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Bellecita, Sueño Azul
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Libro electrónico120 páginas1 hora

Bellecita, Sueño Azul

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La década de los '60 en Cuba fue una época convulsa,de grandes cambios en todos aspectos y direcciones. Cambios radicales que se sucedían a una velocidad que no permitía asimilar los hechos con objetividad predominando las emociones provocadas por la novedad y las perspectivas que anunciaban esos cambios.
En ese contexto se produjeron también transformaciones en el sector de la cultura que nada tenían ver con los cambios político-sociales o quizás si estuvo influenciado por el éxodo masivo de artistas hacia EEUU motivado por los conflictos que provocaron con ese país el nuevo sistema producto del triunfo de la revolución. Inspirados también por la influencia de la música norteamericana en nuestra cultura,se produce la fiebre de los cuartetos, dando lugar a la aparición de muchas y muy buenas agrupaciones musicales en este formato entre los que se encontraban Los Zafiros, con una marcada influencia de Los Platters;muy famosos por aquella época; pero con una sonoridad y ritmo muy cubanos. Este cuarteto integrado por cuatro jóvenes carismáticos,Ignacio Elejalde (Ignacito), Leoncio Morua(kike),Eduardo Hernández (El Chino) y Miguel Cancio ( Miguelito) acompañados a la guitarra y dirigidos por uno de nuestros mejores músicos , Manuel Galban, irrumpieron en escena con un éxito rotundo y la preferencia popular desde sus primeras presentaciones en radio y televisión.
Parecía que el destino los había unido en tiempo y espacio para crear la combinación perfecta como un volcán en erupción cuya lava abrasaba con su calor los corazones de un pueblo necesitado de conjugar con armonía penas y esperanzas, tristezas y alegrías, así como liberar sus emociones hasta explotar, literalmente, de entusiasmo y placer.
Este relato muestra esa realidad a través de la vida de una joven de dieciséis años que de forma excepcional descubre el AMOR por primera vez, en uno de los integrantes de Los Zafiros, Ignacio; el mejor y quizás el único contra tenor cubano destacado en música ligera, que incluso podía dar una nota más alta que Tommy Williams, el cantante principal de Los Platers. Su mayor motivación, pasarla bien, divertirse y divertir, pues hasta ese momento se desempeñaba como bailarín de un grupo folklórico que viajaba por Europa, el que abandonó para regresar a Cuba después del triunfo de la revolución.
La protagonista de este relato es una muchacha de clase muy pobre, criada solo por su madre que se empeñaba en hacer de ella la mujer perfecta según su concepción estricta e intolerante de lo que esto significaba, convirtiéndola en una reclusa de la virtud, ejemplo de buena conducta y austeridad, logrando además que se sintiera orgullosa de ser diferente a sus contemporáneas y sembrando un sentimiento de superioridad que no se correspondía con su verdadero estatus social.
Sin embargo su historia es similar a la de cualquier joven-adolescente de esos tiempos por lo que muchas mujeres de la tercera edad pueden verse reflejadas en ella, mientras los jóvenes conocerán mejor un tiempo que solo conocen por referencias.
Esta obra pretende dedicar un merecido homenaje a los integrantes del cuarteto Los Zafiros para que su recuerdo perdure eternamente como los grandes artistas que fueron y recrear sus años de esplendor tan fugases como la vida de tres de ellos pues sólo Miguel Cancio radicado en Miami después de le muerte de sus compañeros-hermanos pudo disfrutar de su vejez en perfecto estado de sus facultades mentales y escribiendo sus esperadas Memorias para todos lo cubanos que como yo, reverencian el nombre de Los Zafiros.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento29 sept 2016
ISBN9781370996568
Bellecita, Sueño Azul
Autor

Mercedes Hernández Rabaza

Mi nombre es Mercedes Hernández Rabaza, tengo 67 años y desde muy joven me intereso por la literatura. Me gusta leer de todo y escribo relatos autobiográficos, cuentos y poesía, como una necesidad espiritual sin intención de publicar. Hace poco tiempo estoy presentando algunos de mis escritos con ese fin y pronto estarán disponibles más de mis títulos en esta plataforma.

