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Balthazar: La Sangre Psíquica
Balthazar: La Sangre Psíquica
Balthazar: La Sangre Psíquica
Libro electrónico460 páginas7 horas

Balthazar: La Sangre Psíquica

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Información de este libro electrónico

Balthazar, hijo de un joven matrimonio fallecido al momento
de su nacimiento, emprende un viaje de autoconocimiento,
buscando respuestas a los extraos poderes mentales que posee
desde muy pequeo, ayudado de su abuelo, quien le mostrar
la forma de mantener dominados sus impulsos, hasta que
su subconsciente se vuelve turbio y sufre de un trastorno de
personalidad. Luego del misterioso asesinato de su mentor, se
encamina en a encontrar la razn de su muerte, volvindose un
sanguinario asesino, con lo cual, su mente se vuelve cada vez
ms oscura, llegando a no reconocerse a s mismo.
IdiomaEspañol
EditorialPalibrio
Fecha de lanzamiento19 jul 2012
ISBN9781463333201
Balthazar: La Sangre Psíquica
Autor

Walter Orlando Herrera Santoyo

Walter Orlando Herrera Santoyo, un joven mexicano nacido en febrero de 1995. Escribió éste, el primero de tres libros, a la edad de sólo 16 años, inspirado en el enojo y el estrés que llevaba a diario, siendo la escritura su manera de relajación y de pasar el tiempo, buscando la manera de atraer a nuevos lectores de una manera distinta, utilizando el terror y el suspenso de los asesinatos como forma de interesar al público de adultos jóvenes. El camino para convertir su sueño en realidad no fue fácil, ya que múltiples obstáculos se presentaron en su camino, ahora, luego de un año de haber comenzado a escribir su ópera prima, lanza al público la historia de Balthazar, con el fi n de despertar la curiosidad por el conocimiento en las personas.

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    Balthazar - Walter Orlando Herrera Santoyo

    Copyright © 2012 por Walter Orlando Herrera Santoyo..

    Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida

    o transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación, o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación, sin permiso escrito del propietario del copyright.

    Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Todos los personajes, nombres, hechos, organizaciones y diálogos en esta novela son

    o bien producto de la imaginación del autor o han sido utilizados en esta obra de

    manera ficticia.

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    Fax: +1.812.355.1576

    ventas@palibrio.com

    418658

    Contents

    Prólogo

    Alfa

    Niyama

    Aham-kara

    H’um

    Shangri La

    Naissance du demoniacs

    Réquiem

    Gólgota

    Jivan-mukta

    Rudra

    Skandas

    Karma

    Dharma

    A todos aquellos que hicieron posible mi sueño,

    especialmente a mi familia,

    quien me apoyó incondicionalmente.

    Prólogo

    La mente es algo que resulta misterioso, encantador, difícil de

    entender… es algo poderoso.

    Las personas usan tan sólo el 10% de su cerebro… entonces ¿qué

    pasaría si lograran entender y utilizar el otro 90%? ¿Qué secretos

    se esconden tras el pensamiento?

    Alfa

    En el principio Dios creó el cielo y la tierra, y vio que estaba desordenada y vacía, entonces Dios dijo:—¡Hágase la luz!—. Y la luz se hizo, vio Dios que la luz era buena y separó a la luz de las tinieblas. Dios llamó a la luz Día y a las tinieblas Noche, así fue la tarde y mañana de un día.

    En el segundo día, Dios separó las aguas de las aguas, con una expansión que llamó Cielos.

    El tercer día Dios juntó las aguas y descubrió lo seco, llamó a lo seco Tierra y a la reunión de aguas Mares, y vio Dios que era bueno. Luego Dios dijo:—Produzca la tierra hierba verde, hierba que dé semilla y árbol que dé fruto y que su semilla esté en él—. Y así fue.

    En el cuarto día Dios creó al Sol y la Luna, para separar la luz de las tinieblas.

    El día quinto Dios creó a los monstruos marinos que gobiernan el mar y a las aves que vuelan la Tierra.

    En el sexto día, Dios creó a los animales de la Tierra según su especie, y vio Dios que era bueno, entonces dijo Dios:—Crearé al hombre a mi imagen y semejanza para que gobierne a los peces del mar, las aves del Cielo y las bestias de la Tierra—. Y vio Dios que todo era bueno.

    El séptimo día Dios terminó su obra, y reposó toda la obra que había hecho…

    —¡Buenos días Dominic!—Dijo una voz amable.

    —¡Qué tienen de buenos!—Respondió Dominic enojado.

    Dominic era un hombre siempre ocupado, no tenía tiempo para descansar, se la pasaba preocupado y enojado por todo, nada le era agradable, la vida le parecía una estupidez y veía cada día como un eslabón más de una larga y pesada cadena que tenía que cargar.

    Cada que alguien le dirigía la palabra contestaba de mala manera, evitaba conversar con las personas, pues le parecía muy molesta la gente que se la pasaba platicando, siempre buscaba una excusa para alejarse de la gente y no hablar.

