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La Vida Privada de la Virgen María
La Vida Privada de la Virgen María
La Vida Privada de la Virgen María
Libro electrónico476 páginas4 horas

La Vida Privada de la Virgen María

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Obra de belleza poética y mística excepcional, que tiene cerca de tres mil cuartetos, en los que canta con magistral entusiasmo y lírica extraordinaria las Glorias de la Madre de Dios, de la Celestial María, Reina de los cielos y la tierra, a quien la Augusta Trinidad de Dios constituyó Hija del Eterno Padre, Madre de su Hijo Jesucristo y Esposa del Espíritu Santo y quien fue coronada con la triple corona de Madre, de Virgen y de Mártir, porque Ella fue esto en grado eminentísimo

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento24 ene 2018
ISBN9781370988389
La Vida Privada de la Virgen María
Autor

Angel María Alcalá

Ángel María Alcalá Velázquez Párraga, nació en Bogotá, el 6 de abril de 1902. Se casó con Sara Mateus Salazar, de Chiquinquirá, capital mariana de Colombia. Murió en San Juan de Puerto Rico, el 14 de octubre de 1979.

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    La Vida Privada de la Virgen María - Angel María Alcalá

    Ángel María Alcalá Velázquez Párraga, nació en Bogotá, el 6 de abril de 1902. Se casó con Sara Mateus Salazar, de Chiquinquirá, capital mariana de Colombia. Murió en San Juan de Puerto Rico, el 14 de octubre de 1979.

    Viaje y vuelo por Europa, otra de sus obras, escrita a manera de carta a un amigo suyo en Bogotá, nos permite, a través de su prologuista y de las narraciones de nuestro autor, palpar sus emociones y su misticismo.

    Extractos del prólogo de Alfonso Sawadzky C. Pbro. (Cali, abril de 1957)

    El autor, señor Alcalá Velásquez, me ha dispensado excesiva benevolencia al pedirme le diseñara un prólogo para este libro, en cuyas páginas ha aprisionado las impresiones de viaje por Europa. No siempre es dable a la retina del viajero captar todos los encantos de los paisajes ni poder presentar el perfil o la fisonomía de las ciudades visitadas en marcha veloz de automóvil. No es poca la diferencia del tono y el estilo que hay entre los libros de viajes modernos de marcha rápida, como suelen ser casi todos los guiados por las oficinas de turismo.

    El autor ha querido darle forma de carta a la relación de sus impresiones de viaje por Europa, que ha titulado Viaje y vuelo por Europa. Traduce los afanes a la hora de salir a bordo de una aeronave de Avianca desde el campo de Techo. Casi dramáticamente describe el suceso. Cuando va navegando por las alturas de las nubes, embelesado tiende la mirada sobre el mundo de la Patria que abandona. En seguida sus ojos se clavan sobre la inmensidad del Atlántico. Pinta al minuto lo que sucede cuando la inmensa nave desciende en Bermudas y en las islas Azores y después en Lisboa.

    Acopia datos curiosos e interesantes, y eleva los tonos del amor y la admiración cuando la luz de los paisajes le inunda el espíritu al pasar por las tierras de Portugal, España, Francia, Italia, San Marino, Austria, Alemania, Suiza, Holanda e Inglaterra.

    Cuando llega al santuario de Lourdes, la fe religiosa le hace cantar, y saca armonías magníficas de su lira en la devoción a la Madre de Dios. Las páginas de Lourdes tienen densidades de fuego místico y acusan la fe del creyente sincero en las manifestaciones del mundo sobrenatural. En Lourdes el milagro es pregonero del poder divino. La impiedad racionalista ha forjado valladares y ha forcejeado, durante más de un siglo, por negar la verdad del milagro. Pero la ciencia ha desbaratado los sofismas y ha proclamado la imposibilidad de explicar las milagrosas curaciones como fenómenos de ilusión o sugestión.

    Su religiosidad triunfa cuando en Lourdes, en Roma y en donde quiera se eleva sobre las agujas de las catedrales góticas el signo de la cruz. Ante el divino simbolismo del Lábaro que anunció victorias a Constantino, se rinde siempre el creyente sincero que sabe adorar a Dios en espíritu y en verdad.

    Extractos de la carta

    Madrid, 30 de diciembre de 1955

    Señor Don

    Carlos Vargas Vanegas

    Bogotá

    Muy recordado Carlos:

    Cuando está por terminarse este año de gracia de 1955, tan pleno de sorpresas para mí, especialmente, que fui impulsado por el soplo poderoso del Simún del destino por cima del océano y las principales ciudades del Viejo Mundo, deseo participarte mis impresiones del vuelo y viaje, desde el momento que supe la definitiva de mi marcha.

