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La Chica Que Torció El Brazo Del Destino: El camino exige homenaje
La Chica Que Torció El Brazo Del Destino: El camino exige homenaje
La Chica Que Torció El Brazo Del Destino: El camino exige homenaje
Libro electrónico268 páginas3 horas

La Chica Que Torció El Brazo Del Destino: El camino exige homenaje

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Hijos De La Anarquía se encuentran a La Chica Con El Tatuaje Del Dragón en esta novela de edad dístopica por venir.

Amazonas Motociclistas y Cantantes Celebridades

Hijos De La Anarquía se encuentran a La Chica Con El Tatuaje Del Dragón en esta novela de edad dístopica por venir.

Cuando la hija del principal cantante de griego fracasa en el canto, se entera de un grupo de mujeres motorizadas. ¿Conseguirá encontrar a la elusiva Orosa, la motovlogger de las motociclistas, cuando todo lo que debe hacer es andar en avistamientos al azar de comportamiento criminal, cuando su familia se opone a que ella siga este camino y cuando el patrón de su papá quiere retenerla por propositos de publicidad?

¿Quieres conocer más acerca de lo que le depara el destino a la sin voz de Aura? ¿Quieres conocer a las Amazonas? Entonces lee esta historia de un mundo por venir en donde el destino se torna un poco literal.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento13 dic 2020
ISBN9781547564231
La Chica Que Torció El Brazo Del Destino: El camino exige homenaje

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    La Chica Que Torció El Brazo Del Destino - George Saoulidis

    LA CHICA QUE TORCIÓ EL BRAZO DEL DESTINO

    George Saoulidis

    Copyright © 2017 George Saoulidis

    Todos los derechos reservados.

    ISBN: 9781530973231

    Lista de reproducción: Vídeo 1/67

    Gente gritó.

    Eran pequeños, en realidad.

    El autobús arremetió por la calle, los niños dentro gritaron con tal emoción cual si se encontraran en una montaña rusa; o quizá gritaron aterrorizados por tan inesperado siniestro.

    Una feroz mujer quién vestía una chaqueta de cuero aproximó su motocicleta al costado del asiento del conductor del autobús y le mostró una escopeta. Él espantado al verle, se desvío en dirección opuesta llevándose consigo un semáforo.

    Otra mujer, la cual era mucho más pequeña y fuerte que la primera, se interpuso entre el autobús y la escopeta.

    —¿Acaso enloqueciste? —le dijo palmeando la escopeta con la mano—. ¡Hay niños dentro!

    —No pensaba disparar —respondió la mujer airada mientras rechinaba los dientes.

    —Tu sabes que los accidentes pasan — La mujer pequeña fijó su dispositivo de comunicación de nuevo al canal general y ordenó:

    —Todo el mundo, nada de armas bajo ninguna circunstancia. Voy a entrar, mantengan el paso hasta que lo haya conseguido. Bremusa está al mando. —Bremusa, cuyo significado es mujer furiosa, enderezó su espalda y observó la ubicación de cada miembro del grupo en su casco inteligente. Ella envió comandos, vociferó órdenes y dijo a cada una de las señoritas que movieran sus gordos traseros.

    Otras motociclistas se acercaron de cada carril, todas mujeres, todas vestían trajes de combate fabricados de cuero. Estaban al frente y detrás del autobús escolar escoltándolo de manera rigurosa y limpiando el camino. Pese al tráfico que había, las dos motociclistas cabecillas sonaron el claxon pocas veces. Las personas advertían que al verles era mejor desviarse.

    El conductor del autobús le palabreó algo y viró a la izquierda para golpear su motocicleta. Ella estaba tan ocupada dando comandos que no tuvo tiempo a reaccionar, estuvo a punto de ser empujada a un costado yendo a 100 km/h. Vaya fortuna le esperaba. Incluso era probable que quedase atrapada entre las ruedas del autobús, y ser desgarrada al instante por el peso del vehículo.

    —¡Antioquía! —Exclamó Bremusa inclinándose hacia ella.

    El autobús empujó la motocicleta de la más pequeña de las dos mujeres a un costado, pudo maniobrar un poco, pero ella sabía que ya era tarde. Bremusa la sostuvo cuando estaba al borde de caer, inclinando su motocicleta al otro lado para conseguir equilibrarse. Antioquía se apoyó en la mano de Bremusa y se irguió haciendo cierto ángulo con la moto. Parecían estar en medio de una función de circo, con acrobacias en motocicletas a alta velocidad. Su motocicleta coleó detrás y finalmente se estrelló creando un ruidoso estruendo en el metal de una pared. No hubo explosión alguna.