    La vida era miserable para él, nada lo hacía feliz, ni su trabajo bien pagado, ni su gran casa, ni todos los lujos que tenía, tal vez la única forma de ser feliz sería teniendo con quién compartir sus días.

    Tal vez una mujer lo haría feliz, pero cada vez que una dama se le acercaba, Dominic la trataba mal, pues ya estaba tan acostumbrado a ser cruel y frio que no le importaba más a quién rechazara.

    Él tomaba esta actitud hacia las personas como una venganza, pues por años él había tratado de acercarse a la gente y le respondieron mal, y sobre todo las mujeres que siempre lo trataban con la punta del pie, entonces Dominic decidió pagarles con la misma moneda.

    —¿Qué tal su día señor? Espero que…—Saludó la secretaria de Dominic, siendo interrumpida por la puerta que él cerró sin siquiera voltearla a ver.

    Dominic se sentó en la silla de su oficina, encendió el computador y empezó a trabajar, pero había algo raro en ella, las cosas no estaban en su lugar, y otras ni siquiera recordaba que él las tuviera.

    Miró con ojos curiosos su alrededor y notó que todo había cambiado, nada parecía ser como él lo recordaba. Salió de su oficina y le gritó a su secretaria.

    —¿Alguien entró a mi oficina? ¡Sí alguien vuelve a entrar y cambia las cosas de su lugar, te despido!

    Sin darle tiempo de contestar a la pobre mujer, Dominic entró a su oficina y azotó la puerta. Volvió a sentarse, observó de nuevo su alrededor y gritó furioso.

    Dominic levantó la muñeca y vio su reloj, solamente habían pasado treinta minutos desde que llegó al trabajo y ya parecía para él como si hubieran sido tres horas.

    Se escuchó el llamado a la puerta de la oficina de Dominic—¡adelante!—dijo sin apartar la mirada del computador.

    —¿Has amanecido con un genio que ni tú aguantas verdad Dominic?

    —Si amanezco enojado o no, no es asunto que te importe Stephan.—Respondió con fastidio.

    —¡Oye! No es para que te pongas así, no es que quiera decirte qué hacer, pero nosotros no tenemos la culpa de que seas infeliz.—Reclamó ofendido Stephan.

    —El que me interrumpas en mi trabajo para venir a decirme cómo es que está mi humor lo considero un motivo para hacerme infeliz, ver tu cara y tu presencia en este lugar, también lo considero un motivo para hacerme infeliz.

    —¿Sabes qué? No tengo por qué estar soportándote, sólo vine a desearte un buen día y tú me recibes de esta forma, luego no te quejes porque nadie quiere estar contigo.

    —Sí, si claro.—Se burló Dominic—. Ya vete y cierra la puerta por fuera.

    Stephan caminó a la puerta tomó la perilla y se detuvo un momento dándole la espalda a Dominic, después salió y cerró la puerta.

    Dominic levantó la cabeza hacia la puerta y abrió los labios tratando de pedirle perdón a Stephan, pero éste ya había salido de la oficina. Dominic no quería hablarle así a su mejor amigo, pero su enojo con la vida le hizo decirle todo eso sin pensar.

    La computadora de Dominic dejó de funcionar, las páginas se abrían y cerraban solas como si tuviera mente propia. De pronto las persianas del ventanal se movían de un lado a otro; la puerta y el monitor de su computador parecían tener cara; los adornos se levantaban y volaban alrededor de él.

    Dominic extrañado por lo que veía apretó sus ojos y los talló con fuerza con sus manos, al abrir los ojos todo estaba en su lugar.—Debe ser el estrés—. Dijo Dominic.

    Siguió con su trabajo, pero preocupado por lo que pasó, tal vez se estaba quedando loco por tanta tensión acumulada. Abrió un frasco de tabletas antiestrés que guardaba en uno de los gabinetes y tomó dos pastillas.

    Llegó la hora de la comida, Dominic salió de su cubículo y se encaminó hacia el elevador para ir a comer al restaurante que estaba a sólo unas cuadras del edificio.

    Dominic entró al ascensor y bajó hasta el primer piso, vio a Stephan en la entrada y corrió hasta donde él estaba, gritándole su nombre para que se detuviera. Dominic quería disculparse por haberlo tratado de esa manera y en recompensa lo llevaría a comer, pero por más que se esforzó, Stephan no lo escuchó.

    Caminó hasta el restaurante, pero al llegar se llevó una sorpresa más, el restaurante ya no se encontraba ahí, sólo estaba una tienda de discos.

    —Disculpe, ¿qué pasó con el restaurante que estaba aquí?—Preguntó Dominic a un hombre que pasaba por el lugar.

    —¿Restaurante? Debe estar confundido, aquí nunca ha habido un restaurante.—Le respondió el extraño hombre al que no pudo reconocer.

