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El mejor modelo
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El mejor modelo

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Información de este libro electrónico

En cuanto lo vio en ropa interior, empezó a fantasear con quitársela con sus propias manos...
Cuando su empresa de lencería masculina estaba a punto de convertirse en un auténtico éxito, Swan McKenna fue acusada de haber robado cinco millones de dólares. ¿Cómo iba a lanzar aquellos atrevidos diseños teniendo a un agente pegado a ella día y noche?
Sin embargo, en cuanto vio al sexy agente especial Rob Gaines, no pudo pensar en otra cosa que en pegarse a él día y noche. El problema era que la presencia de Rob desanimaba a los modelos que iban a presentar la colección y ella necesitaba modelos urgentemente. Pero Swan no esperaba que Rob se ofreciera para exhibir sus diseños...
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento31 may 2018
ISBN9788491887089
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    Vista previa del libro

    El mejor modelo - Suzanne Forster

    Editado por Harlequin Ibérica.

    Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

    Núñez de Balboa, 56

    28001 Madrid

    © 2003 Suzanne Forster

    © 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

    El mejor modelo, n.º 36 - junio 2018

    Título original: Brief Encounters

    Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

    Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

    Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

    Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

    ® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

    ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

    Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

    Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com

    I.S.B.N.: 978-84-9188-708-9

    Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

    Índice

    Portadilla

    Créditos

    Índice

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    Si te ha gustado este libro…

    1

    Swan McKenna llevaba casi toda la tarde observando a hombres semidesnudos, pero seguía sin encontrar lo que buscaba. Era consciente de que a muchas mujeres les habría encantado aquel trabajo, y por supuesto, ella no era diferente; además, llevaban su ropa interior: la ropa interior que ella misma había diseñado.

    Pero ahora necesitaba un hombre que pudiera venderla.

    —¡Quiero a alguien impactante! —imploró.

    Estaba hablando por teléfono con su ayudante, Gerard Nichols, quien se encargaba de buscar a los modelos. Ese aspecto del negocio era responsabilidad de Lynne Carmichael, la socia de Swan, pero se había tenido que marchar para organizar su próxima gira y los había dejado solos con el pequeño problema de preparar la fiesta de lanzamiento que pensaban dar al día siguiente. Aquél iba a ser su primer acto realmente importante, así que habían invitado a toda la prensa de Los Ángeles para que asistieran a su nueva y atrevida línea de ropa interior para hombres.

    Swan tenía buenos motivos para estar nerviosa. Lynne y ella habían trabajado muchos años para llegar a aquel punto y lo habían conseguido contra todo pronóstico. Pero conocía el mundo de la moda y sabía que podía ser muy cruel con los novatos, así que se sentía como un pollo a punto de ser devorado. Una sola crítica negativa podría destruirlos.

    Sólo necesitaba a un par de tipos que fueran capaces de ponerse unos calzoncillos de camuflaje, modelo tanga, sin enredarse con ellos. Lamentablemente, todavía no los había encontrado.

    —Esto parece un pase de imitadores de Village People —susurró Gerard—. Tenemos un indio emplumado, un bombero con un hacha, un vaquero con pistolas… Pero ¿qué veo? Acaba de entrar un tipo vestido de técnico de la compañía telefónica y está para morirse, Swan. Es impresionante.

    Gerard se encontraba en el vestíbulo, y Swan en la espaciosa sala de música de la villa de estilo mediterráneo que se había convertido recientemente en la sede de Brief Encounters, la empresa de diseño de Swan y Lynne.

    —¡Y ahora acaba de entrar el Marqués de Sade en persona! —continuó Gerard—. Hasta se ha traído un látigo, un látigo de verdad… ¿Quieres que te lo envíe?

    Swan estaba tan cansada que ni siquiera pudo reír, pero supuso que Gerard se encontraba en su salsa. Desde el principio sabía que su compañero de trabajo era homosexual, porque se lo había dicho él mismo a modo de presentación. En aquel momento se preguntó si siempre se presentaba de ese modo y no tardó en descubrir que la respuesta era afirmativa.

