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El Sapo Avergonzado
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Libro electrónico61 páginas42 minutos

El Sapo Avergonzado

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Erase una vez un sapo que vivía en un charco feliz y muy despreocupado. Tenía su nenúfar particular, donde se postraba a coger baños de sol y a comer moscas que distraídas violaban su espacio aéreo. De cuando en cuando, compartía el nenúfar con una hembra. Croaba toda la tarde para ella y le regalaba los moscardones más suculentos que lograba cazar. La hembra quedaba encantada y se lo agradecía con un guiño de ojos y un croar lento y seductor. Era una rica vida aquella. Pero un día la paz terminó.

IdiomaEspañol
EditorialJosé Machado
Fecha de lanzamiento28 ene 2018
ISBN9781386285007
El Sapo Avergonzado
Autor

José Leon Machado

José Leon Machado nasceu em Braga no dia 25 de Novembro de 1965. Estudou na Escola Secundária Sá de Miranda e licenciou-se em Humanidades pela Faculdade de Filosofia de Braga. Frequentou o mestrado na Universidade do Minho, tendo-o concluído com uma dissertação sobre literatura comparada. Actualmente, é Professor Auxiliar do Departamento de Letras da Universidade de Trás-os-Montes e Alto Douro, onde se doutorou em Linguística Portuguesa. Tem colaborado em vários jornais e revistas com crónicas, contos e artigos de crítica literária. A par do seu trabalho de investigação e ensino, tem-se dedicado à escrita literária, especialmente à ficção. Influenciado pelos autores clássicos greco-latinos e pelos autores anglo-saxónicos, a sua escrita é simples e concisa, afastando-se em larga medida da escrita de grande parte dos autores portugueses actuais, que considera, segundo uma entrevista recente, «na sua maioria ou barrocamente ilegíveis com um público constituído por meia dúzia de iluminados, ou bacocamente amorfos com um público mal formado por um analfabetismo de séculos.»

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    El Sapo Avergonzado - José Leon Machado

    Para Helena Sofía

    Lo mejor del mundo son los niños.

    Fernando Pessoa

    El sapo avergonzado

    ERASE UNA VEZ UN SAPO que vivía en un charco feliz y muy despreocupado. Tenía su nenúfar particular, donde se postraba a coger baños de sol y a comer moscas que distraídas violaban su espacio aéreo. De cuando en cuando, compartía el nenúfar con una hembra. Croaba toda la tarde para ella y le regalaba los moscardones  más suculentos que lograba cazar. La hembra quedaba encantada y se lo agradecía con un guiño de ojos y un croar lento y seductor. Era una buena vida aquella.

    Pero un día la paz terminó.

    Cerca del charco, vivía una niña que se llamaba Clarinda. Su madrastra le hacía la vida imposible. Cuando el padre, que era carbonero, salía al monte a hacer carbón, la madrastra la obligaba a trabajar arduamente. Era ella la que cocinaba, limpiaba la casa, daba de comer a los animales y cavaba el huerto.  Pasaba el día trabajando mientras la madrasta se sentaba a la lumbre a hacer punto.

    Lo peor no era el trabajo, porque ese que se sepa, nunca mató a nadie. Era si, la manera como la trataba. Pasaba el día llamándola para que le fuera a buscar esto o lo otro y además estaba siempre diciendo que la niña era una dejada, una perezosa y que no servía para nada. Llegaba al punto de pegarle con un matamoscas que siempre estaba cerca de ella.

    Clarinda se veía muy disgustada y el padre, cuando llegaba a casa y la veía así, le preguntaba que le pasaba. Pero ella, como era tan buena, no quería hablar mal de la madrastra y se limitaba a encoger los hombros y en silencio recogía la vajilla de la cena.

    Lo que tú tienes que hacer es buscarte un príncipe, le decía el padre.  Nos sacabas a todos de la pobreza en que vivimos y te volvías princesa. Y, quien sabe, hasta podrías llegar a ser reina.

    La madrastra se reía y decía:

    ¿Ella reina? Será reina cuando yo sea una emperatriz.

    Y se reía de tal manera, que Clarinda estaba esperando verla transformada en bruja y salir por la ventana montada en la escoba de barrer la casa. Pero eso nunca sucedió y Clarinda pensaba en su vida y concluía que, si no hiciese algo, sería cada vez peor.

    Y fue entonces cuando empezó a imaginar que un príncipe, montado en su caballo blanco, se perdería en el bosque y llamaría a su puerta. Se enamoraría de ella y la llevaría con él a palacio. Esperó tanto que acabó por pensar que el bosque donde vivía estaba demasiado lejos de cualquier palacio donde viviera un príncipe que pudiera por allí perderse.

    Se acordó de los cuentos que su madre le contaba de príncipes transformados en sapos por brujas muy malas. ¿Quién sabe si, entre los sapos que por aquí habitan los charcos, no habría uno que fuera un príncipe?

    Un día por la tarde, después de recoger y lavar  los platos de la comida, dijo a su madrastra que iba a regar el huerto. Cogió un cántaro de barro y se dirigió al charco donde acostumbraba a sacar agua para regar. Al acercarse, vio aquel sapo nuestro, conocido, encima de un nenúfar. Él estaba casi a punto de coger un moscardón y quedó muy contrariado con la presencia de la niña, pues el insecto, con toda la agitación del aire, se escapó. El sapo en seguida se sumergió en el agua llena de lodo.

    Clarinda pensó en ir al

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