    —¡Acércame un poco! —dijo Antioquía y Bremusa suspiró. Hizo tal como se lo había pedido, y Antioquía pudo sujetarse a una ventana del autobús.

    Pequeñas caras le miraban desde el interior, con dientes faltantes y las narices moqueadas. Con sus teléfonos ridículamente enormes para el tamaño de sus manos algunas grababan a la mujer que colgaba fuera de la ventana mientras el autobús corría a gran velocidad en la autopista.

    La iracunda enderezó su motocicleta y se mantuvo firme mientras mascullaba:

    «Gracias por salvarme Bremusa»

    »Sé que eres una excelente teniente Bremusa

    »Pero que manos tan fuertes tienes Bremusa«

    Y se aferró al volante.

    Antioquía se apuntaló por su preciada vida y asestó un golpe a la ventana.

    —Vamos pequeñas mierdas ¡Abran la ventana!

    Un pequeño con orejas preponderantes, se estiró hacia atrás y se escondió debajo del asiento.

    El conductor del autobús tomó una pistola y apuntó hacia donde estaba Antioquía; quien no se enteraba y se sostenía precariamente. Él conducía con su mano izquierda mientras cruzaba la derecha para apuntar el arma a ciegas, echando algunos vistazos a través del retrovisor.

    Bremusa gruñó y se quitó el casco. Lo tomó por la correa y lo estrelló contra el retrovisor, quebrándolo y dejando trozos de vidrio dispersos por todos lados. Ella sabía que no podría conducir, romper el retrovisor y proteger su cara al mismo tiempo así que tan solo cerró sus ojos fuertemente y esperó no quedar ciega. Sintió algunos pinchazos tibios en su rostro y haló su casco de regreso, se estremecía al colocárselo nuevamente. Pequeños trozos de vidrio quedaron en su cara y el casco los transformó en pulidos cuchillos. Olvídenlo, unas pocas cicatrices no supondrían un gran problema para ella. Su cara se despellejaría al caer en el pavimento al no llevar el casco puesto a semejante velocidad.

    Echó la vista atrás y vio a Antioquía quien seguía golpeando la ventana, esperando a un costado del autobús.

    —Melousa, lánzale una barra de caramelo a Antioquía ¡Ahora! —gruñó en el comunicador.

    —Ya no me quedan —protestó la dulce Melousa.

    —¡Ahora! Paquidermo pellejoso o encadenaré tu refrigerador —gritó Antioquía en el comunicador.

    Melousa apretó hacia arriba su labio inferior y aceleró su Harley. Dejó su suave y rechoncha mano en el bolsillo.

    Una barra de caramelo voló por los aires en paralelo a las ventanas del autobús, giró algunas veces y fue tomada por Antioquía. Ella, dio una palmada con su mano enguantada en el vidrio y la dejó allí. Los niños se emocionaron al ver la barra de caramelo. Cualquier ápice de desconfianza que podrían haber tenido se había evaporado, y se apresuraron a abrir la ventana. Antioquía empujó la delgada parte superior de su cuerpo dentro del autobús y lanzó la barra de caramelo a un asiento lejos de ella.

    Los niños alardearon y discutieron sobre quién debería tener un pedazo.

    Antioquía entró al autobús y fue en dirección al conductor. Él le apuntó con su arma.

    Bremusa le pudo observar cuando llego a pararse ahí, con los brazos alzados. Ella sabía que Antioquía no sería capaz de esquivar un disparo en esta situación. Darle a un niño era un riesgo extremadamente alto.

    —Maldición, maldita sea —refunfuñó mordiéndose los labios.

    Bremousa conocía a su líder, preferiría tomar un disparo que poner en peligro a niños pequeños. Se encorvó hasta la funda de la escopeta y agarró su arma, titubeando. Su líder le había prohibido directamente desenfundar armas. Pero ella estaba en peligro, uno mortal. Quizá podía desobedecerla esta ocasión. No es que Antioquía pudiese pensar las cosas por adelantado para cada circunstancia posible. No había previsto esto.

    Bremusa sacudió la cabeza y distendió la empuñadura. No, ella no podría correr el riesgo. Incluso si lograra salvarla, incluso si ella no estuviera cerca de poner en riesgo del disparo de la escopeta a los niños, Antioquía la golpearía sin sentido.

    —Maldita sea —refunfuñó nuevamente y tomó la escopeta.

    —No se entrometan —ordenó a las demás. Luego con el movimiento repentino de una mano desplegó la escopeta a tal velocidad que hizo que los casquillos se esfumaran en el pavimento detrás de ella.

    Ahora estaban yendo a una curva, y ella debía reaccionar rápido porque la situación cambiaría al llegar a ella. Sin mencionar que el conductor podría disparar en cualquier instante.

