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El peso de Roma en la cultura europea
Por Eva Cantarella
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La imagen que nos formamos de Europa en nuestros días surge de un largo y contrapuntístico intercambio sobre todo de las herencias romana y griega, en el que son definitivas las ideas que a través de los siglos nos hemos ido forjando de estos lugares y que, en el caso, de Roma, han dejado como huellas sobre nuestro presente importantes contribuciones en literatura y filosofía, en arquitectura y en retótica, en la lengua y el derecho.
En Roma el derecho deviebne por primera vez un sistema articulado de principios que hunde sus raíces en los avances de la retórica griega, para convertirse mediante su articulación y difusión europea en la base de la mayor parte de los sistemas legislativos de occidente.
La perduración de mentalidades y conceptos que hasta bien entrado nuestro siglosiguen catacterizando nuestra vida, como la relación de los roles hombre/mujer, con especial interés por la situación de la mujer romana; la estructura jerárquica de la familia y la moral de pareja o las reglas del llamado código de honor que regían el adulterio y el homicidio honoris causa, muestran la necesidad de un despliegue de las bases históricas y conceptuales sobre las que nacieron estas estructuras, más allá de su valoración histótica y moral. El ensayo se centra en el análisis del desarrollo y los límites de la cultura romana, los pormenores de su fértil y duradera influencia, así como la vitalidad que las ideas y formas creadas en Roma poseen en la actualidad para ilustrar, en un momento de crisis de los grandes sistemas jurídicos, la formulación de un futuro derecho común europeo.
En Roma el derecho deviebne por primera vez un sistema articulado de principios que hunde sus raíces en los avances de la retórica griega, para convertirse mediante su articulación y difusión europea en la base de la mayor parte de los sistemas legislativos de occidente.
La perduración de mentalidades y conceptos que hasta bien entrado nuestro siglosiguen catacterizando nuestra vida, como la relación de los roles hombre/mujer, con especial interés por la situación de la mujer romana; la estructura jerárquica de la familia y la moral de pareja o las reglas del llamado código de honor que regían el adulterio y el homicidio honoris causa, muestran la necesidad de un despliegue de las bases históricas y conceptuales sobre las que nacieron estas estructuras, más allá de su valoración histótica y moral. El ensayo se centra en el análisis del desarrollo y los límites de la cultura romana, los pormenores de su fértil y duradera influencia, así como la vitalidad que las ideas y formas creadas en Roma poseen en la actualidad para ilustrar, en un momento de crisis de los grandes sistemas jurídicos, la formulación de un futuro derecho común europeo.
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El peso de Roma en la cultura europea - Eva Cantarella
Akal / Hipecu / 15
Eva Cantarella
El peso de Roma en la cultura europea
Traducción: Miguel Ángel Ramos Sánchez
Diseño de portada
Sergio Ramírez
Director de la colección
Félix Duque
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Nota a la edición digital:
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© Ediciones Akal, S. A., 1996
Sector Foresta, 1
28760 Tres Cantos
Madrid - España
Tel.: 918 061 996
Fax: 918 044 028
www.akal.com
ISBN: 978-84-460-4056-9
Introducción
Roma ha legado una inmensa herencia a Europa, y a través de ella, a todo el mundo occidental. De la literatura a la filosofía, desde la retórica a la arquitectura, de la pintura al derecho, cada aspecto de la cultura europea –en diversa medida en cada período y cada país– es deudor de la cultura romana. Por no hablar de la más evidente herencia dejada por los romanos, representada por su lengua. Quizás ni siquiera sea exacto hablar de herencia en relación con la lengua; la herencia, de hecho, presupone una muerte: pero en algunos países (más exactamente en aquellos que hablan lenguas romances o neo-latinas) incluso se podría afirmar que el latín no está en ningún modo muerto, sino que ha continuado viviendo, transformándose y evolucionando, más allá de las generaciones que sucesivamente lo han usado y reelaborado (Posner, 1992, 367).