    Como recuerdo vívido quedaron las torres, las casas y las calles de mi amada ciudad de Bogotá, donde nací, pasé arduos trabajos desde niño, o gusté amores y ternuras infinitas, aunadas al trabajo tenaz para levantar esa familia de tan variados matices, que llegaría a ser rayo de luz y de esperanza, motivo de orgullo y alegría, escudo y báculo quizás en el futuro.

    No tenía más de siete u ocho años cuando tuve repetidos sueños en los cuales veía escuadrillas y más escuadrillas de aviones poderosos cubriendo casi por completo el cielo, atronando la tierra con sus ruidos, en batallas aéreas pavorosas, que se velaban a veces por las gasas etéreas de las nubes, y aún no se sabía nada del invento de tales aparatos, ni jamás se había visto bombardeo. Uno en especial no se me puede borrar de la memoria: soñé viendo una multitud ingente, en una gran llanura, que iban cantando himnos a la Virgen María, que portaban en andas de oro, muchos peregrinos, sacerdotes y grandes personajes, rodeada de  flores y de luces. Yo volaba a gran altura _por mis propios medios_, cuando de pronto vi unos negros aviones, como cuervos de la muerte, dispuestos a lanzarse sobre la multitud indefensa para destrozarlos inmisericordemente. Me lancé sobre ellos con vertiginosa rapidez y, en lucha fabulosa y colosal, los derribé uno a uno. Los fieles prosiguieron entonando el Santo Rosario de María, como himno triunfal de la victoria. Bajé y caí a los pies de la Excelsa Reina para agradecerle aquello, y Ella era la virgen de Fátima, a donde llegaría después de más de cuarenta años de existencia, precisamente a pedirle por la paz del mundo y la victoria total sobre los cuervos fatídicos de los enemigos de Cristo y su doctrina.

    Bayona

    Mucho podría hablarte de Madrid y sus aledaños, y aun de España en general, ya que la recorrí casi en toda su extensión, pero lo dejaremos para la obra que tengo en proyecto y pienso intitular Canto a España, a la cual ya pertenecen esas muestras que te envío como primicias: Santa Tecla y Canto a Bayona la Real, así como el discurso que pronuncié en Bayona (con motivo del acto del descubrimiento de la gigantesca estatua de 50 metros de altura, de la Virgen de la Roca, en el cerro de San Roque, erigido por Don Laureano Salcedo Rodríguez), a donde llegué un día acosado por el calor insoportable de Madrid en este verano de 1956, el 26 de agosto, el cual mereció honrosos comentarios, y hasta la medalla al mérito que me impusieron y que podrás ver en las fotos que te acompaño.

    Cuando terminé, se escucho por doquier un entusiasta aplauso que se prolongó por varios minutos. Fui muy felicitado por todos, especialmente por el señor Arzobispo de Tuy, gran intelectual, a quien le correspondía la palabra, y que no la quiso aceptar, diciendo que no había para qué, después de haberme escuchado. Minutos después me impusieron una medalla al mérito, que ostenta la imagen de la Virgen de la Roca, que conservo como gratísimo recuerdo de esa fecha. Luego fui invitado por las autoridades municipales a un ágape típico en El Hostal, situado en un montecillo cercano de Bayona, donde me homenajearon espléndidamente y me dedicaron discursos y poesías muy sentidas.

    Yo, que había estado escribiendo un artículo sobre Bayona, como preparación para mi Canto a España, y que tenía entre el bolsillo, aproveché ese momento de euforia y simpatía con que me rodeaban, y pedí la palabra. Se hizo un silencio profundo y emocionante, y así logré endilgarles lo siguiente: Canto a Bayona. Ante los ojos atónitos del viajero que arriba a estas playas, se abre de improviso el panorama espléndido y precioso del puerto y villa de Bayona la Real…

    Levanté la copa rebosante de licor que nos habían servido y la apuré emocionado, mientras estallaban los aplausos y congratulaciones, que terminaron en abrazos efusivos y sinceros.

    Aquella misma noche fuimos a casa del alcalde, señor Troncoso, quien nos tenía una agradable sorpresa: cena bailable, en la cual participamos todos con alegría inusitada. Fui felicitado por la familia del alcalde, y una de sus hijas, muchacha hermosísima, colocó sobre el ojal de mi chaqueta un clavel sangriento con una banderita de España, como recuerdo imperecedero de aquella noche inolvidable. El tema general fueron mis discursos, que no se cansaban de ponderar y comentar. El periódico El Fígaro, que te envío, como puedes ver, publicó a grandes titulares el que pronuncié en el cerro de San Roque, y un comentario muy hermoso sobre la fiesta en El Hostal.