    Cuando Gerard entró aquel día en su minúsculo despacho de la playa de Manhattan, en California, añadió que era el ayudante que necesitaba y que no era preciso que siguiera buscando. En algún momento había tenido intención de convertirse él mismo en modelo, pero tenía treinta y tantos años y le gustaban demasiado los dulces, así que se había contentado con ser imprescindible en su trabajo. De hecho, lo era: Swan habría estado completamente perdido sin él.

    —No, prefiero que probemos al reparador de teléfonos —dijo ella—. Suena más seguro. Al tragafuegos que has enviado se le ha caído la antorcha y ha estado a punto de quemar todo el edificio. Evítame esas experiencias, ¿quieres? Y por favor, no me envíes más animales vivos. Sobre todo si son serpientes.

    Uno de los modelos llevaba una serpiente sobre los hombros, pero en determinado momento se le había escapado y Swan la encontró bajo el sofá en el que acababa de sentarse. Por supuesto, se dio un susto de muerte. Y todavía estaba sorprendida por no haber tenido que ir al cuarto de baño a toda prisa: otras personas temblaban cuando se asustaban; a ella, en cambio, le entraban ganas de ir a orinar.

    —Pero Swan…

    —No hay «peros» que valgan, Gerard. No quiero nada que asuste, nada que tenga más de dos patas, nada que arda y nada que pueda estallar. Se supone que esto es un paso de modelos. Además, no he pagado todavía la factura del último trimestre de la aseguradora y no estoy segura de que nos cubriera los posibles daños.

    Gerard suspiró al otro lado del teléfono. Siempre le habían gustado las cosas impactantes y decía que el pase necesitaba más efectos especiales. Como ni ella ni Lynne se podían permitir el lujo de instalar láser para iluminar el sitio, y dado que tampoco podían contratar un espectáculo de fuegos artificiales, Gerard había sugerido que los modelos estuvieran fuera de lo común. Al final, Swan había aceptado que invitara a la prueba a algunos de sus amigos más extravagantes; pero aquello le parecía ridículo.

    —El Marqués es muy divertido, Swan. ¿Estás segura de que no lo quieres?

    —Estoy totalmente segura. Así que te ruego que no me envíes a nadie con un látigo.

    Gerard cortó la comunicación y Swan regresó al trabajo. La mesita de café que estaba utilizando a modo de escritorio estaba llena de fotografías y currículos de los modelos. La mayoría estaban empezando en la profesión, lo cual era una suerte para Brief Encounters porque su escaso presupuesto no les permitía contratar a modelos famosos.

    Swan se llevó una mano a la frente y notó que estaba cubierta por una fina capa de sudor. Agosto solía ser el mes más cálido del verano aunque se encontraran en la playa, y lamentablemente, el edificio carecía de aire acondicionado. En consecuencia, Swan no llevaba más ropa que unos pantalones y un top sin mangas; pero hacía tanto calor que incluso eso era excesivo.

    Por otra parte, se suponía que ella no tenía que encargarse de aquel trabajo. La idea de dar una fiesta para presentar la nueva gama de ropa había sido de Lynne; había pensado que llamaría la atención y a Swan le había parecido bien. Además, Lynne era la más gregaria de las dos y tenía verdadero talento para ese tipo de cosas. Por esa razón, se encargaba de los aspectos relacionados con venta, mercadotecnia y relaciones públicas, mientras Swan centraba sus esfuerzos en la organización y en el diseño de casi toda la ropa, aunque raramente trabajaba con los modelos.

    Se suponía que Lynne ya tendría que haber regresado, pero había llamado por teléfono desde San Francisco para decir que había surgido algo muy importante y que ya se lo contaría más tarde. De hecho, había dejado caer el nombre de un diseñador internacional muy conocido.