Bajo este perfil, en suma, se podría poner en discusión la idea de que el latín sea una lengua muerta. Pero admitamos que los hechos sucedieran de esta forma. En los países que poseen un idioma romance, una lengua de raíz latina, como el español, el italiano, el francés, el portugués, el provenzal, el sardo o el ladino, es ésta la base común que persiste en los lenguajes. E incluso esta raíz latina ha dejado importantes huellas en las lenguas de raíz germánica, como el inglés, el alemán, el neerlandés, el danés, el sueco, el noruego, el islandés y el frisón. Estas lenguas, con frecuencia, para indicar un concepto o una cosa, utilizan dos palabras distintas, una de origen germánico y otra de derivación latina. Los ejemplos podrían ser muchísimos: puede pensarse, por ejemplo, en las parejas legible-readable; identical-same; royal-kingly; saint-holy; profound-deep; commence-beguin; pok-pig; o en el prefijo negativo, que puede ser ya el latino in (in-possible), o el germano un (un-possible). Podríamos continuar, pero aquello que cuenta no es tanto la cantidad de los ejemplos, cuanto la constatación de que entre la palabra de origen germánico y la de origen latino no podría asegurarse en absoluto que la más usada sea la primera.
Roma, en resumen, está todavía presente en Europa y deja sentir físicamente su voz desde el extremo norte hasta las orillas meridionales de este continente.
Qué Europa
Antes de afrontar más específicamente el problema del peso que la cultura romana ha tenido sobre el continente europeo, es necesario responder a una pregunta: ¿de qué Europa estamos hablando? ¿a qué Europa aludimos cuando proponemos este problema?
La Europa de hoy, obviamente, no se identifica con el territorio del Imperio Romano. Antes de hablar del peso de la cultura romana sobre la europea son necesarias algunas precisiones. Es necesario, más específicamente, hacer un repaso, aunque sea rápido, al nacimiento del concepto geopolítico de Europa y de la relación entre este concepto (y esta nueva entidad) y el Imperio Romano.
A este propósito, la primera observación es que es ciertamente posible referir esta idea al mundo clásico, griego o romano, encontrando una continuidad que autoriza a reconstruir una identidad europea dilatada en el tiempo.
Pero, hecha esta premisa, es inevitable observar que la cultura clásica es sólo uno de los diversos ancestros de Europa. El mundo griego y el mundo romano estaban centrados en el Mediterráneo. Los otros países, los no mediterráneos, representaban en realidad los confines del mundo clásico, una suerte de retrotierra, quizás ni siquiera excesivamente interesante.
La Galia, Inglaterra, Alemania, eran provincias del Imperio, pero también marcas de sus límites. Y los romanos, cuando hablaban de los habitantes de estas provincias, de algún modo pensaban en los «bárbaros».
La idea de bárbaro, como es bien sabido, nació en la Grecia que contraponía su civilización (ciudadanos) a la falta de civilidad de los súbditos del rey de Persia. En la ideología del siglo que sigue a su encuentro, y especialmente en la Atenas democrática, la contraposición se radicalizaría: por una parte «nosotros», los griegos libres y civilizados; por la otra, los «otros», «bárbaros», atrasados y sometidos.
El germen de la contraposición destinada a crecer y difundirse en el imaginario colectivo, primero en los romanos y más tarde en los pueblos europeos, era en un primer momento el producto de un encuentro entre Oriente y Occidente. Pero los romanos, que crearon sus términos y conceptos, los aplicaron no tanto a los pueblos orientales, sino a los invasores procedentes del Norte: en este punto –como decíamos– fueron los alemanes y los británicos quienes se convirtieron en el símbolo mismo de la incivilidad. Bárbaros, para los romanos, no eran sólo los habitantes de Asia, sino los habitantes de los países europeos no mediterráneos.
Frente a una visión similar del mundo, es por lo tanto inevitable observar que, no obstante la ascendencia clásica, para el sujeto de la historia que viajaba hasta las lejanas tiendas de los hunos, mongoles, avaros o magiares, el objeto de deseo, el antagonista, era siempre el Imperio Romano (y el Papado).
Europa no existía entonces ni como idea ni como entidad geográfica. Si puede hablarse de «europeos» en aquel momento, es sólo eventualmente refiriéndose a los habitantes más antiguos del continente: celtas paleolíticos que habían resistido a las sucesivas invasiones, permaneciendo puros en el rincón más escondido de Asturias.
Pero hubo un momento
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