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Guerras civiles colombianas: Negociación, regulación y memoria
Guerras civiles colombianas: Negociación, regulación y memoria
Guerras civiles colombianas: Negociación, regulación y memoria
Libro electrónico392 páginas7 horas

Guerras civiles colombianas: Negociación, regulación y memoria

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La guerra en Colombia, la última contienda armada del hemisferio, se ha convertido en una especie de lugar común, pero a la vez en una suerte de enigma que elude todo desciframiento cabal. Sus rasgos distintivos han recibido por parte de la academia muy diversas aproximaciones, todas ellas centradas en perspectivas cronológicas de corto plazo. Observar más atrás de los años 50 del siglo pasado puede parecer un ejercicio superfluo, casi un lujo historiográfico poco rentable frente a las urgencias del presente y su absorbente fuerza de atracción. Sin embargo, resulta necesario indagar en algunas de las dinámicas y lógicas de nuestras guerras civiles decimonónicas que resultaron determinantes para conducir negociaciones, elaborar parámetros y prácticas de regulación, así como para construir imaginarios y rituales en los que se fundiera tanto su recordación como su olvido. Esta aproximación, que combina la mirada retrospectiva de largo aliento con la atención a los procesos recientes, permite excavar semánticas y procedimientos que los colombianos pusimos en ejercicio para concluir o prevenir contiendas armadas, lograr en ocasiones parámetros de regulación superiores a los entonces disponibles en la tradición europea y memorializar los caídos en el decurso de sus acciones, en cuyos derroteros todavía perseveramos.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento14 mar 2016
ISBN9789587810202
Guerras civiles colombianas: Negociación, regulación y memoria

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    Guerras civiles colombianas - Víctor Guerrero Apráez

    Guerras civiles colombianas

    Guerras civiles colombianas

    Negociación, regulación y memoria

    Víctor Guerrero Apráez

    Reservados todos los derechos

    © Víctor Guerrero Apráez

    Primera edición: Bogotá, D. C., marzo de 2016

    ISBN: 978-958-716-914-0

    Número de ejemplares: 400

    Impreso y hecho en Colombia

    Printed and made in Colombia

    Editorial Pontificia Universidad Javeriana

    Carrera 7.a n.° 37-25, oficina 13-01

    Teléfono: 3208320 ext. 4752

    www.javeriana.edu.co/editorial

    editorialpuj@javeriana.edu.co

    Bogotá, D. C.

    Corrección de estilo:

    Paola Molano

    Diagramación:

    Kilka Diseño Gráfico

    Montaje de cubierta:

    Kilka diseño gráfico

    Desarrollo ePub:

    Lápiz Blanco S.A.S

    Guerrero Apráez, Víctor, autor

    Guerras civiles colombianas: negociación, regulación y memoria/Víctor Guerrero Apráez. -- Primera edición. -- Bogotá: Editorial Pontificia Universidad Javeriana, 2016.

    274 páginas; 24 cm

    Incluye referencias bibliográficas.

    ISBN: 978-958-716-914-0

    1. GUERRA CIVIL - COLOMBIA. 2. GUERRA DE LOS MIL DÍAS, 1899-1903 - COLOMBIA. 3. NEGOCIACIÓN. 4. POLÍTICA Y GUERRA - COLOMBIA. I. Pontificia Universidad Javeriana. Facultad de Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales

    CDD 986.1073 ed. 21

    Catalogación en la publicación - Pontificia Universidad Javeriana. Biblioteca Alfonso Borrero Cabal, S. J.

    inp Marzo 14/2016

    Prohibida la reproducción total o parcial de este material, sin autorización por escrito de la Pontificia Universidad Javeriana.

    Dedicatoria

    Para Alberto, en su 90° aniversario. A Bastián, el nieto, en sus 17

    Agradecimientos

    Quiero dejar constancia de mi reconocimiento y gratitud por el incondicional apoyo brindado, cuando este texto era apenas una idea en ciernes, a Edwin Murillo Amaris, S. J., quien depositando una gratuita y clarividente confianza en mí, desde su triple condición de decano de la Facultad de Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales, colega de la misma y amigo, puso a mi disposición todos los recursos posibles para facilitar su realización.