    A Lynne siempre le habían gustado los misterios, pero Swan pensaba que aquél no era el momento más oportuno para andarse con secretos porque estaban a punto de iniciar su primera gira. Lynne ya había terminado la organización de su primer acto en Los Ángeles e incluso había elegido a los modelos, pero ella todavía tenía que enfrentarse a la fiesta de lanzamiento de la gama.

    En aquel momento se abrió la puerta y aparecieron Gerard y el individuo con ropa de técnico de la compañía telefónica. El desconocido miró a su alrededor como si no supiera qué estaba haciendo allí.

    —Hola, he venido a…

    —Sí, sí, lo sé —dijo ella, de forma brusca—. Me gusta mucho tu indumentaria. Además, eres el primer técnico que nos llega y debo decir que el resultado es muy bueno.

    Swan pensó que Gerard estaba en lo cierto. Aquel hombre era sencillamente impresionante, y sabía que si Lynne hubiera estado allí, le habría dedicado el piropo que generalmente reservaba para los socorristas y los integrantes de los equipos de waterpolo: todo un semental.

    Swan no estaba acostumbrada a decir ese tipo de cosas, pero eso no evitó que admirara sus largas piernas, lo bien que le quedaban los pantalones vaqueros, la estrechez e sus caderas, sus anchos hombros y su estilo al caminar. En cuanto a la expresión de su cara, no tenía precio: irónica, inteligente y ligeramente desconfiada. Era enormemente masculino.

    Un escalofrío le recorrió el cuerpo y comprendió que aquel hombre acababa de conseguir que reaccionara allí mismo, en su lugar de trabajo. Por increíble que fuera, había demostrado que no era de hielo, que estaba viva.

    —Pero…

    La voz del desconocido la devolvió a la realidad. Aquello no tenía sentido, no podía dejarse llevar por sus emociones en un momento como aquél. De modo que hizo un esfuerzo y se recordó que sólo quería averiguar una cosa: si sabía bailar.

    —El equipo de música está allí —declaró ella, señalando el lugar—. Ve y pon lo que más te guste.

    Algo alterada por la presencia del hombre, Swan se resistió al impulso de abanicarse para aliviar su rubor e intentó concentrarse en las fotografías de los otros modelos. Quería apuntar su nombre y su número de teléfono para llamarlo en otra ocasión, pero no había nada para escribir. Entonces recordó lo que sucedía: cuanto llegaba el verano, tenía la costumbre de recogerse su larga melena en un moño, y solía utilizar los bolígrafos para fijárselo. De modo que alzó una mano y tomó el bolígrafo que, por supuesto, se encontraba entre sus rizos.

    Justo en aquel momento, notó que el hombre no se había movido del sitio.

    —¿No has traído música? —preguntó ella.

    A Swan no le extrañó demasiado. Algunos modelos llevaban su propia música para bailar, pero otros no lo hacían.

    —Bueno, no te preocupes por eso —añadió.

    Caminó hacia el equipo y puso un poco de música disco, a un volumen tan alto que no podían oírse el uno al otro, y tuvo que hacerle un gesto para hacerle entender lo que quería.

    —Adelante, baila.

    El hombre seguía sin reaccionar, de modo que ella comenzó a moverse al ritmo de la música para intentar animarlo. No era la primera vez que se enfrentaba a un modelo tímido y que se veía obligada a hacer algo así.

    El hecho de que aparentemente pareciera tímido sólo sirvió para que le gustara aún más. Ahora deseaba verlo bailar por motivos que nada tenían que ver con el trabajo; sospechaba que cuando aquel hombre se movía, seguramente las mujeres se desmayaban a su alrededor.

    Decidió que tenía que hacer algo para conseguirlo, pero no se sentía muy segura en las artes del coqueteo. Siempre había admirado a su amiga Lynne. Era una mujer seductora y despreocupada, que disfrutaba provocando y que naturalmente siempre obtenía la atención de los hombres. Con ella, en cambio, la cuestión era distinta. Cada vez que intentaba imitarla, se metía en problemas. Pero se dijo que ése era un momento tan bueno como otro cualquiera para empezar a practicar.