    Perturbado, Dominic caminó de vuelta al edificio, pero muchas cosas habían cambiado: comercios que ya no estaban; una fuente en donde estaba el puesto de periódicos; un callejón en donde antes estaba una cafetería; el hombre que pintaba retratos ya no era el mismo. Era como si por arte de magia las cosas se hubieran transformado.

    Dominic llegó a la edificación donde trabajaba y para entonces la hora de la comida ya había terminado. Con hambre y aún confundido Dominic decidió volver a trabajar, subió de nuevo al elevador y llegó hasta el piso en el que trabajaba.

    Stephan estaba platicando con su secretaria, Dominic lo vio y se dispuso a ir y pedirle perdón por todo, pues no quería perder a su único amigo.

    —¡Stephan!—Dijo mostrándose arrepentido—¿Puedo hablar contigo?

    Stephan se dio la vuelta, vio a los ojos a Dominic, se cruzó de brazos y le contestó.

    —No, en realidad no, de hecho nadie puede hablar contigo, tu maldito egocentrismo es tu problema, crees que eres el único que sufre y piensas que tienes el derecho de tratarnos como quieras, pues lamento informarte que existen otras personas, no vivimos en el planeta Dominic donde todo gira a tu alrededor, nosotros también tenemos vidas.

    Dominic se quedó sorprendido ante lo que le estaba diciendo Stephan, se trataba de su mejor amigo. Dominic permaneció callado escuchando lo que Stephan le decía.

    —Todos estamos cansados de cómo nos tratas ¡ya estamos hartos! Por eso morirás solo, nadie puede aguantarte y te preguntas por qué es que no tienes novia, nadie quiere volver a verte, ¡así que lárgate de aquí y desaparece! ¿Qué estas esperando? Anda vete.

    Dominic decidió irse de ahí, dio unos pasos en reversa para no perder de vista aquella cara llena de cólera que mostraba Stephan, después Dominic se dio la vuelta, agachó la cabeza y caminó hasta su oficina.

    —Finalmente hasta que alguien se armó de valor para decirle lo que todos aquí pensamos de usted.—Se regodeó su secretaria.

    Dominic volteó a verla y haciendo un gesto de sorpresa se metió a su despacho. Dominic no podía seguir trabajando sin pensar en lo que había pasado, su día estaba muy extraño.

    Se recargó en la silla y dejó su trabajo por unos minutos, analizó todo lo que le había estado pasando, no podía creer que tantas cosas pudieran suceder en tan poco tiempo.

    Las manecillas del reloj de Dominic empezaron a correr rápidamente, dando vueltas y marcando distintas horas, Dominic le dio unos ligeros golpes, lo agitó y al no ver respuesta, sacudió su cabeza. Volvió a ver el reloj, éste parecía normal de nuevo, marcando la hora real.

    Dominic consideró que sus alucinaciones eran producto de una deuda de sueño, que estaba muy cansado, así que se levantó, caminó hasta la puerta, le puso el seguro y cerró las persianas para que nadie entrara y viera que se encontraba dormido pues lo podían despedir por dormir en horas de trabajo.

    Se recostó en la silla, estiró sus pies y cerró los ojos. Antes de quedarse dormido se puso a pensar en lo que Stephan le había dicho y se sintió mal por haber perdido a su único y mejor amigo, al que conocía desde hace tanto tiempo.

    Las ideas en la mente de Dominic empezaron a transformarse, se interconectaban unas con otras y hasta a Dominic le parecía que sólo estaba divagando, pero cuando menos se lo esperaba ya estaba soñando.

    En el sueño, Stephan y Dominic estaban en la barra de un bar, ambos bebían y platicaban muy felices, como si nunca hubieran peleado.

    —¿Te parece una partida de pool?—Preguntó Stephan a Dominic.

    —¡Claro! Pero hagámoslo más interesante, el que pierda invita una ronda de bebidas ¿te parece?—Propuso Dominic.

    —Entonces prepara tu billetera Dominic porque voy a arrasar contigo.

    Los dos caminaron hasta una de las mesas de billar que tenían en el bar, cada quien tomó su taco y comenzaron a jugar.

    —Te concedo el honor de partir, Stephan.—Dijo Dominic.

    —¡Anda lame mis suelas! Pero no por eso te salvarás de pagar las cervezas.—Bromeó Stephan.

    Stephan golpeó la bola blanca partiendo la formación de las bolas de billar. Entonces una bola rayada entró a la buchaca.

    —Te tocan las lisas Dominic, espero que no falles todos los tiros como de costumbre.—Se mofó Stephan.

    —No me subestimes Stephan, tal vez en los juegos anteriores te dejé ganar. ¿No lo habías pensado así?

    Siguieron jugando por un rato, Dominic iba ganando la partida, le quedaban sólo tres bolas por meter al bolsillo de la mesa, Stephan sorprendido por la ventaja que Dominic llevaba, gritó.