    Igualmente, agradezco a los profesores Mario Aguilera, del Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales de la Universidad Nacional de Colombia, y a Rigoberto Rueda, del Departamento de Historia de la Pontificia Universidad Javeriana, por sus pertinentes comentarios y lúcidas críticas a la versión preliminar del libro, de cuya riqueza espero haber extraído el mayor provecho.

    Introducción

    Para un país sumido durante más de media centuria en los laberintos de su última guerra interna, ya sea para extremar sus fuegos aniquilatorios, ya para embarcarse en esquivos intentos por salir de ella, la mirada analítica a la búsqueda de factores causales y explicaciones estructurales ha privilegiado, casi que naturalmente, el pasado mediato, en desmedro de un horizonte retrospectivo de largo aliento. Si se tiene en cuenta que el conflicto armado colombiano ha transitado los umbrales de la Guerra Fría, la Posguerra y la guerra contra el terrorismo, iniciada en los albores mismos del siglo XXI, se ha transformado a través de cada una de dichas épocas bélicas, en su forzosa adaptación a cada respectivo contexto histórico, pero a la vez se ha sumido en su propias continuidades, sin resolverse en su conjunto, es casi obvio que nuestras guerras civiles del siglo xix aparezcan como poco menos que impertinentes a la hora de contribuir al esclarecimiento de nuestra situación contemporánea. A lo sumo se ven como un pintoresco reservorio de anécdotas y referencias eruditas. Sin embargo, en un proceso de mayor rigor analítico, las particularidades políticas, bélicas, sociales y jurídicas de las nueve contiendas armadas de alcance nacional, así como la veintena o más de las que no superaron un ámbito regional o local, escenificadas entre 1810 y la Guerra de los Mil Días, constituyen un inmenso zócalo de edificación histórica, que como tal no deja de repercutir en nuestro presente, cuya elusión lleva de modo inevitable a un estrechamiento de su inteligibilidad. Demostrar lo anterior es el propósito mayor de este libro.

    Nuestro país fue el único en Latinoamérica —aparte de los dos vecinos que conformaron la Gran Colombia— que no se vio involucrado en ninguna de las guerras interestatales de alcance subcontinental, en medio de las cuales se forjaron los respectivos territorios que hoy conforman a Ecuador y Venezuela. Pero, al mismo tiempo —en lo que es un oxímoron todavía pendiente de cabal desciframiento— fue el único que experimentó considerables pérdidas territoriales. E incluso, con mayor singularidad, el único país que todavía en el inicio del tercer milenio experimenta los embates de la contienda armada intestina. Esta persistencia puede juzgarse como un incómodo anacronismo, que no demandaría mayores esfuerzos analíticos, o por el contrario, como el síntoma crucial de una continuidad todavía en trance de elucidarse. El poeta exiliado Porfirio Barba Jacob fue quizá quien mejor expresó la omnipresencia del conflicto armado en el desarrollo de la nación, cuando señaló que las guerras civiles habían sido la universidad de los colombianos. Tal vez la única apostilla que dicha verdad poética requiera para actualizarse consista en añadir que la guerra diversificó sus destinatarios, convirtiéndose en el alma mater de acceso privilegiado para los desposeídos.

    La densidad y la intensidad bélicas del siglo XIX no solo fueron un vector decisivo en el proceso de construcción de las estructuras estatales y de las identidades sociales, sino que marcaron también las prácticas políticas, jurídicas, de estrategia militar y, en no menor medida, los discursos culturales y simbólicos, en un complejo entramado dentro de cuyas coordenadas —rituales y míticas— se compuso la comunidad que hoy somos o intentamos ser. A este fenómeno de extrema complejidad, multicausal, polimorfo, con un contexto dependiente y necesariamente histórico, con una exacerbación de lo político o con su negación, con carácter pluridimensional y con su especificidad como guerra civil —esa inquietante stasis que ya para los griegos había llevado a la crisis de todas sus categorías conceptuales—, nada hay que le resulte más refractario y engañoso que su comprensión monodisciplinar. A ello se añaden las singularidades propias de su naturaleza: la muerte del lenguaje que la guerra conlleva, al convertirse este en instrumento de los antagonistas, perdiendo su funcionalidad comunicativa —la Babel bélica—, que es puesta de relieve de modo muy temprano por Tucídides; la espesura ambigua en la que necesariamente se aloja la célebre niebla de la guerra, destacada por Clausewitz, en el inicio mismo de la denominada guerra total moderna; la progresiva indistinción entre guerra y paz que Walter Benjamin diagnosticara en la fase ascendente del nazismo alemán, al dictaminar la conversión en normalidad del Estado de excepción; la infinitización de su acontecer, como los analistas de las guerras posmodernas contra el terrorismo no cesan de afirmar.

