
no quedara por testigo
de su pertinacia torpe.
Solamente algunas partes
de la Europa se me oponen,
adorando al Uno y Trino,
y al Verbo por Dios y Hombre;
pero, aunque en ellas hay muchos
jardines de religiones
cuya agradable fragrancia
de sus penitentes flores,
penetra el eternos alcázar
para que a Dios desenoje
de lo mucho que le ofenden
los mismos que le conocen.
Los que me dan más tormento
son —¡ah, mi rabia me ahogue!—
esos hijos —sin nombrarle
será fuerza que le nombre—
de aquél por menor más grande,
de aquél más rico por pobre,
de aquel retrato de Dios
humanado tan conforme
que, si en un pesebre Cristo
nació, Francisco, por orden
también divina, un pesebre
para oriente suyo escoge.
Si tuvo, como maestro,
doce discípulos, doce
fueron los que de Francisco
siguieron también el norte.
Si el uno murió suspenso
de un árbol, no hay quien ignore
que otro de los de Francisco
murió pendiente de un roble.
Si de Jesús el sagrado
culto, la lluvia de azotes
le transformó en laberintos
de sangrientos tornasoles,
de la sangre de Francisco
todas las habitaciones
que tuvo parecen jaspes
salpicadas de sus golpes.
Si a Cristo la infame