    —¡Vaya este hombre sí que es bueno en el billar! ¡Apuesto a que nadie puede ganarle! ¡Por años había pensado que yo era bueno en esto, pero ahora veo que siempre me había dejado ganar!

    —Baja la voz Stephan, no queremos que nos echen del lugar, ni tampoco soy bueno en esto, sólo es suerte.—Dijo en voz baja Dominic.

    Unos motociclistas que se encontraban cerca de la mesa, se levantaron de sus asientos y se dirigieron hasta donde estaban los dos amigos.

    —¿Con que nadie puede ganarle? Ya veremos eso, ¿les parece un juego contra nosotros? Apostemos 100 dólares, el que gane se los lleva.—Retaron los dos monstruosos hombres.

    Dominic volteó a ver con ojos de enojo a Stephan.—Gracias, ahora de seguro nos matan—. Dijo irritado.

    —No, gracias la verdad es que ya nos vamos, además…—Trató de excusarse.

    —¿Además qué?—Interrumpió el hombre a Dominic, haciendo sonar todos sus huesos mientras se estiraba para amenazarlo.

    Dominic tragó saliva, volteó a ver asustado a Stephan y se limpió el sudor de sus manos en el pantalón. Stephan bajo la influencia del alcohol ya no sabía ni que estaba diciendo, entonces abrió la boca y se atrevió a confrontarlos.

    —¡No le tenemos miedo grandulón! Mi amigo y yo vamos a acabar muy pronto con ustedes, tomen sus tacos y comencemos a jugar.

    —¡Cállate!—Murmuró Dominic, dándole una patada a Stephan.

    —Nosotros comenzamos.—Dijo el motociclista.

    Mientras los motoristas acomodaban las bolas en la mesa, Dominic y Stephan platicaban.

    —Es mejor que los dejemos ganar, Stephan, 100 dólares no son nada comparados con lo que estos hombres nos pueden hacer.

    —¡No seas cobarde Dominic!—Replicó Stephan—. ¡Hey tu, gorilón! Mi amigo dice que te tenemos que dejar ganar porque nos das lástima.

    —Ja ja, no le hagas caso, está ebrio, no sabe lo que dice.—Se disculpó Dominic nervioso.

    El hombre se inclinó sobre la mesa viendo fijamente a los ojos de Dominic y mostrándole un gesto de disgusto, impulsó su taco y comenzó el juego.

    El hombre gordo, calvo y con grandes brazos, erró el primer tiro, así que no metió ninguna bola a los bolsillos y facilitó los golpes a Dominic.

    —Tu turno hombrecito.—Dijo el motociclista.

    Dominic no quería ganar el juego, por lo tanto, trató de fallar el tiro, cerró sus ojos y golpeó las bolas, pero para su suerte una bola entró.

    El otro motociclista gruñó y siguió con el juego, metió dos bolas de un solo golpe, cada una de lados opuestos de la mesa, se irguió y se rio para burlarse de Dominic y Stephan.

    —No celebres tanto barrigón, eso no es nada comparado con lo que mi amigo puede hacer.—Se mofó Stephan.

    El juego siguió, y poco a poco, Dominic metía todas las bolas, sin importar cuánto quisiera fallar los golpes. Sólo quedaban dos esferas, la bola 8 y la blanca.

    Era el turno de los motociclistas, solamente tenían que golpear ligeramente la bola que se encontraba casi adentro de la buchaca. El gran hombre golpeó la bola con su taco, pero la tiza que tenía en la punta ya se había acabado, desviando el tiro al golpearla, lo que provocó que no metiera la bola.

    Ambos motociclistas se voltearon a ver uno con otro, enojados. Dominic vio sus caras y asustado siguió con el juego, él trató de dirigir a la bola blanca hacia uno de los bordes de la mesa para que no golpeara la última y así perder el juego.

    Su mano temblaba, su frente sudaba y no podía concentrarse en el tiro, de pronto Dominic golpeó con el taco, la bola blanca chocó contra el borde y rebotó. Dominic se alegró de fallar el golpe y se limpió el sudor de la frente, entonces, escuchó el peor de los sonidos, la bola golpeó a la bola 8 haciéndola entrar a la buchaca.

    —¡Yahoo! Se los dije, nadie le gana a mi amigo.—Festejó Stephan.

    Los motociclistas arrinconaron a los dos amigos contra la pared y los tomaron del cuello.—Vamos a dar un paseo—. Dijeron enojados los hombres.

    Los arrastraron hasta un callejón a un lado del bar y los lanzaron contra el piso.

    —¿Entonces te burlas de nosotros? Nadie puede ganarnos a nosotros. ¿No es así Phillip?—Manifestó el hombre más grande.

    —Cierto Johnny, N-A-D-I-E.—Confirmó su lacayo.

    —¿Y qué pasa cuando alguien se atreve a ganarnos Phillip?

    —No vive para contarlo Johnny.—Contestó tratando de amenazarlos.