    Las guerras civiles decimonónicas en Colombia señalaron derroteros y configuraron patrones bajo los cuales se produjeron procesos de poblamiento, despoblamiento y repoblamiento de gran parte del territorio; determinaron los ejes estratégicos de una espacialidad que apenas comenzaba a desligarse de su condición colonial, fijando su funcionalidad táctica tanto para el ejercicio como para el desafío del poder gubernamental; procuraron las gramáticas y las apelaciones valorativas tanto para su conducción regulada como para la exacerbación de atrocidades y su descenso en los abismos de la degradación; suministraron los procedimientos para el reconocimiento del adversario, mediante variados mecanismos y denominaciones, al igual que los subterfugios para favorecer la absolutización del enemigo, mediante su demonización, e incluso, su deshumanización; condicionaron el lenguaje político, con sus retóricas múltiples, para la aproximación entre los antagonistas, otorgando legitimidad y plausibilidad a diferentes registros transaccionales, con sus miméticas iridiscencias contrapuestas; llevaron a polémicas discusiones y soterrados expedientes para obtener avenimientos posbélicos; pusieron en juego las simetrías políticas e ideológicas de regímenes foráneos, con respecto a los actores enfrentados —tanto el estatal como el insurreccional—, en alinderamientos de índole continental y mundial que diluyeron límites domésticos y condujeron a porosidades fronterizas aún vigentes; influyeron de modo tajante en la recepción de las corrientes y doctrinas jurídicas, tanto para su adopción como para su rechazo, con perdurables consecuencias de muy variada y contrapuesta naturaleza; atrajeron las miradas de analistas extranjeros que dejaron sus testimonios y recomendaciones; se sirvieron de diversas modalidades de transferencias de sacralidad religiosa y teológica que imprimieron su huella lingüística, conceptual y arquitectónica, así como sus ritualidades derivadas, todavía hoy reconocibles en los paisajes urbanos y los giros del habla cotidiana; y finalmente, inventaron nuevas palabras y originales sintagmas para zurcir con el lenguaje las heridas y fracturas por ellas producidas. De ahí que las múltiples resonancias discernibles de los procesos decimonónicos en los posmilenarios de la más urgente actualidad encuentren numerosos puntos de proximidad sincrónica y diacrónica, cuya relevancia y auscultamiento el presente texto se propuso como objetivo señalar, al efectuar un trazado de temáticas dispares y momentos diversos, congregados en torno a las respectivas constelaciones bélicas de dichas contiendas.

    La primera parte del libro, Negociación, comprende dos capítulos. En el primero se intenta recuperar y profundizar el conocimiento del muy particular procedimiento de las denominadas exponsiones, avenimientos con los que se pactaron amnistías y salidas políticas en la confrontación armada en cinco de las más significativas guerras civiles del siglo XIX, desde la Guerra de los Supremos o de Los Conventillos (1839-1841) hasta la Guerra de los Mil Días. Su densidad, frecuencia y efectividad, en cuanto procedimiento propio para buscar la salida negociada de la guerra interna, han sido descuidadas por la historiografía nacional. Las exponsiones presentan una extraordinaria riqueza y variedad de formas, y una eficacia que se demostrará de manera reiterada, por su capacidad tanto para ponerle término a las hostilidades como para prevenirlas, y para impedir, además, las tentativas secesionistas de regiones y poblaciones. Desde la época dorada de estos acuerdos, en la primera de las guerras mencionadas, durante la que se celebraron siete exponsiones, pasando por el avenimiento preventivo suscrito entre el presidente federal Manuel Murillo Toro y el presidente estadual antioqueño Pedro Justo Berrío, en medio de frenéticos y fanáticos llamados a la guerra, con el rechazo acérrimo de Rafael Núñez del acuerdo de La Colorada, cuya puesta en ejecución habría puesto fin anticipadamente a la guerra de 1885, hasta los pactos celebrados en la fase final de la Guerra de los Mil Días, en oposición a las mismas directrices del Gobierno, estas consecuciones negociadas de la paz ponen de presente una sorprendente capacidad y dinámica para buscar salidas políticas negociadas a las guerras.