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    Bellecita, Sueño Azul - Mercedes Hernández Rabaza

    Escribo este prólogo dos años después de concluir este relato, y a cuarenta y dos de los hechos que aquí describo, para rendir un modesto homenaje a quienes bien se lo merecen y saldar una deuda que tengo conmigo misma y con el amor.

    Desde muy pequeña, la música me atrae con especial magnetismo, y mi admiración por los talentosos creadores e intérpretes piezas musicales tan bellas como Los zafiros es mística, por la ternura y el amor que llegan a inspirar en los que tuvimos el privilegio de escucharlos.

    Algunos piensan todavía que me enamoro de los artistas, confundiendo este sentimiento con el fanatismo irracional que muchos experimentan hacia los famosos. Nada más lejos de la verdad.

    Lo cierto que el primer y gran amor de mi vida fue y sigue siendo un artista. Todavía hoy siento que las mágicas señales, cómplices de la existencia de un verdadero amor, se presentan reiteradamente para que la duda no empañe este sentimiento maravilloso y mágico que aún hoy cuando ya no existe nada juvenil se agolpan otra vez esos sentimientos, a pesar de que la experiencia de vivir llevo tan dentro.

    Una de esas coincidencias hizo que me decidiera a escribir este relato, tomado íntegramente de la realidad, tal y como la recuerdo, sin omitir el más mínimo detalle.

    Hace poco me trajeron como regalo sorpresa una revista Tropicana Internacional (edición #16 del 2004) con un reportaje sobre la obra de Ricardo Leyva, con una foto suya en la portada, por el entusiasmo que había mostrado al ver el video de su éxito Añoranza por la conga. Esto me causó mucha alegría y comencé enseguida a ver el contenido de la revista. Pero cuál no sería mi sorpresa al encontrar un extenso reportaje, a modo de homenaje a Néstor Mili, creador de Los Zafiros, donde aparecían además los integrantes del cuarteto en una foto tomada en el hotel Habana Libre, donde se destacaba especialmente Ignacio al centro de grupo, el mismo que había despertado mi primer amor de juventud. Si esto no es una señal, que me convenzan los escépticos, después de leer este relato.

    Para concluir esta introducción, quisiera citar un diálogo extraído de la película Por siempre Cenicienta entre los personajes del príncipe Henry de Francia y el famoso pintor Leonardo Da Vinci; que entre otras muchas virtudes poseía la de ser un gran filósofo, y que corrobora la existencia de estos cuestionamientos en muchos seres humanos. Aunque puedan parecer absurdos. El diálogo en cuestión es:

    P. H.- ¿Piensas que sólo hay una compañía perfecta?

    D. V.- De hecho sí.

    P. H.- ¿Cómo puedes saber si la encontraste y si la que encontraste es la adecuada o sólo crees que sí? ¿Qué pasa si nunca la encuentras, o si aparece, pero estás distraído para notarlo?

    D. V.- Aprende a poner atención.

    P. H.- Digamos que…dios pone a dos personas en el mundo…y tienen la suerte de enamorarse, pero a uno de ellos le pega un rayo. ¿Entonces qué, se acabó? O conoces a alguien nuevo y te vuelves a casar. ¿Tenías que estar con ella o era la primera? Es más, si ambas caminan juntas y tú eres el primero… la segunda podría ser la primera. ¿Es todo un azar o hay cosas que deben ser?

    D. V.- No puedes dejar todo al destino, está demasiado ocupado. A veces debes ayudarlo.

    I

    Tenía yo unos nueve años, cuando mi mamá decidió dejar de vivir agregada con mi abuela y mis tíos, para comenzar una nueva vida las dos solas, ya que al morir mi padre, dos años después de mi nacimiento, tuvo que abandonar el apartamento de Luyanó, donde nací, por falta de recursos económicos, lo que la obligó a trasladarse a casa de una abuela que me cuidaba mientras ella trabajaba en lo que encontraba, para ayudar en la casa que compartíamos con mis tíos y tías, un lindo apartamento en Lawton, justo al lado de los famosos circenses y músicos Moralitos ; pero demasiado pequeño para tanta gente.

