Novia por accidente: El desafío de la boda (2)
Por Sophie Weston
3.5/5
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Información de este libro electrónico
Dom necesitaba una compañera, una chica glamurosa que le consiguiera la publicidad necesaria para financiar su próxima expedición. ¡Y la supermodelo Jemima Dare era la mujer adecuada! Jemima necesitaba una doble… No podía trabajar, pero tampoco podía perder el contrato, así que recurrió a su hermana Izzy. Para Izzy hacerse pasar por Jemima ya era bastante difícil, pero tratar con Dom, poderosamente atractivo y con unos ojos demasiado perspicaces, era más de lo que podía soportar. Sobre todo desde que se sintió obligada a contarle la verdad.
Sophie Weston
Sophie Weston was born in London, where she always returns after the travels that she loves. She wrote her first book - with her own illustrations - at the age of four but was in her 20s before she produced her first romance. Choosing a career was a major problem. It was not so much that she didn't know what she wanted to do, as that she wanted to do everything. So she filed and photocopied and experimented. And all the time she drew on her experiences to create her Mills & Boon books. She edited press releases for a Latin American embassy in London (The Latin Afffair); lectured in the Arabian Gulf (The Sheikh's Bride); waitressed in Paris (Midnight Wedding); and made herself hated by getting under people's feet asking stupid questions - under the grand title of consultant - all over the world (The Millionaire's Daughter). She has one house, three cats, and about a million books. She writes compulsively, Scottish dances poorly, grows more plants than she has room for, and makes a mean meringue.
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Novia por accidente - Sophie Weston
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2003 Sophie Weston
© 2016 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Novia por accidente, n.º 1880 - octubre 2016
Título original: The Accidental Mistress
Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.
Publicada en español en 2004
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-687-9027-5
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Portadilla
Créditos
Índice
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Si te ha gustado este libro…
Prólogo
Nos olvidamos del factor sorpresa, chicos –dijo el ejecutivo senior de Relaciones Públicas Culp and Christopher–. Ser explorador no tiene nada de especial, hay montones de exploradores.
Dominic Templeton–Burke garabateaba impaciente en un papel. Al oír eso alzó la cabeza y lo miró incrédulo. Su escultural rostro quedó helado un segundo para después tragar, reprimiendo la risa quizá. De no haber sido C&C la agencia de relaciones públicas más famosa de Londres, y de no hacer ese trabajo gratis para él…
–Me temo que eso va con el trabajo –comentó Dominic con voz estrangulada.
Pero el ejecutivo senior no estaba acostumbrado a que se rieran de él, y por eso tampoco captó la burla. Sonrió tolerante y añadió:
–Así es, pero lo que tenemos que preguntarnos es: ¿qué es lo que hace a Dominic Templeton-Burke único?
Hubo una pausa.
–¿Que es sexy? –sugirió Molly di Peretti dubitativa.
En esa ocasión Dominic ni siquiera trató de disimular la sonrisa.
–¡Vaya, gracias!
Pero ninguno de los profesionales de las relaciones públicas pareció oírlo. Aquel aventurero resultaba un desafío. Sí, era guapo, pero no se lo tomaba en serio. No lo había hecho ni siquiera en el primer momento, cuando el director general Jay Christopher se lo presentó a todo el mundo diciendo:
–Este es Dom. Va a ir a dar una vuelta por la Antártida, y acaba de perder el diez por ciento de su subvención. Tenemos que ayudarlo.
Lo malo era que ayudar a Dom Templeton-Burke se estaba convirtiendo en una verdadera batalla, aunque ninguno de los ejecutivos parecía darse cuenta.
–Todos los exploradores son sexys –argumentó el ejecutivo senior que había hablado al principio.
Los empleados intercambiaron miradas cómplices.
–Lo son –insistió él–. Es normal, con todo ese equipo especializado y sin afeitar. Son pura testosterona. Necesitamos otra idea.
Era innegable. Hubo una nueva pausa, durante la cual todos parecieron recapacitar.
–¿Algo que ponga de relieve su lado sensible? –sugirió Josh, el novato.
–No tan sensible –afirmó Dominic serio.
