Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

Benditas guerras: Cruzadas y yihad
Benditas guerras: Cruzadas y yihad
Benditas guerras: Cruzadas y yihad
Libro electrónico101 páginas2 horas

Benditas guerras: Cruzadas y yihad

Calificación: 5 de 5 estrellas

5/5

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

Benditas guerras. Cruzadas y yihad explora, por un lado, la historia de las Cruzadas: los motivos religiosos y económicos que las originaron y la justificación que las validó; y por el otro: analiza la respuesta musulmana a las invasiones, el papel de los textos santos, tanto cristianos como musulmanes, y el redescubrimiento del concepto de yihad presente en el Corán.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento6 ene 2023
ISBN9786071676337
Benditas guerras: Cruzadas y yihad
Autor

Alessandro Barbero

Alessandro Barbero is an Italian historian, novelist and essayist. He won the 1996 Strega Prize, for Bella vita e guerre altrui di Mr. Pyle gentiluomo. Barbero is the author of The Battle, an account of the Battle of Waterloo, The Day of the Barbarians, the story of the Battle of Adrianople, and Charlemagne. He writes for Il Sole 24 Ore and La Stampa, is the editor of Storia d'Europa e del Mediterraneo and regularly appears on television and radio. In 2005, the Republic of France awarded Barbero with the title of Chevalier de l'ordre des Arts et des Lettres.

Lee más de Alessandro Barbero

Relacionado con Benditas guerras

Títulos en esta serie (41)

Ver más

Libros electrónicos relacionados

Historia europea para usted

Ver más

Artículos relacionados

Categorías relacionadas

Comentarios para Benditas guerras

Calificación: 5 de 5 estrellas
5/5

1 clasificación0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    Benditas guerras - Alessandro Barbero

    I. ¿QUÉ SON LAS CRUZADAS?

    LAS CRUZADAS son un tema más bien delicado que se presta a acudir a muchas referencias que nos actualicen. En el espacio de estas páginas podré esbozar sólo algunos de sus aspectos fundamentales. Antes de entrar en materia, sin embargo, es necesario trazar algunas coordenadas, ofrecer indicaciones muy generales de lo que fueron las cruzadas, de manera que quede bien claro de qué estamos hablando. Todos las hemos estudiado en la escuela, y, por lo tanto, todos recordamos que son acontecimientos de la Edad Media y que hubo muchas: cinco, siete, nueve; desafío a cualquiera a recordar el número exacto. De cualquier modo, hubo tantas que los manuales han sentido la necesidad de numerarlas. Sabemos, también, que fueron acontecimientos sangrientos y que implicaron un durísimo conflicto entre el Occidente cristiano y el mundo islámico, y que nuestra civilización celebró primeramente con gran entusiasmo, en la época en que se escribían poemas como la Jerusalén liberada de Torquato Tasso, pero de los que ahora nos avergonzamos; un poco también porque hemos recuperado la conciencia de la enorme violencia y la tremenda explosión de odio hacia lo diverso que las cruzadas representaron. Por añadidura, también la violencia antisemita apareció en Europa por primera vez precisamente durante las cruzadas: los primeros pogromos en Occidente los llevaron a cabo las masas enardecidas por la predicación de la cruzada. Si ya ahora los vientos están cambiando, y si en Occidente a alguien se le ocurrió volver a creer que las cruzadas son una epopeya que hay que celebrar y no una tragedia de la cual dolerse, es una de las preguntas que vale la pena plantearse cuando pensamos en las posibles actualizaciones del tema.

    ¿Qué hay que tener claro para entender el fenómeno de las cruzadas? Ante todo, que la cruzada es en realidad una forma muy particular de peregrinación. Y la afirmación anterior, que quizá no es una cosa tan obvia, en efecto es así. Quienes partieron a Tierra Santa siguiendo a Pedro el Ermitaño y luego a Godofredo de Bouillon y a los otros líderes se llamaban a sí mismos peregrinos. El hecho es que nuestros antepasados cristianos de la Europa occidental le daban a la peregrinación una importancia enorme. Por supuesto, también ahora la peregrinación por el camino de Santiago se ha reconvertido en un fenómeno habitual y despierta la atención de los medios masivos de comunicación, y cualquiera que haya estado en Asís, en Padua o en San Giovanni Rotondo, en la tumba de Padre Pío, sabe que entre las masas católicas se practica hoy cierto tipo de peregrinación aun más que en el pasado reciente. Pero nosotros debemos pensar en una época en la que para los cristianos la peregrinación, y especialmente la peregrinación a Roma y a Tierra Santa, se vivía casi como viven hoy los musulmanes la peregrinación a la Meca: como un extraordinario momento catártico, el momento en el que, quien se lo puede permitir, vive por única vez en su propia persona todos los significados profundos y, también, todos los riesgos de su religión.

