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Soledad Es No Ser Mirado
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Libro electrónico354 páginas5 horas

Soledad Es No Ser Mirado

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Mxico, Argelia, y Nueva York. Evidencia el dominio de los poderes econmicos, polticos y sociales que controlan la realidad de la que somos resultado: una sociedad individualista y narcisista. Su personaje principal, Angelina, de mente andrgina, es una mujer de mediana edad que reflexiona obsesivamente sobre el envejecimiento y la vida. Experimenta un pavor a creer que est loca, trazando metforas oscilando entre su realidad y la locura, pierde nocin del espacio y el tiempo, situacin que le provoca depresiones, delirios, ansiedad como consecuencia vivida en la explosin de una bomba en el metro de Pars, se enfrenta con la muerte, eso, la conduce a cuestionar la vida. Sus recuerdos la atormentan y sus sentimientos afloran, esos que todos hemos experimentado: los miedos; a la soledad; a la soledad acompaada; a la frustracin, a frivolidades y carencias, lo que la induce a confrontarse con los vacos del alma. La autora lo realiza a travs de la introspeccin y el monlogo, y un lenguaje potico tanto como paranoico, sin una narracin cronolgica, cuenta sus vivencias. Angelina busca entonces darle un nuevo sentido a su existencia, desea aprender a amar y ser amada, encontrar la pasin, el amor por un hombre a quin se entregar sin reservas. Busca ser aceptada tal cual es; vivir el hoy, el instante, ste, capaz de sostener una vida entera. Necesita rescatar la mirada de su madre que nunca la mir. En este luto obliga al lector a elevar su nivel espiritual. El azar se atraviesa en su camino en diversas ocasiones; en esta causalidad encuentra un pintura de Leonardo DVinci que le crea empata y la ayuda con su psicosis. Victima del destino, atrapada en diversas circunstancias ser testigo de acontecimientos histricos reales: como el terrorismo e implicada en un robo de obras de arte, documentado verdicamente por la INTERPOL.
IdiomaEspañol
EditorialPalibrio
Fecha de lanzamiento18 sept 2013
ISBN9781463364663
Soledad Es No Ser Mirado
Autor

Diana Elena Ripstein Verbitzky

Diana E. Ripstein escritora nacida en la ciudad de México en 1954, desde temprana edad y por más de 30 años se ha dedicado a la poesía y al periodismo. Ha escrito y publicado en catálogos y en otros medios, dictado diversas conferencias como en el Museo como Bellas Artes, en México D.F, así como directora de una galería de arte en México: Arte núcleo galería. Estudio la Licenciatura en Diseño, en Historia de arte y filosofía; en México. En París residió durante cuatro años donde cursó en el Ecole du Louvre: la especialidad en pinturas extranjeras, y restauración. Fungido como Presidenta de la Asociación de arte y anticuarios A.C. (AMCAA) durante tres años, dónde colaboró con SHCP, para cambios en las leyes del arte. En los últimos años ha confrontado su propia muerte en una lucha contra el cáncer. Esta es su primera novela, donde consagra no solo hechos de ficción, si no de la realidad y la locura. Relata en ella sucesos reales, históricos, incluso documentados.

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    Soledad Es No Ser Mirado - Diana Elena Ripstein Verbitzky

    Copyright © 2013, 2014 por Diana Elena Ripstein Verbitzky.

    Datos de la pintura de portada:

    Título: El espejo

    Autora: Julia López

    Técnica: oleo sobre papel. Medidas 65cms x 49.5cms

    Año: 1989. Elaborado en Méxio, D. F.

    Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación, o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación, sin permiso escrito del propietario del copyright.

    Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Todos los personajes, nombres, hechos, organizaciones y diálogos en esta novela son o bien producto de la imaginación del autor o han sido utilizados en esta obra de manera ficticia.