Su hermana Abby, ejecutiva también, bajó la vista. Sólo las amenazas familiares habían logrado convencer a Dominic de que asistiera a esa reunión, y Abby no le quitaba ojo de encima.
–Trata de ser un poco constructivo, Dom, sólo intentamos ayudarte.
Dominic era su hermano preferido, pero para Abby esa experiencia estaba resultando una pesadilla.
–Lo siento.
La voz de Dominic, sin embargo, demostraba que le daba igual. Y sus ojos verde grisáceo brillaban.
–¿Qué tenéis en mente? –añadió reclinándose en la silla.
–Algo especial, llamativo, inesperado. Algo que la gente recuerde. Se trata de buscar el rostro humano –contestó el ejecutivo senior.
–Te refieres a alguna cosa que indique que hay algo en él aparte de los músculos y la destreza para leer la brújula, ¿no? –intervino Abby.
–Se refiere al misterioso hombre que hay bajo el duro explorador –la corrigió su hermano–. Hablamos de fiestas, martinis y, probablemente, de una glamurosa amante oculta –añadió Dominic maliciosamente.
Hubo un silencio repentino, total, y todos intercambiaron miradas atónitas. Habían oído hablar de Dominic. Entre expedición y expedición asistía a fiestas y ponía en ello gran entusiasmo. De hecho, en el expediente del que todos tenían una copia, Molly concluía:
Se dice que es un hombre brillante, impredecible, un tipo difícil. Mujeriego y divertido, un buen día desaparece para ir a entrenarse sin avisar a nadie. Sexualmente una bomba, socialmente un torbellino, y románticamente, una mala apuesta.
–Eh… –comenzó a decir Molly, desviando la vista del expediente.
Hasta Abby, que no había leído el expediente, parecía incómoda. Claro que Dominic era su hermano.
–¿Quién, tú? –preguntó Abby irónica–. ¿Algo así como si de pronto recordaras que tienes una novia sexy esperándote justo cuando alguien trata de enseñarte un nuevo equipo de escalada?
–Estás sugiriendo otra vez que no soy sexy –contestó Dominic amargamente.
Todas las mujeres sentadas alrededor de aquella mesa lo calibraron de un modo profesional. Se notaba que había un cuerpo musculoso y atlético bajo la ropa descuidada. Sólo la mirada maliciosa de Dominic sugería que con él nadie sabía a qué atenerse. Quizá fuera un desafío, pero…
–No, estoy sugiriendo que deberías llevar tatuado en la frente las palabras «Nada de compromisos» –soltó Abby–. ¿O pretendes decir que no es cierto?
–Creía que estaba aquí para que me ayudarais con las relaciones públicas, no para criticarme –contestó Dominic.
–Un perfil mujeriego podría ser una buena publicidad, sin duda, pero… –comentó Molly di Peretti mirando a Abby y esperando a que ella le diera una pista.
Molly repasó la lista de conquistas recientes de Dominic. Todas eran guapas, de buen carácter, chicas fáciles. Fugaces. Y nada sugería que él fuera a cambiar. Aun así, el explorador necesitaba esa subvención. Y cabía la posibilidad de que la idea no fuera mala del todo. Molly se aclaró la garganta y añadió:
–¿Has pensado en alguien?
–¿Yo? –preguntó Dom abriendo los ojos enormemente–. Creía que era para eso os pagaban.
Dominic fingía estar ofendido, fingía ser inocente de toda culpa. Pero Abby conocía muy bien ese tono de voz. ¿Dominic enfadado? Jamás. Abby estaba a punto de arrojarle el expediente a la cabeza.
–Hmmm… es una idea –afirmó el ejecutivo senior–. Sí, definitivamente es una idea.
Pero Abby sabía que Dom no se lo tomaba en serio, aunque sus colegas no se hubieran dado cuenta.
–No es buena idea –negó Abby–. No tenemos a ninguna Madame Pompadour, y además no creo que le gustara a la novia de Dom. Sea quien sea ahora.
–Ahora no tengo ninguna –contestó Dominic divertido–. Estoy abierto a cualquier oferta.
–Me gusta –decidió el ejecutivo senior–. Podríamos hacer algo interesante con esa idea.
–¿En qué estás pensando? –preguntó Dom asintiendo con entusiasmo.