    La tarea de encontrar un lugar barato y decente donde vivir, en el año cincuenta y siete, no era tarea fácil.

    Después de visitar varios solares y cuarterías, que de sólo verlos me hacían llorar desconsoladamente y rogarle a mi mamá – ahí no, ahí no- por fin encontramos una casa de inquilinato, de esas que se alquilan por piezas, donde cada familia ocupaba sólo una de ellas, con un baño, cocina y patio con; lavadero de uso común, al final de la casa.

    Por algún motivo aquel lugar me resultó bastante agradable, ya que la puerta principal se mantenía cerrada o semiabierta con un ganchito, lo que impedía ver el interior desde la calle, de modo que aparentaba ser una casa igual a las dos que se encontraban a ambos lados, donde vivía una sola familia en cada casa.

    Al principio nos costó trabajo acomodarnos pues todas las piezas (sala, saleta comedor y tres cuartos) estaban ocupados, pero el dueño dijo que alguno se desocupaba pronto. Mientras nos instaló en el cuartito de desahogo, una especie de barbacoa situada encima del baño colectivo, tan bajita y húmeda que mi mamá podía tocar el techo con sólo levantar los brazos. Una ventanita de un metro cuadrado que daba al patio era su única ventilación. La estrecha puerta de entrada quedaba sobre la cocina, por lo que para entrar y salir debíamos utilizar una escalera de pintor de brocha gorda, sin pasamanos, que descansaba en el piso de la cocina, fijada con el borde del fregadero, lo que me salvó de caer al piso las veces que resbalé por ella.

    Después de unos meses se desocupó el área de la sala, con un ventanal que daba directo a la calle y un tabique de cartón- tabla que hacía las veces de pared lateral, dejando un angosto pasillo para el acceso a la puerta principal, de modo que nuestro espacio variaba si se empujaba el tabique hacia adentro o hacia fuera, a causa del paso de los demás vecinos para entrar o salir de la casa.

    Finalmente pudimos ocupar el último de los tres cuartos, que se alineaban a lo largo del pasillo interior, hasta el comedor, por donde todos tenían que pasar para ir al fregadero, el baño y el patio con lavadero y un espacio grande con piso de tierra para tender la ropa de todos en unas largas filas de tendederas.

    Este cuarto medía tres por cuatro metros, resultaba mucho más alto que ancho, con una puerta de dos hojas y una ventana ocupando casi todo el espacio de la pared que daba al pasillo lateral de uso común y paso obligado para todos. Encima y ocupando casi toda la pared superior, hasta la altura del techo, dos amplios ventanales de cristal, tipo vaivén, que se habrían y cerraban de arriba abajo con un cordelito, proporcionaban una buena claridad y ventilación.

    Si digo que los diez años que viví allí fueron los más felices de mi vida quizás no me lo creerían, pero así fue. Aún hoy, punto de cumplir cincuenta y siete años, con dos hijos y un nieto, un apartamento pequeño pero cómodo, con las condiciones necesarias para vivir holgadamente con mis hijos, cuando necesito un buen recuerdo que me ayude a sobrellevar las dificultades que se presentan en la vida, me fugo imaginariamente a mi cuartito de Lawton, donde viví, soñé y compartí con gente maravillosa ese pedacito de mi vida, que me propongo relatar aquí, como una garantía contra el olvido.

    Comenzaré por presentar a mis vecinos de entonces, compañeros de convivencia y el lugar que ocupaban en la casa y en mi vida.

    En la sala convertida en habitación, por obra y gracia del tabique corredizo de cartón – tabla, vivía un matrimonio de orientales (todavía no se les

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