Todos los miedos
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«Son historias con un denominador común: un pasado familiar cuyo dolor solo se soporta gracias a la distancia temporal y a la frialdad de los narradores». JURADO DEL PREMIO
Leonard Cohen, en uno de sus temas más populares, canta: «El futuro es un asesino». En Todos los miedos confluyen dos historias que en apariencia pueden ser inconexas: la de una mujer que tras ser secuestrada por un desconocido al salir del trabajo y torturada logra sobrevivir al infierno al que es sometida y debe afrontar la vida que surge después de su tragedia personal, y la de un enfermo en fase terminal que se enfrenta a la última etapa de su existencia. Dos historias que, pese a nacer de premisas opuestas, comparten el miedo a afrontar el futuro.
Miguel Ángel González aborda en Todos los miedos un tema recurrente en su obra: la gestión del dolor, y cómo una persona corriente puede encarar una circunstancia extraordinaria que modifica su vida.
Miguel Ángel González
Miguel Ángel González (Madrid, 1982) con su primera obra editada, Nunca dejes que te cojan (2006), recibió el Premio Letras de novela corta. En 2008 se alzó con el Premio de Novela de Humor José Luis Coll por su obra El trabajo os hará libres. En 2015 publicó La luna de Armstrong y Kubrick, una colección de relatos que exploran la delgada línea que separa la realidad de la ficción. Cultiva distintos géneros, tales como la prosa, el verso, el guion teatral o el cinematográfico, habiendo obtenido más de un centenar de premios nacionales e internacionales. Varios de estos textos están recogidos en las colecciones de cuentos La máquina de escribir de 1.000 pesetas (2013) y Pares sueltos (2014). Sus obras de teatro se han representado en diferentes salas de España, Perú, Venezuela, México y Estados Unidos.www.miguelangelgonzalez.es
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Vista previa del libro
Todos los miedos - Miguel Ángel González
Créditos
Edición en formato digital: enero de 2016
En cubierta: fotografía de © KKGAS / Stocksy United
Diseño gráfico: Ediciones Siruela
© Miguel Ángel González
Fotografías del interior, © Miguel Ángel González,
excepto fotografía de la página 161
© Matthew McDermott / Polaris / Contacto, New York City Urban Search
and Rescue, along with Virginia Rescue, pull Kiki frim the rubble
© Ediciones Siruela, S. A., 2016
Todos los derechos reservados. Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.
Ediciones Siruela, S. A.
c/ Almagro 25, ppal. dcha.
www.siruela.com
ISBN: 978-84-16638-37-6
Conversión a formato digital: María Belloso
Acta de la reunión del Jurado calificador del Premio de Novela Café Gijón 2015
Reunido desde las 20:00 horas del miércoles 9 de septiembre de 2015, en el Café Gijón de Madrid, el Jurado calificador del Premio de Novela Café Gijón, compuesto por D.ª Mercedes Monmany, D. Antonio Colinas, D. Marcos Giralt Torrente, D.ª Rosa Regàs y D. José María Guelbenzu, en calidad de presidente, y actuando como secretaria D.ª Patricia Menéndez Benavente, tras las oportunas deliberaciones y votaciones, el Jurado acuerda:
Otorgar por mayoría el Premio de Novela Café Gijón 2015 a la novela Todos los miedos presentada por Miguel Ángel González.
El Jurado ha destacado que en la novela hay dos voces narrativas unidas por un estilo común y una alta ambición expresiva. Ambas cuentan historias aparentemente disímiles, con el denominador común de un pasado familiar cuyo dolor solo se soporta gracias a la distancia temporal y la frialdad de los narradores.
La trama y la subtrama de las dos historias se van desarrollando con gran sutileza y con un resultado de gran calidad literaria.
Rosa Regàs
Mercedes Monmany
José María Guelbenzu
Antonio Colinas
Marcos Giralt Torrente
Índice
Cita
Prefacio
¿QUIÉN TEME AL LOBO FEROZ?
LO QUE SÉ DEL OLVIDO
Nota del autor
MIEDO
Miedo a ver un coche de policía acercarse a mi puerta.
Miedo a dormirme por la noche.
Miedo a no dormirme.
Miedo al pasado resucitando.
Miedo al presente echando a volar.
Miedo al teléfono que suena en la quietud de la noche.
Miedo a las tormentas eléctricas.
Miedo a la limpiadora que tiene una mancha en la mejilla.
Miedo a los perros que me han dicho que no muerden.
Miedo a la ansiedad.
Miedo a tener que identificar el cuerpo de un amigo muerto.
Miedo a quedarme sin dinero.
Miedo a tener demasiado, aunque la gente no creerá esto.
Miedo a los perfiles psicológicos.
Miedo a llegar tarde y miedo a llegar antes que nadie.
Miedo a la letra de mis hijos en los sobres.
Miedo a que mueran antes que yo y me sienta culpable.
Miedo a tener que vivir con mi madre cuando ella sea vieja, y yo también.
Miedo a la confusión.
Miedo a que este día acabe con una nota infeliz.
Miedo a llegar y encontrarme con que te has ido.
Miedo a no amar y miedo a no amar lo suficiente.
Miedo a que lo que yo amo resulte letal para los que amo.
Miedo a la muerte.
Miedo a vivir demasiado.
Miedo a la muerte.
Ya he dicho eso.