    Los hombres caminaban lentamente hacia Dominic y Stephan que seguían tirados en el piso. Ellos dos no eran ningunos debiluchos, en realidad eran musculosos y tenían buena condición física, pero ni así podían hacerle frente a las dos montañas que los amenazaban.

    Los motociclistas levantaron a los dos del piso con una sola mano que los sostenía de la camisa y los pusieron contra la pared. Dominic cerró sus ojos de nuevo, preparándose para recibir los golpes y entonces sintió una fuerte sacudida.

    Dominic despertó de su sueño, pero todo seguía temblando, las cosas caían de los estantes, el piso se movía violentamente y el techo se cuarteaba.

    —¡Terremoto! ¡Todos salgan del edificio! ¡Evacuen el lugar inmediatamente!—Alarmó una voz afuera de la oficina de Dominic.

    Dominic se levantó rápidamente de su asiento, abrió la puerta y corrió hasta las escaleras, tenía que llegar lo más pronto posible hasta el exterior y no podía utilizar los ascensores.

    Caminó rápidamente por las escaleras, vio a un hombre que corría desde lo alto y pensó que si él corría como lo hacía aquel hombre, podía llegar más pronto.

    Entonces una fuerte sacudida se sintió e hizo caer al sujeto desde las escaleras por el hueco que quedaba entre la separación de éstas.

    El hombre caía como un muñeco de trapo a toda velocidad mientras gritaba de terror, cada vez más se acercaba al piso, finalmente se estrelló. Se escuchó cómo su cráneo se partía al rebotar contra el piso, la sangre salió de su cabeza y el hombre agonizó hasta morir.

    Dominic pudo ver lo que sucedía mientras bajaba por las escaleras.—Creo que mejor camino—. Se dijo a sí mismo y siguió avanzando, abriéndose paso entre las personas que eran más lentas que él.

    Dominic llegó hasta el último piso, abrió la puerta y corrió por el vestíbulo del edificio hasta la entrada, los candelabros que adornaban la entrada empezaron a caer violentamente, Dominic esquivaba todo lo que se venía abajo y que por poco lo aplastaba.

    Al salir de la torre, lo que Dominic vio fue horrible, algunos de los edificios vecinos yacían en el piso, las calles estaban bloqueadas por los escombros, automóviles atrapados bajo los restos de las construcciones y personas muertas por todos lados.

    Seguía temblando en la ciudad, los edificios continuaban desmoronándose, las personas corrían aterradas y los vidrios de las ventanas caían sobre ellas como si fueran guillotinas; las piedras salían como proyectiles golpeando con fuerza las cabezas de la gente, matándolas al instante.

    Dominic corrió por la calle para llegar hasta un lugar seguro, saltó las grietas que había en el piso, los cadáveres y cuanto se le interponía. En aquel momento Dominic vio a una niñita asustada llorando.

    —¡Niña! Ven, acércate, tenemos que irnos. —Anunció Dominic.

    —¡No sin mi mami!—Se negó la pequeña.

    —Está bien, ¿donde está ella?—Preguntó apresurado.

    —Ahí—señaló la niña un edificio colapsado—me dijo que esperara aquí afuera hasta que ella saliera.

    Dominic se acercó a la niña, se tocó la frente y le dijo.—Ella no podrá acompañarnos, está en otro lugar ahora—. Tomó a la niña del brazo y la jaló para llevársela del lugar.

    —¡No! ¡Mi mami!—Gritó la niña sollozando.

    La pequeña se soltó de la mano de Dominic que la jalaba con gran fuerza, la niña tropezó y cayó al piso. Entonces puso sus manos contra el suelo y se arrodilló para después levantarse.

    Desde el último piso de un hotel, una de las ventanas se rompió y cayó en el cuello de la niña, cortándole de un tajo la cabeza. Esta rodó hasta los pies de Dominic, que sorprendido vio el cuerpo decapitado que sostenía una muñeca con las manos.

    Dominic decidió no perder más tiempo viendo el cadáver sin cabeza y siguió corriendo hasta Union Park, donde no había edificios que le cayeran encima.

    Súbitamente, una horda de personas comenzó a correr en dirección a Dominic. Corrían atemorizados, tambaleándose por el sismo, algunos tropezaban, se levantaban y volvían a correr.

    Dominic se precipitó también para escapar de aquella multitud que fácilmente podía aplastarlo y matarlo.

    —¡Aquí viene la ola!—Gritó una de las personas que corrían tras Dominic.

    Dominic sin dejar de correr volteó la mirada hacia atrás para ver de qué estaban hablando. Una serie de olas venía sobre ellos, una más grande que la otra cada vez.

    Dominic, sin importarle que todavía estuviera temblando, se metió a un edificio que le pareció lo bastante resistente como para soportar la fuerza del agua y de los movimientos de la tierra juntos.

    Subió las escaleras del edificio hasta llegar a la azotea. La primera ola impactó la construcción, moviéndola bruscamente; la segunda ola chocó también, rompiendo ventanas y puertas, y la tercera aún más grande que la anterior destruyó por completo el primer piso.