    Días después, cuando ya íbamos a salir de Bayona, llegó un mensaje del generalísimo Franco, felicitándome por el discurso. 

    Milán

    A la mañana siguiente debíamos seguir hacia Milán; me hice tomar la foto que te envié, compré una medalla de oro con la imagen de la virgen de la Sallet, patrona de viajeros y de navegantes. Los italianos aseguran, muy convencidos, que Italia es la tierra de la Virgen María, porque existen en la actualidad más de setenta santuarios e iglesias dedicadas a su culto. Su enumeración sería muy larga, por lo cual no tomo sino unos pocos, verbigracia: De Oropa, de Sacromonte, de la Consolata, de María Auxiliadora, de Crea, de Di Viconforte, de Bonaria, del Rosario de Fontanellato, etc., etc., esparcidos por toda la península, desde Montesino, cerca de la frontera con Francia, hasta Savona en el Mediterráneo; desde Pietralba, cerca de la frontera con Suiza, al norte, hasta Venecia, sobre el Adriático. Desde Brindisi y Curcusi al sur, sobre el mismo mar, hasta Vallolonga y Sinópoli hacia el sur, donde termina la bota, cerca de Mesina.

    Roma

    Al día siguiente Ragno me llevó al hotel un médico para que me examinara, el cual encontró efectivamente una colitis aguda, y afección hepática más o menos delicada, como quien dice: ¡De aquí no pasarás! Me sometí a la dieta rigurosa, tomando religiosamente cuantos preparados formuló. Echavarría quedó encargado de vigilar mis comidas, para que no tuvieran condimentos, ni grasas, y para que no tomara ningún licor. Me confortaba de antemano aquello de que si la muerte me sorprendía en Roma, donde reposan los restos de tantos varones ilustres, tantos santos, mártires, genios, superhombres, pontífices de la Iglesia, apóstoles... lo consideraba un beneficio y un privilegio de Dios N.S.

    El Vaticano

    El Santo Padre estaba en Castelgandolfo. Con un movimiento sólo de sus manos, Pío XII obtuvo un silencio profundo e impresionante. Abrió sus labios y fluyeron dulcemente las palabras. Fue un saludo conmovedor y hermoso, una impetración de alto vuelo místico y sublime por las altas cimas del verdadero amor y de la sabiduría. Se oyeron los aplausos y las manifestaciones filiales de sus hijos, expresados en cánticos extraordinarios de los coros polifónicos que interpretaron para él bellísimas producciones musicales. Luego continuó en varios idiomas, a los japoneses, indostanos, americanos, alemanes, franceses, venezolanos, argentinos, brasileños, etc. Al no oír pronunciar a mi patria, no pude contener la emoción y grité con todo el aliento de mis pulmones: ¡Colombia, Colombia! Hubo un momento de silencio y perplejidad. El Santo Padre me miró profundamente y exclamó sonriente: ¡Colombia! Una gran satisfacción experimenté al oír el augusto nombre de mi patria en labios de este príncipe de la Iglesia, que sí la conoció cuando era el cardenal Eugenio Pacelli.

    Lourdes

    Había leído algo relacionado con las apariciones de la virgen en la Gruta de Masabielle a la cándida e inocente pastorcita de Bartres, y por eso me sentía transformado, dispuesto a cambiar el ropaje sucio de mis pecados, por el alba túnica de la gracia que se vertía abundantemente por medio de las piadosas manos de María, la que es refugio de los pecadores.

    A lo lejos se empezaba a divisar entre las brumas las ríspidas vertientes pirenaicas y el Castillo de Lourdes. Ya estabábamos llegando a la nueva Tierra Prometida, cantada por tantos poetas cristianos escogidos, ensalsada por los grandes genios de la pluma, amada y venerada por innúmeras almas que llegan reverentes a besar el suelo sagrado y cantar himnos y alabanzas o pedir remedio a sus angustias, saturados de férvida esperanza.

    Mi mente trabajaba febrilmente por reconstruir aquel poema que le había compuesto con motivo de su coronación en Bogotá, el 30 de noviembre de 1954, centenario de la declaración del Dogma de su Inmaculada Concepción. Tenía que repetirlos en su presencia, allá en la Gruta de Massabielle, ya que allí le había dicho a Bernardita: YO SOY LA INMACULADA CONCEPCIÓN.