    En el segundo capítulo se hace un examen del contexto y las circunstancias de la expedición del primer instrumental normativo internacional regulatorio de la guerra interestatal, producido en las convenciones de La Haya de 1907, y de la situación colombiana tras la finalización de la Guerra de los Mil Días, con el propósito de elucidar aquello que se había convertido en un pequeño enigma de la historia institucional y legal: la negativa colombiana a ratificar las convenciones. Las consecuencias de este derrotero asumido por el país respecto del tratado capital en el proyecto de estatalización de la guerra y la regulación de las hostilidades entre los estados beligerantes, que a su vez constituyera el escenario inaugural para la proyección internacional de las naciones latinoamericanas, por primera vez convocadas, se dilucidan a partir de dos aspectos: por un lado, a través del análisis de los contenidos regulatorios del texto originario de las convenciones y de sus derivaciones doctrinarias y jurisprudenciales posteriores; y por otro lado, mediante el estudio de las condiciones políticas del país tras la desastrosa situación provocada por la Guerra de los Mil Días, que ofrecen la explicación al misterio de la negativa a ratificar los tratados.

    La segunda parte del libro tiene tres capítulos. En el primero se trazan las líneas mayores de la singular transformación que se dio desde la célebre Declaración de la Guerra a Muerte proclamada por Simón Bolívar, en la población de Trujillo, en 1813 —aspecto que no ha sido el preferido de los historiadores, por las cotas de horror a las que conllevara—, hasta el quizá menos célebre y sepultado en el olvido —propio y externo— Tratado de Regularización de la Guerra, proclamado por el mismo Bolívar, siete años más tarde, cuando aún faltaba casi una década para la conclusión de las luchas independentistas. Este giro en el tratamiento de la guerra en estos dos momentos es de la mayor significación por sus consecuencias, por las influencias epistémicas puestas en juego, por la refutación que su sentido entraña del lugar común o la intuición elemental, según la cual, la derrota del antagonista se asegura con el desencadenamiento de una brutalidad ilimitada en su contra. Pero, en especial, este giro es importante porque en dicho tránsito se concreta el largo proceso de la superación del paradigma de la guerra santa, para llegar a la noción de la guerra no discriminatoria. Además, es relevante porque anticipa las oscilaciones entre desregulación y regulación, que se producirán en las subsiguientes contiendas civiles hasta nuestros días.

    En el segundo capítulo se intenta efectuar un abordaje comparativo en términos estadísticos, normativos, políticos, geohistóricos e ideológicos de las dos contiendas bélicas decisivas en la segunda mitad del siglo XIX: la guerra de 1876 a 1877 y la Guerra de los Mil Días. Si bien el tratamiento de las cifras impone cautelas metodológicas, por la deficiencia de las fuentes y la precariedad de las bases de datos disponibles —todas ellas foráneas—, la construcción de una nueva metodología permite vislumbrar varios aspectos que han permanecido en la penumbra de las generalidades o en sus brumas propias. Hondas diferencias en la letalidad bélica, la devastación poblacional, el tipo de armamento empleado, los respectivos contextos constitucionales e ideológicos y los liderazgos asumidos indican un elevado grado de regulación en la primera de las contiendas y un colapso regulatorio en la segunda, en especial en su fase terminal. Mientras la guerra de 1876 a 1877 puede aspirar al título de la contienda civil más regulada de la historia, la de los Mil Días puede ser no solo la más desregulada, sino la más devastadora en el ámbito nacional e incluso en el internacional, si se compara, como se hace, con el arquetipo mundial de la guerra civil decimonónica: la Guerra de Secesión estadounidense de 1861. Los correspondientes periodos posconflictuales y los desenlaces políticos que las acompañaron, en términos de reparticiones del poder, así como la instrumentalización del aspecto religioso, son factores que contribuyen a la explicación de las profundas disparidades que las caracterizaron.