    El edificio al quedarse sin cimientos se vino abajo, llevándose consigo a Dominic. La cuarta y última ola, pero todavía más grande, llegó, arrastrando a Dominic con su enorme fuerza.

    El tsunami llevaba autos, edificios, anuncios, personas, animales y muebles. Dominic fue sumergido por la ola y algunos de los objetos que iban con él lo golpearon.

    Enfrente estaba un conjunto de apartamentos, y la ola lo llevaba directamente hacia ellos. Dominic estuvo a punto de ser estrellado contra el muro, entonces, un sillón que fue remolcado por la ola pasó rápidamente a un lado de Dominic, rompiendo una de las ventanas.

    Un remolino jaló a Dominic hasta el interior de ese apartamento, salvándolo de terminar embarrado en la pared.

    El agua comenzó a bajar poco a poco y regresó al mar. Dominic salió de los apartamentos, la tierra ya había dejado de temblar y la mayoría del agua se había ido, pero el desastre seguía en la ciudad, las personas caminaban heridas, niños lloraban desorientados, los perros buscaban a sus amos entre los escombros, familias asustadas abandonaban la ciudad, las calles estaban destruidas, los postes de luz estaban tirados dejando sus cables electrificados dando piruetas.

    Todos los caminos habían quedado en malas condiciones u obstruidos por los escombros, así que Dominic no pudo volver a casa en auto, tuvo que caminar hasta su hogar.

    Al llegar, Dominic entró a su casa y vio que todo estaba intacto en el interior, como si no hubiera ocurrido nada, todo estaba impecable. Encendió su televisor para ver las noticias e informarse de lo que había ocurrido.

    —El sismo más devastador registrado en la historia, tuvo lugar hoy en la gran ciudad de New Age, la escala fue de 9.9 grados Richter con una duración aproximada de media hora. El epicentro fue localizado en el océano Atlántico a cuatro kilómetros de la costa de la ciudad, fue provocado por un movimiento oscilatorio en las placas tectónicas, esto generó a su vez un tsunami que llegó rápidamente a la ciudad. Los daños ascienden a los quinientos mil millones de dólares y hasta el momento se han contabilizado pérdidas humanas de setecientas personas, además, se espera que la cifra aumente al iniciarse las labores de rescate y limpieza de escombros.—Ese fue el reportaje que Dominic vio en el noticiero.

    Dominic apagó el televisor, tomó su celular y llamó a sus familiares que por suerte no vivían en la ciudad, les hizo saber que él estaba bien y preguntó sobre cómo se encontraban ellos.

    Después de una larga plática con toda su familia, Dominic decidió llamar por teléfono a Stephan. Aunque estaban peleados, Dominic lo seguía considerando como su mejor amigo.

    El teléfono siguió marcando pero Stephan jamás respondió, Dominic temía lo peor, así que salió de su casa y se encaminó a la casa de Stephan.

    Ya casi amanecía, Dominic no estaba ni a la mitad del camino de la casa de Stephan, pero el miedo de perder a su amigo y la adrenalina disparada por lo que vivió le dieron fuerza y energía para llegar hasta donde vivía Stephan.

    Mientras Dominic caminaba por lo que quedaba de la ciudad, vio con mayor claridad el paisaje de destrucción que había. Las grúas y camiones de carga para los escombros comenzaron a llegar y limpiar el desastre.

    Los rescatistas tenían esperanza en encontrar personas con vida debajo de los edificios colapsados. En algunos lugares llegaban a encontrar hasta tres personas con vida, pero en otros sólo cadáveres.

    Siguió caminando, sus pies comenzaban a sentirse adoloridos y el sueño ya estaba haciendo efecto en él, por lo tanto se sentó en una roca que estaba por el lugar.

    Una pareja se rencontró frente a él, ambos lloraban de felicidad por no haber muerto, juraron jamás separarse y estar siempre juntos, se besaron y se abrazaron.

    Al ver aquello, Dominic, se dio cuenta de lo solitario que él era, que por su actitud había alejado a las personas y ahora nadie quería estar con él. Dominic recordó lo que Stephan le había dicho, y se dio cuenta de que su amigo era lo único que tenía.

    Se levantó de aquella roca para ir a disculparse con Stephan, no quería perder a su amigo, pues temía que éste ya estuviera muerto. Dominic comenzó a correr a prisa para no desperdiciar ni un solo minuto.

    La avenida Parkinson, una de las más grandes de la ciudad, servía como punto de reconocimiento de cadáveres, había una larga fila de mantas blancas, donde estaban los cuerpos de aquellas personas que habían muerto o que se habían encontrado en la calle o bajo los escombros.

    Dominic caminó por toda la avenida, viendo uno por uno los cadáveres, en busca de algún conocido. Había cuerpos que pudieron ser identificados y tenían su nombre escrito a la altura de los pies, otros no habían sido reconocidos y a esos Dominic les levantaba la manta para ver sí los conocía.