    !Lourdes, Lourdes! Fue el grito escapado de mi pecho cuando divisé las airosas torres del santuario tan famoso. Grito en el cual se exteriorizaba la más recóndita alegría y la emoción más grande de mi vida. Lourdes representaba para mí en aquel momento inolvidable la estrella más hermosa de los Reyes Magos cuando les anunció el sitio donde había descendido de los cielos cual impoluto lirio el redentor del mundo. Sí, aquí también estaba Ella, la estrella luminosa de los mares, el puerto y refugio de los pobres pecadores, consuelo de los afligidos, omnipotencia suplicante, corazón pleno de caridad sentida y cierta que respira ternuras y bondad, piedad y amor inmarcesible.

    Bebí del agua portentosa, le llevé un gran ramo de azucenas y las deposité a sus plantas en la explanada, y regresé a visitar la gruta de Masabielle; caí postrado de rodillas, sollozante y dolorido, pidiéndole perdón por mis grandes yerros y pecados. Le recité los versos, oré devotamente, y lloré mucho.

    Descargué a sus plantas el fardo agobiador de mi miseria infinita, de mi dolor, de mi amargura, de mi desesperanza y de todos mis pecados, y lavé mi alma con el agua lustral de mis lágrimas amargas… Ella me concedió perfecta contrición.

    Aún no me había confesado, pero determiné ir a la basílica para cumplir con mi propósito, pero antes de retirarme de la gruta, contemplé cuadros enternecedores y patéticos:

    Una pobre madre, macilenta, flaca, ojerosa, consumida quizá de hambre y desvelos, llegó con  su hijita en brazos, la colocó en las gradas y la lavó literalmente con sus lágrimas amargas. La niña estaba muerta, así lo comprendimos todos los que contemplábamos la escena. Sin embargo, ella no quería comprenderlo. Fue a la fuente y lavó el cadáver y lo volvió a colocar en el mismo sitio que ocupaba antes, y esperó, esperó… Oraba y nosotros orábamos también pidiendo un imposible. Estábamos consternados viendo tanto dolor, tanta amargura, tanta prueba. Al cabo de un tiempo, todos estábamos llorando viendo llorar a esa madre angustiada. ¡De pronto, la niña se movió! Ella la tocó, la besó, la ungió con sus lágrimas y luego elevó su rostro acongojado a María, como en demanda de auxilio a su dolor inmenso. La escena era dolorosa, angustiosa, expectante. Un momento después la niña se sentó. ¡Todos dimos un grito de admiración, de gratitud, de susto! ¡Luego se paró y se arrojó en brazos de su madre que estaba como enajenada de alegría, y besaba a la niña y miraba a la Virgen rezándole agradecida. ¡La Virgen se la había resucitado! ¡Se había cumplido un prodigio más a los muchos que se ven a diario! ¡Qué alegría! ¡Qué felicidad! Las campanas echadas al vuelo anunciaron el prodigio. Un himno de júbilo y de gratitud brotó expontáneo del pecho de todos los presentes, que habíamos presenciado el poder inefable de la que es consuelo de los afligidos.

    Venecia

    Muy de mañana llegué a Venecia, la famosa ciudad lacustre de las góndolas, suntuosos palacios, música y canciones románticas e historia fabulosa. Su patrono es San Marcos, el segundo de los evangelistas, cuyo símbolo es el león. Su cuerpo se venera en la catedral, levantada en su honor, como uno de los monumentos más famosos y conocidos de todo el mundo. Sobre este ilustre santo, te informaré que he compuesto un poema en el cual relato íntegra su vida, del cual copio unos pocos cuartetos, como primicia informativa de ellos, que pienso publicar próximamente, juntamente con mis otros poemas, uno de los cuales, el de la Virgen María, tiene alrededor de tres mil cuartetos, y juzgo será una verdadera novedad literaria, pues no tengo conocimiento que ningún poeta haya hecho sobre un mismo tema tal cantidad de versos.

    Mucho le pido a Dios que me conceda regresar un día a estos mismos campos inefables donde las almas beben con ansiedad inmensa las aguas puras ¡que bullen y que saltan hasta la vida eterna! Quizá también un día no muy lejano pueda relatarte pormenorizadamente mis impresiones en España y Portugal, donde gocé emociones místicas indescriptibles en las dos visitas que logré hacerle a la Santísima Virgen María en su Santuario de Fátima, y que no son inferiores a las que te dejo consignadas.

    Hasta pronto,

    Tuyo afectísimo:

    Ángel María Alcalá Velásquez Alamarez.

    Madrid, 30 de diciembre de 1955".