    Bremusa le podía escuchar a través del comunicador de Antioquía. Él estaba nervioso, respiraba reciamente. Trató de dividir su atención entre amenazar a Antioquía con su arma y conducir el autobús a alta velocidad.

    —¿Este era tu gran plan chiquilla? Viniste aquí y después qué ¿Eh? 

    Antioquía extendió sus brazos hacia arriba rindiéndose, pero estaba serena. No solo eso, también cubría con su ágil cuerpo a los niños. Para ello, dio un paso al frente y así disminuir el posible ángulo de dispersión del arma.

    —Sí. Aquí me tienes. Aquí, tienes un rehén ahora, deja a los niños ir. Soy una chica delgada y pequeña, seguramente un hombre grande como tu podría manejarlo fácilmente —le dijo ella, las palabras sonaban a insinuación.

    —Oh no, ella está intentando coquetear —se dijo Bremusa a sí misma. Volviendo al intercomunicador—. Todo el mundo alerta.

    —Oh ¿sí? —Dijo el conductor del autobús. Titubeó por unos segundos, observando el camino y girando el cuello hacía ella.

    —Quizás no. Quizá solo te dispare aquí y ahora.

    —No hay razón para que alguien salga lastimado. Tómame como rehén, te juro que no voy a resistirme. Ordenaré a las demás a retroceder y así podrás dejar a los niños en la orilla, y después podemos donde tú quieras. Tu y yo. ¿Te parece?

    —Déjame ver. Noble, pero no. Tanto deseas morir por estos niños, aquí lo tienes.

    —Oh skata —dijo Antioquía cubriendo su cara instintivamente.

    Bremusa se condujo muy cerca del autobús y tocó el vidrio en la puerta del conductor con la punta de su escopeta, como si estuviera tocando a la puerta de una casa llevando vino.

    —Oye gilipollas —gruñó ella atrayendo su atención. Ella asintió hacia abajo con el casco y el conductor vio la escopeta apuntando directo en su entrepierna.

    Asustado, viró a la derecha intentando poner distancia entre sus pelotas y la dama cabreada y en ese momento, el oxígeno huyó de sus pulmones.

    Antioquía se situó en el tablero, y lo estranguló con las piernas conservando el volante firme, con la cabeza casi volteada y asegurando el camino. El autobús escolar se sacudió de un lado al otro mientras se batían en combate, el casco golpeaba con ritmo en el plástico y Bremusa podía escucharlo haciendo saltar el micrófono.

    El conductor enrojeció en el momento en que arremetió con sus brazos tratando de tomar a Antioquía, más ella no lo dejaría conseguirlo. Él logró golpearle en un costado y ella se estremeció por un momento, disminuyendo la presión con la que lo mantenía y permitiéndole así tomar aliento. Él intentó alejar los muslos de su garganta, para después tratar de enterrarle las uñas en la carne más el traje de motociclista la protegía.

    Los movimientos del conductor se volvieron más lentos, ella se encorvó, desviando toda su fuerza al estrangulamiento hasta que él se desplomó inconsciente a un lado. Los niños se embelesaron. Ella se enderezó, se quitó el casco y estabilizó el autobús.

    El cabello de Antioquía cayó hasta sus hombros y una sombra vislumbraba un brillante color rubio. Ella ajustó el retrovisor a su altura y sonrió a los niños, quienes le miraban mientras moqueaban sus mangas.

    —Ahora todo está bien. El hombre malo está durmido, están a salvo.

    Antioquía asintió mientras miraba a Bremusa. La piloto principal dio orden de retirarse y la escolta de motocicletas se formó fácilmente mientras avanzaban por la autopista, la tensión de sus hombros se desvaneció.

    Una corredora, que destacaba como un bufón en un restaurante de etiqueta, condujo hasta llegar al lado de Bremusa. Ella tenía una vistosa motocicleta color amarillo y un casco rojo con orejas esponjosas. Llevaba atada una cámara de acción en su casco, y volteó su cabeza viendo hacia la victoriosa Antioquía.

    Antioquía saludó a la cámara e hizo un gesto con los pulgares arriba, sonriéndole a la audiencia.

    Lista de reproducción: Vídeo 2/67

    Aura brincó las escaleras de dos en dos y faltó muy poco para estrellar su cara contra la curva de la escalera al girar.

    Su madre llegó hasta ella y la tomó del brazo.

    —¿Pero qué clase de entrada es esta? ¡Compórtate jovencita!

    —Como si a alguien eso le importara. Todo lo que quieren es ver a papa. No me importa —dijo ella con el tono que suelen quejarse los adolescentes.