    En el tercer capítulo se indaga por las correspondencias estructurales entre dos periodos y dos figuras emblemáticas de la historia política que llevaron a cabo transformaciones de la mayor importancia en la orientación y la gubernamentalidad del país, permitiendo hablar de un antes y un después bien diferenciados, luego de su respectiva irrupción y extenso mandato: Rafael Núñez y Álvaro Uribe. Las sorprendentes similitudes entre ambos jefes de Estado se examinan desde varias perspectivas metodológicas, mediante el análisis de las estrategias puestas a punto de absolutización del enemigo interno, las modulaciones inéditas de elementos biopolíticos, bajo las respectivas denominaciones de Regeneración y Estado Comunitario, la consecución del poder por vías que fracturaron el régimen constitucional y la institucionalidad vigentes, la reelección en medio de la guerra interna, la conversión doctrinaria de su correspondiente ideario y la pertenencia partidista, y un compartido sentido mesiánico de profunda filiación religiosa, que los llevaría a concebirse a sí mismos como los refundadores del país.

    La tercera parte, Memoria, consta de dos capítulos. Con ocasión de la no muy pretérita celebración del sesquicentenario del célebre Código Lieber, expedido en 1863, en medio de las dramáticas y angustiosas condiciones bajo las que se desarrollaba la Guerra de Secesión estadounidense, el primer capítulo de esta parte se ocupa de la específica naturaleza de este instrumento normativo que canónicamente se ha catalogado como el documento inaugural del moderno derecho de la guerra. El reconocimiento, celebridad y difusión que han acompañado desde entonces a los 153 artículos redactados por Francis Lieber —combatiente por su patria durante las guerras contra Napoleón y simpatizante de los insurrectos griegos—, le han conferido al jurista alemán una aureola casi mítica, que difícilmente ostenta cualquier otro jurisconsulto en el panorama mundial. Las revelaciones de las atrocidades perpetradas durante la invasión a Irak por Estados Unidos, bajo la vigencia de los postulados del Código Lieber, fueron la ocasión de examinar con una mirada crítica su contenido y auscultar sus ambigüedades y zonas grises, así como la ominosa trascendentalización de la necesidad militar contenida allí y las razones de su éxito. En el capítulo, se esboza una caracterización del tipo de recepción que del código se hiciera en Colombia, sus apropiaciones y modulaciones, además de sus peligrosas consecuencias en instrumentos legales recientes.

    En el último capítulo se indaga por las diversas variables de índole bélica y cultural que convergieron para dar inicio y contenido a la iniciativa de construir una basílica consagrada al Sagrado Corazón de Jesús, como símbolo material que sellara la terminación de la Guerra de los Mil Días. La basílica está ubicada en el centro urbanístico de la capital colombiana, al igual que su congénere el Sacré-Cœur parisino y, asimismo, ambas fueron construidas al término de sendas confrontaciones internas de una intensidad devastadora. Lo extremo de la confrontación, la aplastante derrota infligida a los revolucionarios, así como las dificultades para su asimilación y entendimiento en sus respectivas sociedades, hacen que los dos monumentos solo pueden comprenderse en relación con la procedencia genética del segundo respecto del primero. En el capítulo, se identifica el profundo parentesco entre sus dos iniciadores, los métodos para su erección, las correspondencias simbólicas y arquitectónicas de las basílicas del Sagrado Corazón, y en particular, las refinadas lógicas de olvido y memoria que ambas agenciaron como procedimientos para transformar la insurrección en resurrección.