    Fecha de revisión: 11/03/2014

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    Fax: 01.812.355.1576

    ventas@palibrio.com

    476274

    ÍNDICE

    Capitulo 1. El metro en París

    Capitulo 2. Secretos del mundo del arte

    Capitulo 3. Déjà vu

    Capítulo 4. Hélas, cette heure que tu regardes est peut-être celle de ta mort

    Capitulo 5. La cajita de música

    Capítulo 6. Vernissage…

    Capitulo 7. Lo comerá como hijo de escorpión después de parido

    Capitulo 8. Ser visto es existir…ni hoy ni ayer ni mañana; ayer no era, mañana no seré, hoy… tengo miedo

    Capitulo 9

    Capítulo 10

    Capitulo 11

    Capitulo 12. Nos reflejamos en las aguas del estanque como Narciso. El espejo. Hoy, la época de Narciso…

    Capitulo 13. Son juzgados por quienes no son libres

    Capítulo 14. El poder del oro negro: el petróleo

    Capitulo 15. Cursos de arte

    Capitulo 16. La trasgresión…

    Capitulo 17. Todo a su debido tiempo…

    Capitulo 18. El zorro debe salir de su madriguera, la caza comienza

    Capitulo 19. En busca de la mirada

    Capítulo 20

    Capítulo 21. No creen en sueños…

    Capitulo 22. Las máscaras pueden ser del alma o del rostro…

    Capítulo 23. Monique…

    Capitulo 24. América… una esperanza

    Capitulo 25. Nos olvidamos de lo más importante para atender lo menos

    Capitulo 26. Una nueva vida

    Capitulo 27. En busca del tiempo perdido…

    Capitulo 28. Soledad es no ser mirado

    Capítulo 29. En el hospital

    Capítulo 30. Abandono a la esclavitud

    Capitulo 31. La huida

    Capítulo 32. Los ojos reflejan el alma…

    Capitulo 33. Venganza…y expiación

    Capitulo 34. La muñeca…

    Capitulo 35

    Capitulo 36. Un nuevo Serge…

    Capitulo 37. Olivier

    Capitulo 38. Nueva vida, nuevas ilusiones…

    Capítulo 39. Paul en el sofá…

    Capítulo 40. Y esto… también pasará

    Capitulo 41. Psique…

    Capitulo 42. Nueva York

    Capitulo 43. Encuentro con otro mundo…

    Capítulo 44. Empatia

    Capitulo 45. ¿Realidad o locura?

    Capitulo 46. Como un zombi

    Capitulo 47. La prisión…

    Capitulo 48. De regreso a Paris…

    Capitulo 49. El agua limpia las ofensas…

    Capitulo 50. Qamar es un traidor

    Capítulo 51. Investigaciones

    Capítulo 52. El Juicio

    Capítulo 53. Barbizon

    Capítulo 54. Juicio final

    Capítulo 55. Veredicto

    Capítulo 56. La carta Azul

    Capitulo 57. La coartada perfecta…

    Capítulo 58. El paso del tiempo

    Capitulo 59. Líberacíón

    Para el que tiene un amigo no existe la soledad.

    ¿Qué es la vida? Un frenesí, ¿Qué es la vida? Una ilusión. Una sombra, una ficción, y el mayor bien es pequeño; que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son.