    La madre le acarició el cabello y revisó las prendas que su insumisa hija había escogido. Aura se retorcía y distanciaba cada vez como hace un gato evitando el baño.

    —Te he dicho que vistas el escote profundo —murmuró la madre—. Muéstralos mientras los tengas; créeme, después de unos años será mucho más caro y difícil. ¿Qué tela es esta? Sabes, llamaremos a André, deberás sentarte con él y dejar que escoja algunas prendas para ti.

    La madre arrastró a Aura hasta el centro de la reunión. Todos estaban aglomerados en una esquina, alrededor del sitio donde estaban los instrumentos de banda. Un hombre de mediana edad con cabello meticuloso y traje a medida finalizaba su solo en el buzuki. Su voz era profunda, el micrófono estaba en la posición adecuada para su estatura, la consola de audio estaba configurada para conseguir la mejor modulación de su voz, altavoces de alta categoría preparados para la precisa cantidad de gente que iba a asistir. La esquina que ocupaba la banda era iluminada por un arreglo permanente en el techo alrededor del salón, para iluminarlo perfectamente, ocultaba el doble mentón que los años le habían dado; lo hacían asemejarse a una estrella.

    Todos animaban y aplaudían. La multitud abrió paso a Aura y su madre para acercarse. —¡Vaya ejecución! —dijo la madre a cada uno— Mi esposo no deseaba cantar el día de hoy sin embargo no podría negárselo a ustedes ¿Acaso sí?

    Todos dijeron No al unísono mientras sonreían. Aura se levantó con dirección a su papá, y los teléfonos que ya grababan la ejecución improvisada ahora estaban enfocados en ambos. Los flashes relumbraron.

    Tony Nightingale cogió a su hija en un fuerte paternal abrazo y dijo a la gente:

    —Mi amada hija ¡La mejor de su clase! No podría estar más orgulloso

    Un hombre preguntó:

    —¿Seguirá Aura tus pasos y grabará un álbum pronto?

    Otra gente la observó con anticipo:

    —¿Sí, lo hará?

    Tony vio a Aura a los ojos y sonrió.

    —Bueno, si Dionisio lo desea. ¿Quiénes somos para negarle a él tal placer, cierto?

    La gente aplaudió. Al salir Tony, se dispersaron alrededor del salón nuevamente en los sosegados grupos que la gente suele armar cuando están de fiesta.

    Tony mantuvo a Aura de la mano y la llevó consigo a un grupo de estrellas de súper modelos y estrellas de pop.

    Literalmente.

    Los adolescentes del grupo tenían cientos de millones de seguidores entre todos ellos, alrededor de cien sitios de seguidores encabezando regularmente las listas.

    Cada uno de ellos había firmado y respectivamente eran propiedad de Dionisio Entertainment por supuesto. Aura forzó una sonrisa y les sonrió diciendo simplemente:

    —Hola...

    —¡Apuesto a que tus compañeros de clase se preguntarán dónde has estado desde que llegaron! —dijo Tony, prácticamente empujándola dentro del grupo.

    Él volteó hacia ella:

    —Estoy seguro que su madre le habrá dicho algo como preséntate tarde vete temprano ese tipo de cosas —y se carcajeó.

    Todos rieron con él.

    —Jaja —añadió aura como pez muerto.

    —Vamos ¡chapotea! —expresó una de las chicas súper perfectas.

    Viko titubeó un momento y después caminó hasta Tony. Él le mostró su teléfono y dijo: —¿Deberíamos rendir homenaje?

    Tony sonrió y colocó una mano en el hombro de Viko.

    —Por supuesto. Todos conocemos que Dionisio nunca tiene homenajes suficientes ¿No? El grupo rio y consintió. Viko capturó la selfi con el legendario Tony Nightindale y la cargó a la nube digital, colocándole la etiqueta #dionisio.

    —¡Bien! Pero esta es tu fiesta querida, no la mía. Ahora jóvenes, los dejaré solos. Sé que ya están peligrosamente cerca del límite de tiempo para estar con los adultos. Dijo Tony, y todos rieron sobre la broma con una magnifica sonrisa que dejaba ver sus perfectos dientes.

    —Cierto... —añadió Aura, y fue dejada con sus amienemigos.

    —Así que ¿No cantarás esta noche para nosotros Aura? —parloteó una chica rubia.

    Su nombre era Desha o algo así, un nombre confeccionado con el que aparecieron los analistas de Dionisio para compeler la siguiente Madonna al mercado.

    Aura entrecerró los ojos echándole un vistazo y le dijo:

    —No, lo guardaré para el estudio de grabación. Chapotear y

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