    I. Negociación

    Exponsiones y acuerdos para concluir

    la guerra: de Pasto en 1839

    a La Habana en el 2014

    La historiografía y las ciencias sociales han perdido de vista la rica y crucial tradición de la regulación bélica, de la negociación de fórmulas de mediación política y de la búsqueda de la paz en la extensa historia de nuestras guerras civiles decimonónicas, guerras que ocurrieron en escenarios de alta polarización ideológica, amenazante desmembración del país y prolongadas contiendas entre los beligerantes criollos. El propósito de este ensayo es dar cuenta de los contextos políticos y bélicos de las cinco principales guerras civiles del siglo XIX, en el curso de las cuales se llevaron a efecto más de una docena de exponsiones, con el fin de regularizar, impedir secesiones, prevenir y alcanzar acuerdos para la terminación de las hostilidades. Las actuales negociaciones entre el Gobierno colombiano y las FARC constituyen, bajo esta óptica, una reanudación impensada de esta tradición de regulación, negociación y búsqueda de la paz, que vendría a ser la última de las exponsiones o la primera del siglo XXI.

    La frecuencia e intensidad de las guerras civiles durante el periodo de formación estatal de Colombia, desde el proceso de emancipación de la metrópoli española hasta el inicio del siglo XIX, así como su prolongación en una dinámica de continuidades y discontinuidades en la siguiente centuria, es uno de sus rasgos más destacados y casi incomparables en un contexto continental. Es ya casi un lugar común sostener la existencia de al menos nueve guerras civiles nacionales y cerca de una veintena regionales o locales; no lo es menos el énfasis puesto en señalar los abusos, arbitrariedades y repertorios de violencia que las habrían caracterizado de manera ininterrumpida y monótona. Importantes avances en la comprensión de estas, en especial desde la perspectiva de las retóricas bélicas para justificar su emprendimiento y prolongación (Uribe, 2006), así como en la descripción de las dinámicas regionales de su desarrollo (Verdugo, 2001; Campo, 2003), han permitido tener una visión más matizada y complej a acerca de su naturaleza, variación y significado. Sin embargo, se ha prestado poca atención a los mecanismos y prácticas tendientes a la regularización de la guerra (Aguilera, 2001).

    El presente capítulo tiene como propósito hacer una exploración de uno de los mecanismos provenientes del denominado derecho de gentes, empleado y puesto a punto con frecuencia en coyunturas cruciales de la guerra y la paz en Colombia. La encendida discusión entre los contemporáneos acerca de la licitud y conveniencia del derecho de gentes ocupó un destacado lugar, con no despreciables efectos, en la continuación de las contiendas bélicas, en la sujeción o desligamiento de los denominados temperamento belli y en la búsqueda de la superación de la contienda civil, mediante las exponsiones. En especial, en la actualidad, cuando las negociaciones de paz en La Habana entre el Gobierno y las FARC parecen anunciar la consecución de la paz, al menos parcial, que tantas veces se ha frustrado, es pertinente recuperar la memoria de los esfuerzos y las dinámicas que en varios momentos de nuestras guerras civiles permitieron la salida negociada del conflicto armado, evitaron su prolongación y su consiguiente escalamiento o contribuyeron a impedir, bajo circunstancias muy difíciles, su desencadenamiento.