Abby gruñó. Pero Dominic hizo caso omiso.
–¿Una chica guapa, rubia, con largas piernas? –preguntó Dominic esperanzado.
Abby dejó caer la cabeza y se tapó la cara con las manos. El ejecutivo senior, que no conocía a Dominic, hizo un gesto despectivo con la mano.
–No quieres preocuparte por los detalles, ¿eh? –inquirió Dominic sonriendo–. Sí, te comprendo. Ya se ocuparán los demás de los detalles insignificantes, ¿no?
Abby alzó la cabeza y miró severamente a su hermano. Sus ojos brillaban de un modo que conocía demasiado bien.
–Dom…
Pero Dominic se inclinó hacia delante sin hacer caso, apoyó los codos sobre la mesa y descansó la cabeza en las manos. Era la viva imagen de una persona dispuesta a cooperar, pero Abby no se dejaba engañar.
–Te están dando muchos consejos gratis, no los desperdicies –advirtió ella–. Tómatelo en serio.
Pero cuando algo le hacía gracia, Dom no paraba.
–¿Tomármelo en serio? Sinceramente, Abby, me parece que la idea es bastante buena –contestó Dominic mirándolos a todos a su alrededor–. Pero explicádmela. ¿De verdad creéis que una amante podría mejorar mi imagen pública? ¿Y de dónde vais a sacarla?
–¿De una empresa de alquiler? –sugirió Abby dándose por vencida.
–No le hagáis caso –repuso Dominic dándole una patadita por debajo de la mesa–. Vamos, señoras y señores, soy un novato en relaciones públicas. Guiadme.
–Dom, ¡basta! –exclamó Abby.
Sin embargo el ejecutivo senior era incapaz de creer que ningún cliente pudiera burlarse de él ni tomarse su trabajo tan a la ligera.
–El sexo vende –explicó el ejecutivo con toda seriedad, muy amablemente.
Su tono de voz sugería que Dominic sabía menos del mundo que el novato recién contratado, Josh.
–¡Ah! –exclamó Dom haciéndose el ingenuo–. Pero lo que queremos vender es mi próxima expedición, ¿no? Pues lo siento, chicos, pero tengo que daros una noticia. No hay mucho sexo en el Polo Sur.
–Razón de más para que lo haya en la campaña de relaciones públicas previa –explicó el ejecutivo senior con paciencia.
Aquello fue ya demasiado para Dominic. No pudo seguir controlando la risa, así que soltó una carcajada y enterró el rostro en las manos.
–¡Estáis locos! –exclamó cuando por fin pudo dejar de reír–. Absolutamente locos, todos. Las relaciones públicas evidentemente dañan las neuronas.
Dominic se puso en pie y los miró.
–Gracias por vuestra ayuda, pero paso.
Y, tras decir eso, salió de la sala de juntas riendo a carcajadas y dejando tras de sí un enorme silencio. Entonces Molly respiró hondo, satisfecha, y dijo:
–Impredecible, ya os lo dije.
–Lo siento… –se disculpó Abby.
–No importa –contestó Molly dándole golpecitos en la espalda–. Le diremos a Jay que hicimos todo lo que pudimos, pero que Dom no se mostró dispuesto a cooperar. Tranquila, ni siquiera Jay puede obligar a nadie a hacer relaciones públicas. Aunque confieso que me encantaría prepararle una cita con Madame Pompadour. Y perdona que diga esto, Abby, pero a tu hermano no le vendría mal un curso de modales.
Abby esbozó una mueca. De no haber sido por su lealtad familiar habría estado de acuerdo. Los demás recogieron sus papeles y se reclinaron en las sillas, dispuestos a hablar del siguiente asunto. Sólo el ejecutivo senior tenía algo más que añadir. Y no parecía enfadado, sino entusiasta.
–Habría sido una gran historia. Pensad en los titulares: «¡Un hombre de verdad y su afortunada dama!»
Sus colegas lo miraron horrorizados, y eso bastó para devolverlo a la realidad y añadir:
–De encontrar a la mujer ideal, claro está. Sólo si encontráramos a la mujer ideal.
Abby y Molly se miraron significativamente.
–¿La mujer ideal? –repitió