El diario de una cegua
Por Mauricio Valdez
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El diario de una cegua es una corta novela, ambientado en la Nicaragua de a mediados del siglo XIX, relata las vicisitudes de una pareja conformada por un español y una joven oriunda del asentamiento indígena de Sutiava en la ciudad de León Santiago de los Caballeros. Tragedias y sucesos extraños ocurren a la pareja a raíz de encontrarse un manuscrito que resultó ser el diario de una cegua, personaje de la mitología nicaragüense.
En esta historia se intengran datos obtenidos de “Nicaragua: una exploración de Océano a Océano”, publicado en 1855 por Harper’s New Monthly Magazine, escrito por el explorador y diplomático estadounidense Ephraim George Squier, donde describe paisajes del territorio nicaragüense por donde él anduvo explorando, así como tradiciones, costumbres y forma de vivir de la población de Nicaragua de esa época.
Al final, y para una mejor compresión del vocabulario, se incluye un glosario de términos.
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El diario de una cegua - Mauricio Valdez
El diario de una cegua
Capítulo uno
UNA JOVEN MADRE
En León Santiago de los Caballeros de Nicaragua, existe un pequeño poblado indígena llamado Sutiaba, en uno de sus ranchitos se escuchaba, a veces confundiéndose con los graznido de urracas y zanates en un papayal, el llanto de un recién nacido; ¡cuñaaa! ¡cuñaaa! lloraba la niña cuando la hamaca dejaba de mecerse, salía una joven madre corriendo para atenderla dejando de atizar el fuego donde tenía puesta un gran perol con nacatamales, la mecía y se quedaba un rato con ella hasta que la pequeña se volvía a dormir. Contemplaba con mucha ternura el dormir angelical de su criatura cuando en eso llegó doña Mercha, la abuela de la niña, diciendo:
—¡Idiay! ¿Y ese fuego casi apagado? No lo atizaste.
—Es que mi abuela se fue al mercado y la niña no me deja.
—Esa cipota la tenés amañada, hay dejala que llore.
—¡Pero mama, cómo la voy a dejar si está enfermita!
—Ya te dije que le dieras aceite de hígado de bacalao, y vas a ver que se compone, pero no hacés caso. Ya que saliste con la torta, ahora vas a ver lo lindo
que es criar chavalos.
—Ya va a empezar usted con lo mismo.
—Pues sí. No sé cómo fuiste a salir pipona y tan chavala, sos una bruta; a ver ¿Dónde está el irresponsable ese? Tanto que te lo decía y te advertía, pero por un oído te entra y por el otro te sale.
Doña Mercha aunque parecía arrecha y dura de corazón, en su adentro se derretía por su nieta y quería mucho a su hija.
—Mejor me voy a avisarle a doña Colacha que ya están los nacatamales —dijo Rosalba y se fue dejándole a cargo la niña a doña Mercha.
Ya en el camino se encontró con Rufino montado su elegante corcel.
—Adiós Rosal ¿Dónde vas? ¿Te puedo llevar? —le dijo muy gallardamente el jinete.
—No gracias, voy aquí nomasito
.
Rosalba siguió su camino mostrándose no muy receptiva a las insinuaciones amorosas de Rufino.
Este Rufino se creía un galán, pretendía a Rosalba desde hace mucho tiempo, se conocían desde chavalos, pero ella nunca le hizo caso pues su corazón pertenecía a José, el papá de su niña, dicen que por mujeriego se fue lejos tras una hermosa mujer, quién sabe dónde.
—¡Buenas tardes! —dijo Rosalba al llegar a la casa de doña Colacha.
—Buenas Rosi, pasá.
— Doña Coli, vine a avisarle que ya están los nacatamales.
—¡Ah bueno!, hay mando a Ceferino a traer.
— ¿Y Jacinta? —preguntó Rosalba.
— Poray
está, en la huerta.
Y se fue Rosalba a buscar a su amiga.
—¡Ohe Jacinta! —le pega el grito cuando la vio.
—¡Hey Rosi! ¿Qué me cuentas?
—Y tu primo, ¿has sabido algo de él?
—No, aunque lo supiera no te diría, es que no entendés que no te conviene ese hombre, es mi primo pero; ya sabes lo que pienso de él.
—Sí, pero vos sabes que es el papá de mi niña y…
—Y eso qué —la interrumpió Jacinta—, un parrandero lo que es, y vos sabiéndolo te metiste con él.
—Ya estás como mi mama vos.
—¡Pues si es cierto mujer! Y ve, ya andate olvidando de él, porque ni con brujería vas a lograr que regrese. Viví tu vida tranquila y buscá a otro que te quiera y que quiera a tu hija, sos joven y bonita, vas a ver que te vas a encontrar a alguien mejor.
—A José es el único que quiero. Y ya me voy, pues sólo para regañar servís vos.
Así se despidió de su amiga, y se encaminó de vuelta hacia su casa, pero Jacinta sin quererlo le había dado una idea a Rosalba y ésta se desvió hacia la morada de su padrino don Clemente Pavón, muy conocidos por todo el pueblo como el brujo Pavón.
—Buenas, padrinito.
—¡Eh! Que milagro por estos lados Rosi, ¡ve, te llamé con el pensamiento!
—Vine a verlo ya que usted tiene bastante de no ir por aquellos lados.
—Si, en eso estaba pensando, en visitarlas. Pero contame ¿cómo está tu tierna?
—Bien, todo bien.
Después de unos segundos de silencio, ella titubeando le dijo:
—Padrino; quiero que me ayude en algo, si puede.
—¡Jmm! Ya sé de qué se trata. Es de ese fulano ¿verdad?
—Sí. Pero no tiene nada de malo, yo lo quiero y es el papá de mi hija.