    Como término y noción correspondiente a la constelación lexical de las prácticas políticas y bélicas, la exponsión tiene un remoto pasado, relacionado con una densa historia grecorromana, en la que se produjo su surgimiento. Los vestigios de esta historia denotan la estrecha vinculación inicial del término con ritos sacrificiales y bélicos, para luego relacionarse con un riguroso formalismo jurídico. El vocablo griego spondé aparece ya en la Antigua Grecia (Burkert, 2008, p. 35) y alude a la libación celebrada para poner fin a las hostilidades o disputas surgidas y a las violencias acaecidas en el curso de estas. Cargada de un profundo simbolismo y de una eficacia performativa, la ritualidad designa y origina, al mismo tiempo, el tránsito entre la esfera de los excesos (diasparagmós) y la recomposición y la calma propia del estadio del apaciguamiento (ambiosemas). La palabra spondé se relacionó y usó en variadas esferas de la vida social, como esponsales, celebraciones, festividades, procedimientos judiciales, entre otras. Por consiguiente, se hizo parte de un universo múltiple y variado del que da cuenta hoy el centenar de acepciones registradas en los diccionarios más célebres de la lengua griega (Chantraine, 2009). La extensa construcción jurídica latina recogió el término, de manera que entró a formar parte, ya con un sentido jurídico muy preciso, de las modalidades del derecho con respecto a las obligaciones. Esta modalidad es una forma de comprometer la voluntad de las partes contratantes desde los tiempos más arcaicos del derecho romano, que conserva en la elocución de la fórmula pronunciada, para otorgarle validez a los compromisos adquiridos, una resonancia casi sacra. En una parte esencial del derecho de las obligaciones, la palabra spondeo, de la que se deriva sponsio, y que guarda relación con stipulatio, que es la estipulación, deja ver la connotación de la obligación como promesa, vínculo, adherencia a la palabra otorgada. En el derecho romano, esta será la base de la obligatoriedad y de su exigibilidad ante el cuestor, una vez que se haya pronunciado. Es probable que la introducción de la palabra spondeo en el léxico republicano se deba, en gran medida, a la influyente repercusión de Andrés Bello, quien la empleara en su extensa obra sobre jurisprudencia y política.

    Como fórmula de acuerdo entre ejércitos o contendores armados en el curso de hostilidades de tipo rebelde, insurreccional o revolucionaria, el término designa aquellos avenimientos (el término preferido por el historiador José Manuel Restrepo) o compromisos recíprocos celebrados en el propio campo de batalla o terreno de enfrentamiento, con la finalidad de suspender temporalmente las acciones armadas, atender los heridos o enfermos de los bandos enfrentados, permitir el retiro de tropas, intercambiar prisioneros, pasaportear los integrantes designados y procurar alguna fórmula de entendimiento acerca de la cesación de los actos hostiles, que incluye o no compromisos de orden judicial y político, como el otorgamiento de indultos o concesión de amnistías.

    El rasgo distintivo de la exponsión consistió en diferir la entrada en vigor efectiva del acuerdo hasta su aprobación por las autoridades superiores, tanto de la parte estatal o Gobierno, como del autoproclamado jefe o supremo comandante del actor armado no estatal o parte en conflicto, como lo designaría el derecho internacional humanitario. Se trató, entonces, de un procedimiento enmarcado en la lógica del denominado derecho de gentes y en la primacía de lo político. Bajo estas lógicas se comprendieron las regulaciones escritas y consuetudinarias establecidas, práctica y doctrinariamente, en el marco del ius in bello o derecho de la guerra. De manera sorprendente, el ius in bello es muy poco estudiado por la historiografía nacional, lo que es una lástima, puesto que de este pueden extraerse nuevas aproximaciones a la comprensión general de las dinámicas bélicas del siglo XIX colombiano (Uribe, 2011, p. 39)¹.

    Como fórmula de humanización y terminación del conflicto armado, la puesta en marcha y la ejecución de las exponsiones implicaron un decidido esfuerzo por parte de quienes buscaron su celebración e implicaron formular tanto unos principios comunes como una pragmática para oponerse a los sectores militaristas obcecados en la derrota de los rebeldes o insurrectos, con el propósito de buscar una salida política negociada, como se diría actualmente. Los efectos derivados de la celebración de las exponsiones tienen una dilatada amplitud en sus alcances: el nivel minimalista se restringió a posponer las hostilidades iniciadas; el nivel intermedio implicó la cesación de hostilidades y el otorgamiento de medidas de amnistía o indulto; el nivel alto condujo a la reintegración de una provincia que había proclamado su abandono de la Confederación Granadina (Panamá en 1841); el nivel superior permitió evitar la guerra civil entre el poderoso Estado Federal de Antioquia, gobernado en virtud de un golpe de Estado de un presidente conservador, y un régimen liberal radical. Sin las exponsiones, las consecuencias de esta guerra civil hubiesen sido inmensamente costosas.