    A Guisa de Prólogo

    La insigne escritora, crítica, novelista y cuentista Emilia Pardo Bazán, quien llegó a ostentar el título de Condesa, nació en la Coruña (España) en 1851 y falleció en 1921. Se doctoró en la Facultad de Letras de Madrid en 1916.

    Publicó su primer libro de poemas intitulado Jaime. Cultivó la crítica literaria, como lo hizo con las obras del Padre Feijoo, etc. Cuenta en su haber literario: Los pazos de Ulloa, Pascual López, La Tribuna, La madre naturaleza, Morriña etc. En sus cuentos se destacan: Cuentos del Amor, Los sacro profanos, Marineda; que escribía con un naturalismo envidiable. A esta pluma maestra se debe el famoso prólogo de la Vida de la Virgen María, escrita por Sor María de Jesús de Ágreda, de la cual dice que era niña enfermiza, que nació en una villita enclavada en Castilla la Vieja, lindando con Aragón, y su verdadero nombre era María Coronel, nacida el 2 de abril de 1602. Criada a la sombra de un hogar pobre, piadoso y por demás hidalgo, sus estudios se redujeron a encender luces en un altar chico donde rezaba fervorosamente. Añade que, cuando esta tenía doce años, su familia adoptó una resolución singular hasta en aquellos tiempos de fe: El padre con sus dos hijos entró en un convento de franciscanos y su madre con sus dos hijas, transformó en claustro su propia casa, abrazando el Instituto de Concepcionistas. Así María de Jesús pudo situar su celda en el propio aposento donde se meció su cuna. El escaso plantel se multiplicó y María de Jesús vino a ser, andando el tiempo, su abadesa. A los veinticinco años la joven castellana empezó a concebir la idea de escribir su voluminoso libro intitulado La Mística Ciudad de Dios o la Vida de la Virgen María añadiéndole otros títulos recargados en demasía y que eran del gusto de aquella época.

    En su tiempo estuvieron confusos y maravillados sabios obispos y graves doctores, sin atinar cómo una hembra, falta de estudios, a quien sólo sirviera de escuela la contemplación, podía seguir con firme paso las huellas de Santo Tomás de Aquino y de Escoto, al dedicarse a tan sutiles y hondamente elevadísimos misterios e interpretar con feliz novedad las Escrituras, ignorándose de dónde brotaban los manantiales de su ciencia, que la tuvieron por infusa y sobrenatural, considerando a María de Jesús con extraordinaria y nueva luz.

    Ocho de los mejores teólogos de la Venerable Orden Franciscana, se reunieron para examinar minuciosamente sus escritos y tras muchos meses de examen, le dieron su aprobación, los que fueron comentados por los doctores Jiménez Samaniego y Sendín Calderón. El Rey Felipe IV había sujetado sus obras a la censura de varios Definidores y Prelados, que las aprobaron, no sin gran admiración de las gentes. La primera edición de La Mística Ciudad de Dios se hizo en 1670, en Madrid, en la Casa de Bernardo Villadiego. Cuarenta años después había sido reimpresa en Barcelona, Valencia, Marsella, Milán, Trento, Bruselas, Augsburgo y traducida a cuatro idiomas vivos y al latín, sin que en ello incidiesen los franciscanos, sino el universal renombre de la obra.

    Al hacerse la edición de Madrid, fue denunciada a la Inquisición, lo que dio origen a un larguísimo y célebre juicio que duró siete años; y luego de presentar a los franciscanos algunas objeciones, que estos no aceptaron, y tras otros cinco años, los Inquisidores Calificadores la aprobaron sin ninguna modificación.

    Los émulos de la Santa la denunciaron ante la Inquisición en Roma; ésta prohibió su venta y lectura pero, cinco meses después, levantó la censura el Papa. Los adversarios recurrieron a la Sorbona que, después de leve examen y apasionada contienda, condenaron el libro. Entonces Carlos II ordenó a las Universidades de Salamanca, Alcalá y Lovaina lo examinasen prolijamente y éstas lo aprobaron, por lo cual el Papa reservó esta causa para su decisión; pero Clemente II ordenó borrarlo de los libros prohibidos, lo cual llenó de controversias y vigorosas réplicas a toda Europa. Por lo cual, agrega Pardo Bazán, es su convicción que la venerable Ágreda, merece figurar entre nuestros clásicos, por la limpieza y elegancia de su dicción; entre nuestros Teólogos, por el acopio y alteza de la doctrina; entre nuestros escriturarios, por la lucidez de la interpretación.

    Como si esto fuera poco, María de Jesús de Ágreda fue la consejera epistolar del Rey Felipe IV, del cual hace una relación larga y ceñida a la verdad, a tiempo que ya corría la fama

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