    Una familia completa estaba bajo las sábanas, seis personas que tal vez nadie reclamaría, pues todos los integrantes de ella ya se encontraban muertos.

    Al ver que ninguno de esos cuerpos era el de Stephan, Dominic se sintió aliviado, pero también preocupado, pues existía la posibilidad de que Stephan todavía estuviera enterrado bajo los escombros.

    Siguió caminando con la esperanza de que su amigo siguiera con vida. Por más que caminara, la destrucción de la ciudad no desaparecía, por todos lados había grietas, construcciones colapsadas, cuerpos, miembros mutilados y un silencio fúnebre que sólo era interrumpido por el ruido de las máquinas a lo lejos.

    Dominic finalmente llegó al vecindario de Stephan, gran cantidad de casas estaban derrumbadas y todas demostraban la fuerza de aquel terremoto.

    La casa de Stephan estaba completamente demolida, el techo había sido arrastrado hasta tres cuadras más adelante, la puerta de entrada estaba tirada en la sala, las escaleras fueron arrancadas del piso. Lo único que quedaba de la casa era la mitad de los cuatro muros, la cocina enlodada y una parte de la sala.

    Dominic contempló aquella horrible vista y corrió al interior de la vivienda, buscando algún rastro de Stephan. Levantó cada uno de los objetos que yacían en el piso, pero no encontró ningún cuerpo.

    Dominic se imaginó lo peor, se dejó caer de rodillas y lloró la muerte de su amigo. De pronto Dominic escuchó unos pasos que se aproximaban hasta él.

    —¿Qué haces aquí?

    —¡Stephan, estás vivo!—Celebró Dominic.

    Dominic se levantó inmediatamente y abrazó a Stephan con mucha alegría, pero Stephan se quitó las manos de Dominic que lo rodeaban y se alejó de él.

    —¿Qué quieres? ¿Has venido a burlarte de mí? ¿O sólo quieres matarme tú mismo?—Dijo Stephan molesto.

    —No, sólo vengo a ver cómo estás y a pedirte perdón por cómo te he tratado, tu no mereces que te traten de esa forma, perdóname.—Se disculpó profundamente Dominic.

    —Así es, eres un estúpido y no merezco que ni tú ni nadie me maltrate, debiste haber pensado eso desde hace mucho tiempo, ahora ya es muy tarde, no quiero volverte a ver, ¡lárgate de aquí y desaparece de mi vida!

    Dominic completamente desentendido miró a Stephan.—Pero Stephan, tú y yo somos amigos—. Insistió a Stephan, que parecía no importarle nada de lo que Dominic le decía.

    —¿Somos? ¡Ah sí, ya me acordé! Un amigo puede tratar mal a su amigo cuando se le dé la gana, también puede ignorarlo, gritarle y hacerlo sentir cual cucaracha.—Dijo siendo sarcástico.

    —Stephan, en verdad siento haberte…

    —Ya te dije que no quiero saber nada de ti, vete y no vuelvas más.—Interrumpió Stephan.

    Desalentado, Dominic salió de la propiedad de Stephan, todos sus esfuerzos habían sido en vano, sin importar cuánto se disculpó y cuántas cosas tuvo que pasar, a Stephan no le interesó y lo rechazó.

    Dominic se hizo a la idea de que eso le pasaba por su conducta, por siempre ser tan frio con todos. Ahora sí, estaba completamente solo, pues su mejor amigo no quería volver a verlo.

    Emprendió el viaje de vuelta hasta su hogar, caminando de nuevo entre toda la destrucción y la suciedad de la calle, pero ahora sin ningún propósito.

    Cuando ya estaba lejos del vecindario de Stephan, el cielo se nubló completamente, el viento comenzó a soplar y la lluvia cayó. Un huracán se había formado en el mar y ahora amenazaba con asolar la ciudad.

    La lluvia se intensificó y el viento era tan fuerte, que no se podía ver muy lejos por las ráfagas que impedían la visibilidad. Dominic fue empujado por la potencia del aire, la cual, logró derribarlo al suelo.

    La ciudad estaba debajo del ojo del huracán, la fuerza del viento era aún más fuerte en las paredes del ojo. Los grandes letreros y árboles eran arrancados del suelo, volaban por todas partes, como si fueran simples pedazos de papel.

    Dominic corrió hasta llegar a una ambulancia solitaria de los rescatistas que trabajaban en los derrumbes buscando sobrevivientes. La ambulancia estaba encendida, pero los paramédicos no estaban ahí, por lo que Dominic decidió apretar el acelerador y salir lo más pronto posible del lugar.

    Ya eran tres los desastres que abatían la ciudad, primero el terremoto, luego el tsunami, y ahora era el huracán. Dominic no podía creer lo que sucedía, parecía que estaba dentro de una película.