    Pedro Calderón de la Barca

    Capitulo 1

    El metro en París

    1996…

    En la banca espera al tren. Sus ojos recorren los anuncios en los muros del metro los mira, al fin encuentra con el tacto su agenda dentro de su bolso, la revisa, tiene algunos compromisos agentados, todo bien calculado. Es martes 3 de diciembre de 1996, año de cambios; el jueves cenará en casa de los Duchamp. Sí, me pondré el vestido negro con el collar de perlas, es clásico, ¡apenas tendré tiempo de arreglarme! ¡de seguro encontraré a Marie con alguno de sus flamantes modelos! y a Françoise, podría apostar que tiene otra historia acerca de sus romances; en fin, le aseguré a Claude que no faltaría… comienzo a trabajar con él, hay que organizar la próxima exposición de su nuevo artista, quiere presentármelo, tal vez éste no sea tan aburrido como Allan, con quien nunca me entendí, sólo hablaba de sí mismo, de lo importante que es, que todos lo van a reconocer como un gran genio… nunca pude comprender lo que pinta, por más que traté… no sé, tal vez las formas o los colores, pero no, jamás sentí empatía con su pintura (suspira)… Monique dice que necesito distraerme, que nadie viene a tocar a mi puerta, que tengo que salir y buscar al destino… siempre pensé que este, está escrito. La estación se estremece, vibra el suelo, rechinan los rieles. Se apresura a guardar todo, se levanta, tiene poco tiempo para abordar el tren; la estación de Rue du Bac, en París, no está tan concurrida a esta hora de la tarde. El frío de diciembre se hace sentir por las escaleras. Se cierra la chamarra, recuerda que tendrá que cambiar de metro para llegar a Luxemburgo. De pronto, se percata de los humos en la estación, esa neblina; sus pensamientos la han absorbido. Una sonrisa se dibuja en su rostro cuando piensa en los libros que comprará: Giorgio Vasari le revelará aquellas partes enigmáticas y ocultas de los artistas que él conoció y de cuya vida fue testigo; artistas del Renacimiento que hicieron florecer una civilización marginada. Angelina quiere saber de ellos. Al estar en compañía de sus obras le es fácil desconectarse del mundo, olvidar que es Angelina Ramos Sokolov para convertirse en la heroína de esas pinturas. Se da prisa, se abren las puertas del tren; Angelina deja salir algunas personas que la empujan, que se abren paso con un pardon, pardon, excuse-moi; se toma del primer poste que encuentra; la puerta se cierra detrás de ella; observa a su alrededor buscando lugar, vislumbra un lugar, se encamina a éste sin levantar la vista ni sonreír, se sienta, se acomoda la ropa y coloca la bolsa sobre las piernas. Frente a ella, en el pasillo, una nena con el pelo como de recién levantada, pequeños caireles dorados le cubren parte de la frente, otros largos caen desordenados sobre su vestido de flores, los zapatos hacen ver lo pequeña que es; a Angelina le hace recordar una fotografía de ella misma cuando tenía esa edad, cinco o seis años. Se le antoja acariciar con su mano aquellos pies. La pequeña la mira desconfiada, tira de la falda de su madre, que descuidada discute con otra mujer ignorando a la niña, se sienta en el suelo y acaricia el pelo de su muñeca, con la cabeza agachada mira de reojo a Angelina, quien la observa con una sonrisa. Junto a Angelina se sienta un hombre alto y corpulento, le deja poco lugar, usa gafas, lee el periódico, como suelen hacer los franceses en el metro. Angelina procura mirarlo con discreción: un saco negro, de confección, tal vez de alguna marca de aquellas tiendas sofisticadas de Saint Honoré, a su parecer un Pierre Cardín, puños blancos inmaculados asomando por las mangas, zapatos de agujetas. Rara vez veo a los franceses usar tenis, a los turistas los distingo por ellos, a los europeos les gusta el buen calzado. Le atrae su loción; la huele discretamente tratando de limpiar los aromas del metro que se impregnan en aquellos espacios que llegan a serle claustrofóbicos. Como si estuviera en el agua buscando desesperada la salida entre una multitud de peces de colores voltea a un lado y otro para encontrar un rayo de sol que ilumine; así se experimenta en el metro; se entretiene intentando descubrir por su apariencia a qué se dedica la gente. A su amiga Marie y a ella les divierte ese juego, se disfrazan, cambian de personalidad según su estado de ánimo.