    Swan avanzó hacia él y el hombre sonrió con ironía. Estuvo a punto de detenerse al observar su gesto, nada tímido, pero mantuvo la calma y volvió a recordarse que estaba buscando un modelo que supiera bailar y desnudarse al mismo tiempo, que volviera loca a las mujeres y que vendiera su gama de ropa interior con su atractivo.

    —Si quieres, puedo ayudarte —dijo ella—. Relájate y deja que te lleve yo.

    Swan lo tomó por la cintura y notó que él arqueaba una ceja.

    —Vamos —insistió—. Sé que puedes hacerlo…

    Una vez más, comenzó a moverse al ritmo de la música. Incluso cantó un poco, pero no reaccionaba.

    Suspiró, se llevó las manos a las caderas y comenzó a mover las caderas para intentar animarlo. Sabía que era lo que Lynne habría hecho, pero Lynne no era Swan McKenna.

    En determinado momento, tuvo la impresión de que el hombre se había movido y se sintió muy aliviada.

    —¡Magnífico! ¿Lo ves? Puedes hacerlo. Ahora muévete conmigo, venga, muévete…

    Swan se sentía tan avergonzada por lo que estaba haciendo que ni siquiera se atrevió a levantar la cabeza para mirarlo. Sospechaba que se había ruborizado.

    —Vamos, ánimo, muévete conmigo…

    —Escucha, yo…

    —No, no hables, baila.

    Swan contempló su cadera con tal interés que podría haber contado, uno a uno, los dientes de la cremallera de sus vaqueros. Además, no necesitaba visión de rayos X para saber lo que contenía aquella prenda: notaba claramente el bulto, y aunque no quería comérselo con los ojos, no podía apartar la mirada de él.

    Su situación empeoró todavía más cuando el hombre la obedeció y comenzó a moverse. Sobre todo, cuando sintió el roce de su erección contra uno de sus muslos; al parecer, ya no necesitaba que lo ayudara. Había entendido la idea.

    —Magnífico —dijo ella, casi sin aliento.

    Swan estaba roja como un tomate para entonces, pero a pesar de todo se las arregló para mirarlo a los ojos: parecía algo perplejo. Supuso que sería un gesto de fingida inocencia y no le dio importancia, especialmente porque su único interés real, en aquel momento, era terminar de organizar el acto.

    —Muy bien —continuó Swan—. Ahora, quítate los pantalones y enséñame lo que tienes.

    Swan pensó que Lynne se habría sentido orgullosa de ella, pero el hombre volvió a dudar.

    Su reacción no le extrañó demasiado. Muchos modelos dudaban al llegar a ese punto, y Swan lo comprendía perfectamente: ella nunca habría sido capaz de desnudarse en público. Se habría puesto tan nerviosa que habría tenido que ponerse pañales.

    Una vez más, se recordó que aquello era una simple cuestión de negocios. A fin de cuentas, no le estaba pidiendo que le diera un espectáculo personal, sino que mostrara la ropa interior que había diseñado. Se suponía que todos los modelos debían llevar ropa interior de Brief Encounters.

    —Está bien, te ayudaré —dijo ella—, pero será la última vez que lo haga.

    Swan se acercó al hombre y le quitó el pesado cinturón de herramientas que llevaba a la cintura. Al caer al suelo, hizo un ruido tan sordo que pensó que aquello les encantaría a las mujeres que presenciaran el desfile. A poco que aquel tipo tuviera el mismo efecto que estaba provocando en ella, el éxito de Brief Encounters estaba asegurado.

    El hombre alzó entonces los brazos, como si se estuviera rindiendo o como si la estuviera invitando a que hiciera ella los honores. Fuera como fuese, Swan decidió actuar, algo sorprendida por su propia actitud desenfadada, y le bajó

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