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LAS MARAVILLAS NATURALES DE Japón

Hokkaidō

El llamado de la naturaleza

Hokkaidō es la prefectura más septentrional y silvestre de Japón. Cuando los osos pardos entran en hibernación, y las ciudades relajadas y el paisaje volcánico se cubren con un manto de nieve y hielo perfecto, los lugareños sacan sus abrigos para aventurarse con raquetas de nieve, cenar con deleite y, durante una semana a principios de febrero, asistir al legendario Festival de la Nieve de Sapporo.

Dicen que la nieve llegó tarde, pero al salir de Asahidake, la segunda ciudad más grande en Hokkaidō, todo está cubierto de un blanco resplandeciente. Una tormenta se ha gestado sobre nosotros y, mientras conducimos, libera millones de copos que se amontonan en los tejados y pesan en las ramas de los árboles. La carretera es ahora un panqueque compacto de marfil brillante, pero mi guía, Ido Gabay, conduce como si fuera cualquier mañana de lunes.

“Ha sido la peor temporada de nieve en más de 25 años -dice al volante-. Pero parece que trajiste algo de nieve con tu visita”.

Ido, larguirucho y sociable, es el dueño de Hokkaidō Nature Tours, agencia especializada en el esplendor natural de Hokkaidō, la prefectura insular más septentrional de Japón. Hoy me lleva al Parque Nacional de Daisetsuzan, el más grande de la región, para descubrir las montañas.

Nos detenemos en un manantial con hielo para llenar nuestras botellas con agua, luego nos ponemos las raquetas para la nieve y comenzamos el recorrido. La nevisca sigue arremolinándose -a veces nos envuelve y oscurece el paisaje- mientras subimos por el desfiladero de Tenninkyo. Un río fluye a nuestra derecha y huellas de liebres marcan la nieve a lo largo del camino.

“A veces las encuentro por sorpresa cuando hago snowboard -comenta Ido-. Aunque aquí sienten nuestros pasos por el suelo y se van antes de que podamos verlas”.

Pronto llegamos a nuestro destino: las cataratas de Hagoromo, que se derraman por una pared rocosa en forma de brumosas y sensuales corrientes. Ido nos sirve té de un termo y bebemos la infusión en silencio reverencial mientras nos empapamos de la belleza de las cascadas ondulantes. Hagoro- mo, nos explica Ido, significa “túnica de ángel”, nombre que encaja a la perfección con las cataratas.

Nuestra siguiente parada es en la base del volcán inactivo Asahidake que, con sus 2500 metros, es el pico más alto de la isla. Tomamos un teleférico (lleno de esquiadores europeos que vinieron a surcar la famosa nieve de la isla) y salimos a una meseta amplia y tranquila.

Es una escena que hay que asimilar: el paisaje está cubierto de un blanco profundo e inmaculado; un viento gélido recorre la ladera de la montaña y levanta nubes de polvo. Los esquiadores se deslizan por

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