    Angelina ahora personifica a una intelectual de pelo castaño trenzado, viste una chamarra de lana verde gruesa y lentes de lectura; sin pintar, sus ojos verdosos parecen tímidos; cualquiera podría pensar que no tiene más de treinta años, aunque cuando ella se ve al espejo su imagen no le es grata; descubre y magnifica cada arruga en su cara como las marcas que las ruedas del triciclo dejaban en la arena que poseía de niña, nota ojeras que marcan sus ojos, la frente arrugada, la tez opaca, envejece. ¡Ya no goza de aquella sensación de juventud! En el metro se compara con cada mujer. Probó las cremas de retinol, de botox, otras, pero no, ningún cambio. Piensa que su pelo no tiene brillo, no como el de la jovencita sentada enfrente. Angelina es una mujer de facciones finas, delineadas y elegantes; atrae la atención; aunque ella no lo asume así. ¿Envejecer me da vergüenza?, se pregunta, hasta me pinto las canas. Tal vez no quiere recordar, hoy cumple cuarenta y tres. Piensa que el tiempo deviene demasiado rápido y que no ha encontrado el sentido en su vida. Tal vez por ello el juego de disfrazarse, ir a aquellas fiestas ostentando un papel, a veces de mujer fatal; es un buen disfraz ¿tanta pintura para esconder el alma? Recuerda que de niña, cuando preguntó porqué se pintan las mujeres, el papá de su amiga le explicó que éstas, como los indios, se pintan porque van a la guerra. Desde entonces ella se prepara para ir a la guerra. Aprendió cómo hacer su papel; a manejar la actitud y usar trucos como el de la boca sensualmente maquillada, no la defraudará al representar a una mujer sofisticada, de sociedad, cubierta con pieles de animales, animales que tienen derecho a ser libres, que forman parte del universo, sin embargo, sacrificados, exterminados sólo para complacer vanidades, sobre todo aprendió la entrada triunfal, discretamente observa el lugar, se detiene pasando su mano, cuidada con cremas especiales y con las uñas recién manicuradas, por los suaves cabellos de la marta cibelina, que cumple la función de adornarla más que de protegerla del frío. Crea un personaje con todos y cada uno de los disfraces. Ahora, en el tren, nadie la ve; como si no existiera; no le cedieron lugar como cuando lleva la boca sensual, tan roja, igual a la de Blanca Nieves; esta vez solo la niña con la muñeca le sonríe, y ella también. De pronto se angustia al pensar si ha dejado bastante comida para Misi, su gato; es muy cariñoso, no lo ha visto desde la mañana. Siempre, al llegar a casa y subir corriendo, desde que la llave entra en el cerrojo, escucha el maullido, ya la espera, es su compañero, en los tiempos de frío le hace feliz estar junto al fuego de la chimenea calentándose igual que ella. Oye el rechinar de los frenos y una vez más entran personas; se aprietan en el vagón; la niña ahora ha quedado en un rincón, la madre sigue discutiendo; Angelina observa la sombra de sus manos cerca del techo, como dos grandes arañas revoloteando que se precipitan la una contra la otra queriendo tejer una gran tela para atrapar a sus víctimas; tiene prisa por tejerla, como si con ella fuera a resolver su vida. Angelina baja la vista, se encuentran sus miradas; la niña la mira y ve a su muñeca. Angelina se apresura a hurgar en su bolso buscando un dulce para hacerla su amiga, tal vez su cómplice y así quizá compartir su soledad.

    Escucha la explosión…

    Y no ve más.

