Al final del arco iris
Por Felipe Estupiñan
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¿Será cierta la leyenda que cuenta que al final del arco iris se encuentra un duende resguardando un fabuloso tesoro? Motivado por la historia de su abuelo, que aseguraba haber conocido a uno de aquellos duendes, Mateo, un inquieto joven de catorce años, se embarca en una arriesgada y emocionante aventura dispuesto a encontrarlo.
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Al final del arco iris - Felipe Estupiñan
La historia del abuelo
- ¡Mira, un arco iris! – exclamó Guillermo, señalando con su dedo índice hacia el cielo.
De inmediato emprendimos veloz carrera subiendo a toda prisa hacia el cerro donde se ubicaba el mirador de San Bartolo, aquel que mostraba una cruz en la cima.
Luego de algunos minutos, jadeando, con la respiración acelerada, observamos el fenómeno natural que parecía empezar, o terminar, en el mar, a cientos de metros de la orilla, detrás de unos islotes.
- ¡Es lindo! – exclamó nuevamente Guillermo, sentándose sobre el suelo sin apartar la mirada de él.
- Sí - lo seguí, sentándome a su lado.
Desde la noche en que el abuelo nos contó aquella historia del arco iris, apenas veíamos uno corríamos alocadamente a un punto alto intentando ubicar desde ahí su origen, o final.
- ¿Crees que sea cierto lo que nos dijo el abuelo? - preguntó Guillermo, mi hermano, cuatro años menor que yo.
- Quién sabe – respondí sin apartar la vista del cielo.
- Mamá dice que al abuelo le gustaba inventar historias.
- Quizás algunas veces lo hacía, pero tengo la certeza que con esta no lo hizo.
Cuando el arco iris se desvaneció en el cielo, nos pusimos de pie y empezamos a descender del cerro. Era marzo y eran pocos los veraneantes que aún quedaban en la playa, y en el balneario, que se hallaba casi desierto. Nuestra familia había alquilado la casa por todo el mes y todavía nos restaba dos semanas antes de retornar a Lima y empezar las clases en el colegio.
- El abuelo nos aseguró que si ocurren tres arcos iris en el lapso de diez días, significa que el duende que cuida el tesoro que se encuentra al final de él, ha muerto.
- Así es – respondí.
- Y quien encuentre el tesoro, podrá quedárselo.
- Exactamente.
Guillermo me miró con curiosidad, como adivinando mis pensamientos.
- El arco iris parecía terminar muy adentro en el mar ¿Serías capaz de nadar hasta ahí? – preguntó.
- Sí – respondí con firmeza, sin mirarlo a los ojos.
- Tú sabes nadar. Podrías hacerlo. ¿Compartirías el tesoro conmigo?
- Por supuesto. Eres mi hermano. Seríamos millonarios y nuestros padres ya no tendrían que trabajar tan duro como lo hacen.
- Eso sería bueno – asintió Guillermo con una sonrisa en el rostro.
El resto del camino a casa lo hicimos por el malecón, en silencio, mirando el mar.
- Acuérdate que día es hoy – le dije, casi llegando a casa.
- Es martes.
- Hay que estar atentos por si vemos otro arco iris.
- Lo estaré – me aseguró.
Dos días después, una mañana en que estábamos bañándonos en el mar, la voz de Guillermo se escuchó por toda a playa.
- ¡Mateo, mira! ¡Otro arco iris!
De inmediato elevé la mirada, descubriéndolo soberbio ante mis ojos.
- ¡Vamos! – le ordené, saliendo a toda prisa del agua.
A la carrera me coloqué las zapatillas y empecé a subir las escaleras que llegaban al malecón, y de ahí continué hasta la base del cerro de la cruz.
- ¡Espérame, hermano! – escuchaba a lo lejos la voz de Guillermo, que intentaba seguirme.
No me detuve y empecé a subirlo.
Cuando miré hacia el cielo noté que el arco iris empezaba a desvanecerse.
- ¡Apúrate! – me dije a mi mismo.
Exhausto, casi al borde del desmayo, llegué a la cima.
Respirando con dificultad, con el tronco doblado hacia adelante y las manos apoyadas en las rodillas, alcancé a ver el extremo del arco iris que empezaba a desaparecer en el mismo lugar en que lo había hecho la vez anterior.
- ¡Ahí termina; detrás de los islotes!- exclamé.
Con