    Digo riesgos porque, obviamente, una cosa era ir en peregrinación al santuario más cercano y otra, ir hasta Jerusalén para rezar sobre el Santo Sepulcro, vivir la experiencia de ensimismarse con Cristo, poder decir: Él estuvo aquí, y yo estoy pisando el mismo suelo que Él pisó. Pero, ciertamente, Cristo sufrió la Pasión en Jerusalén, y entonces la peregrinación a Tierra Santa quería decir que se asumía conscientemente el riesgo de correr con la misma suerte, por decirlo de una manera cruda: saber que se partía para hacer algo peligroso, fatigoso, doloroso, que era necesario estar fuera de casa durante años, con altas probabilidades de no volver jamás, de dejarse la piel a lo largo del camino, y, sin embargo, no dejar de hacerlo, para revivir la Pasión de Cristo, por penitencia, porque se creía que la vida tenía un sentido que se dilataba más allá de los intereses concretos de la cotidianidad y, a veces, era necesario correr detrás de ese sentido aun arriesgando la vida.

    Así pues, la cruzada es una peregrinación, pero de un tipo muy particular, que empieza en un momento histórico específico. Es una peregrinación que tiene la meta de ir a Jerusalén a orar en el Santo Sepulcro, pero tiene como característica fundamental la de ir armados, pues se teme que quien manda en Jerusalén no los deje llegar hasta allá o que al menos les causará problemas. Por ello, es necesario ir armados, abrir camino, de modo que todos los peregrinos cristianos puedan en el futuro ir sin correr peligro: hay que apoderarse de Jerusalén para que la Ciudad Santa quede en manos cristianas. Pero, a decir verdad, cuando nace esta idea ya son siglos que Jerusalén no está en manos cristianas. Lo había estado durante largo tiempo, pues pertenecía al Imperio romano, que se vuelve cristiano en el siglo IV y continúa existiendo en el Oriente aun después de las invasiones barbáricas, si bien a nosotros nos parece un imperio muy distinto al romano clásico, y para distinguirlo lo llamamos Imperio bizantino. Todo el Medio Oriente era bizantino, y por lo tanto romano y cristiano, además de judío, hasta que en el siglo VII, después de la muerte de Mahoma, las grandes conquistas árabes se lo arrancan a Bizancio. Desde entonces, Jerusalén es parte del Imperio árabe, del califato gobernado desde Bagdad, y en el transcurso de las generaciones una parte creciente de la población del lugar se convierte al islam, si bien quedan todavía extensas comunidades cristianas y judías.

    Se podría pensar que a partir de ese momento los cristianos empezaron a pensar en las cruzadas, para retomar el control de aquellos lugares santos que eran tan importantes desde su perspectiva. En realidad, no ocurrió así: durante muchos siglos el Occidente cristiano no tuvo las fuerzas y tampoco la idea de emprender una reconquista armada. Las relaciones con los musulmanes que gobiernan en Tierra Santa son, en términos generales, bastante buenas; Carlomagno intercambia embajadores con el califa Harun al Rashid, concierta acuerdos para asegurarse de que los peregrinos cristianos puedan ir libremente a Jerusalén sin que los importunen. Las cosas cambian sólo a partir del Año Mil, por un conjunto de razones a las que aludiremos muy esquemáticamente. En el mundo islámico nuevas poblaciones, los turcos, provenientes de las estepas de Asia se imponen sobre los árabes; el califato está desmenuzado en múltiples califatos, sultanatos y emiratos autónomos, muy frecuentemente en guerra entre ellos. Así pues, Tierra Santa se ha convertido en un lugar más peligroso, entre otros motivos porque las nuevas élites turcas convertidas al islam son menos cultas, más belicosas y también menos tolerantes que las árabes. Para los peregrinos cristianos se vuelve cada vez más difícil llegar a Jerusalén sin enfrentarse a problemas. Por añadidura, la expansión turca durante el transcurso del siglo XI amenaza el Imperio bizantino: aquellos cristianos que hablan y rezan en griego, y no en latín, por lo que tienen poca relación con sus hermanos de Occidente, empiezan de cualquier modo a pedirle ayuda a éstos contra los invasores infieles, y por única ocasión los occidentales, que por lo general detestan a sus hermanos orientales y prefieren tener que ver con ellos lo menos posible, se conmueven y deciden intervenir. Esto ocurre también porque el Occidente en su extrema frontera, España, está desde hace tiempo en guerra permanente contra el islam: los príncipes cristianos han iniciado lo que luego pasará a la historia como la Reconquista y están expulsando a los emires árabes y bereberes que habían conquistado la península ibérica mucho tiempo atrás; luego entonces, en Europa se está volviendo familiar un cierto clima de campaña ideológica contra el islam.

    Si se añade que el Occidente, tal vez desde tiempos de Carlomagno pero con seguridad después del Año Mil, está atravesando un gran crecimiento económico y demográfico, y, por lo tanto, tiene cada vez más recursos humanos que invertir, y que desde mediados del siglo XI ha surgido en su seno, con la llamada Lucha por las Investiduras, una nueva poderosa fuerza política organizada, la Iglesia romana, que se postula abiertamente

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1