    Capitulo 2

    Secretos del mundo del arte

    Silencio en la sala. El subastador, ansioso por la respuesta de la última puja, tres y medio millones de francos. ¿Quién da más? los ojos puestos en el representante de la subasta que está al teléfono, la oferta de un comprador anónimo ¿quién da más?, levanta el martillo. A la una, a las dos, se va, se va. Las miradas fijas en un japonés de aspecto joven elegantemente vestido, a su lado una mujer con kimono; el japonés alza su paleta justo antes que el encargado del teléfono de el último dato. Todos esperan la reacción del japonés; él no se mueve, no sonríe. A falta de respuesta, finalmente el golpe del martillo se deja oír. ¡Vendido al comprador del teléfono! Aplausos fuertes. Es una bailarina de Degas tomada de la barra, lista para hacer sus ejercicios; un pastel fechado en 1891; el fondo azul prusiano que le da un aspecto de abatimiento, el pie izquierdo ligeramente en punta, las manos quieren alcanzar el cielo; pinceladas rápidas, colores salpicados para dar un aspecto más natural, mostrar emociones; esta bailarina roba el alma. Una buena compra. Las subastas de la temporada de los impresionistas alcanzan sus mejores precios, el mercado los favorece; los inversionistas ven en ellos grandes posibilidades. En 1990 comenzaron las ventas escandalosas; una pintura: El retrato del Doctor Gachet de Van Gogh se vendió en ochenta y dos y medio millones de dólares. Hay dinero que lavar; ¿de armas? ¿de drogas?

    Damién se pregunta sobre este comprador japonés. Quizá sólo es parte del juego, como él mismo lo hace, pujar y así subir el valor en el mercado para luego vender piezas importantes en privado a precios respaldados; algo se tiene que arriesgar. Damién es un buen marchand d’art y conoce bien el negocio. Pero la ambición de los hombres y la avaricia a veces los llevan a la ceguera. Por ahora Damién tiene mucho que perder. Las piezas guardadas que está vendiendo… hasta el cuello, ya no puede dar marcha atrás. ¿Le gustarán al japonés? piensa Damién. Escucha al subastador en la sala golpear su martillo vendiendo otras de las piezas del catálogo. Se acomoda en la silla mirando de un lado a otro. Cerca de él algunos árabes discuten; presta atención, conoce el idioma. Mientras hojea el catálogo encuentra un paisaje de Sisley; el azul ultramar del agua le hace recordar el Mediterráneo y su ciudad natal, Orán. ¡Qué divertido era deslizarse por aquellas dunas! En el trineo de madera que papá nos fabricó. Extraño aquellas playas maravillosas con palmeras rebozando de dátiles. Un lugar mágico, aquellos ergs o dunas formados por la naturaleza en el desierto. Su carácter tenaz y aventurero lo hizo vagar por las calles mientras su padre se unía a las fuerzas francesas para proteger a la familia; los de las botas negras, así los llamaban los locales, los árabes, que luchaban por sacarlos del país, por eso no es extraño que en Francia a Damién como a otros de fuera les llamen pied noir. Conoció el miedo detrás de un callejón cuando las balas rebotaron mientras jugaba con sus hermanos a los soldados. Desobedientes, habían escapado de sus casas durante el toque de queda. Como niños que eran no midieron el peligro y se vieron en medio de una revuelta; presenciaron algo más que un simple juego; vieron lo que las balas hacen y cuando las granadas explotan. Regresaron a casa con su primo en brazos, sin más aliento que el aire soplando. Aprendieron lo que los árabes son capaces de hacer en nombre de una creencia. Ahora, sentado en su silla, en la subasta, lo recuerda. Afuera, en las calles de París no es distinto. Utilizan el terrorismo para exigir sus derechos. Alá guía su camino y el Corán marca sus leyes ¿Leyes que les permiten matar en nombre de Dios? Estallan bombas. Conveniencias de los jerarcas enmascaradas tras los fanatismos. El petróleo como puntal de la economía también sirve a la causa. Y en Argelia hay mucho. Nada ha cambiado. Está por terminar la subasta. Damién recoge sus cosas, regresa la estilográfica a su saco teniendo cuidado de cerrarla para no manchar su camisa recién comprada. Se cerciora que el logotipo del monte blanco quede visible. Mira su reloj, pasan de las 9 PM; quedó de encontrarse con Lissete en la Place de la Madeleine en Lucas Cartón para cenar. Sale, no sin antes mirar al japonés y grabarse su imagen.