    No menos relevantes para la cabal comprensión de las implicaciones y las dinámicas del avenimiento son aquellas tentativas infructuosas en terreno de los jefes militares por acordar exponsiones, que finalmente no fueron ratificadas por los superiores civiles y militares, como sería el caso de la exponsión de Pasto en 1839, considerada como la primera, y el de la exponsión de La Colorada, celebrada en terreno en los inicios mismos de la guerra de 1885, pero malograda por la obcecación de Núñez en profundizar las hostilidades y obtener una aplastante derrota militar. Tanto las exponsiones que se pusieron en ej ecución como aquellas que se formularon y negociaron p ero finalmente quedaron frustradas constituyen acontecimientos históricos que permiten apreciar el lado claro de las guerras: los perseverantes esfuerzos por evitarlas, por ponerles fin o moderarlas en sus extremos de destrucción. También hacen parte de este importante acervo de mecanismos de terminación, regulación y evitación de hostilidades los importantes acuerdos y avenimientos que sin usar de manera expresa la denominación de exponsiones, tienen su sentido y funcionamiento, acuerdos como los llevados a cabo a instancias de los insurrectos liberales en la etapa final de la Guerra de los Mil Días, en especial en el istmo de Panamá.

    Puede sostenerse que la exponsión experimentó su época dorada durante la Guerra de los Supremos, pues en su curso se celebraron al menos cinco. Gracias a esto se impidió la secesión de Panamá, que amenazó en ese entonces la desmembración del país. En adición, la exponsión desempeñó un papel importante en la contienda armada de 1859 a 1862, cuyo vestigio o huella reminiscente está en una célebre edificación que lleva su nombre en la ciudad de Manizales. La exponsión fue sustituida por fórmulas jurídicas institucionalizadas de armisticios e intercambio de heridos y prisioneros, bajo la vigencia de la Constitución de 1863, que otorgara rango constitucional al derecho de gentes; sufrió el más fulminante rechazo en la breve guerra civil de 1885 por la voluntad bélica de Núñez que vio en ella un peligro para su paz científica y una amenaza a la continuación de la contienda armada que, según él, salvaría al país de la crisis fiscal; se practicó al finalizar la Guerra de los Mil Días y contrarrestó la política oficial de guerra a muerte en las zonas del sur y del istmo de Panamá, dominado por los insurrectos rebeldes. En consecuencia, se convirtió en el preludio de los tratados finales mediante los que se formalizó el fin de la guerra. Algo más de un siglo después, las tentativas en La Habana por llegar a un acuerdo que le ponga fin al conflicto armado interno más prolongado del continente, tentativas adelantadas en contra de la oposición en ocasiones histérica de los sectores guerreristas, se pueden considerar como una continuación actualizada de esta tradición. Lo anterior con el propósito de asignarles su adecuada perspectiva histórica y de rescatarlas para una historiografía indispensable, sin la cual los esfuerzos por construir memoria de país podrían carecer de la solidez histórica necesaria, para que no sean caminatas circulares en las arenas movedizas de la desmemoria.

    La Guerra de los Supremos o la edad de oro de las exponsiones

    Las profundas divisiones políticas e ideológicas de la segunda década del siglo XIX condujeron a variadas modalidades de enfrentamientos armados entre partidarios del Libertador y acérrimos enemigos suyos, así como a los levantamientos en contra de la dictadura de Urdaneta. A mediados de 1839, las hostilidades se renovaron a escala nacional con una intensidad sin precedentes, cuando una variopinta pléyade de caudillos regionales, la mayoría antiguos santanderistas, se alzaron en armas contra el Gobierno central del primer presidente civil, José Ignacio de Márquez, en un periodo temporal que habría de extenderse durante dos años y nueve meses. En esta ocasión, las oposiciones de los actores representan el clásico antagonismo entre las precarias fuerzas centrípetas de una gubernamentalidad civil sin mayor arraigo en las regiones y las poderosas fuerzas centrífugas de influyentes caudillos militares dispuestos a mantener con la guerra sus áreas de dominio e influencia. Esta dinámica es muy similar, en términos sincrónicos y materiales, a la que se presentaba en los procesos de construcción nacional de los demás países latinoamericanos. Tanto en Perú como en Argentina se produjeron sendas contiendas armadas intestinas en las que caudillos como Agustín Gamarra, oriundo del Cusco, se

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