    Las borrascas de viento chocaban contra la ambulancia, moviéndola bruscamente, era difícil mantener el control del volante para Dominic ya que además de no poder ver más de unos metros hacia adelante, el aire lograba arrastrar hacia los lados al coche.

    Una grieta en el piso, oculta por las ventiscas, apareció delante de Dominic, él reaccionó apresuradamente y giró el volante, dando vuelta en una pequeña calle, Dominic siguió conduciendo con el pie a fondo en el acelerador.

    Dominic salió de la zona con los vientos más fuertes y aún con veloces ráfagas, siguió manejando hasta llegar a su casa, donde apenas y caía una ligera lluvia.

    Dominic entró a su casa, se metió a la tina y se dio un baño. Al terminar de ducharse, Dominic tomó una toalla con la que se secó, él solía salir desnudo del baño, pues vivía sólo, pero al abrir la puerta se llevó una gran impresión.

    Una mujer estaba recostada en la cama, no podía verle muy bien la cara, pero si veía su hermoso cuerpo cubierto por una sábana y su larga cabellera rubia. Dominic sobresaltado se puso la toalla para taparse.

    —¡Llegaste amor!—Le dijo la extraña mujer, como si lo conociera desde hace mucho.

    —¿Amor? ¿Disculpa tú quien eres y qué haces aquí?—Preguntó confundido.

    —Dominic, me estás asustando, ¿qué te sucede?

    —¿Cómo…cómo sabes mi nombre?—Titubeó.

    —Dominic soy tu esposa ¿no lo recuerdas?

    De pronto en la mente de Dominic se formó la memoria de que estaba casado con esa mujer desde hace algún tiempo, lo cual no era así.

    —Lo siento nena, todo esto del terremoto, el tsunami y el huracán me ha afectado mucho, fui a buscar a Stephan pero él está muy enfadado conmigo, me dijo que no quería volverme a ver.

    —Dale tiempo Dominic, pronto se le pasara el coraje y volverán a ser los mejores amigos.—Consoló la mujer.

    Aún no lograba verle el rostro a aquella atractiva chica, pero eso parecía no importarle a Dominic. Los dos se acostaron en la cama uno a espaldas del otro y durmieron.

    Tiempo después, Dominic despertó para ir a la cocina por un vaso de agua, bajó las escaleras y vio una intensa luz que venía de la sala. Asustado, Dominic caminó a hurtadillas, armado con un cuchillo.

    Dominic llegó a la sala y quedó cegado por la luz.—¿Quién eres?—Preguntó Dominic. La luz comenzó a hacerse más tenue, lo que le permitió ver.

    Cuando pudo abrir bien los ojos, vio a un hombre con una túnica blanca y unas enormes y hermosas alas que salían de su espalda, el hombre parecía estar flotando sobre el suelo, sostenía una trompeta en su mano derecha, su cara perfecta brillaba y una aureola se posaba sobre su cabeza de cabello rizado.

    —He venido a anunciar el fin, todo ha terminado, ahora nadie puede escapar de su destino, el juicio final ya está aquí, no hay nada más que hacer.—Explicó sin ver a Dominic a los ojos.

    —¿Qué? ¿De qué estás hablando? ¿Quién eres tú? O mejor dicho ¿Qué eres?—Cuestionó Dominic.

    —He venido de las alturas para proclamar el término de ésta era, el apocalipsis ha llegado.

    —¿Qué estás diciendo? ¿El final? ¿Por qué estas en mi casa?—Preguntó con terror.

    —Tú eres parte importante de los eventos que han pasado y que están por venir. Tú eres la causa por la que estoy aquí.—Respondió el hombre con una voz que se repetía con eco.

    —¿Yo?—Dijo Dominic muy confundido—. Pero aún no me has dicho quién eres.

    El hombre batió tres veces sus alas y el techo se abrió para dejarlo salir, entonces, tocó su trompeta muy fuerte, ni el sonido de la erupción de un volcán se acercaba al que producía con la trompeta.

    Dominic levantó su mirada, realmente asombrado, hasta el hombre.—¿Eres Dios?—Se preguntó Dominic en su mente.

    —Soy el Arcángel Gabriel—. Reveló el hombre a Dominic, momentos antes de elevarse violentamente hacia el cielo.

    El Arcángel ascendió al cielo como una esfera con una intensa luz y seis luces más volaron hacia el mismo lugar. Las siete esferas se unieron en una sola y con un gran destelló desaparecieron en el cielo.

    Ya estaba amaneciendo, Dominic despertó a la mujer que estaba en su cama para platicarle lo que había sucedido.

    —¡Nena, levántate, nos tenemos que ir!—Se apresuró Dominic.

    —¿Por qué? ¿Qué está sucediendo?—Preguntó la mujer todavía adormecida.

    —Un hombre apareció en la sala hace unas horas, dijo que el fin del mundo había llegado. ¡Tenemos que irnos ya!—Demandó él.

    —¿Pero

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