    Pide su abrigo en el guardarropa y de prisa alcanza un taxi; la casa de subastas no está lejos del restaurante. El tráfico, lento; algunas avenidas están bloqueadas por policías; los obligan a desviarse. Damién le pregunta al taxista qué ocurre. ¡Ay señor, bombas y más bombas!, en París ya nadie está seguro, ahora fue en el metro, una tragedia, han muerto muchos… y no sabemos. Seguro que otra vez los terroristas, los problemas de los ricos los pagamos los pobres. Damién se recuesta, sus pensamientos lo regresan a su Orán y a las bombas, los disparos, los muertos. Salió de ahí y salvó la vida… recuerda a su primo Adrián y le provoca nostalgia, tenía siete años. Fue entonces cuando su padre decidió que ellos se exiliaran a pesar de que él tendría que quedarse a defender La Causa. Damién y su familia buscaron refugio en un país que no los reconoce como suyos: pies negros. Llegaron a Marseille donde encontraron algunos parientes que les ofrecieron ayuda, vivieron meses ahí, con diez personas en una pequeña habitación que de día era tortería y de noche se abrían las camas para dormir. Esperaron y solo tuvieron más miseria y poco apoyo. Como ellos, fueron muchos los que salieron de Argelia y encontraron el mismo destino: una Francia que en realidad no les tendió la mano y un presidente que les prometió seguridad. Habían luchado por una Patria que ahora ni siquiera los reconocía, a pesar de ello muchos murieron por ella. El llegar a París fue difícil; tardaron meses, mendigando en uno que otro pueblo que pasaban, Damién era todavía pequeño para comprender. Su padre, que había permanecido en el ejército de defensa, finalmente los alcanzó, las tierras de Oran eran fértiles y había sembrado uvas, en los buenos tiempos se dedicaba al cultivo y manejó el negocio de la vinatería, eso le ayudó para que lo contrataran como chef en los trenes. Así conocieron una nueva vida en París, los recuerdos quedaron marcados para siempre, como lunares en el cuerpo. Mientras los pensamientos de Damién se confunden con el ruido de las sirenas, observa que algunos almacenes comienzan a iluminarse por las próximas fiestas: París está más hermoso. Atraviesan los Campos Elíseos; nunca se cansa de admirar la arquitectura. Las bombas y los problemas no le quitan lo mágico. Baja del taxi, entra al restaurante y se dirige al mostrador, da su nombre, Damién Jamel. Monsieur, tenemos su mesa. Ella no ha llegado; eso le dará tiempo para relajarse. Se sienta y pide una copa de champagne. Mira a su alrededor y nota algunas parejas y a un hombre solo, comiendo. Los meseros, diligentes. La luz, tenue. Los colores de la decoración a tono con el Art Nouveau del lugar. Ve a Lissete que se acerca. Su corto cabello negro ondulado que acostumbra cepillarlo hacia atrás deja ver un rostro rectangular, terso, bien cuidado. Damién se levanta y la recibe con un Allois-cherie y un beso en cada mejilla; le ayuda a quitarse el abrigo. Perdona, pero me fue difícil salir de casa, se suponía que Paul iría a tomar unos tragos con unos amigos y a última hora decidió quedarse, le dije que había quedado de cenar con Jeannette y no le podía cancelar ¡ya estoy aquí! me muero de sed, pídeme una copa de champagne, s-il-te plais, chéri… y a ti ¿cómo te fue? Bien, las ventas van subiendo y eso es bueno, hay compradores. Veamos el menú que muero de hambre, ¿te parece? Sí, claro. Pide por los dos. Damién hace una señal al mesero y pregunta por las sugerencias del día; recomienda un arroz bañado en salsa de trufa fresca y unos hígados de ganso con salsa de uva. Les parece buena idea. El mesero rellena las copas y se retira amablemente. ¿Cómo fue tu día? Ya sabes, aburrido, un poco de compras, el salón de belleza, en fin, no hubo nada diferente, ¡ah, sí! Paul quiere viajar a Normandía para pasar el fin de año. Pero prometiste que lo pasaríamos juntos. Sí, querido, pero ¿qué quieres que haga?, mientras viva con él no puedo negarme, todavía no me da las escrituras del departamento en la avenida Foch, y no quiero darle motivos, ¿qué quieres, que desconfíe?. En eso quedamos.