Poema extraído del libro Todos nosotros,
de RAYMOND CARVER
Prefacio
En la gala de los premios Goya de hace algunos años, Pedro Almodóvar subió a recoger un galardón por su trabajo como director en una película cuyo título ahora no recuerdo; y lo hizo con una piedra en la mano. Era una piedra blanca de considerables dimensiones; más que una piedra, parecía realmente un trozo de fachada.
Él agarraba fuertemente aquel pedazo de pared con los dedos pulgar, índice y corazón de su mano izquierda, y fue justo de ese modo como decidió personarse en el escenario.
Al subir las escaleras que le separaban de la estatuilla que acababan de otorgarle, la inercia le llevó a dibujar un pequeño vaivén con los brazos, del mismo modo en que lo haríamos cualquiera de nosotros al recorrer media decena de peldaños, manchando involuntariamente la pernera de su pantalón de yeso blanco.
A él este infortunio no pareció importarle demasiado, puesto que continuó sonriendo hasta llegar al atril desde el que tenía que pronunciar su discurso, con su inmaculado esmoquin negro manchado de yeso blanco y el desmesurado escombro sujeto por los dedos pulgar, índice y corazón de su mano izquierda.
Luego se colocó frente al micrófono, tragó una gran bocanada de aire y dio las gracias. No recuerdo demasiado bien esta parte de su discurso, pero supongo que reconoció el apoyo recibido por parte de sus familiares y amigos y compartió el trofeo con los miembros del equipo técnico y artístico.
Acto seguido alzó el brazo, levantando la piedra tanto como su corta estatura le permitía, y finalmente gritó:
—¡Esto que tengo en mis manos es parte de la historia universal! ¡Esto que tengo en mis manos es un pedazo del muro de Berlín! ¡Hoy celebramos que somos un poco más libres!
Aquel año era 1989 y pocas semanas antes Mijaíl Sergéyevich Gorbachov había pronunciado el famoso discurso en el que, por vez primera, hablaba sobre el posible derrumbamiento del muro que había partido en dos a Alemania durante casi tres décadas.
El caso es que todos los asistentes a la ceremonia se pusieron en pie y aplaudieron con fervor y admiración a aquel pequeño hombre que sostenía una piedra enorme con los dedos pulgar, índice y corazón de su mano izquierda, como si de algún modo creyeran que él hubiera sido una pieza fundamental en el derrocamiento del comunismo soviético.
Y él se quedó allí.
De pie.
Inmóvil.
Petrificado.
Observando detenidamente a todas aquellas personas que le aclamaban, sin bajar en ningún momento el brazo; y cuando sus ojos se inundaron por la emoción que le embargaba, les agradeció su cálido aplauso acercando el trozo del muro de la vergüenza contra su pecho, manchando su solapa también de yeso blanco, y prometiéndoles que nunca olvidaría aquel momento.
Años después otra película de Pedro Almodóvar volvió a copar la lista de nominaciones para la gala de los premios de la Academia de Cine, pero esta vez, contra todo pronóstico, su obra no se alzó con ninguna estatuilla, o tal vez sí que lo hizo, pero en tal caso debió tratarse de uno de esos premios menores que se entregan para destacar algún logro técnico del film y que no despiertan interés en nadie.
Así que el genial creador manchego se pasó toda la noche sentado en su silla, sin que nadie le dejara subir al escenario para enseñarles más piedras al resto de directores, productores y actores.
Esto hizo que se disgustara profundamente con todos sus compañeros de profesión, los mismos a los que prometió fidelidad eterna años antes tras recibir su ovación; y esa misma noche, al finalizar el evento, prometió ante las cámaras que nunca más asistiría a la ceremonia.
Lo que intento explicar con esta introducción es que las cosas siempre funcionan así, la opinión de la gente sobre el mundo que hay a su alrededor cambia constantemente. Cambió la de los miembros de la Academia sobre el trabajo de Almodóvar y también cambió la suya propia sobre sus compañeros de profesión.
Y es que por mucho que nos esforcemos en intentar moldear la percepción que el resto de personas tienen sobre nosotros, e incluso la que nosotros mismos tenemos sobre todo cuanto nos rodea, los factores externos que intervienen influyen en que el resultado final se escape a nuestro control.
Supongo que las dos historias que les voy a contar tratan justamente de esto, de la forma casi imperceptible en que los acontecimientos de nuestra vida logran modificar para siempre el concepto que tenemos sobre el mundo que nos rodea.
¿QUIÉN TEME AL LOBO FEROZ?
Who’s afraid of the big bad wolf?
Big bad wolf, big bad wolf
Who’s afraid of the big bad wolf?
Tra la la la la¹
Música y letra de FRANK CHURCHILL
1 ¿Quién teme al lobo feroz? / Lobo feroz, lobo feroz / ¿Quién teme al lobo feroz? / Tra la la la la
1
El coche de mi padre era un viejo Ford Taunus de 1981. Las mañanas que hacía frío le costaba ponerse en marcha del mismo modo que a un anciano le cuesta levantarse de una silla tras haber pasado un largo tiempo sentado en ella.
Cuando esto ocurría mi padre hacía girar la pequeña manivela del starter que se encontraba situada bajo el volante y entonces el vehículo emprendía la marcha dejando tras de sí una densa estela de humo blanco.
Llegamos al hospital en el momento exacto en que el reloj del salpicadero marcaba las nueve y treinta y siete minutos de la mañana.
Mi madre llevaba alrededor de dos semanas ingresada, pero aquella era la primera vez que yo iba a visitarla.
Mi padre giró las llaves hacia la izquierda y después las extrajo del contacto, en ese momento el motor dejó de rugir.
Después me miró