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Los Días
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Libro electrónico82 páginas1 hora

Los Días

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Rafael Balderas es un empleado del servicio postal que cruza el Atlántico. En Madrid la experiencia lo lleva a cambiar tanto de país como de sentimientos, y a vivir intensamente la belleza de la ciudad y el amor.
Un viaje que lo cambiará para siempre y que le llevará a descubrir que la vida es un acto de suerte, como un billete de lotería.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento24 ago 2017
ISBN9788468507217
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    Los Días - Javier Morán

    © Javier Morán Solano

    © Los Días

    ISBN papel: 978-84-685-0719-4

    ISBN digital: 978-84-685-0721-7

    Impreso en España

    Editado por Bubok Publishing S.L.

    Reservados todos los derechos. Salvo excepción prevista por la ley, no se permite la reproducción total o parcial de esta obra, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio (electrónico, mecánico, fotocopia, grabación u otros) sin autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. La infracción de dichos derechos conlleva sanciones legales y puede constituir un delito contra la propiedad intelectual.

    Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47).

    A Leonardo, hijo mío.

    PRESENTACION

    Cuando empecé a escribir Los Días nunca pensé en contar una historia ajena parecida a la mía. Mientras escribía no me di cuenta que era como narrar mis memorias de hace más de veinte años, con algo de fantasía en la realidad, pero con la clara evidencia de una mente traicionera que me expone ante mis lectores. No me apena, sin embargo, reconocer que este libro es un desdoblamiento de mi personalidad juvenil y alocada. De hecho, hay quien afirma que en cada texto publicado una parte de su autor se imprime en él. Cuando terminé las últimas líneas de Los Días, me miré al espejo en el baño de mi casa y pude sentir la mirada inquietante de Rafael Balderas, quien a través de mis ojos me preguntaba qué había de diferente entre esta novela y mis otras obras. En los primeros segundos no supe qué contestarle, me le quedé viendo a mí mismo en una especie de cámara lenta para una persona inmóvil. Luego le dije a mis adentros que la diferencia está en que esta novela extrajo de mí a una persona extraviada que reencontré sin buscar, dando lugar a la aparición de un género inexistente: el exorcismo literario.

    Ese hecho me hizo pensar si estaba a punto de morir. El escribir una parte de mi naturaleza en esta edad me dio un nuevo miedo por el cual preocuparme de vez en cuando. Desde aquel momento, el baño de mi casa se convirtió en un santuario de reflexión donde suelo refugiarme a conversar con Rafael Balderas cada vez que puedo, o creo necesario. Quizá yo soy su otro él en esta vida que llevo. El caso es que Los Días, más que un libro mío en una parte de la historia, es parte de mi historia en un libro. Un libro que me ha enseñado a descubrirme, a reinventarme, a saber que no soy para siempre, a ser.

    Aquel miércoles sentí como si le escribiera a un viejo amigo la presentación de su libro, como si me dedicara una carta personal, como si los días en que trabajé en esta novela fueren terapéuticos, un viaje a otros tiempos, un asiento para dos.

    Javier Morán Solano

    L0S DÍAS

    Rafael Balderas miró el mostrador de billetes de lotería con una fe sorprendente. Intuía en cada número al alcance de su vista una merecida recompensa por la compra de ese número agraciado que le otorgaría la suerte. "Me das este con terminación en 7, de piscis" –dijo su voz joven a la encargada del local. Sacó de su cartera de falsa piel un billete grande, uno de doscientos pesos de los que había recibido de su quincena ese día. La verdad era que sí traía cambio, pero decidió pagar con una denominación alta para impresionar a la dulce empleada de ojos aceitunados que le robaba el aliento a cada intermedio y finales de mes.

    -¿Entonces ya pensaste lo del café? –preguntó otra vez a ese encanto que parecía algunas veces dar signos de corresponder a su cortejo de hombre inexperto.

    -Ya te dije, no es que no quiera, mis horarios aquí no me permiten darme el lujo de salir con facilidad. Además, acuérdate que estoy al pendiente de los cuidados de mi tía. Será más adelante, yo te diré cuándo –respondió con esa sonrisa característica que demuestra la mujer coqueta cuando se sonroja y uno cree que dice un no con ganas de decir que sí.

    Mientras Graciela ordenaba el cambio, no dejó de sentir la mirada deseosa de Rafael por conseguir algo más que un simple pedazo de papel con suerte. Ya más de una vez había considerado en serio la invitación de aquel muchacho con menos años que ella. Pero a esas alturas de su vida una mujer cercana a los cuarenta años espera otro tipo de experiencias que le permitan aprender y no enseñar en el arte del amor. Al menos esa era su filosofía. Probó con un par veinteañeros como Rafael sin obtener algo más allá de un precipitado sexo, habladurías de la gente y la petición penosa de las madres de sus novios para terminar las relaciones. Así que no había necesidad de continuar probando con parejas sin independencia y obsesivas con la cama.

    Luego de fingir que no completaba el cambio de su guapo pretendiente –para hacer más tiempo- por fin le devolvió ciento cincuenta pesos en diversas denominaciones, en su mayoría morralla, para que Rafael tuviera que contar el dinero con toda la calma del mundo, cosa que él fingía también con admirable destreza al tomar las monedas entre sus manos. Las ordenaba en filas de diez pesos, otras de un peso, de dos y de cinco, algunas se le caían incluso hacia dentro del local. Era un juego que los dos sabían jugar muy bien, y lo disfrutaban tanto hasta que algún otro cliente en busca de fortuna rompía el momento. Se despedían con un apretón de mano que duraba gloriosos segundos, acompañado con un lento deslizamiento de los dedos al retirarse uno del otro. Era un instante vivido como en cámara lenta cuyo efecto se desvanecía con el sostenimiento de miradas al decirse "Hasta pronto".

    Rafael Balderas vivía a seis largas cuadras del expendio de lotería. En las proximidades a su casa se localizaban otros expendios, pero ninguno con la lindura de aquella dama que le inspiraba atravesar el segundo piso del periférico y la glorieta de San Jerónimo, al sur de la ciudad de México.

    Había dado con el local de sus amores la vez que llevó en su coche a un compañero de trabajo que buscaba rentar un apartamento tras ver la dirección en un cartel pegado afuera de la oficina del servicio postal donde laboran. En la

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