    El mesero se acerca con el primer plato, madame, y luego sirve a Damién, pregunta si quieren más trufa fresca y Damién acepta. Pasan al segundo plato, Damién está callado. ¿Te pasa algo cariño? ¿estás molesto porque no pasaré contigo el fin de año? No, bueno, en parte, te extrañaré, estoy preocupado, todavía no he concretado la venta de las pinturas que te comenté y mis socios me están presionando. ¿Necesitas dinero? te puedo prestar y cuando cobres me lo das. No puedo aceptar, ya has hecho tanto por mí… me preocupa que no he vendido las pinturas y prometí pagarte lo que me diste para el departamento. Yo sé que lo harás, querido, no quiero dejarte así de deprimido, hoy no puedo quedarme contigo tengo que regresar a casa, Paul me espera, si quieres nos vemos mañana para almorzar. Me parece bien, pediré la cuenta. Por favor, cariño, déjame invitarte, ya tienes bastantes problemas.

    Damién no opone resistencia; se limita a sonreír como sabe hacerlo. Se levanta y le ayuda a ponerse el abrigo; se pone el suyo y se dirigen a la puerta. El portero les pregunta si quieren un taxi; dos, contesta Damién. Espera a que Lissete suba al suyo, se despide, Damién entra al taxi y le pide al chofer lo lleve al bar en la calle Canette. Qué fácil es con ella…

    En las calles todavía hay camiones de bomberos y patrullas de policías que cierran algunas calles; recuerda la bomba que explotó y también las pinturas y en la oportunidad que le representan.

    En los momentos de crisis,

    sólo la imaginación es más importante que el conocimiento.

    Albert Einstein

    Capitulo 3

    Déjà vu

    Soledad acompañada

    Quiere moverse pero los tubos y unas correas se lo impiden, ¿Dónde está? Oye voces afuera. Aunque se ha acostumbrado al idioma no comprende lo que dicen. No recuerda nada. Está aturdida. Una blanca cortina a su lado derecho. Quiere levantar la cabeza, no puede, tiene un fuerte dolor; la deja caer y cierra los ojos. Entra una mujer vestida de blanco, le pregunta: madame ¿Quell’ est votre nom?. Angelina, Angelina Ramos. Mais vous n’êtes pas française. Non, je suis mexicaine. Angelina quiere saber qué hace ahí. Madame ¡vous etiez dans l’explosión du metro! Comienza a recordar. Sí, el ruido, pregunta qué día es. Estuvo inconsciente una semana. Desesperada, no siente las piernas, por un instante cree que las han amputado, jala la sábana con la mano izquierda, la derecha, inmóvil. La enfermera no entiende y quiere detenerla. ¿Qué le pasó? Se ve moretones, uno de sus pies vendado. Et… ¿la petite?… la enfermera la mira… je ne sais pas, madame. Seguramente la buscaron. Aquella noche iba al museo y se encontraría con algunos amigos. Está sola. Esta soledad no es diferente a la que experimenta al estar rodeada de mucha gente. Qué ironía, está tranquila. Las blancas paredes la protegen, aunque también resucitan lo que tanto ha querido enterrar. ¡Ay, Misi! ¿cómo estará? ¡me tengo que ir! ¡Docteur! ¡Docteur! La enfermera trata de calmarla, pero ella insiste en levantarse, toca un timbre. La enfermera piensa que Angelina sufre de algún ataque de histeria. Ellos no entienden, les alega que la dejen ir a casa, más no la escuchan. Llegan otros hombres, la sujetan y la enfermera le aplica una inyección para tranquilizarla. Angelina pide, ruega: ¡No, como a ella no, por favor yo no estoy loca! Su vista se nubla y las fuerzas la traicionan, quiere decirles… pero la boca le sabe seca, el cuerpo lo nota pesado, como si no fuera suyo, los oye muy lejos… entre sueños, entre sueños…

