La leyenda negra
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Se combinan así los grandes acontecimientos históricos con aspectos referidos a la vida cotidiana, al pensamiento o a los avances tecnológicos.
Se ofrece de este modo una pluralidad de recursos para la investigación individual o colectiva, y para el desarrollo de actividades sobre temas que, a su vez, relacionan la historia del pasado para la comprensión del mundo actual.
Todos los libros de esta colección contienen abundantes ilustraciones, esquemas, mapas y gráficos aclaratorios de los textos, y han sido diseñados en un formato especialmente adecuado para la consulta y el trabajo de los alumnos y alumnas
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La leyenda negra - Alfredo Alvar Ezquerra
corazón.
1. La Leyenda Negra
«¿Por qué esta maldita raza de españoles
va de país en país atormentando
a todo el mundo?»
Guillermo de Orange, Apología, 1581.
«Si en particular hubiera de tratar
las cosas de España, hiciera
un volumen entero»
Sebastián de Cobarrubias,
Tesoro de la Lengua Castellana o Española, 1611.
Los españoles hemos tenido desde hace varios siglos la idea de que cuanto se escribía en Europa (y, por tanto, también en el mundo anglosajón en general y en los Estados Unidos de América en particular) sobre nuestro país tenía unas connotaciones peyorativas. Pensamos también que lo que se imaginaban los habitantes del norte de los Pirineos de nuestro país era normalmente, minusvalorador de nuestra cultura y de nuestra Historia.
En otras palabras, creíamos que nos veían como cobardes, lujuriosos, holgazanes, torpes, incultos, beaturrones y lo que se te pueda ocurrir. Incluso si quieres, que todos tocábamos la guitarra, que las mujeres iban por la calle con trajes de flamenca, y los hombres, si no vestidos de toreros, sí al menos, con sombreros cordobeses.
Es verdad que cualquier cultura, o cualquier país, ha sentido cierto interés por conocer cómo se pensaba que era según los extranjeros. No es una originalidad hispana, sino que la comparte con todo el mundo. Lo peculiarmente hispano ha sido, primero, la obsesión por averiguarlo, y en segundo lugar, el llegar a la convicción de que esa idea de los otros con respecto a nosotros era, fundamentalmente, negativa. En fin, que nos hemos ido forjando en medio de una cierta paranoia, en la convicción de que por Europa se nos menospreciaba. Pensar así tiene un cierto sabor agridulce: masoquista, en cuanto nos podemos lamentar de lo mal que nos han tratado; autocomplaciente porque podremos decir, «si las cosas nos van mal, es porque no nos dejan que vayan bien».
¿Es esto así? ¿No somos nosotros mismos los responsables de nuestra Historia? Si España ahora es como es, o hace un siglo era como era, ¿no era sólo y exclusivamente por culpa de, o gracias a, sus habitantes? Evidentemente, sí. Porque cada nación —se dice— ha tenido y tiene la Historia que se merece o la que ha conseguido darse a sí misma. Lamentarse de cómo van o iban las cosas, echando las culpas a otro u otros, en vez de intentar mejorarse a sí mismos es un acto excesivamente cómodo para poder justificarse.
Como ves, lo mismo que a ti te ha ocurrido o te ocurre en el forjar tu personalidad, le ha pasado a los países en los lentos procesos de adquisición de la idea de nacionalidad. Se han creado ideas de sí mismos, por un lado, según ellos mismos se creen que son; pero también se han moldeado ellos a sí mismos según creen que les ven como ellos son, y no sigo por no hacer más complicada la madeja. En cierto modo, podría ser como un juego (aunque el hacerse ideológicamente una nación, o madurar la personalidad, es algo más que un juego) en el que el protagonista, mirándose en un espejo, hubiera de ponerse la máscara y la cara de otros que hay alrededor y que se miran directamente en ese espejo, o indirectamente porque tiene también espejos en las manos que se reflejan en el primero y más grande, y todos van asumiendo, a fin de cuentas, la personalidad que sale de los otros, para que al final de una larga partida (de un largo proceso), nuestro protagonista acabe con una cara determinada. Pero resulta que, a lo largo de nuestra Historia, en el espejo más grande, llamado alteridad (o sea, la idea de o por causa del otro), lo que nuestro protagonista, nos-otros, ha visto mejor, ha sido las caras de burla y menosprecio que le ponían algunos de los-otros que le rodeaban, y eso le ha creado una angustia tal que le ha marcado a lo largo de su vida, haciéndole al mismo tiempo introvertido al mirar a los demás, y también altanero en extremo. Pero no se daba cuenta que en la habitación en la que jugaba había otros que no le ponían muecas tan ásperas. Al final, para su alivio, se ha dado cuenta de que todo no era tan negro, se ha dado cuenta de que algunos no sólo no le hacían burla, sino que le apreciaban. Algo así ha ocurrido con nosotros.
¿Qué es la Leyenda Negra?
Por Leyenda Negra se entiende, desde principios de este siglo, «el ambiente creado por los relatos fantásticos que acerca de nuestra patria han visto la luz pública en todos los países, las descripciones grotescas que se han hecho siempre del carácter de los españoles como individuos y colectividad, la negación o por lo menos la ignorancia sistemática de cuanto es favorable y hermoso en las diversas manifestaciones de la cultura y del arte, las acusaciones que en todo tiempo se han lanzado contra España...»
Quien así escribía era un historiador llamado Julián Juderías, que en 1914 publicó un libro que lo tituló, precisamente, La Leyenda Negra. Era la primera vez que se bautizaba así a «eso» que la gente sabía que existía, pero que no lo había llamado de ninguna manera.
Más recientemente, Fernández Alvarez la ha definido así:
«Cuidadosa distorsión de la historia de un pueblo, realizada por sus enemigos, para mejor combatirle. Y una distorsión lo más monstruosa posible, a fin de lograr el objetivo marcado: la descalificación moral de ese pueblo, cuya supremacía hay que combatir por todos los medios».
Hay tres cosas