    Escucha la música de un arpa; como si fueran los propios ángeles que tocan desde el cielo. Perdió su fe en Dios hace tiempo, pero ahora está ahí, en la música. Voltea el rostro y ve a su madre recostada en la otra cama, sobre sábanas tan blancas como las suyas, trata de tocarla, estira su brazo, le parece cada vez más lejana. Sólo una caricia. Y que le cante como ella sabía hacerlo. Sobresaltada, trata de abrir los ojos no puede mover las manos, las tiene atadas a ambos lados de la cama, quiere gritar. Unas lágrimas ruedan por sus mejillas. Mira el techo de pequeños cuadros blancos y observa a su alrededor; la música angelical continúa. Hay una pequeña ventana protegida con barrotes. ¿En dónde estoy? Le parece una jaula, como la que encierran a los pájaros. Ellos no entienden. Se tiene que ir a casa. Por días entran enfermeros sin dirigirle la palabra, se abstraen sólo para oscultarla. Al poco tiempo llegó un doctor, él sonríe y se sienta al borde de la cama, trata de tranquilizarla, le acaricia un pie y le pregunta cómo se siente. Se presenta: Soy el doctor Pascal Diderot, me encargaré de ti, soy el psiquiatra del hospital. Angelina lo mira. Le pide que la desamarre. El médico quiere saber cómo se llama, qué hace en París y si conoce lo que le ha ocurrido. Le hace otras preguntas que a ella le parecen muy tontas; la hace sumar y decir algunas letras. Le anuncia que tendrá que quedarse algunos días para ser observada; que después podrá irse. Es rutina, le advierte. La desata y le permite levantarse con la promesa que estará tranquila. Luego platicamos, le murmura el doctor, mientras, si quieres, te puedes lavar y caminar un poco. Cuando el doctor sale, todavía mareada se sienta al borde de la cama, se levanta deteniéndose de los barandales para no caer; se dirige a la puerta, llega al umbral desde donde puede ver a otros que, como ella, también visten batas blancas. La escena es un déjà vu, piensa, aunque no le interesa saber bien porqué. En su cabeza, las ideas de una vida futura y una vida que había decidido dejar atrás se confunden. Estuve inconsciente una semana, ¿alguna vez tuve conciencia? Una enfermera se acerca y le dice que tendrá que tomar unos medicamentos que dejó indicados el médico, que si quiere puede sentarse en la salita desde donde podrá mirar el jardín; la toma del brazo y la acompaña. Elige sentarse en una silla mecedora. Desde ahí observa a otros; se da cuenta que en este piso hay algunos enfermos extraños, no hablan entre sí, más bien a ellos mismos, y se ríen mucho. De pronto, amarran a alguien con sábanas y se lo llevan en medio de gritos, ella se cubre los oídos. En un rincón una señora mece a una muñeca y le canta. En una mesa un señor acomoda una y otra vez unos cubiertos de plástico. Pero qué insistencia, piensa, si ya quedaron bien, a su mente llegan imágenes de ella misma sacando y reacomodando aquellos cajones. Cree que tal vez se equivocaron al ubicarla en ese piso. Toma de la mesita una revista, lee distraídamente: Hôpital Laennec; Hospicedes Incurables. La deja sobre sus piernas y mira hacia el jardín; aunque hace frío aún queda algo de verde; hay muchos pinos y otros árboles que desconoce, solo uno un castaño, le parece engreído entre los otros aunque sus ramas están casi secas por el invierno, pocas hojas, mucho menos una flor;

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